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Un mundo sin héroes

Sinopsis: Un mundo de fantasía se sumerge en el caos y la única esperanza es la búsqueda de un héroe.

—(…) Una tierra devastada. Seres que antaño fueron bondadosos alzándose en rebelión contra el mundo. Un peligro sin fin. Una oscuridad que se cierne sobre todos nosotros y que debemos afrontar sin esperanza…

—¿Por qué sin esperanza? —preguntó la pequeña, ensimismada, interesada en lo que el anciano explicaba.

—Porque no hay héroes, hija mía, porque ya no quedan.

Alrededor de la improvisada fogata, un grupo de humanos se guarecía de la fría noche. Habían sobrevivido al reciente ataque que su pueblo había sufrido por parte de un centenar de huargos. Habían corrido sin mirar atrás, sabedores de que era imposible luchar, perdiendo lo poco que tenían y a los seres queridos que no habían podido huir.

—¿Cuándo llegarán mis padres? —preguntó la muchacha.

El anciano la miró, apenado.

—Esperaremos un poco más —le respondió, forzando una sonrisa para transmitirle confianza, sabedor de que sus progenitores nunca llegarían.

No muy lejos de allí, las chabolas que no hacía mucho habían formado parte de su hogar ardían junto a los cuerpos sin vida de los valientes que habían decidido pelear y de los desafortunados que no habían podido pasar desapercibidos. Olía a muerte.

Ya a una considerable distancia se oían los alaridos de los lobos salvajes. Un sonido desgarrador, pero solo uno más entre la amalgama de aterradores ruidos de la noche.

***
 
Lara dormía plácidamente en su confortable cama. Sin duda había pasado noches en condiciones mucho peores, con lo que había caído en un profundo sueño. Ni siquiera el aleteo revoltoso de lo que parecía un mosquito rondando su cabeza podría despertarla.

—Lara…

¿El insecto había hablado, había pronunciado su nombre? Pensó que estaba soñando.

—Lara…

Se inquietó con la sensación de que parecía demasiado real cuando, de repente, sintió el golpe en la cabeza.

—¡Señorita Croft!

Lara se despertó al instante, incorporándose inmediatamente, quedando sentada en la cama apuntando con el arma que guardaba en su mesita y que había empuñado instintivamente. Pero no había nadie. Se relajó, comprendiendo que realmente no había sido más que una pesadilla.

—Estoy aquí.

Una voz estridente llamó su atención. La aventurera Lara Croft apuntó con la pistola hacia el lugar del que procedía la vocecilla.

—¿¡Pero qué…!? —se sorprendió al descubrir que lo que había hablado era una diminuta figura femenina que revoloteaba a su alrededor gracias a unas ligeras alas transparentes que, con cada batida, dejaban caer pequeños polvos de un tono brillante.

—Me llamo Campanilla. Soy un hada y tengo algo que contarte.

La famosa arqueóloga había vivido situaciones e historias increíbles, pero nada tan fantástico como lo que sus ojos estaban presenciando. Ante la desconcertada mirada de Lara, Campanilla comenzó a estremecerse, perdiendo altura a medida que su cuerpo crecía y sus alas menguaban hasta que, una vez puesto pie a tierra, adquirió el tamaño y la forma de un humano.

Imagen de Campanilla

—Maldita sea, tendrás que explicármelo muy bien si no quieres que apriete el gatillo. —Lara apuntaba con firmeza en dirección al angelical rostro del hada.

—Comencemos por las obviedades. Vengo de otro mundo. Un mundo lejano. Tan lejano que no está en este universo. Pero lo importante no es de dónde vengo.

—Lo que importa es por qué estás aquí.

Campanilla sonrió.

—He venido a buscarte a ti.

—¿Por qué?

—Porque eres una heroína.

Imagen de Lara Croft

***

La nuez, como guiada por un toque de varita mágica, cayó entre los dos ogros encadenados que, hambrientos, se abalanzaron sobre el fruto seco, golpeándose en la cabeza el uno contra el otro y cayendo de bruces contra el suelo.

Imagen de Ogro 1Imagen de Ogro 2

—Sois unas bestias tan estúpidas que hasta me aburre vuestra torpeza —masculló la bruja con desprecio, cruzando la enorme sala principal de su majestuoso castillo.

—Siempre tan cruel como bella —afirmó, de la nada, una voz profunda y temible.

—Cariño —contestó con desdén—, me ofendes si comparas mi belleza con un simple divertimento.

El mismísimo Satanás apareció ante Maléfica. El demonio, adoptando una de sus múltiples formas, exhibía un cuerpo hercúleo de color rojizo y, sobre su diabólico rostro, se alzaba una prominente cornamenta. El aspecto era tremendamente imponente.

Imagen de MaléficaImagen de Satanás

—Tú me ofendes a mí si crees que no soy capaz de mantenerte tan joven y hermosa como me gustaría.

Maléfica sonrió, satisfecha del pacto al que hacía ya unos cuantos meses había llegado con el ser del inframundo que se magnificaba ante ella.

—¿Has venido a por tu parte del trato?

—Me encanta hablar contigo —ironizó—, pero prefiero que hagas otras cosas con la boca.

La bruja rio a carcajadas, viendo cómo Satanás se alejaba, dirigiéndose a los aposentos del castillo.

—No, espera —le detuvo—. Hagámoslo aquí. Quiero que ellos lo vean —sonrió con malicia—. Los dos juntos no tienen ni medio cerebro, pero sé que me desean y quiero ver cómo sufren.

El demonio dirigió una mirada indiferente a los ogros, que gruñeron.

—Está bien —aceptó, impasible.

Mientras la bruja se aproximaba al ser demoniaco, recordó cómo había empezado todo. Ella siempre había tenido ansias de poder y, tras años de intentos frustrados, al fin había culminado el hechizo con el que logró convocar al todopoderoso Satanás. Pero jamás pensó lo caro que le costaría conseguir lo que quería. Él le ofreció poder a cambio de sexo y, muy a su pesar, se vio obligada a aceptar.

Dejando momentáneamente a un lado los tormentosos pensamientos del pasado, una vez a la altura del diablo, se arrodilló frente a él, apartando a un costado el escueto ropaje que le cubría la entrepierna. Ante los ojos de Maléfica apareció un pene alargado y grueso que colgaba hasta las rodillas del engendro. Agarró la enorme verga que, aún a media asta, ya poseía su habitual extraordinaria dureza. La bruja sopesó el venéreo miembro, pues no le disgustaba sentir el desproporcionado peso. Movió la mano, estirando la piel y provocando el ensordecedor rugido de Satanás que acobardó a los ogros.

Maléfica comenzaba a sentir cómo se le humedecía la entrepierna debido a la magnificencia varonil que desprendía el macho con el que estaba a punto de follar. Recordó la primera vez que tuvo que cumplir con su parte del trato y no pudo evitar sonreír perversamente. Jamás pensó que el pago por conseguir el poder que tanto ansiaba pudiera llegar a ser tan placentero.

La bruja, sin dejar de mirar a las dos bestias que tenía apresadas, abrió la boca y sacó la lengua, dándole un primer lametazo a la punta del rojizo pollón, que se puso completamente rígido, luciendo aún con mayor claridad las grandilocuentes venas que palpitaban a lo largo del grueso tronco.

—Uhm —gimió, ya totalmente excitada, percibiendo el embriagador aroma que desprendía el ostentoso miembro viril del siervo del mal.

Tras mordisquear levemente la punta de la verga, abrió aún más la boca, casi desencajándose la mandíbula para meterse con dificultad el desproporcionado glande. Comenzó a succionarlo, sin dejar de lamerlo con la lengua, degustando el fuerte sabor del demonio, que soltó un tremendo bufido de deleite.

***

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Lara, turbada al escuchar el bramido que retumbó a lo largo y ancho de la vasta tierra del nuevo mundo en el que se encontraba.

—Maléfica. Está cumpliendo su parte del trato —explicó Campanilla, revoloteando alrededor de la aventurera.

—¿Qué trato? ¿Quién es Maléfica?

—Es la bruja encargada de sumir este mundo en el caos que actualmente vivimos. Siempre ha sido su propósito pero nunca había sido lo suficientemente poderosa como para conseguirlo. Sin embargo, desde hace unos meses, su poder ha aumentado, consiguiendo influir en el resto de seres que, poco a poco, se van uniendo a su causa.

—Y eso lo ha conseguido gracias al trato, me imagino.

—Imaginas bien. El grito de gozo que has escuchado pertenece a Satanás, el más perverso de los demonios conocidos. Maléfica llegó a un acuerdo con él por el que obtenía el poder que precisaba a cambio de favores sexuales.

—¿En serio? —preguntó Lara, desconcertada.

—Él la mantiene joven y bella para la causa. Diría que no hay mujer en este mundo más hermosa que Maléfica bajo el hechizo de Satanás.

—Demonios, brujas… ¿estás segura de que yo soy la persona que necesitáis?

—¡Chis! —le pidió silencio—. ¿Oyes eso?

—¡Ah!

Lara escuchó el grito a su espalda y reaccionó rápidamente dando un salto hacia delante para esquivar el ataque. El suelo retumbó cuando el pesado martillo se incrustó en el piso. Observó al pequeño pero fortachón barbudo que empuñaba el arma. La heroína desenfundó las dos pistolas con ambas manos y apuntó al enano, que gruñía, rabioso.

—Me temo que esos artilugios no son de utilidad por estos lares.

La arqueóloga desvió la mirada hacia el lugar de donde provenía la nueva voz. El dueño del martillo aprovechó el despiste para atacar nuevamente y Lara se defendió apretando ambos gatillos. Se escuchó un ruido mecánico, pero no ocurrió nada más. Las balas no se dispararon. La mujer, consciente de que no tenía tiempo de esquivar el golpe, cerró los ojos.

El estruendo de la maza golpeando nuevamente contra el suelo la dejó aturdida. No sabía cómo, pero yacía tumbada bajo el pequeño hombrecillo que la había empujado salvándola del mortal ataque.

—¡¿Se puede saber qué haces?! —recriminaron al unísono Lara y el enano que la había atacado.

—Perdona, Dugor —bromeó Gim, sonriendo a su enfadado amigo mientras movía con disimulo la diminuta mano sobre el pecho de Lara, recreándose en las caricias.

Con un enérgico salto, la aventurera se deshizo del pequeño ser que tenía encima, alzándose en un gesto grácil y acompasado. Lara Croft, a la defensiva, con Campanilla nuevamente revoloteando a su lado, se quedó mirando de forma desafiante a los dos enanos que tenía justo delante.

Imagen de GimImagen de Dugor

—¿Por qué la has ayudado? —gruñó Dugor, de mal humor.

—¿Tú la has visto? —Gim dibujó una mueca divertida—. Es un ángel —le guiñó un ojo a Lara, sonriendo.

—Ojalá fuera un ángel, pero esas bestias ya no existen.

—Dejaros de cháchara —se quejó Campanilla—. Nosotras no somos vuestra amenaza.

—¿Y quién narices sois? —preguntó Dugor de malas maneras.

