Ir al contenido principal

Premio

Sinopsis: No me podía imaginar que una de mis múltiples pajas tendría estas consecuencias.

El despertador sonó, transportándome a un pasado que, aunque reciente, estaba casi olvidado. Había transcurrido un mes desde la última vez que lo escuché, justo el día antes de empezar las vacaciones que acababan de terminar.

Con desgana y, casi inconscientemente, movido por un impulso más automático que otra cosa, alargué el brazo para detener el estridente sonido, que volvió a la carga cinco minutos después.

Había pasado media hora y seis avisos de despertador cuando comencé a desperezarme. Aún era verano y hacía calor. En consecuencia, estaba desarropado, únicamente ataviado con el pantalón corto del pijama, tela que no disimulaba mi habitual erección mañanera.

Con molicie, me agarré el duro paquete, sintiendo una ligera sensación de placer, que aumentó al pensar en Norma. Ella era la pareja de Jacobo y la mujer por la que bien valía cometer la locura de traicionar a mi mejor amigo. Así lo hacía en mi mente, ofreciéndole mi verga a la diosa morena de la que estaba enamorado.

—¿Quieres polla, Norma? —pregunté en voz alta, aprovechando la soledad que ofrecía mi piso de soltero.

—Claro, Pepe —contestó ella en mi imaginación.

Empezando a sentir cómo la excitación me dominaba, me bajé la tela del pantalón, dejando al aire libre la tiesa verga que se restregaba contra mi velludo bajo vientre. Me agarré la polla, alzándola y sintiendo cómo la sangre se agolpaba en el circuncidado glande, abultándolo al máximo. Me di un par de sacudidas pensando en las ganas que tenía de masturbarme en honor a mi amiga cuando el despertador volvió a soltar el terrorífico aviso de que debía levantarme para ir al trabajo.

Me cagué en todo. El fin de las vacaciones estivales, la vuelta a la rutina de un trabajo que me amargaba y, sobre todo, el no poder estar con Norma hicieron un cóctel que me acercaron a lo que suele llamarse depresión postvacacional. Incluso juraría que el no poder hacerme la paja que tanto me apetecía influyó en que aquel inicio de día fuera uno de los peores de mi vida.

Aún así, pensaba que tendría una jornada laboral tranquila, típica de vuelta de vacaciones, revisando los correos recibidos durante las fechas estivales, pero nada de eso. Antes de la hora del desayuno, mi jefe me llamó para que fuera a su despacho. Así que, mientras mis compañeros se marchaban a la cafetería, yo me dirigía al matadero.

Problemas y más problemas. Y yo solo podía pensar en Norma. Esa tarde habíamos quedado para tomar algo después del trabajo. Aunque me hubiera gustado quedar a solas, me conformaba con verla, aún con la presencia de Jacobo. Estaba secretamente enamorado de ella, pero era consciente de que no era más que un sueño inalcanzable, restringido únicamente a mi imaginación, en el que nuestra relación era algo más que una bonita amistad. A pesar de ello, sabía que todo eso no me hacía ningún bien. ¿Hasta cuándo podría aguantar así? ¿Cuándo empezaría a dolerme más de la cuenta verla con Jacobo? Sabía que aquello no tenía fácil solución, pero era incapaz de apartarme de ella.

—¿Cómo crees que debemos afrontar la situación? —me preguntó mi jefe, señalando el informe que se apreciaba en el monitor de su portátil.

¡Mierda! Estaba descolocado, completamente ajeno a lo que me había estado contando durante los últimos cinco minutos.

—¿Por qué no me lo envías por correo y me lo miro con detenimiento? Antes de que acabe el día te digo algo —contesté de forma genérica, esperando que mi respuesta fuera suficiente.

—Está bien. Pero necesitamos la solución para hoy. Además, quiero que…

Volví a desconectar. Era mi primer día y no estaba preparado para lo que estaba sucediendo. ¿Dónde estaba mi día tranquilo? ¿Qué estaría haciendo Norma? Pensé en escribirle en cuanto saliera del despacho del jefe. Sí, eso es lo que haría.

Sin embargo, al llegar a mi puesto de trabajo, no tuve ni un momento de respiro. El cliente me había llamado. Una incidencia requería urgentemente de mi intervención. Al parecer había ido algo lento leyendo correos y ya debía haberme enterado de los últimos que había recibido. Las siguientes horas fueron demasiado estresantes para un día normal, mucho más para el primero después de las vacaciones.

Por suerte llegó el final de la jornada. Creí que ese momento no llegaría nunca y, aunque no era agradable saber que al día siguiente tenía que volver a ese infierno, conseguí desconectar lo suficiente como para que las ganas de ver a Norma fuera lo único que ocupara mi mente hasta el momento de estar con ella.

Al llegar al bar divisé a Jacobo. Mi mejor amigo era un hombre corpulento, alto y con una silueta bien torneada. Se le veía fuerte. Tenía el pelo bastante corto, en un intento de disimular las incipientes entradas que empezaban a despoblar su frente. Sin ser ningún experto en fisonomía masculina, se podía deducir que era un hombre atractivo. Nos conocíamos desde hacía muchos años y Jacobo nunca había tenido problemas para estar con las chicas más guapas.

A su lado estaba una de ellas. Para mí, la mujer más hermosa de todas las que habían pasado por sus brazos. Norma era morena, con una larga melena cuidada y un cuerpo delgado, pero bien trabajado. Tenía un bello rostro, ligeramente acompañado de discreto maquillaje. Le gustaba arreglarse lo justo para estar siempre radiante. O eso era lo que yo pensaba.

—¿Cómo ha ido el primer día? —preguntó mi amigo cuando me vio acercarme.

—Como el puto culo —sonreí inevitablemente, más por la intimidante presencia de Norma que por ganas de hacerlo.

—No me has dicho nada en todo el día —se quejó ella con la típica complicidad que solíamos tener—. Ya te vale.

—¡Uf, si supieras el día que he tenido!

—Excusas —me sonrió, provocándome una instantánea sonrisa que me hizo sentir incómodo.

—¡Mierda! —mascullé.

—¿Qué pasa? —se interesó Jacobo, sorprendido por mi reacción.

—Que me he olvidado de una cosa que me ha pedido mi jefe…

Norma comenzó a reír. La muy pérfida se estaba descojonando de mi brete, pero lo hacía con una dulzura tal que no era capaz de recriminárselo. Observé su radiante atractivo, emanando de sus gráciles gestos mientras se reía y, por un momento, lo del trabajo no me pareció tan grave.

—¿Te ríes de mis desgracias? Eres una cabrona…

—Ya la conoces —intervino mi amigo— Tiene un punto perverso. —Y, tras unos segundos de pausa, añadió—: Es lo que me gusta de ella —concluyó acercándose a su pareja.

Norma, sin perder la sonrisa, recibió el beso de Jacobo. Ambos se comieron la boca delante de mis narices y, de repente, el problema con mi jefe pareció una losa demasiado grande. Observé la lengua de mi amiga, lamiendo con avidez los labios masculinos justo antes de que se separaran.

—Deja de pensar en el trabajo —me soltó ella—, que te has quedado empanado —sonrió antes de darme un capón en la frente.

—¿Qué quieres tomar? —me preguntó Jacobo.

—Lo siento, chicos, me tengo que ir.

A pesar de la insistencia de mis amigos, me despedí con la intención de acabar en casa lo que había dejado a medias con anterioridad. La respuesta a mi jefe podía esperar, pero no la paja que tenía ganas de hacerme desde primera hora de la mañana.

Una vez en el piso, me dirigí al santuario de las masturbaciones, el despacho en el que descansaba el ordenador repleto de videos porno descargados de Internet. Era un vicio observar alguna escena mientras me acariciaba la verga pensando en Norma e imaginando que ella era la protagonista de las imágenes. Pero antes de eso, había que renovar el material.

Estuve un rato navegando, buscando las novedades del día y seleccionando los mejores videos para descargarlos y que pasaran a formar parte de mi colección. Bangbros o Reality Kings, entre muchas otras, eran algunas de las webs que solía visitar. De repente, navegando por Cumlouder, saltó un pop-up con el texto “¿Quieres conocer a tu actriz porno favorita? ¡Participa!”, acompañado de luminosos coloridos y fotos sugerentes.

