Ir al contenido principal

Una fiesta inesperada

Sinopsis: Dos amigas treintañeras salen de fiesta, pero los acontecimientos se desarrollan de forma inesperada.

Las chicas

La música sonaba a todo trapo dentro del coche. Vicky y Carolina, dos amigas treintañeras que se conocían desde hacía algunos años, habían quedado para salir. Tras la cena, y después de tomar unas copas, se dirigían hacia la discoteca mientras no paraban de hacer cachondeo.

—¡Súbeme la radio! —cantaba una mientras la otra le hacía caso, aumentando los decibelios con los que se emitía la canción de Enrique Iglesias, provocando que ambas no dejaran de reír.

Vicky, con una melena larga y castaña, si bien el color se aclaraba a medida que se acercaba a las puntas, era una mujer atractiva. A pesar del maquillaje, las suaves facciones del rostro le daban una apariencia juvenil, aunque las curvas del cuerpo sí estaban acorde a su edad. Los pechos no eran ni muy grandes ni muy pequeños, pero sabía sacarles partido gracias a los buenos escotes como el de la camisa roja con el que esa noche mostraba parte del sostén. Del mismo modo que las piernas que, sin estar excesivamente estilizadas, dejaba a la vista con maestría debido al pequeño pantalón corto con el que vestía. Estaba soltera, aunque no por falta de oportunidades, pues casi ningún hombre le haría ascos.

Carolina sí que tenía pareja, una relación totalmente consolidada desde hacía prácticamente nueve años. La morena, de cabello largo y liso, envuelta en una elegante americana de color oscuro, estaba buenísima. Aunque su amiga no era precisamente fea, parecía poca cosa a su lado. La cautivadora belleza del rostro repleto de sensualidad y su morboso cuerpazo, con unos senos de considerable volumen que se mantenían firmes tras la ceñida camiseta de color gris y unas piernas de línea excelsa, desnudas a partir de la mitad de los muslos, hasta donde le cubría la falda tejana, tras la que se escondía un culo perfectamente delineado, la convertían en lo que todos los tíos la consideraban, un auténtico pibón.

Ya en la fila de entrada para acceder a la discoteca, las dos mujeres eran presa de las libidinosas miradas de la mayoría de hombres allí presentes.

—No puedes pasar —aseveró con contundencia, cual Gandalf el Gris, el segurata de la puerta.

—Pero si he entrado otras veces —se excusó el chico, que no debía hacer mucho que había cumplido la mayoría de edad.

—Así no —le señaló el calzado.

—Vamos, tío, que nos están esperando dentro —argumentó uno de los amigos, sin éxito alguno.

Cuando les llegó el turno a Vicky y Carolina no encontraron ningún impedimento para acceder al recinto más allá del exhaustivo repaso visual que la morena recibió por parte de uno de los gorilas de la entrada.

Esa noche había ambientazo. Buena música y bastante gente, la mayoría joven, sin estar abarrotado, compartiendo buen rollo. Las mujeres se dirigieron a la barra para pillar la primera consumición. De camino, se toparon con un grupo de chicos, que les interrumpieron el paso.

—¡Hola guapas!

—Vamos a la barra —aseguró Vicky, con semblante sonriente, intentando hacerse un hueco por el que pasar.

—¿Os acompañamos?

—No hace falta, creo que podemos solas —bromeó Carolina.

—¿Seguro que no necesitáis que os echemos una mano? —preguntó el que parecía más atrevido, agarrando la cintura de la morena.

—Ya veo dónde quieres echar tú una mano… —le sonrió, apartando el brazo masculino con parsimonia.

—Lo siento, chicos —Vicky finiquitó la conversación, consiguiendo atravesar definitivamente el grueso que los jóvenes habían formado a su alrededor.

Las dos treintañeras prosiguieron su camino, llegando a su destino después de tener que lidiar con algún que otro incidente similar y unos cuantos roces que, aunque sutiles, eran claramente menos fortuitos de lo debido.

—Pues el chaval era guapo… —bromeó la de pelo castaño, haciendo reír a su amiga.

—No estaba mal, no. Si quieres ahora volvemos a pasar, marrana —le sacó la lengua con complicidad.

—No, no. Hoy noche sin hombres —sonrió.

—¿Qué os pongo, chicas? —les preguntaron desde el otro lado de la barra.

Las dos amigas se miraron con disimulo y sonrieron subrepticiamente. El camarero estaba bastante bueno y ambas se entendieron sin necesidad de hablar.

—A mí me pones Brugal con limón —pidió Carolina—. Y a mi amiga le pones tú —bromeó, haciéndolo reír y provocando las jocosas quejas de Vicky.

—¿Y a ti solo te pongo la bebida? —sonrió a la morena, obviando descaradamente a la otra.

—De momento sí —entró un poco al juego, pero sin darle mayor importancia.

Carolina estaba más que habituada a vivir situaciones del estilo, aunque normalmente solía intentar evitarlas para no crear malos entendidos, como cuando se hizo la tonta con las miraditas indiscretas del segurata de la entrada, que por supuesto no habían pasado desapercibidas. Nunca le había sido infiel a su actual pareja ni pensaba serlo. Pero no siempre era sencillo evitar las tentaciones, así que, si alguna vez la cosa se le acababa yendo de las manos, solo tenía que huir a los brazos de su chico para que le quitara el calentón que otro le pudiera haber provocado.

Vicky, en cambio, estaba más receptiva por su condición de soltera. Sin embargo, tampoco era una mujer precisamente fácil y para el rollo de una noche, incluso para algo más, exigía una cualidad masculina indispensable, que fuera guapo. De todos modos, no era momento ni lugar para eso, pues había quedado expresamente con su amiga para salir de fiesta y pasar la noche juntas sin hombres de por medio.

Ya en mitad de la pista, cubata en mano, las dos treintañeras bailaban una frente a la otra, rodeadas de una jauría en celo que disfrutaba de la espectacular sensualidad con la que ambas, totalmente absortas en sus pensamientos, contoneaban sus cuerpos al ritmo de la marchosa música.

Carolina, consciente de lo que podía llegar a provocar en los hombres sin hacer absolutamente nada, no podía evitar satisfacerse al sentirse tan guapa y deseada. Por el contrario, Vicky se había acostumbrado a vivir a la sombra de su hermosa amiga, aceptando y ocultando la pequeña envidia que desde siempre le había tenido.

Los chicos

Tomás estaba al acecho, observando con semblante circunspecto el gentío que se movía en rededor y detectando a todas las mujeres que entraban en la zona de acción de su radar. Algunas iban de camino a la barra, otras intentaban mantener una charla a pesar del elevado volumen de la música, las había que ya se estaban enrrollando con algún, a los del ojos veinteañero, desgraciado y… de repente se le iluminó la cara.

—Ahí —le dijo a su compañero Lucas, dándole un codazo para llamar su atención.

—Parece que están solas —sonrió.

—Y están muy buenas.

Tomás era un auténtico tiarrón, corpulento, alto y fuerte, el típico cachas de gimnasio, con una prominente musculatura, aunque sin ser demasiado exagerada. Solía triunfar bastante con las mujeres gracias a su físico y eso le proporcionaba la suficiente autoestima como para intentarlo con las que a priori eran más inaccesibles.

—¡Me pido a la morena! —gritaron al unísono, incitando las risas de ambos veinteañeros.

Por su parte, Lucas, aunque era bastante más atractivo, no destacaba tanto físicamente. Sin embargo era un auténtico ligón. Guapo y descarado, sabía tratar a las mujeres, hacerlas reír y ganarse su confianza lo justo para que le diera tiempo a mostrar todos sus encantos, que no eran pocos.

Sin más dilación, como tantas otras veces habían hecho, los dos jóvenes amigos se dirigieron a la caza de las presas que, en este caso, no eran otras que Vicky y Carolina.

El novio

Puesto que su chica había salido con una amiga, Roberto aprovechó para quedar con sus colegas. Aunque no tenían intenciones de que la noche se alargara, lo cierto es que finalmente se habían liado más de la cuenta y habían acabado en una discoteca.

—¡Puta casualidad! ¿Esa no es Carolina?

Roberto dio media vuelta, dirigiendo la mirada hacia donde le indicaba su compañero. Efectivamente, ahí se encontraba su novia, tan espectacularmente radiante como siempre. Por un instante no pudo evitar sentir una suerte de orgullo de tenerla a su lado. Sin duda cualquier hombre desearía ser el afortunado que durmiera con ella todas las noches. Y ese no era otro que él. Sonrió. Mas la sonrisa le duró poco al observar al grandullón que se acercaba hacia ella.

El novio de Carolina estaba a la altura de las expectativas de su chica. Era guapo, simpático y se cuidaba mucho para mantener el cuerpazo que tenía gracias al continuo deporte que practicaba. Y aún así, a pesar de todo, hubiera parecido poca cosa si se hubiera puesto al lado del joven que en esos momentos estaba hablando con ella.

Roberto no se había percatado de que, oculto tras ese impresionante armario ropero, también había otro chico. Desvió la mirada hacia un lado y observó a Vicky completamente sola. No cabía duda de que los dos chavales parecían preferir a Carolina. No se extrañó, pero eso no le impidió empezar a sentir la desagradable sensación que siempre le invadía en esos casos, los celos.

Siguió observando un rato, viendo como su novia lidiaba con los dos críos, hasta que uno de sus amigos lo cogió por el cuello para llevárselo a la barra en busca de un nuevo cubata.

—Muy alto queréis picar, cabrones —soltó Roberto por lo bajo, desviando la mirada definitivamente e intentando convencerse de que no tenía motivos para desconfiar de Carolina.

El ligoteo
 
—¿Qué más queréis? —sonrió la morena—. Ya os he dicho que tengo novio.

—¿Y te deja sola con lo buena que estás? —Tomás puso cara de incredulidad—. No me lo creo —soltó, provocando que la treintañera frunciera el ceño.

—Precisamente —intervino Lucas—, dudo mucho que semejante pibón esté soltera. Yo sí te creo —sonrió, mirando con cierta pillería directamente a los ojos de Carolina.

—¡Pues claro! He tenido un montón de candidatos, alguno tenía que conseguirlo —bromeó, recuperando la sonrisa y correspondiendo ligeramente a la mirada del apuesto veinteañero.

—A mí me da igual que tengas novio —insistió Tomás—. No somos celosos, ¿verdad, Lucas? —le dio un codazo a su amigo, buscando su complicidad.

—¡Huy! Pues mi chico bastante —la mujer sacó la lengua, en un claro gesto de que no se lo estaba pasando mal.

—Eso lo hace más divertido —afirmó el cachas, mostrando una ladina mueca de suficiencia.

—Anda, no seas malo —quiso empezar a zanjar la conversación, por supuesto sin lograrlo.

Los dos jóvenes siguieron insistiendo, pero se encontraron con el firme rechazo de Carolina, que les permitía jugar mientras no se sobrepasaran, dejando las cosas claras sin necesidad de ser borde. Si bien los niñatos tenían su qué, a la morena ni se le pasaba por la cabeza la posibilidad de ser conquistada. Aunque debía reconocer que no le desagradaba que intentaran ligar con ella, pues no todos se atrevían y precisamente los más osados eran los que más gracia le hacían.

—¡Vicky! —llamó la atención de su amiga—. ¡Sácame de aquí! —gritó, bromeando.

—Tíos, dejadla en paz, que esta noche está conmigo —acudió en su auxilio, abrazando a Carolina cariñosamente en plan jocoso, simulando ser su pareja.

—Déjame adivinarlo… —soltó Tomás—. Tú también tienes novio.

—Pues no —Vicky dibujó una pícara sonrisa, sin poder evitar dejarse cautivar por el innegable atractivo que desprendían, cada uno a su estilo, el par de veinteañeros.

—¿Novia? —se cachondeó el tiarrón, provocando las risas femeninas.

Lucas miró disimuladamente a Carolina y, con una medio sonrisa, se acercó a ella para hablarle al oído.

—No me extraña que tu amiga esté soltera. No está tan buena como tú. Seguro que no ha tenido tantos candidatos.

—¡Lucas! —Carolina, adulada, reaccionó golpeando el hombro del muchacho.

Vicky inició una conversación intrascendente con Tomás, pero el fornido veinteañero no le hacía mucho caso, únicamente atento a lo que sucedía entre los otros dos. Sabía que Lucas le estaba ganando terreno con la morena y empezaba a sentirse molesto con su amigo. Normalmente no había disputas por quién conseguía a la presa, pero en esta ocasión era diferente. Carolina era una auténtica diva, un premio demasiado bueno que no quería perder. Miró a la de pelo castaño y se convenció de que no pensaba conformarse con migajas.

—Sabes que estás perdiendo el tiempo, ¿verdad? —reía Carolina con las ocurrencias de Lucas.

—Estar aquí contigo no creo que sea perder el tiempo.

—Ya, claro… y si te dijera que con mi amiga tienes posibilidades…

—Eso ya lo sé.

—Vaya, qué creído te lo tienes.

—Carol, si tengo posibilidades contigo, imagínate con tu amiga.

La mujer rio a carcajadas.

—Conmigo ni de coña —afirmó, sin poder ocultar la sempiterna sonrisa que Lucas le provocaba.

—¿Tendré que conformarme con ella entonces? —forzó una cara de pena.

—Bueno, tampoco te vengas arriba que igual no quiere nada contigo —le sacó la lengua.

—Escucha…

El joven se arrimó a la mujer, como queriendo decir algo que debía quedar solo entre ellos dos, haciéndose el interesante.

—Dime…

Ella se echó hacia delante, entrando en su juego, más interesada de lo que creía en lo que el chico pudiera decirle. Lucas la agarró por la cintura, lo suficientemente sutil como para no poder impedírselo, erizándole la piel al acercarse lo justo como para hacerle sentir el suave aliento masculino recorriendo sus mejillas. Carolina cercioró que, sin duda, el veinteañero sabía manejarse con las mujeres.

—Voy a intentarlo con tu amiga, pero aunque esta noche tú y yo no nos liemos, te aseguro que lo acabarás deseando.

Esas palabras, unidas a la seguridad del varonil gesto, pues ahora Lucas la tenía completamente aferrada con ambas manos a la altura de la cadera, turbaron a Carolina, que sintió cómo el corazón se le aceleraba.

—¡Sí, claro! —reaccionó finalmente, tras unos segundos de desasosiego, queriendo aparentar una indiferencia que no era tal mientras se apartaba del ligón, ligeramente azorada.

La novia de Roberto contempló la mueca de suficiencia masculina mientras el chaval se daba la vuelta, sonriéndola y dirigiéndose hacia su amiga, que estaba nuevamente sola. Ensimismada por el buen hacer del atractivo veinteañero, no se había percatado de que Tomás había desaparecido.

Carolina se quedó observándolos durante un rato y no tardó en captar cómo Vicky comenzaba a disfrutar de las atenciones de Lucas. El muchacho parecía estar ganándose el favor de su amiga. Y lo cierto es que no le extrañó en absoluto.

—Con que noche sin hombres, eh… —vocalizó cuando se encontró con la mirada de Vicky, provocando las risas de ambas mujeres.

—Oye, ahora te has reído y no ha sido por mi culpa —le soltó Lucas a su nueva presa, prosiguiendo la distendida conversación que mantenían desde hacía un rato.

—¿Qué pasa, que ahora solo me puedo reír contigo? —le replicó ella, volviendo a centrarse en el chico que tanto se lo estaba currando.

—Ya entiendo, tú lo que quieres es ponerme celoso…

—¡Sí, seguro! —rio.

—Así me gusta, que solo te rías conmigo —le sonrió, satisfecho, sabedor de que ya la tenía en el bote.

—Pues entonces yo quiero que solo me hagas caso a mí —le miró traviesamente.

—¿Y qué crees que estoy haciendo, guapa?

—Claro… que lo intentaras antes con mi amiga no cuenta…

Y de repente Lucas le soltó un morreo, pillando a Vicky totalmente desprevenida, pues no se esperaba que lo fuera hacer de un modo tan imprevisto y justo después de recriminarle que primero tratara de ligar con Carolina.

Si bien el discurrir de los acontecimientos en absoluto formaba parte de los planes de la soltera para esa noche, debía reconocer que se estaba divirtiendo y el joven, aparte de ser muy guapo, besaba verdaderamente bien, así que le dejó hacer. En el fondo, le satisfacía la irracional sensación de estar robándole la oportunidad a su amiga.

—Creo que con ella no he intentado esto… —afirmó el chico con suficiencia cuando se separó de Vicky, haciéndose el tonto con cierta gracia.

—Y más te vale que no lo intentes —dibujó una sonrisa sibilina, antes de agarrar al veinteañero de la cabeza para seguir comiéndole la boca, dejándose llevar definitivamente.

Carolina sonreía al ver cómo su amiga se liaba con Lucas. Aunque lógicamente había tenido que rechazarlo, lo cierto es que le había gustado recibir sus atenciones. Sin duda quería a Roberto y estaba demasiado bien con él como para ni siquiera dudar de su relación de pareja. Sin embargo, era más que consciente de lo mucho que podría llegar a divertirse si estuviera soltera.

De pronto empezaron a entrarle ganas de volver a casa para encontrarse con su chico. Y se le ocurrió una malévola idea. Recordó las palabras del atractivo veinteañero y caviló que igual no estaría mal fantasear un poco con el reciente ligue de Vicky mientras echaba el polvo con Roberto. Esos pecaminosos pensamientos retroalimentaron su incipiente calentón y se obligó a sí misma a pensar en otra cosa. Al fin y al cabo, viendo cómo la parejita se devoraba mutuamente, aún tardaría un rato en salir de allí.

—Hola, chica dura.

—Ahora no es buen momento —Carolina sonrió nerviosamente a Tomás, que parecía querer volver a intentarlo.

—¿Y eso?

—Pues que justo ahora me pillas vulnerable, cabrón —quiso contestarle, pero lógicamente no lo hizo—. Pues que justo ahora iba al baño —se excusó finalmente.

—¿Te aguanto la copa?

—Claro, para eso estás —le sonrió con malicia.

—Cabrona…

Mientras se alejaba, Tomás se fijó en el trasero de ese bellezón. Dudó si tal vez sería la tía más buena con la que lo había intentado y concluyó que no era capaz de recordar ninguna de semejante nivel. Eso le provocó un gusanillo en el estómago. Ella ya les había rechazado tanto a él como a Lucas y les había advertido de que tenía novio, pero todo eso aún le daba más morbo, así que decidió que se la iba a follar.

—Gracias —soltó Carolina secamente nada más regresar de los aseos, agarrando el vaso que el veinteañero le había estado sujetando durante unos cuantos minutos—. ¿Dónde están?

—¿Quienes?

—¡Joder, nuestros amigos!

Tomás rio a carcajadas.

—¡Hostia, no me he dado cuenta de que han desaparecido!

—En qué estarías tú pensando…

—En ti, por supuesto…

—Ya, claro…

—No, en serio. Estaba pensando que eres la tía más buena que he conocido.

—Eso se lo dirás a todas.

—Solo a todas las que superan a la última a la que se lo he dicho —le guiñó un ojo, consiguiendo hacerla sonreír.

—Entonces pronto llegará otra que me supere…

—¿Pero tú te has visto?

—¿Qué? —se hizo la tonta, esperando el piropo que tanto le apetecía oír.

—No creo que ninguna esté a tu altura. Eres una puta diosa.

—Gracias —sonrió, agradecida.

Aunque estaba acostumbrada a que los hombres exageraran para intentar ligar con ella, lo cierto es que nunca dejaba de disfrutarlo. Se fijó en el cuerpazo de Tomás. Su espalda ancha, sus fornidos pectorales, sus hombros prominentes, sus poderosos brazos… La varonil imagen y la idea de que ese tiarrón estuviera deseando ponerla a cuatro patas no ayudaban a que le bajara la temperatura. Se mordió el labio disimuladamente, deseando que llegara el momento en el que Roberto le quitara esa agradable sensación que comenzaba a instalarse en su entrepierna.

—¡Me encanta esta canción! —gritó Carolina, entusiasmada—. Guárdame esto —estiró el brazo para que Tomás, en un acto reflejo, le aguantara el cubata, alejándose en un burdo intento de aplacar las intenciones del hercúleo muchacho.

—¡Sí, hombre! —se quejó él al verse con las dos copas en la mano, observando con deleite cómo la treintañera exhibía todo su atractivo al alejarse—. Qué buena que estás, hija de perra —soltó cuando ya nadie podía escucharle, dejando los vasos en el suelo, completamente desatendidos, y acercándose al monumento de mujer que ya había comenzado a bailar ante sus desorbitadas cuencas oculares.

—¿Y las copas? —se quejó una sonriente Carolina, permitiendo que el muchacho se arrimara lo suficiente como para sentir el evidente calor corporal que desprendía toda su hombría.

—Están a buen recaudo —mintió.

—¿Seguro? —se hizo la tonta, sonriendo y dándose la vuelta al sensual ritmo de la música, quedándose de espaldas al muchacho.

—¿Cuándo te he mentido yo? —soltó, pasando disimuladamente las manos por el dorso femenino.

Carolina volvió a girarse para evitar el contacto mientras le apartaba el brazo y sonreía diciendo que no con un morboso gesto de cabeza.

—Te acabo de conocer. Seguro que me has dicho más mentiras que verdades —rio.

—Pues ahí va una verdad. Bailas de puta madre.

—Tú tampoco lo haces mal —le sacó la lengua, antes de dar media vuelta una vez más, dándole la espalda nuevamente.

Se notaba que Carolina estaba desinhibida gracias a la mezcla del alcohol ingerido y la ligera sensación de excitación, pues normalmente no le habría seguido tanto el rollo a ningún tío que intentara ligar con ella. Pero tenía la situación más que controlada. Al fin y al cabo Tomás no era más que un crío y, ya que Vicky había desaparecido, pensó en divertirse un poco.

El muchacho decidió cambiar de estrategia. Sin hacer uso de las manos, siguió danzando junto a Carolina, arrimándose cada vez más a la morena, hasta que indefectiblemente sus cuerpos comenzaron a rozarse de forma sutil debido a los movimientos del baile, consiguiendo que todo resultara más natural de lo que a ella le habría gustado.

—Que corra un poco el aire, ¿no? —se quejó, pero sin prácticamente llegar a separarse de Tomás que, envalentonado por la situación, creía que ya lo tenía hecho.

—¿Qué? —se hizo el sordo, aprovechando para echarse hacia delante, pegando su cuerpo al de la hermosa mujer.

—¡Joder! —reaccionó Carolina, que en absoluto se esperaba lo que acababa de suceder.

La novia de Roberto sintió claramente cómo algo que parecía bastante abultado y en un estado medio endurecido se apretujaba contra la parte baja de su espalda. No tardó en volver a darse la vuelta, ligeramente molesta, con la intención de cortar la situación de forma definitiva, pero incomprensiblemente le entraron unas ganas tremendas de echar un rápido vistazo para comprobar visualmente aquello que se había restregado descaradamente contra ella. Sintió cómo su excitación iba en aumento y tuvo que concentrarse para no mirarle el paquete al niñato.

—¿Qué decías? —Tomás la despertó de su ensoñación.

—Que corra el aire —le advirtió, esta vez con mayor severidad.

—Vale, vale. Voy al baño. ¿Te parece suficiente aire entre nosotros? —bromeó.

—No sé… mucho peligro tienes tú…

—Tal vez podrías acompañarme para echarme una mano, nunca mejor dicho —bromeó y, antes de que Carolina pudiera contestar, concluyó jocosamente—. El médico me ha dicho que no debo levantar mercancías pesadas —rio, alejándose sin esperar contestación.

—¡Idiota! —gritó sin poder evitar una sonrisa tonta.

Carolina no podía negar que estaba cachonda. Los pertinaces intentos de los veinteañeros la habían ido calentado poco a poco. Sonrió para sus adentros, sabiendo que sería Roberto el que se aprovecharía de las consecuencias, dejando a los dos críos con las ganas. Decidió no entretenerse más, yendo en busca de Vicky para volver a casa y que su chico le quitara el calentón lo antes posible.

El incidente

—¿Estás huyendo de mí? —preguntó con sorna Tomás, que encontró a Carolina antes que ella a su amiga.

—No —sonrió—. Estoy buscando a Vicky.

—Déjalos, mujer, que seguro que se están divirtiendo. ¿Tú no quieres pasártelo bien? —dibujó una medio sonrisa llena de intenciones.

—Sí, en cuanto llegue a casa con mi chico —le guiñó un ojo en señal de cierta complicidad.

—¿Y a qué se deben esas repentinas ganas de estar con él? —soltó con malicia.

—Te digo lo mismo que le he dicho a tu amigo antes. Creo que estás perdiendo el tiempo. Lucas al menos ha sido más listo —se cachondeó Carolina.

—¿Qué quieres decir?

—Pues que al final me ha hecho caso, ha pasado de mí y ahora se está liando con Vicky —le sacó la lengua.

—Perdona, pero yo no me conformo con segundos platos… —provocó nuevas risas femeninas.

—Pues es una lástima porque… ¿sabes qué? Creo que Lucas hubiera tenido más posibilidades conmigo… —bromeó, provocándole.

—¡Eres una cabrona! —rio—. ¿Y se puede saber qué tiene él que no tenga yo…? —gesticuló con cierto disimulo para mostrar su hercúleo bíceps.

—No sé… me ha parecido guapo y en general un chico bastante interesante… —medio sonrió con picardía.

—¿Un chico bastante interesante? ¿Qué mierda es esa? —se hizo el ofendido.

—A ver, no creo que el chaval sea un superdotado, pero…

—Nena, aquí el que está bien dotado ya te aseguro que no es él…

Tomás se separó ligeramente de Carolina para dejarle ver cómo se agarraba la entrepierna en un gesto que intentó que no pareciera demasiado soez.

—¡Que no me refería a eso, tonto! —rio, procurando no darle mayor importancia, pero esta vez sin poder evitar fijarse en lo que ahora el muchacho le mostraba descaradamente, un bulto que parecía de un tamaño bastante considerable.

—¿¡Se puede saber qué coño haces!? —apareció Roberto como de la nada, entre el gentío, gritando y malhumorado.

Carolina se sorprendió al ver a su chico, pues no tenía ni idea de que estaban en la misma discoteca, y apartó rápidamente la mirada del paquete del niñato. Aunque no había pasado absolutamente nada, sabía lo celoso que podía llegar a ponerse y se temió lo peor.

—¡Roberto! —intentó disuadirlo, pero no pudo evitar que se fuera directo a por el veinteañero.

—¿¡Qué coño te pasa, pavo!? —gritó Tomás, estirando los brazos para quitarse de encima al hombre que lo acosaba.

A Carolina le dio un vuelco el corazón. Aunque tan solo duró unos segundos, ella pareció verlo todo a cámara lenta. Su corpulento novio, que parecía un juguete frente al enorme Tomás, salió despedido hacia atrás incluso con más ímpetu de la que había traído, cayendo ridículamente de culo. Pero el tiarrón no se quedó ahí, abalanzándose sobre el desvalido hombre que lo único que hizo fue taparse el rostro por temor al puñetazo que se avecinaba.

—¡Ya vale! —gritó ella, desesperada.

Mas no fueron sus quejas las que detuvieron a Tomás, al que hizo falta nada más y nada menos que cuatro fornidos miembros de seguridad para poder contenerlo después de que hubiera asestado un par o tres de buenos golpes al pobre que yacía en el suelo. Por momentos el veinteañero se había convertido en una imparable bestia brutal, con los ojos inyectados en sangre, en busca de su acobardado adversario, al que parecía querer matar.

Otro encargado del local fue el que ayudó a levantarse al escarnecido Roberto, que temblaba de los pies a la cabeza.

—¿Estás bien, cariño? —se interesó por su novio.

—Sí, el gil… lipollas ese te… te estaba mo… lestando… —tartamudeó ligeramente, intentando aparentar una hombría que era evidente que había perdido por completo.

—Perdón, pero nos lo tenemos que llevar —la apartó el de seguridad.

—¡Voy a buscar a Vicky y nos vemos ahora! —gritó, observando a Roberto, cabizbajo, siendo acompañado hacia la salida.

Desviando la mirada hacia el fondo, Carolina divisó al tiarrón que acababa de humillar a su chico. La cabeza de Tomás, al que también estaban expulsando de la discoteca, sobresalía claramente por encima del resto.

El coche

—Para, para, para… —Vicky detuvo a Lucas, sujetándolo por el antebrazo cuando la mano del chico ya se colaba dentro de las bragas, acariciándole el pubis rasurado—. Como sigas por ahí no sé cómo va a acabar esto…

—¿Te lo tengo que explicar? —la hizo reír.

—Uf —suspiró—. Me tienes a puntito, pero no puedo dejar tirada a mi amiga.

—Pasa de ella. Seguro que está entretenida con Tomás. Es muy insistente —rio.

—Lo dudo. Te aseguro que tu amigo no tiene nada que hacer con Carol.