***

Satanás agarró a Maléfica del cuello, obligándola a levantarse.

—M… me aho… gas —sollozó.

Con una mueca malvada, el demonio empujó a la bruja, que dio con sus huesos contra el duro suelo. Traviesa, la mujer se removió, abriéndose ligeramente de piernas para dejar a la vista una sensual ropa interior negra a juego con su ajustada vestimenta.

El lascivo gesto incitó el gruñido de satisfacción de Satanás. Maléfica sonrió, llevándose una mano a la entrepierna. Agarró la tela y, retirándola a un costado, mostró un hermoso sexo completamente empapado. La abundante lubricación femenina se había acumulado formando hilillos blanquecinos que se adherían a la prenda íntima mientras se deslizaban lentamente por los carnosos y oscuros labios vaginales.

—¿Os gusta lo que veis? —la mujer rió maléficamente mientras observaba a los ogros, que se habían acercado todo lo que las cadenas daban de sí y olfateaban el aire intentando percibir el olor a coño.

Satanás se puso a cuatro patas, como si se tratara de un auténtico animal, con la enorme verga totalmente erecta. Mientras se acercaba a la bruja, de un simple vistazo, comenzó a rasgar la ropa femenina con la mirada, hasta dejarla completamente desnuda. Una vez a su altura, buscando el roce con la morbosa hembra que yacía bajo su influencia, encaró el miembro viril, restregándolo por los labios vaginales de Maléfica mientras le gruñía tan cerca del rostro que incluso llegó a inquietarla.

—¡Suplícame! —le exigió.

—Fóllame, por favor…

Con un fuerte alarido, el demonio comenzó a penetrarla lentamente, haciéndola sollozar debido a la mezcla de dolor y placer que le estaba provocando.

—Me vas a matar… —se quejó—. ¡No pares!

Poco a poco, centímetros y más centímetros del grueso pollón iban desapareciendo en el interior de Maléfica, que rodeaba con las piernas el inconmensurable cuerpo del maligno. Aún no se la había metido completamente cuando Satanás comenzó a embestirla. La bruja chilló, al igual que los dos ogros, que gritaban desesperados al ver cómo se follaban a la diosa que ellos anhelaban.

Tras unos cuantos minutos de salvajes penetraciones, cuando la maltratada vagina ya se había dilatado lo suficiente como para que el descomunal falo entrara y saliera sin dificultad, Maléfica alzó el rostro para cuchichearle algo al oído.

—¿Podrías hacerlo ahora? —rogó, retirándose ligeramente para lamer con lascivia uno de los colmillos del demonio.

El comportamiento femenino estimuló el gesto de aprobación del ser con el que estaba fornicando. Abriendo la boca y sacando la viperina lengua para que ella se la chupara, Satanás comenzó a agrandar el tamaño de su pene.

—Sí… —suspiró ella, sintiendo como el pollón que la empalaba aumentaba en grosor y longitud, llenándola por completo, destrozándola—. ¡Hazme tuya!

Maléfica se corrió, convulsionándose debido al majestuoso deleite que le producía follar con el ser más todopoderoso que podía existir. El diablo bramó y, antes de que concluyera el éxtasis femenino, volvió a arremeter con las penetraciones. Eso provocó los continuos orgasmos que, uno tras otro, levitaron a la bruja a un estado de placer infinito del que ansiaba no descender.

El demonio vocalizó en un idioma desconocido para cualquier mortal, con una gravedad tal que volvió a aterrar a los ogros. Dio un feroz golpe de cadera, metiéndosela a la bruja hasta el fondo, presionando con fuerza el cuello uterino y haciéndola chillar de dolor. Y, entonces, comenzó a eyacular.

El copioso semen rebosó, filtrándose por los imperceptibles resquicios prácticamente inexistentes entre el tronco del pollón y las paredes internas del sexo femenino, haciendo que la leche empezara a chorrear por los inflamados labios vaginales. Satanás, lentamente, sacó el rojizo miembro, que no paraba de palpitar, cubierto por una blanquecina capa de su propia simiente, haciendo que Maléfica se retorciera de gusto. Tras unos largos segundos, con un ruido sordo cuando el enorme glande salió de la vagina exageradamente dilatada, el demonio aún seguía corriéndose. Y lo hizo durante aproximadamente un minuto más, bañando el cuerpo femenino, que quedó completamente cubierto de un más que pringoso esperma.

Satanás desapareció de repente, sin ni siquiera despedirse, y la satisfecha bruja se quedó durante un buen rato tirada en el suelo, bañada en semen, mientras recuperaba fuerzas tras uno más de los extraordinarios polvos con el ser demoniaco. Se relamió, saboreando la grumosa lefa que se deslizaba por debajo de su nariz y sintiendo el contundente espesor que se adhirió a su lengua. Le costó hacer despegar el denso lechazo de su labio superior, hasta que logró introducírselo en la boca. Tras jugar un poco con él, mezclándolo con su propia saliva, se lo tragó, deleitándose.

***

—A ver si lo he entendido bien —Gim, dirigiéndose a Campanilla, puso una mueca de incredulidad—. Dices que has ido a otro mundo en busca de un héroe que pueda hacer frente a la bruja…

Dugor rio a carcajadas.

—¿Qué se supone que te hace tanta gracia? —se quejó el hada.

—Vale, está bien. Tal vez en algún fantástico mundo sea verdad que ella pueda ser una heroína —ironizó, desafiando a Lara con la mirada—. Pero que tú hayas podido hacer lo que dices… ¡Si eres un ser diminuto! —alzó la voz con desdén.

—Mira quién fue hablar —replicó la aventurera, colocándose frente al enano, que gruñó en señal de desaprobación.

Tal y como hiciera delante de la arqueóloga cuando se conocieron, Campanilla comenzó a estremecerse, aumentando de tamaño hasta acabar sacando medio cuerpo a Dugor.

—¿Algo más que añadir? —preguntó el hada con sorna.

Gim rio abiertamente, lo que enfureció aún más a su compañero.

—Dugor, amigo, creo que le debes una disculpa.

—¡Jamás!

—Vamos, no seas orgulloso. Campanilla te ha dejado a la altura que te mereces. Concretamente a la altura de su cintura —bromeó, provocando las risas de las dos mujeres.

—¡Ah! —Con la sangre hirviéndole, Dugor asió el arma, lanzando un nuevo golpe. La pesada maza aporreó el suelo frente a su compañero, a escasos milímetros de sus pequeños pies—. Algún día tus huesos conocerán el acero de mi martillo —bramó con rabia.

Gim se quedó pálido.

—Deberíais ser más silenciosos —se quejó Campanilla.

—¿Por qué? —preguntó Dugor—. Por aquí nunca pasa nadie.

De repente, un nimio ser apareció rápidamente de la nada, golpeando a Gim, que trastabilló, cayendo al suelo.

—Genial… —El barbudo y fortachón enano asió su martillo, girándose lentamente y poniéndose en guardia—. Odio a los malditos korreds…

Lara, desechando definitivamente la posibilidad de usar armas de fuego, tensionó su cuerpo, alerta. Y entonces vio el numeroso grupo de pequeñas criaturas que se abalanzó contra ellos. Se temió lo peor, pues eran demasiados. Abatió al primero y luego al segundo. Se fijó en Campanilla que tenía dificultades para enfrentarse al agresor que la asía de los brazos. De un golpe certero en la cabeza, se deshizo del bicho, liberando al hada.

—¡Corred! —gritó Gim, dando media vuelta para alejarse rápidamente sin poder evitar una leve sonrisa al darse cuenta del juego de palabras que, sin querer, acababa de hacer.

La aventurera observó los cuerpos sin vida del par de asaltantes que yacían bajo el acero de Dugor, que parecía desenvolverse con soltura aplastando enemigos.

—¡Vamos, Lara! —le advirtió Campanilla.

La mujer le hizo caso definitivamente y comenzó a correr huyendo junto a Gim y el hada. Pero no sirvió de nada. Los trasgos les alcanzaron. Cuarenta minutos más tarde, los tres se encontraban encadenados, de rodillas, a merced de los infames que les habían atacado. De Dugor no se sabía nada.

***

Maléfica, en la torre más alta del castillo, contemplaba la tierra que se extendía a sus pies y el caos que reinaba por doquier gracias a su poder con el que dominaba criaturas a su voluntad.

Los seres de más baja calaña eran fácilmente controlables. Y los débiles se dejaban influir con lastimosa sencillez. Los valerosos que se habían revelado ya habían sucumbido a su devastador propósito y las pocas criaturas que no podía dominar ya no suponían ninguna amenaza, pues eran escasas en número.

Bárbaros, licántropos y orcos, entre muchas otras razas, se erigían en tropas insaciables de sangre, pavor y muerte. Y ella solo debía guiarlos con su vara, el instrumento mediante el cual conseguía canalizar el poder que Satanás le había proporcionado.

Observando una vez más el mundo tiñéndose de oscuridad, sonrió perversamente.

***

—Voy a disfrutar rebanándote el pescuezo —siseó el korred que hacía lamer la hoja de su cuchillo a lo largo del cuello de Lara Croft.

—¡No! —gritó Campanilla—. Dejadla en paz.

—¡¿Por qué no os metéis con alguien de vuestro tamaño?! —les desafió Gim.

Los trasgos comenzaron a chillar y discutir, golpeándose unos a otros para discernir a qué preso degollaban primero.

—Podemos matarlos a todos a la vez.

—¡No seas idiota! Yo quiero ver los tres linchamientos.

—¿¡A quién has llamado idiota!?

—¿Aún no te has enterado, idiota?

—Así aprenderás a cerrar tu maldita bocaza —aseveró el korred, sacando el cuchillo de la garganta que había atravesado y dejando caer al suelo el cuerpo sin vida de la criatura que le había insultado.

Los ánimos parecieron calmarse debido al cruel asesinato, erigiéndose el homicida como el líder momentáneo del grupo. Tras escupir sobre el cadáver, se dirigió nuevamente hacia Lara. Era el momento que Campanilla había estado esperando. Con los trasgos despistados, pensaba recuperar su aspecto habitual, diminuta y con alas, para escapar en busca de ayuda cuando una vocecilla surgió de entre los árboles.

—No seas estúpido. Ji, ji.

—¿Quién ha vuelto a insultarme? —rabió.

—Hola —se presentó, risueño, un pequeño duende vestido completamente de verde.

—Hola. Hola. Hola. Hola. Hola… —Decenas de leprechauns hicieron acto de presencia, igualando en número a los trasgos allí presentes.

Imagen de Korreds y leprechauns

—No es que no me parezca bien lo que vas a hacer —añadió el duende que había hablado primero—. Pero se me ocurre algo más divertido. Ji, ji —se burló mientras se acercaba al hada encadenada.

El korred lo observó, quedándose a la expectativa, y sonrió al ver lo que hizo el risueño hombrecillo. El leprechaun agarró los tirantes del vestido de Campanilla y tiró hacia abajo, dejando a la vista de todos los preciosos pechos del hada.