Sonreí ligeramente y, por un momento, me imaginé a Zoey Holloway haciéndome una paja. La idea era una locura y, sin pensar en ningún momento en la posibilidad real de conocer a una actriz porno, moví el ratón para cerrar la ventana. Al hacerlo, se abrió una nueva pestaña en la que se me solicitaba el nombre de la actriz a la que quería conocer.

Sin estar en absoluto convencido, descarté rápidamente a la actriz americana. El idioma era un hándicap y, más por curiosidad que por otra cosa, pensé cuál sería la escogida. Debía ser de origen latino así que… no dudé ni un instante más: Alexa Tomas. La morbosa actriz española era un calco de Norma. Me encantaba masturbarme viendo sus videos. Y, por un momento, pensé en escribir su nombre en el formulario. Pero lo descarté en seguida. Mi timidez me impedía arriesgarme. ¿Y si me tocaba el premio? Lo pasaría fatal. Con una nueva leve sonrisa, volví a intentar cerrar la ventana del navegador, esta vez con éxito.

Ya me había bajado el único video prometedor del día. Se trataba de una escena en la que una tía buenísima acababa haciendo un gang bang con varios negros tras comprobar las enormes pollas que cada uno de ellos tenía entre las piernas.

Me deshice de los pantalones y, con la verga en la mano, comencé a visionar mi nuevo video, imaginando que Norma no podía evitar caer en las garras de unos nuevos vecinos recién llegados del barrio neoyorquino del Bronx que, tras pegarle una paliza a Jacobo, la habían seducido poco a poco hasta que le demostraban estar mucho mejor dotados que su convaleciente novio. Evidentemente veía las imágenes en silencio y mi imaginación se encargaba de inventar las situaciones y conversaciones.

La escena me pareció bastante buena. Tenía la polla a punto de estallar, pero no quería acabar tan rápido. Cogí el ratón y pasé al siguiente video de forma aleatoria. Repetí el gesto unas cuantas veces más, buscando otra escena que estuviera a la altura. De repente, el reproductor emitió un video de Alexa. Volví a sonreír y me acomodé en la silla del escritorio.

En esa escena la actriz española hacía de vendedora ambulante y visitaba la casa de un hombre extraordinariamente bien dotado. La naturalidad con la que actuaba, su permanente sonrisa, el gesto de sorpresa al ver semejante pollón y la devoción con la que comenzó a hacerle la mamada hizo que tuviera que parar de masturbarme para no correrme y, enajenado, con toda la sangre de mi cuerpo en la placentera misión de endurecerme la verga, decidí recurrir al historial del navegador.

Sin pensar, rellené los datos que solicitaban para entrar en el sorteo para conocer una actriz porno. Escogí a Alexa Tomas y acabé de masturbarme pensando en ella, imaginándome que, tras ganar el concurso y pasar una romántica velada, la actriz porno me hacía lo mismo que estaba viendo en el video. Fue una paja extraordinariamente placentera y una de las pocas en las que no acababa pensando en Norma.

Pero tras el orgasmo vino el arrepentimiento instantáneo. ¡Me había apuntado a un concurso para conocer a una actriz porno! No me había leído ni las normas. Un ligero nerviosismo se adueñó de mi cuerpo. Por suerte, pensé, era imposible que me tocara. De hecho, estaba convencido de que no sería más que un engaño en el que nadie acabaría teniendo la supuesta cita. Procuré no darle más importancia y casi preferí pensar en el problema laboral que tendría que afrontar a la mañana siguiente.

Los días venideros no fueron mejores y, sobrellevando la maldita rutina, pasaron las semanas y los meses. En todo ese tiempo no dejé de pensar en Norma, ni de dedicarle pajas. Mis sentimientos hacia ella eran cada vez más fuertes y, como me temía, empezaba a dolerme su amistad.

A finales de otoño, con las festividades navideñas a la vuelta de la esquina, mientras me masturbaba pensando en mi amor platónico, recibí una inoportuna llamada. Era Jacobo. Decidí no contestar. No me pareció correcto hacerlo con la polla como un mástil por culpa de su novia. Me dispuse a terminar la sesión onanista lo antes posible para averiguar lo que quería.

—¿Qué hacías, cascártela o qué? —Jacobo contestó de forma jocosa a mi llamada.

—No, es que estaba en la ducha y no he oído el móvil —mentí—. ¿Qué querías?

—Mira, a ver si nos puedes hacer un favor… —Me temí lo peor—. El fin de semana tienen que venir a mirarnos la caldera. Ni Norma ni yo vamos a poder estar en el piso por la mañana por compromisos familiares. ¿Cómo lo tendrías para venirte a primera hora por si llegaran antes de que volvamos? No tendrías que hacer nada, solo abrirles e indicarles donde está la caldera. Es una revisión rutinaria.

No me apetecía en absoluto. Yo ya tenía mis planes, que consistían básicamente en ver algún video porno para masturbarme pensando en Norma. Sin embargo, no podía negarme. Eran mis amigos y yo, al fin y al cabo, no era más que un trozo de pan.

—¿Pero tardaréis mucho en llegar?

—No lo creo. De todos modos, intentaremos estar en casa lo antes posible.

—Está bien —acepté finalmente.

—¡Cojonudo! Paso por tu piso a dejarte una copia de las llaves.

Cuando llegó el día, tal y como habíamos quedado, me presenté en casa de Norma y Jacobo a primera hora. No había nadie en el piso así que me dispuse a pasar el rato viendo la televisión con la esperanza de que el técnico no tardara demasiado en llegar.

No habían pasado más de cinco minutos cuando me quedé embobado mirando a través de la ventana que dado a la terraza de la casa. Difuminada por los rayos del sol, se podía apreciar la ropa que estaba tendida. Me entró curiosidad y, sin pensar demasiado, me alcé para comprobar una cosa. Con el pulso acelerado, ojeé si entre las prendas había algo de ropa femenina, pero mi adrenalina se aplacó al comprobar que no había ropa interior tendida.

De vuelta al sofá, de repente, tuve una maléfica idea. Cambié mi rumbo, dirigiéndome a la habitación de matrimonio, deseando que el de la caldera aún tardara un buen rato en llegar. Abrí el armario y, tras echar un vistazo rápido, tiré de uno de los cajones. ¡Premio! Toda una retahíla de sostenes, perfectamente colocados, descansaban en el estante. Pasé el dedo índice por uno de ellos, sintiendo el agradable tacto de la tela e, instantáneamente, se me endureció el paquete. Pero quería más. Las bragas no debían estar lejos. Abrí el siguiente cajón y… ¡sonó el timbre!

Un dilema me inmovilizó. Delante de mí tenía la excitante colección de bragas de Norma y mi entrepierna me decía que obviara al técnico, me sacara la polla y comenzará a masturbarme con alguna de esas delicadas prendas. Pero mi cabeza me frenaba, obligándome a ser racional. Había ido para atender al de la caldera y si no lo hacía ¿qué excusa tendría?

Finalmente me calmé y, cerrando a toda prisa los cajones y el armario, contesté al telefonillo. Tenía el tiempo justo hasta que aquel hombre llegara al cuarto piso del edificio para que se me bajara la hinchazón de los pantalones. Lo conseguí, obligándome a pensar en mi jefe y mi maldito trabajo.

Aunque el técnico no tardó mucho en hacer su faena, los diez minutos que duró la visita se me hicieron eternos. No podía dejar de pensar en la magnífica oportunidad que se me brindaba en cuanto me quedara solo. Aún quedaba más de media mañana con la que disfrutar esa ocasión que se me antojaba única.

—Buen fin de semana —se despidió el hombre.

—Igualmente —respondí mientras cerraba la puerta de la entrada.

No me dirigí a la habitación. Lo hice directamente a la caldera, justo al lado de la cual había divisado mi objetivo, el cesto de la ropa sucia. Supuse que si no había ropa interior de Norma tendida, allí debía estar lo que andaba buscando. No me equivoqué.

Unas escuetas bragas blancas de encaje fueron mi primera pesca. Con las pulsaciones martilleándome el corazón y la cabeza, la polla dolorida debido a la presión de los calzoncillos y las manos sudorosas, agarré la tela. Primero observé el ligero color amarillento de la parte interior y, sin poder esperar ni un segundo más, olfateé la prenda.