—Te propongo algo… no muy lejos de aquí tenemos unos colegas que están de fiesta en una casa privada. ¿Qué te parece si nos unimos? Os venís tu amiga y tú. Y así tú y yo podemos acabar esto —concluyó mordiéndole el labio inferior a Vicky y volviendo a sobarle el pecho que ya estaba medio fuera del sostén debido a las recientes atenciones, haciéndola gemir una vez más.

—Vale, mamón. Quiero ir a esa casa contigo. Vamos a buscar a Carolina.

Mas la novia de Roberto ya no estaba para mucha fiesta debido al disgusto por la reciente pelea entre Tomás y su chico.

—¿Pero has quedado con él aquí? —se interesó Vicky, ya fuera de la discoteca, al ver que su amiga no era capaz de encontrar a su pareja.

—No me ha dado tiempo, se lo han llevado en seguida. Me ha mandado un mensaje confirmando que está bien, pero ahora no contesta.

—Ya estará en otro sitio con los colegas, mujer —intervino Lucas—. Cuando sucede algo así es mejor no quedarse rondando por las cercanías por lo que pueda pasar…

—Tal vez tengas razón —pareció calmarse.

—Seguro, Carol. Pero si te vas a quedar más tranquila yendo para casa, nos vamos.

—Jo, me sabría fatal fastidiarte la noche —miró a Lucas disimuladamente, sabedora de las intenciones de su amiga.

El veinteañero, atento, aprovechó la ocasión para devolverle la mirada, dándole un evidente repaso de arriba a abajo bastante descarado mientras perfilaba una sonrisa maliciosa, provocando que Carolina retirara el gesto, ligeramente cohibida.

—El hijo de puta de Tomás también ha desaparecido —soltó finalmente—, así que me temo que yo sí que me quedo tirado…

Vicky miró a su rollete y luego desvió la mirada hacia su amiga, guardando silencio, como esperando su favor.

—Está bien —intervino la morena con resignación—, si queréis nos pasamos un rato por esa fiesta…

—¡Fantástico! —soltaron Vicky y Lucas al unísono, agarrándose por la cintura para comenzar a caminar hacia el coche mientras Carolina volvía a revisar el Whatsapp.

Una vez en el vehículo, sentado en el asiento del copiloto, el joven sorprendió a las dos mujeres ofreciéndoles unos gramos de cocaína antes de que la de pelo castaño tuviera tiempo de arrancar el motor.

—Tres, ¿no? —les sonrió mientras comenzaba a preparar las rayas.

Aunque ninguna de las dos treintañeras se metía de forma habitual, no sería la primera vez que consumían. Vicky, de subidón por lo bien que se lo estaba pasando con Lucas, aceptó la droga. Carolina, sin embargo, aún alterada por lo sucedido, declinó la oferta.

—¡Vamos, morenaza! —se quejó el chico—. No vas a ser la única que no pruebe esto… —y de repente se agachó para esnifar su clencha.

—¡Chocho, anímate! —intervino Vicky, preparándose para meterse lo que Lucas le acaba de pasar—. Sabes que si pruebas una rayita de estas se te va a quitar el disgusto… —sonrió, logrando que su amiga relajara el gesto.

—Al final vais a conseguir que me porte mal… —bromeó.

—Venga, que me voy ahí detrás contigo y te la preparo —soltó Lucas.

—No te… —pero no le dio tiempo a terminar la frase cuando el muchacho salió del coche, rodeándolo—. Como Roberto se entere… —concluyó en voz baja, antes de que Lucas llegara a sentarse junto a ella.

Sin muchas ganas, aunque finalmente convencida de que le vendría bien para olvidarse de lo sucedido, Carolina acabó aceptando la ofrenda del joven camello. Con la clencha ya preparada frente a ella, dobló el torso, acercando el rostro a la raya de farlopa. Situó el pequeño orificio nasal sobre uno de los extremos de la línea blanca y aspiró, deslizando la cabeza hacia la otra punta a medida que sentía el inconfundible cosquilleo del polvo recorriendo su delicado tabique.

—¡Arranca! —gritó Lucas mientras la morena alzaba la cabeza y se restregaba la nariz con la mano procurando matar los remanentes del picor producido por el reciente tiro.

—¡Guau! —aulló la conductora, comenzando a sentir los primeros síntomas de euforia.

Carolina soltó un leve suspiro mientras a su mente acudían agradables recuerdos del pasado que le dibujaron una incipiente sonrisa, iluminándole el rostro. No tardaría demasiado en dejar de darle importancia a la pelea en la que había presenciado cómo pegaban a su chico.

—¡Capullo! —Vicky llamó la atención de Lucas—. Al final te has quedado detrás.

Los tres rieron.

—¿Me echas de menos? —bromeó él.

—Un poco.

Lucas se inclinó hacia delante, rodeando el asiento del conductor con el brazo para acariciar uno de los pechos de Vicky, haciéndola gemir levemente.

—Cortaros un poco, ¿no? —se quejó Carolina jocosamente.

—¿Te molesta? —le preguntó el veinteañero, girando el rostro hacia atrás para sonreírle con cierta malicia.

—La verdad es que no —esta vez le aguantó la mirada, más desinhibida.

—Para ti también tengo… —murmuró Lucas lo suficientemente bajo para evitar que su rollete se enterara.

Sin dejar de magrear a Vicky, estiró el otro brazo para acariciar la rodilla desnuda de Carolina que, con una sonrisa traviesa, movió la pierna, sorteando el contacto que duró tan solo unos breves segundos.

—No seas malo —vocalizó sin emitir sonido alguno.

El veinteañero sonrió a la novia de Roberto mientras presionaba ligeramente el endurecido pezón de la conductora, provocando que diera un volantazo.

—¡Lucas! —se quejó.

—¡Que nos vas a matar! —gritó Carolina, sonriente, viendo como el chico se separaba de su amiga.

—A ti sí que te mataba yo esta noche —le susurró a la tía buena, volviendo a sentarse junto a ella—, pero de placer si me dejaras.

—Más quisieras…

—Dejaros de cuchicheos —se quejó Vicky vagamente—. Y dime por dónde tiro.

Mientras Lucas volvía a inclinarse hacia delante para darle las pertinentes instrucciones a la conductora, dejó un brazo atrás, estirándolo a ciegas para jugar a buscar el contacto con Carolina nuevamente. Cuando alcanzó la pierna, la novia de Roberto volvió a sonreír, adulada por las intenciones del veinteañero y, haciéndose la tonta, esta vez permitió un poco de roce con su rodilla, pues no lo consideró demasiado descarado. Él aprovechó para mover su mano lentamente, pasando los dedos sobre la erizada piel femenina hasta comenzar a acariciar la parte baja de uno de los muslos. Aunque lo hacía con sutileza, la morena consideró que el chico estaba empezando a sobrepasarse y, divertida con la situación, acució aún más la sonrisa antes de retirarse dándole un manotazo a la traviesa mano masculina.

—¡Lucas! —le recriminó en voz baja.

—No mires… —vocalizó él jocosamente sin emitir sonido alguno, recuperando nuevamente el sitio junto a su acompañante en la parte de atrás mientras se tapaba la entrepierna para ocultar su evidente erección.

—¿Eso es por culpa de Vicky? —susurró Carolina, aguantándose la risa.

—Sabes que no, preciosa.

La morena no pudo ocultar una sonrisa nerviosa, comenzando a arrepentirse de haber aceptado ir a la fiesta. Olvidado lo sucedido con Roberto, el tonteo con el niñato la estaba volviendo a poner un poco a tono. Por supuesto no era nada incontrolable, pero pensó que si hubieran decidido marcharse probablemente ya estarían a punto de quitarle cualquier tipo de calentón. Sin embargo, ahora tenía ganas de marcha por culpa de la cocaína. Se sentía desinhibida, con una cierta sensación de entusiasmo y se convenció de que, cuando se metiera en la cama junto a su chico, lo haría bastante cachonda.

La casa

El adosado donde se celebraba la fiesta constaba de dos plantas. Arriba estaban las habitaciones, una de las cuales tenía su propio lavabo, y en el piso inferior se distribuían el salón, la cocina y el otro cuarto de baño. No parecía haber mucho ambiente, pues desde la calle no se oía nada, ni siquiera un poco de música.

—Chicos, id entrando si queréis que voy a probar de llamar a Roberto una vez más —indicó Carolina.

—Está bien. Te esperamos dentro —contestó Vicky.

Pero el novio seguía sin coger el teléfono. La morena volvió a leer una vez más el mensaje en el que Roberto confirmaba que se encontraba bien y decidió no darle más vueltas. Se dispuso a acceder a la casa.

Vicky y Lucas habían dejado la puerta abierta, aunque no parecía haber rastro de ellos. Miró las escaleras que daban al piso de arriba, pero no vio luz, así que se adentró en el pasillo, dirigiéndose hacia el fondo, donde se escuchaba bastante follón. Dejó atrás un par de puertas y abrió la última de todas.

—¡Joder! —soltó Carolina en voz baja al abrir la puerta del salón y encontrarse con una chica, desnuda de cintura para abajo, sentada en una silla y cinco tíos alrededor, haciendo cachondeo sin parar de reír y gritar.

Los jóvenes estaban tan absortos en su particular fiesta que ni siquiera se percataron de la nueva presencia femenina, que instintivamente dio un paso atrás, procurando ocultarse en las sombras del pasillo.

Inconscientemente, Carolina se fijó en el buen cuerpo del chico más cercano que, sin camiseta, de pie y dándole la espalda, exhibía su dorso completamente fibrado. Sospechó lo que debía estar a punto de ocurrir y, algo más calmada tras el estado de shock inicial, no pudo evitar comenzar a imaginar lo que debía estar sintiendo la joven desconocida rodeada de tanto hombre para ella sola. Esos perversos pensamientos consiguieron revitalizar el agradable picorcillo que la acompañaba desde la discoteca, reblandeciéndole un poquito más la entrepierna.

A pesar de haberse figurado que pasaría algo del estilo, la morena se quedó petrificada al ver cómo el descamisado tío bueno se arrodillaba frente a la muchacha mientras ésta se abría de piernas para él.

—¡Puedo hacerlo! —exclamó el chaval antes de agachar la cabeza y pasar la lengua a lo largo de la vagina, que parecía estar cubierta de un extraño color blanquecino.

—¡Mierda! —Carolina ahogó un grito al descubrir a quién pertenecía esa voz.

De inmediato, un sentimiento de culpabilidad le hizo apartar la mirada rápidamente. La novia de Roberto, consciente de lo más que lubricaba que debía estar, se mordió un labio, tratando de olvidar la excitante imagen de su primo pequeño Esteban comiéndose la entrepierna de aquella desconocida.

—Creía que habías dicho que lo habías hecho antes —se quejó jocosamente uno de los otros chicos, alzándose de su asiento para conseguir desviar la atención de Carolina y provocar que se percatara de que se trataba de Tomás, el imponente tiarrón de la discoteca que se había peleado con su novio hacía poco más de una hora.

—Lo he hecho antes —protestó Esteban mientras la muchacha se corría entre evidentes sollozos de placer—, ¡pero con una mujer de verdad! Esta cría no me sirve. Necesito un buen coño experimentado entre las piernas de una tía buena —provocó las risas del grupo de amigos.

—¡Pues parece que hay uno en el pasillo! —sonrió un muchacho de raza negra, mirando en dirección a Carolina, revelándola.

—¡Prima! —exclamó el veinteañero al girarse, mostrando su evidente turbación por haber sido pillado engañando a María, su novia, con la que mantenía una relación formal desde hacía unos cuatro años.

En realidad Carolina y Esteban no tenían demasiado trato, sobre todo debido a la diferencia de edad de más de un lustro. Únicamente coincidían en las reuniones familiares o alguna vez saliendo de fiesta, donde se saludaban y tal vez charlaban un poco, pero nada más.

A ella le caía bien María y no le gustó descubrir que él le estuviera poniendo los cuernos. Aunque le cogió completamente por sorpresa, en el fondo, tampoco le extrañó que pudiera serle infiel, pues debía reconocer que su primo no era precisamente un santo y poseía suficientes cualidades como para estar prácticamente con la mujer que quisiera.

—Espero no haberos asustado —reaccionó finalmente con algo de sarcasmo—, porque yo me he llevado un buen susto al veros —miró con cierto aire de reproche en dirección a la chica, que parecía estar algo traspuesta.

—¡Menuda sorpresa! —intervino Tomás, sonriente—. Pensé que ya no iba a volver a verte… —remarcó aún más la perversa mueca de satisfacción—. Así que resulta que eres la famosa prima de Esteban… —concluyó con una ligera entonación maliciosa, haciendo que no pasara desapercibido para Carolina que al parecer era conocida entre los colegas de su primo pequeño.

—¡No tenía ni idea de que eráis amigos! —se excusó ella.

—¿Os conocéis? —inquirió Esteban, extrañado.

—Pues entonces yo creo que deberías presentarnos al resto —el negro dio un decidido paso al frente para plantarle dos besos a la treintañera—. Soy Amath.

—Ella es Carolina —añadió el primo, encargándose de las presentaciones—. Veo que ya conoces a Tomás —miró a ambos con cierto aire inquisidor, como evaluando la situación—. Él es Néstor —señaló a un chico tímido y algo regordete—. Y por último, Salva —provocó la desencajada sonrisa de oreja a oreja que dejaba entrever que el postrero de los amigos era un auténtico salido.

—Encantada, chicos —sonrió la novia de Roberto, percatándose del furtivo repaso que Esteban le estaba dedicando tras la conclusión de las presentaciones.

No era la primera vez que pillaba a su primo pequeño mirándola de ese modo, pero nunca le había hecho mucho caso, más allá de sentirse ligeramente adulada. Y, aunque en esa ocasión tampoco fue diferente, lo cierto es que extrañamente le gustó algo más que de costumbre, supuso que debido a las excepcionales circunstancias, así que no le quiso dar mayor importancia.

—Y ella no sabemos ni cómo se llama —bromeó Amath, haciendo referencia a la joven que seguía sentada en la silla, totalmente colocada, provocando las multitudinarias carcajadas masculinas.

—Bueno, ¿y cómo has acabado aquí si puede saberse? —inquirió Tomás.

—¿No habéis visto a Lucas y mi amiga? —se extrañó Carolina —. He llegado con ellos.

—¿Al final ha venido ese maldito cabronazo? —bromeó Amath.

—Por aquí no ha pasado nadie —añadió Néstor.

—Si está bien acompañado seguro que han ido arriba directamente, a las habitaciones —rio Salva traviesamente.

—Vale, chicos, pues siento haberos interrumpido —Carolina volvió a observar a la muchacha y luego desvió la mirada hacia su primo—. Voy a ver si los encuentro y os dejo con vuestra diversión —le reprendió de forma encubierta.

—¿Por qué no te quedas? La diversión acaba de empezar —propuso el negro, provocando el quejido de Esteban.

—Creo que es mejor que me vaya —concluyó Carolina, de nuevo sonriente, dirigiéndose hacia el pasillo—. Ha sido un placer —se despidió definitivamente.

Mientras se alejaba, la novia de Roberto pudo escuchar los cuchicheos de los veinteañeros, piropeándola y culpando al primo de que no se quedara. Cuando alcanzó el pie de las escaleras, con cierta complacencia por lo que estaba oyendo, escuchó la respuesta de Esteban.

—¡Es mi prima! Conoce a María y no la quiero en nuestra fiesta. Y menos con esta puta rondando por aquí. ¿Está claro?

—Pero tío —contestó Salva—, ¿tú la has visto? Podría ser nuestra próxima puta. Yo no pondría ninguna pega —sonrió perversamente—. ¿Qué edad tiene?

—¡Demasiada mujer para ti, cerdo! —respondió Esteban, provocando las risas de Carolina, que decidió empezar a subir las escaleras, cerciorando que quedarse abajo no habría sido conveniente.

La habitación

Ya en el piso de arriba, sabedora de lo que estarían haciendo Vicky y Lucas, Carolina procuró buscar un cuarto vacío en el que esperar a que terminaran.

—¡Sí, uhm, joder, chaval! Eso es… ah… sigue… ¡Qué bueno, mamonazo!

Tumbada en la cama, con los gemidos de fondo de su amiga procedentes de la habitación contigua, dándole vueltas a todo lo sucedido durante la noche, rememorando en su cabeza lo ocurrido en el piso de abajo y reteniendo la irreverente imagen de Esteban y sus cuatro amigos alrededor de la desvalida chica, volvió a sentir la necesidad de que Roberto le echara un buen polvo. Aunque no solía hacerlo muy habitualmente, por un momento se le ocurrió la posibilidad de empezar a jugar ella solita, planteándose muy seriamente la opción de colar una mano bajo la falda y llevarla a la entrepierna, cuando oyó cómo llamaban a la puerta.

—Adelante —contestó sin moverse del colchón.

Era Esteban, que asomó la cabeza antes de abrir la puerta del todo.

—¿Se puede? —preguntó, entrando y caminando hacia Carolina—. Siento lo sucedido.

—No hay nada que lamentar, primo. Lógicamente no sabías que iba a aparecer por aquí y yo, la verdad, no me imaginaba que iba a encontrarme con este tipo de fiesta —respondió, incorporándose mientras él se sentaba en el borde de la cama.

Esteban seguía sin camiseta y Carolina le echó un detenido vistazo. El veinteañero, sin estar cachas, estaba bastante fibrado y la imagen de su cuerpo desnudo seguía resultando más que agradable a los ojos de su prima mayor. El chico olía a alcohol y le brillaban los ojos.

—Que sepas que la hemos mandado a dormir a una de las habitaciones —afirmó Esteban, refiriéndose a la muchacha a la que le había practicado un cunnilingus.

—Vaya, pues lo siento si os corté el rollo —contestó con cierto desdén.

—De eso quería hablarte —aprovechó la ocasión, dibujando una pícara sonrisa—. Has sido una sorpresa muy agradable para mis amigos.

Carolina sonrió, a la espera de lo que su primo tuviera que decirle, pensando que no había encauzado mal la conversación.

—Verás… los capullos quieren que bajes y te tomes algo con nosotros —dijo, alzando las cejas inquisitivamente y provocando las risas femeninas debido a su graciosa mueca.

—¡Menudo peligro tenéis! —reaccionó, aún sonriente—. A ver, en principio parece una de esas propuestas que no se pueden rechazar —ironizó—. ¿Pero qué saco yo a cambio, primo? —entró al trapo, divertida con la proposición.

—¿¡Que qué sacas tú!? —simuló incredulidad—. Tienes la oportunidad de tomarte algo rodeada de unos cuantos tíos que estarán encantados con tu presencia —le guiñó un ojo con complicidad, avivando las carcajadas de la morena—. ¿Y todavía tienes la cara de preguntar que qué sacas tú? —continuó con el tono jocoso de la conversación, aprovechando para fijarse más detenidamente en el prominente busto que claramente insinuaba la ajustaba camiseta que se dejaba entrever bajo la americana de Carolina.

—Vale, vale. Entonces no está mal el trato —concluyó sin dejar de reír.

—Por cierto, mis amigos están todos solteros —la puso sobre aviso mientras se ponía de pie para dirigirse hacia la puerta.

—¿Y eso qué más da? —se ofendió—. No me voy a dejar… —pensó unos segundos, pero no encontró otra palabra más fina para describirlo— follar por ninguno.

—Relájate, que solo era una advertencia —sonrió—. Aunque, lo que pasa en nuestras fiestas se queda en nuestras fiestas —soltó con chulería.

—Tranquilo, que yo no quiero líos —respondió Carolina, captando el mensaje.

—¿No me vas a echar la bronca entonces?

—Claro que no. He de reconocer que no me ha gustado lo que ha pasado y que me sabe mal por María, pero es tu vida —respondió secamente—. Yo jamás le haría eso a Roberto —concluyó con firmeza.

—Lo sé —se apresuró a contestar, convencido de que realmente era así, mientras observaba cómo su prima relajaba el gesto para finalmente corresponderle con una naciente sonrisa—. Olvidémoslo entonces. Y ahora vamos a pasárnoslo bien —afirmó con suficiencia, dando el tema definitivamente por zanjado.

Carolina dudó. En ningún momento había dicho que sí a la propuesta, aunque debía reconocer que le apetecía divertirse. Aún se sentía eufórica y seguía con ganas de juerga. Sabía que si se quedaba en la habitación seguiría fantaseando y tal vez acabaría bajándose las bragas, cosa que prefería evitar, así que decidió entretenerse un poco con los chicos mientras esperaba a que Vicky apareciera.

—Está bien, estoy lista —aceptó finalmente, saliendo del cuarto y cerrando la puerta tras de sí.

De camino al salón, desde donde procedía la música que ya se escuchaba claramente a la altura de las escaleras, Esteban aprovechó para observar el culo de su prima mayor zarandeándose en dirección a la cueva de los lobos, sintiendo cómo la sangre acudía a su entrepierna, reforzando su incipiente dureza, como siempre que la miraba con la lujuria que sentía por ella desde hacía tantos años.

La fiesta

—¡Olé, la has convencido! —exclamó Amath al verlos aparecer.

—Ha sido fácil —le vaciló Esteban, provocando las divertidas quejas de Carolina mientras observaba a su primo agachándose para recoger su camiseta, que estaba tirada en el suelo.

—¿Qué quieres beber? —le ofreció Tomás—. Creo que te debo una copa —bromeó, recordando las que había perdido en la discoteca por ir a bailar junto a ella.

Mientras esperaba el ron con limón que le estaban preparando, la novia de Roberto se fijó más detenidamente en el salón. El ambiente era oscuro y parecía haber una cierta neblina. Observó a Néstor subiendo aún más el volumen de la música y sintió cómo el buen ritmo de la misma le cosquilleaba el corazón, pues desde donde se encontraba, cercana a uno de los altavoces, se empezaba a escuchar bastante fuerte. En la mesa vio los evidentes signos del alcohol que los veinteañeros debían haber ingerido y lo que le parecieron posibles restos de cocaína. Esa imagen y la idea de que los chicos pudieran estar colocados le aceleraron las pulsaciones, pues era más que consciente de las ganas de cachondeo que tendrían los amigos de su primo.

El primero que vino a hablar con ella fue Amath. El negro era simpático, además de guapo y corpulento. Aunque no tanto como el grandullón de Tomás, que no tardó en aparecer con el cubata. Mientras charlaba con ambos, sin poder evitar que su cuerpo comenzara a menearse lentamente al ritmo de la música, no dejaba de sentir las miradas de los otros chicos. Salva la observaba con cierto descaro, mientras que Néstor y su primo procuraban ser más taimados. En cualquier caso, tal y como había insinuado Esteban, ninguno de los cinco parecía dispuesto a dejar de atenderla, ya fuera con conversaciones, miradas o incluso sutiles roces, como el del chico salido cuando se arrimó más de la cuenta al pasar por su lado. Esas actitudes de depredadores hambrientos al acecho de la presa desvalida la hacían sentirse muy deseada. Y le gustaba. Tal vez demasiado.

—Amath, ¿voy a tener que decirte lo mismo que ya le dije antes a Tomás y a Lucas? —rio ante los evidentes intentos del chico por seducirla.

—¿Qué te dijo? —el negro se dirigió a su amigo con una pomposa entonación acompañada de una divertida mueca de incredulidad.

—¿Que perdía el tiempo? —Tomás contestó con cierta desgana, trasladando la mirada hacia la tía buena—. Pero dime, Carolina, ¿dónde estás ahora? —la chuleó.

—¿Y? Ha sido cosa de las circunstancias. De todos modos, sabes que sigues perdiendo el tiempo, ¿verdad, chaval?

—A ver —intervino Amath—, ahora mismo tenemos a una tía medio muerta en una de las habitaciones y a la otra se la está follando Lucas. Eres nuestra mejor opción.

—Más bien la única diría yo —rio la morena—. Por cierto —desvió la conversación dirigiéndose a Tomás—, tú y yo tenemos que hablar de lo que ha pasado en la discoteca —le increpó.

—Uhm… ¡No me digas que el capullo ese era tu novio! —rio a carcajadas, captándola en seguida.

—¡Pues claro! ¿Quién te creías que era? Y no es ningún capullo, ¿vale? —le rectificó.

—¡Por supuesto que no! —ironizó, dibujando una medio sonrisa burlesca mientras adoptaba una clara pose de prepotencia—. ¿Y cómo se encuentra el capullo? —remarcó el evidente tono de mofa.

Carolina obvió lo que le pareció un burdo intento de provocarla.

—Pues bien, supongo —contestó, ya sin darle mayor importancia, más que convencida de que realmente era así.

—No sabía que tenías novio —mintió Amath—. ¿Qué le ha pasado? —se hizo el tonto pues en realidad sabía perfectamente lo que había ocurrido.

—Nada, que su chico es algo torpe…

—¡Tomás! —se quejó Carolina, más divertida que molesta, dándole un manotazo en el fornido hombro.

—¿Torpe por qué? —insistió el negro.

—Por caerse de culo delante de mis narices —siguió ridiculizándolo.

—Va… no seáis malos… —solicitó Carolina con una leve sonrisa ladina—. Yo creo que ha sido más bien por meterse con quien no debía… —afirmó finalmente, siguiéndoles el rollo mientras miraba a los ojos del joven tiarrón que había humillado a su novio para captar la satisfacción que brotaba de su orgulloso rostro, comenzando a resultarle algo más que interesante su actitud chulesca.

—En realidad lo entiendo —añadió Tomás—. Tu chico pensó que iba a meter esto donde no debía —fanfarroneó, volviendo a agarrarse el paquete delante de la morena del mismo modo que ya hiciera en la discoteca—. ¿Crees que el muy idiota tenía razón, Carol? —le inquirió.

La experimentada treintañera frunció el ceño al escuchar cómo insultaban descaradamente a su novio. Sin embargo, en vez de recriminárselo, aunque por supuesto no pretendía mirar, no pudo evitar recordar la anterior ocasión en la que no tuvo tiempo de recrearse por la inoportuna aparición de Roberto e, instintivamente, decidió echar un pequeño vistazo. Bajó la mirada con cierto disimulo y pudo confirmar que efectivamente el bulto del muchacho parecía bastante voluminoso. Sintió la sangre ardiéndole y retiró la mirada de inmediato.

—¡Serás cabrón! —se hizo la ofendida, dando media vuelta y alejándose de los dos veinteañeros, que siguieron cachondeándose del chico de Carolina.

—¿Te parece que Tomás está bueno? —la interceptó Salva, pillándola por sorpresa, aún aturdida por la rocambolesca situación que acababa de experimentar.

—¿Cómo?

—Que si crees que Tomás es el que está más bueno de todos nosotros… —insistió, haciéndola reír debido a la inesperada cuestión.

—Pues… —pensó unos segundos—. No, no lo creo —contestó finalmente.

—Entonces… ¿quién crees que es el que está más bueno?

—¿Y a qué viene esa pregunta? —sonrió.

—Me ha parecido que estabas interesada en él —provocó finalmente las carcajadas de Carolina.

—Qué poco observador eres… —quiso desdeñarlo—. El más guapo es mi primo —le sacó la lengua.

—¡Esteban, que tu prima dice que estás bueno! —gritó, haciendo cachondeo.

—¡Yo no he dicho eso! —se quejó ella, sin dejar de reír.

—¿Y qué es lo que has dicho? —se interesó el aludido, acercándose a Salva y Carolina.

—Pues que eres guapo… —dijo sin pensar, sintiendo el cosquilleo que automáticamente se apoderó de su estómago al ser consciente de que acababa de piropear a su primo pequeño.

—Tú tampoco estás nada mal, prima —reaccionó sonriendo vanidosamente y provocando una extraña y agradable sensación de nerviosismo en Carolina, que no se esperaba la actitud de Esteban, rodeándola por la cintura con un brazo mientras hacía chocar sus copas—. ¡Por los guapos de la familia! —la hizo sonreír.

—Entonces, que sea el más guapo no le convierte en el que está más bueno —intervino Salva mirando fijamente a Carolina con las cuencas de los ojos bien abiertas.

—Claro, hay otras cualidades… —afirmó ella, sacándole la lengua.

—Esto se pone interesante… —apareció Amath, uniéndose al grupo—. Tal vez podrías juzgar quién está más bueno de nosotros.

—¡Pero si no sois más que unos críos! —carcajeó la tía buena, dándole el último sorbo a la bebida mientras veía cómo Tomás se acercaba con un nuevo cubata para ofrecérselo.

Carolina no tardó en verse rodeada por los cinco veinteañeros, riendo con cada uno de ellos mientras no dejaban de agasajarla. Era el puto centro de atención de la fiesta y se lo estaba empezando a pasar extremadamente bien.
 
—¿Y cómo tenéis pensado que decida quién está más bueno? —preguntó ingenuamente, siguiéndoles el rollo.

—Fácil —intervino Esteban—. Nos observas a todos y luego… ¡Solo tienes que elegir a tu primo! —la hizo reír.

—A ver, ¿qué es lo que te gusta de un hombre? —inquirió Amath.

—Muchas cosas —bromeó coquetamente.

—Eso ya lo sabemos —Salva dibujó una desconcertante sonrisa en su rostro.

—Una buena musculatura —afirmó Tomás vanidosamente, mostrando una vez más su portentoso brazo.