—¡No! —gritaron al unísono Lara y Gim, provocando las risas unánimes tanto de los trasgos como de los duendes.

Campanilla entró en estado de shock, incapaz de reaccionar ante lo que presumía que se avecinaba. Conocía perfectamente tanto a los korreds como a los leprechauns. Los trasgos, capaces de cualquier cosa, eran demasiado estúpidos como para que se les hubiese ocurrido lo que pasaba por la cabeza de los duendecillos, que no eran más que unos seres traviesos incapaces de comportarse como lo estaban haciendo, señal de que habían caído bajo la influencia de Maléfica.

La pequeña criatura vestida de verde comenzó a sobar uno de los turgentes senos mientras se escuchaba de fondo el murmullo generalizado de expectación.

—¡Venid a por mí! —protestó Lara, procurando desviar la atención para proteger a su compañera de viaje.

—Tranquila, que tú serás la siguiente —aseguró el korred, marchándose en dirección al hada—. ¿Qué tienes ahí? —se burló, señalando el paquete del duendecillo, donde se apreciaba claramente el bulto que delataba su excitación.

—Es una enfermedad contagiosa —bromeó—. Tócale la otra teta. Ya verás como a ti también te pasa. Ji, ji.

Campanilla sintió el desagradable tacto de sendas criaturas. La mano del duende era pequeña y le sobaba con frenesí mientras que la del korred era más áspera y le apretaba con cierta brusquedad. Intentó zafarse, removiéndose sin conseguir nada, pues estaba maniatada, a merced de ambos. Aunque mentalmente estaba aterrada, no pudo evitar que su cuerpo reaccionara ante las caricias y sintió cómo las sensibles areolas se le inflamaban y los pezones comenzaban a endurecerse.

—Parece que ya estás infectado. Ji, ji —volvió a bromear el duendecillo.

—¡Vamos a follárnosla! —clamó el trasgo con desesperación, sobándose la erección que se apreciaba claramente bajo sus propias vestimentas.

—Debemos hacer una cosa antes —aseguró el leprechaun, tirando del vestido femenino, rasgándolo, hasta conseguir dejar a Campanilla prácticamente desnuda, pues ya solo le quedaba el diminuto tanga de color verde.

—Por favor… —suplicó Lara, procurando hacerse oír por encima de las repugnantes criaturas que vitoreaban entre silbidos y bromas mientras ella comenzaba a sentirse totalmente impotente ante la desesperada situación que estaba presenciando.

—Soltadla —mandó el korred a sus compinches.

—Aseguraros de que no pueda escapar —pidió el duende a los suyos.

—No lo hagáis… —imploró el hada una vez más.

Tras ser liberada, Campanilla se dejó caer, golpeándose contra el suelo con los brazos doloridos. Sin poder de reacción, en seguida se vio envuelta por varios leprechauns que la voltearon, sujetándola por las cuatro extremidades e impidiendo que pudiera moverse.

—Abridle las piernas —ordenó el trasgo, alzando la voz por encima de los quejidos de Lara y Gim.

Los duendes dudaron, pero finalmente accedieron, dejando la entrepierna femenina a merced del korred, que acercó el rostro, husmeando.

—Qué bien te huele el coño… —se relamió—. ¡Apesta! —provocó las grotescas carcajadas que inundaron el lugar.

Ella intentó cerrar las piernas con todas sus fuerzas, pero era un imposible. Sintió el desgarrador dedo introduciéndose bajo su ropa interior, rozándole el inmaculado pubis y retirando lentamente la tela a un costado. La vagina del hada quedó a la vista del resto. Se escuchó un sonido generalizado de admiración. El trasgo agachó la cabeza y, sacando la sucia lengua, le lamió la raja. Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Campanilla, que se tensionó, sin poder evitar que se le humedecieran las cuencas de los ojos.

Un desolador mal estar se adueñó de la indefensa hada que, contraria a las sensaciones que estaba experimentando, se culpabilizaba por cómo su cuerpo reaccionaba involuntariamente a los asquerosos lengüetazos y pequeños mordiscos del korred. Intentó luchar mentalmente contra la voluntad fisiológica, pero no lo pudo evitar. Poco a poco, su vulva se iba lubricando.

Ante la desesperada mirada de Campanilla, el pequeño duendecillo se bajó los pantalones, mostrando su miembro viril, que no era precisamente grande, pero sí rechoncho. El hada se asustó, imaginando las viles intenciones del leprechaun, que acercó el falo al rostro femenino, restregándoselo por los labios que se mantenían completamente sellados.

—Abre la boquita. Ji, ji.

Ella negó con la cabeza.

—¿Quieres jugar? —preguntó, risueño—. Me encantan los juegos. Ji, ji.

El duende pasó una de sus pequeñas piernas por encima de Campanilla, poniéndose a horcajadas sobre su cabeza. Se agarró la polla, dejando caer los testículos sobre los labios femeninos. El leprechaun se movió, restregándole los genitales por la cara hasta taparle las vías respiratorias.

El hada comenzaba a notar cómo su resistencia mermaba poco a poco. Sentía las fosas nasales impregnándose con el suave aroma varonil del duendecillo mientras el korred no dejaba de lamerle con fiereza el hinchado clítoris. Sin prácticamente aliento, intentó aguantar hasta que no pudo contener la respiración por más tiempo. Abrió la cavidad bucal, aspirando una bocanada de aire y sintiendo como las bolsas testiculares del leprechaun entraban en contacto con su lengua.

—Ji, ji.

El sabor no era tan desagradable como Campanilla se había imaginado y, casi instintivamente, lamió el escroto del pequeño duende. Había perdido el control definitivamente y no se sorprendió cuando comenzó a convulsionarse. Tensionó las piernas y encogió los dedos de los pies, pero no pudo evitarlo. Acabó corriéndose en la cara del trasgo que le estaba comiendo el coño.

—¡Brutal! —El korred alzó la cabeza, mostrando a los presentes su rostro empapado de los jugos vaginales del hada y desatando los vítores del resto de pequeñas criaturas.

Campanilla estaba avergonzada, incapaz de alzar la vista por temor a encontrarse con las miradas de reproche de Lara y Gim. Pero lo peor aún estaba por llegar…

—¡Mirad, parece que el enano también se ha contagiado! —gritó uno de los leprechauns, bromeando al ver el abultado paquete del prisionero y provocando las atronadoras risas de trasgos y duendes.

Tras levantarla del suelo, las dos criaturas que la habían forzado arrastraron a Campanilla hasta el enano encadenado.

—¿Te gustaría que esta bella dama te la chupe? —bromeó el leprechaun al oído de Gim.

—¿Te gustaría mamársela a este feo enano? —sonrió el korred, dirigiéndose al hada.

Campanilla y Gim se miraron. Ella tenía una mueca de desesperación y los ojos vidriosos. Él, aunque no había podido evitar excitarse observando a la hermosa hada gozando de las pérfidas criaturas que la estaban violando, no estaba dispuesto a caer en la tentación.

—No soy más feo que cualquiera de vosotros —desafió a los trasgos—. Los duendes al menos visten de forma elegante… —provocó las risas de los leprechauns.

—¡No tendrás tanta suerte! —bramó el enfurecido korred, escupiendo a la cara del enano y apartando a Campanilla de malas maneras.

—Lo siento —se burló el duende—. Tal vez con ella tengas más suerte —miró hacia la otra mujer apresada.

Gim hizo lo propio, observando a la atractiva Lara Croft y no pudo evitar el respingo que le dio la exacerbada verga solo de imaginar la posibilidad de que eso sucediera. Pero rápidamente se quitó la idea de la cabeza, apartando la mirada del rostro iracundo de la aventurera.

Sin prácticamente darse cuenta, Campanilla se vio rodeada de innumerables criaturas. Todos los trasgos y leprechauns que la asediaban estaban desnudos y la manoseaban, obligándola a tragarse las indeseables vergas de unos y otros y a masturbar tantas pollas como podía mientras la penetraban sin reparo por sus dos agujeros, destrozándole el coño y desgarrándole el ano. Entre todos los energúmenos, la violaron brutalmente.

El hada, cada vez más desfallecida, perdía fuerzas y, con ellas, la posibilidad de mantener su momentáneo aspecto, recuperando, poco a poco, su forma original. A medida que se empequeñecía, el dolor de los miembros empalándola, que comenzaban a ser desproporcionadamente enormes, era insoportable.

—¡Por favor, parad, os lo suplico! —imploró.

—¡Mirad, si es un hada!

Korreds y duendes, dibujando muecas desencajadas de rabia, agarraron las alas de Campanilla, tirando de ellas hasta arrancárselas. Desangrándose, sin dejar de ser penetrada por sus diminutos agujeros, la despedazaron completamente. Los órganos internos comenzaron a descomponerse, hasta quedar totalmente machacados, provocando la muerte de la grácil hada mientras las grotescas criaturas se corrían dentro y fuera de su destrozado cuerpecillo bajo los lamentos inútiles de Lara y Gim.

Aún con los ojos vidriosos debido al cruel asesinato que acababa de presenciar, la aventurera se fijó en el despreciable korred que avanzaba hacia ella, desnudo, con el humedecido miembro completamente tieso. La peluda polla era pequeña y parecía rugosa, como la de un anciano. Además, en uno de los costados tenía un pequeño bultito de color oscuro lleno de pequeños pelos puntiagudos. Supuso que debía ser una verruga. Era un pene asqueroso.

—Te dije que serías la siguiente… —siseó—. ¿Se te ha hecho larga la espera? —sonrió, babeando.

—Te arrepentirás de esto…

—Tú no serás otra hada, ¿verdad? —inquirió el leprechaun que también se había acercado—. Todas las hadas son unas malditas zorras. Ji, ji.

Muy a su pesar, Lara Croft se sentía insegura. No tenía miedo de pelear contra esas bestias, aún estando en inferioridad de condiciones como era el caso. Pero le aterraba la posibilidad de que la violaran. Y, muy a su pesar, supuso que es lo que estaba a punto de ocurrir. Una lágrima de rabia se deslizó por el hermoso rostro femenino.

—¡Ah!

Dugor apareció de la nada, aplastando un par de cabezas con su martillo. Rápidamente, el grupo de trasgos y duendes se volvió hacia el valiente enano, corriendo tras él. Todos menos el korred y el leprechaun que asediaban a la arqueóloga.

—¡Eh, vosotros! —Gim intentó llamar su atención—. Si me soltáis, podemos follárnosla entre los tres. Os faltará un agujero por llenar. ¿Qué me decís?

—Cállate, escoria —respondió el trasgo.

—Vale, entendido —se resignó el enano.

—Sonaba tentador… —bromeó el duendecillo, dibujando una mueca sonriente.

De repente, a lo lejos, a la espalda del leprechaun y el korred, Lara divisó el esperanzador rostro de un apuesto hombre en el horizonte. Parecía montar a caballo por lo rápido que se aproximaba y la forma en la que se movía su fornido torso desnudo en el que se apreciaban con total nitidez los marcados pectorales y las prominentes abdominales. La mujer se quedó prendada. Pero la ensoñación le duró poco, el tiempo que tardó en verle el resto del cuerpo.