No pude evitar un suspiro de placer a medida que el olor íntimo de Norma se adentraba en mis fosas nasales. Una sensación de triunfo vino acompañada de una oleada de adrenalina que me impulsó a sacar la lengua para lamer la suciedad de las bragas. Aunque aquel lametazo no me supo a nada, el placer de imaginarme que aquella tela había estado en contacto con el coño de mi amada provocó que una punzada de incomodidad se agolpara en mis testículos. Eso me hizo ser consciente de que quería manchar una prenda íntima de Norma con mi semen.

Lo primero que hice fue desnudarme y usé la braga para limpiarme el líquido preseminal que ya me brotaba de la punta del glande. Con la polla completamente empalmada, dando pequeños bandazos de un lado a otro, rebusqué entre la ropa sucia de mis amigos, hasta dar con lo que buscaba. Un tanga negro sin costuras y un culote azul fueron los objetos elegidos.

Antes de masturbarme olí y lamí ambas prendas. El tanga olía más fuerte que la braga y el culote parecía tener un sabor diferente a las otras dos telas. Ambas sensaciones me obligaron a refrenar mis ansias para no comenzar a eyacular sin llegar a tocarme. Me imaginaba a Norma excitaba llevando esas prendas, humedeciéndolas a medida que la ropa interior que estaba palpando, oliendo y lamiendo se restregaba contra sus ardientes labios vaginales.

Agarré el tanga con la mano derecha y rodeé mi verga para comenzar a masturbarme. Pensaba hacerme la paja de ese modo hasta correrme sobre el culote de mi amiga. Solo con pensarlo me entraban espasmos y debía dejar de acariciarme para no alcanzar el orgasmo antes de lo deseado.

Quería que la ropa interior de Norma quedara completamente impregnada con mi esencia masculina, así que decidí ponerme el culote para que mis huevos y toda la longitud de mi polla se restregaran con la tela que antes había estado en contacto con su coño. La prenda me iba algo justa, pero conseguí subírmela justo antes de que el mundo se desmoronara por completo.

—¿¡Se puede saber qué haces!?

Me quedé mirando como un idiota la expresión de estupefacción de Norma, que me observaba con una mezcla de lo que parecía ser asco e incredulidad. Solté la tela del culote, que aprisionó mi verga, a la altura del tronco, dejando a la vista mi abultado y enrojecido glande. No pude evitar comenzar a eyacular, soltando abundantes borbotones de leche a medida que emitía pequeños gemidos de un placer amargo.

No pude hablar. Mientras el semen que brotaba de mis huevos me manchaba los pelos del pubis y caía en el suelo del lavadero ante la atenta mirada de Norma, comencé a pensar en lo que esa situación podía ocasionar y, por un momento, me imaginé a mi amiga cayendo rendida de excitación ante la morbosa escena que estaba contemplando.

—Cuando hayas terminado de correrte —soltó en un tono más cercano a la rabia que a la comprensión—, lárgate. Y da gracias a que Jacobo no me haya acompañado.

Aquellas duras palabras me hicieron ver la realidad. La visión que Norma estaba teniendo de mí no era morbosa, sino ridícula y asquerosa, justo como me sentí. Quise hablar, pero antes de que pudiera dejar de balbucear, ella prosiguió.

—Y ni se te ocurra devolverme eso que llevas puesto. Si has tocado algo más, llévatelo también, por favor. No quiero nada que haya estado en contacto contigo. —Y se giró, dejándome un dolor tan grande en el corazón que fui incapaz ni tan solo de disculparme.

Agaché la cabeza, escuchando cómo se alejaba, mientras sentía la flacidez adueñándose de mi miembro, que desapareció dentro del culote de Norma que aún llevaba puesto. Manchar la tela femenina ya no tenía ningún tipo de gracia. Solo sentía vergüenza.

Me volví a vestir con mi ropa, limpié los restos de mi corrida y salí hacia el salón. No sabía si prefería encontrarme con mi amiga o no. Me hubiera gustado darle una explicación para que las cosas no quedaran así, pero la única salida posible era confesarle mis sentimientos y, por supuesto, no tenía el valor para hacerlo. De repente, su voz, procedente del fondo del piso, me abstrajo de mis pensamientos.

—Te he dicho que te largues —insistió, fría como el hielo—. Deja pasar unos días y luego ya veremos si me apetece hablar de lo sucedido.

Aquellas últimas palabras dejaron abierta una pequeña brecha de esperanza. Mas debía pensar qué es lo que me convenía. ¿Debía conservar una amistad que me hacía daño o aprovechar la desagradable situación vivida para alejarme de ella? Pasión o sensatez.

Los siguientes días de mi vida fueron un auténtico infierno. Sumado a mi soporífera rutina habitual, el inevitable distanciamiento con Norma me estaba matando. No había momento en el que no pensara en llamarla o escribirla, en correr a buscarla. El problema es que sabía que ella no quería que eso sucediera.

Tan solo unas semanas después de lo ocurrido en casa de mis amigos, recibí un mail de Cumlouder cuyo asunto rezaba “Feliz regalo de Navidad JOJOJO”. Me extrañó que ese tipo de correo no me llegara a la carpeta de spam, así que decidí echarle un vistazo por curiosidad. En el cuerpo del mensaje se podía ver un Papa Noel acompañado de una preciosa chica mostrando sus tetas. Un poco más abajo, el texto comenzaba con un “¡Enhorabuena! Eres el ganador del concurso para conocer a tu actriz porno favorita…”.

¡No me lo podía creer! Ya no me acordaba de aquel día en el que, sumido en una vorágine onanista, caí en un estado de enajenación mental que me animó a apuntarme a aquel sorteo. Convencido de que sería una mentira o que el concurso habría concluido hace tiempo, di por hecho que jamás me tocaría y lo había olvidado por completo.

Más nervioso de lo que me gustaría, seguí leyendo. El correo me ofrecía la posibilidad de escoger entre distintas fechas para conocer a Alexa Tomas, pero antes de eso me obligaba a aceptar una serie de condiciones. Ahí me detuve. No quería conocerla. Bueno, en realidad sí, pero me daba demasiado respecto.

Decidí ignorar el mail, pero entonces empecé a pensar que seguramente estaba quedando mal con la gente de Cumlouder. ¿Se pondrían en contacto conmigo de algún otro modo? ¿Y qué pasaba con todos aquellos que también se habían apuntado al sorteo y les había privado de su sueño de conocer a una actriz porno? Empecé a sentirme culpable y esa sensación fue la que me hizo volver a abrir el correo. Antes de aceptar una fecha, me dispuse a leer bien todas las condiciones.

Básicamente se trataba de quedar con Alexa en un sitio público para conocerla. Aunque ya lo suponía, la confirmación de que estaba prohibido cualquier tipo de implicación sexual me decepcionó ligeramente. Sin embargo, no me gustó saber que el encuentro sería grabado para hacer un reportaje que se utilizaría como promoción para futuros concursos similares.

A medida que se acercaba la quedada con la actriz porno, me ponía más nervioso, pero menos me acordaba de Norma. No podía dejar de imaginar qué sucedería en el encuentro con Alexa. Aunque sabía que era imposible, normalmente me imaginaba que acababa follando con ella. Y los días que estaba positivo fantaseaba incluso con enamorarla.

Tan solo unos pocos días después de fin de año, me encontraba sentado en el bar en el que Cumlouder había decidido que sería el encuentro, esperando a que apareciera Alexa Tomas. Con las manos sudorosas, no podía dejar de mover las piernas compulsivamente, repasando una y mil veces la conversación que había practicado hasta el hastío. Tomé un sorbo de agua, intentando disimular mis nervios, cuando oí una voz grave a mi espalda.

—¿Pepe Lobato?

Me levanté, sobresaltado, girándome de una forma más brusca de la que hubiera deseado para encontrarme con un hombre que se presentó como productor de Cumlouder. Me recordó las condiciones que ya tuve que aceptar para participar en el concurso y me explicó cómo iba a ir la quedada. Alexa y yo nos quedaríamos solos para hablar de lo que quisiéramos, únicamente con la presencia de un cámara que se encargaría de grabar un reportaje. El encuentro se podía alargar tanto como la actriz quisiera. Era ella la que podía decidir en cualquier momento cuándo irse o quedarse si se lo estaba pasando bien.