—Por ejemplo —sonrió Carolina, observando con cierto deleite el fastuoso bíceps del tiarrón.

—Vale, pues evalúa quién de nosotros está más cachas —propuso Amath.

—¿En serio crees que es necesario? —bravuconeó Tomás.

—Puede —soltó la treintañera, sin dejar de mirarlo, al mismo tiempo que agarraba a Esteban por una de sus muñecas y comenzaba a subir inocentemente por toda la extensión del brazo con la clara intención de desafiar al chulito.

Mientras lo hacía, observó de reojo cómo su primo pequeño la devoraba con la mirada y no pudo evitar sentirse atraída por su inapropiada actitud. Desviando poco a poco la atención hacia él, mientras introducía la mano dentro de la manga de la camiseta para alcanzar su hombro, los ojos de ambos acabaron retándose mutuamente, hasta que ella apartó la mirada.

Aunque el gesto de la mujer no pretendía ser más que una broma, lo cierto es que el roce con la piel desnuda y ligeramente sudorosa de Esteban, unido al imprevisto juego de miraditas, le provocó cierta incomodidad al sentir cómo, de forma totalmente inesperada, le subían un par de grados de temperatura por culpa de su primito.

El consiguiente revuelo sacó a Carolina de su pequeño ensimismamiento, no pudiendo evitar sonreír al ver cómo los cinco chavales se agolpaban de pie frente a ella para remangarse las camisetas mientras doblaban uno de los brazos y mostraban los respectivos bíceps en su máxima expresión.

—¡Cuánto macho suelto! —chasqueó, más que divertida con el intento de los niñatos por impresionarla—. Uhm… esto va a ser difícil —anunció con cierto coqueteo, aceptando finalmente el reto y asumiendo el falso papel de jueza.

—Es verdad, parece que estás pasando un mal rato —ironizó Amath.

—¡Silencio! No me distraigas —se quejó jocosamente sin perder el semblante sonriente.

La novia de Roberto se fijó someramente en las diferentes musculaturas. El brazo de Néstor, aunque voluminoso, era evidentemente el más fofo. El de Salva parecía enclenque, mientras que los de Esteban y Amath estaban muy bien definidos. Pero el que se llevaba la palma era sin duda el de Tomás, claramente el más portentoso de todos.

—¿Y bien? —preguntó el tiarrón con cierta soberbia.

—Creo que es evidente… —contestó ella, sonriéndole discretamente.

—Te dije que no hacía falta comprobarlo —fanfarroneó.

—Me temo que no deberías tomar una decisión tan a la ligera basándote solo en el aspecto —aseguró Amath—. Yo creo que tendrías que palpar los bíceps de todos si quieres hacerte una idea más adecuada.

—¡Sí, claro! No le eches tanta jeta, chaval. Aquí nadie ha hablado de tocar…

—¡Pero si acabas de sobar a tu primo! —se quejó Salva, dejándola en evidencia.

—¿Y te has puesto celoso, pequeñín? —le replicó, burlándose de él.

—Pues sí, un poquito —volvió a mostrar su habitual mueca desencajada, provocando las risas de Carolina.

—De todos modos no es lo mismo mi primo que unos desconocidos… —afirmó, ligeramente descolocada al recordar lo que había experimentado al tocar a Esteban.

—¿Eso es lo que aún somos para ti, unos desconocidos? —se quejó Tomás con una sonrisa jactanciosa.

—Prima, tampoco va a pasar nada malo porque le toques el brazo a mis colegas —aseguró el novio de María—. ¡No creo que de repente vayan a salirle cuernos a Roberto por hacerlo! —bromeó, rememorando la conversación que ambos tuvieron a solas en el piso de arriba.

—¡Claro que no! —reaccionó ella rápidamente, más que convencida de la veracidad de las palabras de su primo pequeño.

Aunque su novio era bastante celoso, lo cierto es que Carolina nunca le daba motivos, más bien todo lo contrario. Pensó que, por una vez que se dejara llevar un poco, tampoco es que fuera a engañarlo ni serle infiel. Así que le quitó hierro al asunto y, reafirmándose en que su chico ni siquiera se iba a enterar, decidió que comprobar la dureza de los bíceps de su primo y sus amigos era una tontería y no era algo por lo que Roberto tuviera que preocuparse.

—Anda, haced bola—aceptó finalmente.

Las miradas de complicidad de los cinco colegas lo decían todo. Procurando disimular las muecas de satisfacción, volvieron a repetir el gesto, haciendo fuerza para marcar la musculatura del brazo lo máximo posible mientras la preciosa treintañera se disponía a comprobar, de uno en uno, su varonil dureza.

—¡Guau! —Carolina se sorprendió al hundir los dedos en el bíceps de Néstor y descubrir la firmeza que quedaba oculta bajo la capa inicial de grasa—. Al final vas a tener razón… —sonrió, desviando la mirada hacia Amath.

—Pues claro, tonta, ¿qué te creías, que te estaba engañando? —le devolvió la sonrisa astutamente mientras la observaba acercándose a su siguiente amigo.

—Toca, toca —le instó Salva con un gesto de cierta impaciencia.

En esta ocasión a la novia de Roberto no le falló la primera impresión. El brazo del veinteañero era delgado y su musculatura bastante débil, tal y como había podido comprobar a simple vista.

—Lo siento, pero creo que tú no vas a ser el más cachas —afirmó de forma jocosa, provocando las risas y bromas del resto.

Mientras se dirigía hacia Amath, la morena se fijó en lo bueno que estaba. Instintivamente pensó que nunca había estado con un negro y no pudo disimular la sonrisa que le provocó esa traviesa idea. Sabía que después de decidir quién de los críos estaba más fuerte se acabaría el juego, así que, ya que tenía que hacerlo, se dispuso a disfrutar un poco de los últimos toqueteos. Al fin y al cabo la cosa no iba a pasar de ahí.

El bíceps del chico era pura fibra y, tal y como había resuelto, la tía buena se recreó palpándolo, hasta el punto de emplear ambas manos, regodeándose y dejando volar la imaginación llegando a preguntarse si el negro lo tendría todo tan duro. No tardó en alejarse de la tentación definitivamente, separándose del veinteañero sin dejar de sonreírle. Carolina se estaba divirtiendo.

El siguiente era Esteban. Aunque no creía estar haciendo nada malo, tampoco pretendía solazarse tanto como con Amath, pues no dejaba de tratarse de alguien de su propia familia. Así que, procurando evitar volver a cruzarse con su mirada, se acercó a él y, como ya hiciera con anterioridad, le acarició el brazo sin recrearse, esta vez para comprobar su recia musculatura, que no desdecía en absoluto a la del negro.

—Joder, primo. Estás fuerte —afirmó, gratamente sorprendida.

—María no tiene queja —respondió él con una mueca de suficiencia.

—No lo dudo… —apretó los dedos levemente, llegando a dejarle una tenue marca sobre la masculina piel mientras terminaba de recorrer toda la longitud del brazo antes de retirarse definitivamente.

Ya solo quedaba uno. Carolina dirigió su atención hacia el postrero de los veinteañeros, al que observó endureciendo su bíceps izquierdo con la misma vanidad de siempre. Puesto que quería evitar seguir dándole más juego del que ya le había permitido, decidió no entretenerse con el tiarrón más de la cuenta. Sin embargo, cuando llegó a su altura, dispuesta a cumplir con el último magreo, el chulito la detuvo.

—Espera, mejor este —sonrió con malicia, cambiando de brazo.

—¿Y eso? —preguntó ingenuamente, comenzando a acariciar la ostentosa musculatura que Tomás puso a su disposición.

—Porque quiero que te recrees con el brazo con el que le he dado la paliza al gilipollas de tu novio —le susurró, remarcando claramente el menosprecio hacia Roberto con la intención de humillarlo aún más.

—No te pases, cabrón… —fue lo único que consiguió farfullar, completamente desarmada al permitir que insultaran a su novio descaradamente, sin poder hacer nada, pues no se esperaba en absoluto esa respuesta repleta de perfidia.

Muy a su pesar, molesta consigo misma por lo que el maldito niñato estaba siendo capaz de provocarle, no pudo evitar sentirse definitivamente atraída por la chulesca actitud juvenil, que automáticamente la impulsó a seguir sobándole con más lujuria de la que pretendía mientras notaba cómo el tiarrón hacía aún más fuerza, logrando que, a medida que la inconmensurable musculatura varonil adquiría mayor volumen y dureza, pudiera deleitarse sintiendo cómo se enardecían las venas del brazo con el que Tomás había golpeado reiteradamente a Roberto delante de sus propios ojos. De forma casi imperceptible, Carolina resopló disimuladamente.

El improvisado concurso parecía tener un claro vencedor, mas no por eso el resto de chicos quedaron convencidos.

—¡No puedes considerar quién está más cachas sin vernos sin camiseta! —se quejó el negro, provocando que la treintañera volviera a sonreír ante las nuevas aviesas intenciones.

—Creo que Amath tiene razón —insistió Esteban, logrando que su prima mayor ampliara aún más la sonrisa.

—Tíos, asumid la derrota de una puta vez —vociferó el engrandecido ganador.

—Bueno, en realidad… los brazos no lo son todo —la morena, ligeramente picada con Tomás, entró al trapo para intentar importunarlo.

—¡Tú lo que quieres es seguir palpando, zorra! —soltó Salva.

—¡Oye! —se quejó ella, más sorprendida que otra cosa ante la vehemencia del muchacho.

—¿Es eso, Carol? —inquirió Amath.

—¿Quieres vernos sin camiseta? —añadió Esteban.

—A ti ya te he visto… —contestó a su primo pequeño, sacándole la lengua con cierta picardía.

—Y quieres vernos al resto, claro… —insistió Salva, comenzando a quitarse la camiseta lentamente.

Carolina no tuvo ocasión de contestar cuando contempló a los cinco chavales dispuestos a deshacerse de la única prenda que cubría la parte superior de sus cuerpos. Sin saber muy bien cómo seguía metida en el lío, no tuvo más remedio que sonreír nerviosamente mientras se fijaba en la divertida estampa.

Los brazos de los veinteañeros ya daban una pista del cuerpo de cada uno, así que no se sorprendió al ver el estómago rollizo de Néstor y el enclenque torso de Salva. La visión de su primo tampoco era nada nuevo para ella y el cuerpazo de Tomás no la pilló por sorpresa. Sin embargo, alucinó al ver las marcadas abdominales de Amath y sus perfectos pectorales, aún más llamativos si cabe gracias al color oscuro de su piel, ligeramente brillante debido al exiguo sudor que le envolvía.

—Oye, a mí no me parece bien que nosotros estemos sin camiseta y tú aún estés vestida —soltó Salva de repente, provocando las inmediatas carcajadas de Carolina, que rápidamente quedaron ocultas bajo los vítores del resto.


—Para ser justos —intervino Amath cuando los ánimos se calmaron un poco—, creo que Salva tiene razón y podrías ponerte un poco más cómoda… —dejó caer como si tal cosa.

—¡Sí, claro… yo no os he pedido que nada, eh! —se quejó.

—Es cierto, pero tampoco te vas a morir por quitarte algo —aseguró Tomás—. No hace falta que te desnudes completamente… si no quieres —chasqueó con una sonrisa con malicia.

—¡Por supuesto que no!

—Además, que nosotros tampoco estamos en pelotas —añadió Néstor, aplacando un poco la efusividad de los acontecimientos.

—Ni falta que hace…

—Va… solo una prenda y ya está, prima —intervino Esteban, logrando que Carolina comenzara a sentirse abrumada ante tanta insistencia.

—A ver… si queréis puedo quitarme la americana. Pero nada más —soltó con total dignidad, como si fuera ella la que llevara la voz cantante y acabara de decir algo demasiado evidente.

—Me parece bien —confirmó el primo, sin darle importancia y logrando el consenso unánime del resto.

Los cinco amigos volvieron a mirarse con disimulada complicidad observando cómo Carolina se deshacía de la chaqueta que la había acompañado toda la noche, mostrando más claramente la ceñida camiseta de color gris que dejaba a la vista su generoso escote e insinuaba a la perfección la excelsa silueta femenina, formada por un vientre totalmente plano y unos voluminosos pechos firmemente bien puestos. Esa morbosa escena avivó automáticamente todos y cada uno de los jóvenes falos allí presentes.

—¿Y bien? —inquirió, haciéndose ligeramente la tonta nada más dejar la americana reposando sobre una de las sillas mientras se giraba hacia los chicos.

—Estás cañón —respondió el negro con total serenidad.

—Gracias —le sonrió Carolina, desviando rápidamente la mirada hacia Néstor.

—Yo no voy a ganar —sollozó el muchacho, provocando las risas de la treintañera.

—Lo que tienes que hacer es un poco más de deporte —le aconsejó, sin hacerle mucho más caso.

—¿Y yo? —preguntó Salva.

—Tú tampoco vas a ganar —se burló de él—. Y por haberme insultado antes, ahora te vas a quedar con las ganas de que te toque —le sacó la lengua, sabedora de los más que previsibles deseos del veinteañero.

—¡No jodas!

Mientras Salva se quejaba de su mala suerte, los otros se quedaron a la expectativa viendo cómo la espectacular tía buena se dirigía con parsimonia hacia Amath, preguntándose si, al desdeñar al salido del grupo, había insinuado que sí iba a sobar al resto.

—Vaya cuerpazo que te gastas, chaval… —anunció la morena mientras entraba en contacto con el chico negro, apoyando las manos sobre sus dorsales, sin mayores pretensiones.

—No te cortes. Palpa bien, que quiero ganar —bromeó Amath, provocando las risas de Carolina, que se mantuvo quieta, aferrada a los costados del muchacho, sin intenciones de ir más allá.

El veinteañero no tardó en agarrar una de las manos femeninas para guiarla hacia su abdomen. Ella se dejó hacer, empezando a acariciar la tableta de chocolate con un alto porcentaje de cacao. Disfrutando del paseo que sus dedos estaban recorriendo entre los pliegues de su musculatura, la novia de Roberto se acercó peligrosamente a la parte baja del estómago, muy cerca del inicio del pubis, donde pareció intuir el característico calor que la zona debía desprender. Su mente volvió a jugarle una mala pasada y comenzó a imaginar si la polla del negro haría honor a la fama de su raza. Sonrió, dándose cuenta de lo inapropiado de ese pensamiento, y decidió que ya tenía suficiente. Pero Amath la sorprendió.

—Anda, ven aquí —la asió por las muñecas—, a ver si vas acabar haciendo una tontería —rio, ahora dirigiéndola hacia sus pectorales.

—¡Serás idiota!

De una forma totalmente inesperada, Carolina se vio forzada a aferrarse con ambas manos al fornido pecho del negro, que aún la mantenía sujeta. Con los dedos casi clavados en la carne masculina pudo comprobar que el niñato estaba verdaderamente fuerte.

—¿Y todo lo tienes tan bien puesto? —preguntó melosamente, sorprendiéndose a sí misma, pues no pretendía aparentar ser tan sugerente.

—¿Quieres comprobarlo? —tiró aún más de ella para llevarla hacia su espalda, casi obligándola a abrazarlo.

—Ya vale, ¿no? —rogó al hacer ademán de retirarse y sentir la resistencia de Amath.

El gesto obligó a Carolina a dar un paso hacia delante, casi chocándose con el crío que la maniataba. Él la guió a lo largo de su espalda, forzando que sus cuerpos se acercaran cada vez más, hasta que ineludiblemente se iniciaron los primeros roces.

La novia de Roberto notó cómo sus grandes tetas se restregaron sutilmente contra los recios pectorales del amigo de su primo pequeño, provocándole una agradable sensación en los ya enardecidos pezones, suficiente como para que el picor de la vagina, que no había parado de crecer, empezara a escocerle tenuemente, sintiéndose tentada a palpársela allí mismo. Por suerte no pudo, pues aún seguía presa del joven negro y no tuvo más remedio que morderse con disimulo uno de los labios mientras, de forma encubierta, apretaba ligeramente los muslos.

—¡Bueno, ya! —se quejó, tirando con más fuerza para lograr que Amath la soltara al fin, separándose de él definitivamente.
Ciertamente sofocada, consciente de que evidentemente seguía cachonda y nada hacía presagiar que la cosa fuera a cambiar en breve, Carolina pensó que al menos debía evitar que su excitación fuera a más. Así que si quería seguir lidiando con los críos mientras esperaba el momento en que tuviera a Roberto entre las piernas, tendría que empezar a poner ciertos límites y, por supuesto, estaba dispuesta a ponerlos.

El parón

—Está bien, chicos, esto no está resultando fácil —confesó con una sonrisa inquieta—. Necesito una cerveza —se excusó tajantemente, provocando las risas de los cinco amigos a los que parecía hacerles gracia el entrecomillado sufrimiento de la treintañera que ya se dirigía hacia la cocina.

Carolina pensó que tal vez la situación se le estaba empezando a ir de las manos y se convenció de que debía bajar el tono de las bromas, sabedora de que los niñatos se estaban pasando un poco de listos.

—Prima, ¿estás bien? —la sorprendió Esteban, pillándola apoyada en la encimera con la cerveza fría en la mano y el culo ligeramente en pompa, permitiendo que el veinteañero pudiera echarle un buen vistazo.

—Creo queya no voy abebermás —afirmó, comenzando a atropellar las palabras por culpa de todo el alcohol que había ingerido durante la noche.

—¿Prefieres probar un poco de esto? —se acercó con parsimonia hasta situarse junto a ella.

Al igual que ya hiciera Lucas en el coche hacía un buen rato, Esteban le ofreció unos gramos de cocaína. Aunque no lo había sabido con certeza hasta ese momento, en realidad no le sorprendió la confirmación de que el pillo de su primo se drogaba.

—¿Te vas a colocar?

—Ya estamos colocados —le sonrió él.

—Yo un poquito también —confesó en un tono suave, devolviéndole la sonrisa tontamente como si se tratara de una niña pequeña que acababa de ser descubierta portándose mal.

—¿Te preparo una entonces?

Puesto que no consumía normalmente, Carolina dudó si volver a ponerse. No obstante, notaba que los efectos de la primera raya habían desaparecido casi por completo y empezaba a sentirse un poco ebria, lo que le provocaba una ligera y desagradable sensación de aturdimiento. Sin duda prefería seguir activa y, en el fondo, compartir una clencha con su primito le resultaba tan inapropiado como extrañamente atrayente.

—Venga, vale —aceptó al fin, dejando la cerveza a un lado—. Pero será nuestro secreto. De esto no puede enterarse Roberto —bromeó, sonriente.

—¡Ni mis padres! ¡Ni los tuyos! —ambos rieron.

Esteban había estado esperando ese momento. Cuando ella se agachó para esnifar la droga, tuvo un perfecto primer plano de su escote, pudiendo observar claramente el excitante movimiento de sus grandes tetas, que colgaban debido a la postura, al contraerse para luego volver a su posición inicial. Con disimulo, se acarició el paquete, notando la rigidez que poco a poco había ido adquiriendo durante la noche.

—Que se te van los ojos —le recriminó jocosamente.

—Normal con estas vistas…

—Joder con el primito… —sonrió, alucinando con su cada vez mayor descaro.

El nuevo tiro, de mucha más pureza que el anterior, le sentó especialmente bien a Carolina y, aún con el hormigueo instaurado en la nariz, regresó junto a Esteban al salón donde los amigos de él les esperaban.

—¿Has estado sobando a tu primo en la cocina o qué, guarra? —la increpó Salva en cuanto aparecieron.

—No te pases —le advirtió ella—. Y se acabaron los toqueteos —sonrió con suficiencia dirigiendo la miraba al resto.

—¿Ahora que llegaba la mejor parte? —reaccionó Tomás, endureciendo la musculatura de su tronco superior para deleite de la treintañera.

—La mejor parte ya se la ha llevado antes —replicó Amath, provocando un divertido enfrentamiento dialéctico entre ambos.

A la novia de Roberto le seguía haciendo gracia la rivalidad varonil llena de testosterona por demostrar quién de los críos era el más machito.

—Bueno, ¿entonces tenemos ganador o no? —preguntó Esteban.

—Empate técnico —bromeó ella.

—Habrá que desempatar —puntualizó el negro, provocando las carcajadas de Carolina.

—Vale, vale… entonces sí hay un ganador —aclaró, incitando los jocosos abucheos de los chicos.

La morena empezó a cavilar. Esteban estaba bastante fibrado y lo tenía todo muy bien puesto, pero no se podía comparar con su amigo Tomás, que no cabía duda de que era el que poseía una musculatura más portentosa. Sin embargo, aunque no estuviera tan fuerte, Amath estaba extraordinariamente bien definido.

—Y el ganador es… —prosiguió, haciendo una pausa dramática para alargar el divertido momento y aprovechar para acabar de decidirse mientras desviaba la mirada hacia cada uno de los cinco amigos— ¡Amath!

—¡Venga ya! —se quejó Tomás mientras el triunfador se pavoneaba entre carcajadas y Carolina sentía cierta satisfacción al ver derrotado al cabronazo que había conseguido calentarla después de lo que le había hecho a Roberto.

—Así que Amath es el que está más bueno… —sondeó Salva.

—¡No te enteras! —rio la morena—. ¿No estábamos evaluando quién está más cachas?

—¿En serio? —se indignó aún más el tiarrón—. Si es por la sobada que le has pegado, aún estás a tiempo de meterme mano a mí también y cambiar de opinión —propuso con prepotencia.

—Ya he dicho que nada de toqueteos —se hizo la dura—, pero gracias por el ofrecimiento de todos modos —sonrió con simpatía.


—¿Entonces el más guapo es tu primo y el que está más fuerte es Amath? —insistió el salido del grupo, una vez más abriendo los ojos como si se le fueran a salir de las cuencas.

—Eso parece —respondió Carolina, restándole importancia.

—Entonces aún nos falta por saber quién está más bueno —aprovechó la ocasión una vez más el negro.

—Pues mi chico —les sorprendió la treintañera, parándoles los pies de forma inesperada.

—Diría que ese capullo no está aquí —aclaró Tomás.

—Por desgracia.

—¿Es que te lo estás pasando mal con nosotros, prima?

—¡Para nada!

—¿Entonces? —inquirió Néstor.

—Entonces a lo mejor me iría con él a una de las habitaciones de arriba —bromeó, guiñándoles un ojo y provocando las risas de los muchachos.

—Si quieres puedo acompañarte yo —se ofreció Salva.

—¡No, gracias! —contestó instintivamente con una mueca de rechazo.

—Y si te lo propusiera el que está más bueno de nosotros, ¿te dejarías acompañar? —insistió Amath con perspicacia.

—Puede… —entró al trapo—. Para que me lea un cuento —les vaciló, ahora sacándoles la lengua.

—A ti te habrán contado muchos cuentos ya —la provocó el tiarrón.

—Y milongas —le sonrió.

—¡Joder! Parece que te ha sentado bien la coca —rio Esteban.

—¡Primo! —le reprendió sin perder el semblante sonriente.

—¿Eso es lo que habéis estado haciendo? —inquirió Salva—. ¡Hijo de puta! Yo también quiero.

—¡Tú ya vas puesto hasta las cejas, cabrón!

Carolina no pudo evitar reír con el revuelo que se acabó formando. Para su tranquilidad parecía que había recuperado las riendas de la situación y, consiguiendo controlar su peligroso furor uterino, mientras observaba a los chicos, volvió a sentir esa especie de tremenda alegría que la envolvía gracias al mágico polvillo blanco que había estado esnifando en secreto junto a su primo pequeño hacía tan solo unos minutos.

La continuación de la fiesta

—¿Seguro que no quieres? —insistió Amath, dirigiéndose a la morena.

—No, gracias, los porros me dan sueño.

—Entonces mejor no fumes, que la fiesta aún no ha acabado —musitó Tomás medio sonriendo antes de darle una calada a uno de los canutos de marihuana que los cinco amigos estaban compartiendo.

—Están tardando un montón —se quejó ella.

—Bueno… ahora deben estar echando el segundo polvo —aventuró Esteban.

—¡Ese es mi Lucas! —gritó Salva, riendo.

—¡Joder con la fogosidad de los niñatos de hoy en día! —bromeó, percibiendo al instante las subrepticias miradas libidinosas de todos y cada uno de los chicos dirigiéndose hacia ella.

—¿Sientes envidia de tu amiga? —inquirió el salido del grupo.

—¡Por supuesto que no! —reaccionó rápidamente—. Me están esperando en casa —aclaró, sonriente.

—Tienes ganas desde la discoteca, eh… —soltó Tomás con su habitual mueca chulesca.

—A ti te lo voy a decir… —se negó a contestar.

—¡Pues claro que tiene ganas! —afirmó el negro—. ¡Como todos! —añadió, provocando las risas multitudinarias, pues a esas alturas empezaba a ser perfectamente palpable el buen rollo que se había generado en el ambiente gracias a la mezcla de alcohol, drogas, música y continuas bromas.

—Entonces, ¿qué dices que vas a hacer cuando llegues a casa con tu novio? —insistió Salva jocosamente sin perder su habitual gesto desquiciado.

—Pues seguramente nada, porque estará durmiendo.

—¿Pero no te estaba esperando…? —la pilló en un renuncio.

—Pues habrá que despertarlo —rio, topándose con la maliciosa mirada de Tomás, que la observaba sonriente.

—¿Y Roberto ya será capaz de echarte un par de polvos? —bromeó Esteban, chuleando por primera vez al novio de su prima mayor, a la que ya le sorprendía cada vez menos su atrevimiento.

—No creo que tengamos tanto tiempo, que ya será tarde —reaccionó ella sacándole la lengua.

—Siendo Lucas el que se la está follando es probable que no te vayas de aquí hasta mañana —Salva la hizo reír.

—¿Tan bueno es? —preguntó instintivamente, más interesada en el ligón de lo que pretendía al recordar lo bien que la había tratado, primero en la discoteca y luego en el coche, sin poder evitar sentir una cierta desazón, que le duró tan solo un instante, al ser consciente de que si se hubiera dejado llevar sería ella la que en esos momentos estaría arriba disfrutando del aparente buen hacer del tío bueno que se estaba tirando a Vicky.

—Ya te lo contará tu amiga… —refunfuñó Tomás.

—Jo… —Carolina les encandiló con una magnífica actuación, poniendo una traviesa mueca de fingida tristeza que poco a poco se fue transformando en una sonrisa rebosante de picardía— ¿entonces tendré que esperar hasta mañana para saberlo?

—Eso parece… —intervino Néstor.

—¿Y qué piensas hacer mientras? —le sonrió Amath.

—Por desgracia, me temo que tendré que entretenerme con vosotros… —bromeó, alargando la sonrisa lo justo para acabar forzando un divertido gesto de disgusto, despertando inmediatamente las reacciones de cachondeo de los veinteañeros.

—Pobre… —soltó uno, poniendo cara de congoja.

—¡Puta vida! —exageró otro, llevándose la mano al rostro.

—¡Y para que luego encima solo te follen una vez! —se oyeron carcajadas.

La tía buena no dejaba de reír con las continuas payasadas de los fumetas. Seguía pasándoselo tremendamente bien a pesar de las evidentes intenciones de los niñatos, a las que ya no les daba tanta importancia pues entendía que, al fin y al cabo, no eran más que unos críos divirtiéndose en su fiesta privada y, aun habiendo conseguido turbarla más de lo esperado, estaba claro que no podían hacer absolutamente nada para impedir que fuera Roberto quien le acabara quitando el calentón. Aunque, al contrario que Lucas, lo hiciera con un único y mísero polvo, pensó, sonriendo con malicia para sus adentros.

—A ver, Carol, y a parte de lo cachas que esté un tío, ¿en qué más te fijas? —Amath encauzó la conversación.

—En realidad a mí los cachitas no me van especialmente —le dedicó una encubierta sonrisa al tiarrón del grupo.

—Viendo al tirillas de tu novio, me lo creo —replicó Tomás, incitando las carcajadas femeninas.

—Pues me fijo en varias cosas… —prosiguió— en la cara, en las manos y… en el culo.

—Yo tengo un buen culo —reaccionó Néstor inesperadamente, provocando que sus amigos emporrados se descojonaran de la risa.

—A ver, que yo lo vea —pidió ella, risueña debido al atrevimiento del tímido muchacho.

El amigo de Esteban se puso de pie y, dándose la vuelta, se quedó de espaldas a Carolina, que se acercó al veinteañero sin perder el semblante sonriente por lo cómica que le parecía la situación. Al llegar a su altura, animada al escuchar los vítores del resto, le palpó una nalga, notando la musculatura bien tonificada. Ella sonrió al percibir cómo el joven se tensaba.

—Pues es verdad que tienes un buen culo —apretó aún más, divertida, pensando que si el chaval hubiera estado más bueno tal vez se habría fijado antes.

Néstor tuvo que arquearse ligeramente, de una forma lo más imperceptible posible, para que los calzoncillos se destensaran lo suficiente como para que dejara de dolerle la entrepierna, que se le había endurecido nada más sentir el agradable tacto de la tía buena sobándole el trasero.