Imagen de Gabril

Recién liberada, a la aventurera aún le costaba hacerse a la idea de que la criatura que había abatido a los dos enemigos y la había salvado fuera mitad hombre y mitad caballo.

—Debemos darnos prisa. No sé cuánto tiempo podrá entretenerlos el enano del martillo.

El centauro montó en su lomo a Lara y Gim para dirigirse al punto de encuentro donde había quedado con Dugor, sacándolos de aquel fatídico lugar en el que había perecido Campanilla.

***

—¿Por qué has tardado tanto? —se quejó Gim.

—Necesitaba a alguien que os liberara mientras yo me encargaba de los bichos —explicó Dugor—. Y no ha sido fácil toparme con…

—Gabril.

—Eso, Gabril.

—La han matado —intervino Lara con severidad—. Han matado a Campanilla… —concluyó con rabia.

—Este es un mundo peligroso y cruel hoy en día —aseguró el centauro.

—Por suerte no todos parecéis de la misma calaña —Lara relajó el gesto—. No he tenido tiempo de darte las gracias.

—Pues no me las des. Lo único que quiero es el arma —se dirigió a Dugor.

—¡Maldito enano inconsciente! —se quejó Gim—. Ese martillo es lo único que nos mantiene con vida.

—Algo tenía que ofrecerle para que accediera a ayudarnos —Dugor se encogió de hombros, como justificándose—. Y si no lo hubiera hecho ahora habría una vida menos que mantener —gruñó, brindando con resignación su arma al centauro.

—Espera… —Lara, atormentada al ver el rostro compungido de los dos enanos e intuyendo lo que significaba el desprenderse del único objeto con el que podían defenderse en un mundo lleno de peligros, detuvo a Gabril—. No puedes quitarles el martillo, los estás condenando a una muerte casi segura.

—¿Te has fijado bien, bonita? —La aventurera frunció el ceño, molesta—. ¿Has contado cuántas armas llevo? —forzó una sonrisa desdeñosa—. Yo no ayudo a nadie a cambio de nada.

—Déjalo —medió Gim—, un trato es un trato.

El centauro asió el martillo, dando media vuelta para comenzar a alejarse al paso.

—Podemos mantenernos los cuatro juntos —afirmó Lara, pensando en lo que les convenía a todos, sin olvidarse del motivo por el que ella misma se encontraba en ese aciago lugar.

Gabril se detuvo, girando el rostro hacia atrás, a la espera de lo que la mujer le fuera a ofrecer. Los dos enanos y el centauro se quedaron mirándola, expectantes.

—Campanilla vino a buscarme para derrotar a una bruja que no sé ni dónde encontrar. No tengo ni idea de lo que el hada tenía en mente, pero no he recorrido un camino por el que no sé si podré regresar para fracasar ante el primer contratiempo. Necesito vuestra ayuda.

—Creo que no le debo nada a nadie —aseguró Gabril con retintín, reanudando la marcha.

—El ladrón de armas tiene razón —soltó Gim con desdén—, no está obligado a nada si no quiere.

—¿Eso significa que puedo contar con vosotros? —Lara forzó una leve sonrisa, mirando en dirección a los dos enanos.

—Espero no encontrarme con vuestros cadáveres demasiado pronto —se despidió Gabril definitivamente, alejándose al trote.

—¡No creo que seas más que un animal insensible! —la mujer alzó la voz, con rabia.

—Bueno, yo tampoco creo que tú seas ninguna heroína —gritó Gabril, sonriente, mientras aceleraba el paso, al galope.

—No te preocupes Lara —intervino nuevamente Gim—. No lo necesitamos. Con mi intelecto y su fuerza —señaló a Dugor— no echarás de menos al bicho de cuatro patas.

—¿Sabes cómo encontrar a Maléfica? —se interesó la arqueóloga.

—No tengo ni idea.

Dugor soltó una carcajada.

—Con el intelecto de un idiota y la fuerza de un enano desarmado, no llegarás muy lejos— bromeó el fortachón entre risotadas, comenzando a caminar sin poder dejar de reír.

Lara, aún afectada por la violenta muerte de Campanilla, en silencio, siguió sus pasos. Gim, embelesado, aprovechó para fijarse en el morboso trasero femenino oculto tras la tela del prieto pantalón corto, deleitándose con el sensual movimiento de las turgentes nalgas.

—¡Esperadme! —reaccionó al fin, unos cuantos segundos después, corriendo tras sus compañeros de viaje al darse cuenta de que se habían alejado más de lo que hubiera deseado.

***

—(…)Dugor era el mejor amigo de mi padre —explicaba Gim—. Cuando los elfos oscuros nos atacaron, él me protegió. Si no fuera por él estaría muerto, igual que… —se le quebró la voz.

—¿Tus padres? —preguntó Lara con cierta delicadeza, intuyendo la respuesta y recibiendo, con un simple gesto de cabeza, la contestación afirmativa del enano.

—Fue una masacre —sentenció Dugor—. Lamentablemente, como la de tantos otros pueblos. Por desgracia, no somos los únicos que lo hemos perdido todo.

El silencio se adueñó momentáneamente del grupo que, arremolinado en torno a la fogata que habían encendido para mantener los cuerpos calientes durante la noche, descansaba después de una larga caminata de unas cuantas horas.

Antes de dormir, decidieron que harían rondas de vigilancia por turnos. Gim sería el primero.

—¿No tienes sueño? —preguntó el enano al darse cuenta de que Lara se mantenía despierta.

—No puedo dormir.

—Es por culpa de los ronquidos de Dugor, ¿verdad?

Lara rio.

—No, no es eso.

—¿En qué piensas? —se interesó Gim.

—En si podré volver a casa.

—¿Tienes a alguien esperándote? —Y, tras unos segundos, añadió—: A alguien especial, me refiero.

—Aún no nos conocemos lo suficiente como para hablar de temas personales —contestó jocosamente.

—Bueno, si hay alguien, es afortunado.

—Gracias —dibujó una sonrisa sincera—. Y tú, ¿en qué piensas?

—No te lo puedo decir…

—¿De verdad? —Lara, sorprendida, marcó aún más el atractivo gesto, acelerando las pulsaciones de Gim.

—De verdad —reafirmó.

—¡Vamos, no te hagas de rogar! —le recriminó con gracia.

—Te lo digo si me prometes que no te vas a molestar… —balbuceó con inseguridad.

—¡Por supuesto! —soltó con franqueza, incapaz de imaginar lo que pasaba por la cabeza del enano—. ¿En qué piensas? —insistió, bajando el tono de voz.

—En ti.

Ahora Lara rio a carcajadas.

—¿En serio?

—Sí, ¿por qué no?

—Es raro —dejó de reír, manteniendo una jovial sonrisa que disimulaba el ligero desconcierto que le provocaba la conversación.

—¿Por qué? ¿No soy apuesto?

—Eres… bajito —bromeó.

—¿Y te gustan altos?

Lara volvió a desternillarse de la risa.

—Por supuesto —afirmó con gracia, convencida de que el enano no podía hablar en serio.

—Vaya… ¿no tengo ninguna posibilidad entonces?

—Me temo que no —aseguró sin perder el tono simpático en ningún momento.

—Bueno, si alguna vez cambias de opinión…

—Te lo haré saber, por supuesto —concluyó, sonriente, tomándose definitivamente a broma la actitud del gracioso enano.

—Pero que sepas, por si había algún atisbo duda, que mi propuesta de unirme al korred y el leprechaun para… bueno… ya sabes… era una estratagema para salvarnos.

Lara lloraba de la risa.

—Es tu turno —fue lo último que Gim le dijo a Lara antes de recostarse sobre el frío suelo, cerrando los ojos mientras una lágrima recorría su mejilla, consciente de que, siendo un enano, jamás había tenido ninguna oportunidad con la hermosa mujer.

***

El rostro del ogro evidenciaba el pavor que sentía al observar cómo su compañero de esclavitud se asfixiaba.

—¿Has tenido ya suficiente? —se quejó Maléfica, dejando de apretar el puño sobre su vara, gesto con el que estaba estrangulando desde la distancia a la bestia—. Como vuelva a sentir ese desagradable hedor que desprendéis… os juro que yo misma os sacaré las vergas y os las cortaré a cachitos —aumentó los decibelios, con cierta rabia, para luego proseguir, volviendo a suavizar el tono—. Espero que las caricias iniciales os gusten lo suficiente como para que las pollas se os pongan bien duras y así dure más la tortura —concluyó con una cruel carcajada que retumbó a lo largo del castillo.

El ogro estrangulado, sin resuello, intentaba recuperar el aliento, respirando con dificultad, mientras el otro procuraba balbucear, temeroso, entre sollozos y gemidos.

—Lo ci… cien… ciento… —consiguió pronunciar a duras penas, pues ambas bestias eran incapaces de hablar con soltura.

—Criaturas patéticas… ¡poneos en pie! —gritó con desdén.

Las mascotas, tan estúpidas que eran incapaces ni siquiera de recordar que tenían que asearse, obedecieron a su ama. Maléfica, sonriendo perversamente, guió la vara, apuntando hacia los enormes ogros para hacer que cayera sobre ellos un chorro de agua lo suficientemente fría y potente como para hacerlos temblar y gritar de pavor debido a la inesperada ducha. La bruja, a la que le encantaba percibir la mezcla de temor y deseo que era capaz de inculcarles, dibujó una mueca de satisfacción.

***

—Debemos permanecer alerta —advirtió Gim—, nunca había atravesado estos parajes tan sombríos.

—Sí, tengo la sensación de que este bosque no es precisamente amistoso —susurró Lara—. Parece como si…

—Como si no hubiera vida en él —la interrumpió Dugor.

—Exacto —asintió la mujer.

Lara Croft y los dos enanos avanzaban todo lo sigilosamente que podían, cruzando la oscura arboleda que se extendía más allá del pequeño claro donde habían acampado la noche anterior.

—Gim, ¿y cómo cojones sabes hacia dónde tenemos que ir? —preguntó Dugor, asqueado de tener que tomar ese camino.

—Si no conozco el paraje de la bruja es porque no sé dónde está, así que debemos ir hacia donde nunca he estado. Y nunca he estado tras este inmenso bosque.

Lara sonrió al escuchar al enano. Estaba convencida de que no se había equivocado al nombrarlo guía de la expedición.

—¿Oís eso? —advirtió Dugor al escuchar el siseo que parecía proceder tras el tronco de un gigantesco abedul.

Lara tensionó su cuerpo y Gim, asustado, se hizo a un lado, colocándose tras su barbudo compañero. El enano fortachón, a falta de arma con la que defenderse, agarró una rama lo suficientemente gruesa como para que no pudiera asirla cualquiera.