—Bueno, pues ya es hora de las presentaciones —sonrió el hombre, haciendo un gesto para que Alexa se acercara.

Levanté la vista para toparme con una auténtica belleza, mucho más hermosa en persona que en los videos con los que tantas veces me había masturbado. Iba vestida con un tejano ajustado de color claro y una camisa roja holgada, una combinación perfecta de elegancia y sencillez.

Imagen de Alexa Tomas

Completamente paralizado por el temor que me inculcaba la imponente presencia femenina, intenté balbucear alguna frase de la conversación que había estado practicando escasos minutos antes y de la que ya no recordaba nada en absoluto.

—Vaya, así que me ha tocado uno tímido —sonrió Alexa.

—Disculpa… —fue lo único que pude decir, sintiendo cómo me temblaba la voz.

—Bueno, encantada. —Me dio dos besos—. Es un honor que me hayas escogido. Gracias a ti soy la primera actriz elegida en el concurso. Eso ya queda para la historia —bromeó.

—¿Se va a repetir? —pregunté torpemente.

—Eso parece —intervino el productor—. Mira, este es Alberto.

Estaba tan nervioso que no me había fijado en el joven moreno de pelo corto que aguantaba una cámara de mano bastante más pequeña de lo que me habría imaginado. El chico no aparentaba tener mucho más de veinte años.

—Él se va a encargar de grabaros para promocionar las futuras ediciones —prosiguió el hombre de Cumlouder—. Es su primer trabajo en el mundillo, así que trátalo bien, Alexa —bromeó con la actriz porno.

—No creo que se coma a nadie —replicó Alberto, dirigiéndose a la aludida.

—O sí —bromeó ella, provocando que todos rieran menos yo, que estaba demasiado nervioso.

—Ya es hora de que os deje solos —se despidió el productor—. Encantado de conocerte, Pepe. Y disfruta de tu premio —sonrió antes de marcharse.

—¿Nos sentamos en una mesa para tomar algo? —propuso Alexa.

Mientras esperábamos las copas que habíamos pedido, un incómodo silencio se adueñó del momento.

—No sé por dónde empezar… —confesé—. Si te dijera que he practicado la conversación millones de veces y ahora no sé qué decir…

Aunque solo tenía ojos para Alexa, me pareció intuir cómo una leve sonrisa se dibujaba en el rostro de Alberto.

—Supongo que es normal. Al menos ahora eres capaz de soltar un par de frases seguidas —sonrió la mujer—. Relájate y disfruta de tu copa —me invitó a darle un sorbo a la bebida que acababan de servirnos.

Aunque, dadas las circunstancias, hubiera preferido conducir yo la conversación, lo cierto es que era Alexa la que llevaba la voz cantante. La actriz porno me preguntaba por mi vida privada y, aunque hablar de mí no era algo que tuviera pensado hacer, lo cierto es que me estaba facilitando bastante la conversación.

—¿Y cómo andas de novias, rolletes o lo que tengas? —me preguntó ella animosamente.

—Bueno… digamos que… tengo una amiga especial…

Alexa rio.

—¿Y qué piensa tu amiga de que te hayas apuntado a un concurso para conocerme?

—No lo sabe.

—¡Qué grande! —soltó Alberto, provocando que Alexa riera con más ímpetu.

—La ocultación de la verdad no es la mejor forma de mantener una relación con amigas especiales —me aconsejó la actriz porno.

—Bueno, en realidad mi amiga especial es…

No sabía en qué momento me había metido en ese lío y no supe salir de él. Alexa siguió preguntando y yo, sin darme cuenta, me abrí como nunca lo había hecho con nadie. Me olvidé de la cámara que nos estaba grabando y, sin saber muy bien el motivo, acabé contándole mi desastrosa relación con Norma. Supongo que necesitaba sacar todo lo que llevaba dentro.

Habían pasado un par de horas y aún no me creía que Alexa no se hubiera ido. Pensé que se aburriría en seguida y se marcharía, pero lo cierto es que parecía estar pasándoselo bien, aunque fuera a costa de mis penurias.

—Bueno, ya basta de hablar de ti —me sacó la lengua—. ¿Es que no te interesa saber nada de mí? —bromeó, haciéndose la ofendida.

Su gesto juguetón me encantó. Lo cierto es que Alexa me estaba pareciendo, tal y como me la había imaginado siempre, una mujer encantadora. No solo era una tía buena, sino que también era simpática e inteligente.

—¡Claro! —le dije, sin saber muy bien qué preguntarle—. ¿Es verdad eso de que antes de ser actriz porno trabajabas como conductora de un autobús escolar?

—¡Sí! —contestó con efusividad, como si le hubiera gustado responder a esa pregunta.

Me imaginé a Alexa seducida por algún joven estudiante y me hubiera gustado preguntarle si alguna vez se folló alguno, pero no me atreví. Sin embargo, esa simple idea hizo que mi entrepierna reaccionara. Sentí un ligero movimiento en el paquete que ya no pude detener. La erección fue inevitable.

Le hice alguna pregunta más sobre su vida antes de meterse en el mundo del porno y, poco a poco, me fui sintiendo algo más cómodo. Lo cierto es que la naturalidad de Alexa ayudaba bastante.

—Tengo una pregunta, pero… no sé si te va a molestar… —advertí.

—No lo creo. Pregunta.

—Las escenas que ruedas con otro actor que no sea tu pareja, ¿te gustan especialmente? Porque a mí sí —creo que no pude evitar una cara de auténtico salido mientras confesaba.

Ella sonrió, como no había dejado de hacerlo en ningún momento.

—No me gustan ni más ni menos. Suelo disfrutar siempre con mi trabajo —acentuó más la sonrisa.

—¿Nunca has empezado a grabar una escena sin ganas? —me sorprendió Alberto, aunque Alexa pareció tomarse con naturalidad la intervención del cámara en la conversación.

—Bueno… tal vez, pero una vez que empieza la escena en seguida me entran las ganas —sonrió con picardía.

—Es bueno saberlo —terció el chico.

—Claro. —Ahora sí que me pareció intuir como si la actriz se hubiera importunado ligeramente—. Bueno, Pepe, me temo que hasta aquí ha llegado la cita —sonrió—. Ha sido un placer conocerte, de verdad. Espero que te lo hayas pasado genial —marcó aún más la sonrisa.

Aunque la quedada había durado mucho más de lo que había pensado en un principio, no pude evitar decepcionarme con la despedida de Alexa. Y más al pensar que había sido culpa de la intromisión del cámara. La erección que había mantenido durante la última parte de la conversación, desapareció inmediatamente.

—¡Espera! —solté sin pensar.

—¿Qué pasa? Dime —se interesó, levantándose de su asiento.

—No habría ninguna posibilidad de que…

—¿De qué?

Siempre había sido una persona tímida y cobarde. Y como consecuencia me encontraba solo, con una vida lamentable. A mi mente me vino el recuerdo de Norma y la patética situación de nuestro último encuentro. Viendo cómo se alejaba la oportunidad de mi vida, sin mucho tiempo para pensar, decidí tirarme a la piscina por una vez.

—Siempre que pensaba en este encuentro, imaginaba que acababa teniendo sexo contigo. —Sentí cómo un sofocante calor se adueñaba de mi rostro, pintándome la cara de un rojo fuego—. Y me preguntaba si sería posible que ocurriera de algún modo.

Mientras oía las carcajadas de Alberto, Alexa volvió a tomar asiento, mostrando una mueca con la que me pareció que intentaba disimular la risa.

—Escucha, Pepe. Te voy a dar dos motivos por los que eso que me pides no es posible.

No estaba escuchando nada que no me esperara, pero las palabras de la actriz porno aún aumentaron en mayor medida la vergüenza que me había provocado la petición de acostarme con ella.

—Primero de todo, como ya te han explicado, las normas del concurso ya hacen que sea imposible lo que propones. Y segundo, tengo novio. Una cosa es que me acueste con otros actores grabando una escena, que es mi trabajo, y otra muy diferente que lo haga contigo.

—Bueno, igual no es tan diferente —intervino Alberto nuevamente—. O sea, ahora mismo estás trabajando, ¿no?

—Sí, claro, pero no estoy grabando una escena.

—Aquí hay una actriz porno —señaló a Alexa—, un salido —se dirigió a mí— y una cámara. Podemos grabar la escena en cualquier momento.