Al girarse, Carolina se encontró de forma totalmente inesperada con Salva que, de espaldas y encorvado hacia delante, mostraba las posaderas moviéndolas grácilmente de izquierda a derecha, provocando al instante las carcajadas femeninas.

—¿Tú también quieres que te toque el culo? —bromeó entre risas, aún con lágrimas en los ojos por la gracia que le había hecho su tontería, pero antes de que el chico contestara, la morena le dio un azote—. ¡Te lo merecías! Por haberme vuelto a insultar —le sacó la lengua.


—¡Uhm! —forzó un gemido, sacando aún más el pompis, como si estuviera disfrutándolo—. Si me das otra palmada prometo devolvértela —rio.

—¡Más quisieras! —reaccionó, esta vez dándole un pellizco en la nalga.

—¿Y qué hay de nuestros culos? —preguntó Amath jocosamente.

—En los vuestros ya me he fijado —reveló sin darle importancia, mostrando una sonrisa socarrona.

—¿En el mío también? —indagó Esteban con malicia.

—Puede… —se negó a contestar, pues al fin y al cabo se trataba de su primo pequeño y no podía confesar que efectivamente había echado un vistazo a su trasero.

—Pues creo que me merezco el mismo trato que los demás —aseguró con confianza.

—¿Qué quieres, azote o pellizco? —bromeó.

—A ver, prima, si puedo elegir prefiero caricia —consiguió hacerla reír.

Carolina se acercó a Esteban sin dejar de sonreír y, cuando llegó a su altura, siguiendo con el cachondeo, le palpó brevemente una de las posaderas.

—¿Ya? —preguntó ella, dando la broma por concluida.

—¿Y no hay azotes, pellizcos o mordiscos para mí? —inquirió Esteban, perfilando una graciosa mueca.

—¡¿Mordiscos?! —se tronchaba de la risa—. ¡Estás loco, primo!

Súbitamente, en un arrebato de inesperado entusiasmo inducido por lo mucho que se estaba divirtiendo, Carolina decidió seguir con el juego y, con la mente algo obnubilada por la sensación de euforia que le provocaba la cocaína, agachándose, se quedó de rodillas detrás de Esteban mientras colocaba una mano en cada una de sus nalgas.

—¿Así mejor? —preguntó sin esperar respuesta, extendiendo los dedos para comenzar a masajear suavemente el culo de su primo.

De repente, la treintañera ahogó un grito sin saber si la imaginación le estaba jugando una mala pasada, pues pareció intuir como si una fuerza desde dentro de los pantalones tirara de la ropa interior masculina hacia delante.

Carolina no era precisamente tonta y tenía claro lo mucho que el grupo de amigos se estaba divirtiendo a su costa, con lo que sabía perfectamente que los veinteañeros debían estar bien cachondos desde hacía rato. Es por eso que no le sorprendía que en un momento dado pudieran llegar a tener una súbita empalmada. Y más a su tierna edad. Sin embargo, no dejaba de chocarle en el caso de Esteban. Solo el hecho de pensar que su primito pudiera tener una erección por su culpa le provocó un inusitado morbazo, sintiendo cómo instantáneamente recuperaba el picorcillo en la entrepierna.

En ese momento fue consciente de que tenía toda su juvenil masculinidad a escasos centímetros de la mano. Maliciosamente pensó que solo debía deslizarse entre sus piernas para alcanzar el paquete, pudiendo palparle los huevos y comprobar si, como presumiblemente parecía, tenía la picha ya bien dura. Irremediablemente comenzó a intuir cómo se le debía estar humedeciendo la tela del tanga.

Al levantar la vista, Carolina se topó con las miradas inquisidoras de los amigos de Esteban, que observaban expectantes cómo le estaba magreando el culo a su propio primo. Se alzó rápidamente, algo más que azorada por el inesperado momento de intimidad que le había vuelto a encender la libido.

—¿Ya tienes todo lo que necesitas para decidir quién tiene el mejor culo? —bromeó Amath, sacándola de su ensoñación.

—Suficiente —aseguró, intentando disimular su reciente turbación—. La verdad es que todos tenéis buenos traseros —prosiguió, pavoneándose delante de los críos mientras se dirigía lentamente hacia Néstor—, pero siendo objetiva, el mejor es este —agarró las nalgas del más timorato de los amigos.

La entusiasta sonrisa que se dibujó en el rostro del muchacho impulsó a Carolina a bajar la mirada disimuladamente para, por primera vez de forma completamente intencionada, echarle un pequeño vistazo a la entrepierna de uno de los cinco veinteañeros. No se sorprendió al descubrir lo que ya se esperaba. Néstor estaba empalmado. Sonrió, divertida, ligeramente complacida y bastante cachonda.

—¿Qué sigue ahora? ¿Piernas o paquetes? —preguntó Salva como si nada.

—¡Sí, hombre! —se quejó la mujer—. ¡En vuestros paquetes me voy a fijar yo! —soltó cínicamente, sin poder evitar que de repente le viniera a la mente la imagen del considerable bulto que Tomás ya le enseñara por primera vez en la discoteca, justo antes de que humillara a su chico.

Carolina desvió la mirada para encontrarse con la prepotente sonrisa orgullosa y burlona del tiarrón, provocándole un ligero cosquilleo en la parte baja del estómago. Suspiró disimuladamente, maldiciéndose por sentirse excitada con el recuerdo de esa desagradable escena.

—Piernas, por supuesto —reaccionó definitivamente—. Una broma es una broma, pero esto tiene que ir acabando.

A pesar de la aparente negativa de Carolina, para el grupo de colegas no pasó desapercibido el hecho de que aceptara la propuesta de continuar jugando prácticamente sin rechistar. Nuevamente se miraron con disimulada euforia, sin poder evitar una sutil sonrisa de triunfo, conscientes de que la tía buena parecía cada vez más predispuesta.

—Igualmente nos tendremos que quedar en calzoncillos —afirmó el chico de raza negra.

—Lo que tenéis es mucho morro —le reprendió ella.

—Creo que Amath tiene razón —le secundó Salva, comenzando a desabrocharse los pantalones.

Carolina dudó. Ya no tanto por los amigos de Esteban, que también, sino por su propio primo, pues tenía claro lo inapropiado que resultaba que se quedara en ropa interior delante de ella.

—¡Espera! —gritó finalmente, golpeando las manos del veinteañero para obligarlo a mantenerlas lejos de la cremallera—. ¿Cómo te sentirías si tuvieras que ver desnudo a alguien de tu familia? —se excusó.

—Bueno, técnicamente no vamos a estar desnudos —puntualizó.

—Y seguro que alguna vez has visto en pelotas a tu primo —apuntilló Tomás.

—¡Sí, claro! Probablemente cuando tenía 5 años —replicó Carolina con cierta indignación.

—Hombre, la verdad es que algo he cambiado desde entonces —bromeó Esteban, sacándole una sonrisa a su prima.

—Bueno, él puede seguir con los pantalones puestos —propuso Amath.

—Pero entonces no podrá ganar —argumentó Carolina torpemente, sin darse cuenta de que, de forma implícita, acababa de aceptar que los demás se quitaran la prenda.

—¿Qué dices, prima? —inquirió el veinteañero con las manos sobre el cierre del pantalón, esperando conocer su decisión.

Mientras la novia de Roberto cavilaba, no pudo hacer nada para evitar presenciar cómo el resto de chavales comenzaban a desvestirse. El primero en hacerlo fue Salva, dejando caer al suelo el atuendo que hasta ese momento le había tapado la parte de abajo de su cuerpo, al mismo tiempo que su mirada se cruzaba con la de la treintañera, que no tardó en desviarla hacia los holgados calzoncillos pertenecientes al salido del grupo para comprobar que no tenía rubor alguno en mostrar la clara tienda de campaña que evidenciaba su erección.

A su lado estaba Amath, el siguiente en atraer la atención de la mujer, que comenzó a regodearse observando cómo el negro, con una amplia sonrisa, se tomaba su tiempo para bajarse los pantalones, añadiendo un poco de dramatismo a la revelación de los ajustados bóxers de color oscuro que cubrían lo que parecía un magnífico paquete, aparentemente más voluminoso que el de su amigo, aunque no daba la sensación de que estuviera completamente empalmado.

—¿Qué hago entonces? —insistió Esteban, dirigiéndose a su prima mientras comenzaba a abrirse la bragueta.

—Ayúdala a juzgarnos —se burló Tomás, provocando las quejas del aludido.

—Estás muy seguro de ti mismo, ¿verdad? —le recriminó la treintañera, mirando directamente a los ojos del tiarrón.

—La verdad es que sí —sonrió con chulería.

—¿Acaso crees que vas a ganar? —prosiguió en un burdo intento de desafiarle, sin poder evitar desviar la mirada instintivamente, volviendo a echarle una vez más un rápido y disimulado vistazo al paquete mientras el niñato se bajaba los pantalones—. Y si lo hicieras… —menguó el enérgico tono inicial a medida que observaba el ajustado slip que permitía vislumbrar casi a la perfección la excitante silueta del miembro masculino, cerciorándose de que el desgraciado que había pegado a Roberto efectivamente parecía tener una muy buena herramienta entre las piernas.

—¿Qué valor tendría si no participamos todos? —concluyó Esteban, que ya había comenzado a desvestirse.

Sin saber muy bien cómo había sucedido, Carolina pudo contemplar cómo los cinco amigos, ataviados únicamente con sus calzoncillos, se exhibían desvergonzadamente frente ella. Aunque no se podía creer cómo había permitido que las cosas llegaran hasta ese punto, lo cierto es que debía admitir que no le desagradaba en absoluto lo que estaba viendo, pues era evidente lo mucho que le satisfacía percibir toda la testosterona que los veinteañeros emanaban a borbotones por su culpa.

No podía negar que estaba como loca por follar, pero por desgracia el único que tenía ese privilegio no se encontraba en la casa. Sonrió, consciente de que contra más cachonda la dejaran los niñatos, mejor sería el polvo con Roberto. Así que, procurando aparentar normalidad, decidió que les consentiría seguir jugando, sin pasarse, mientras deseaba fervientemente que Vicky apareciera cuanto antes para poder salir de allí pitando.

—Unas buenas piernas no dependen solo del tono muscular —argumentó la morena como si tal cosa—. También importa, por ejemplo, que estéis depilados…

—¿Solo penaliza el pelo en las piernas? —preguntó Amath crípticamente, sorprendiéndola—. ¿O prefieres una depilación integral? —sonrió con suficiencia, señalándose la entrepierna para dar a entender que tenía el pubis rasurado.

—Cuanto menos pelo, mejor —ella le guiñó un ojo.

—Yo no estoy depilado… —se lamentó Néstor, aunque tampoco es que tuviera un vello excesivo.

—¡Pues muy mal! —le reprendió jocosamente, aprovechando para echarle un rápido vistazo a las piernas como excusa para comprobar que, aunque parecía que ya no estaba empalmado, el slip del muchacho mostraba un bulto bastante rollizo, preguntándose si la tendría morcillona.

Carolina no se entretuvo con el tímido muchacho y fue directa a por el siguiente de los amigos, que sí parecía tener unas piernas bien musculadas y sin una pizca de pelo.

—Vamos, cerda… —susurró Salva, no lo suficientemente bajo como para evitar que la mujer le oyera mientras se aproximaba hacia él.

—¡Qué manía con insultar, chaval! —protestó—. A que te quedas otra vez con las ganas de que te toque… —le amenazó, sonriente, mientras se arrodillaba frente al veinteañero, que hizo un rápido gesto de guardar silencio llevándose un dedo a la boca—. Vamos a ver que tenemos aquí —colocó ambas manos alrededor de cada uno de los tobillos masculinos y comenzó a deslizarse hacia arriba—. Buenas piernas…

—Es que juego a fútbol, ¿sabes? —afirmó casi babeando por culpa de lo que sus desencajados ojos estaban presenciando pues, en esa posición, Carolina le estaba regalando una perfecta visión de su morboso escote, con lo que podía observar la parte superior de las enormes tetas, que aún parecían más impresionantes debido a la perspectiva.

Avanzando por las trabajadas extremidades de Salva, la morena desvió la mirada hacia el paquete del chico para intuir cómo, justo donde la punta del pene ejercía una evidente presión contra la tela de la ropa interior masculina, comenzaba a vislumbrarse una tenue mancha de tonalidad oscura. Pensó que era mejor no darle más motivos para que eso siguiera enardeciéndose así que, cuando sus manos sobrepasaron la altura de las rodillas, tras confirmar la dureza de sus fuertes cuádriceps, no tardó en dirigirse hacia Amath.

Repitió el mismo gesto que con el salido del grupo, empezando por los tobillos y subiendo por los gemelos, pero esta vez fue más allá, llegando a extender las manos a lo largo de sus oscuros muslos. El joven separó ligeramente las piernas, incitando a Carolina, que sonrió al pensar que el niñato llevaba toda la noche provocándola.

—¿Otra vez? —se quejó la mujer cuando el chico la agarró de la muñeca para guiarla más arriba, hasta que los dedos femeninos comenzaron a rozar la costura de la única prenda que cubría el voluminoso paquete del negro.

Carolina suspiró entrecortadamente, comenzando a percibir el suave olor a excitación del amigo de su primo mientras observaba disimuladamente cómo parecía revolverse lo que fuera que hubiera dentro de esos calzoncillos. Casi asustada, retiró las manos, de vuelta a los tobillos del veinteañero.

—Pues las piernas no es lo mejor que tienes —le sonrió con malicia mientras se alzaba, sin aclarar a qué se refería exactamente y provocando las risas de los chicos.

De forma completamente intencionada, dejó de lado a su primo y pasó directamente a Tomás, repitiendo el ritual que ya hiciera anteriormente con sus otros dos amigos.

En cuanto se puso de rodillas frente él, pudo percibir claramente el fuerte aroma del sexo masculino. Sus efluvios eran mucho más intensos que los del negro, invadiendo por completo las fosas nasales de Carolina, que comenzaba a intuir cómo le debía estar empezando a chorrear la raja por culpa de ese agradable olor a macho.

Ella sonrió al ver que, justo en el momento que alcanzaba la parte superior de los muslos del tiarrón, del mismo modo que hiciera su amigo negro, Tomás se abrió de piernas en una clara invitación a que llegara más arriba, cosa que lógicamente nunca iba a permitir que sucediera. Sin embargo, el chico no se quedó ahí, sorprendiéndola al doblar las rodillas ligeramente, lo suficiente como para que el cabrón consiguiera que el paquete se restregara contra los dedos femeninos de una forma sutil y casi imperceptible.

La tía buena no se lo podía creer cuando, en lugar de apartar las manos, instintivamente presionó con disimulo el borde de su dedo índice contra el ostentoso bulto, percibiendo su creciente dureza al mismo tiempo que sentía cómo se le incendiaba el coño por culpa del niñato que esa misma noche le había pegado una paliza a su novio.

—¿Te gusta? —susurró el tiarrón con una soberbia desproporcionada.

—Sí —asintió con cierta sumisión, desviando la mirada hacia los ojos del chulito mientras retiraba las manos poco a poco, separándose de él definitivamente.

Sin terminar de asimilar lo que acababa de suceder, cuando recordó que ya solo quedaba su primo, se giró rápidamente hacia él.

—No me suena haberte dado permiso para que te quitaras los pantalones… —apuntilló mientras se acercaba a Esteban, procurando evitar mirarle la entrepierna.

—¿Por eso actúas conmigo diferente?

—No sé qué quieres decir… —se sinceró y, para no ser menos, al igual que hiciera anteriormente con sus compañeros, Carolina se colocó de rodillas frente a él, subiendo por sus piernas mientras, sin poder evitarlo, sentía cómo su nariz comenzaba a percibir el delicioso olor que desprendía la polla de su primito, preguntándose si estaría empalmado tal y como se había imaginado cuando le masajeó las nalgas.

—Pues que a mí también me puedes mirar el paquete… —le reprendió en un tono suave, sorprendiéndola una vez más con su inapropiada desfachatez.

La novia de Roberto, cohibida por la actitud de Esteban y ligeramente avergonzada al descubrir que al parecer no había sido tan discreta con sus amigos como pensaba, tardó unos segundos en reaccionar.

—Claro, primo —acató finalmente sin rechistar, mucho más obediente de lo que hubiera deseado.

Ciertamente descolocada, aunque casi aliviada por ser él quien se lo hubiera propuesto, Carolina alzó la mirada para toparse por primera vez con la visión de la entrepierna de Esteban. Sin dejar de desplazarse a lo largo de sus piernas, hasta llegar a la cima de sus muslos, pudo fijarse detenidamente en los ajustados bóxers que dibujaban casi a la perfección los contornos de su pomposa verga que, claramente morcillona, emanaba el intenso calor que comenzaba a abrasarle el dorso de las manos, tentándola a hacer una locura.

—¡Mierda! ¡Es mi puto primo pequeño, joder! —pensó, resolviendo poner freno de forma inmediata a lo que estaba sucediendo, tomando una respiración profunda antes de levantarse para hacer frente al grupo—. Lo cierto es que todos tenéis unas buenas piernas —comenzó diplomática—, pero las que más me han gustado han sido las de… —señaló al ganador con el dedo— ¡El futbolista tiene las mejores piernas!

El piso de arriba

—Umh… joder… —gimió Vicky en un tono suave y cálido al sentir cómo el grueso glande de Lucas presionaba su entrada trasera.

A la de pelo castaño ya le habían echado dos polvos y estaba a punto de alcanzar su cuarto orgasmo cuando permitió que le reventaran el culo por primera vez esa noche.

—¿Te gusta, cariño? —el hábil veinteañero la agarró del cuero cabelludo mientras empujaba lentamente con la cadera, percibiendo cómo el prieto ano femenino se dilataba a medida que su hombría se abría paso.

Vicky no contestó, procurando ahogar los sollozos en la almohada, que se convirtieron en jadeos al ser consciente de que el maldito crío la tenía sodomizada, sintiendo el tirón de pelo que, unido al desgarro que percibía en sus entrañas, le ocasionó los temblores que le invadieron todo el cuerpo.

—Eso es… córrete… —alzó la voz mientras le daba un empellón, haciendo que casi la mitad de la polla se introdujera en el cuerpo de la treintañera— ¡Córrete, Carol!

A Vicky no le molestó descubrir que Lucas estuviera fantaseando con su amiga. El niñato le estaba regalando una noche que jamás olvidaría. ¡Qué más da en quién se inspirara!, pensó mientras sentía el placentero orgasmo que una vez más la envolvía. Derritiéndose de gusto, fue consciente de que, desde un principio, ya había sabido que su amante no deseaba a otra que a la inalcanzable Carolina.

Los amigos

De regreso al salón, Carolina, que había aprovechado el receso para ir al baño, pudo escuchar la conversación que mantenían los amigos veinteañeros, que intentaban tomar una decisión sobre los siguientes acontecimientos, pues ella ya había dejado claro que lo de los paquetes era llevar las cosas demasiado lejos. Que se hubieran quedado en ropa interior como broma estaba bien, pero ir más allá… Sin embargo, estaba claro que los chicos seguían ansiosos y expectantes. Convencida de que Vicky no tardaría en aparecer, sonrió pues, de cualquier manera, había sido una gran noche.

—Ya estoy aquí —irrumpió en la estancia.

—Te hemos echado de menos —bromeó Amath.

—Lo sé —sonrió coquetamente.

—Estábamos pensando… —comenzó Salva.

—A ver… —replicó ella, alerta, dispuesta a no volver a dejarse sorprender.

—Ya nos ha quedado claro que nada de paquetes —afirmó Esteban.

—Por supuesto.

—Pero es evidente que no puedes negar que nos has estado echando unos buenos vistazos —aseguró Tomás con prepotencia.

—Hombre, ha sido un poco inevitable… —sonrió, quitándole hierro al asunto y gesticulando para indicar que estaban ataviados únicamente con los calzoncillos.

—Así que… —prosiguió el negro— me parece a mí que estás en perfecta disposición para darnos tu veredicto —sugirió astutamente, provocando las risas femeninas.

—¿Me estáis pidiendo que os diga quién tiene el mejor paquete? —se hizo la tonta con cierta picardía.

—Es la última prueba —argumentó Salva.

—Digamos que he visto cosas interesantes —sonrió, provocando a los muchachos.

Carolina estaba a punto de negarles la petición cuando, sorprendentemente, fue Néstor quien dio el argumento final a favor de continuar.

—Joder, tía. Esta noche nos hemos reunido los colegas para pasarlo bien, pero gracias a ti está siendo una fiesta de putísima madre. Sabes que es solo un juego inocente. Al fin y al cabo únicamente te estamos pidiendo un nombre. Así que deja que pase lo que tenga que pasar, mujer.

La morena, asombrada con la nueva actitud atrevida que en ningún momento había percibido en el más tímido de los amigos, sonrió al escuchar los aplausos y gritos del resto de veinteañeros. Pensó que no le costaba nada darles un ganador para que se callaran y la dejaran en paz. ¿Pero cuál? Estaba claro que Salva jugaba en una liga de menor categoría. Esteban no parecía ir precisamente mal servido, pero no se podía comparar con Tomás. El único que tal vez podía hacerle sombra era Amath. Y con Néstor tenía muchas dudas.

—Supongo que no pasa nada por echar un último vistazo —aceptó finalmente—. ¡Pero ahora sí que nada de tocar! —quiso dejarlo bien claro—. Anda, poneros aquí en frente —les instó—. Antes de que me arrepienta.

Los chicos, ya sin disimular la satisfacción que brotaba de sus orgullosos rostros, no se hicieron esperar.

—Si no me equivoco dijiste que tu primo es el más guapo, Amath el que está más fuerte y yo tengo las mejores piernas —afirmó Salva.

—¡Y yo el mejor culo! —se quejó Néstor, sacándole una sonrisa a Carolina.

—Nos falta saber quién tiene la mejor polla —soltó Amath, ahora provocando las carcajadas femeninas.

—No voy a saber quién tiene la mejor polla solo mirando vuestros paquetes —afirmó entrecortadamente, aún aquejada por la risa.

—¿Y qué necesitas para comprobarlo? —preguntó Tomás intencionadamente.

—¿Tú qué crees? —le replicó con pillería.

—¿Nos vamos desnudando? —sugirió el salido ansiosamente.

—¡Ni de coña! —soltó ella rápidamente, dejando bien claro que esa opción era completamente inviable.

—¿Entonces? —insistió Amath.

—Mala suerte —sonrió, picándolos.

—¡Serás zorra! —soltó Salva, agarrándose los calzoncillos con intención de bajárselos.

—¡Oye, para! —se quejó, sujetando al veinteañero para detenerlo.

—Hagamos una cosa —prosiguió Tomás—, aceptamos no quitarnos los calzoncillos a cambio de que hagas una buena comprobación del estado de nuestros… —no concluyó la frase, llevándose una mano a la entrepierna para imitar el gesto que le estaba sugiriendo a Carolina—. Así podrás comparar…

—¡Sí, claro! —se negó la tía buena una vez más.

—Prima, no me digas que no estás intrigada por saber quién tiene el mejor rabo… —soltó Esteban descaradamente.

—Hombre, pues ya un poco sí —sonrió—, pero…

—¿Has visto muchas pollas, putita? —inquirió Salva.

—Si fuera por vosotros, estaría a punto de ver cinco más —replicó jocosamente sin darle importancia al tratamiento soez por parte del veinteañero.

—Déjame adivinarlo… tienes cara de que te gusten grandes… —bromeó Amath.

—Un buen tamaño nunca viene mal… —sonrió con picardía.

—¿Cómo la tiene el maricón de tu novio? —inquirió Tomás con malicia.

Carolina pensó en la polla de Roberto. Aunque no se la había medido nunca, caviló que debía rondar los 16 centímetros. Consideraba que estaba en la media y, a pesar de no tener queja, lo cierto es que antaño había disfrutado con vergas más grandes. Y no podía negar que le gustaba fantasear con eso.

—No todo es el tamaño —afirmó finalmente, provocando las risas de satisfacción del engreído tiarrón.

—Bueno, ¡pero no vamos a follarte para que puedas saber quién la usa mejor! —soltó el negro.

—¡Por supuesto que no!

—Entonces nos las sacamos y compruebas quién la tiene más grande… —insistió Salva, volviendo a agarrarse los calzoncillos.

—Hemos dicho que vuestra ropa interior se queda donde está —aseguró ella con firmeza, volviendo a detener al muchacho—, así que lo haremos así… —les sorprendió, alargando la mano en dirección a la entrepierna de Néstor.

Esteban no se podría creer lo que veían sus ojos. Su prima mayor, a la que siempre había deseado desde que tenía uso de razón y a la que veía inalcanzable por razones más que obvias, estaba a punto de traspasar los límites que nunca se hubiera imaginado. Mas supuso que a esas alturas, después de tanto cachondeo, Carolina se debía morir de ganas por averiguar lo que él y sus amigos guardaban entre las piernas. Sonrió, pensando que tal vez incluso estaría interesada en descubrir si alguno estaba mejor dotado que Roberto. Esa maliciosa idea le gustó y sintió cómo la polla se le endurecía por completo.

En cuanto los dedos femeninos entraron en contacto con el abultado slip de Néstor, la tía buena sintió al instante cómo se endurecía aún más lo que había ahí dentro.

—Joder… —se sorprendió la morena—. Seguro que le has dado más de una alegría a alguna chica… —le piropeó mientras extendía los dedos para comprobar que, aunque no muy larga, la verga del tímido veinteañero parecía bastante gruesa.

—A alguna puta querrás decir —soltó Salva, riéndose.

Dado que la idea no era precisamente recrearse, casi de mala gana, Carolina tuvo que dejar de sobar el primer paquete para dedicarse al siguiente afortunado. El salido seguía luciendo su evidente tienda de campaña, así que ella se aproximó al objetivo por abajo, buscando palparle primero los testículos, que intuyó prominentes, para después subir por el erecto tronco mientras escuchaba los exagerados jadeos masculinos que emanaban de su más que siniestra sonrisa de satisfacción.

—Eres un cerdo… —le recriminó justo cuando alcanzaba la punta de la verga, percibiendo cómo se le humedecía ligeramente la palma de la mano.

—¿Ahora quién insulta a quién, zorra? —le replicó, observando cómo se perfilaba la sonrisa femenina a medida que sentía cómo ella le estrujaba el glande.

Aunque Salva no estaba muy bien dotado, tenía un bálano rechoncho y esponjoso, en contraste con el tronco, más finito, pero muy duro.

Carolina se dirigió hacia el siguiente de los amigos sin dejar de pensar en los calzoncillos oscuros que le habían impedido hacerse una idea más precisa de lo que Amath guardaba entre las piernas. Le parecía mentira que no hacía mucho había estado sobándole las perfectas abdominales preguntándose cómo tendría la polla y ahora estaba a punto de descubrirlo.

La impresión inicial no pudo ser más satisfactoria. El negro tenía un paquete mucho más voluminoso que Néstor y Salva. ¡Y eso que ni siquiera estaba empalmado! No pudo evitar un leve suspiro, pensando que lo de la raza no era ninguna mentira, mientras iba restregando lentamente la mano contra la magnífica entrepierna, comenzando a intuir cómo se enardecía poco a poco ese pedazo de trozo de carne. Aunque no le hubiera importado comprobar qué grado de dureza era capaz de alcanzar aquello, pensó que no debía sobrepasarse y, ya sabedora de que no la tenía precisamente pequeña, decidió pasar al siguiente.

—Oye, ¿me vas a dejar así? —se quejó Amath, esperando ansiosamente más atención mientras se señalaba el bulto de los bóxers, que ya se apreciaba claramente mucho más hinchado.

—Demasiado te he sobado ya esta noche —le sacó la lengua, yendo en dirección a Tomás.

El chulito la esperaba con una mano en el paquete, impidiendo que Carolina pudiera acceder a su entrepierna.

—¿Me dejas? —frunció el ceño al verse obligada a solicitarle permiso para sobársela, provocando las risas del tiarrón.

—Si me lo pides así tendré que hacerte el favor… —le vaciló, retirando la mano con parsimonia para que la novia de Roberto pudiera sustituirle en los quehaceres.

Ante la atónita mirada de Carolina, volvió a aparecer el magnífico paquete al que ya le había echado unos cuantos vistazos durante la noche. Aunque se había hecho a la idea de que era bastante voluminoso, al poder verlo detenidamente tan de cerca, le pareció aún mucho más ostentoso. Volviendo a percibir el fuerte olor a polla que desprendía la entrepierna de Tomás, la treintañera se relamió inconscientemente, antes de abrir la palma de la mano para comenzar a sobársela. Hasta ese momento no había sido consciente de las tremendas ganas que tenía de hacerlo, así que no pudo evitar suspirar disimuladamente mientras sentía el carnoso tacto de todo lo que el tiarrón guardaba oculto tras sus calzoncillos.

De repente, la morena pareció percibir cierto movimiento sospechoso a sus espaldas.

—Primo, ¿qué coño estás haciendo? —amonestó a Esteban al observar, de reojo, cómo se estaba sobando el paquete descaradamente sin perder atención a los magreos que ella misma le estaba dedicando a su engreído amigo.