Dugor dio un paso al frente. Y luego otro. El siseo, cada vez más evidente, se fue convirtiendo poco a poco en un gruñido amenazante cuando, de repente, el enano lanzó un feroz golpe, acompañado de su habitual grito de guerra. Un par de cabezas volaron por los aires mientras los dos cuerpos sin vida seguían caminando para acabar desplomándose tras avanzar unos pocos pasos más. Tras ellos, un tercer zombi se dirigía con lentitud hacia el grupo.

—¿¡Qué mierda es esta!? —gritó Gim.

Lara no tardó en reaccionar. Tenía claro lo que debía hacer para acabar con esa bestia putrefacta. Se abalanzó con premura hacia el muerto viviente con la intención de golpearle en la cabeza, pero antes de que pudiera hacerlo, Dugor alzó nuevamente el ya maltrecho tronco, golpeando el huesudo cuerpo del zombi, partiéndolo en dos. Antes de que la mujer pudiera decir nada, el enano incrustó lo que quedaba de la rama en el cráneo del ser que, sin dejar de gruñir, se arrastraba a duras penas hacia él.

La arqueóloga, observando la escena, volvió a sonreír, satisfecha del que había sido nombrado por unanimidad como el guerrero del grupo. Pero la sonrisa le duró poco, el tiempo que tardó en escuchar el sonoro lamento que anunciaba la llegada de una horda de zombis alertados por los ruidos que acababan de escuchar.

—Debemos irnos, rápido —advirtió Lara a los dos enanos.

El bosque estaba plagado de muertos vivientes. A cada intento de huida se veían obligados a retroceder, perdiendo tiempo y terreno. Estaban rodeados. Sin escapatoria posible, con la adrenalina adueñándose de sus cuerpos y mentes mientras corrían con desesperación, debían pensar algo o perecerían definitivamente.

—¡Mierda! —masculló Dugor, frenándose en seco al percibir lo que parecía una sombra cruzándose a toda velocidad justo por delante suyo.

—Espera —advirtió Lara—, sea lo que fuera, se movía demasiado rápido como para ser uno de ellos.

De repente, de la nada, un pesado trozo de acero salió disparado en dirección a Lara, que tuvo que esquivarlo rodando con agilidad hacia un costado. Los ojos de Dugor se abrieron como platos al observar que se trataba de su martillo.

—Empúñalo —exhortó Gabril, apareciendo entre el denso ramaje—, lo necesitarás si queremos salir con vida de este cementerio.

—¡No es de fiar! —se quejó Gim—. ¡Ha atacado a Lara!

—Yo también me alegro de volver a veros —satirizó el centauro.

Durante unos segundos, la tensión se adueñó del grupo, con miradas amenazantes de unos y otros hasta que Dugor se vio obligado a asir su martillo, aplastando de un solo golpe al primer grupo de zombis que hizo acto de presencia.

—¿Tú también quieres un arma? —Gabril se dirigió con aspereza a Lara mientras desenfundaba la lanza que empuñó con semblante amenazante—. ¿Sabrás manejarte con esto? —Sin esperar respuesta, lanzó a los pies de la aventurera un arco junto a un carcaj lleno de flechas.

—¿De dónde las has sacado? —inquirió la mujer, incapaz de evitar una sonrisa de satisfacción mientras recogía el arma del suelo.

—No muy lejos de aquí me topé con un grupo de minotauros algo descuidados. Y pensé que el enano igual echaba de menos su martillo.

—¿Y para mí no hay nada? —preguntó Gim, risueño, pero no obtuvo respuesta.

—¡Ah! —al unísono, Lara, Dugor y Gabril hicieron uso de sus armas para abatir a los monstruos que ya los acechaban.

La flecha, clavada en el ojo del zombi, aún vibraba debido a la tensión con la que había salido disparada mientras por la lanza se escurrían los sesos de la indefensa bestia que había sido empalada y el pesado martillo del enano empezaba a teñirse de rojo por culpa de la cantidad de sangre de los muertos que había machacado.

—¡Ah!

El nuevo grito no era de guerra. Lara, Dugor y Gabril se giraron al instante para observar el lugar del que procedía.

—¡Ah!

El angustioso quejido de Gim, mientras caía de rodillas, heló la sangre de los vivos allí presentes. El zombi aferró aún más la mandíbula, clavando la dentadura sobre el cuello del enano, de cuyos ojos comenzaban a brotar las lágrimas que empañaban la visión del rostro desesperado de su único y mejor amigo, el compañero fiel que tantas veces le había salvado y que ahora veía con impotencia cómo no podía hacer nada por evitar lo que estaba sucediendo. Casi instintivamente, apartó la vista, mirando hacia la hermosa mujer a la que había decidido seguir y por la que estaba dando la vida. Sonrió.

—Es un ángel —repitió, tal y como cuando la vio por primera vez, comenzando a perder la consciencia.

—¡Ah!

Ahora sí, el grito de guerra de los tres miembros que aún quedaban con vida fue más fuerte que nunca y, llenos de rabia, dolor y tristeza, se abalanzaron sobre el zombi que le había quitado la vida a Gim y el resto de muertos vivientes que seguían apareciendo. No pararon de matar hasta quedarse solos.

***

—Te debo una disculpa —Gabril se dirigió a Lara con cierta seriedad—. Tal vez sí seas una heroína al fin y al cabo —sonrió.

—Yo también debo disculparme. En absoluto creo que seas un animal —le devolvió la sonrisa respetuosamente.

—Bueno, en realidad sí lo soy, al menos de cintura para abajo.

Ella lo miró con cierta expectación, provocando que se generara un incómodo silencio mientras esperaban el regreso de Dugor, al que habían dejado ofreciéndole sepelio a Gim.

—Puedes comprobarlo tú misma si no te lo crees —añadió afablemente, procurando restarle importancia, alzándose y quedándose a cuatro patas.

Lara, alentada por la inesperada situación, bajó la mirada para echar un rápido vistazo bajo el tronco del centauro. Sin querer, centró la vista en la vaina que ocultaba lo que parecía un pequeño pene completamente retraído. Gabril, percatándose del detalle, no pudo evitar que su gruesa verga comenzara a extenderse muy ligeramente, empezando a colgar de forma bamboleante en tan solo unos segundos.

—¿Eso ha sido por mi culpa? —La mujer sonrió con socarronería.

—Disculpa, yo…

—No te preocupes. No me molesta. Supongo que es normal, ¿no?

Con cierta coquetería, Lara dio un último vistazo a la entrepierna del centauro, atraída por el ligero vaivén de lo que parecía no parar de crecer. Aunque era evidente que no estaba rígido, el falo se había alargado lo suficiente como para caer por debajo de las rodillas del equino. A la arqueóloga le pareció enorme.

—Pues aún no ha crecido del todo —advirtió Gabril, intuyendo el pensamiento femenino.

—¿En serio? —se hizo la tonta, comenzando a agacharse para poder verlo con mayor detalle.

—¿Se puede saber qué estáis haciendo? —les interrumpió Dugor.

—¿Cómo ha ido? —se interesó Lara, incorporándose rápidamente para intentar disimular, ligeramente azorada.

—¿Has podido recuperar el cuerpo? —preguntó el centauro, reclinándose sobre el suelo para ocultar la medio erección que la mujer le había provocado.

—Sí. Al menos he podido despedirme de él.

—¿Estás bien? —se interesó la aventurera, acercándose a Dugor en señal de afecto, pero solo recibió un gruñido como respuesta.

—Gim os había guiado correctamente —intervino Gabril—. El castillo de Maléfica está al otro lado de la colina, a una jornada de camino, tal vez menos.

—Haremos noche aquí —aseguró el enano.

—Yo montaré la primera guardia —propuso Lara.

***

Mientras escuchaba los sonoros ronquidos de Dugor, Lara se fijó en Gabril. A sus ojos, el centauro era un apuesto hombre de cintura para arriba y un hermoso caballo de piel negra azabache de cintura para abajo. Por un momento pensó si podría tratarse del compañero ideal, pareja y mascota al mismo tiempo. No pudo evitar sonreír con esa alocada idea.

—¿De qué te ríes? —la sorprendió el propio Gabril.

—Nada. Solo pensaba en tonterías.

—Entonces espero que no estuvieras pensando en mí —bromeó.

—Pues… para hacer honor a la verdad…

—Vaya… ¿en serio?

Ambos rieron, pero las risas quedaron ocultas tras los bufidos de Dugor.

—Creo que tenemos una conversación pendiente de cuando nos interrumpió el enano —advirtió el centauro, alzándose para acercarse a la mujer, quedándose de costado frente a ella en una clara invitación para que volviera a echar un vistazo bajo su lomo.

—Pues no recuerdo de qué estábamos hablando —se hizo la tonta nuevamente, acariciándole la grupa como si de un animal se tratara.

—Pensé que ya había cierta confianza entre nosotros… —argumentó con suficiencia.

—¿Cómo para que te empalmes tan solo porque eche una miradita ahí abajo? —se burló.

—No estaba empalmado.

—Pues no me quiero imaginar cuando lo estés —bromeó, sonriendo claramente.

—¿Y por qué solo has de imaginarlo?

De repente, el semblante femenino se tornó adusto.

—En serio, Gabril, déjate de historias. No puede ser.

—¿Por qué?

—¿Cómo que por qué? —comenzó a crisparse—. ¿Te parece normal que yo…? ¡Eso es una maldita polla de caballo! —se exasperó, como si su queja fuera demasiado evidente como para que el centauro no la tuviera en cuenta.

—Pensé que no me considerabas un animal…

—Joder… y no creo que lo seas, pero…

—Dime, si fuera un hombre, ¿tendría alguna posibilidad?

Lara dudó. No se consideraba una mujer precisamente fácil y justo por eso, recordando la conversación con Gim, no tenía a nadie especial esperándola. Sin embargo, después de todo lo que había pasado en tan poco tiempo, la montaña rusa de emociones vividas, la incertidumbre de cómo enfrentarse a la temible bruja y la preocupación de no saber si podría volver a casa, le estaban provocando un popurrí de sensaciones que la tenían demasiado desconcertada. Así que supuso que no le vendría mal un hombre con el que desfogarse.

—Tal vez… —sonrió con cierta inocencia, sin querer darle demasiada importancia, pero provocando una mueca triunfal en el apuesto rostro del centauro.

—Entonces… ¿por qué no echas un nuevo vistazo ahí abajo? —prolongó la cautivadora sonrisa.

La arqueóloga pensó que por volver a verle la entrepierna tampoco pasaba nada. Al fin y al cabo su alma de aventurera le hacía sentir curiosidad por averiguar cuánto podía llegar a crecer el pene del caballo.

—Pero un vistazo y nada más —aseguró, aceptando con un forzado gesto de resignación.

—Claro que sí…

—No sé qué pretendes conseguir… —farfulló mientras se agachaba para ver bajo su ecuestre compañero.

Esta vez Lara Croft desvió la mirada directamente hacia la verga de Gabril, que ya estaba fuera de la vaina, pero no tan alargada como la había visto anteriormente.

—Menuda decepción —se burló del centauro y, acto seguido, como si de un simple juego se tratara, zarandeó ligeramente el pene con el dedo índice.