No me podía creer lo que estaba oyendo. ¿Alberto estaba intercediendo para que me acostara con Alexa? No podía ser cierto. Si no hubiera sido por lo apocopado que estaba, solo con la ínfima posibilidad de que ocurriera, me habría empalmado nuevamente al instante.

Mientras oía cómo Alexa replicaba a Alberto, mi móvil comenzó a sonar. Era Jacobo, con quien no había vuelto a quedar desde el desafortunado último encuentro con su novia.

—¿Sí? —contesté mientras procuraba prestar atención a la conversación entre la actriz porno y el cámara.

—Vamos, el pobre lo ha pasado fatal y tú puedes animarlo un poco —oí argumentar a Alberto.

—¿Qué pasa, Pepe? —vociferó mi amigo, al otro lado del teléfono—. No te dejas ver, eh…

—Ya sabes que últimamente ando muy liado.

—¡Venga, hombre! ¿En fiestas también? ¿Por qué no quedamos?

¿A qué se refería? ¿Él y yo solos? ¿O también vendría Norma? No había vuelto a hablar con ella y me extrañó que quisiera verme.

—A ver si encontramos un hueco para vernos cuando terminen de pasar las fiestas… —intenté salir del paso, procurando prestar atención a la otra conversación, que seguía su curso.

—Bueno, pero solo un rato… —me pareció escuchar a Alexa.

—Como quieras. Norma está fuera todo el día y pensé que podíamos echar unas partidas.

Aunque esas palabras de Jacobo aclararon mis dudas, no pude evitar sentirme ligeramente decepcionado al saber que mi amiga seguía repudiándome. Por suerte parecía no haberle confesado nada a su pareja.

—Bueno, no sé. Luego igual te digo algo —quise guardarme un as en la manga por si mi cita con Alexa realmente había llegado a su fin.

—El tío es un auténtico pringado. Será divertido —oí decir a Alberto, justo antes de que Alexa diera la conversación por concluida.

—¿Qué pasa, estás con alguna pibita? —bromeó Jacobo—. Si es así, ya sabes, la prioridad es meterla en caliente —oí cómo reía a través del teléfono móvil.

—No, no, es que he salido a mirar teles, que estoy pensando en cambiármela —mentí—. Te confirmo cuando termine, ¿vale?

—Ok.

Al girarme tras colgar la llamada, me topé con la mirada fija de Alexa. Alberto parecía absorto toqueteando algunos ajustes de la cámara.

—Escucha, Pepe —me soltó la actriz porno—, lógicamente no me voy a acostar contigo, pero si quieres podemos ir a tu casa a tomarnos la última. ¿Te apetece?

Aquella era una pregunta trampa. Lo que yo quería era follar, pero si ir a mi casa era lo más cerca que iba a estar de hacerlo, claro que me apetecía. Acepté sin dudarlo mucho más. Alberto nos acompañó y siguió grabando. Aunque no tenía muy claro si aquello seguía formando parte del reportaje para las futuras ediciones del sorteo, ya me había acostumbrado y no le quise dar mayor importancia.

De camino a casa cogimos un taxi. Yo me senté delante, escuchando cómo Alexa y Alberto, sentados atrás, no paraban de hablar mientras el taxista no dejaba de darme palique. Me estaba empezando a poner un poco celoso. Pero me calmé pensando que la cosa cambiaría una vez que llegáramos a mi casa.

Tras enseñarles el piso, la actriz y el cámara se acomodaron en el sofá mientras yo preparaba unas copas. El silencio de la cocina solo se veía interrumpido por las carcajadas que escuchaba provenientes del salón donde se encontraban mis invitados. Un inesperado nerviosismo se adueñó de la boca de mi estómago, subiendo poco a poco hasta el pecho. Terminé de preparar las bebidas apresuradamente.

—¿Y se llevan bien el loro y los gatos? —escuché preguntar a Alberto cuando hice acto de presencia.

—Aquí tenéis —los interrumpí con la esperanza de retomar la conversación con Alexa.

—Gracias —me sonrió ella.

—Entonces —prosiguió la conversación el cámara, ignorándome—, ¿te gustaría rodar un gang bang o no?

—¡Menuda asociación de ideas! —rio la actriz.

—Sí, bueno… loro, gatos… gang bang… ya sabes —bromeó el joven, haciendo que Alexa siguiera riendo.

—Pues la verdad es que nunca he hecho ninguno —confesó con un tono que me pareció de falsa inocencia— ¡Y nunca digas nunca! —volvió a reír.

Me vi incapaz de intervenir, sintiéndome totalmente fuera de la conversación. Alberto se estaba adueñando de Alexa por completo y yo empezaba a intuir que sobraba. No era la primera vez en mi vida que tenía esa sensación y no era nada agradable.

—Oye, Pepe —ahora el cámara se dirigió a mí—, ¿y tú te haces muchas pajas pensando en Alexa?

—¡Alberto! —le recriminó ella fugazmente, sin dejar de sonreír.

—Hombre, me imagino que si la has elegido en un concurso para conocer a una actriz porno, es que te la debes cascar con ella bastante a menudo.

No sabía qué responder. Aunque el cámara tenía toda la razón con su argumentación, lo cierto es que me sentí atacado por el joven. Observé a Alexa descojonándose y supuse que mentir no valía la pena.

—Alguna que otra vez —rebajé la verdad.

—Tía, Alexa, deberías hacerle un favorcillo —soltó Alberto.

—¿Qué quieres decir? —preguntó la aludida.

—No me digas que hay algo más bonito que contentar a un fan con lo mejor que sabes hacer… —insistió el cámara.

—No te sigo… —sonrió, evidenciando claramente que se estaba haciendo la tonta.

—Venga, hazle una pajilla a Pepe aunque sea… —Alexa rio a carcajadas—. Que te ha elegido entre cientos de actrices…

—Eso es cierto… —confirmó ella entre risas.

La situación no es que se me hubiera ido de las manos completamente, es que la estaba dominando el jovencísimo cámara. Por un momento, pensé en lo cerca que estaba de cumplir un sueño y no pude controlar una nueva erección mientras me imaginaba a la preciosa Alexa masturbándome. De pie, frente a los dos invitados, el bulto de mi entrepierna fue demasiado evidente.

—Míralo —me delató Alberto—, si se ha empalmado y todo. ¡Joder! Ahora tengo curiosidad hasta yo… —Alexa no podía parar de reír.

—¿Así que quieres vérsela? —preguntó la actriz porno jocosamente.

—Sí, pero tendrás que hacer tú los honores —forzó una mueca, volviendo a hacerla reír.

—Vale, me has convencido —soltó entre risas, dando toda la impresión de estar pasándoselo realmente bien—. Pero esto ya no forma parte de la quedada del concurso. ¿Estamos?

—De eso ya hace rato… —soltó Alberto con suficiencia.

—¿Pepe? —ahora Alexa se dirigió a mí, que solo pude confirmar con un gesto de cabeza, totalmente incrédulo por cómo se estaban precipitando los acontecimientos.

Una de las tías más buenas que jamás había visto estaba dirigiendo sus manos al cierre de mis pantalones. Sentí mi polla removiéndose dentro de mis calzoncillos, endureciéndose aún más si es que eso era posible. Las manos femeninas se apoyaron en mi bajo vientre y se deshicieron del único botón. Oí el rechinar de la cremallera abriéndose a medida que sentía cierto resquicio para que mi verga creciera aún más, restregándose contra mi propio pubis y la tela de la ropa interior, provocándome un placer que comenzaba a ser insoportable.

—Al fin y al cabo… es solo para que te la vea Alberto —bromeó, girando el rostro para sonreír con cierta complicidad al cámara.

Alexa me agarró los pantalones por los costados y tiró de ellos hacia abajo, dejándome en calzoncillos. Completamente acongojado por lo que iba a pasar, observé el precioso rostro femenino. La actriz me devolvió la mirada y me regaló una pícara sonrisa. Eso fue demasiado. Para mi desgracia, el placer alcanzado me elevó hasta el orgasmo y, a pesar de mis esfuerzos por intentar evitarlo, comencé a convulsionarme mientras eyaculaba dentro de mi ropa interior.

Apenas me había recuperado de la corrida, cuando escuché las risas de Alberto y divisé la cara de Alexa. No sabía si su expresión era de sorpresa o decepción. Tal vez una mezcla de ambas sensaciones.