—¿Qué te pasa? —increpó Tomás a la treintañera—. ¿Tienes miedo de que no aguante y pierdas el turno de tocársela? —se burló de ella con cierto retintín, sonriendo mientras miraba a los ojos femeninos antes de apartarse, considerándose ganador, en un claro gesto de invitarla a ir a por Esteban.

Carolina echó un último vistazo al descomunal paquete del niñato, no pudiendo evitar sentirse orgullosa de cómo había sido capaz de ponérsela. Sin duda, la discoteca no era el único lugar donde el tiarrón podía humillar a su novio.

—Ahora te quedas con las ganas, cabrón —le soltó mientras se alzaba, en un intento de castigarlo, pero lo único que consiguió fue provocar sus carcajadas.

La morena se dirigió hacia su primo, deteniéndose frente a él, llena de dudas. Bajó ligeramente la mirada para fijarse en su paquete, que le pareció más abultado que cuando se lo observó por primera vez.

—¿Y bien? —Esteban rompió el silencio, señalando con la cabeza hacia su entrepierna.

La mente de Carolina estaba bloqueada, consciente de que no debía tocar a su primo, aunque no quería darle un trato diferente al de sus amigos, con los que ya había sobrepasado todos los límites posibles. Apoyando las manos en los jóvenes pectorales masculinos, comenzó a deslizarse por su torso, procurando una vez más evitar mirarle a los ojos, hasta que finalmente dio un paso atrás, alzando la mirada y sorprendiéndose por la decepción que vio reflejada en el rostro de Esteban.

—Lo siento, primo…

—No pasa nada, yo te ayudo —le sonrió, sorprendiéndola por enésima vez.

El novio de María dio un paso al frente, agarrando la mano de su prima para acercársela a la entrepierna. No solo no encontró oposición, sino que sintió cómo Carolina se hacía cargo de la situación, notando cómo sus dedos comenzaban a recorrer toda la longitud de su durísimo paquete. Sonrió, satisfecho y tremendamente excitado.

—¿Quién la tiene más grande? —preguntó Salva casi con desesperación.

—Tú no —se burló Carolina, provocando las risas del resto.

—Yo tampoco —afirmó Néstor.

—Pero no vas nada mal servido… —sonrió con coquetería.

—¿Entonces? —insistió Tomás con suficiencia.

—No sé… —se hizo la tonta—. Amath no la tenía dura del todo… —se excusó.

—A lo mejor si te quitaras algo de ropa se me ponía más dura —soltó el negro, haciendo reír a la treintañera.

—A mi no me parece mala idea —aportó Esteban—. Ya que nosotros estamos en calzoncillos, lo justo es que tú también te quedes en ropa interior.

—¡Sí, hombre! —se desternillaba de la risa.

—A ver, si eso sirve para que me des como vencedor… —bromeó Tomás, provocando que Carolina gesticulara morbosamente indicando que no con la cabeza.

—Pero tiene que haber un ganador —insistió Amath—. Y si la única forma de que se me ponga dura es que enseñes un poco más de carne…

—Vosotros sois muy listos me parece a mí —Carolina dejó de reír y, mirando a los cinco chicos, dibujó una sonrisa maliciosa—. A lo mejor si te la sacas y te la meneas un poco… —le sugirió al negro.

—¿Ahora no te importa? —replicó Salva, agarrándose los calzoncillos con intención de bajárselos.

—¡Espera! —le detuvo Tomás.

—Me parece a mí que mucho hablar, pero en realidad os da miedo quedaros en bolas delante de mí —les incitó ella, ampliando la sonrisa.

—En realidad, no te vamos a enseñar las pollas porque lo estás deseando —aseguró el tiarrón.

—Y vosotros que me desnude… —replicó.

—¿Y qué propones? —balbuceó Salva.

Tras unos segundos repletos de miradas libidinosas, Carolina rompió el silencio.

—Me quitaré la ropa si luego vosotros os atrevéis a bajaros los calzoncillos —les desafió como si fuera ella la que los estuviera poniendo en un compromiso.

—Es justo —soltó Néstor, procurando aparentar las formas, del mismo modo que se esforzaron en hacer el resto de sus colegas.

—Me parece muy bien —prosiguió la novia de Roberto como si nada, comenzando a quitarse el cinturón—. No es un mal trato. Yo os caliento un poco y puedo comprobar por fin quién la tiene más grande —les guiñó un ojo en un gesto de lo más morboso— ¡Pero nada de tocar, eh! —les aseguró—. Esta vez sí que no.

—Claro que no.

—Por supuesto.

—Nada de nada.

Carolina observó cómo los cinco críos se quedaban complemente quietos a la espera de que les mostrara el premio. Primero se deshizo de la ceñida camiseta, dejando a la vista el sostén que a duras penas lograba contener todo el volumen de sus pechos. Sonrió, satisfecha al observar las miradas masculinas, llenas de lujuria, fijas en el ligero balanceo de sus grandes tetas.

Prosiguió con la falda tejana. Al comenzar a deslizarla por sus caderas, mostrando la braga brasileña a juego con el sujetador, sintió cómo el nerviosismo se adueñaba de su cuerpo. Al fin y al cabo se estaba desnudando para cinco chavalines, uno de ellos su primo pequeño, que la tenían completamente cachonda mientras su novio, sin ser consciente de nada, debía estar durmiendo en casa desde hacía rato.

Cuando la prenda cayó a la altura de los tobillos femeninos, Carolina dio un barrido visual a los jóvenes cuerpos casi desnudos, observando cada uno de los exuberantes bultos de sus calzoncillos. Esa excitante imagen le hizo recordar por qué se estaba quedando en ropa interior para ellos y, con el corazón latiéndole a mil por hora, en parte por culpa de la inconmensurable sensación de euforia que aún le provocaba la cocaína de Esteban, volvió a olvidarse de Roberto.

En cuanto la morena levantó la pierna para deshacerse definitivamente de la falda, lanzándola lejos como si de un balón se tratara, comenzó la algarabía. Amath y Salva soltaron un par de barbaridades. Néstor y Esteban aplaudían, riendo y silbando. Mientras que Tomás únicamente observaba sonriente a la diosa que se exhibía en bragas y sujetador frente a ellos, comiéndosela con la mirada.

—Es vuestro turno —les instó Carolina.

Como había hecho durante toda la noche, el primero en comenzar a deslizar la ropa interior masculina entre sus piernas fue Salva, que no había perdido ni un grado de erección en ningún instante, haciendo que el tieso miembro se le quedara enganchado a la tira de los holgados calzoncillos, hasta que salió disparado hacia arriba debido al efecto palanca generado. Carolina se quedó observando el vaivén de los aproximadamente 13 centímetros de su finita verga, que descansaban sobre unas enormes bolsas testiculares, que le colgaban como alforjas, y acaban en un grueso y rojizo glande, ya claramente humedecido.

La novia de Roberto no recordaba si le había pasado en algún momento con el salido del grupo, pero sintió cómo se le incendiaba el coño ante la desnudez de Salva. Y eso que sabía que esa no era la mejor polla que iba a ver esa noche.

Néstor no parecía animarse, así que fue Amath el siguiente en desnudarse. A la treintañera ya le pareció bien, pues seguía con ganas de comprobar cómo sería la verga del negro en su máximo esplendor. El chico se deshizo de los ajustados bóxers, mostrando su pubis completamente rasurado y dejando caer su descomunal miembro, que quedó colgando a media asta, aún en estado morcillón. A pesar de no tenerla totalmente empalmada, ya se veía más grande que la de Roberto. Carolina se mordió el labio, excitadísima.

—¿Aún no te he puesto cachondo del todo? —se quejó en tono jocoso, llevándose con cierto disimulo una mano a uno de los senos para apretárselo sutilmente.

—Joder… —soltó el veinteañero mientras su polla adquiría mayor empaque, comenzando a acercarse a los 20 centímetros que le medía en erección.

—¿Y qué pasa contigo? —se dirigió a Néstor, que reaccionó resoplando, como si no tuviera la situación en absoluto controlada.

El rechoncho muchacho imitó el gesto de sus amigos y, bajándose los calzoncillos, mostró su gordísima verga, que aunque debía medir unos 15 centímetros, era exageradamente gruesa, dando la impresión, aún a pesar de la descuidada pelambrera, de ser algo más grande que la de Roberto.

El picor que Carolina sentía en la entrepierna empezaba a ser insoportable, pero no pensaba tocarse delante de su primo y sus amigos. Así que apretó los muslos, dándose pequeñas dosis de placer a escondidas, mientras observaba cómo se desnudaba para ella el hijo de puta que le había dado de hostias a Roberto por haberle pillado enseñándole el paquete donde guardaba lo que ahora sí le iba a mostrar de verdad.

Tomás bajó su ropa interior lentamente, sabedor de que estaba haciendo disfrutar a la tía buena que esa noche tenía como objetivo, mostrando primero la circuncidada cabeza de su polla, que asomó por la parte superior del slip y que fue cayendo lentamente mientras se comenzaba a vislumbrar toda la longitud del enorme miembro que, poco a poco, se fue acomodando formando un ángulo de aproximadamente 90 grados con la fina y cuidada capa de vello púbico del tiarrón.

Carolina no podía creerse que el niñato tuviera semejante pollón. Por un lado le daba rabia no poder hacer nada para impedir que Tomás ganara, pues estaba claro que ninguno llegaba a los espectaculares 23 centímetros que ese pedazo de macho exhibía ostentosamente ante ella. Pero por otro lado, le excitaba la idea de que la tuviera mucho más grande que Roberto.

—Eres un buen hijo de puta… —fue lo único que pudo decir mientras observaba su sonrisa chulesca, sin poder evitar llevarse una mano a la entrepierna para acariciarse con disimulo por encima de la tela del tanga —Uf… —gimió sutilmente.

—Prima, si te soy sincero… —Esteban llamó su atención cuando comenzó a bajarse los calzoncillos— hacía tiempo que quería enseñarte esto… —sonrió, viendo cómo Carolina se giraba para observarlo.

La treintañera se quedó expectante, comenzando a intuir el pubis rasurado del que parecía nacer una buena verga. El tronco, adornado con una marcada vena de la que brotaban otras menos grandilocuentes, de diferentes tamaños, era largo y grueso, acabando en un glande totalmente descapuchado. El conjunto daba como resultado una buena polla de 18 centímetros, a los ojos de Carolina, muy apetecible.

—¿Es más grande que la de Roberto? —sonrió con suficiencia, deseoso de seguir humillando al novio de su prima mayor.

—Sí lo es, cabrón —afirmó, viendo cómo el cipote de su primito daba un respingo.

—Carol, dime, ¿y qué hace que una polla sea mejor que otra? —inquirió Salva, como siempre, con el semblante desquiciado.

—Os lo haré saber cuando termine mi inspección —sonrió con picardía, empezando a generar unas grandes expectativas sobre los siguientes acontecimientos—. A ver, tú mismo —señaló al salido del grupo—, siéntate ahí —le indicó el sofá.

El joven, con la sonrisa del Joker marcada a fuego, siguió las instrucciones de la espectacular tía buena.

—Apoya la espalda contra el respaldo y abre un poco las piernas —le ordenó, acercándose hacia él.

—¿Así estoy bien? —inquirió, moviendo el culo para ponerse cómodo en la postura que Carolina le acababa de indicar mientras observaba cómo ella se colaba entre sus piernas justo antes de comenzar a agacharse—. Joder… —balbuceó, con sus erectos 13 centímetros bien tiesos apuntando al techo mientras un pequeño hilo de líquido preseminal empezaba a brotar del grueso glande, deslizándose por el mismo.

La novia de Roberto alzó la mirada por un instante para observar el muestrario de falos erectos de los otros pequeños sementales, lo que le cohibió un poco. No obstante, se arrodilló definitivamente frente a Salva, inclinándose ligeramente hacia delante y dejando el culo en pompa.

—Una polla puede ser apetecible de muchas maneras… —comenzó una verborrea nerviosa mientras deslizaba los dedos por los fornidos muslos del crío—. No se trata solo del tamaño —desvió la mirada hacia Tomás—, sino del tacto, el olor y… —hizo una breve pausa— el sabor —concluyó—. Hacen falta todos los sentidos para determinar si una polla es buena —sonrió.

El flujo que caía desde la punta de la verga de Salva comenzó a resbalar por su fino tronco, en dirección a las grandes bolsas testiculares.

—Cuando hablas de olfato y gusto… ¿es que nos piensas probar? —preguntó el negro, comenzando a acariciarse la entrepierna.

—Por supuesto que no —contestó con firmeza—. Pero esto puede valer… —afirmó, deslizando con sutileza un dedo sobre el durísimo pene que tenía en frente para recoger el líquido preseminal del muchacho.

—¡Uf! —resopló el salido del grupo al sentir por primera vez el contacto directo de la treintañera sin nada de ropa de por medio.

Carolina volvió a levantar la vista. Néstor parecía estar alucinando, mientras que los ojos de Tomás brillaban de satisfacción. La enorme polla negra de Amath ya estaba completamente tiesa y daba pequeños respingos como si aún quisiera crecer más. Y su primo pequeño era incapaz de quitarle ojo, observándola con cierta ansiedad. Mas ninguno pudo disimular la mueca de excitación cuando la novia de Roberto se llevó el dedo a la boca para saborear las tempranas mieles de Salva.

—¿Está rico, cerda? —inquirió el salido mientras un nuevo borbotón surgía de su hinchadísimo bálano.

—Eso parece —contestó risueña, volviendo la mirada hacia el dueño del viscoso líquido—. No la tienes muy grande, pero tienes unos buenos huevos… —restableció el recorrido por el tronco de la polla con la punta del dedo hasta llegar a las gónadas, donde mantuvo un leve contacto mientras se agachaba aún más para empezar a percibir el aroma masculino, dejando su precioso rostro a escasos centímetros de la enardecida verga.

—Cómo disfrutáis el olor a polla antes de mamarla… —afirmó Tomás, soez, llamando la atención de Carolina—. Por eso os encanta chupármela —se agarró el enorme monstruo que tenía entre las piernas para darse un par de buenas sacudidas.

—No será solo por eso… —pensó la morena, mirando de reojo los movimientos del tiarrón.

—Prima, ¿y ya vas mucho por ahí abajo con Roberto? —preguntó con una medio sonrisa burlesca.

—Claro, me gusta chupársela —contestó sin ningún rubor—. ¿O es que a vosotros no os gusta que os la chupen?

—Si te digo la verdad —intervino Amath—, creo que no me la ha comido una tía tan buena como tú en mi puta vida —provocó las carcajadas de la treintañera.

—Será que no te lo has currado lo suficiente, porque lo que tienes es muy apetecible —le sonrió, ahora mirando directamente al enorme rabo negro sin ningún tipo de disimulo.

—¿Quieres probarlo? —volvió a hacerla reír, pero ella acabó gesticulando negativamente con la cabeza—. ¡Vamos! Muéstranos cómo lo haces, Carol…

—No debo, chicos… —aseguró finalmente, casi con cara de pena.

—¿Por qué no? —insistió Esteban—. ¿Por Roberto?

—¡Pues claro! —contestó como si fuera la respuesta más evidente del mundo.

—Entonces —replicó Amath—, te vuelvo a repetir la misma pregunta. ¿Por qué no? Tienes cuatro… —hizo ver que dudaba, mirando a Esteban por el hecho de que fueran familia— o tal vez cinco tíos cachondos perdidos que están bastante dispuestos. Es más, creo que hasta lo necesitamos —sonrió, restándole severidad a sus palabras—. ¿No estoy en lo cierto, colegas? —recibió la contestación afirmativa de cada uno de sus amigos, incluido el primo.

—Bueno… —se defendió ella— el sexo oral es generalmente un preludio o sustituto del sexo. Si empiezo a lamérsela a Salva, sin proporcionarle un orgasmo, no sería justo.

El rostro del salido se desencajaba cada vez más a medida que escuchaba las excitantes palabras femeninas. Y la cantidad de líquido preseminal que empezaba a emanar era tal, que el dedo de Carolina, que seguía en contacto con sus testículos, comenzó a humedecerse.

—Solo le proporcionaría una gran frustración —prosiguió—. Y no estoy muy segura de que debamos cambiar esta fiesta de amigotes por una orgía —concluyó, risueña.

—Pero la realidad es que tú —intervino Tomás, acercándose a Carolina—, aunque lo niegues, pareces la más predispuesta de todos —sonrió, llegando a su altura para soltarle un buen manotazo en una de las nalgas que la mujer exhibía gracias a la postura en la que se encontraba.

La novia de Roberto no pudo evitar un leve gemido de placer antes de girar el rostro para reprocharle con la mirada la palmada que le había dado mientras instintivamente extendía el resto de dedos de la mano para comenzar a masajear los enormes huevos de Salva.

—Joder, prima, ¡hazlo de una puta vez! —soltó con seguridad, provocando que los latidos del corazón de Carolina se aceleraran.

La treintañera miró en dirección a Esteban, que se encogió de hombros, sonriendo con chulería para dejar claro que ahora la decisión final quedaba en sus manos. Ella volvió la vista hacia el salido y se preguntó qué debía hacer. ¿Solo catarle un poquito o comérsela hasta que se corriera? Al parecer, por culpa del malvado de su primito, la opción de no hacer nada ya no pasaba por su cabeza.

Mientras los veinteañeros se miraban entre sí, expectantes, sonó el teléfono de Carolina. Pero antes de que la dueña pudiera reaccionar, Esteban se hizo con el móvil.

—Es Roberto —corroboró, sosteniendo el aparato para que ella lo pudiera ver.

—Deja que salte el contestador —contestó nerviosamente, provocando la sonrisa maliciosa de su primo pequeño.

De repente, Carolina comenzó a cuestionarse lo que estaba haciendo. Aunque Esteban y sus amigos la tenían excitadísima, no eran más que unos niñatos y ¡ella tenía novio! Pero antes de que pudiera seguir pensando, el teléfono sonó de nuevo.

—Es un whatsapp —confirmó el primo.

—¿Qué dice?

—Que acaba de llegar a casa.

Esa noticia la tranquilizó. Aunque hacía mucho que se había despreocupado, concretamente poco después de meterse la primera raya de farlopa, en el fondo necesitaba la confirmación de que su pareja se encontraba bien.

—Dile que me alegro y que nos vemos en seguida —resolvió.

Sintiéndose mucho más relajada debido a la buena noticia, sin pensar, la morena comenzó a deslizar hacia arriba la mano con la que le estaba masajeando los testículos a Salva, empezando a esparcir el líquido preseminal que ya tenía impregnado por todos los dedos a lo largo de su pequeño pene.

—¿Quieres que le diga solo eso? —preguntó Esteban—. Igual no se queda muy tranquilo y vuelve a llamar. ¿Por qué no le digo sencillamente que estás a punto de comerte la polla de un amigo de tu primo y todavía tienes trabajo porque otros cuatro más están esperando a que vayas terminando?

Antes de que Carolina tuviera la oportunidad de contestar, los pulgares de Esteban comenzaron a volar por la pantalla, provocando las carcajadas del resto de veinteañeros mientras la novia de Roberto, aunque solo fuera por un momento, se acojonaba por lo que pudiera haber escrito, pues el móvil no volvió a sonar. Aunque lo cierto es que lo que de verdad la inquietaba es que hubiera contado cuatro más. ¡Uno era él! ¿Es que su primito esperaba en serio que se la chupara? Fue solo pensarlo y ahora sí que el picor del coño se volvió insoportable al imaginarse metiéndose semejante rabazo en la boca. Puesto que quería impedir a toda costa dar signos de su evidente estado de excitación, tan solo se le ocurrió una cosa para evitar tocarse delante de los chavales.

—¡Por fin! —sollozó Salva, echando la cabeza hacia atrás.

La hermosa mujer estiró la piel de la pichita, volviendo a deslizar la mano hasta los testículos mientras se agachaba aún más para darle un pequeño beso al grueso glande, sintiendo cómo se le humedecían los labios de la boca.

—¡Oh, sí, zorra! —gimió él cuando Carolina sacó la lengua para darle un primer lametón, recogiendo el último reguero de flujo preseminal que había brotado.

—El secreto para comer bien una polla es tomarse su tiempo —ella se dirigió a su joven público, como si estuviera dándoles una lección—. Cualquiera puede bajarse aquí abajo y metérsela en la boca hasta que os corráis, pero haceros disfrutar de verdad eso ya es un arte —sonrió morbosamente.

—¡¿Quieres callarte y darle a la lengua de una puta vez?! —le exigió Salva, cogiéndola de la cabeza para volver a acercarla a su entrepierna.

—Darle a la lengua literal, quiere decir, no con tanta cháchara —bromeó Amath.

Carolina, a merced del pequeño cabroncete, tuvo que abrir la boca para tragarse el rechoncho glande primero y la humedecida picha después, pudiendo degustar el sabor de toda su masculinidad, dejándose llevar definitivamente para recorrer una y otra vez sus durísimos 13 centímetros sin dejar de chuparlos y lamerlos. Los jadeos del salido no tardaron en convertirse en sollozos, advirtiendo a la novia de Roberto de lo que estaba a punto de suceder.

Un gemido profundo y sonoro precedió a los siguientes acontecimientos. La espectacular tía buena, sin dejar de masajearle los testículos, se separó lentamente del crío que nuevamente la insultaba, liberando el más que enervadísimo falo, que siguió unido a la sensual boca femenina gracias a los incontables hilos mezcla de babas y flujos preseminales. Carolina sintió cómo los huevazos de Salva se contraían antes de expulsar el copioso chorro de esperma que voló hasta la altura de su rostro para verlo caer sobre el vientre masculino, del mismo modo que el resto de la abundante corrida que, con menor ímpetu, soltó el veinteañero.

Amath sabía que ese era un momento clave y no quiso darle tiempo para pensar, acercándose con la inhiesta polla en la mano al bellezón que acababa de hacerle una mamada a su amigo.

—¿Te apetece probarla ahora?

Carolina, aún aturdida por lo que acababa de suceder, pues en ningún caso pretendía llegar tan lejos como para que Salva se corriera, mas no había podido evitarlo por el poco aguante del muchacho, giró el rostro, encontrándose con el enorme rabo del negro a tan solo unos escasos centímetros de distancia.

—A… ah

El veinteañero no le dejó hablar, metiéndole directamente los huevos en la boca. Instintivamente, la novia de Roberto usó la lengua para jugar con ellos mientras el negro dejaba reposar toda su hombría sobre el precioso rostro femenino, demostrándole que él era mucho más macho que el salido de su amigo.

—¡Joder, Amath! —se quejó, empujándole los muslos para lograr zafarse del impetuoso crío—. Llevas toda la noche igual —le amonestó mientras observaba cómo el niñato la asía por la nuca—. Y esta vez va a ser a mi ritmo —aseguró, sonriendo, antes de dejarse llevar por la fuerza del negro, que la atrajo nuevamente hacia su entrepierna.

Pero Carolina no estaba dispuesta a rendirse tan fácilmente, procurando evitar el contacto directo con la portentosa herramienta del chico, que intentaba restregársela por toda la cara. La novia de Roberto quiso aplacarlo desviando su atención. Sacó la lengua y, para hacerle sufrir aún un poco más, empezó a lamerle la parte superior de los cuádriceps, muy cerca de la ingle, degustando el sabor salado de la negra piel ligeramente sudorosa. Atraída como una abeja a la miel, se fue acercando peligrosamente a la entrepierna masculina, hasta que pasó lo inevitable.

—Le está comiendo bien los huevos —susurró Néstor.

—Pregunta a tu amigo si le gusta —replicó ella, levantando la cabeza antes de agarrarle los testículos con la mano para luego sujetarle los 20 centímetros por la base, encarándolos hacia su boca.

—¡Uf, la hostia puta! —sollozó el negro al percibir el hálito femenino alrededor de su glande antes de que la lengua de Carolina comenzara a rozarle—. Me gusta que me comas las pelotas, pero estoy seguro de que me va a gustar más que me chupes la polla —sonrió.

La morena le devolvió la sonrisa antes de abrir la boca para empezar a deslizar los sensuales labios por el color azabache de la enorme polla que poco a poco se fue engullendo.

—¡Oh, sí, sí, sí! ¡Ah, Carol! ¿Qué me haces? —gritó el veinteañero, empezando a perder el control cuando ella le lamió el frenillo, sin dejar de mamársela, mientras le masajeaba las bolsas testiculares con una mano y le pajeaba con la otra—. ¡Sigue! ¡Eres fantástica! ¡Oh, sí! ¡Oh, mierda! Nunca… —se puso rígido, agarrándola del pelo para dar un empellón y meterle el rabo lo más profundo posible, dificultando la respiración de la tía buena, que empezó a babear debido a la enorme verga que tenía metida hasta la campanilla.

—¡La madre que la parió! —sonrió Tomás— La hija de puta va a hacer que se corra…

—Tío, la guarra de mi prima me tiene cachondísimo —balbuceó Esteban, provocando que Carolina se esforzara en resistir con renovado vigor la garganta profunda que estaba sufriendo.

—¡Joder… me corro… no pares… estoy… a punto de…! —gimió el joven mientras seguía empalando la boca de la treintañera.

Carolina, con los dedos del negro entrelazados en su pelo, comenzaba a notar cómo se le humedecían los ojos, pensando si podría llegar a asfixiarse. Alzó la mano para apoyarla en las marcadas abdominales de Amath y, tras recrearse en ellas un par de segundos, le empujó haciendo un esfuerzo sobrehumano para lograr apartar a semejante macho.

—¡Oh, joder! —gritó el chaval al sentir cómo la polla salía a presión de la boca de la morenaza.

La novia de Roberto no tuvo tiempo de apartarse. En cuanto sintió la bocanada de aire que le permitió volver a respirar, percibió cómo se abrían las compuertas para que el semen brotara como en un manantial directamente hacia ella. El primer chorretón cayó con fuerza en su mejilla, salpicándole uno de los párpados. Mientras sentía el agradable calor del esperma en su rostro, notó cómo venía el segundo lechazo, esta vez en la nariz y la frente. El tercer manguerazo le manchó la boca, que no había podido cerrar pues aún estaba recuperando el resuello. Así, mientras la leche del negro se deslizaba por toda su cara, no tuvo más remedio que saborear el pequeño borbotón de lefa que había aterrizado sobre su lengua mientras lo expulsaba para que le resbalara por la barbilla.

La mano de Carolina seguía aferrada a los huevos de Amath, así que aprovechó el camino de vuelta para exprimir bien la polla del negro, que se mantenía a media asta, con un último colgajo de semen, que cayó al suelo cuando ella le apretó el sensible glande, haciéndolo sollozar de placer.

—Increíble… —soltó el chico, sonriente, aún con la respiración acelerada.

—Voy a lavarme —contestó ella, procurando no darle importancia a lo ocurrido, alzándose y dirigiéndose al cuarto de baño sin esperar réplica alguna.

Carolina aprovechó para lavarse la cara y las manos, incluso usó algo de crema dentífrica para cepillarse los dientes con el dedo. Mientras se aseaba, cavilaba que la noche se había convertido en la más salvaje de su vida. ¡Encima con los amigos de su primo pequeño! Ni siquiera antes de estar con su actual pareja, en sus años locos de juventud, cuando hizo por primera y única vez un trío con dos chicos, había vivido nada parecido.

Alzó la cabeza para mirarse en el espejo y no pudo evitar ver la sonrisa nerviosa que le iluminaba el rostro y que era incapaz de ocultar. Acababa de comerse las pollas de un par de niñatos y seguía cachonda. Y quedaban dos o tal vez tres si… pero no quiso pensar en eso. Lo que tenía claro es que ya no había vuelta atrás. Lo sentía muchísimo por Roberto, pero el mal ya estaba hecho, muy a su pesar.

Solo la posibilidad de plantearse si estaba dispuesta a seguir con semejante locura, no cortándola completamente de raíz sin dudar, le hizo pensar si estaba ida. Dio un paso atrás, agarrándose las bragas para separarlas ligeramente de su cuerpo. Ahí estaban todos sus fluidos vaginales pegados a la tela, colgando de su chochito. Suspiró mientras un escalofrío recorría su cuerpo. No estaba loca, estaba muy perra. Y quería más cocaína.

De camino de vuelta a la sala de estar, pudo escuchar a Amath dando una descripción detallada de lo ocurrido.

—¡Os lo juro, nadie me la ha comido de esa manera! Las tías simplemente se la meten en la boca y mueven la cabeza sin tener ni puta idea de lo que hacen —rió, provocando las carcajadas de sus colegas—. Gracias, tío —se dirigió a Esteban—, nunca pensé que tu prima estuviera tan buena como decías.

—¡Ni que fuera tan zorra! —añadió el aludido.

—Pues lo es, te lo aseguro —replicó Salva.

—Ese Roberto debe ser gilipollas de verdad para que cinco criajos sean capaces de violarle a la novia… —intervino Tomás, riendo con estruendo mientras se cachondeaba una vez más del chico de Carolina.

—Ya estoy aseada —decidió que ese era buen momento para irrumpir en la estancia, caminando con una sonrisa altiva en dirección a los muchachos e ignorando lo que acababa de escuchar.