Ante la atenta mirada femenina, la polla de Gabril comenzó a crecer rápidamente, tanto en longitud como en grosor, sin llegar a endurecerse completamente, quedando en un estado similar al que ya había visto antes. Lara, que empezaba a divertirse con la situación, se fijó por primera vez en el desproporcionado escroto del animal. Cada uno de los huevos era tan grande como la cabeza de la aventurera que, como atraída por un efecto magnético, alargó una mano para sopesar uno de los enormes testículos. Sin querer, no pudo evitar pensar en la cantidad de esperma que podría brotar de ese manantial.

—Joder… —se retiró, ligeramente aturdida.

—¿Ocurre algo? —se interesó el centauro—. Ibas muy bien —volvió a mostrar su suficiencia.

—Es solo que… —resopló.

Por primera vez, Lara Croft fue consciente de estar excitada y se asustó al comprobar que el motivo era Gabril, todo él. Su carácter indomable y atractiva masculinidad, pero también sus salvajes atributos sexuales.

—Pues a mí me parece que estás empezando a pasártelo bien… —el centauro desvió la mirada hacia los senos femeninos, alargando un brazo para comenzar a acariciarle uno de los hombros.

La heroína flexionó el cuello para observar cómo sus indómitos pezones se erguían, mostrándose con claridad bajo la tela del jersey, que era incapaz de disimular su vigoroso volumen. Esa morbosa imagen evidenciaba su estado de excitación, que quedó corroborado con el sollozo de placer al sentir la mano de Gabril estrujándole una de las tetas.

—No… —gimoteó tontamente mientras se dejaba meter mano, disfrutando de los hábiles dedos del centauro, que no tardó en colarse bajo la ropa femenina para seguir sobándole los pechos a conciencia, logrando que Lara, más relajada, comenzara a aceptar la situación—. No pares ahora… —concluyó al sentir cómo él se apartaba, dejándola con ganas de más.

—Demasiados favores te estoy haciendo sin recibir nada a cambio. Ya te conseguí un arco, ¿recuerdas? —sonrió con malicia.

—¡Maldito bastardo! ¿Y qué es lo que quieres?

Gabril alzó los cuartos delanteros y, con un enérgico salto, se colocó a horcajadas sobre una sorprendida Lara que, dejándose caer de culo, alzó la mirada para observar las cuatro patas del centauro que la rodeaban. Frente a ella, quedó colgando en un hipnótico vaivén la enorme verga de caballo que ya casi rozaba el suelo, dando la impresión de querer comenzar a erguirse.

—No pienso jugar con esto… —se quejó, colocando una mano sobre el enardecido tronco del sexo animal, como si pretendiera detener su inexorable altivez.

La arqueóloga sintió la incipiente rigidez del monstruoso miembro y cómo se hinchaba aún más debido al pequeño contacto, provocando que del abultado glande comenzara a brotar una copiosa gota de líquido preseminal que quedó colgando ante la fascinada mirada de la aventurera.

—¿Nunca se te pone dura del todo? —se burló, queriendo picarlo.

—Seguro que tú puedes hacer algo al respecto…

—¿Algo como esto? —sonrió, volviendo a acariciarle, aunque esta vez recreándose más, deslizando los dedos a lo largo de todo el tronco para sentir el contundente grosor que era incapaz de abarcar por completo—. ¿Ya? —preguntó, haciéndose la tonta mientras observaba el pollón que ya casi rozaba el vientre del equino.

—Aún le queda un poco…

—¡Anda ya! —se rió, convencida de que Gabril la estaba vacilando.

—Pero no lo lograrás solo con las manos…

—¡Sí, claro! No pienso meterme una polla de caballo en la boca —aseguró con contundencia.

—Te la meterás primero en la boca. Y luego, cerda, dejarás que te reviente el coño.

—¡Uf! —resopló, totalmente cachonda—. ¿Sabes que eres el maldito animal más cabrón que he conocido?

Lara se puso de rodillas para estar más cómoda antes de asir el contundente miembro de Gabril. Aunque sintió su evidente magnificencia, podía percibir una cierta maleabilidad, impensable en una verga humana totalmente tiesa, lo que le permitió encararla hacia su rostro sin mayor problema.

—¿Esto es lo que quieres? —soltó antes de abrir la boca, intentando introducirse el glande mientras sentía cómo la lengua se le humedecía al recibir el cauce de líquido preseminal que aún colgaba de la punta de la verga.

El bálano era demasiado grueso, pero la esponjosidad del mismo permitió que, a duras penas, se colara entre los labios de Lara, que comenzó a lamer, degustando el fuerte sabor a animal que desprendía el centauro a medida que procuraba meterse poco a poco más trozo de polla, hasta que sintió cómo hacía tope con el fondo de la garganta cuando apenas se había introducido una mísera parte de toda la extensión.

La mujer empezó a moverse, comenzando a mamársela, metiendo y sacando la pequeña parte que le cabía en la cavidad bucal mientras hilillos de saliva se iban acumulando alrededor del tronco del desproporcionado cipote cuando, de repente, sintió cómo de forma casi instantánea el pollón se ensanchó aún más, poniéndose completamente rígido y presionándole el cuello con tanta fuerza que fue más allá de lo que físicamente parecía posible. El descomunal glande se había metido hasta el esófago de la arqueóloga, rasgándole la dolorida faringe.

Sin poder respirar, asustada, Lara golpeó a Gabril, que se retiró rápidamente, saliéndose del interior de la garganta femenina. Ante las desencajadas órbitas de los ojos llorosos de la mujer, se mostraba el monstruoso pollón del centauro, ahora sí, completamente tieso.

—Joder… ¿eso ha estado dentro de mi boca? Es enorme… —se maravilló.

—Ponte a cuatro patas, guarra, que te voy a enseñar lo que es un animal salvaje.

—¡Gabril! —le reprochó las formas, pero en absoluto se negó, comenzando a desabrocharse el escueto pantalón corto para bajárselo junto a las bragas, antes de colocarse tal como el centauro le indicaba.

En esa postura, Lara apreció la viscosidad del enorme glande entrando en contacto con su coño. Se mordió el labio, sintiendo el inicio del empuje del caballo. Creía que se desmayaría, ya fuera de placer o dolor, cuando el enorme pollón resbaló con fiereza sobre los lubricados pliegues de la vagina, escurriéndose bajo el cuerpo de la arqueóloga que observó cómo la punta del enorme miembro cimbreaba ante sus incrédulos ojos.

En un nuevo intento, el colosal glande consiguió adentrarse entre los labios vaginales, apartándolos a uno y otro lado, abriendo las entrañas de Lara Croft, que se retorcía a medida que, poco a poco, iba siendo empalada, hasta que Gabril llegó al tope, presionando la entrada del útero y haciendo que los ojos femeninos se salieran de sus cuencas.

—¡Fóllame!

El centauro comenzó las embestidas. Primero despacio y luego más rápido para terminar bombeando con una fiereza tan desproporcionada que la resistencia de Lara mermó, perdiendo las fuerzas de los brazos con los que se apoyaba y dándose de morros contra el suelo, momento en el que fue consciente del silencio que los envolvía más allá de los gemidos de placer de ella y el centauro. No se escuchaban los ronquidos del enano.

—¡Dugor! —alzó la vista para toparse con el pequeño barbudo, de pie, a unos metros de distancia, con los pantalones bajados y la pequeña mano alrededor de una polla tremendamente gruesa.

El enano, indeciso, no sabía si acercarse o no. La visión de Lara resoplando contra el suelo mientras un ser mitad hombre mitad caballo la penetraba salvajemente le hacía pensar que no tenía mucho que perder, así que decidió ser tan valiente empuñando su verga como cuando empuñaba su martillo.

La mujer, estirando nuevamente los brazos para recuperar la postura, observó a Dugor aproximándose, hasta que el enano retiró la mano para dejarle ver, a escasos milímetros de su rostro, un tronco lleno de palpitantes venas de tono verdoso que nacía de un considerable matojo de pelos descuidados que cubrían unos testículos desproporcionadamente grandes para alguien tan pequeño, dando como resultado un miembro viril con un aspecto tan sumamente rudo como su dueño.

Lara alzó la mirada, observando el adusto rostro del enano, que dibujó una mueca de disgusto antes de acercarle la polla con la idea de restregársela por los labios, que se mantuvieron sellados, hasta que, tras un par de segundos, la aventurera sonrió con cierta picardía, moviendo el cuello para retirarse levemente y evitar el contacto, provocando el gruñido de Dugor mientras ella le sacaba la lengua en un claro gesto de burla.

—¿Quieres que te la chupe? —preguntó morbosamente, dándole un breve lamido a la punta del miembro que cimbreaba ante ella.

Refunfuñando, el enano dio un paso al frente, volviendo a restregarle la polla y comenzando a mancharle ligeramente el rostro debido al incipiente líquido preseminal que había empezado a emanar.

La aventurera volvió a retirarse, estirando el cuello todo lo que pudo, sin dejar de sonreír al excitado hombrecillo. Pero la sonrisa se le borró rápidamente cuando sintió el fuerte empellón de Gabril, que hizo que la mujer se abalanzara hacia delante. Instintivamente abrió la boca, permitiendo que la gruesa verga que tenía delante se colara hasta el fondo, con tal fiereza que los colgantes y pesados cojones del enano golpearon con contundencia la nuez femenina, provocándole al instante una arcada. Lara, con todos los pelos del pubis masculino cosquilleándole el interior de la nariz, tosió, dejando caer un reguero de saliva que comenzó a deslizarse por su barbilla, hasta llegar al escroto de Dugor, del que quedó colgando.

Cuando Lara sintió la pequeña pero recia mano del enano agarrándole el pelo, cerró los ojos y aferró los labios, apresando la palpitante polla mientras recorría toda su longitud con la lengua, percibiendo todas sus venéreas protuberancias. Le encantaba escuchar los jadeos de placer del diminuto ser, que fueron en aumento hasta convertirse en contundentes gemidos.

Con el enorme pollón de caballo desgarrándole las entrañas mientras la lubricación del coño le resbalaba por los muslos y degustando el fuerte sabor a macho que desprendía la hombría del enano a medida que el colgajo de saliva que le recubría los huevos era cada vez más contundente, Lara Croft comenzó a estremecerse, empezando a disfrutar de la inminente corrida para acabar alcanzando un orgasmo de otro mundo.

Percibiendo las evidentes convulsiones femeninas, Dugor se dejó llevar.

—Me…

La famosa arqueóloga, sin llegar a recuperarse del todo del reciente éxtasis, sonrió, pues, sintiendo cómo se estaba enardeciendo el venéreo trozo de carne que tenía en la boca, sabía lo que estaba a punto de suceder.

—Me corro…

Lara se retiró levemente, liberando el miembro del enano para observar cómo Dugor se lo agarraba con una de las pequeñas manos. Sus dedos eran tan cortos que era incapaz de rodear todo el grosor de su buena polla.

—¡Ah! —soltó su grito de guerra para eyacular sobre el precioso rostro de la heroína, que recibió la simiente con satisfacción, cerrando los ojos instintivamente al percibir la fuerza con la que la lefa salía disparada y le golpeaba la cara.