—¡Vaya! —sonó ligeramente contrariada—. Ahora que me había hecho a la idea de ver una polla…

—Tú por eso no te preocupes —Alberto no tardó ni un segundo en aprovechar su oportunidad, haciéndola reír nuevamente mientras se levantaba del sofá.

—Pero si eres un crío —se burló de él.

—Eso es cierto, pero ¿quieres polla o no?

—Sí, pero no la tuya —le provocó.

—Pues soy tu única opción.

Avergonzado por mi patética actuación, me sentí ignorado escuchando el tira y afloja entre mis dos invitados. Me apetecía limpiarme para estar más cómodo, pero no quería perderme ni un segundo de la conversación, así que me senté en un lado del sofá mientras percibía mi flácido pene inundándose en el océano de semen que oleaba en el interior de mis calzoncillos.

—Lo siento, Alberto, pero nos vamos. Creo que ya nos hemos divertido suficiente.

—Espera, mujer. Déjame enseñarte esto…

El joven cámara se apresuró, llevándose las manos a la bragueta para desabrocharse, en un solo gesto y con un sonido sordo, todos los botones de su desgastado pantalón tejano, dejándome totalmente alucinado con su tremenda desfachatez. Antes de que la actriz porno pudiera decir nada, Alberto se había quedado en ropa interior frente a ella.

Me fijé en mi invitada, intrigado por cómo reaccionaría. Alexa, sin quitar ojo al paquete del niñato, que aparentaba ser de un buen tamaño, sonrió con cierta picardía. Alberto, que parecía muy seguro de sí mismo a pesar de su corta edad, no tardó en bajarse los calzoncillos, sacándose la verga y provocando que la actriz porno gesticulara disimuladamente, dándome la impresión de que le satisfacía lo que estaba viendo.

A pesar de tener el miembro casi flácido, con un arrugado y oscuro prepucio abrigándole el glande, era evidente que la polla de Alberto era mucho más larga y gruesa que la mía. Eso hizo que me sintiera aún más insignificante y casi me alegré de que Alexa no hubiera visto mi pequeño pito.

—¡Madre mía! ¿Qué tenías ahí guardado? —preguntó ella alegremente.

—Mi oportunidad para ganarme un puesto en la industria… —volvió a hacerla reír.

—¿Y quieres que yo te ponga a prueba? —sonrió con cara de lascivia.

—Aunque sea sin ganas…

Alexa tuvo que dejar pasar unos segundos hasta recuperarse del ataque de risa. Cuando se calmó, para mi sorpresa, mordiéndose un labio y soltando un leve suspiro, se arrodilló ante el cámara, como queriendo vérsela más de cerca. Mas no me pude creer lo que pasó a continuación. La actriz porno se la acabó agarrando, a la altura de los huevos, dándome la impresión de que la verga comenzaba a adquirir cierta altivez.

—Tiene pinta de que se le puede sacar partido a esto.

Ella deslizó la mano, recorriendo el tronco para acabar estirando la piel del prepucio, dejando a la vista el blanquecino glande. Se inclinó hacia delante, acercando el rostro a la entrepierna del chico y abrió la boca, en un amago de comenzar a mamársela, pero se detuvo, sonriendo con malicia. Repitió el gesto un par de veces más, provocando los quejidos de Alberto, hasta que, ¡joder, le dio una rápida y sonora chupada a la punta de la polla!

—No está mal… —susurró Alexa.

No me esperaba en absoluto lo que estaba sucediendo y aún aluciné aún más al contemplar cómo esa diosa comenzaba a comerse la ostentosa verga del chaval, tragándose completamente el miembro morcillón, subiendo y bajando a través del tronco, recorriéndolo con los labios y la lengua. La polla fue ganando dureza y, en tan solo unos segundos, ya estaba completamente erecta. El sexo masculino era espectacularmente grande.

Observé cómo Alberto movía su mano derecha para apoyarla sobre la cabeza femenina. Alexa se detuvo, agarrando el brazo del chico para dirigirlo hacia la cámara que acababa de soltar.

—Vamos a considerar esto como trabajo —resolvió.

Él le hizo caso, volviendo a grabar la escena, mientras Alexa retomaba sus quehaceres, intentando engullirse por completo el joven pollón, lo que produjo los evidentes sonidos guturales cuando se lo metió hasta la garganta, dejando aún unos cuantos centímetros fuera de la boca, que parecía que no le entraban.

Evidentemente, a esas alturas, mi pene estaba nuevamente activo, alzándose de entre los restos de semen que lo bañaban, así que decidí ausentarme un momento para asearme con la intención de ir lo más rápido posible, pues no quería perderme nada del increíble e inesperado espectáculo. Aunque tampoco parecía que me fueran a echar mucho de menos.

Cuando volví del cuarto de baño, ya con unos calzoncillos limpios, observé cómo Alexa apartaba la mano con la que Alberto le estaba intentando sobar uno de los pechos.

—No te pases… —le sonrió ella—. Eso no hace falta para hacerte una prueba.

Así que se trataba de eso. La actriz porno había accedido a hacerle una mamada como si fuera un casting improvisado, de ahí que el chico siguiera grabando. No sabía si eso me reconfortaba, pero sentí como la polla se me empalmaba aún más. Nuevamente sentado en el borde del sofá, comencé a acariciarme el paquete, dudando de si sacármela y empezar a masturbarme.

—Dime que no te he puesto cachonda y dejo de tocarte —insistió él, asiendo nuevamente uno de los pechos femeninos por encima de la camisa.

Alexa no respondió. Sin dejar de chupársela, pude ver cómo sonreía tenuemente, repitiendo el gesto de apartar la mano de Alberto. Esa naturalidad de la actriz porno me la ponía durísima.

—No te he oído… —bromeó el cámara, volviendo una vez más a la carga, ahora estrujándole una teta.

—Ah —gimió Alexa, apartándose del monstruoso miembro por un instante—. Sabes perfectamente que ¡no! estoy cachonda —remarcó, sonriendo y, aparentemente, olvidándose de retirar la mano masculina que siguió masajeándole el pecho mientras ella volvía a tragarse el pollón por el que comenzaban a escurrirse sus propias babas.

Eso fue demasiado para mí, que sentí cómo me dolía la potentísima erección que pugnaba por reventar mi ropa interior. No aguanté más y me saqué la picha, percibiendo el alivio que me producía cada vez que me la acariciaba suavemente, evitando movimientos demasiado acelerados que pudieran hacerme perder el control.

—¿Sabes lo que me pone muy cerdo? —Alberto, mirándome ligeramente de reojo, se dirigió a Alexa.

—Pensaba que ya te tenía bien cachondo —bromeó ella, dejando de mamársela por un instante para recorrer lentamente toda la longitud de su miembro con la mano, esparciendo los hilillos de saliva que se habían ido formando.

—Me encantan las escenas porno en las que comparáis el tamaño de las pollas.

La actriz soltó una carcajada, más estruendosa si cabe que todas las anteriores que el cámara había sido capaz de sacarle desde que habíamos iniciado la quedada.

—Anda, ven aquí, Pepe —Alberto llamó mi atención—, que Alexa va a comprobar quién es más macho —dibujó una pérfida mueca de satisfacción, sabedor de que me estaba humillando.

—No seas malo… —sonrió ella, que también parecía tener claro el evidente ganador.

Yo me quedé paralizado. Por un lado, después del ridículo anterior, quería aprovechar la nueva ocasión que se me brindaba. Pero por otro lado, me aterraba saber que el niñato me iba a seguir desdeñando hiciera lo que hiciera. Di un inseguro paso al frente.

—Vamos a ver… —Alexa, sin dejar de masturbar el pollón de Alberto, alzó el otro brazo en dirección a mi entrepierna.

Cuando aparté mi mano y dejé a la vista mi erecto pene, la actriz porno me lo agarró suavemente, provocándome una desaforada punzada de excitación que me surgió de los mismísimos huevos, desplazándose por el resto de mi cuerpo. Tuve un par de espasmos seguidos y no pude evitar soltar un pequeño chorretón de líquido preseminal, aunque logré aguantar sin correrme, supuse que gracias a mi reciente orgasmo.