—Ha sido un placer, de verdad, Carol —la saludó Amath, poniéndose en su camino e interrumpiéndole el paso.

—El placer ha sido mío —contestó ella de forma automática, sin mayor pretensión.

—No todavía… —el negro dibujó una nueva sonrisa al tiempo que llevaba una mano al vientre femenino para clavarle los dedos desplazándolos en dirección a su pubis.

—Las manos quietas —le paró los pies, asiéndole la muñeca—. Eso sí que no —aseguró, dibujando una sonrisa picarona.

—¿Es mi turno? —la sorprendió Néstor, con su rechoncha polla en la mano.

—¿Acaso creéis que vamos a seguir? —le importunó.

—Por supuesto que vamos a seguir —aseguró Tomás, volviendo a agarrarse el enorme cipote para masajeárselo ante la atenta mirada femenina.

—Antes debería ponerme un poco a tono —sugirió, desviando la mirada hacia su primo mientras se golpeaba ligeramente la nariz para indicar lo que quería.

—Chúpasela a Néstor y yo mientras te la preparo —sonrió el tiarrón con su habitual aire altanero.

—¿No hay más remedio? —forzó un gesto de disgusto.

—Si quieres una buena clencha te lo tienes que currar —aseguró Esteban.

—Joder, primo, qué serio te pones cuando quieres —terminó la frase con una sonrisa morbosa mientras se arrodillaba frente al más rollizo de los amigos.

Le encantaba que su primito la tratara con tanta seguridad y confianza en sí mismo. Aunque sabía que Esteban era así, no solía demostrarlo con ella y eso la ponía inesperadamente muy cachonda.

—Qué gorda la tienes… —piropeó a Néstor cuando rodeó su verga con la mano para empezar a pajearlo.

—¿Qui… quieres que haga algo? —preguntó inocentemente, sacándole una sonrisa a Carolina.

—Nada, solo relájate.

—Pues yo quiero que me hagas lo mismo que a Amath —propuso, ahora haciéndola reír.

—Será un placer —contestó, agarrándole de las nalgas mientras aspiraba disimuladamente, llenándose la nariz con el suave aroma masculino antes de sacar la lengua para recorrer los 15 centímetros de verga, desde la base hasta la punta.

—¡Oh, dios! —gimoteó él, sintiendo cómo la polla se le hinchaba de tal forma que la notaba a punto de explotar.

—Y es solo el principio —se cachondeó Amath.

La novia de Roberto, consciente de que Néstor no parecía muy experimentado, se tomó su tiempo lamiendo y chupando lentamente el grueso falo para disfrutar del sabor del líquido preseminal que comenzaba a fluir casi de manera constante. Puesto que no la tenía tan grande como el negro, debía coordinarse, dejando de masturbarle cuando se la metía toda en la boca para luego volver a pajearlo. Tras un par de minutos, empezó a usar la lengua para lamerle la sensible zona del frenillo, momento que sintió cómo el crío se convulsionaba.

Al igual que hiciera con Salva, Carolina se apartó a tiempo para contemplar la corrida sin mancharse. El orgasmo de Néstor no fue tan salvaje como el de sus amigos. Su verga comenzó a soltar pequeños borbotones de esperma que se atoraban en el glande, amontonándose hasta que el rechoncho muchacho tuvo un último espasmo, acompañado de un fuerte grito, haciendo que toda la leche acumulada acabara deslizándose por su entrepierna.

—Voy a necesitar una nueva lengua después de esta noche —bromeó la mujer, incorporándose.

—¿Puedo quedarme con la vieja? —preguntó Amath, haciendo reír a todos.

—Estás disfrutando, eh, cabrón —Carolina se dirigió a Tomás con cierto aire de reproche.

—Me ha gustado cómo te los has ventilado —sonrió—. Creo que esos tres capullos nunca se han corrido tan rápido —se cachondeó de sus amigos—. Y me ha encantado verte toda la cara sucia… —dibujó una nueva mueca chulesca al tiempo que le acariciaba el rostro.

—Creo que me debes algo…

—Aquí lo tengo… —el tiarrón le mostró una pequeña bolsa que contenía la cocaína.

—¿Vamos a la mesa? —le propuso ella.

—No, te voy a enseñar a esnifarla en un sitio mejor —sonrió con malicia, encarando el polvo blanco como si fuera a echárselo sobre su propio miembro viril.

—¡Estás loco! —se sorprendió Carolina, sin poder contener la risa nerviosa que la situación le provocaba.

—¿Quieres mucha o poca?

—Poquita. No seas malo —puso cara de niña buena, agachándose para quedarse arrodillada frente a la exuberante erección de ese pedazo de hijo de puta.

—Veamos… —empezó a dejar caer el contenido de la bolsita—. Necesito que me des una medida de referencia de algo pequeño… —la miró a los ojos con chulería, provocando la sonrisa traviesa de Carolina.

—Por aquí —le indicó ella, llevando un dedo a poco más de la mitad de sus 23 centímetros.

—¿Es lo que le mide al maricón de tu chico? —se cachondeó con una soberbia desproporcionada.

—Sí. Más o menos —dibujó una mueca de disgusto tras una timorata sonrisa rebosante de morbo—. ¿Te parece una referencia suficientemente pequeña? —provocó la risa del tiarrón.

—Bastante pequeña diría yo —se vanaglorió mientras alargaba la raya hasta el punto indicado antes de pasarle el resto de la droga a Esteban para que los demás también se metieran un tiro.

—Eres un cabronazo… —aseguró Carolina, inclinando el rostro hacia la línea blanca que descansaba sobre la larguísima verga de Tomás.

Aún no había aspirado y ya sentía cómo el fuerte olor a macho le invadía las fosas nasales, así que la sensación cuando esnifó la cocaína no pudo ser más placentera. El diabólico polvo blanco recorriendo su tabique parecía mucho más contundente gracias al poderoso aroma acre que lo acompañaba.

—¡Joder! —gritó la tía buena, pues nunca había experimentado nada parecido—. Esto es la puta hostia.

Debido a todo lo que ya se había metido esa noche, el subidón fue casi inmediato. Agarró el pollón del niñato, sintiendo toda su joven hombría, representada en último término por la monstruosidad que tenía entre las piernas, pudiendo disfrutarla al fin sin tapujos.

—Vamos a ver lo que podemos hacer por ti… —murmuró mientras deslizaba los dedos a lo largo del grueso tronco y observaba cómo su primo pequeño y el resto de sus amigos se metían las rayas de coca.

—A ver de qué eres capaz… —se dejó caer pausadamente sobre la silla que tenía detrás, abriendo las piernas para dejar espacio a la espectacular treintañera que le estaba masturbando.

Carolina pareció intuir como si la inconmensurable verga del tiarrón siguiera enardeciéndose, sintiendo cómo el duro hierro carnoso que sus dedos recorrían arriba y abajo aún se acrecentaba más si es que eso era posible. No podía negar que le encantaban las pollas grandes y esa era enorme. Estaba muy cachonda.

—Me encantaría que fuera tu rico coño —despertó a la morena de su ensoñación, refiriéndose a la mano femenina que recorría su inhiesto cipote.

—Pensé que querías disfrutar de mi lengua —bromeó.

—De esa también —contestó—. Pero me gustaría que fuera un preludio, no una sustituta —sonrió con altanería, volviendo a acariciar el rostro de Carolina.

Ella bajó la cabeza, dirigiéndose al sexo masculino para darle un primer lametón y paladear el fuerte sabor del macho, acorde a su olor. Separó ligeramente los labios y comenzó a chuparle el circuncidado glande. Tomás sabía asquerosamente contundente y eso la volvía loca. Abrió un poquito más la boca para mordisquearle suavemente, sintiendo cómo el niñato se removía en su asiento. Agarrándolo de las caderas, se dejó llevar definitivamente, comenzando a tragarse el desproporcionado pollón, hasta llegar al tope, intentando engullir todo lo que pudo de los 23 centímetros. Y, aunque logró meterse bastante, aún le quedó un buen cacho fuera.

—¡Dios, sí que eres buena! ¡Hija de puta! —gimió, aprovechando para seguir acariciándola, ahora a lo largo de todo el brazo.

Carolina, orgullosa de satisfacer al tiarrón que tan cachonda la había puesto desde la discoteca, ignoró los roces del muchacho y empezó a hacer uso de la lengua para rodearle el bálano, sintiendo cómo le latía con fiereza con cada refriega, como si su enorme polla tuviera vida propia, mientras volvía a agarrarle el tronco con la mano para masturbarlo.

—¡Dios, Carolina, joder! ¡No me jodas! ¡Me estás matando! —siguió sollozando, deslizándose con disimulo hacia el costado femenino, empezando a sobarle muy cerca de uno de los senos.

La novia de Roberto, consciente de las intenciones del niñato, alzó la vista para indicarle con la mirada que no lo hiciera, sin dejar de mamársela, mas una sonrisa de triunfo fue su única respuesta. La treintañera sintió la vigorosa mano de Tomás asiéndole una teta y no tuvo más remedio que ahogar un evidente gemido de placer que se convirtió en un severa chupada, aferrando fuertemente los labios a la recia piel de la descomunal polla mientras sentía los firmes dedos masculinos clavándose en su voluminoso pecho.

El corpulento Tomás no tardó en agarrarla por la cabeza al mismo tiempo que levantaba el culo ligeramente para empezar a follarse la boca de Carolina, que comenzó a soltar pequeños sollozos que se acabaron convirtiendo en evidentes jadeos a medida que el veinteañero aumentaba el ritmo de las sacudidas.

La tía buena sentía cómo se le escurría la saliva cada vez que la punta del pollón le rasgaba el paladar, rozándole el inicio de la garganta. Cerró los ojos y le dejó hacer, disfrutando del macho que le había dado una paliza a su novio delante de sus narices y ahora le violaba la boca con su enorme rabo, casi el doble de grande que el de Roberto, mientras le regalaba un buen repaso a una de sus tetas.

—¡Oh, joder! —se convulsionó finalmente, tras unos cuantos minutos destrozando la boca de Carolina, retorciéndose de placer.

El pollón de Tomás estalló como un géiser contra la irritada garganta femenina, que recibió los primeros lechazos sorpresivamente, viéndose obligada a tragárselos casi sin querer, sintiendo cómo el calor corrosivo del semen se deslizaba por su faringe primero y esófago después. Pero el joven macho siguió eyaculando abundantemente, depositando el resto de su simiente dentro de la boca de Carolina, que no paraba de jugar con su incansable lengua, empezando a sorprenderse por la barbaridad de esperma que el chico era capaz de emanar, pues estaba a punto de rebosarle. Instintivamente empezó a dejarlo caer, resbalando por su barbilla para que quedara colgando unos segundos del mentón, mientras seguía expulsando tal cantidad ingente de lefa que se amontonaba lo suficiente como para finalmente caer al suelo debido al peso.

—Joder, chaval… —sollozó, gratamente sorprendida por la descomunal corrida del semental, que parecía desplomado sobre la silla.

La treintañera se inclinó hacia delante para volver a agarrarle la polla, que seguía siendo mayor que la de Roberto a pesar de estar morcillona, con la intención de darle una buena despedida, regalándole un último lametón. Mas no se esperaba que ese fuera el resorte para que un postrero lechazo saliera despedido directamente al pómulo de la morena.

—Me olvidé decirte que me corro en abundancia —rió con desfachatez mientras oía el ronroneo de Carolina y la observaba sonreír antes de meterse el glande en la boca para succionarle hasta la última gota.

El primo

Sin saber muy bien cómo había permitido que sucediera, la novia de Roberto acababa de hacerle una mamada a cada uno de los cuatro amigos de Esteban, que se había quedado a la espera mientras ella se aseaba nuevamente. Seguía con ganas, pues no se había corrido y aún estaba cachonda, además de puesta hasta las cejas. Aún así, no lo tenía tan claro como con los otros veinteañeros. Comerle la polla a alguien de la familia era otra cosa. Le sonaba incluso degenerado, pero no podía negar que su primito le daba un morbazo de la hostia.

—Así que estás esperando saber qué es lo que voy a hacer —se dirigió a él tras volver del cuarto de baño.

—Parece que me conoces bien, prima —contestó graciosamente.

—Te conozco desde hace unos cuantos años. No eras más que un mocoso —le sacó la lengua.

—Bueno, al parecer ya no soy tan crío —se asió la verga para jugar con ella delante de su prima mayor.

Carolina se acercó a él para quitarle la cerveza que tenía en la otra mano y darle un trago.

—¿Qué quieres que haga, primo? —le preguntó, mirándole directamente a los ojos.

Se hizo un breve silencio, solo roto por el intencionado carraspeo de Amath, que la morena aprovechó para acariciar el fibrado torso del novio de María.

—Es evidente que estás excitada —dibujó una sonrisa chulesca, haciendo una pausa para que ella asintiera con la cabeza—, así que no me quedaré contento si no hacemos algo al respecto —afirmó con seguridad, consiguiendo cohibir ligeramente a Carolina—. Está siendo una noche increíble y quiero que la recuerdes toda tu puta vida.

—No sé si eres un amor —le dio un beso en la mejilla, como siempre que se saludaban—. O un maldito cabronazo —se encaró para darle un ligero pico en los labios.

Esteban aprovechó la ocasión para robarle un morreo a Carolina, pillándola desprevenida, aunque no tardó en disfrutar del buen hacer del crío, acompasándose a la juguetona lengua masculina, que friccionaba con cierta fiereza contra la de ella.

—¿Quieres chupármela? —le susurró al oído, justo después de lamerle el cuello, acercándose lo suficiente como para que la empalmada comenzara a restregarse contra el precioso cuerpo de su prima, que sintió cómo se le erizaba la piel.

Esa pregunta sonó como un disparo en la cabeza de Carolina. Esteban había jugado bien su baza, dejando que la elección de la respuesta recayera sobre ella. Aunque hubiera preferido que fuera él quién decidiera, supuso que no hubiese sido lo más lógico, pues era la mayor y pensó que debía asumir la responsabilidad de su primito en ausencia de sus padres. Sonrió.

Pero maldijo tener tan clara la respuesta. ¿Quería comerse la buena tranca de Esteban? Por supuesto que sí. Lo que no era tan evidente es querer hacerlo delante de sus amigos. De repente temió que al día siguiente estuviera todo colgado en las redes sociales. Aunque se tranquilizó rápidamente. Al menos no había nadie grabando. Volvió a sonreír nerviosamente.

—Creo que ambos deseamos cruzar la línea —percutió el veinteañero.

Ella asintió, alargando un brazo para asir la juguetona verga que no dejaba de frotarse contra su cuerpo. Al entrar en contacto directo con la completa desnudez de su primo pequeño, sintió un ligero espasmo, recorriéndole un placentero escalofrío desde la mano hasta la punta de su último cabello.

—Tal vez no la deberíamos cruzar sin tener la cabeza del todo lúcida —sugirió la mujer, comenzando a mover la mano con la que seguía sujetándole el miembro viril.

—¿A qué cabeza te refieres?

—Muy agudo —sonrió—. Esta está que revienta —le apretó el descapuchado glande—. Voy a echarle un vistazo, ¿vale?

—Vale —sonrió, satisfecho de cómo se estaban precipitando los acontecimientos.

—Lo que tenga que ser, será, primito —bromeó con cierto retintín, agachándose a sus pies.

—¿Se la vas a comer, zorra? —gritó Salva.

—Joder, me pone cachondo hasta a mí que se la chupes a tu primo —añadió Amath.

—¡Ya te digo! —intervino Néstor con los ojos como platos—. Se me ha vuelto a poner dura solo de pensarlo.

—Únicamente voy a examinarla un poquito —inició un suave vaivén a lo largo de toda la longitud de su hombría—, para compararla con las vuestras y decidir cuál es la mejor. De eso se trataba, ¿no? —aumentó ligeramente el ritmo, comenzando a hacerle una paja.

—¿Únicamente? —se inmiscuyó Tomás—. Tío, Esteban, no sabes lo que te vas a perder —sonrió con malicia—. No tiene comparación con nada de lo que hayas conocido hasta ahora.

—¿Y tú qué sabes lo que ha conocido o ha dejado de conocer? —protestó la morena.

—Nos lo hubiera contado. ¡Tu primo es un bocazas!

—¡No te pases! —se quejó ella—. Y no te preocupes que estaré toda la vida a su lado por si necesita que le dé un poco de esto —le regaló un primer lametón, consiguiendo que Esteban gimiera de gusto.

—¿Y por qué esperar? —replicó Amath.

Carolina se centró en la buena herramienta que estaba masturbando, percibiendo cómo el fuerte aroma comenzaba a estimular su pituitaria y fijándose detenidamente en cómo palpitaban las grandilocuentes venas que ninguno de sus amigos vislumbraba de un modo tan marcado. Aunque no era la polla de mayor tamaño, sin duda tenía el aspecto más salvaje y rudo de todas. Y eso le encantaba.

—Chúpamela, prima —decretó finalmente, derrochando toda la seguridad en sí mismo de la que hacía gala.

—Pero solo un poquito… —aceptó a regañadientes, como si no tuviera más remedio.

La novia de Roberto levantó la vista antes de agarrar a su primo por las pelotas, alzándole la verga, que quedó bien tiesa apuntando hacia ella. Sin dejar de mirarle a los ojos, abrió la boca ligeramente y le dio una pequeña chupadita al glande, sintiendo cómo comenzaba a humedecerse.

—Otra vez —le ordenó él con seriedad.

Ya que tenía que hacerlo, la tía buena decidió usar su mejor repertorio. Se aferró con ambas manos al culo de su primo, dejando que su buena polla quedara colgando totalmente erecta ante ella. Esta vez abrió bien la boca, encarándose a lo que pretendía meterse dentro. Sintió cómo su grosor le rozaba los labios a medida que se abría paso hasta su garganta, comenzando a jugar con la lengua alrededor del sabroso trozo de carne palpitante que ya se estaba comiendo.

Al separarse de él para tomar aire, Carolina contempló cómo todo el cuerpazo del veinteañero temblaba de excitación. Se fijó en el ligero vaivén de su venérea verga, de la que colgaba un hilo blanquecino de saliva que hacía puente con su propia boca. Le encantó esa imagen tan sucia y morbosa. Y no pudo más. Se llevó una mano a la entrepierna y, gimiendo muy sutilmente, se acarició el coño por encima de la tela de las bragas.

Mientras su dedo se desplazaba con suma facilidad sobre la ropa interior debido a lo lubricada que estaba, usó la otra mano para recoger sus propias babas, esparciéndolas por toda la monstruosidad de su primo, volviendo a agarrársela para seguir masturbándolo antes de metérsela nuevamente en la boca, logrando que Esteban gimiera con más ganas.

Carolina sentía que tenía el chocho al rojo vivo mientras intentaba que su primito se corriera. Y no estaba lejos de conseguirlo, pues el novio de María, ahora con los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás, tenía la polla a punto de reventar. Siguió chupándosela, cada vez más rápido, acompasando la paja, sin dejar de lamerle cada recodo del sabroso rabo.

—¡Prima! ¡La madre que te parió! ¡¿Qué me haces, cabrona?! ¡Ah! ¡Justo ahí! ¡Más, más! ¡Espera!

Esteban arqueó la espalda, agarrando la cabeza de su prima con ambas manos para luego echar la cadera hacia delante, hundiendo toda la masculinidad en su cavidad bucal con tal fiereza que Carolina tuvo que retirarse ligeramente, pues casi se ahogó cuando los 18 centímetros que tenía dentro de la boca explotaron salvajemente, inundándola de leche caliente y espesa mientras su cuerpo se convulsionaba de puro placer durante los largos segundos que le duró el orgasmo.

La novia de Roberto, aún sujetando la picha morcillona de su primo con la mano, estaba ensimismada, como sumida en un pequeño trance. Las tres rayas de cocaína que se había metido ayudaban a que todo le pareciera incluso irreal. Se preguntó si era el sabor de Esteban el que degustaba con la lengua antes de comenzar a tragarse su rico esperma mientras presionaba ligeramente los dedos contra su encharcada raja, ahogando un grito de placer.

—Hemos sobrepasado la puta línea —susurró el veinteañero, mostrando una sonrisa orgullosa que fue correspondida por otra más tímida y ligeramente temerosa de ella.

—Venga, aparta ya, mocoso —bromeó cariñosamente, dándole un última caricia a la entrepierna masculina antes de alzarse definitivamente.

—Eh, ¿qué te dije? —Tomás rompió el momento— ¿Es buena o no es buena tu puta prima? —inquirió, acercándose a ella para hundir los dedos en su melena morena, obligándola a girar el rostro hacia él—. Cuando tengas que cuidar de tu primito, que me avise y me cuidas a mí también —se burló.

Carolina frunció el ceño, molesta consigo misma al pensar que le parecía una magnífica propuesta.

—Pues sí, prima, eres la hostia —sonrió Esteban.

—Y vosotros un poco cabrones —se dirigió a los veinteañeros, provocando la nueva algarabía que, como tantas otras veces durante la noche, le sacó una mueca de satisfacción contemplando la euforia que desprendían los críos después de conseguir que toda una mujer como ella, felizmente emparejada con Roberto, les hiciera una muy buena mamada a cada uno de ellos.

La prima

—Y el que tiene la mejor polla es… —reclamó Salva.

—Vale, vale, ¡ni siquiera me he recuperado aún de tanto rabo! —protestó ella jocosamente—. Espera un segundo —se acomodó las bragas, que las tenía ligeramente descolocadas después de las caricias que se había profesado mientras se la comía a su primo.

—¿Estás ya lista para el veredicto? —insistió Amath.

Carolina, con el precioso pelo sudado ligeramente pegado a la cara, asintió.

—Vale, chicos —empezó—, la que más me ha gustado ha sido… ¡redoble de tambores, por favor! —bromeó— ¡el pollón de Tomás! —exageró un forzado sonido de satisfacción, provocando un nuevo revuelo entre los chicos.

—Esta vez te ha sido imposible volver a hacer trampas —masculló altivamente el tiarrón, agarrándose el vigoroso miembro para exhibirlo una vez más ante ella.

—No digas tonterías —le recriminó—. He sido más que justa con todos vosotros —dibujó una nueva sonrisa picantona, observando con disimulo cómo poco a poco volvía a hincharse el pollón del chulito.

—Si tú lo dices… —soltó sin mucha convicción.

—Entonces, ¿quién gana en general? —preguntó Néstor inocentemente.

—Eso, ¿quién está más bueno? —aclaró el negro.

—Buena pregunta —sonrió Carolina—. Está difícil. Muy difícil. Si no me equivoco todos habéis ganado una categoría. Y algunos podríais optar a varias —le dedicó una mirada maliciosa a Tomás—. Pero solo uno cumple bien en todas… —sonrió pérfidamente.

Echó un nuevo vistazo a los cinco jovencitos desnudos que esa noche habían conseguido turbarla hasta el punto de llevarla a cometer la mayor locura que jamás se hubiera imaginado. Salva la observaba, como siempre, con el semblante desfigurado, mientras Esteban y Néstor lo hacían risueños. Amath, sin embargo, parecía comérsela con los ojos. Y Tomás, impasible, la miraba expectante. Pero lo que llamó la atención femenina es que ninguno la tenía flácida. Aunque solo el salido estaba completamente empalmado, los demás tenían sus buenas herramientas morcillonas. Y eso no calmaba precisamente el ardor que Carolina sentía en la entrepierna.

—Vaya rollo que te gastas, prima —se quejó jocosamente.

—El que está más bueno eres tú —le contestó sin mayor dilación, mordiéndose el labio inferior con cierto disimulo mientras observaba cómo se le dibujaba una mueca de orgullo y satisfacción.
—¡Tongo, tongo! —los gritos jocosos de desaprobación no se hicieron esperar.

—¿Y qué decíais que recibiría el ganador? —preguntó Esteban en cachondeo, una vez transcurrido el revuelo.

—¿Alguien tendrá que aliviarla? —sonrió Amath maliciosamente, refiriéndose a Carolina.

—¡Sí, hombre! —se hizo la ofendida.

—Vamos —intervino Salva—, debes estar empapada desde hace horas. El coño te apesta a kilómetros —chasqueó atropelladamente, con los ojos fuera de las cuencas mirando en dirección a la entrepierna de la morena, que se tapó con disimulo, avergonzada.

—Además, que te lo mereces —añadió Néstor—. Te lo has ganado sobradamente.

—Y tu primo tendrá la oportunidad de volver a demostrar de qué es capaz… —le desafió Tomás.

—¡Qué cabrón! —soltó Amath, descojonándose de la risa.

—Espera, espera… ¿de qué estáis hablando? —quiso saber la aludida.

—Esteban dijo que podía provocar un squirt solo con la lengua —explicó el negro—, siempre que se trate de una mujer de verdad —apuntilló—. Pues ahí la tienes —se dirigió a su amigo, señalando a la treintañera.

Carolina no se esperaba en absoluto los nuevos derroteros. Había sido tonta pensando que los críos se quedarían satisfechos después de hacerles una mamada y ni se le había pasado por la cabeza la posibilidad de que quisieran llegar más lejos.

—Pero si soy su prima —replicó.

—Y acabas de comerle toda la polla —soltó Salva, contrarrestando su argumento.

—A mí me parece que te lo debo —sonrió Esteban con chulería.

—Uno de nosotros tiene que hacerlo —insistió Tomás, acercándose a la novia de Roberto.

—No vas a ser tú, mamonazo… —ella dio un paso atrás.

—¿Tienes miedo de que te lo coma mejor que el capullo de tu novio? —sonrió maliciosamente.

—Tal vez. Pero tú no has ganado —esbozó una sensual mueca, picándolo.

—¿Y crees que yo lo haré mejor que Roberto? —insistió Esteban, colocándose delante de su amigo.

La seguridad en su iniciativa hizo que a Carolina se le removieran las entrañas, pues se moría de ganas de que alguien le aliviara ahí abajo. Y le encantaba saber que tenía a cinco niñatos dispuestos a hacerlo. Pero solo pensar que pudiera ser el chulito de su primo pequeño hizo que tuviera un ligero espasmo en el chochito.

—No creo que seas capaz —se picó el tiarrón.

—Por supuesto que puedo hacerlo. ¿Prima? —se dirigió a ella, alzando las cejas inquisitivamente.

Carolina no contestó. Simplemente se alejó hacia el sofá, sentándose antes de subir los pies para cruzarlos al estilo indio. En esa postura, oculto a las libidinosas miradas masculinas gracias a la tela del tanga, su coñito se abrió, forzando el suave crepitar de sus labios vaginales deslizándose lentamente debido a toda la lubricación que los mantenía bien empapados. Fue Esteban quien se acercó para sentarse junto a ella.

—¿Ya sabes lo que vas a hacer? —preguntó, comenzando a acariciar suavemente la piel desnuda de la parte externa de uno de los muslos femeninos.

—¿Yo? Eres tú el que quiere hacer algo, ¡guarro! —le increpó jocosamente, dándole un pequeño manotazo en el hombro.

—Pero es para aliviarte, tonta —respondió graciosamente, riendo y aprovechando para deslizar su mano suavemente por la pierna de su prima, que le dejó hacer.

—Ya… ¿seguro que no es porque llevas años queriéndome meter la lengua? —le sonrió morbosamente.

—¿Meterla dónde? —se hizo el tonto, acercando su rostro al de Carolina—. ¿Aquí? —intentó darle un nuevo morreo mientras alargaba los dedos de la mano para comenzar a rozarle la parte interna del muslo.

—¡Primo! —le amonestó.

—¿Me has hecho la cobra? —se rió, comenzando a sobarle un poco más descaradamente.

Carolina echó un rápido vistazo a la entrepierna de Esteban. Le encantó comprobar que volvía a estar empalmado y, en un acto casi reflejo, descruzó los pies para bajarlos del sofá, pero quedándose tan abierta como estaba, facilitándole las caricias a su primo pequeño, que ya le manoseaba cerca de la entrepierna.

—¿O por aquí? —sonrió él maliciosamente, alargando uno de los dedos para deslizarlo sutilmente por la ingle femenina, entrando casi en contacto con la tela de la ropa interior de la tía buena, que no pudo evitar soltar un leve gemido, abriéndose un poquito más mientras se deshacía con los roces prohibidos del muchacho.

El pulso de Carolina se disparó al ver cómo su primito se arrodillaba en el suelo entre sus muslos mientras sus cuatro amigos se acercaban para rodear la tórrida escena. A su mente retornó la excitante imagen de la chica a la que Esteban le hizo un cunnilingus y no se pudo creer que finalmente ella acabara siendo su siguiente puta, tal y como dijo Salva.

Cuando el pérfido crío metió el dedo bajo su braga, cerró los ojos y desapareció todo su mundo, incluido Roberto. En ese momento solo existía su primo veinteañero y lo que estaba a punto de hacerle. Subió los párpados nuevamente para deleitarse con el puro deseo que pudo ver grabado a fuego en el joven rostro del novio de María.