Dugor, para lo pequeño que era, se corrió en abundancia, dejando la cara de la mujer totalmente pringosa. Mejillas, nariz, párpados, labios, barbilla, frente… no hubo ni un solo resquicio por el que no se deslizara alguno de los lechazos del enano.

—Joder… —se sorprendió Lara, alzando ligeramente un párpado, temerosa de que el pegajoso semen acabara dentro del ojo—. Ven aquí… —volvió a inclinarse hacia delante, dándole una nueva chupada al miembro morcillón para degustar el deje de esperma que aún le brotaba, aunque ya en míseras cantidades.

Mientras Dugor se retiraba, Gabril volvió a la carga.

—¿Quieres que me vuelva a correr, cabrón? —se dirigió al centauro, girando el rostro lleno de lefa para mirarlo con una mezcla de rabia y deseo.

—Quiero que te corras cuando te llene el coño de semen.

—¡Uf! Uhm… hazlo… —gimió, flexionando los codos para volver a pegar el rostro contra el suelo, percibiendo aún más claramente si cabe cómo la polla de caballo le destrozaba cada recóndito recoveco de su interior.

Gabriel colocó una mano sobre la cabeza femenina, presionando con fuerza para impedir que pudiera moverse, sometiéndola.

—¡El esperma te va a llegar directo, puta! —le susurró, encarando su gigantesco pollón para quedarse quieto con el palpitante glande rozándole la entrada del cuello uterino.

Los enormes huevos del caballo se hincharon ligeramente para contraerse seguidamente. La ingente cantidad de semen tardó unos segundos en recorrer toda la longitud del animalesco miembro, hasta salir disparado con violencia en dirección a la matriz de la arqueóloga, que sintió claramente cómo toda la leche se adentraba presta hacia lo más profundo de su ser, rebosando el útero en busca de sus óvulos.

Lara, aún apresada por Gabril, mientras escuchaba nuevamente los ronquidos de Dugor de fondo, se sintió sumisa por primera vez en su vida y, extrañamente, pues jamás pensó que sucedería, le gustó.

—Hijo de puta… me corro…

Sin poder evitar que la boca jadeante se le llenara de la maleza que reinaba en el suelo, Lara Croft tuvo un nuevo orgasmo. Las convulsiones del cuerpo femenino estimularon nuevos roces con el aún inhiesto falo que la penetraba, pues el caballo no había dejado de eyacular en su interior, lo que le provocó una sobrecarga de placer continuo que acabó convirtiéndose en las cinco corridas prácticamente seguidas que tuvo mientras Gabril la fecundaba.

—Descansa, zorrita, que ahora hago yo la guardia… —resopló el centauro, aflojando la mano que apresaba la cabeza de la sumisa heroína mientras le sacaba el miembro que, ante la atenta mirada femenina, comenzaba a empequeñecerse hasta prácticamente desaparecer dentro de la vaina.

Lara Croft se quedó tirada en el suelo, sin rechistar, con el dilatadísimo coño palpitando y la cara completamente sucia, procurando recuperar el resuello tras el mejor polvo de su vida, hasta que cayó dormida en un profundo sueño.

***

Maléfica rió con estruendo.

—¡No me hagas reír! —gritó, quejándose de los rumores que hablaban de la llegada de un héroe.

—Mis trolls dicen que han cruzado el bosque y se aproximan al castillo —anunció el mensajero.

La bruja, desafiante, miró con desdén a su interlocutor.

—¿Osas insinuar que debo preocuparme? —los ojos se le inyectaron en sangre.

—¡No! —respondió rápidamente, aterrado—. No podrán cruzar el arco.

—No hay ni un solo ser en este mundo que pueda enfrentarse a mí —el tono de la bruja fue ganando intensidad—. Me da igual que lleguen hasta mis mismísimos pies —chilló—. ¡Nadie vivirá para contarlo! —alzó la vara, haciendo retumbar las paredes del castillo.

La sala se quedó en silencio, solo interrumpido por la impasible figura que había escuchado toda la conversación con paciente determinación.

—Dejadlos entrar —regaló una maliciosa sonrisa a la bruja, mientras deslizaba su élfica silueta.

Maléfica le correspondió, esperando a lo que tuviera que añadir.

—Yo me encargaré de ellos.

—Así es como se hacen las cosas… —la bruja desvió la atención para dirigirse pausadamente hacia el tembloroso mensajero, dejándolo atrás mientras escuchaba cómo sollozaba debido a la asfixia que le estaba provocando al estrujar el contorno de la vara con sus estilizados dedos femeninos.

***

Lara, Dugor y Gabril llegaron al claro donde desembocaba el sendero que habían recorrido desde el lugar en el que habían hecho noche. A los costados de la pequeña explanada había lo que parecían los restos de algunas estatuas y, frente a ellos, se alzaba un arco en el que se podía leer parte de una antigua inscripción:
La  r inas del pa a o im  den el a a  e d l  rese t

—¡Mierda! —masculló el enano al intentar pasar bajo la cimbra y darse de bruces contra lo que parecía una pared invisible.

—Magia… —musitó el centauro, provocando el gruñido de Dugor, que asió el mazo con furia y asestó un violento golpe contra lo que le impedía el paso, sin éxito alguno.

—No creo que la fuerza nos ayude en este caso… —afirmó Lara, pensativa, observando a su alrededor.

—¿En qué piensas? —se interesó Gabril.

La famosa arqueóloga levantó la mirada, en dirección a la inscripción.

—Ayúdame. Las ruinas del pa…

—Pa… pata… pala… pasa…

—Pasado —descifró ella—. Las ruinas del pasado im… impiden el… —se hizo el silencio durante unos largos segundos—. Las ruinas del pasado impiden el avance del…

—… presente —concluyeron al unísono.

—¿Qué hostias significa eso? —se quejó Dugor.

—Ahora sí, empuña tu martillo —sonrió Lara, girándose con parsimonia para comenzar a caminar en dirección a las ruinas que había a los costados de la llanura.

Cogió uno de los trozos más pequeños, tirándolo bajo los matojos que había justo detrás de lo que antaño debieron ser estatuas, provocando que se escuchara un leve siseo de fondo. Gabril hizo lo propio, con una piedra de mayor tamaño, y ahora les envolvió un retumbo sordo. Cuando Dugor hizo añicos los restos de una de las figuras, se oyó un espeluznante quejido.

—Quieren asustarnos. Eso es que vamos por buen camino —afirmó el centauro.

La arqueóloga les instó a seguir retirando los escombros y, cuando cumplieron con el cometido, rápidamente descubrieron el significado de los extraños sonidos. Habían despertado a las amenazantes gárgolas que revoloteaban sobre sus cabezas emitiendo los estridentes chillidos que erizaron la piel femenina mientras lanzaba la certera flecha que repelió el primer ataque.

—¡Marchaos! —gritó Gabril.

—¡No te dejaremos atrás! —respondió Lara— ¡Necesitas mi arco! —lanzó una nueva flecha.

—Dugor no puede ayudar —aseguró, observando cómo el enano se desgañitaba al no lograr alcanzar al enemigo alado con su martillo—. Y tú eres la heroína que derrotará a la bruja —asió su lanza, alzándola para empuñarla al vuelo antes de atravesar con ella el cuello de una gárgola—. Déjame encargarme de esto —sonrió, dando un enérgico salto para recuperar su arma—. ¡Maldita sea, corred! —les exhortó.

Lara y Dugor se miraron durante unos segundos. Y raudos emprendieron la marcha.

—¿Habrá funcionado? —preguntó el enano.

—Esperemos que sí —respondió ella justo antes de atravesar el arco.

***

—Mantente alerta, está siendo demasiado fácil —le susurró Lara a Dugor a medida que avanzaban por los enrevesados pasillos del castillo.

—Seguro que nadie había llegado tan lejos antes —gruñó—. No se esperan que…

La voz del enano se quebró en el instante que el puñal atravesó su abdomen. Una sombra se movió rauda y ante los ojos desesperados de Lara apareció un risueño elfo oscuro.

—Tú debes ser la heroína que pretende derrotar a Maléfica —desdeñó, perfilando una sonrisa ladina.

—¿¡Qué…!? —la mujer se quedó sin palabras, desviando la mirada hacia su fiel compañero mientras se ponía alerta ante la nueva amenaza.

Dugor, que yacía en el suelo, no se movía.

—Debo reconocer que eres de una belleza impresionante. Eso no le gustará. Pero no pareces poseer otras cualidades… —rió fútilmente—. Casi me da pena matarte.

Lara soltó un grito de rabia y, en un gesto acompasado, empuñó el arco y disparó una flecha, pero el elfo la esquivó sin mayor problema.

—¿Eso es todo lo que puedes hacer? Maléfica se aburrirá contigo —la provocó, moviéndose con tanta agilidad que Lara no pudo evitar la huesuda mano que se posó sobre uno de sus pechos, amasándolo—. ¿Te gusta, cariño? —se burló de ella, apartándose tan rápido que la aventurera solo pudo golpear al aire.

—No hace mucho me contaron una historia… —la heroína, apartando la mirada de Dugor, adoptó una pose digna y comenzó su réplica.

—¿Me la vas a contar mientras te mato? —sonrió, volviendo a deslizarse como una sombra, esta vez para perfilar el puñal ensangrentado a lo largo del cuello de Lara Croft.

—Una historia de venganza… —soltó el codo para deshacerse de su enemigo, pero era imposible alcanzarlo.

—¿O lo harás mientras te violo? —insistió, ahora agachándose raudo junto a ella para deslizar uno de sus largos dedos por la entrepierna femenina.

—La venganza de alguien que vio cómo asesinaban a su pueblo… —prosiguió, impasible.

—O tal vez te mate mientras te violo… —frunció el ceño, comenzando a desquiciarse por la actitud de Lara, que no parecía inquietarse con sus amenazas.

—Un verdadero héroe que descansará en paz cuando cumpla su venganza —ella le miró directamente a los ojos, desafiándolo.

La rabia se apoderó del secuaz de Maléfica, que empuñó el arma y asestó el golpe definitivo.

—¡Ah!

Las vísceras, sesos y huesos del elfo oscuro quedaron triturados entre la pared del pasillo y el martillo de Dugor, que dejó caer el arma para llevarse la mano a la herida abierta por la que sangraba a borbotones.

—Gim es… estaría org… orgu… orgulloso… —balbuceó a penas.

—Claro que sí, Dugor —ella le asió por la espalda—. Túmbate— le acunó, procurando aplacar el dolor que la escena le provocaba.

—Era él —sonrió el enano, cerrando los ojos—. Él los mató a todos.

No hubo más palabras.

***

—He oído hablar de ti —afirmó pausadamente, sin alzar la mirada, cuando Lara Croft irrumpió en la estancia donde Maléfica observaba a sus dos ogros descansando sobre el frío suelo donde los tenía encadenados.

—¿Y te molesta?

—Sabes que sí.