Observando cómo Alberto seguía grabando todo con su cámara mientras Alexa rodeaba el grosor de su pollón, subiendo y bajando la mano a lo largo de toda su extensión al mismo tiempo que deslizaba únicamente un par de dedos por mi pito, cerré los ojos, derritiéndome de puro placer.

—Bueno, ¿qué me dices? —Alberto, dirigiéndose a Alexa, me despertó de mi ensoñación—. ¿Las comparamos?

La actriz porno sonrió, mirando directamente a los ojos del joven para luego desviar la mirada hacia mí, forzando un artificial gesto de pena, pero sin perder su morbosa sonrisa en ningún momento mientras tiraba de nuestros sexos para colocarnos de costado frente a ella.

Aunque el tamaño de mi pene debía estar por debajo de la media, tampoco es que fuera excesivamente pequeño, pero comparado con el rabazo de Alberto parecía ridículo. Y más tal y como nos había colocado Alexa, que ya no podía ocultar una sonrisilla burlona. En esa posición se notaba claramente que lo que el niñato tenía entre las piernas era más o menos el doble de grande que mi pollita. Esa visión me amedrentó, y mi erección perdió fuerza, quedando aún más patente la enorme diferencia entre ambos miembros.

—Dime, Alexa, ¿qué polla te gusta más? —inquirió Alberto, agarrando del pelo a la actriz porno para obligarla a mirarlo.

—No hay por qué comparar… —sonrió ella, que parecía divertirse con todo lo que hacía el cámara.

—Hagámoslo más discretamente —dibujó una maliciosa mueca antes de mirarme directamente a los ojos, como cachondeándose de mí—. Dale un besito a la que más te apetezca —le sugirió a Alexa.

Ella sonrió por enésima vez y, haciendo caso al joven muchacho, que parecía tenerla dominada, agachó el rostro lentamente en dirección a nuestras entrepiernas, hasta que se desvió ligeramente hacia la de Alberto, plantándole un leve beso en el tronco, justo por debajo del glande, provocando un tenue vaivén en la monstruosa verga que pareció hincharse aún un poco más.

—¡Me has puesto a mil! —aseveró el chico—. ¡Sigue chupándomela! —volvió a agarrarla del pelo, acompasando el gesto con el de la actriz porno, que separó los labios, permitiendo que le metiera de golpe toda su hombría, lo que hizo que salieran disparados un par de brotes de saliva.

Mientras Alexa se dejaba follar la boca, Alberto volvió a la carga, ahora metiendo su mano dentro de la camisa femenina para lograr manosearle los pechos a conciencia. Ella le asió por la muñeca, como queriendo detenerlo, pero lo único que logró fue seguir aferrada a él, gimiendo de placer, mientras le estrujaba las tetas.

Me sentí nuevamente ignorado y, temeroso de una nueva humillación, no me atreví a intentar intervenir, así que me volví a retirar a la esquina del sofá, esperando la siguiente oportunidad en la que mis invitados tuvieran a bien acordarse de mí. Al fin y al cabo, si no era más que un casting para Alberto, no tenía mucho sentido que yo participara. O al menos así justifiqué mi patética actitud.

—¿Se puede saber qué haces? —se quejó la actriz mientras Alberto le desabrochaba la camisa, dejando a la vista las preciosas tetas que ya se había encargado de sacar fuera de las copas del liso sostén de color negro.

—Déjame hacer un buen plano de esto… —el cámara se agarró el pollón para darle un par de golpecitos a los pezones de Alexa, que los tenía totalmente erguidos, preguntándome si el motivo serían las caricias del chico o que ya estaba cachonda como una perra.

—Tienes talento.

—Te gusta, eh, zorra.

—Me refiero al uso de la cámara —se burló, provocando que Alberto la volviera a agarrar del pelo, ahora obligándola a ponerse de pie mientras apartaba la cámara para darle un buen morreo.

Viendo cómo se comían la boca, me pareció intuir que Alexa se restregaba contra el pollón de Alberto, que estaba aprovechando para subir la mano por la parte trasera del pantalón, acariciando uno de los muslos femeninos, en dirección a su culo. Eso ya no tenía pinta de porno e intuí que empezaban a hacer algo más que grabar un casting.

No sabía si esa idea me hacía sentir más humillado que excitado, pero lo cierto es que tenía la picha nuevamente durísima así que, en mi recién descubierta faceta de voyeur, volví a masturbarme observando la improvisada escena porno que se estaba rodando en mi salón.

—¡Ya! —ella se apartó bruscamente de los labios del chico, pero sin separarse de su cuerpo, permitiendo que el cámara le comenzara a amasar una de las nalgas—. Deberías apartarte.

—¿Y qué pasa si no lo hago? —movió la mano hacia delante, rodeando la cadera de la actriz, en dirección a su sexo.

—Que se acabará la prueba —aseguró, aunque ya hacía un par de minutos que Alberto había dejado de grabar.

—Correré el riesgo —sonrió, deslizando el dedo corazón por encima del tejano para empezar a acariciar la entrepierna de Alexa.

—Anda, sigue grabando —pareció resignarse, alzándole la mano con la que asía la cámara y provocando la orgullosa sonrisa de satisfacción del chico, que comenzó a bajar la cremallera de la ajustada prenda femenina.

Mientras observaba cómo toda una experimentada actriz porno, a la que parecía que le desfallecían las piernas, sucumbía ante el mocoso que estaba empezando a colarse dentro de sus pantalones, provocando que ella, con la cara descompuesta, se mordiera el labio inferior, no pude más y me volví a correr, esta vez manchando el suelo.

—Estás chorreando —aseguró Alberto, comenzando a mover la mano lentamente dentro de las bragas de Alexa.

—¡Uf! Así me has puesto tú —confesó, separando ligeramente los muslos.

Cuando dejé de percibir mis propias pulsaciones martilleándome la sien como consecuencia del último orgasmo, pude apreciar, intercalado con los gemidos femeninos, el sonido de chapoteo que producían los dedos de Alberto al entrar y salir del coño de Alexa, que debía estar bien empapada.

—Dejo de grabar —pude escuchar como el chico le susurraba a la actriz porno.

—No… —gimoteó ella, negándose, pero sin impedir que Alberto bajara el brazo con el que estaba filmando el casting.

¡No me lo podía creer! Alexa, sin cámara de por medio que evidenciara que estaba trabajando, permitió que el niñato siguiera masturbándola, por supuesto, a espaldas de su pareja. Esa revelación me puso muy, pero que muy cachondo e, increíblemente, me volví a empalmar.

—¿Quieres polla? —Alberto seguía suspirando en el oído de la actriz porno.

—Sí, pero no la tuya —jadeó, alargando el brazo para volver a agarrársela, masturbándolo.

El cámara sacó la mano de dentro de las bragas, chupándose los dedos, que me parecieron empapados, antes de agarrar las prendas de la actriz porno a la altura de su cintura para comenzar a bajárselas, desnudándola casi por completo.

Me fijé en el escultural cuerpazo de Alexa, con la ropa interior enrollada en los pantalones por debajo de las rodillas y la camisa completamente abierta, dejando a la vista sus trabajadas abdominales y sus pequeñas tetitas, que seguían fuera de las copas del sujetador.

A mí me empezaban a doler los testículos, que los debía tener bien secos, pero no podía parar de meneármela viendo con estupefacción como mis dos invitados estaban a punto de follar delante de mis narices.

—¡Ven aquí! —oí cómo Alberto manejaba a su antojo a la actriz porno, poniéndola a cuatro patas antes de comenzar a penetrarla.

En esa postura, durante unos segundos, pude contemplar el chochazo de Alexa. Me morí de ganas por meterla entre sus excitantes pliegues que, de lo humedecidos que debían de estar, brillaban bajo la luz del salón. Pero no era yo el afortunado.

—Uhm… —suspiró la actriz, dando la sensación de estar derritiéndose cuando el chico encaró el pollón, abriéndose paso entre sus esponjosas carnes, aunque por un momento pensé que tal vez simplemente estuviera actuando.

Una vez más, él la agarró del pelo, del que comenzó a tirar a medida que la embestía, provocando los continuos gemidos de la hermosa hembra a la que, bajo mi punto de vista, le estaban dando una tremenda follada.

Durante unos cuantos minutos, el sonido de mis dedos subiendo y bajando la piel de mi picha quedó oculto bajo la mezcla de jadeos de Alexa, improperios de Alberto y, sobre todo, el continuo golpe sordo del pubis masculino chocando con fiereza contra las nalgas femeninas. Hasta que ella rompió la monotonía.