El brillante chocho de su prima mayor estaba mucho más que empapado. Al deslizar la tira de la ropa interior hacia un costado, Esteban pudo observar los pequeños chorros blanquecinos que emanaban desde lo más profundo de su ser. Se relamió, olfateando el pestazo a coño, antes de darle el primer repaso, desde un poco más arriba del ano, hasta el mismo clítoris, deslizando la lengua con delicada fiereza a través de los labios vaginales, que de lo pegajosos que estaban se adherían al músculo intruso.

Carolina no quería gemir, pero no podía ocultar más su desbordada excitación. Sin duda su primo sabía cómo comerse un coño y eso que acababa de empezar. Estiró los brazos para agarrarle la cabeza mientras alzaba las piernas lentamente hasta quedarse completamente abierta, con las rodillas dobladas en el aire.

Él la asió por las caderas, atrayéndola aún más hacia sí para poder restregarse a conciencia contra el ardiente sexo de la treintañera. Al muy cerdo el encantaba meter la nariz entre sus pliegues para impregnarse de todo su excitante aroma.

—Esta sí es una mujer de verdad —se separó momentáneamente de su prima, justo después de darle una buena succión en el hinchado clítoris, para acabar soltándole un escupitajo en todo el coño, seguido de un fuerte azote en una de las nalgas.

—¡Ay! Estoy a puntito… —sollozó ella.

—Es el momento —sonrió Esteban.

Fue Amath el que le acercó la bolsa con la cocaína.

—¿Qué vas a hacer, primo?

—Calla y relájate —le instó—. Vas a ver el subidón —sonrió con malicia.

—¿Vas a colocarte en mi chochito? —jadeó, tremendamente cachonda—. ¡Uf!

—¿De esto tampoco puede enterarse Roberto? —se burló, dándole un lengüetazo en el coño.

—Cabrón, cabrón, cabrón…

Cuando Carolina sintió el polvo blanco entrando en contacto directo con su carnoso chochazo y todas sus terminaciones nerviosas en estado de incandescencia total, empezó a perder el control.

—Estoy muy sensible, primo —sollozaba lastimosamente.

—Lo sé… —se inclinó hacia delante, metiendo nuevamente la cabeza entre los muslos de la novia de Roberto.

—¿Lo va a conseguir? —preguntó Salva al aire, rompiendo un poco la magia del momento.

En cuanto ella sintió la lengua de su primito esparciéndole la droga por todo el coño, no pudo más.

—¡Joder, cabronazo! Me corro y… ¡Oh! ¡No puede ser! ¡Oh, primo, primo!

Esteban se separó ligeramente para observar cómo los flujos blanquecinos que la hermosa mujer emanaba se convirtieron en pequeños riachuelos cuyo caudal iba en aumento hasta que llegó la inevitable explosión. El cuerpazo de la tía buena se estremeció y acto seguido soltó un grito de desproporcionado placer acompañado por la emulsión cristalina que salió despedida de su coño. Carolina jamás se había corrido de esa forma. Fue su primer squirt.

El veinteañero sintió una especie de orgullo al contemplar a su prima mayor en esa posición, totalmente vencida y satisfecha gracias a él. Alzó la mirada para verle la cara, que la tenía descompuesta, hasta que sus ojos se cruzaron y ella le regaló una sonrisa.

El fin de fiesta

—Creía que lo habíamos hecho para darme un alivio y ahora estáis todos cachondos de nuevo —protestó, alzando la mirada para descubrir las cinco magníficas erecciones que la rodeaban mientras ella se recolocaba las bragas.

—La fogosidad de los niñatos de hoy en día —bromeó Amath, haciendo reír a la autora de la frase original.

—¿Y qué pensáis hacer para calmaros? —sonrió con picardía.

—¿No quieres que te follemos bien a gusto, guarra? —preguntó Salva, ligeramente extrañado.

—¡¿Qué?! ¡Oye, espera! —se incorporó lentamente, sobresaltada y algo confundida—. De eso nada. Ya hemos ido bastante lejos, mucho más lejos de lo que deberíamos —recalcó—. Todos hemos estado bebiendo, esnifando… Hay parejas de por medio… ¡Joder, está Roberto!

Uno de los chicos intentó replicar, pero ella se adelantó.

—Creo que debemos acabar la noche —concluyó su discurso.

—La noche no se va a acabar hasta que aparezca tu amiga para llevarte a casa —aseguró Tomás.

—Nosotros dormimos aquí —aclaró Amath.

—¿Y no tenéis un parchís o algo? —bromeó ella.

—Sí, aquí tienes los cubiletes —Salva le acercó la polla, provocando las carcajadas del resto de sus amigos.

—Sois unos cerdos —replicó sin poder ocultar una sonrisa.

De repente, sin saber que era culpa de los rápidos efectos de la cocaína que había ido a parar directamente a su torrente sanguíneo a través de las mucosas vaginales, no le pareció una idea tan descabellada que ella pudiera calmarlos. Al fin y al cabo, ya lo había hecho antes.

—A ver, podemos jugar a este parchís —agarró el erecto pene del salido, dándole un par de sacudidas como si fuera a lanzar los dados—. Pero aquí nadie habla de follar, ¿vale?

Una vez más, como tantas otras veces, los cinco amigos se miraron con complicidad. Sabían que tenían a la diosa treintañera más a tiro que nunca y no pensaban desaprovechar la oportunidad. Cada uno de ellos, dejando poco más de medio metro de separación, se sentó en una silla con las piernas ligeramente separadas para acabar formando una hilera de rabos apuntando al cielo.

Carolina, observando la excitante estampa, se arrodilló en el suelo, empezando a gatear hasta situarse entre los muslos de Néstor, que estaba en el extremo más próximo de la fila. Mirándole directamente a los ojos y envolviendo su gruesa picha con los dedos, deslizó la mano suavemente unas cuantas veces arriba y abajo antes de levantarse sobre sus rodillas, reclinándose para plantarle un beso en el turgente capullo, separándose de él definitivamente.

En silencio, la novia de Roberto siguió gateando morbosamente hacia el siguiente veinteañero, repitiendo con Esteban la misma rutina que había hecho con su amigo, pero yendo más allá. Tras besar la punta de su polla, tomándose su tiempo, en lugar de tragársela, se entretuvo lamiendo toda la longitud del tronco, comenzando a recubrirlo de una pringosa piel de saliva.

Al sentir los dedos de su primo acariciándole el cuello en busca del contacto con la parte superior de sus pechos quiso protestar, pero no tuvo la oportunidad cuando él se coló hábilmente por debajo del sostén, estrujándole toda la teta. Carolina gimió, teniendo que dejar de chupársela por unos segundos, mientras se retorcía de gusto por culpa de la mano del maldito crío, que no tardó en empezar a jugar con su sensible y durísimo pezón.

Esteban la había vuelto a encender, así que para evitar mayores consecuencias, la morena se alejó de él, arrastrándose hacia Salva, que la esperaba meneándose la pequeña verga. Ella usó una mano para acariciarle la parte de su anatomía que más le llamaba la atención, los enormes huevos, mientras el salido seguía pajeándose como un mono. Carolina deslizó la palma hacia arriba, sustituyéndole en los quehaceres antes de echarse hacia delante sacando la lengua para darle un lametón, concentrándose en la erógena parte inferior debajo del glande.

—Ahora aguantas más… —se sorprendió—. Se nota que te has corrido hace poquito —sonrió, desplazándose de rodillas hacia el siguiente afortunado.

Al llegar a la altura de Amath, la tía buena ya estaba tan cachonda que tiró de su enorme rabo hacia ella y, sin mayor dilación, deslizó los labios sobre su oscuro glande, comenzando a acariciarle el tronco con la mano. Los gemidos del negro animaron a Carolina, que deslizó la boca hacia abajo, tragándose un buen trozo de carne mientras lo masturbaba con más fuerza, hasta que sintió que alguien le acariciaba una de las nalgas.

La novia de Roberto reaccionó rápidamente, girándose para darle un manotazo a los traviesos dedos de Tomás, que se había inclinado desde su silla para meterle mano a traición. Ella se quedó mirándolo, diciendo que no con la cabeza, mientras le sonreía morbosamente y movía un poco el culo para provocarlo.

—No seas cabrona y ven a comerte tu polla preferida —le sugirió ostentosamente antes de darle una fuerte palmada en la nalga, provocándole un quejido, pero llamando definitivamente la atención de la morena, que se encaró hacia él, gateando nuevamente.

Al llegar a su destino, Carolina sonrió, agarrándole el vigoroso miembro para empezar a pajearlo pausadamente. Acto seguido comenzó a chupar el glande del tiarrón y poco a poco fue ampliando la abertura de la cavidad bucal para ir tragándose el tronco lentamente. El proceso duró unos cuantos segundos, hasta que se la sacó completamente para tomar una respiración profunda.

La boca de la mujer volvió a envolver el descomunal pollón del veinteañero, consiguiendo deslizar los carnosos labios alrededor de dos tercios de los 23 centímetros. Forzó más, aflojando los músculos de la garganta para permitir el avance de la bestia, sintiendo cómo la vigorosa punta del iceberg comenzaba a sobrepasarle la campanilla, llegando hasta donde ningún hombre lo había hecho antes, provocándole una arcada. Carolina, babeando, tuvo que sacársela rápidamente para poder respirar.

—¡Joder! —balbuceó, exhausta, procurando recuperar el aliento.

En cuanto recobró la compostura, aún de rodillas, se vio inesperadamente rodeada por las cinco jóvenes y palpitantes vergas, pues el resto de críos se habían levantado de sus asientos para ofrecérselas. Ya sin pensar demasiado, Carolina elevó los dos brazos hacia los costados, asiendo la buena polla de su primo y palpando los huevos del negro mientras se ponía de cuclillas y abría la boca para que Tomás, que seguía frente a ella y ya se estaba alzando, se la metiera nuevamente hasta la garganta, sintiéndose tan sucia y guarra que en ese momento no le hubiera importado tener más hombres para ella sola, aunque casi ya no daba abasto.

La novia de Roberto, girando sobre su propio eje, empezó a alternar pajas y mamadas entre unos y otros degustando el sabroso popurrí de pollas mientras sus dedos se embadurnaban de una mezcla de babas, sudor y líquido preseminal que provocaba el intenso olor a sexo que apestaba toda la estancia.

—Tomás… —se quejó al sentir las traicioneras caricias que, colocado a sus espaldas, le estaba dando en el trasero.

Pero él hizo caso omiso, empezando a manosearle con mayor descaro ante la pasividad de la treintañera, que parecía recibir los arrumacos de buen grado, pues gemía entre dientes, con el excelso cipote de Amath en la boca, cada vez que el tiarrón estiraba de sus nalgas, haciendo que todo el chochito se restregara contra la tira de las bragas brasileñas.

—Para, por favor… —casi suplicaba, pero no hacía nada para impedir que el niñato continuara.

Poco a poco, los dedos de Tomás se fueron deslizando hacia la raja del culo, empezando a entrar en contacto con la ropa interior femenina al mismo que tiempo que Carolina dejaba de comerse la gran polla negra, que tenía completamente bañada en saliva, incluso dando la impresión de haber cambiado de color, para ver cómo Salva no aguantaba más y se corría por segunda vez esa noche, teniendo que detener la paja que le estaba haciendo con el objetivo de masajearle las protuberantes bolsas testiculares mientras el semen del crío salía disparado hacia el suelo, cayendo a borbotones.

—¡Uf! —suspiró ella cuando uno de los dedos del tiarrón le palpó sutilmente alrededor del ano—. Eres un cabronazo… —sollozó, girando el rostro para mostrar su malestar, pero abriendo las piernas ligeramente.

El veinteañero aprovechó esa señal para seguir jugando con el dedo sobre la tela del tanga, sintiendo la viscosidad del otro lado al empezar a deslizarse por todo el sexo de Carolina, que no podía ocultar los jadeos de placer que esas caricias le provocaban, echando el cuerpo ligeramente hacia atrás, buscando de forma sutil un mayor contacto con el amigo de su primo.

—¡No…! —gimoteó cuando sintió que Tomás le agarraba los costados de las bragas para comenzar a bajárselas.

La tía buena estaba tan sensible que percibió claramente cómo el sucio tanga pugnaba por no separarse de su encharcada raja, de la que colgaban los innumerables hilos de flujo vaginal que se adherían a la tela, haciendo que se quedara pegada a su coño, hasta que Tomás tiró con más fuerza, provocando que la novia de Roberto soltara un leve gemido, al tiempo que movía un poco las piernas para acabar de facilitarle la labor.

Con las bragas a la altura de las rodillas, el más corpulento de los amigos de Esteban subió las manos rodeando uno de los muslos femeninos, haciéndole un breve masaje hasta llegar al tope, donde siguió deslizando un dedo por la ingle de Carolina, que instintivamente volvió a abrirse de piernas, haciendo que la tela del tanga se tensara.

—No lo hagas… —lloriqueó, jadeando de gusto al sentir cómo el chico estaba a punto de entrar en contacto con sus partes más íntimas.

El voluminoso dedo corazón de Tomás se humedeció en cuanto palpó los labios vaginales de la treintañera, deslizándose entre sus pliegues para sentir el carnoso tacto de su coño mientras sorteaba la fuerte atracción de su hambriento agujerito, que parecía querer absorberlo, hasta llegar al exaltado clítoris, jugando en rededor.

—¿Quieres que te lo meta? —preguntó lascivamente mientras encaraba el dedo hacia su entrada, presionando levemente.

—Sí…

—Pídemelo por favor…

—Hijo de puta… —se negó a obedecer, moviendo el culo para restregar el chocho contra la mano de Tomás, ahora buscando con descaro sus placenteros roces.

—Estás bien perra, prima —la agarró del pelo al mismo tiempo que se sujetaba la polla y empezaba a golpearle con ella en las mejillas, salpicándole con las pequeñas gotas de líquido preseminal que le brotaban de la punta del capullo.

De repente la novia de Roberto percibió cómo el recio dedo de Tomás la comenzaba a penetrar, no pudiendo ocultar el desaforado gemido de placer con el que se desinhibió definitivamente, pues hacía horas que anhelaba algo en el interior de su coño. Su primo le había practicado un espectacular cunnilingus, pero su lengua no había llegado tan profundo como el dedo corazón del tiarrón, que se lo metía y sacaba lentamente, disfrutando de la magnífica sensación de estar dentro de la espectacular hembra que esa noche se había marcado como objetivo.

Esteban seguía restregándole la polla por la cara a su prima mayor, así que cuando se recompuso lo suficiente, ella se la metió en la boca una vez más, volviendo a alzar los brazos, apoyándose en el grasiento cuerpo de Néstor mientras agarraba la entrepierna de Amath para hacerle una nueva paja.

Fue Salva, que ya se estaba recuperando, el que comenzó a acariciar el abdomen de Carolina, subiendo por su desnudez hasta alcanzar la base de los pechos, sin oposición alguna. El escuálido muchacho metió un dedo bajo el sostén, percibiendo la extraordinaria sensación del esponjoso tacto de los voluminosos senos. El veinteañero hizo un rodeo, deslizándose por toda la circunferencia de la teta mientras percibía cómo la novia de Roberto se estremecía bajo sus caricias, hasta que alcanzó la cima, tirando de las copas del sujetador hacia abajo para liberar los preciosos melones de la tía buena, que quedaron colgando, tersos, con los pequeños pezones erectos y la piel de las oscuras areolas erizada.

La treintañera sintió cómo la mano de Salva se aferraba a una de sus tetazas, teniendo que sacarse la gran polla de su primo pequeño de la boca para gemir ante las nuevas caricias. Mas los sollozos se prolongaron en el tiempo al ver cómo Esteban alargaba la mano para manosearle el otro pecho, subiendo los decibelios a medida que Tomás aumentaba el ritmo con el que le metía el dedo en el coño.

—Me voy a correr… —volvió a gimotear, arqueando la espalda procurando resistirse a lo que parecía inevitable.

—De eso nada —el tiarrón apartó la mano con la que se la estaba follando para darle dos palmaditas en todo el chochazo, haciendo que saltaran un par de chorros de lo mucho que la novia de Roberto estaba lubricando—. Cálmate… —le instó, acariciándole suavemente la entrepierna para acabar retirándose definitivamente.

—Uf… —resopló ella, aún con Esteban y Salva manoseándole las tetas mientras recobraba las fuerzas para reanudar las pajas a Amath y Néstor.

—¿Más tranquila? —inquirió Tomás, volviendo a llevar una mano a la nalga femenina para palpársela antes de estrujársela con fuerza.

—¡Eh! —se quejó la treintañera, dando un respingo cuando notó el dedo del tiarrón presionándole el ano—. ¡Ahí sí que no! —soltó las pollas que tenía en la mano, alzándose rápidamente para separarse de los chicos y subirse las bragas antes de dirigirse al sofá, donde tomó asiento.

—¿Qué pasa, prima? —se interesó, acercándose a ella y sentándose a su lado.

—Mi culo no se toca —puso cara de enfadada.

—Tomás no lo volverá a hacer —usó un tono comprensivo, acariciándole el vientre mientras se giraba para mirar a su amigo.

—Y tú tampoco —refunfuñó.

—¿Y yo sí puedo? —bromeó Amath.

—¡Calla, idiota! —replicó Esteban, comenzando a dejar la marca de sus dedos sobre la suave piel de su prima a medida que recorría su torso.

—Me parece a mí que os estáis aprovechando un poquito… —advirtió, forzando un falso tono de inocencia.

—¿Eso crees? —sonrió él, abriendo la palma de la mano como si quisiera rodear uno de los pechos femeninos, que seguían al aire, con las copas del sostén aún bajadas.

—Sí. Habíamos quedado que yo os ayudaba con esto —estiró la mano para sobar durante un breve instante el descapullado glande su primo pequeño—, pero no habíamos dicho nada de tocarme a mí.

—¿Eso está prohibido? —remarcó más la sonrisa, asiéndole la teta con cierto descaro.

—Prohibidísimo —aseguró, consintiendo que Esteban la sobara.

—Creí que lo único no permitido era follar —afirmó, rodeando el pezón de la treintañera con dos dedos para pellizcarlo y tirar de él suavemente.

—Uhm… —gimió.

El novio de María aferró a su prima mayor de las axilas, sin darle opción a réplica, alzándola con sobrado vigor para colocarla a horcajadas sobre él, con el erecto miembro viril tan cerca de la entrepierna femenina que ambos percibieron el calor que emanaba el sexo del otro.

Él volvió a sobarle los pechos con descaro, mas ella intentó protestar, forcejeando entre bromas con Esteban, lo que provocó el ligero balanceo de su vigorosa polla, que comenzó a rozarse tenuemente contra la tela de las bragas, despertando en Carolina una nueva sensación de desaforada excitación. La mujer se tensó, dejando de jugar para mover la cadera sutilmente, buscando más roces fortuitos con la virilidad de su primo mientras permitía que finalmente le amasara las grandes tetas a conciencia.

Las manos del joven no tardaron en rodearla, resbalando por su espalda hasta colarse por debajo de la ropa interior femenina, asiéndola por las nalgas para alzarla levemente. En esa postura, con las rodillas de ella apoyadas en el sofá, el chochito quedó sobrevolando a escasos centímetros de la verga del veinteañero que, tras unos cuantos magreos en su culo, deslizó las manos hacia abajo, tirando de la prenda a medida que le sobaba los isquiotibiales.

—Primo… —sollozó, sin impedir que le bajara las bragas.

Carolina, con el tanga enrollado en mitad de los muslos, se dejó caer suavemente, sintiendo cómo el glande de Esteban entraba por primera vez en contacto con su sexo, restregándose por los encharcados labios vaginales para acabar chocando contra el depilado monte de Venus. Un escalofrío recorrió el cuerpazo de la fémina, que bufó de puro placer mientras se sentaba sobre los huevos de su primo, echándose hacia delante para sentir la hinchada polla frotándose contra el bajo vientre.

—¡Uf! —gimió antes de agarrar al novio de María por la nuca mientras le plantaba un beso, moviendo las caderas para empezar a deslizar el húmedo chochito por el venéreo tronco que tenía entre las piernas.

Cuando el coño de Carolina le lamió el bálano, el veinteañero se agarró el cipote para encararlo hacia la entrada de la mujer. Los movimientos acompasados de ambos ayudaron a lo que pasó a continuación. Él percibió la turgente y húmeda sensación que facilitó que su miembro se deslizara suavemente hacia el agujero que lo abdujo sin miramientos. Ella esbozó en su mente el contorno del vigoroso tamaño que le abrió las puertas del éxtasis, desgarrándole cada milímetro de su interior como hacía años que no lo hacían.

Esteban se estaba follando a su prima mayor. Un sueño hecho realidad, desde que se hiciera su primera paja pensando en ella, hacía aproximadamente quince años. Carolina, sin embargo, acometía algo que jamás pensó que sucedería, pues acababa de terminar de ponerle los cuernos completamente a su chico. Encima con alguien totalmente inesperado, alguien de la familia.

—Me corro… —gimoteó la experimentada treintañera, empezando a subir y bajar el culo a un ritmo cada vez mayor.

—¿Ya? —se sorprendió Esteban.

—¡Sí, cabrón! —gritó, desatada, pues hacía horas que necesitaba sentir una buena polla dentro del coño y la de su primo sin duda cumplía los requisitos.

Tras el nuevo orgasmo, Carolina se quedó aplatanada, abrazada al novio de María, sintiendo cómo palpitaba la buena polla que aún albergaba en su interior. Ella percibió cómo los labios de Esteban buscaban los suyos para volver a comerle la boca. Saboreando la joven lengua, la morena comenzó a mover la cadera en círculos, poco a poco, volviendo a disfrutar de los placenteros roces que le provocaba todo lo que tenía dentro del chocho.

—¿Tienes ganas de más? —le sonrió él con suficiencia, pero la tía buena no contestó, solo se zarandeó con más brío, echando el pubis adelante y atrás—. Parece que te voy a echar más polvos de los que te habría echado el mierdas de Roberto si te hubieras ido a casa —vaciló al novio de su prima, asiéndola con fuerza por la cintura para acompasarla, obligándola a empezar a botar sobre su incandescente verga.

Tomás se unió a la fiesta, retomando las caricias en el culo de la treintañera que, jadeante, no puso oposición, pues estaba demasiado concentrada en la follada que le estaban pegando. No fue hasta que Esteban aflojó el ritmo, alzando el torso superior para comerle las tetas a Carolina, cuando el tiarrón comenzó a deslizarse entre sus nalgas.

La novia de Roberto se moría de placer, sintiendo la pasión con la que su primo le chupaba los senos, dándole contundentes lametones alrededor de las sensibles areolas para después regalarle pequeñas succiones al pezón mientras su amigo veinteañero le rozaba con delicadeza el ano, presionando lo suficientemente suave como para que no le importara sentir cómo poco a poco la iba dilatando.

—¿Qué pretendes, cabrón? —sollozó, reprendiendo las intenciones de Tomás.

—Dime que no te gusta y paro —fanfarroneó, ejerciendo un poquito más de fuerza con el dedo para acabar abriéndole el culo muy levemente.

—¡Uf! —gimió—. Por ahí no estoy acostumbrada…

—Lo haremos poco a poco —procuró tranquilizarla, haciendo desaparecer toda la uña dentro de su estrecho agujero.

—Pero… ¡Ah! —gimió—. La tienes demasiado grande… —sollozó, provocando las carcajadas del vanidoso muchacho.

—¿Qué quieres, una más pequeña, como la de tu novio? —escupió sobre su dedo mientras comenzaba a deslizar más de la mitad a través de su esfínter.

—¿Qué queréis vosotros, follarme el culo, cabrones? —se quejó, echando el cuerpo hacia delante, aplastando las tetas contra Esteban, y poniéndose en pompa, con la tela de las bragas a punto de empezar a resquebrajarse, para facilitar que Tomás siguiera dilatándola.

—Me parece que ya estás lista para Salva —aseguró el tiarrón, metiéndole un segundo dedo, que ya entró con mucha más facilidad.

El salido del grupo, nuevamente empalmado, se acercó cuando su amigo apartó la mano del angosto orificio femenino. Aunque la polla de Salva no era precisamente grande, cuando Carolina sintió la presión del grueso glande, comenzó a maldecir.

—Uhm… —farfulló, sintiendo cómo su delicado culito se ensanchaba a marchas forzadas para recibir semejante volumen— Ah… —sintió un poco de dolor, que progresivamente se fue transformando en placer a medida que su ano engullía la punta del capullo—. Salva… me encanta que me trates como una zorra… —confesó entre gimoteos, provocando la sonrisa siniestra del satisfecho veinteañero.

—Sabía que eras un buen putón —jadeó, empujando para metérsela entera al tiempo que ella empezaba a moverse sobre el miembro de su primo—, de las que goza con rabos jóvenes mientras tiene al novio esperando en casa sin tener ni puta idea de lo guarra que puedes llegar a ser.

—¡Ah, sí! —se desató— ¡Folladme, niñatos! —gritó, dando el banderillazo de salida para que Esteban y Salva comenzaran a compenetrarse.

Tras unas cuantas embestidas de los dos veinteañeros, el siguiente en probar la puerta trasera de la treintañera fue Néstor. El grosor de su polla era similar al del glande de Salva, así que a Carolina, ya más dilatada, le costó menos dejarse encular. Sin embargo, estaba acostumbrada al contorno del tronco de la picha de Roberto, así que tuvo que volver a sufrir durante unos minutos hasta que su esfínter se adecuó al considerable volumen del tímido muchacho, que le dejó el ano bien abierto y palpitante para cuando llegó el turno de Amath.

—¿Alguna vez te ha follado un negro, preciosa? —sonrió, agarrándose su impresionante polla para encararla hacia el culo de la tía buena.

—Parece que vas a tener el honor de ser el primero —sollozó, abriéndose las nalgas con las manos para recibir lo que estaba a punto de visitarla mientras escuchaba el pequeño crujido del tanga, que estaba comenzando a rajarse debido a la forzada postura.

—Me parece a mí que el honor va a ser tuyo… —empezó a presionar la irritada entrada con la punta de su verga, provocando los berridos de la mujer.

Si con los falos de Salva y Néstor lo había pasado mal, con Amath sintió como si la desgarraran debido a su portentosa masculinidad. Cuando el negro comenzó a bombear, Carolina percibió cómo ambas vergas, tanto la de su primo como la de su amigo, golpeaban con fiereza la misma pared interna de su cuerpo, cada uno por un lado, transformando la incomodidad inicial en un deleite solo comparable a la anterior vez que le habían practicado una doble penetración.

La novia de Roberto protestó de forma lastimera cuando Amath paró de encularla. En parte porque no quería dejar de disfrutar como lo estaba haciendo, pero también porque sentía miedo por lo que se avecinaba. No tenía claro que su pequeño y delicado agujerito trasero pudiera soportar todo el inconmensurable pollón de Tomás, que la asió por la cadera, golpeándole las nalgas con su descomunal herramienta.

—¿Estás lista para que te reviente el culo, cariño? —preguntó retóricamente mientras introducía dos dedos en su ano, deslizándose con suma facilidad cuando minutos antes le había costado meterle solo hasta la uña.

—No… —sollozó—. Ya te he dicho que la tienes demasiado grande…

—Por eso te lo voy a reventar —aseguró, comenzando a meterle solo la puntita, suficiente como para forzar que el dilatado orificio se tuviera que ensanchar aún más.

—¡Joder, Tomás!

La novia de Roberto cerró los ojos, sintiendo cómo el macho que le destrozaba el culo tiraba de sus pobres bragas para rasgárselas definitivamente, antes de agarrarle ambos melones, sobándoselos a conciencia. Las placenteras caricias ayudaron a que pudiera asimilar el enorme intruso que no cabía en su interior, percibiendo con total nitidez el dificultoso avance de los 23 centímetros que, milímetro a milímetro, rasgaban todos y cada uno de los poros de su demacrado esfínter.

—¡Maldito hijo de puta! —gritó cuando Tomás le soltó una teta para tirar de su pelo, haciendo que tuviera un nuevo orgasmo mientras sentía ambos pollones, el de su primito, entrando y saliendo poderosamente de su escocido coño, y el de del tiarrón, partiéndola literalmente en dos—. ¡Me corro! Me corro… me… uhm…

Mientras el lampiño pubis de Esteban se veía salpicado con la mezcla de flujos vaginales y líquido preseminal que resbalaba desde el interior del chocho de Carolina, sin dejar que se recuperara, los otros tres amigos se subieron encima del sofá. Amath se puso frente a ella, con las piernas abiertas a horcajadas sobre el primo, encarando la verga que la morena se vio obligada a meterse en la boca cuando el tiarrón le empujó la cabeza hacia delante. Con los tres agujeros rebosantes de palpitante carne joven, caliente y dura, la zorra treintañera alzó los brazos para agarrar las vergas de Néstor y Salva, logrando satisfacer a los cinco niñatos al mismo tiempo, ella solita, en un gang bang que jamás olvidaría.

La tórrida escena de película porno, con la novia de Roberto ultrajada por el grupo de su primo pequeño y sus cuatro amigos veinteañeros, que le estaban practicando una doble penetración mientras ella se la chupaba a uno y pajeaba a otros dos, duró unos pocos minutos, en los que solo se escuchaban los jadeos masculinos y el sonido del chapoteo de las pollas entrando y saliendo de los orificios del cuerpazo femenino.

El primero en perder el control, sollozando de puro placer mientras se corría, fue Néstor, que eyaculó una pequeña cantidad de semen sin que Carolina dejara de masturbarlo, pringándose los dedos con el viscoso esperma a medida que se deslizaba una y otra vez por el tallo de la oronda picha.

El chico, exhausto tras su segunda corrida, se retiró al piso de arriba a descansar mientras el resto deshacía el cuadro para que Carolina se limpiara la mano de la que le colgaba el pegajoso semen del rollizo muchacho haciendo uso de las toallitas húmedas que le habían ofrecido.

Amath aprovechó el impasse para arrimarse a la tía buena por la espalda, frotándole el miembro viril contra las nalgas con la excusa de besarla en el cuello mientras se deshacía definitivamente del sostén. Cuando ella se giró, el negro la aferró por los hombros, sin darle opción a réplica, forzándola a que se agachara. Sumisa, le dejó hacer, viendo cómo el chico se agarraba la polla para comenzar a darle golpecitos en las tetas recién liberadas antes de empezar a restregársela por el canalillo. La treintañera, exhibiendo una sonrisa lasciva, se asió los rollizos pechos, apretujándolos contra el monstruo de color azabache, practicándole una cubana.

A medida que los roces con Amath se intensificaban, de su glande comenzó a surgir el líquido preseminal que se escurría por su tronco, haciendo que se formaran hilos blanquecinos que colgaban entre el busto femenino y la polla del niñato, que no tardó en comenzar a temblar de forma incontrolada, separándose de Carolina para sujetarse el manubrio, encarándolo hacia las tetazas, donde inició la descarga de toda la reserva de esperma que le quedaba en los huevos. Ella la recibió con gusto, acariciándose el pecho para darse placer mientras sentía la ardiente eyaculación del chico de raza negra recubriéndole las voluminosas ubres.

Mientras utilizaba otra toallita para limpiarse la corrida del negro, fue su primo quién se acercó a ella por el costado, acariciándole el culo para colarse entre sus nalgas.

—A mí me falta probar esto… —le presionó el ano con un dedo, provocando que la sobresaltada mujer diera un respingo.

—¡Primo! Lo tengo ya un poco dolorido… —sonrió, girando el rostro para mirarle directamente a los ojos.

—Te prometo que acabaré rápido —le susurró al oído, dándole un beso detrás de la oreja y metiéndole la punta del dedo por el culo.

—¿Seguro? —cerró los ojos, estirando el brazo para asirle la polla y comenzar a masturbarlo pausadamente mientras su primo pequeño la penetraba un poco más profundo.

Esteban se movió ligeramente, colocándose justo detrás ella para empezar a restregarle toda la polla entre las nalgas.

—Uf… —suspiró al contemplar cómo Carolina se abría de piernas para él—. Me imagino que Roberto sospechará cuando tengáis sexo anal y le baile la pollita —se burló del tamaño del pene de la pareja de su prima mientras encaraba su miembro viril, comenzando a rozarle el ano con el descapuchado glande.

—Pues tendré que prohibirle que me la meta por el culo —dibujó una sonrisa maliciosa.

Al escuchar cómo Carolina ninguneaba a su propio novio, el veinteañero la enculó de golpe, salvajemente, sin darle opción a réplica, sintiendo cómo el estrecho agujerito trasero de su prima le hacía la envolvente, presionándole con fuerza la venérea polla. Agarrándola del pelo, le arqueó la espalda, haciéndola sentir completamente sodomizaba por toda su joven hombría.

—¡Hijo de puta! —comenzó a jadear al mismo ritmo que Esteban le volvía a dilatar el esfínter que poco a poco se había relajado desde que el resto de veinteañeros habían dejado de darle por el culo.

Salva no pudo evitar eyacular mientras se pajeaba observando morbosamente cómo su amigo le practicaba sexo anal a la buenorra de su prima mayor, quedándose seco después de haberse corrido tres veces en pocas horas. Se quedó relajado, sentado en el sofá junto a Amath, que ya se había colocado los calzoncillos.

—¡Joder, me corro, prima! —cumplió su promesa tras unos pocos minutos enculándola, lanzando los primeros chorros dentro del ano de Carolina, en dirección a su intestino.

Esteban no había terminado de eyacular cuando sacó la palpitante polla, sacudiéndosela con brío para lanzar los siguientes caños de leche sobre las nalgas femeninas, dejándole todo el trasero pintado de blanco mientras ella sentía cómo la pringosa lefa de su primito comenzaba a escurrirse desde el interior de su petado culo.

Al percibir que el novio de María sufría los últimos estertores del orgasmo, Carolina se giró, arrodillándose para acabar de chupársela, provocando que el semen resbalara por sus preciosos muslos al mismo tiempo que el chaval sollozaba de auténtico placer.

—Tengo que limpiarme un poco —advirtió a Tomás, que la miraba con cierta ansiedad, meneándose el enorme miembro viril frente a ella.

Mientras la novia de Roberto se aseaba en el cuarto de baño, relamiéndose para saborear el regusto amargo que le había dejado la mezcla de la masculinidad de Esteban y su propio culo, recibió la visita del tiarrón.

—Estos están ya muertos —advirtió.

—¿Y tú? —sonrió pícaramente, observando a través del espejo la majestuosidad de su erecto pollón.

—¿Tú qué crees? —se acercó a ella, rodeándola con un brazo para sobarle el vientre.

Tomás se deslizó por su desnudez, pasando por el busto femenino, donde le acarició un pecho, hasta llegar al cuello, agarrándoselo para acabar estampándola contra la pared del lavabo. Ella no tuvo tiempo de protestar cuando el chico se cogió el cipote, haciendo que el glande se le humedeciera al restregarlo contra los lubricados labios vaginales de Carolina, que comenzaba a soltar pequeños sollozos de placer por culpa de la desproporcionada chulería del niñato, capaz de ponerla como una moto a pesar de lo que había ocurrido con Roberto.

El veinteañero terminó encarando su desproporcionado miembro, moviendo la cadera hacia delante para comenzar a penetrarla lentamente, deleitándose con los gemidos de la tía buena, que le sonaban a música celestial después de todos los acontecimientos desde que le rechazó por primera vez en la discoteca.

La novia de Roberto estaba a merced del poderoso crío. Y le encantaba. Alzó las piernas para rodear con ellas a Tomás, comenzando a sentir una ligera asfixia por la fuerte presión sobre el cuello que él seguía ejerciendo.

—¡Ah! —gritó cuando el macho le dio el primer empellón, para luego continuar con un movimiento suave, sacándosela lentamente antes de la siguiente embestida.

El chico repitió la maniobra un par de veces más hasta que, cerrando aún más la mano alrededor del pescuezo de Carolina, sintió cómo ella usaba las piernas para apresarle con mayor fuerza. Fue entonces cuando empezó a follársela salvajemente.

—¡Tom… ás! —casi no podía hablar—. Qu… é me… ahg… ¡ah! ¡ah! ¡ah! ¡ah!

Cuando sintió que no podía respirar, tras unos segundos de pequeña disnea, observó la misma mirada asesina que le vio cuando le dio la paliza al desvalido Roberto, solo que ahora la bestia asesina se había convertido en una insaciable máquina sexual, provocando que indefectiblemente se acabara corriendo como una loca.

El inesperadamente curtido veinteañero se la metió hasta el fondo, logrando que ella sintiera el choque de sus mismísimos huevos, pero deteniendo la penetración para que Carolina pudiera disfrutar del orgasmo empalada por un pollón de proporciones épicas mientras él relajaba la mano con la que le rodeaba el cuello.

—Uf… qué bueno, chaval… —relajó las piernas, temblorosas, volviendo a apoyarlas en el suelo mientras recuperaba el resuello y el niñato se retiraba lentamente, provocándole un ligero y agradable cosquilleo en las paredes vaginales con cada roce de sus 23 centímetros a medida que se salía del coño.

La tía buena, sin pensar, le dio un muerdo y Tomás reaccionó comiéndole toda la boca para terminar, tras unos cuantos segundos, mordiéndole lascivamente el labio inferior femenino.

—¿Quieres volver a correrte, puta? —hizo gala una vez más de toda su soberbia.

Carolina ni se había planteado esa posibilidad. Completamente satisfecha, después de unos cuantos orgasmos a lo largo de la noche, daba por hecho que lo siguiente sería que se corriera el semental que tanto la estaba haciendo disfrutar.

—Sí… —sollozó finalmente, con un hilillo de voz, rescatando la vanidosa sonrisa de Tomás.

—Dime, ¿alguna vez has gozado tanto con el maricón de tu novio? —preguntó, manejándola a su antojo para ponerla a cuatro patas.

—No… —gimoteó, maldiciendo que realmente fuera así.

—¿Quieres que te folle? —susurró sin esperar respuesta, comenzando a darle pequeños golpecitos con el tronco de la polla en los labios vaginales mientras ella movía las caderas, buscando que su chochito se rozara aún más contra la grandiosa virilidad del veinteañero, que encaró la punta del capullo hacia la encharcada entrada de Carolina para ejercer una ligera presión, pero sin acabar de metérsela.

—Fóllame… —suplicó, bajando el culo para hacer que el glande se restregara a conciencia por todo su chochito.

—Antes te voy a contar una historia —sonrió para sus adentros—. ¿A que no sabes con quién me encontré fuera de la discoteca? —preguntó, jugando con la cachondez de la treintañera, metiéndole solo la puntita para después hacer palanca y sacársela forzando que el glande se restregara contra el delicado clítoris.

—¡Ah! —gimió de puro placer—. ¿Con… con quién? —sollozó.

—Con un gilipollas que estaba buscando a su novia… —respondió, dejando salir la sonrisa que se le dibujó en el rostro mientras volvía a agarrarse el pollón, ahora para golpear el carnoso órgano situado en la parte superior de la vulva.

—Uhm… sí, claro… —gimoteó, quitándole importancia a las insinuaciones del chaval al mismo tiempo que disfrutaba de los morbosos roces.

—Se meó en los pantalones al verme —se rió, encarando nuevamente su masculinidad en dirección a la raja de Carolina.

—Idiota… —se lo tomó a broma.

—Yo mismo le obligué a que te enviara el mensaje para decirte que se encontraba bien… —confesó, empujando ligeramente, sin tener que hacer mucho esfuerzo para que el insaciable chochito comenzara a tragarse su grueso glande.

—¡Ah! —clamó al sentir el enorme placer de volver a ser penetrada por el niñato, pero comenzando a dudar de si le estaba contando la verdad, pues Tomás no tenía por qué saber lo del Whatsapp.

—Quería que te quedaras tranquila… —insistió, moviendo la cadera para introducirle prácticamente medio rabo en el coño.

—¡Ah! —siguió jadeando.

—… antes de darle una buena paliza, pero esta vez de verdad, sin seguratas de por medio —narró, metiéndosela hasta el fondo.

—¡Ah, cabrón!

—¿Sigues queriendo que te folle, Carol?

—¡Sí, joder!

—Bien, porque lo último que le dije al capullo de tu novio es que esta noche te iba a follar bien follada —se la sacó un poco, antes de darle un fuerte empellón.

—¡Ah, sí! —gimió.

—Tendrías que haberle visto la cara cuando lo dejé tirado en el suelo, con la nariz sangrando, después de destrozarle el móvil —concluyó, comenzando a moverse tan hábilmente como sabía, aumentando el ritmo de forma progresiva, hasta que se la volvió a follar con la misma agresividad que había hecho minutos antes.

—Ah… ah… ah… —jadeaba con cada embestida— Uf… ¿qué… ah… decía… el mensaje…? Ah… ah… —inquirió Carolina, no pudiendo evitar entrar definitivamente en su juego.

Cuando Tomás le recitó al detalle la frase que Roberto le había enviado al Whatsapp, la treintañera no aguantó más.

—¡Eres… ah… un maldito hijo de… uhm… me… de puta…! ¡Me corro! ¡Mierda, cabrón!

Todo el cuerpo de la mujer se convulsionó salvajemente, alcanzando un orgasmo brutal, cúmulo de tensiones acumuladas, alteraciones psicotrópicas y un rebosante exceso de situaciones repletas de morbo. Tomás aprovechó los espasmos del chochazo que le masajeaban la inconmensurable polla para dejarse llevar, comenzando a eyacular en el interior de Carolina, que percibió los chorros de semen golpeando con violencia contra el cuello del útero mientras el semental no dejaba de follársela, sintiendo cómo comenzaban a flaquearle las piernas.

El tiarrón la dejó tirada en el suelo, dándole vueltas a la cabeza, con todo el cuerpo debilitado, el culo dolorido y el coño totalmente escocido, del que lentamente seguía brotando una cantidad ingente de acuoso esperma, hasta que al fin dio con la clave. Por un momento se creyó la historia, temiéndose lo peor, mas se dio cuenta de que no había sido más que una estratagema de Tomás. ¡Y no le había salido nada mal!, pensó, sonriendo para sus adentros. El maldito niñato la había hecho disfrutar muchísimo. Se llevó una mano a la entrepierna, para darse una última caricia, manchándose los dedos de semen mientras apretaba los muslos y gemía levemente, por última vez esa noche.

El desenlace

De regreso al salón, Carolina se encontró que ya solo quedaba Esteban, pues sus amigos se habían retirado a las habitaciones para descansar después de la brutal sesión de alcohol, drogas y sexo.

El chico seguía desnudo, igual que ella, mientras por la ventana comenzaban a vislumbrarse los primeros tenues reflejos del amanecer.

—Me alegro de que hayas aparecido por la fiesta, prima —inició él la conversación.

—No me extraña… —sonrió sutilmente—. Yo también me alegro —declaró—. Aunque sois unos cabrones. Me habéis pervertido —se quejó jocosamente, dibujando una mueca de inocencia.

—¡¿Qué?! —bromeó—. Te recuerdo que no somos más que unos críos a tu lado —perfiló una sarcástica sonrisa.

—La verdad es que no os habéis portado nada mal para ser tan críos —entró en su juego, sonriendo con picardía.

—¿Y yo?

—Digamos que no has estado mal del todo —se aguantó la risa.

—Ups —puso cara de perrito apaleado, haciendo que ella se acercara para darle un beso en la mejilla.

—Parece que tienes experiencia —aclaró—. Lo cierto es que eres bastante bueno —confesó finalmente—. María tiene que estar contenta.

—¿Estás celosa, prima? —se cachondeó.

—Solo me preocupo por la vida sexual de mi primito —replicó, sacándole la lengua.

—Ven aquí —estiró los brazos para atraerla hacia sí, recorriendo su espalda con las manos para acabar acariciándole suavemente las nalgas.

Carolina ronroneó al verse abrazada por el sátiro de su primo pequeño, sintiendo el roce de sus pezones con el fibrado torso masculino mientras percibía la creciente dureza del pene que se restregaba contra su abdomen.

—Bueno, primo… —empezó a despedirse, pero él la cortó, dándole un pico y apretando las manos sobre su culo, clavándole la inminente erección en el vientre y provocando que Carolina abriera los labios ligeramente, lo suficiente para que la lengua de Esteban se colara dentro de su boca, dándose un buen morreo mientras los cuerpos desnudos de ambos se movían al unísono, refregándose impúdicamente—. Supongo que deberías irte a la cama —concluyó, separándose de él para estirar la mano y darle un último apretón al paquete.

—Creo que tienes razón. Debemos dar por finalizada la noche. Ya habrán otras ocasiones… —sonrió maliciosamente, alejándose hacia el pasillo en dirección a las escaleras que daban al piso de arriba.

Las palabras del veinteañero perturbaron a Carolina. ¿Qué había querido decir? Pensó en futuros encuentros con su primo pequeño, como una reunión familiar por ejemplo, y se quiso morir, pues no sabía si sería capaz de mirarle a la cara.

Mientras esperaba a que Vicky apareciera, la morena aprovechó para vestirse, guardándose las bragas rotas, y ventilar la estancia antes de estirarse en el sofá tratando de buscar algún sentido a todo lo que había ocurrido esa noche. No se podía creer que se hubiera dejado follar por cinco niñatos. Y que uno de ellos fuera su primo pequeño la tenía especialmente inquieta, cavilando a dónde podría llevarles esa nueva relación.

—Hola.

Vicky apareció en el salón silenciosamente, saludando y sacando a su amiga de sus pensamientos.

—¡Madre mía, marrana! Llevas toda la noche con el tío ese…

—Perdona, chocho. Pero es que… —empezó a contarle todo tipo de detalles a Carolina, olvidándose de preguntar qué tal le había ido a ella, por suerte para la novia de Roberto.

La sorpresa

Ya en el coche, de camino a casa, con el sol de primera hora de la mañana proyectándose contra la luna delantera, Carolina, percibiendo la ligera brisa que se colaba bajo su falda, cosquilleándole la desnuda entrepierna, comenzó a sentir el bajón. Pasado el efecto de la cocaína, afloraron el cansancio, la embriaguez, el sueño y el remordimiento. Pensó en Roberto.

—¡Hostias, Roberto! —soltó al aire, agarrando el teléfono para ver el mensaje que le envió Esteban, sorprendiéndose al comprobar que el móvil estaba en silencio.

“Jo, qué rabia! Me alegro que ya estés en casa y estés bien a pesar de todo. No te preocupes por mí. Me he encontrado con mi primo Esteban y estoy con él y unos amigos suyos. Son majísimos y seguro que me cuidan super bien J”

No pudo evitar sonreír por la traviesa respuesta mientras deslizaba la conversación hacia arriba, convencida de que Tomás la había engañado leyendo su Whatsapp, para descubrir que Roberto no le había escrito un único mensaje.

“Carol te he llamado para decirte que ya estoy en casa”
“No he podido avisarte antes porque me he quedado sin móvil”
“Ha pasado algo pero estoy bien”
“Vale, cielo?”
“Recuerdas el tío ese de la discoteca?”
“Me lo he encontrado fuera y mis colegas ya se habían ido porque yo estaba esperándote”
“Y nos hemos vuelto a pelear. Pero estoy bien!”
“Solo fractura de nariz, pero ya he ido de urgencias y me la han entablillado”
“Estoy bien!!!!”
“Y le he dejado la cara guapa a ese subnormal… J”
“Solo una cosa”
“El tío me ha amenazado con hacerte algo, aunque no creo que tenga cojones”
“Porfa, cuando leas esto dime que estás bien”
“Y dónde estás? Vale, cielo?” “Te quiero mucho”

Comentarios

  1. Notas del autor:

    Este relato es una adaptación, bastante libre, de las dos primeras partes de la obra “Mi Tia y sus amigas” que actualmente no está publicada (motivo por el cual no puedo citar a su autor/a) y que, a su vez, era una traducción del texto original en inglés “The sleepover” de Samslam.

    ResponderEliminar
  2. Excelente relato. Gracias por volver a publicar.

    ResponderEliminar
  3. Me alegro que te haya gustado.

    A ver si más gente se anima a dejar su opinión para saber si el relato está bien o no.

    Gracias a ti y a todos los que se animen a comentar!

    ResponderEliminar
  4. Muy bueno. A ver si escribes más XD.

    ResponderEliminar
  5. jajaja BUENÍSIMA rectificación Manuput :P

    ResponderEliminar
  6. Muy, pero que muy buen relato. En todo momento mantienes el interés por su lectura. No le falta detalle.
    Anímate a escribir más a menudo, nos has alegrado parte de la cuarentena y a Carolina seguro que no le importa tener otra fiesta, cambiando un poco de escenario y algun personaje. Le diferencia de edades entre los personajes es de lo más morboso.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  7. Pues me alegra saber que he conseguido alegrar parte de la cuarentena a alguien, la verdad :)

    Ya te digo yo que "Carolina" está deseando tener otra fiesta jaja
    Y yo probablemente la relate. Por desgracia, el ritmo de publicación no creo que mejore a no ser que el estado de alarma se alargue, cosa que ninguno queremos.

    Por lo demás, muchas gracias por tus apreciaciones.
    Como bien dices, espero haber logrado mantener el interés hasta la sorpresa final, pues el relato es bastante largo.

    Os animo a los demás que comentéis más cosas que os hayan gustado y, por supuesto, las que no.

    Un saludo!

    ResponderEliminar
  8. Una lectura perfecta para una tarde de confinamiento.
    Me encantó el relato. Felicidades y muchas gracias por compartir.
    Saludos

    ResponderEliminar
  9. Increible. Realmente morboso y ameno.
    Aunque he de decir que esperaba la continuacion de "Todo por una precipitacion", que a Maite esa semana se le esta haciendo eterna. ;)

    ResponderEliminar
  10. Gracias a ti Carla por el comentario. Me alegro que pasaras la tarde de confinamiento un poquito más entretenida gracias a la lectura.

    jajaja ¿alguien quiere que Pedro también conozca un poquito más en profundidad a Maite? :P
    La verdad es que después de tanto tiempo es muy difícil que escriba la continuación de alguno de los relatos antiguos.

    ResponderEliminar
  11. Me tome varios dias para leer este relato completo porque tuve que masturbarme varias veces leyendolo. Pocos autores logran esa reaccion. Ademas no queria que acabara la historia tan rapido. De mas esta decir que lo he disfrutado muchisimo y me ha encantado.

    Ha valido la pena la espera. Siempre reviso tu blog para ver si has publicado algo nuevo y a veces leo alguna de tus historias anteriores. Ojala publicaras mas a menudo...

    Espero pronto ver un relato nuevo ya sea una continuacion o alglo nuevo.

    Un saludo,

    MegaMan

    ResponderEliminar
  12. :)

    Siempre he dicho que la finalidad de publicar los relatos es conseguir excitar al lector. Así que saber que alguien se ha masturbado varias veces con un mismo relato es cumplir bastante bien el objeto.

    No te negaré que yo también me hice algunas pajas mientras lo escribía :P
    Carolina es mucha Carolina jeje

    Siento tardar tanto en publicar. Pero prefiero ser sincero y decir que no sé si habrá un próximo relato antes que dejaros con las ganas y que nunca llegue. Así que no me cierro a nada.

    Un saludo y muchísimas gracias por el comentario MegaMan.

    ResponderEliminar
  13. Una verdadera maravilla, espero que sigas escribiendo más.

    ResponderEliminar
  14. Si fuera el primer relato tuyo que leo me parecería excelso porque está tan bien escrito y es tan excitante como cualquiera de tus mejores obras. Habiéndome leído todo lo que has publicado, sin embargo, es difícil no sentir que todo es un poco refrito de cosas anteriores. Al final acaba siendo todo bastante previsible y eso le quita algo de gracia.

    Creo que hubiera estado interesante que Vicky y Lucas hubieran tenido más presencia en la trama, y quizá que se hubiera hecho algo más de énfasis en una posible rivalidad entre las chicas, que es un tema que no has tocado tanto.

    Aún así, tus relatos siempre son bienvenidos, y yo sigo volviendo fielmente al blog cada cierto tiempo para ver si subes algo nuevo. :)

    ResponderEliminar
  15. Muy buenas Miru!

    Sí, la verdad es que soy más Dan Brown que Stephen King. Tengo un estilo que me funciona y no me salgo mucho de ahí.
    Supongo que es como todo, cuestión de gustos. Durante mucho tiempo la gente me reclamaba que mi mejor relato seguía siendo el primero, Noche descontrolada. De hecho este último relato tiene muchas cosas en común con aquel.
    Pero entiendo lo que quieres decir.

    Si te soy sincero en un principio Lucas también iba a participar, tal vez como colofón final. Pero pensé que eso era previsible porque entonces todos se habrían follado a Carolina. Nunca se sabe...
    Pretendí que el giro inesperado fuera el descubrimiento final de que Tomás y Roberto se habían encontrado fuera de la discoteca.
    Aunque antes hay otro, con la aparición del primo. El relato es largo y parece que el personaje de Esteban esté desde el principio, pero aparece en la casa, no en la discoteca donde empieza todo.
    Lo que está claro es que, como dije antes, tengo un estilo, para bien o para mal. Y es cierto que es difícil que me desvíe mucho.

    Me parece encomiable los que aún tenéis la moral de entrar de vez en cuando con lo que tardo en publicar. Muchísimas gracias!!!!

    ResponderEliminar
  16. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

    ResponderEliminar
  17. Hola Bruno y Mia, borro el comentario por spam. Si quieres ponerte en contacto conmigo usa la pestaña correspondiente :)

    ResponderEliminar
  18. Muy buen relato Doctor, acabo de conocerte y seguir tus consejos para seguir mi camino. Nos estaremos viendo.

    ResponderEliminar
  19. Excelente relato como siempre, muy excitante y cuidado.
    Según como comenzaba el relato y ya que habías hecho mención a la diferencia en belleza entre las chicas y que Vicky era consciente, me imaginé que quien iba a empujar a Carolina a su infidelidad iba a ser Vicky con alguna triquiñuela o traición, lo que no me esperaba es que iba a ser un relato en el que Vicky fuese un elemento residual y que la propia calentura creciente de Carolina fuese la que la hiciese caer.
    También me ha sorprendido que utilizases la novia de Roberto o el novio de María como forma de referirte a dos protagonistas, ya que Roberto casi no sale y María menos.
    De todas formas, es un placer leer tus relatos. La única pega es que cuando lo vas terminando te das cuenta que te acabas de leer todo lo escrito en el último año. Ya se que nadie te puede reclamar más, pero seguro que a todos nos gustaría leerte cosas nuevas más a menudo.

    ResponderEliminar
  20. Bueno, lo de describir a Vicky dándole la misma importancia que a Carolina es otro intento más procurar que el relato no sea tan previsible desde el principio.

    Respecto al uso de las coletillas "novia de Roberto" y "novio de María" es para no repetirme tanto con "ella/la prima/Carolina" y "él/el primo/Esteban".
    La verdad es que no sé si es un buen uso o no, pero ese es el motivo por el que lo utilizaba. A lo mejor pierdo más que gano. Si os resultaba molesto o raro comentadlo, porfa.

    jajaja es cierto que por mucho que me reclamen... no voy a poder escribir más, lo siento. Pero me encanta saber que os gustaría que lo hiciera más a menudo. Es buena señal.

    Gracias a todos por los comentarios!

    ResponderEliminar
  21. La verdad me encantó me tomé varios días para leerlo y no acabarlo de golpe, porque cuándo vi que habías publicado casi salto de la emoción hombre! Me alegro muchísimo que no te hayas olvidado de nosotros, nunca antes mejor dicho porque este relato esta tremendo, cada detalle y como progresa es grandioso! Espero que publiques un poco más seguido!

    ResponderEliminar
  22. Hola Unknown,

    me alegro haberte emocionado con mi publicación. Lamentablemente dudo que lo haga más a menudo. Pero también es cierto que dudo que me olvide de todo esto. El problema es la falta de tiempo. Si me sobrara seguro que escribiría más.

    Un saludo y muchísimas gracias por comentar.

    ResponderEliminar
  23. Sin duda, sigues escribiendo de manera magistral, y el relato es brutal. Quizá deja un regusto amargo ese final, pero por el resto está perfecto. Es bueno ver que el descanso no ha quitado habilidad a tu pluma.

    Requiem

    ResponderEliminar
  24. Joder, Requiem! Pero qué puta alegría verte por aquí :)

    Como siempre he pensado, que un elogio venga de ti es doble elogio.

    Me alegro que te haya gustado. Y sobre el final... ya sabes, es mi maldito estilo jajaja

    ResponderEliminar
  25. EXCELENTE RELATO, SEXO Y SUSPENSO, UN MIX MUY EXPLOSIVO SIGUE ESCRIBIENDO--SOS DE LOS MEJORES

    ResponderEliminar
  26. Perfectamente podría ser la continuación de Noche Descontrolada.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Esta es una buena cuestión.

      En su día, muchos me pidieron la continuación de "Noche descontrolada". Mi pregunta es, si hubiera sido esta historia, sabiendo que Merche ya había sido infiel, ¿el relato sería mejor o peor?

      Eliminar
  27. Vuelvo a comentar este relato porque creo que en mi primer comentario no le hice justicia. Es cierto que repite muchos de tus tics, pero creo que es el relato en el que más a menudo y con más intensidad humillas al cornudo, y lo haces muy bien y con mucho morbo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. jajaja

      He releído tu anterior comentario y tampoco te faltaba razón. De hecho, creo que es algo que estoy haciendo más con mis últimos relatos (algunos al menos) e intento, dentro de lo que me gusta y voy a seguir explotando, salirme un poco más de la norma.

      Es más, a veces creo que si ese tipo de comentarios me llegaran mientras estoy escribiendo una historia, tal vez podría incorporar ciertas ideas que me parecen interesantes. Por ejemplo, no era lo que pretendía en esta ocasión, pero la rivalidad entre mujeres es algo que no exploto y podría estar bien.

      Respecto al nuevo comentario, muchas gracias. Es cierto que en este relato Roberto sale bastante escaldado :P

      Eliminar

Publicar un comentario