Se hizo el silencio, gélido, rodeado de la tensión que desprendía el momento.

—Has venido a derrotarme y no sabes ni cómo hacerlo —se burló, sonriendo con desdén.

—Algo se me ocurrirá.

La bruja alzó la mirada y su gesto se tornó adusto al contemplar la belleza de la imponente mujer que se alzaba desafiante ante ella.

—¿Quién eres tú? —preguntó, desconcertada, pero no obtuvo respuesta.

Maléfica desvió su atención hacia el sonido que provenía de uno de los ogros, que retozó torpemente por el suelo, chocando con su compañero, que comenzó a desperezarse. Ambas bestias, como siempre hacían, dirigieron la mirada al frente para observar a su amada, pero la bruja se sorprendió al comprobar cómo los ojos de sus fieles mascotas se desviaban hacia la mujer que le estaba robando protagonismo.

Lara intuyó que algo no iba bien. Observó cómo el cuerpo de Maléfica se tensionaba, sujetando la vara que empuñaba para apuntar en dirección hacia ella. La aventurera, instintivamente, saltó con agilidad hacia un lateral, pero no pasó absolutamente nada.

—¡Maldición! —aulló la bruja, lanzando con rabia el bastón mientras el rostro se le crispaba aún más.

—Parece que el poder de tu pacto no funciona conmigo —sonrió Lara, haciendo que los ogros soltaran un bufido de admiración por la beldad de su gesto.

—¡Estúpida! ¿Crees que sin ese poder no soy capaz de vencerte?

Maléfica soltó un hechizo, empujando a Lara con tal violencia que salió disparada, golpeándose el costado contra un saliente, quedando maltrecha.

—No tengo más que acabar contigo para que todo vuelva a la normalidad —prosiguió, gruñendo entre risas.

La famosa arqueóloga, cojeando, podía moverse a duras penas, lo justo para evitar los continuos conjuros de la perversa bruja. Y las pocas veces que logró apuntarla con su arco, falló estrepitosamente, lanzando las flechas tan desviadas que Maléfica no podía evitar carcajear ante su torpeza.

La mujer que había sumido su fantástico mundo en un caos absoluto solo tenía una cosa presente, eliminar la perturbadora hermosura que impedía que siguiera siendo la más bella, el único motivo por el que lograba el inconmensurable poder de Satanás. Y fue esa ceguera la que acabó con ella.

—¡Gr! —se oyó un feroz gruñido cuando uno de los ogros asió la muñeca de Maléfica.

—¿¡Qué!? —se sorprendió la bruja, que no tuvo tiempo de reaccionar cuando la otra bestia la estampó contra el suelo de un solo golpe.

Lara contempló la escena mientras se alejaba, aún renqueante, tras haber presenciado cómo los ogros usaron las flechas que les había brindado para conseguir romper las cadenas que los maniataban. Atravesó la puerta y dejó atrás los gritos de terror de la pobre Maléfica.

***

—¡No, no, no! —sollozaba la bruja, incrédula ante la impune desfachatez con la que sus mascotas la estaban tratando—. ¡Os mando que paréis! —bramó.

Fue su última queja. Cuando uno de los ogros la golpeó tan fuerte como para desencajarle la mandíbula, ya solo pudo sollozar.

—¡Uhm, uhm! —gimoteaba mientras le arrancaban la ropa salvajemente, dejándola completamente desnuda.

La excitante visión de los turgentes pechos de Maléfica, que temblaban como flanes, provocó los desaforados aullidos de excitación de los ogros, que comenzaron a babear de puro deseo mientras olfateaban el aire para percibir el olor a coño, inoculando el pavor que comenzaba a reflejarse en la mirada de la indefensa mujer.

La primera lágrima que recorrió la preciosa mejilla femenina lo hizo al mismo tiempo que una de las bestias le agarraba las piernas, separándoselas para que el otro se agachara entre ellas. La bruja sintió la enorme y grasienta lengua deslizándose desde su culo hasta el cuello, dejando un reguero de asquerosa saliva impregnada por todo su cuerpo.

—¡Gr! —gruñó el ogro en su cara tras dejar de lamerla, aterrándola, antes de ponerse a horcajadas sobre ella, echando a un lado sus ropajes para liberar su inmensa polla.

Un vomitivo tufo llegó rápidamente a las fosas nasales de Maléfica, que no pudo evitar sentir cómo el ogro dejaba caer toda su pesada masculinidad sobre su rostro. El miembro, que sobrepasaba sobradamente más allá de su frente, era increíblemente grande y grueso. Ligeramente aturdida por el nauseabundo hedor, pudo sentir cómo algo parecido a un enorme apéndice comenzaba a hurgar en su entrepierna, separando sus labios vaginales con claras intenciones de penetrarla.

—¡Uh! —un chillido sordo salió de la maltrecha boca de la bruja cuando el ogro le clavó el grueso índice en el coño.

Sin posibilidad de réplica, Maléfica percibió cómo un segundo y tercer dedo la penetraban, desgarrándole las paredes internas de la vagina, hasta que el ogro le metió el puño entero, provocando los inocuos intentos de gritar por parte de la bruja.

Estaba a punto de desmayarse cuando notó como sus mascotas se apartaban. Por un momento se sintió a salvo, pero la efímera libertad concluyó en cuanto la agarraron violentamente de la cintura. La mano del ogro era tan grande que el pulgar se superpuso sobradamente sobre los otros dedos que la rodeaban.

La inmensa bestia alzó a su ama sin dificultad alguna, encarando su asqueroso pollón. A Maléfica se le deformaron las cuencas de los ojos cuando sintió la impresionante barbaridad que comenzó a presionar su pequeño ano. Mas los ahogados quejidos no detuvieron al ogro, que siguió empujando hasta que, muy poquito a poco, el culo de la bruja empezó a dilatarse. Aunque ella no contaba con la impaciencia del violador, que usó su desmesurada fortaleza para acelerar el proceso, obligando al estrecho esfínter a tragarse todo su colosal cipote.

Cuando la incontrolada bestia la agarró del dolorido mentón para darle los vigorosos empellones que le rompieron el culo por completo, Maléfica no aguantó más, perdiendo el conocimiento. El otro ogro no tardó en unirse a la fiesta, acompasándose al vaivén de su compañero, metiéndole la desproporcionada verga en el coño, que ya estaba bastante abierto gracias al puño con el que se la habían follado anteriormente, para penetrarla doblemente mientras el inerte cuello femenino brincaba con cada una de las violentas acometidas de los monstruos que la estaban violando salvajemente.

***

Fue Gabril, que había seguido a sus compañeros tras derrotar a las gárgolas, quien ayudó a Lara a salir del castillo.

—Encontré a Dugor en uno de los pasillos… —anunció mientras comenzaba a cabalgar al trote—. Ese maldito enano es un tío duro —sonrió, contagiando a la mujer que montaba sobre su lomo.

—No me digas que… —agrandó la sonrisa, mostrando su desaforado entusiasmo.

—Ha perdido mucha sangre, pero parece que saldrá de esta.

La famosa aventurera no pudo borrar la preciosa sonrisa de su rostro durante el resto del trayecto.

***

Con el mundo recobrando poco a poco la normalidad tras la desaparición de Maléfica, mientras Dugor se recuperaba, Gabril y Lara, cerveza en mano, brindaron alejándose de la posada para adentrarse en la arboleda a través de un difuminado sendero.

—¿Has pensado lo que vas a hacer? —inquirió el centauro.

—Le he dado muchas vueltas y lo cierto es que quiero volver a mi mundo, pero no sé cómo hacerlo.

—Fue un hada la que te trajo. Tal vez sea un hada la que deba llevarte de vuelta.

—Eso mismo he pensado. Pero tendrás que ayudarme a encontrarla —sonrió coquetamente, desprendiendo todo su atractivo, que no pasó inadvertido para el centauro.

—Lástima que no esté Gim con nosotros… —soltó Gabril sin pensar, provocando un momento ligeramente incómodo.

—Él seguro que sabría guiarme —aseguró Lara.

—Tal vez yo pueda ayudarte… —una imponente voz, de la nada, se magnificó ante ellos.

La mujer y el centauro se detuvieron, alzando la mirada para toparse con un hercúleo cuerpo demoniaco.

—Yo puedo hacer que vuelvas a casa —bramó con solemnidad.

—¿Y quién eres tú? —preguntó Gabril, pero Satanás le ignoró.

—A cambio, te mantendré joven y hermosa —propuso, despertando inmediatamente una señal de alarma en la aventurera—. ¿Aceptas el pacto?

Lara Croft no necesitó más para entenderlo todo. Fijó la mirada en los ojos del demonio y, pausadamente, declinó la oferta.

Impasible, Satanás comenzó a caminar hacia ellos. Al llegar a la altura de Gabril, con un gesto tan hábil como inesperado, agarró el cuello del centauro, girándoselo repentinamente. Tras el sonoro clic, el cuerpo sin vida del ser mitad hombre mitad caballo cayó desplomándose en el suelo.

—Aquí ya no te queda nada —aseguró el demonio con suficiencia, desapareciendo al instante ante la mirada de impotencia de Lara, que corrió en auxilio de Gabril, pero no pudo hacer nada.

Atrapada en un mundo cruel, en el que había visto perecer y sufrir a todos los que había conocido, tan alejada de su hogar, al que tanto anhelaba, e incapaz de saber con certeza si tendría alguna oportunidad de volver, Lara Croft se sintió desesperada y, por un instante, pensó en lo fácil que sería aceptar el trato, provocando la perversa sonrisa que se dibujó en el maquiavélico rostro de Satanás.

Comentarios

  1. Curioso la verdad. Me sobra lo de zoo, pero un buen relato sin duda.

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  2. Como se agradece cada vez que escribes algo. La temática mola mucho, pero sobre todo mola tu estilo.

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  3. Bueno... zoo... es un centauro :P

    Manuput, me alegra que mi estilo sea reconocible aún en un relato tan diferente a lo que suelo escribir.

    Sobre la temática... espero críticas feroces de los fans de la fantasía jajaja

    Un saludo y gracias por comentar!

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  4. Waooooo. Nunca he sido fans de la fantasía, nunca ha sido una temática que me interesara, pero ahora empieza a gustarme. Su escritura es literatura y me parece excelente. Hasta ahora nunca he logrado meterme en una historia fantástica. Ahora leo despacio por eso no comento más. Saludos.

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  5. Hola Newsletter, espero que finalmente te gustara esta historia de fantasía.

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  6. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  7. ¡Jo, Coeldil! ¿Por qué has borrado el comentario?

    Me gustaba lo que ponía :)

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  8. Este relato es de mis favoritos de tu blog, sé que no ha tenido mucha acogida, pero a mi la temática me ha encantado.

    Un placer!!

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    1. Jo! Muchas gracias!

      Creí que nadie me diría algo así sobre este relato jaja

      La verdad es que me apetecía escribir algo sobre esta temática y, aunque no sé si la parte sexual ha quedado muy bien, respecto a la historia fantástica pues estaba relativamente contento para ser mi primera vez.

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