—¡Sí! Me corro, cabrón… —escuché sollozar a la actriz porno, que no parecía estar fingiendo precisamente.

—¡Eso es puta, disfruta de tu hombre! —le dio un par de empellones brutales, haciéndola gritar, no sé si de placer o dolor, pues seguía sujetándola del cuero cabelludo.

—¡Sí, sí! ¡Ah, Alberto! ¡Sí!

Mientras Alexa clamaba, pude observar cómo le temblaban las piernas y el coño se le llenaba de un intenso color blanquecino que se adhería a la piel del descomunal tronco que entraba y salía con frenesí de su interior mientras un par de gotas se escurrían por sus muslos. Supuse que la muy zorra se había corrido.

—¿Dónde lo quieres, reina? —preguntó Alberto, pero antes de que ella pudiera contestar, ya se la había sacado y la había puesto de rodillas para pajearse frente a su hermoso rostro.

Alexa abrió la boca y sacó la lengua, esperando el premio, que no tardó en llegar. Acompañado de fuertes gemidos, el joven cámara comenzó a convulsionarse, soltando un potente primer chorro de leche que cayó directamente sobre el precioso pelo negro azabache. El siguiente, aún más impetuoso si cabe, sobrevoló la cabeza femenina, manchándome el sofá.

—¡Uf! —jadeé, dándome las últimas sacudidas a la polla antes de alcanzar mi tercer orgasmo, soltando un único y grumoso chorretón de esperma que salió sin fuerza, quedando adherido a mi bálano y mis dedos mientras imaginaba que era yo el que se corría en la cara de Alexa.

Mientras eyaculaba, observé cómo la actriz porno cogía las riendas de la situación, sujetando el impetuoso pollón de Alberto para encararlo correctamente, logrando que el nuevo lechazo le manchara el pómulo, salpicándole hasta la frente, y el resto cayera sobre su la lengua, deslizándose por los costados hasta quedar colgando de la barbilla femenina.

Aunque me pareció una descomunal corrida, Alexa daba la impresión de querer dejarlo bien seco, pues le dio una buena succión al glande antes de darle un último lengüetazo, dejando que un contundente reguero de semen quedara enganchado entre sus labios y la punta de la enorme verga, que no dejaba de dar pequeños respingos.

—Te lo has pasado bien con Alexa, eh, Pepe — escuché como Alberto se burlaba de mí una vez más.

Sin poder de reacción ante las constantes provocaciones del cámara, desvié mi atención hacia la actriz porno, que se estaba vistiendo apresuradamente y ya no parecía estar tan risueña.

—Mierda… —balbuceaba mientras se limpiaba los restos de la corrida que aún le manchaba el rostro—. ¿Qué he hecho?

Pensé que Alberto diría algo, pero solo gesticulaba con prepotencia, como si le diera absolutamente igual lo que había ocurrido. Me sentí fatal por Alexa.

—Yo… —quise consolarla.

—Mejor no digas nada, ¿vale? —me cortó, malhumorada—. Tío —se dirigió a Alberto—, tú y yo ya hablaremos.

—Claro —sonrió con suficiencia.

—Esto no puede volver a pasar —concluyó Alexa, dirigiéndose al cuarto de baño para acabar de limpiarse.

—Joder, Pepe, le echo un polvo de puta madre y se enfada. ¡No hay quien entienda a las mujeres! —rio.

Esa fue la última vez que tuve contacto con Alberto antes de que se hiciera actor porno. Y también fue la última vez que vi Alexa Tomas, al menos fuera de mis sueños, pues desde entonces se convirtió en mi nueva diosa, sustituyendo a Norma como la musa de mis pajas. No podía dejar de recordar cómo se había dejado llevar por un prometedor mocoso que estaba haciendo su primer trabajo en el mundillo y por culpa del cual se acabó rompiendo su relación de pareja. Cada vez que pensaba en esa infidelidad, vivida casi en primera persona, se me ponía la polla como una piedra.

Tras la inesperada experiencia con la actriz porno, mi vida volvió a la rutina habitual. Por suerte, dejando de lado mi indeseable trabajo, poco a poco fui recuperando la relación con mi mejor amiga. El distanciamiento y lo ocurrido con Alexa me habían venido bien y, aunque no volvimos a ser los mismos, al menos nos acercábamos. Hasta que, a principios de verano, recibí una fatídica llamada de Jacobo.

—¿Qué pasa, tío? —contesté alegremente.

—Pepe, tenemos que hablar —me dijo con severidad—. ¿Cuándo te va bien que nos veamos?

Su excesivo formalismo me intranquilizó.

—¿Ha pasado algo?

—Mejor lo hablamos en persona —acentuó más la gravedad del asunto.

—Joder, tío, me estás preocupando.

—¡Mierda, gilipollas! He recibido un video tuyo de una web porno en el que sales hablando de Norma. Me quedé sin palabras.

Comentarios

  1. (OoO) Dos relatos "seguidos". Solo por eso nota máxima.
    PD. Me encanto el doppelgänger. ;)

    ResponderEliminar
  2. ¿Solo por eso? :(
    La verdad es que con todo el tema del covid he tenido unas vacaciones más tranquilas de lo habitual y he podido dedicarme más a escribir. Aunque también es cierto que eran dos relatos que ya tenía empezados.

    Esto me interesa: ¿conocéis a la actriz porno Alexa Tomas? Para quien no la conozca he añadido una imagen de cómo se presenta a la cita. ¡Ah! Y os podéis hacer una idea de cómo es el habitual estereotipo de mujer protagonista de mis relatos (con un poco más de pecho, eso sí).
    ¿Os gusta cómo la he representado en el relato?

    ResponderEliminar
  3. Quizás empieza un poco rara la historia pero luego ya va cogiendo forma. Interesante relato aunque no he podido terminarlo ;-) un día de estos vuelvo para terminarlo.

    ResponderEliminar
  4. Espero que no lo hayas podido terminar por una buena razón :P
    Por curiosidad, ¿por dónde te has quedado?

    ResponderEliminar
  5. No puedo decir que el relato sea malo, ni mucho menos, porque sin duda es bueno. Pero me ha dejado un mal cuerpo terrible de principio a final, que no se si es lo que buscabas o no con el mismo. Desde luego, me parece cualquier cosa menos erótico. Pero sin duda que haya generado ese efecto es buena muestra de lo bien que lo has escrito.

    En cuanto a tu pregunta, justo "descubrí" a Alexa Tomas hará un par de semanas. Aunque siempre me había imaginado a las protagonistas de tus relatos más en línea con Kortney Kane o Peta Jensen (con menos pecho).

    Requiem

    ResponderEliminar
  6. Casi casi hasta el final, cuando Alberto va a terminar.

    ResponderEliminar
  7. jajaja Fer33, ¡entonces no te queda nada!

    Bueno, Requiem, es lo que pasa cuando el personaje humillado que habitualmente meto en mis relatos lo uso para narrar en primera persona, que la historia se convierte en un drama.
    No obstante, espero que sí haya lectores a los que les excite la escena de sexo. La gracia está en que alguien tan sumamente experto como una actriz porno sucumba con alguien mucho menos preparado que sus compañeros de profesión, aunque tenga las dotes, de ahí que acabe entrando en el mundillo.

    ¡Ostras! Kortney Kane también es perfectamente válida como estereotipo de protagonista femenino de mis relatos, sin ninguna duda. De hecho, podría ser una Alexa con más pecho jeje
    Sin embargo, Peta Jensen no tanto. Para mí no es tan guapa/atractiva de cara como las otras dos.

    Por cierto, como dato anecdótico, ¡habéis comentado exactamente en el mismo minuto!

    ResponderEliminar
  8. Bufff, que calores. Me van a echar del trabajo. Me paso la mañana leyendo estos relatos tan calientes. Que ganas de llegar a casa para poder hacerme un dedo.
    Relato Genial!

    ResponderEliminar
  9. :)

    Espero que disfrutaras ese dedo.

    Yo he de confesar que he llegado a escribir en el trabajo durante épocas con poca faena y temía si alguien me hacía levantar de la silla jajaja

    Gracias por el comentario. Me alegro de que te haya gustado.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario