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Un joven pueblerino en la ciudad - Segundo curso

Sinopsis: El joven chico de pueblo regresa a la ciudad tras las vacaciones estivales y deberá gestionar la relación con sus amigos y caseros.

14

El viaje de regreso a Almería se le hizo eterno. El autobús parecía no querer avanzar. Josito se moría de ganas de volver a ver a Celia.

Le había dado muchas vueltas a la conversación que tuvieron antes de las vacaciones, pero aún no sabía cómo afrontarlo. En el fondo, ni él mismo se creía que fuera posible que su casera entrara en ese juego.

—Hola, guapo —le saludó Alicia, que había ido a recogerlo a la parada.

—Eh, ¿qué tal, chula? ¿Cómo han ido las vacaciones?

Se fundieron en un abrazo. Lo cierto es que su compañera de universidad se había convertido en alguien importante para él.

—¡Jolín! ¿Has dado un estirón o qué? Estás más alto —sonrió, separándose de su amigo para echarle un buen vistazo.

—Mi madre, que hasta que no me acabo el plato no me deja levantarme de la mesa —bromeó.

Ambos se fueron a tomar algo y no fue hasta unas pocas horas después cuando Josito llegó al piso de Alonso y Celia.

—¿Hay alguien en casa? —saludó, nada más abrir la puerta.

—Pasa —respondió el anfitrión—. Pensé que llegabas antes.

—Me han liado —replicó con gracia—. ¿Y Celia?

—Está en la ducha. En seguida sale.

—Genial.

Cuando la vio aparecer, se le aceleró el corazón. La morena, aún con el pelo ligeramente humedecido, luciendo un vestido veraniego de una sola pieza, seguía tan espectacular como siempre.

—Hombre, el niño de la casa —le saludó jocosamente.

Celia no pudo evitar una sonrisa maliciosa al ver el gesto de disgusto de Josito.

—Es broma —aclaró—. Anda, dame dos besos.

—Oye, ¿has crecido? —inquirió Alonso con tono socarrón, observándolo junto a su chica.

—Ya mismo te saco una cabeza —chanceó con su casera.

—¿Los jóvenes de hoy en día no paráis de crecer o qué? —rio ella.

Josito se la quedó mirando y Celia mantuvo el desafío durante unos instantes.

—Pero aún tienes que ponerte fuerte —concluyó con cierta sorna, pues su inquilino seguía siendo un muchacho flacucho.

—Bueno, deja tus cosas en la habitación —indicó Alonso—. Así me ducho y tienes el cuarto de baño libre para cuando termines.

En cuanto el treintañero se alejó hacia el aseo, Josito aprovechó para comerse a su novia con los ojos.

—¿Ahora vas a desnudarme con la mirada cada vez que nos quedemos a solas? —le reprochó.

—Tenía muchas ganas de verte…

—Ya lo veo, ya… —se resignó, no sin evidenciar un cierto desdén.

—Pero solo miro, no hago nada más —soltó lo primero que se le ocurrió, sin pensar demasiado.

A la morena se le escapó una leve sonrisa. Aunque el pueblerino había dado un pequeño estirón y parecía que se estaba volviendo un pelín descarado, seguía siendo el mismo crío de siempre.

—Ya hablaremos tú y yo —le reprendió—. Anda, vete para tu cuarto, marrano —zanjó la situación graciosamente.

15

Antes de reanudar las clases, Josito también quiso quedar con Marcus. Junto a Trini y Abigail, los cuatro fueron a un centro comercial. Tras tomar algo y echar algunas partidas mientras charlaban de las vacaciones estivales, acabaron dando una vuelta por las tiendas de ropa.

—Odio esta mierda, gallego —rechinó el latino, observando cómo las dos veinteañeras iban de un lado para otro, sin dejar ni una sola prenda por mirar.

—Pues yo necesitaría algo de ropa, la verdad…

—¿Tú también? —sobreactuó con un gesto de desesperación.

—Sí, a ver si quedo con Alicia. Es mi asesora personal —rio.

—Díselo a Trini. A ella le encanta.

—Mejor no…

Marcus carcajeó.

—¿Le tienes miedo?

—Un poco… —bromeó.

—¡Baby! —llamó a su chica.

—¿Te gusta? —se giró, mostrándole un pequeño top que no debería cubrirle demasiado.

—Tú estás on fire con lo que te pongas —se aproximó a ella para agarrarle una nalga, apretándosela con fuerza, antes de darle un buen morreo.

—Ah, joputa, me haces daño… —rechistó, mordiéndole el labio a su chico.

—Ayuda a Josito, que quiere comprarse algo de ropa —le ordenó, dándole una palmada en el culo.

Trini miró al pueblerino, sonriéndole perversamente.

—Vale, vente conmigo —le agarró de la muñeca para llevárselo a la sección masculina.

—Y tú, ¿necesitas mi ayuda? —Marcus se dirigió a Abigail, mostrándole una sonrisa ladina.

—No veas cómo la tratas, ¿no? —protestó.

—¿Tienes alguna queja? —se acercó a ella.

—¿A mí también me quedaría bien? —inquirió, mostrándole el mismo top que previamente le había enseñado Trini.

—No lo sé, tendría que vértelo puesto…

—¿Vamos a los probadores?

—Claro —la sujetó por la parte baja de la espalda, guiándola hacia el fondo de la tienda.

Mientras tanto, al otro lado del establecimiento, Trini iba seleccionando la ropa que quería que Josito se probara.

—¿Qué talla usas, pequeñajo? ¿Una XS? —se burló.

—Muy graciosa… —replicó de mala gana.

—Va, no te enfades, que este año te veo más crecidito —se rio.

—No sé, una M o una L…

Trini se lo quedó mirando.

—Una M está bien, mi arma. Marcus usa una XL y ni te acercas —apostilló justo antes de desviar la atención hacia otro lado, en un más que evidente gesto de menosprecio hacia el joven pueblerino.

—Bueno, ya está bien —reaccionó, cogiéndola del brazo para voltearla, quedando ambos de frente.

—Por fin le echas huevos… —le sonrió con malicia.

—Sí, aquella noche te miré —reveló—. Porque estás muy buena.

Trini remarcó aún más su sonrisa, satisfecha al oír la confesión del amigo de su novio, que sin duda estaba más espabilado. Y eso le gustaba.

—¿Me lo vas a estar echando en cara toda la vida? —añadió el pueblerino.

—Si no dejas de mirarme, chiquillo —dibujó una expresión rebosante de orgullo—. Pero sigo siendo mucha mujer para tan poco niño. No lo olvides nunca, pervertido —transformó el gesto en desdén, tirando del brazo para deshacerse del agarre de Josito.

—Serás zorra… —se le escapó.

—No te llevas una hostia porque no quiero que Marcus te mande al hospital. Gilipollas…

Cuando el latino vio que la cortinilla se abría, se aproximó al probador.

—¿Y bien? —inquirió Abigail, girándose hacia la pareja de su amiga.

Marcus se adentró en el pequeño habitáculo.

—Te queda bien.

—Pensé que te gustaría más…

El novio de Trini dibujó una mueca de suficiencia.

—¿Quieres que te diga que estás on fire con lo que te pongas? —masculló, dibujando el inicio de una pérfida sonrisa mientras cerraba la cortinilla tras de sí.

—Sí.

A pesar del escaso espacio, se acercó aún más a ella. Ya estaban prácticamente pegados el uno al otro. Y entonces le agarró una nalga, estrujándosela, igual que hiciera anteriormente con su chica.

—Ah… —rechistó ella, sintiendo la fuerza con la que le pinzaba.

—Estás deseando que te trate como a tu amiga… —balbuceó, viendo el rostro desencajado de la rubia, que no dijo nada.

¡ZAS!

—Uhm… —sollozó Abigail tras sentir el fuerte azote en el culo, justo antes de dejarse comer la boca.

—Arrodíllate, que quiero ver cómo te queda desde arriba.

Ella obedeció, no sin antes darle un último lengüetazo en los labios. Y, mientras se agachaba, observó cómo el novio de su amiga se desabrochaba el pantalón.

—Uf… menudo hijo de puta estás hecho…

—Otra españolita que me va a mamar la verga —ostentó mientras se sacaba la polla, ya morcillona.

—Uhm… ¿nos estás conquistando poco a poco, cabrón? —desdeñó con sorna, sin quitar ojo a la bragueta del latino—. Joder, tienes un buen rabo… —afirmó, agarrándole el tronco con una mano para empezar a meneárselo, sintiendo cómo se le iba enardeciendo—. Trini no mentía…

Marcus le agarró la cabeza, hundiendo los dedos en su pelo rubio para atraerla hacia él.

—Calla y chupa, mala puta.

—¡Ah! —soltó un bufido, dejando caer un reguero de babas al sentir semejante miembro, ya completamente duro, golpeándole la garganta.

—Vamos a tener que ir rápido —le advirtió, empezando a follarse su pequeña boca—. Así que prepárate para tragártelo todo, españolita, que no va a ser poco…

—Uhm…

16

—¿¡La prima de Esteban!? —inquirió Josito, sorprendido—. ¿Aquella que vino al pueblo el verano pasado?

—Sí, bro… —confirmó Gabino al otro lado del teléfono.

—Pero si era una cría…

—Habló el maduro, ¡no te jode! —reaccionó jocosamente, provocando las risas de su amigo—. Pues no veas cómo le han crecido las tetas…

Mientras el chico de la Alpujarra seguía alardeando de cómo le había metido mano a aquella niña de apenas 16 años, Josito comenzó a divagar en su mente, pensando en su casera. Ya habían pasado unos cuantos días y ella seguía comportándose como si no hubiera ocurrido nada.

—… más grandes que las de tu novia —bromeó Gabino.

—¡Que Alicia no es mi novia!

—Hola… —saludó Celia, acompañada de Alonso, nada más entrar al piso.

—Te tengo que dejar… —concluyó la conversación repentinamente con su mejor amigo, colgando la llamada sin darle opción a réplica—. Hola —se giró hacia ellos.

—¿He oído algo de una novia? —sonrió la treintañera.

—Nada, mi colega del pueblo, que ha conocido a una.

—Vaya, pensé que te habías echado una amiguita… —bromeó Alonso, sin mostrar mayor interés, adentrándose en el pasillo para dirigirse a la habitación.

Josito se quedó mirando a Celia. Ella le aguantó la mirada y, tras unos breves segundos de incertidumbre, sonrió.

—¿No has conocido a ninguna este verano?

—¿Qué hay de lo nuestro? —soltó apresuradamente, aprovechando que se habían quedado a solas, pues tenía la sensación de que no podía demorar más el tema.

—He guardado el secreto, Alonso no sabe que eres virgen —reaccionó con total naturalidad, restándole toda la importancia al asunto—. ¿O ya no lo eres? —volvió a sonreír, ahora ampliando aún más la bella mueca.

—No me refiero a… —se calló cuando su casero regresó al salón.

—¿De qué habláis? —preguntó.

—De nada —mintió Celia—. Josito, que me está vacilando, dice que no sabe con cuántas chicas se ha liado este verano —bromeó, regalándole una última sonrisa cómplice al joven pueblerino.

—¡Qué envidia! —chasqueó Alonso graciosamente, mirando a su inquilino.

—¡Oye! —se quejó ella con semblante alegre—. Tendrás tú queja… —aumentó la preciosa sonrisa mientras su chico se acercaba para acabar rodeándola con un brazo.

Josito, viendo cómo la pareja se besaba, frunció el ceño.

Esa misma noche, mientras el hombre de la casa se duchaba, fue la propia Celia quien acudió al cuarto de su inquilino.

—Oye, ¿qué querías decirme antes? —indagó en voz baja.

—Tú y yo tenemos un acuerdo.

La treintañera torció el gesto.

—No sé yo… Además, tú mismo lo dijiste. Solo miras, no haces nada más —replicó, haciendo uso de las propias palabras de Josito para marcarle los límites claramente.

—¿Qué tal con Alonso?

—No es asunto tuyo.

A Celia le dio un poco de rabia. Aunque la pareja había recuperado el tiempo perdido durante el verano, su inquilino conocía ese punto débil y parecía querer explotarlo.

—Es importante para nuestro acuerdo mutuamente beneficioso —insistió él, ahora con una tenue sonrisa.

—No te flipes, Josito. Podemos mantener nuestro secreto y tener cierta complicidad al respecto. Puedes mirar, sin pasarte. Al fin y al cabo ya lo has hecho antes y no puedo evitarlo. Pero ya está.

—¿Y tú?

—¿Qué quieres decir? —inquirió, intrigada.

—Necesito espabilar… ¿recuerdas?

Ahora Celia soltó una fuerte carcajada, pues no se lo esperaba.

—Lo vamos viendo —concluyó apresuradamente, sin mayor pretensión, cuando dejó de escuchar el sonido del agua de la ducha.

Aunque no había querido darle alas, lo cierto es que la morena no fue lo suficientemente contundente al respecto. Y eso hizo que, durante las siguientes semanas, Josito se comportara de un modo más desinhibido. Tampoco es que hiciera nada malo, pero comenzaba a ser habitual que la mirara con mayor descaro y que, a la mínima, le recordara su supuesto trato.

—¿Te ayudo? —se ofreció el joven pueblerino al llegar al piso y encontrarse a su casera ataviada en las tareas del hogar.

—No te preocupes, si estoy terminando —le sonrió afablemente, agradecida por el gesto—. ¿Tienes algo para planchar? Aprovecha… —amplió la sonrisa, exhibiendo toda la extraordinaria belleza de su rostro.

—Creo que no… —contestó, acoplándose en el sofá.

Josito se fijó en Celia que, dándole la espalda, seguía a lo suyo, ahora quitándole las arrugas a unos pantalones de su novio.

—¿No pones la tele? —inquirió ella, sin ni siquiera llegar a voltearse.

La morena llevaba ropa cómoda. Arriba, vestía una camiseta holgada. Pero lo que llamó la atención del chico fue la prenda de abajo, unas mallas grises, completamente ceñidas, que esbozaban cada una de las líneas de las estilizadas piernas femeninas. Aprovechó para recorrer cada milímetro de la prenda con la mirada, subiendo hasta su trasero, deleitándose con la rechoncha forma de los cachetes mientras pretendía intuir el apetitoso bultito que su casera debía tener bien marcado entre las ingles.

—¿Me estás mirando el culo? —reaccionó al fin, girando el cuello para recriminárselo tras los largos segundos de silencio en los que pudo sentir los ojos del pueblerino clavados en sus nalgas.

La sonrisa traviesa de Josito lo dijo todo.

—Vaya tela… —soltó la treintañera con resignación, volviendo a sus quehaceres para acabar de planchar lo antes posible.

Inicialmente a Celia no le hizo mucha gracia y solía reprocharle esas actitudes. Pero tampoco se enfadaba. Al fin y al cabo habían llegado a algo parecido a un acuerdo que para ella no tenía mayor relevancia. Aunque Josito pudiera considerarlo una suerte de juego picantón, la treintañera no dejaba de ver a su joven inquilino como si fuera una especie de sobrino o primo pequeño. En definitiva, no era más que un niño travieso. Así que se lo iba permitiendo, siempre que no pasara de ahí ni se enterara Alonso.

Eso provocó que el vínculo entre ambos fuera en aumento, empezando a ser costumbre que, estando a solas, se dedicaran ciertas miradas de complicidad cuando él la observaba con mayor desfachatez de la debida, hasta que el muchacho se atrevió a hacerlo incluso cuando no debía.

—¿Y cómo van las clases? —se interesó Alonso mientras terminaban de cenar, sentado en la mesa junto a Celia y el joven universitario.

—Yo creo que en unos meses ya te puedes lesionar —bromeó él, provocando las carcajadas de sus caseros.

—¿Queréis algo más? —inquirió el anfitrión antes de levantarse para comenzar a recoger los platos.

—Yo me he quedado genial —indicó Celia mientras su chico se dirigía a la cocina, alzándose para darse unos golpecitos en el vientre, como evidenciando que estaba satisfecha.

El gracioso gesto femenino hizo que, irremediablemente, el contundente contorno de sus apetecibles pechos quedara resaltado a la vista de Josito. Y, como un resorte, los ojos del pueblerino se activaron.

—Oye, que está en la cocina —le reprendió ella en voz baja.

—Cuando vuelva, dejo de mirar —replicó con un tonillo jocoso.

La anfitriona reaccionó con un semblante sonriente, estirando el brazo para taparle la visión mientras adoptaba una divertida mueca, que disimuló en cuanto regresó su chico.

—Tú no querías nada, ¿no? —preguntó Alonso al pueblerino tras terminar de limpiar la mesa, antes de tomar asiento en el sofá.

—Estoy servido —contestó, observando cómo Celia se alejaba hacia el cuarto de baño.

La morena pareció intuir como si Josito aún mantuviera la mirada. Se extrañó, pues evidentemente nunca lo había hecho en presencia de su novio. Giró el cuello y, para su sorpresa, descubrió la persistencia del niñato, que la seguía contemplando con cara de salidillo. Tras él, atisbó a un absorto Alonso, sentado a unos pocos metros de distancia, viendo la tele. Y entonces se le aceleraron las pulsaciones, viéndose obligada a reaccionar con un encubierto gesto de desaprobación, abriendo los ojos como platos para recriminárselo en silencio, procurando evitar que su chico los pillara.

Aquello importunó a Celia, a la que no le gustó la incipiente sensación de estar ocultándole algo a su pareja. Sin embargo, procurando evitar que Alonso acabara mosqueándose por una tontería, la treintañera no tuvo más remedio que terminar acostumbrándose al nuevo estilo de convivencia impuesto por su joven inquilino.

Y es que, con el paso del tiempo, la morena fue restándole importancia. En el fondo, debido a la corta edad de Josito y su evidente inexperiencia, la situación cada vez le molestaba menos y al final ya le hacía más gracia que otra cosa. Así, ante las insistentes muestras de descaro del cada vez más osado muchacho, comenzó a regalarle traviesos gestos de censura que terminaban en encubiertas sonrisas no carentes de cierta sensualidad. Y todo siempre a escondidas de su novio. Aunque estaba claro que para ella seguía sin significar absolutamente nada, debía admitir que tampoco le disgustaba ese inocente juego con el pueblerino, pues le resultaba divertido.

Ya en las postrimerías del otoño, la complicidad entre ambos era total.

—¡Buenas! —saludó afablemente Alicia al entrar al piso junto a su amigo Josito.

Celia estaba sola en casa, sentada en el sofá, haciendo uso del portátil para terminar algunos temas del trabajo.

—Hola, chicos.

—Venimos a estudiar —indicó el de la Alpujarra, comenzando a dirigirse a su cuarto.

—La semana que viene tenemos un parcial de Afecciones Médico-Quirúrgicas —aclaró la joven con tono de resignación.

—Podéis quedaros si queréis —les propuso la anfitriona—. Yo estoy con unas cosillas del trabajo —añadió, volviendo la vista nuevamente a la pantalla.

—Vale —aceptó Josito.

—Si te molestamos nos dices —indicó Alicia.

—En un rato os molesto yo a vosotros —chanceó la treintañera—. Que estoy aburrida —concluyó, provocando las risas del par de jóvenes.

Celia terminó lo que estaba haciendo mientras oía a los dos universitarios hablando sobre patologías, aparatos médicos o tratamientos quirúrgicos entre otros.

—Vaya rollo —soltó graciosamente, dirigiéndose a la mesa donde se encontraban los veinteañeros.

—Vente —le indicó Josito, dedicándole una de sus típicas miradas, comiéndosela con los ojos.

Celia, como ya era habitual, contuvo una sonrisa no carente de cierto morbo mientras disimuladamente le dedicaba un gracioso gesto de reproche.

—Explícame qué es eso de la etilogía endógena y exógena —solicitó, llegando a la altura de su inquilino.

—Etiología —la corrigió él, provocando que Celia le diera un pequeño capón en el hombro.

—Es lo que he dicho —reaccionó con un gracejo completamente natural.

—Sí, claro —sonrió Josito—. Ven, que te explico —la rodeó por la cintura, atrayéndola hacia él.

La novia de Alonso se sorprendió. Era la primera vez que su inquilino actuaba con tanta seguridad. El contacto duró tan solo unos segundos, lo justo para no resultar sospechoso, así que ni se inmutó. Dobló la cintura y se agachó para mirar el libro.

—A ver, cuéntame.

Mientras Josito comenzaba sus explicaciones, Celia se percató cómo al muchacho se le iban los ojos, procurando no perder detalle del volumen de sus tetas, que en esa postura, caían con contundencia, marcando claramente el contorno en la camiseta. Observó que Alicia no levantaba la vista de sus apuntes, así que jugó con su inquilino, colocando un dedo en su barbilla para movérsela y que desviara la sucia mirada.

—Eso no es así —reaccionó la joven del mechón, alzando el rostro para relevar a su compañero de estudios en la explicación.

Y entonces fue cuando la treintañera sintió la caricia de su inquilino. Fue suave y breve, pero inconfundible. La mano del pueblerino se posó en su cadera durante unos segundos, llegando incluso a rozarle tenuemente la parte lateral del trasero.

—¡Que no te enteras! —concluyó Alicia jocosamente, volviendo a agachar la cabeza, revisando sus papeles.

Celia desvió la atención inmediatamente hacia Josito, reprochándole el gesto con una fulminante mirada, pero el estudiante reaccionó con una sonrisa maliciosa antes de escribir en una hoja: Necesito espabilar.

17

Josito estaba sentado en el sofá, viendo la televisión tranquilamente cuando alguien, desde atrás, le mostró un papel. En seguida reconoció su propia letra.

—Me parece que tú ya has venido bastante espabilado del pueblo —le regañó su casera.

El chico sonrió.

—Si solo miro… —alzó la vista para contemplarla.

Celia rodeó el sofá para colocarse frente a él. Vestía unos tejanos ajustados y una camiseta negra ceñida, mostrando el inicio del canalillo gracias al generoso escote de la elegante prenda.

—No el otro día… —le reprochó.

—¿Qué hice?

—No te hagas el tonto. Cuando viniste a estudiar con Alicia…

Josito volvió a sonreír.

—Lo de las miraditas… pues vale —le sermoneó—. Pero las manos quietas.

—¿Y cómo pensabas espabilarme?

Celia soltó una carcajada.

—A ver, chaval, que no soy tonta —le recriminó, ahora con una graciosa mueca.

—¿Qué quieres decir?

—Pues eso… que me parece a mí que tú ya estás bastante espabilado —comenzó a relajar el gesto.

—¡Qué va!

Ambos se quedaron en silencio, mirándose con la agradable complicidad que habían desarrollado durante las últimas semanas.

—Si no sé ni dar un beso —soltó Josito finalmente.

—¡Anda ya! —reaccionó ella con naturalidad.

—Te juro que nunca me he besado con una chica.

Ahora la morena se rio, pensando que el pueblerino le estaba tomando el pelo.

—Oye, que es verdad —insistió el joven.

—No me lo creo —replicó con una mueca divertida.

—Podrías enseñarme.

—¡Me meo! —reaccionó con gracia, como si le hubiera salido del alma, ahora destornillándose.

—Oye, pero no te rías…

—Vale —gesticuló, procurando calmarse—, lo siento —se mordió ambos labios, en un gesto de lo más sensual, buscando contener el semblante risueño.

—Una vez estuve frente a una chica… llegué a sentir su aliento… me hizo cosquillas… —sonrió inocentemente.

—¿Lo estás diciendo en serio? —preguntó, ya más sosegada, comenzando a pensar si su inquilino estaba diciéndole la verdad.

—¡Jolín, que sí!

—Uhm… —dudó unos instantes—. La próxima vez tienes que ser más decidido. Si la chica se aproximó es que también quería besarte.

—Ya, pero no me atreví.

—Pues muy mal —le sonrió.

—Es que cuando tú te acercaste… resultó que solo era un juego… —argumentó.

Las hirientes palabras de Josito lograron hacer que Celia se sintiera culpable por lo que ocurrió aquel día.

—Ya… —no supo muy bien qué decir.

—Si tú pudieras ayudarme…

—¿Y qué quieres que haga yo? —se hizo la sorprendida.

—Enséñame a besar.

—¡Sí, claro! —se quejó.

—Necesito espabilar… —procuró poner cara de niño bueno.

—De verdad, Josito, a quién se lo cuente…

—Es que no sé si he de separar los labios o sacar la lengua o… —comenzó a divagar mientras gesticulaba con la boca.

—¡Anda, para, para! —le cortó ella—. Que no es tan difícil… solo tienes que… —soltó un gruñido.

—¿¡Qué!?

—Solo tienes que dejarte llevar… —se aproximó a él.

En cuanto Josito vio que su casera se sentaba a su lado, cogió un cojín para taparse.

—Vaya tela… —soltó la treintañera, bajando los párpados en un gesto de resignación.

—Es que estás tremenda… —la piropeó, sacándole un sonrisa, mientras clavaba la mirada en su imponente canalillo.

—Esto que no salga de aquí —le advirtió, colocando un dedo bajo la barbilla masculina para alzarle el rostro y que dejara de mirarle las tetas—. Cierra los ojos y déjate llevar… —indicó, ahora rodeando el cuello del muchacho con la otra mano.

El pueblerino no se lo podía creer. ¿¡Estaba a punto de besarse con esa auténtica diosa!? En cuanto percibió la suave calidez del aliento de su casera colándose entre sus dientes se alteró, notando cómo le respingaba el miembro viril que, oculto bajo el cojín, ya lo tenía hinchadísimo, a punto de reventar.

Celia no pudo evitar una tierna sonrisa al sentir el inocente roce con los temblorosos labios de su joven inquilino, que no tardó en separarlos torpemente. Y entonces, de repente, advirtió la lengua de Josito. Se sorprendió, pues no se lo esperaba. Y menos aún la forma en cómo le lamió. El niñato lo hizo con una suficiencia ciertamente inusitada, en un gesto de lo más sucio, llegando incluso a erizarle la piel del pescuezo. Y antes de que pudiera darse cuenta, el chico se aferró más a ella, tomando el control a medida que incrementaba la virilidad del gesto, aumentando el contacto de las comisuras y la fuerza con la que la chupada, comiéndole ya toda la boca. El cabroncete estaba aprovechando su oportunidad, dándole un auténtico morreo. Y se puso nerviosa.

—¡Eh! —se quejó, dándole un pequeño empujón para apartarlo.

—¿Lo he hecho mal? —puso una carita de cordero degollado.

La novia de Alonso lo escudriñó con la mirada.

—¿Seguro que no sabías besar? —inquirió, con el gesto fruncido.

—¡Claro que no! —se hizo el ofendido.

—Bueno, pues ahora ya sabes —le dedicó un último vistazo, no teniendo muy claro si el chico de pueblo se la había jugado.

18

Alonso, que tenía un partido de fútbol en apenas una hora, se estaba preparando para salir de casa cuando…

—Mierda… —maldijo al escuchar el timbre—. ¿Quién es ahora? —rechistó mientras se dirigía a la puerta, aún con la camiseta sin poner, llevándola en la mano.

Tras un breve vistazo por la mirilla, decidió abrir.

—Hola.

—Hola, Alicia. ¿Qué haces aquí?

La joven del mechón no pudo evitar el impacto de toparse con el torso desnudo del casero de su amigo, echándole un buen vistazo mientras el treintañero acababa de colocarse la camiseta frente a ella.

—¿No está Josito? —reaccionó finalmente—. Habíamos quedado para ir a tomar algo.

—Estará a punto de llegar. Pasa —la invitó.

—¿Sales? —inquirió ella al verle con prisas.

—Sí, tengo partido.

—¿Fútbol?

—Sí.

—¿Haces mucho deporte? —se interesó amablemente.

—Un poco, ¿por?

—No sé, te veo en forma —sonrió con cierta picardía.

Alonso no era tonto. Se sintió adulado y le correspondió con otra sonrisa.

—Gracias. Tengo una chica que está tremenda —le quiso dejar las cosas claras de una forma sutil—. Tengo que estar a la altura.

—¡Buenas! —saludó Josito nada más entrar al piso.

—Mira, ya lo tienes aquí —indicó Alonso, cogiendo la bolsa de deporte para dirigirse hacia la puerta.

—Llegas tarde —le recriminó Alicia jocosamente.

Un rato después, los dos compañeros de Universidad se encontraban tomando unas cervezas en un bar.

—Tengo que contarte algo —advirtió Josito.

—Sorpréndeme —respondió ella con una de sus típicas sonrisas repletas de alegría.

—Me he besado con mi casera —confesó con el semblante serio.

Josito llevaba unos días intranquilos. Tras el morreo con Celia no sabía cómo reaccionar. Jamás pensó que su casera pudiera caer en la trampa y necesitaba desahogarse, contárselo a alguien. De primeras pensó en Gabino, pero se imaginó lo que diría. No quería oír sus sucias fantasías ni sus reproches por no habérselo explicado antes.

—Anda ya… —reaccionó ella sin alardes.

—Que sí, que no fue más que… una especie de juego, pero…

—A ver, Josito, no te hagas líos.

—¿Qué quieres decir?

—Mira, no sé lo que habrá pasado, pero no te flipes. Esa mujer es… no sé… mucha mujer, ya me entiendes.

—Que soy poca cosa, vaya.

Alicia rio.

—No es eso. Es que es tu casera, te saca 15 años… ¡Joder, es raro! Y, tío, que tiene maromo. Y está bueno, por cierto.

—¿Ahora te gusta Alonso? —se hizo el ofendido, haciendo que Alicia volviera a reír.

—A ver, el hombre tiene un polvazo —le sacó la lengua, en un claro gesto de complicidad, recordando la excitante visión de la desnudez de su masculino torso.

—Chula, no me ayudas.

Ambos sonrieron, antes de dar un trago a sus cervezas.

—Tú lo que necesitas es salir de fiesta —sugirió ella, ampliando aún más la sonrisa.

Ahora Josito rio.

—Lo que quieres es que piense en otra cosa, vamos… —dedujo, escudriñándola con la mirada, en un gracioso gesto, justo cuando sonó su móvil—. Es mi amigo Marcus, están aquí al lado.

—¿Nos apuntamos?

—Oye, ¿tú y él…?

—No empieces Josito…

—No me gusta para ti —bromeó, provocando las risas de Alicia mientras pedían la cuenta.

Y tan solo unos minutos después, ya se encontraban en el local donde Marcus los esperaba.

—Eh, gallego, quiero presentarte a alguien —le saludó efusivamente como en él era habitual.

—¿No será otra novia que me odie? —bromeó, provocando las carcajadas del latino.

—Es mi sister. ¡Camila! —la llamó.

Ante los ojos del pueblerino apareció una mulata espectacular, de piel morena, con una melena negra como el azabache. Al igual que a su hermano, se le notaban los rasgos latinos del precioso rostro, en este caso completamente maquillado. Además, tenía un cuerpazo de escándalo, lleno de curvas, con unas tetas más normalitas, pero un culazo tremendo, rechoncho, sin llegar a ser exagerado. Le llamó la atención el tatuaje del ave fénix que recorría todo el costado de su torso, visible tras las transparencias de las prendas que lucía.

—Vigila con este, que es un guarro —soltó Trini, apareciendo justo por detrás de ella.

Camila rio.

—A mí me gustan los guarros…

Josito no pudo evitar reaccionar con una sonrisa tonta mientras observaba lo buena que estaba la hermana de su amigo. Trini, Abigail, Camila… ¡vaya pibones! En ese momento creyó que conocer a Marcus era lo mejor que le había pasado en la vida.

Tras las presentaciones, estuvieron charlando un rato.

—Entonces, ¿acabas de llegar a España? —se interesó el chico de pueblo.

—Sí, este verano estuve unos días visitando a mi brother. Y decidí regresar. Me gustaron los andaluces —sonrió, poniendo una pícara mueca.

—Yo soy andaluz —bromeó él, haciéndola reír.

—No eres de la edad de Marcus, ¿verdad?

—No, ahora tengo 19

—Pareces más joven…

—Te lo dije, renacuajo —soltó Trini, surgiendo de repente.

Josito frunció el ceño mientras la almeriense cuchicheaba algo al oído de Camila, haciéndola reír.

—No te creas nada de lo que te diga —soltó él, a la defensiva.

—No estábamos hablando de ti —replicó la novia del latino con sorna—. No seas tan creído, que no te lo mereces —se burló.

—Tenemos la misma edad, andaluz —advirtió Camila en tono guasón—. Estaré viviendo en casa de mi brother, así que ya nos veremos —se despidió, alejándose sin dejar de bromear con la del pelo caoba.

—No les hagas caso —apareció Alicia para calmar las aguas—. Esa Trini te tiene enfilado.

—No sé qué le he hecho…

—¿Mirarle las tetas?

—Touché.

Alicia tenía razón. Esa noche le vino bien para desconectar y entender que no debía obsesionarse demasiado con su casera. Le gustaba la relación de complicidad que tenían, pero era una auténtica quimera pensar que podía aspirar a cualquier otra cosa.

Eso sí, aunque ya habían caído unas cuantas pajas fantaseando con Trini, alguna que otra pensando en Abigail y al llegar a casa se iba a masturbar recordando el excitante encuentro con Camila, Celia no iba a dejar de ser la musa de sus mejores sesiones onanistas.

19

—Nene, tenemos que ir a comprar —aseguró Celia, con la puerta de la nevera abierta, mientras observaba su desangelado interior.

—Lo pedimos para Reyes —bromeó su chico, pues las fiestas navideñas estaban a la vuelta de la esquina.

—Muy gracioso.

—Venga, vamos al Mercadona —propuso Alonso, levantándose enérgicamente del sofá.

—Vale —aceptó la morena—. Me cambio y salimos.

Mientras Celia se vestía con un vaquero ajustadito y un top bajo una elegante chaqueta de cuero, en casa de Marcus, Trini y Josito mantenían una de sus típicas riñas.

—¡Oye! —se quejó el pueblerino—. Que estaba viendo la tele.

—Ya, pero a mí no me interesa lo que estabas viendo… —replicó ella.

—¿Y? De verdad, creo que lo haces adrede.

—¿Lo dudas? —le sonrió maliciosamente mientras zapeaba.

—Si es que ni siquiera sabes lo que vas a ver. Eres… —se resignó, cogiendo el móvil para evadirse y procurar contener la rabia.

Trini soltó una carcajada.

—Es la casa de mi novio y se ve lo que yo quiera.

Y entonces, Josito, asqueado con su actitud, siempre con esos aires de superioridad, dejó el teléfono para alzarse y desconectar el televisor de la corriente.

—Te juro que no te aguanto, mi arma. A ver si este vuelve pronto de comprar —desdeñó en el mismo instante que algo llamaba su atención.

Observó cómo el móvil de Josito perdía algo de brillo y, casi instintivamente, la novia de Marcus se abalanzó hacia el teléfono para reactivarlo justo antes de que se bloqueara.

—¡¿Qué haces?! —se alteró él, pero ya era demasiado tarde.

—Vamos a ver las conversaciones de whatsapp… —indicó con una sonrisa maliciosa mientras trasteaba con el aparato.

—Trini, no te pases…

—Las últimas suelen ser las más interesantes…

—Va, dame el móvil.

—Gabino.

—¡No!

—¡¿Pero esto qué es?! —soltó una carcajada—. Pero qué asco…

—Es… un amigo del pueblo… —se excusó.

—¿Y te sueles enviar fotos de pollas con tus amigos? —frunció el ceño.

—Joder…

Se hizo el silencio.

—Se acababa de rasurar y quería que le diera mi opinión… —explicó Josito.

—Tío, cambia de amigos… —le miró con desdén—. No subo no vaya a ser que me encuentre una foto tuya… —soltó, terminando la frase con un claro sonido de repulsa.

—Dame el móvil, por favor…

—Aún no me he divertido lo suficiente… —volvió a dibujar una pérfida mueca—. Alicia…

Josito cerró los ojos, resignado.

—Esta es tu amiguita, ¿verdad? —prosiguió Trini, revisando la conversación someramente—. ¿A esta no le envías pollas? —se burló—. ¿Quién es Celia?

—¡Nadie! —se quejó, estirándose en un burdo intento de recuperar el móvil.

—Vaya… parece que he dado con algo interesante… —sonrió la andaluza con malicia antes de ponerse a leer literalmente—: Aún estoy flipando con que te hayas besado con Celia. Tío, no sé cómo te lo has hecho, pero enhorabuena campeón —alzó la vista para mirar al pueblerino—. Y carita sonriente —añadió mientras ella misma dibujaba un semblante divertido—. Dime quién es Celia…

—Nadie —insistió.

—¿Quieres que le pregunte a Alicia? —amplió más la maléfica sonrisa, empezando a teclear.

—¡Joder, Trini! Mi casera… —confesó finalmente, ya con cierta sumisión.

La novia de Marcus soltó una contundente carcajada.

—Hostia, mi arma, esa es buena… —esbozó una divertida mueca, como si se sintiera orgullosa de su pequeño pervertido.

Josito, resignado, se la quedó mirando. La cabrona era odiosa, pero estaba tremenda. Y eso le daba morbo. A pesar de cómo lo trataba, no podía evitar verla con buenos ojos.

—En el fondo sé que te lo pasas bien conmigo —cambió el tono—, pero no lo quieres admitir.

La andaluza sonrió.

—Para un rato me vales, pero no me gustan los babosos, ya lo sabes.

—Pues Marcus dice que a todas os gusta que os miren…

—Nos gustan que nos miren tiarrones como él, no chiquillos como tú —le menospreció por enésima vez.

—¿Qué lío tenéis aquí montado…? Se os oye desde el cuarto —advirtió Camila, que acababa de hacer acto de presencia.

—Toma —Trini le devolvió el móvil a Josito—. Me aburres.

—No le hagas caso, que eres mi andaluz favorito —sonrió la despampanante mulata con su característico gracejo latino.

—Todo tuyo… —rechinó la novia de Marcus, dejándolos a solas.

—Tremendo el invento este de la siesta —afirmó Camila.

—Disculpa si te hemos despertado…

—No te apures, andaluz. Así te veo un rato… —volvió a sonreír, ahora echándole un buen vistazo, escudriñándolo de arriba a abajo— Y me gusta lo que veo.

Josito se alteró. ¿Camila se estaba insinuando? Aunque ya se había enrollado con alguna que otra en las fiestas del pueblo, no estaba acostumbrado a que las chicas tomaran la iniciativa. Además, sin ser feas, las de la Alpujarra no se acercaban a los monumentos de mujer que había conocido en la ciudad. Y después de lo que ocurrió con Celia no quería volver a cagarla.

Por su mente pasaron múltiples respuestas en un instante. Pero por desgracia acabó pensando en lo que le diría Gabino si dejaba pasar esa oportunidad. Así que, para cuando quiso reaccionar, le dio la impresión de que había transcurrido demasiado tiempo y ya no supo qué responder.

—Así que eres un chico tímido —volvió a sonreír la mulata—. Pensé que eras un guarro…

Mientras tanto, en ese preciso instante, Celia y Alonso ya estaban realizando la compra.

—¿Hacen falta huevos? —inquirió él.

—Claro, huevos siempre hacen falta —bromeó, dándole un sutil roce en la entrepierna antes de ver cómo su risueño novio se apartaba para coger media docena.

Tras la copiosa compra, se dirigieron a pasar por caja. Estaban todas abarrotadas.

—Las fechas navideñas… —maldijo Alonso mientras buscaban la cola menos atestada.

—Aquí mismo —indicó ella, deteniéndose en una cualquiera—. Si están todas más o menos…

—Entonces, habíamos quedado que el 31 cenamos en casa de…

La pareja comenzó una conversación mundana mientras hacían cola. No tardaron en ponerse tras ellos y no habían pasado ni un par de minutos cuando Celia percibió que el tipo de detrás se arrimaba más de la cuenta. De primeras no le dio importancia, aunque estaba algo incómoda con alguien tan cercano a ella, hasta que sintió cómo el tío se rozaba, supuso que sin querer.

La treintañera reaccionó como si nada, dando un pequeño paso al frente para procurar evitar el contacto, aunque el margen de maniobra era escaso y en seguida notó cómo el muy cerdo volvía a la carga, ahora pegándole el paquete al culo, ya claramente adrede.

Celia se asustó, pero optó por mantener la calma y no decir nada para no liarla. No quería que Alonso saltara y tuvieran una bronca. Así que, disimuladamente, mientras le empezaban a restregar ese pedazo de bulto a base de bien, se dio la vuelta para ver quién era el dueño de aquello…

Los ojos de la morena se abrieron como platos al observar al descarado de Marcus. Desde que pasó lo del masaje no habían vuelto a tener prácticamente trato. Ella siempre había procurado rehusarlo cuando alguna vez el latino había aparecido por el piso.

Sin embargo, ahora, contemplándola con una sonrisa maliciosa, parecía creerse con derecho a roce y se estaba pasando. Aún así, sabedora de la inquina que le tenía su chico, prefirió ser discreta y, guardando silencio, tiró la mano hacia atrás para apartarlo subrepticiamente mientras lo fulminaba con la mirada. Pero el latino no estaba por la labor de separarse, comenzando un pequeño tira y afloja entre ambos en el que ella tenía las de perder.

—Pues a ver qué dice tu hermana…

Alonso seguía con la conversación, ajeno a lo que estaba ocurriendo a su espalda, sin ser consciente de que el niñato al que no tragaba estaba restregándole todo el paquete entre las nalgas a su novia que, a su lado, debido a lo ceñido que era su pantalón tejano, empezaba a percibir cada vez con mayor detalle la prominente polla del latino.

Celia, procurando estar atenta a lo que decía su chico, sin cejar en el empeño de quitarse de encima a ese indeseable, no dejaba de mirarlo de reojo para controlarlo, viendo la cara de cabrón que ponía, sabedor de la buena sobada que le estaba metiendo delante de su pareja, sin cortarse ni un pelo, poniéndose las botas. ¡Menudo cerdo!

Y es que ya notaba como el bulto del niñato se estaba hinchando entre los cachetes de su culo, incrementando el tamaño y la dureza con cada roce, lo que empezaba a provocar que las palabras de Alonso tuvieran cada vez menos sentido para ella, reverberando en su cabeza a medida que a su mente llegaban los morbosos recuerdos del masaje que Marcus le había hecho. Y ya no lo pudo evitar. Comenzó a concentrarse en discernir el considerable contorno de lo que tenía entre las nalgas, disfrutando de ello. El muy hijo de puta ya la estaba volviendo a calentar. Y esta vez en presencia de su novio.

—No sé si comentárselo a Rodri… ¿Celia?

—Sí, perdona. Claro, háblalo con él.

—Es que no sé a qué se refería con eso…

En un último intento de apartar al maldito agresor que estaba invadiendo su intimidad, la morena giró el cuello levemente, deslizándose por el abdomen masculino mientras contemplaba el rostro de suficiencia de Marcus, empujándolo ya casi a la altura del bajo vientre, pero el chico se resistía. Ese comportamiento rudo, con una desfachatez casi desmedida, rozando la imprudencia, como si le diera igual la presencia de su pareja, le provocó un subidón de adrenalina, empezando a excitarse más de lo debido. Así que, vigilando de reojo que Alonso siguiera a lo suyo, disimuladamente, bajó aún más la mano. Y entonces le palpó el paquete.

No podía negar que estaba cachonda y le apetecía comprobarlo. El niñato iba bien servido. Al menos, bastante mejor que su novio. No le pudo abarcar toda la polla, pero se cercioró de lo dura y gorda que la tenía. Como había supuesto, ese gesto hizo que Marcus se moviera ligeramente. Y en cuanto ella sintió que corría el aire, aprovechó para apartar la mano, golpeando a su chico para advertirle encubiertamente.

—¿Qué pasa? —inquirió Alonso, volteándose al percatarse del extraño gesto de Celia.

—Eso digo yo, ¿qué pasa, family? —saludó el latino en tono guasón.

—Qué casualidad… —reaccionó ella, haciéndose la tonta tras lograr su objetivo, que el amigo de su inquilino se retirara.

—¿De compras navideñas? —continuó Marcus, aprovechando el tumulto de gente para arrimarse nuevamente a la espalda de la treintañera.

—Sí —afirmó Alonso—. ¿Quieres pasar? Que llevas poca cosa —le ofreció.

—No, gracias, men… —sonrió maliciosamente, llevando la mano al culo de Celia, sobándoselo en la misma jeta de su novio.

La morena no había previsto ese movimiento y, alucinando con el tremendo descaro del chaval, tuvo que aguantar el envite, procurando evitar poner una cara de circunstancias que pudiera alertar a Alonso.

—Tampoco ibas a avanzar mucho… —indicó el treintañero—. Esto está a tope hoy…

—Ya te digo… —le siguió el rollo, sin dejar de palpar las nalgas femeninas— Esto está tremendo —se burló de un modo encubierto.

—Hacía tiempo que no coincidíamos —prosiguió el novio de Celia, intentando ser amable.

—Seguro que me habéis echado de menos —chasqueó, ahora deslizando un dedo a lo largo de la raja del culo de la treintañera, adentrándose entre sus piernas para acercarse a su chochito.

—Sí, bueno… —desdeñó Alonso, no queriendo alargar mucho más la conversación y volviendo a girarse hacia delante.

Celia aprovechó para intentar detener el avance del latino, agarrándole el brazo. Pero la fuerza del joven impidió su objetivo y sintió cómo el muy cabrón le daba un primer tratamiento en el coño, palpándoselo suavemente por encima del vaquero.

—Parece que esto avanza… —indicó Alonso, dirigiéndose a su chica.

—Uf… —resopló, evidenciando un gesto de alivio con el que trataba de ocultar el incómodo trance por el que estaba pasando—. Menos mal —sonrió, sin poder evitar, en un acto instintivo y de lo más depravado, separar los muslos de un modo casi imperceptible para facilitar las furtivas caricias de Marcus, lo que hizo que se sintiera como una pedazo de zorra, subiendo su temperatura hasta el máximo—. Anda, adelántate para ir metiendo las cosas en las bolsas.

—¿Pagas tú, cari?

—Sí.

En cuanto su novio se fue para adelante, Celia volvió a echar la mano hacia atrás.

—Eres un hijo de puta… —le recriminó, volviendo a palparle todo el paquetón.

—Me encanta lo cerdas que sois las españolas —le susurró al oído mientras se desabrochaba el pantalón.

—¿Pero tú qué te crees, sudaca de mierda?

—Que te quedaste con las ganas el día del masaje… —la chuleó, agarrándola de la muñeca para guiarla hacia el interior de su bragueta.

—Como no me dejes en paz se lo diré a mi novio y se te acaban las tonterías.

Marcus sonrió, empezando a sentir cómo los pequeños dedos femeninos se adentraban en sus calzoncillos.

—Te la sobo un poco y me dejas en paz… —insistió Celia, ahora con cierta entonación de sumisión.

En mitad del gentío, la treintañera se aferró disimuladamente al manubrio del latino. Tenía la verga extremadamente caliente y dura. Se deslizó a lo largo del tronco, percibiendo la rugosidad de las venas palpitando bajo la palma de su mano a medida que recorría su longitud.

—Tienes una buena polla, cabrón… —susurró por lo bajo.

Aunque no era la más grande que había conocido, la de Alonso era sin duda mucho más pequeña.

—¿Te gusta comprobarlo con tu novio delante, puta?

—Vaya huevos tienes, chaval… —rechistó, elogiando su desfachatez antes de hundir aún más la mano para descubrir lo grandes que eran sus pelotas.

—Seguro que estás empapada… —siguió balbuceando, sin dejar de sobarle la entrepierna, presionándole sobre la tela del tejano mientras llevaba la otra mano hacia delante, con intención de desabrochárselo—. Me deshago de ese desgraciado y…

—Se acabó la fiesta… —le cortó Celia, saliéndose del interior de la prenda íntima masculina para acabar apartándose, dando el show por concluido—. Y ni se te ocurra volver a ponerme una mano encima, cerdo —le regañó.

Antes de ir hacia delante, con el coño ardiendo, la morena echó un último vistazo atrás. Marcus la miraba con una sonrisa de suficiencia que aún la ponía más cachonda. El niñato, con esa actitud tan descarada y arrogante, tenía un polvazo. El que no le daba Alonso, que con el regreso de Josito había vuelto a bajar el ritmo y la tenía más desatendida de lo que le gustaría. Cerró los ojos, se mordió un labio y avanzó hacia su chico, lamentándose de lo ocurrido.

—Mierda… —masculló furtivamente.

20

—¿Pues no me dice Rodri que estás muy guapa?

Celia se giró con una alegre sonrisa para responder a Emma.

—Si es que mi cuñado es más majo…

La morena alzó la mirada para observar a la pareja de su hermana que, junto Alonso y Enrique, un primo pequeño de ambas, se reían y cachondeaban, sin dejar de beber y comer en una de las típicas reuniones familiares durante la época navideña.

—¿Estás bien? —se interesó Emma.

Celia se la quedó mirando con ternura. Las hermanas se lo contaban todo. Bueno, casi todo. Ojalá poder desahogarse con ella, pensó. Pero no podía explicarle lo de Marcus.

—Claro —sonrió.

Emma frunció el ceño. Si alguien podía intuir su estado de ánimo era ella. Algo tenía que decirle.

—Un cúmulo de pequeñas cosas… —confesó finalmente, procurando quitarle hierro al asunto.

La mayor de las hermanas intuyó que ahí no se lo contaría, así que se la llevó a un sitio más discreto.

—¿Recuerdas el día de la playa con Josito? —se le ocurrió a Celia.

—Claro —confirmó Emma, sin poder evitar un gesto risueño al recordar el ataque de risa que sufrieron.

—Esto que no salga de aquí —le indicó, temerosa de que su chico pudiera llegar a enterarse.

—Parece que no me conozcas, Ce, que sabes hasta el tamaño de Rodri —bromeó, separando ambos índices de cada mano para indicar una longitud ciertamente considerable.

La hermana pequeña no pudo evitar una sonrisa picantona.

—Pues que la cosa ha ido a más.

—¿Con tu inquilino? ¿Qué quieres decir…?

—A ver, el caso es que Alonso, ya desde el año pasado… estando el niño en casa…

—Ya… —comprendió lo que Celia estaba insinuando de primeras—. Si es que mi cuñado es muy tradicional para estas cosas —chanceó de un modo totalmente respetuoso.

—Pues un día discutimos por ese motivo y Josito se enteró y bueno… desde entonces… sin más —concluyó con una mueca de circunstancias, no queriendo dar mayor detalle.

Emma comenzó a reír.

—Procura no darle alas —indicó finalmente la mayor de las hermanas, iniciando un pequeño discurso—. No es más que un mocoso, pero no veas cómo te miraba en la playa…

—Ya…

—Y como Alonso se entere se va a llevar un buen mosqueo…

Celia, mientras la escuchaba, no podía dejar de interpretar sus consejos como si fueran referidos a Marcus. Era evidente que Josito era controlable y no representaba ningún problema. Sin embargo, al latino se le había acabado el juego. No le iba a dejar pasar ni una más.

Esa misma noche, de regreso a casa…

—Anda, trae…

Celia le quitó las llaves de la mano a su novio, que se había pasado un poco con la bebida y no atinaba con la cerradura.

¡ZAS!

Cuando la morena atravesó la puerta, su chico le dio una palmada en el culo.

—¡Alonso! —sonrió, sorprendida por la desfachatez masculina.

—Vamos, que hoy no está Josete…

—Josito —rio.

—Hoy he de cumplir.

Celia se tronchaba.

—No es ninguna obligación, eh… —le decía, casi arrastrándolo hacia la habitación—. Además, no sé si estás en condiciones…

—Claros que sí —indicó, sentándose en la cama antes de comenzar a desvestirse.

—No sé yo… —sonrió Celia que, por supuesto, no pensaba renunciar a una buena sesión de sexo con su chico.

—Joder… qué buenas estás…

—Tú tampoco estás nada mal —aumentó la sonrisa, ahora ligeramente lasciva, observando cómo Alonso se había quedado medio descamisado, comenzando a intentar desabrocharse el pantalón—. Déjame a mí… —indicó, sintiendo cómo le empezaba a subir la libido mientras se arrodillaba entre las piernas masculinas.

El treintañero se dejó caer, tumbándose sobre el colchón mientras Celia se ocupaba de todo, abriéndole la bragueta para sacarle la picha.

—Uhm… —sollozó ella al ver que su chico ya estaba ligeramente empalmado, agarrándole el pito para comenzar a meneárselo, procurando ponérselo bien duro.

Pero tras un par de minutos, aquello no parecía enardecerse.

—¿Estás bien, vida? —se interesó la morena al ver que la cosa no prosperaba.

—Te vi a echar polvazo… —balbuceó, sin apenas moverse.

A Celia le dio ternura y sonrió, aunque con cierta resignación, dudando de que esa noche Alonso pudiera cumplir. Sin embargo, quiso darle una oportunidad.

—A ver si es verdad, machote… —indicó, bajándole los pantalones y los calzoncillos antes de sujetarle el pene semi erecto para comenzar a lamerle los retraídos huevecillos y acabar succionándoselos lentamente, sin dejar de pajearlo.

La treintañera se llevó una mano a la entrepierna. Quería darse placer. Y, mientras se acariciaba el coño por encima de la ropa, deslizó la lengua desde los babeados testículos de su chico hacia arriba, chupándole ya toda la pichita. Mas no tardó en empezar a sentir cierta desesperación, pues no solo no lograba que aquello creciera, sino que comenzaba a menguar.

—Hoy no se te pone dura me parece a mí… —se resignó, dándole un dulce besito al pequeño blanbiblu que Alonso tenía entre las piernas.

—Mañana… —respondió él, ya con los ojillos medio cerrados.

—Sí, claro, no te jode… —replicó, alzándose del suelo para comprobar que su chico ya dormía—. Y hoy me dejas con el calentón.

Celia se tumbó en la cama junto a él. Se desabrochó un botón del pantalón y coló una mano dentro.

—Uhm… —soltó un suave gemido solo con rozarse la tela del tanga.

Cerró los ojos, aumentando la fricción del par de dedos con los que se frotaba sobre la ropa íntima, sintiendo cómo las yemas se deslizaban suavemente debido a la lubricación del otro lado de la prenda, cada vez más empapada. Movió la braguita hacia un costado, ahora palpando su humedad directamente. Estaba bastante mojada, percibiendo cómo palpitaba su hambrienta rajita, deseosa de ser penetrada.

—¡Ah! —abrió la boca, jadeando, cuando se metió el anular en el coño, ya masturbándose descaradamente mientras su novio roncaba a su lado—. ¡Joder, uhm! —sollozó, ahora follándose con un segundo dedo.

Celia se llevó la mano libre al pecho. Quería correrse. Lo necesitaba. Se apretó una teta y se le dispararon los sentidos.

—¡Ah! —se le escapó un pequeño grito al tiempo que su mente le jugaba una mala pasada.

Pensó en Marcus. El niñato no le había sobado las tetas, su punto débil. Se preguntó qué habría pasado si lo hubiera hecho. Y mientras fantaseaba, se corrió como una cerda, con una mano dentro de los pantalones y la otra sobre su pecho, sin dejar de apretarse el seno como si fuera el maldito latino. Y todo eso tras el gatillazo de Alonso, borracho a unos escasos centímetros de distancia.

21

Transcurrido el periodo navideño, el frío del invierno aún no había menguado cuando, una noche, Alonso y Celia se dispusieron a ver juntos una película antes de acostarse.

Ella, cubierta con una cálida manta, estaba tumbada en el sofá, con la cabeza apoyada sobre las piernas de su chico, que la mimaba con esporádicas caricias en el pelo.

La bonita estampa de la feliz pareja se vio truncada con la llegada de su inquilino.

—Buenas noches —sonrió el muchacho nada más entrar al piso.

—Chis… —pidió silencio Celia.

Josito puso una divertida mueca al ver cómo su casera reaccionaba con una de sus cómplices miradas, dedicándole una tierna sonrisa.

—Lo siento… —susurró el pueblerino.

—Estamos viendo una peli —indicó Alonso—. ¿Te unes?

—No quiero molestar…

—Molestas si no te callas de una vez —soltó ella con un más que evidente tono jocoso.

—Ahora me quedo solo para chinchar —replicó él graciosamente.

—Alonso, dile algo…

—Va, deja que se siente… —indicó su novio, tirando ligeramente de la manta para que Celia encogiera las piernas.

—¡Huy, qué frío! —reaccionó ella con su gracejo natural, doblando las rodillas en busca de la protección del cobertor en cuanto sus preciosos pies desnudos quedaron a la vista.

El gesto no pasó desapercibido para el pueblerino, que sintió el incipiente despertar de su entrepierna solo con la idea de sentarse tan cerca de las extremidades de Celia.

—Tendréis que explicarme qué ha pasado… —sugirió mientras tomaba asiento, tapándose con la manta.

—¡Cállate ya! —reaccionó ella graciosamente, dándole una pequeña patadita amistosa.

Josito la contempló, deseoso de recibir otra de aquellas típicas miradas que tanto le gustaban, pero la treintañera, atenta a la película, no le hizo ni caso.

Así estuvieron los tres un rato, viendo la tele en silencio. Celia estaba tan a gusto… Le encantaba sentir las ocasionales atenciones de su chico mientras se acurrucaba bajo la acogedora calidez de la prenda con la que estaba completamente cubierta.

Por su parte, oculto tras la oscuridad de la estancia, solo iluminada por el reflejo de las imágenes del televisor, el pueblerino llevaba un rato empalmado. Cada vez sentía más cercano el calor de los pies de su casera que, a medida que se relajaba, iba estirando las piernas ligeramente. El de la Alpujarra, que había colocado el brazo premeditadamente cercano a ella, ya solo tenía que mover un dedo para lograr tocarla, pero no se acababa de atrever.

La novia de Alonso pareció percibir una suave caricia en el empeine. Disimuladamente, desvió la atención hacia Josito. El joven pueblerino estaba impertérrito. Ella, despreocupada, pensó que habría sido sin querer, moviéndose ligeramente para recrearse en su reconfortante posición.

Aunque había sido una simple fricción, el niño sintió cómo la punta del pene se le hinchaba hasta el máximo. Si bien es cierto que le había pegado una increíble sobada la tarde de la siesta o había logrado comerle la boca el día que la engañó para besarla, poder tocarla, siendo ella consciente, incluso con el novio delante, le estaba dando un tremendo morbazo. Así que, esta vez impulsado por un exagerado subidón de adrenalina debido al rocecillo previo, volvió a la carga.

Ahora sí, Celia notó claramente cómo el pueblerino deslizaba el dedo por su pie desnudo, erizándole la piel, no tanto por la caricia en sí, sino por lo que significaba. Sintiendo cómo el corazón se le aceleraba, temerosa de que Alonso pudiera pensar lo que no era, retiró la pierna sutilmente, sin ni siquiera mirar a su inquilino.

—Esta es la asesina —afirmó Josito, como si nada.

—¡Anda ya! —soltó Celia, volviendo a estirar la pierna para darle un nuevo golpecito en señal de complicidad, restándole toda la importancia a lo ocurrido previamente.

—¿No has visto que tenía una mancha en los pantalones?

—No me he fijado —indicó Alonso.

—Porque no estás atento —chanceó su chica.

—¡Habló la lista! —reaccionó jocosamente, dándole un arrumaco.

Josito aprovechó la distracción de la pareja. Dado que su casera, al parecer despreocupada, le había vuelto a acercar el pie, impulsado por una especie de instinto animal que empezaba a no poder controlar, no lo pudo evitar y, oculto bajo la manta, se estiró ligeramente, volviendo a entrar en contacto. Pero esta vez, para su sorpresa, supuso que entretenida tonteando con su novio, ella no se retiró y pudo tocarla durante unos segundos.

En cuanto Alonso dejó de hacerle carantoñas, Celia se percató de que el chico de pueblo había vuelto a las andadas, pero ahora con mayor descaro, acariciándola suavemente mientras el muy cabrito empezaba a intentar jugar entre sus pequeños dedos, logrando provocarle una sensación agradable al rozarle una zona tan sensible. Al parecer, el niño no perdía el tiempo…

Josito percibió el aumento de la tensión en la pierna femenina, intuyendo que ella estaba a punto de retirarse y, ahora dominado por un cada vez más creciente deseo sexual, ya casi asilvestrado, la pinzó, sujetándola mientras sentía el corazón bombeando como si quisiera atravesarle el pecho, arriesgándose a que su casera le descubriera o a que su novio los pillara. Con la picha ya completamente inflamada, dándole respingos cada vez más contundentes, alzó la vista, temeroso, para encontrarse con la expresión encubierta de la morena, que parecía reprochárselo.

Queriendo fulminarlo con la mirada, Celia sintió el pulgar del muchacho, que no parecía con intenciones de detenerse, deslizándose gradualmente por la planta del pie, empezando a masajeárselo. Sin duda, las caricias eran placenteras y el cabroncete estaba logrando apaciguarla con esas buenas friegas. Al menos está aprendiendo algo en la Universidad, pensó, aflojando la tirantez de su rostro y la resistencia de la pierna, comenzando a dejarse hacer. Y es que prefería eso a que Alonso se acabara enterando de que el salidillo de su inquilino la estaba magreando a escondidas. No quería tener que dar explicaciones y, al fin y al cabo, en el fondo no era más que un inocente masaje.

Josito, al ver el tácito consentimiento de su casera, que volvió a prestar atención a la película, renunciando a quedar fuera de su alcance, se tuvo que llevar la otra mano al paquete para darse una pequeña sobada que aliviara el dolor que la erección le estaba provocando. Que esa tía buena finalmente se dejara tocar en presencia de su pareja lo puso muy, pero que muy cachondo.

Así que, mientras notaba cómo se le humedecían los calzoncillos, con sumo cuidado de no ser descubierto, el pueblerino ya no dejó ni un resquicio sin repasar del pequeño apéndice de Celia. Desde el talón, pasando por toda la planta, hasta llegar a los deditos, en los que ahora sí se entretuvo, entrecruzándolos con los suyos, para seguir con el empeine y acabar manoseándole el tobillo.

La morena estaba en la gloria. El agradable calor de la manta, los eventuales mimitos de su chico y el encubierto masaje del pueblerino, cada vez más gustoso, la estaban llevando al séptimo cielo. Lo cierto es que los movimientos del muchacho eran afanosos y ágiles. Se notaba que estudiaba para fisioterapeuta, pues le estaba dando un muy buen tratamiento. Y debía reconocer que, después de toda la semana sin que su hombre la tocara, era agradable un poco de contacto físico.

Alonso sintió la mano de su novia colándose por debajo de su muslo. Supuso que simplemente quería acomodarse, así que se sorprendió cuando ella le empezó a palpar la entrepierna. El treintañero se avergonzó al comprobar cómo el pene se le endurecía al instante, desviando la atención hacia Josito. Y acto seguido agarró a su chica por la muñeca, apartándola.

Celia emitió un pequeño gruñido, oculto tras el sonido del televisor, sin poder evitar pensar que el niñato de pueblo seguro que no la rechazaría. Molesta con su pareja, acabó lanzando una pataleta para deshacerse definitivamente de las caricias de su joven inquilino, quedándose con las rodillas completamente doblabas para evitar cualquier posibilidad de que la siguiera sobando.

—Te dije que no era ella —se regodeó Alonso cuando se descubrió el asesino.

—El guionista se ha equivocado claramente —bromeó Josito, haciendo reír a una enfurruñada Celia.

—La verdad es que no tiene mucho sentido —añadió ella, procurando aplacar su mal humor.

Y así, los tres iniciaron un pequeño debate mientras la película concluía, momento en el que el hombre de la casa aprovechó para ir al baño.

—¿Alguien te ha dado permiso para tocarme los pies? —le recriminó ella por lo bajo en cuanto se quedaron a solas, lanzándole una nueva patada amistosa, esta vez no carente de fuerza, pues aunque no estaba enfadada, sí molesta con Josito.

—¡Ay! —se quejó al sentir el contundente golpe en el costado—. Me has hecho daño…

—Flacucho…

—Entonces, ¿no te ha gustado? —inquirió inocentemente.

—No me ha gustado que lo hicieras delante de Alonso.

Josito sonrió.

—Ahora no está —amplió aún más la sonrisa, estirando el brazo bajo la manta para rozarle el pie de nuevo.

Celia le dio un manotazo para evitarlo.

—No me refería a eso, tonto…

—¿Y a qué te referías?

—Creo que ya dejamos claro que las manos quietas —soltó con una expresión adusta.

—Eso no responde a mi pregunta.

—¿Y cuál es tu pregunta exactamente?

—¿Te ha gustado o no?

—Era solo un masaje… —le restó importancia.

—Ya, pero… ¿te ha gustado? —insistió una vez más.

—Sí —contestó ella finalmente—. Pero…

Y antes de que pudiera rechistar, Josito la cortó.

—Podemos hacerlo siempre que te apetezca… —propuso, alargando el brazo para tocarla nuevamente.

—Sí que tarda este… —quiso cambiar de tema, volviendo a apartar la mano de Josito mientras desviaba la atención hacia el pasillo.

—Estará plantando un pino —bromeó.

—¡Josito! —soltó una carcajada, procurando no alzar la voz.

—No sé por qué pero intuyo que ha vuelto a las andadas… —indicó con semblante serio.

—¿Qué quieres decir? —inquirió ella, intrigada.

—Podemos hacer una cosa… —mostró una incipiente sonrisa.

—A ver…

—Me imagino que Alonso sigue sin ponerte una mano encima estando yo en casa… —volvió a estirarse bajo la manta—. ¿Me equivoco?

—Josito… —protestó.

—Pero podemos compensarlo… —propuso, alcanzando nuevamente el pie de su anfitriona.

—¡JA! —soltó una exagerada burla, mas esta vez sin detenerlo, permitiéndole el contacto.

Los dos se quedaron mirando en silencio mientras Josito comenzaba a sobarle la pequeña extremidad.

—No sabía yo que tenías las manos tan largas… —se quejó, dejándole hacer—. ¿Y quién te dice a ti que Alonso no me toca?

—Estando yo en el cuarto, seguro que no habéis follado… —afirmó mientras le clavaba el pulgar en la planta del pie, deslizándolo con una creciente presión hacia los costados.

—No nos habrás oído… —se excusó torpemente, sin poder evitar una mueca de cierto disgusto mientras disfrutaba de la agradable sobada del pueblerino.

—Ya… —sonrió él con malicia, pues era más que evidente que ese tema jodía a su anfitriona—. ¿Cuánto hace que no te toca? —indagó, ahora rodeándola con toda la mano, sin dejar de subir y bajar por su morboso pie, regalándole una buena friega.

—No te pases, Josito —le agarró por la muñeca—. El masaje ha estado bien, pero ya está —lo apartó definitivamente.

Ambos mantuvieron la mirada con su habitual complicidad.

—No me quiero imaginar la empalmada que debes de llevar, guarro —chasqueó ella finalmente, sacándole la lengua.

Ahora los dos rieron.

22

Con la llegada del buen tiempo, el calor primaveral de Andalucía hacía que la mayoría de mujeres vistieran lo suficientemente fresquitas como para que Josito estuviera cachondo a todas horas.

Cuando quedaba con Marcus solían acabar apareciendo Trini, Camila o incluso Abigail. La rubia, con ese cuerpazo tan espectacular, le provocaba unos buenos calentones gracias al trato tan afable que habitualmente le dispensaba, pero el jueguecito picantón que le regalaba la hermana pequeña de su amigo, siempre tan dicharachera, le ponía cerdísimo, aunque era la novia del latino la que se llevaba la palma, llegando a ponerle los huevos bien cargados cada vez que lo trataba con arrogancia, mostrando esa actitud de tía buena que se cree por encima de los demás.

Mas lo peor lo tenía en casa. Convivir con su casera, procurando disimular las continuas empalmadas que ese pibón le generaba era un infierno. Y en esa época, que iba más ligera de ropa, no dejaba de fijarse en ella. Cualquier pequeño detalle, por nimio que pareciera, como comprobar cómo iba cogiendo colorcillo sin una sola marca del bikini, le ponía como una moto.

—Podemos hacer algo este finde, que ya hace bueno —indicó Celia, conversando con su pareja mientras Josito estaba en su cuarto, preparando las cosas para regresar al pueblo ese mismo viernes.

—¿Te apetece que vayamos a la playa? —propuso Alonso—. Que tú ya estás morena… —sonrió, contemplando lo guapa que estaba su novia.

—¡Sí! —aceptó, completamente risueña, entusiasmada con la llegada del buen tiempo, ya en plena primavera—. Podemos ir a San José.

—Hace bastante que no vamos a Mónsul…

—Vale, genial —amplió la sonrisa para acabar besando a su chico, encantada con el plan.

A la mañana siguiente…

—No me lo creo —afirmó Gabino.

—Joder, no tengo ninguna foto de ella —replicó Josito, ya en su pueblo de la Alpujarra.

—Eres el maldito hijo de puta con más suerte del universo —sonrió, levantando su café con leche.

—No sé yo…

—Por las tías buenas de Almería —alzó la voz, haciendo chocar sus tazas.

—Pero no grites —rio Josito, avergonzado.

—No conoces ni a una fea, cabrón —chanceó Gabino—. Pero… —se quedó unos segundos en silencio—. No me lo creo —añadió finalmente, dibujando una divertida mueca, lo que provocó nuevas risas de su amigo.

—A ver, de los orcos no te hablo… —replicó, ahora con tono jocoso, sin poder evitar pensar que tampoco le hablaba de la que estaba más buena de todas, Celia.

—Pero… joder… la hermanita del maldito sudaca… ¡¿en serio?! Una mulatita… uhm… —comenzó a hacer gestos obscenos con la lengua.

—Tío, das asco —se quejó—. Espera, me llaman.

Mientras los dos pueblerinos desayunaban en un bar del pueblo, manteniendo una intranscendente conversación sobre algunas de las mujeres que Josito había conocido en la ciudad, los anfitriones del muchacho se instalaban en la maravillosa playa de Mónsul, a la derecha del icónico acantilado rocoso situado en medio de la arena.

—Me parece que hoy vamos a estar tranquilos —indicó Alonso, advirtiendo la escasez de gente que había en la cala, ya de por sí no demasiado grande.

—Pues hace un día estupendo —sonrió su novia, satisfecha con la agradable sensación de los rayos del sol comenzando a calentar su suave piel morena a medida que se desvestía para quedarse en bikini.

—Tenías razón…

—¿Sobre qué? —inquirió ella, relajándose, ya tumbada boca arriba sobre la toalla.

—Sobre lo de meter a alguien en casa…

La morena alzó una ceja, escudriñando a su chico con una mueca divertida.

—Es un coñazo —aseveró Alonso, provocando las risas de Celia.

—Bueno, ahora ya es tarde para echarse atrás…

—Le podemos decir que se busque algo…

—No, no, de eso nada —reaccionó ella, esbozando una incipiente sonrisa—. Si acaso se lo dices tú, a mí no me metas —concluyó, risueña, antes de echarse las manos a la espalda.

Como si nada, la espectacular treintañera se deshizo de la prenda superior del bikini para dejar sus dos buenas tetas al aire, con la intención de que siguieran cogiendo colorcillo. No en vano era habitual que hiciera topless cuando no había ningún conocido, así que era el día perfecto para ello.

—Ni que no me las hubieras visto antes —sonrió al percatarse de que su chico se había quedado embobado contemplándole el pecho desnudo.

—No, estaba pensando… no has estrenado el conjunto que te regalé, ¿verdad?

—Jo… —puso una mueca divertida—. Es que me aprieta las tetas —bromeó, agarrándose graciosamente el par de melones delante de su novio—. Lo guardo para una ocasión especial…

Alonso no pudo evitar una sonrisa de satisfacción contemplando el monumento de mujer con la que tenía la suerte de estar.

—Es Marcus —vocalizó Josito para hacérselo saber a Gabino.

—Pregúntale si se folló a Alicia —chanceó, provocando el gesto de desaprobación de su colega.

—¿Están tus caseros en casa? —inquirió el latino al otro lado del teléfono.

—Y yo qué sé…

—Joder, gallego, ¿no tienes controlada a esa pedazo de hembra? —rio.

—¡Espera! Sí… les oí algo ayer…

—¿Y?

—No están en casa…

Marcus maldijo para sus adentros.

—Iban a la playa creo —confirmó Josito.

Se hizo el silencio mientras el latino cavilaba.

—Fuck… —maldijo finalmente— Con lo bien que le debe sentar el bikini…

Ahora fue el pueblerino el que enmudeció, imaginando que seguramente, en ese preciso instante, la buenorra de su casera debía estar con las pedazo de tetazas al aire junto al maldito afortunado de su novio.

—Creo que Celia hace topless… —señaló torpemente, casi pensando en voz alta, traicionado por su subconsciente.

—¿Y eso? —inquirió el latino, cuyo semblante comenzó a cambiar, esbozando el inicio de una maliciosa sonrisa.

—Me he fijado que no tiene marcas de los tirantes del bikini —explicó casi como un autómata, rememorando la excitante visión de la piel morena de su casera.

La infame mueca de Marcus se dibujó por completo.

—¿Te suena dónde iban? —indagó, comenzando a prepararse.

—Mónsul, creo… —le informó con total inocencia— Oye, ¿y por qué querías saber si estaban en casa?

—Nada, iba a pasar a dejarte algo —mintió—. Pero ya no hace falta, gallego —colgó la llamada.

—¿Qué quería? —preguntó Gabino.

—Ni idea —se encogió de hombros, incapaz de adivinar las intenciones del latino.

—¿Celia no era tu casera? —inquirió, algo extrañado.

—Sí, bro —se hizo el ofendido, intuyendo por dónde iba Gabino—. ¡Es una conocida de mis padres, no seas cerdo! —se quejó, queriendo zanjar el tema cuanto antes.

La guapa pareja de treintañeros llevaba un rato en silencio, tomando el sol, relajándose, ya con los ojos cerrados, casi en trance, hasta que Celia inició una nueva conversación.

—¿Te vas a meter?

—¿Te apetece? —preguntó él—. Estará fría.

La morena alzó un párpado, amoldándose a la intensidad de la luz del sol, cuyos rayos estaban en su punto álgido.

—Tengo calor… —advirtió Celia.

—Aquí te espero —replicó, incorporándose ligeramente para echar un vistazo a la playa antes de contemplar el cuerpazo de su chica, que acababa de levantarse de la toalla.

De camino a la orilla, la treintañera se fijó en una pareja que llamó su atención. Eran mayores y estaban desnudos. No le dio ninguna importancia, pues era algo habitual en Mónsul, que tenía una parte nudista. Cuando sus pies entraron en contacto con el mar no pudo evitar sonreír tontamente. Alonso tenía razón. El agua estaba congelada. Sintió cómo los pezones se le endurecían al instante. Aún así, decidió darse un breve chapuzón.

—Men, qué casualidad —sonrió Marcus.

—¿Qué haces tú aquí? —soltó un sorprendido Alonso que, sentado sobre la toalla observando a su chica bañándose en el mar, desvió la mirada mientras giraba el cuello levemente para acabar topándose con la completa e inesperada desnudez del latino.

Instintivamente, el novio de Celia no pudo evitar fijarse en lo que colgaba entre las piernas del niñato, sintiendo una extraña sensación de incomodidad. Por primera vez era consciente de contra qué estaba compitiendo realmente. Y no le gustó lo que vio. La polla de Marcus era bastante más grande que la suya.

Mientras los dos hombres mantenían una tirante conversación, la morena salió del agua. De regreso a la toalla, se fijó que su chico estaba acompañado. Y no pudo evitar el vuelco que le dio el corazón en cuanto identificó los inconfundibles tatuajes. Pero lo que le aceleró las pulsaciones fue ver el culo desnudo del latino, sintiendo cómo los pezones, hinchados por el frío del agua, aún se le inflamaban más, si es que eso era posible. Menudo espectáculo le iba a regalar al maldito niñato…

Y es que, aunque en circunstancias normales se habría cubierto el pecho, como solía hacer cuando aparecía algún conocido y estaba haciendo topless, esta vez, aunque solo fuera por orgullo, se negó a hacerlo. No quería que Marcus pensara que era por ser él.

—¿Hola? —saludó, ligeramente abochornada por su desnudez ante ese cabronazo.

La morena sintió la mirada lasciva del latino, comiéndosela con los ojos. El muy cerdo, a pesar de estar Alonso delante, no perdió detalle de sus tetazas, logrando ponerle los pezones a punto de estallar. Ya hasta le dolían.

Ella tampoco desaprovechó la oportunidad de contemplar con disimulo el joven cuerpazo del veinteañero y, antes de desviar la atención completamente, echó un rápido vistazo a lo que le había sobado en el supermercado unos meses antes. ¡Menuda polla tenía el muy hijo de puta!

—¿Eres nudista? —soltó finalmente, sonriendo para sus adentros, pensando que como aquello se empalmara se iba a liar bien gorda, nunca mejor dicho.

—Sí, vengo habitualmente.

—Igual hemos coincidido y no lo sabíamos —indicó afablemente, ahora dirigiéndose a su chico, que parecía molesto.

—Puede ser —añadió Alonso, escudriñando el comportamiento de Celia, que tomó asiento en la toalla, como si nada.

—Bueno, family, estoy por aquí cerca —gesticuló, sin señalar hacia ningún sitio concreto—. Hablamos luego —sonrió, sin dejar de prestar atención a la morena.

—¿No te vas a poner la parte de arriba? —inquirió Alonso con un evidente tono de disgusto, una vez a solas con su chica.

—¿Para qué? Si ya me las ha visto… —desdeñó.

—¿Qué pasa, te gusta? —gruñó el treintañero.

Aunque a Alonso le extrañó que Celia siguiera con las tetas al aire, en el fondo, eso no era lo que realmente le fastidiaba. Al fin y al cabo tampoco era la primera vez que se topaban inesperadamente con un conocido en la playa. Sin embargo, lo que no podía negar era el malestar que le había supuesto descubrir el tamaño de la polla de Marcus. Y le jodía, pero mucho, que su novia lo hubiera visto.

—Vete a la mierda —se enfadó ella finalmente.

Alonso se la quedó mirando y no pudo soportar la idea de seguir ahí, con ese niñato en pelotas revoloteando alrededor de Celia.

—Te espero en el coche —reaccionó al fin, recogiendo sus cosas con un claro tono de mosqueo.

—¿En serio? —se sorprendió la morena, refunfuñando mientras observaba a su chico alejándose.

Resignada, tras dejar pasar unos minutos de desconcierto, Celia comenzó a vestirse.

—Es una pena que te cubras lo más grande de la playa… —chanceó Marcus que, pendiente de la pareja, había regresado justo cuando ella se colocaba la parte de arriba del bikini.

—Nos vamos —afirmó la morena, ahora agachándose para guardar las cosas en la bolsa sin ni siquiera alzar la vista de la arena.

—¿Tanto le ha molestado mi presencia? —inquirió maliciosamente, acompañando la afirmación con una ladina mueca.

Ahora sí, Celia desvió la atención hacia él, descubriendo su gesto engreído.

—Me parece que lo que más le ha molestado ha sido eso… —bajó la mirada para clavarla en la contundente entrepierna masculina, observando cómo le colgaba, orgullosa, entre los muslos.

Marcus soltó una carcajada.

—¿Tan mini la tiene tu hombrecillo? —chasqueó con una entonación claramente burlesca.

—Mira, tío, ya me conozco a los impresentables como tú. Para un rato sois divertidos. Pero lo que me da Alonso no tiene nada que ver con eso… —argumentó, sin dejar de mirarle la polla.

—Perdona, tienes razón. Soy un impresentable… you need my help? —se acercó a ella.

—Chaval, que mi chico acaba de irse mosqueado por tu culpa… —le advirtió, sin poder evitar una tenue sonrisa ante la enésima muestra de desfachatez del latino.

Y es que, al seguir acuclillada, el muy cerdo se había arrimado lo suficiente como para dejarle el miembro viril a escasos centímetros de la cara.

—Aparta eso de mí —chanceó, dándole un suave golpecito.

La novia de Alonso sintió el contundente peso del flácido pollón antes de que empezara a tambalearse, contemplando cómo comenzaba a adquirir cierto volumen. Alzó la mirada.

—¿Te vas a empalmar aquí, guarro? —le desafió sin perder el semblante risueño.

—Si es lo que quieres… —se inclinó ligeramente, alargando el brazo para sobar uno de los senos de Celia.

La morena reaccionó en seguida, apartándolo de inmediato, antes de ponerse de pie, ya con la bolsa preparada, para quedarse frente al latino.

—Te dije que no volvieras a ponerme la mano encima —le amonestó.

Marcus, en un gracioso gesto, se abrió de brazos.

—Está bien… —bromeó, dando un paso al frente para hacer que su polla, ya morcillona, entrara en contacto con el pubis femenino—. Seré bueno…

—Tú no has sido bueno en tu puta vida —rechistó, sin moverse, sintiendo cómo el grueso falo se iba endureciendo, comenzando a restregarse contra la tela de su bikini—. ¿Cómo has sabido que estábamos aquí, hijo de puta? —le descubrió, sospechando que su encuentro no había sido precisamente casual.

—Tu inquilino no es demasiado listo…

—Pobre…

—Pero me sirve de excusa para poder follarte… —movió ligeramente la cadera, logrando que ahora la polla se deslizara entre los muslos de Celia, haciendo que el rechoncho glande se le clavara en todo el coño.

Ella resopló, mordiéndose un labio, para, acto seguido, soltarle un guantazo.

Marcus se quedó aturdido, reculando ligeramente, pues no se lo esperaba. Ensimismado, se percató de que la escasa gente de alrededor les observaba, antes de contemplar como ahora era la treintañera la que se aproximaba.

—¿Pero tú qué te crees, que esto es una especie de relato porno o algo así? ¿Que eres un súper macho que se folla todo lo que quiere solo con pestañear? ¿Y que yo me voy a bajar las bragas ante la primera buena polla que vea? Niñato, esto es la vida real.

El latino gruñó, contemplando cómo esa pedazo de hembra se alejaba, altiva, en busca de su novio.

—Zorra… —maldijo por lo bajo mientras quedaba en evidencia, dando la nota con la verga medio erecta en mitad de la playa.

Celia, de camino al coche, recordando la conversación navideña con su hermana, se sentía bien consigo misma tras haber puesto al chulito en su sitio.

La novia de Alonso era mucha mujer como para caer ante un cualquiera.

23

—¿Qué haces? —se interesó Josito, viendo que su casera estaba sola, sentada en la mesa del salón.

—Mirando para hacer alguna salida con Alonso… —contestó sin levantar la vista de la pantalla del portátil.

—¿De vacaciones? —se interesó, acercándose hacia ella.

—¡Qué va! Estamos mirando para hacer alguna excursión a la montaña —alzó el rostro por primera vez para girar el cuello y sonreír a su inquilino, que se colocó justo a su espalda.

Mientras ella devolvía el interés al monitor, Josito hizo lo propio, doblando el pescuezo para echar un vistazo a la pantalla. Sin embargo, algo llamó su atención. No iba a ser la primera vez que le mirara el escote, pero esta vez iba a ser diferente.

La treintañera llevaba ropa cómoda, vistiendo una camiseta de su novio. Le quedaba lo suficientemente holgada como para poder ir fresquita, sin nada debajo. Sin embargo, no se había percatado que, en esa posición, el cuello de la prenda resultaba más amplio de lo que le habría gustado.

Josito sintió cómo el paquete se le endurecía al instante al contemplar el canalillo desnudo de su anfitriona. Aunque no pudo verle el pecho completamente, después de habérselo imaginado millones de veces, sobre todo tras la sobada que le dio el día de la siesta, esa excitante imagen en la que descubrió el tono oscuro de las pequeñas areolas y pudo intuir el inicio de los pezoncitos colmó sobradamente sus enormes expectativas. Los excitantes senos de Celia se intuían generosos y, aún sin nada que los realzara, se notaba que los tenía altivos. Daban ganas de agarrárselos para acabar dándoles una buena estrujada…

—¿No dices nada? —sonrió la treintañera, extrañada ante el repentino silencio del chiquillo.

Entonces se dio cuenta. Giró el rostro rápidamente para contemplar la cara de pasmarote de Josito, que se había quedado ensimismado mirándole las tetazas a través del cuello de la camiseta. En un acto reflejo, la novia de Alonso agachó la cabeza para comprobar que se lo estaba enseñando absolutamente todo.

—¡Joder! —reaccionó con premura, aferrándose el escote para cubrirse—. Anda, que ya te vale… Si no te digo nada te pones las botas… —le reprendió jocosamente.

—Vaya tetas… —soltó casi instintivamente, señal de la enorme complicidad que había entre ambos.

Celia soltó una carcajada.

—¡Guarro! —le sacó la lengua.

Aunque ella consideró que aquel descuido había sido un hecho aislado, no fue más que el inicio de lo que vendría más adelante, pues Josito ya no perdería oportunidad de jugar con su casera cada vez que la pillara a solas por casa.

—Uhm… —forzó un gracioso gemidito al toparse inesperadamente con Celia al salir de su habitación.

—¿Qué? —sonrió la treintañera, que no recordaba que llevaba la misma camiseta de Alonso con la que sin querer prácticamente le había enseñado las tetas un par de semanas antes.

—¿Hoy tampoco llevas nada debajo? —bromeó, pinzándole la prenda para tirar ligeramente de ella.

—¡Anda ya! —le ignoró, retomando su camino hacia la cocina.

Josito la siguió hasta quedarse apoyado en el marco de la puerta, contemplándola. La camiseta masculina le cubría lo suficiente como para no saber si Celia llevaba un short o si iba directamente en braguitas.

—Me vas a desgastar de tanto mirarme —indicó la morena, estirándose para abrir uno de los armarios de arriba mientras sentía los ojos de Josito clavados en su espalda.

—Ah, vale, que llevas un pantalón de deporte —bromeó al ver aparecer la prenda gracias al gesto de su casera, que soltó una carcajada.

—¿Pensabas que iba en ropa interior? —se giró, risueña, para contemplar al joven pueblerino.

—Me habría encantado —replicó, provocando una nueva risotada de Celia.

Josito se adentró en la cocina.

—¿Y arriba? ¿Qué llevas?

—Eres un guarro —le reprochó jocosamente—. No voy a ir sin nada estando tú en el piso —aseguró, pasando por su lado antes de salir de la estancia.

Josito fue tras ella una vez más.

—¿Me vas a seguir a todas partes? —sonrió Celia mientras se sentaba en la mesa, encendiendo el portátil.

Su inquilino se aproximó, colocándose a su espalda, exactamente igual que el día que casi le vio las tetas. Ella no le detuvo, empezando a hacer uso del ordenador como si nada.

Josito estaba alucinando. ¿Le iba a dejar mirar? Dobló el cuello ligeramente, desviando la atención hacia el interior de la camiseta. Y entonces se lo volvió a ver todo. Pero esta vez iba con sujetador.

Celia sonrió para sus adentros. Si bien es cierto que igual acababa de entrar en su juego, tampoco es que le estuviera enseñando demasiado. Pero le hizo gracia imaginar el calentón que debía llevar el pobre chiquillo.

—¿Conoces algún sitio para salir de excursión? —preguntó ella, como si nada, retomando la búsqueda donde la había dejado.

—La verdad es que sí… —contestó Josito, colocando instintivamente una mano en el costado femenino.

—No seas sobón… —le recriminó con parsimonia, apartándolo tranquilamente.

—¿No quieres que te enseñe lo que he aprendido…? —reaccionó astutamente, llevando la otra mano al cuello femenino para comenzar a masajearlo.

Celia soltó una nueva carcajada.

—Te dije que si hacía falta podíamos compensarlo… —indicó el muchacho, pinzándole las cervicales suavemente.

—Uhm… —suspiró ella debido a la placentera friega—. Eres un sobón y además un pesado —le regañó una vez más—. No hay nada que compensar —se giró sobre la silla para impedir que Josito continuara con el masaje—. Anda, dime qué sitio conoces…

Celia volvió a colocarse de frente al ordenador, permitiendo nuevamente que Josito mirara a través del amplio cuello de la camiseta de Alonso, enseñándole el canalillo.

—¿Pero me vais a invitar? —bromeó él, provocando las risas femeninas.

—Depende de cómo te portes… —chanceó, sonriendo con cierta picardía.

—Te quejarás de tu inquilino… —rechistó graciosamente, volviendo a colocar una mano en el cuello femenino.

—Josito… —protestó.

—Calla, que es solo un masaje…

—Para mí sí, pero para ti no sé… —desdeñó, ahora dejándole hacer.

El pueblerino aprovechó la ocasión para subir una segunda mano, comenzando a deslizarse lentamente a lo largo de toda la columna cervical de su casera.

—Uhm… —no pudo evitar un suspiro cuando Josito le volvió a pinzar los músculos del cuello, esta vez con la presión justa para provocarle una placentera sensación que recorrió todo su cuerpo, relajándola.

—¿Te gusta?

—Claro… —contestó, dándole toda la importancia que tenía, ninguna.

—No me respondiste…

—¿A qué…?

Celia estaba en la gloria, disfrutando de las hábiles manos de su inquilino deslizándose por toda la parte superior de su espalda, desde el cuello hasta los hombros, sin dejarse ni un resquicio de carne que amasar.

—¿Cuánto hace que Alonso no te toca? —lanzó la bomba al mismo tiempo que aumentaba la fuerza con la que le presionaba la musculatura.

—Ah… —soltó un leve gemidito—. Eres muy pesado… —balbuceó casi entre dientes.

Josito aumentó aún más las fricciones, provocándole una nueva oleada de tremendo placer.

—¿Cuánto? —insistió el niñato.

—No seas cabroncete… —le recriminó, esta vez con cierta seriedad.

Ahora el estudiante de Fisioterapia utilizó los nudillos, clavándoselos en el cuello antes de deslizarlos por la suave piel femenina, rasgándole la carnosa musculatura para acabar logrando que la treintañera soltara un pequeño bufido de satisfacción.

—Dime… ¿Cuánto hace que vas necesitada…?

Celia puso una mano sobre la muñeca de Josito, deteniéndolo.

—No te pases —le regañó, tirando de él para apartarlo—. No eres más que un crío. Y así no te estás portando nada bien…

A pesar del corte que le acababa de pegar, el joven pueblerino se alegró de que su anfitriona se alejara rauda, pues no tuvo que disimular la empalmada que esa zorra le había provocado. Se metió en su cuarto, sacó las toallitas húmedas que guardaba en el cajón de la mesita y comenzó a hacerse un pajote pensando en lo extraordinariamente morbosa y cachonda que era su casera.

—Josito… —le interrumpió Celia tras unos minutos, llamando a la puerta de su habitación con los nudillos.

—Mierda… —masculló por lo bajo, agarrándose el tronco de la picha, que la tenía a punto de estallar—. Ahora no puedo… —balbuceó a duras penas, presionándose justo por debajo del glande para evitar correrse.

—Oh, ya… estás… perdona…

—Joder… —sollozó mientras sentía cómo el pene se le estremecía irremediablemente, comenzando a soltar los primeros borbotones de esperma.

Un rato después, Celia vio cómo su inquilino salía de la habitación.

—¿Ya? —preguntó ligeramente risueña.

—Perdona… yo…

—Nada, es normal —sonrió afablemente—. Desde el finde…

—¿Qué? —inquirió Josito, completamente descolocado.

—Desde el finde. Alonso no me toca desde el finde —frunció el ceño.

—Yo…

Josito, con los huevos recién exprimidos, no supo cómo reaccionar.

—Querías saberlo, ¿no? Perdona por lo de antes. No quería calentarte —volvió a mostrar una tenue sonrisa.

—No es nada…

—Tienes razón, mi chico no me mete toda la caña que me gustaría. Pero eso no da pie a que tú… Lo entiendes, ¿no? Cuando no estás follamos sin problema…

—Tendré que quedarme algún fin de semana —bromeó, sacándole la enésima carcajada a su casera.

—Puedo aguantar hasta las vacaciones de verano —replicó con una divertida mueca.

—No te lo crees ni tú —contrarrestó Josito, que empezaba a recuperar las fuerzas.

—Bueno, te puedo asegurar que si necesito algo no me lo dará un mocoso como tú —contragolpeó con furia, mostrando una enorme sonrisa socarrona.

—Me conformo con que me dejes compensar su falta de atención con algún masaje de vez en cuando… —puso su típica carita de niño bueno, alzando una mano para acariciarle el brazo brevemente.

Celia rio.

—Ya veremos.

—Me encantas…

—¿No te estarás enamorando de mí? —torció el gesto graciosamente.

—No, es solo sexo —bromeó, braceando graciosamente como si quisiera restarle importancia.

La novia de Alonso volvió a reír.

—Por cierto, ¿tú le dijiste a Marcus dónde estábamos el día que fuimos a Mónsul?

—No sé, puede… ¿Por?

—Ese chaval no te conviene demasiado —indicó, comenzando a dar la conversación por concluida—. Te aconsejo que no aparezca mucho por aquí si no quieres que Alonso te acabe echando del piso…

—¿¡Qué ha pasado!? —se alarmó.

—Nada. Es solo que a mi chico no le hace mucha gracia…

—¿Y a ti?

—No empieces tú también —gruñó, alejándose hacia el cuarto de baño.

Josito se la quedó mirando, sintiendo cómo se le volvía a endurecer el paquete. Y es que no lo podía evitar, su casera le ponía muy burro. Sonrió, convencido de que no iba a ser la última vez que la tocaba. Y la ocasión no tardó mucho en presentarse.

—En unos días termino las clases y os dejo ya tranquilos —indicó el pueblerino afablemente, sentado en la mesa junto a sus anfitriones.

—Tendrás ganas de vacaciones… —supuso Alonso, incapaz de imaginar que las palabras de su inofensivo inquilino pudieran tener un doble sentido.

—La verdad es que sí —afirmó, sonriente.

—Hablando de vacaciones… —intervino Celia—. ¿No me dijiste que conocías un sitio para salir de excursión? —se dirigió a Josito.

—Cierto, al final no lo hablamos. Si queréis os lo muestro cuando terminemos de cenar. Está cerca de mi pueblo.

—Miradlo vosotros —les interrumpió Alonso, que quería acostarse pronto.

—¿Pero estoy invitado o no? —bromeó el pueblerino, desviando la atención hacia su casera con complicidad, logrando sacarle una sonrisa.

—Si el sitio está chulo, sí —replicó el hombre de la casa, sumándose al evidente tono jocoso de la conversación.

—Trato hecho —cerró el artificial acuerdo con un apretón de manos.

Mientras Alonso se duchaba, Josito, con el portátil sobre sus rodillas, y Celia, vestida con un top fresquito y unos vaqueros desgastados, se sentaron juntos en el sofá para echar un vistazo al lugar que el pueblerino conocía para salir de excursión por la Alpujarra.

—Aquí hay una zona para darse un chapuzón… —comenzó a explicar.

—Pero estará lleno de gente —replicó la treintañera.

—Bueno, yo conozco un sitio menos concurrido —la miró, guiñándole un ojo.

—Me gusta —le respondió con una de sus cautivadoras sonrisas.

—A partir de esta senda comienza la subida…

—¿Es muy dura?

—No tienes que preocuparte, tú estás en forma… —la aduló mientras, instintivamente, estiraba un dedo para deslizarlo con extrema sutileza por el muslo femenino, apenas rozándole el pantalón.

—Sí, mucho… —desdeñó ella, sin protestar, pues prácticamente ni se había percatado del inocente contacto, dejándose acariciar durante unos pocos segundos.

Con disimulo, Josito aprovechó para subir el portátil ligeramente, colocándoselo encima de la entrepierna, temeroso de que su casera descubriera su incipiente erección.

—Siempre puedo darte un buen masaje para relajar la musculatura antes de la excursión… —prosiguió el muchacho, ahora recorriendo con las yemas el tejano de Celia, comenzando a palparla.

—Sí, claro —rio, apartándole la mano para detenerlo—. No sabes tú nada… Anda, concéntrate…

—A mitad de camino hay un mirador… —continuó las explicaciones.

—¿Qué tal? ¿El sitio está chulo? —les interrumpió Alonso.

—Ven, vida —le llamó su chica—. El sitio me encanta —sonrió antes de besarlo en los labios.

—Josito, estás invitado —chanceó el treintañero, agarrando el hombro de su inquilino para zarandearlo ligeramente.

—¿Pero es en serio? —preguntó, pues pensaba que hasta ese momento habían estado bromeando.

—Si te apetece… —indicó Alonso afablemente—. Estaremos cerca de tu casa, te podemos acercar luego. ¿Verdad, cari?

—Claro —sonrió Celia—. Será divertido.

—Bueno, yo os dejo —indicó el hombre de la casa—. Buenas noches, pareja.

—¿De verdad que no te importa? —insistió Josito, ahora a solas con su casera.

—Ya te lo dije… mientras seas un niño bueno y te portes bien… —se burló jocosamente, sacándole la lengua.

—Pero será un día más sin que te toquen… —masculló maliciosamente, volviendo a colocar la mano sobre el muslo femenino, convencido de que debía explotar esa vía con Celia.

—No seas malo… —replicó, apartándole suavemente.

—Vale… —renunció— Pero, ¿te pensarás lo del masaje?

—Mira que eres pesado, Josito… —sonrió, haciéndole una carantoña.

—Será una excursión dura… —bromeó, volviendo a las andadas, sobándole la pierna suavemente.

—Oye —le sujetó por la muñeca—, que está Alonso en el cuarto… —le regañó—. ¿Y tú no decías que estoy en forma? —se quejó, levantándose del sofá—. Como sigas así te quedas sin excursión. Te voy a tener que castigar —concluyó graciosamente, comenzando a alejarse.

—Entonces, ¿te ha gustado el sitio?

—Buenas noches, Josito.

Celia se durmió pensando en su joven inquilino, que poco a poco se iba desatando. Le hacía gracia su comportamiento cada vez más impetuoso, seguramente fruto de la testosterona propia de su corta edad. Y es que debía reconocer que había llegado un punto que disfrutaba de tener a ese renacuajo adulándola a todas horas. En cierto modo era reconfortante, sobre todo por culpa de Alonso, que la dejaba a dos velas durante demasiado tiempo. Lo único que le preocupaba era acabar haciendo daño al pobre niño. Temía que se acabara pillando o teniendo unas expectativas no acordes con la realidad y sabía que, tarde o temprano, al igual que pasó con su amigo latino, iba a tener que pararle los pies. Y eso ocurrió justo el día antes de la excursión.

Josito llegó a casa temprano. Era viernes y debía dejar todo preparado, pues por la mañana salían hacia la Alpujarra y por la noche ya se quedaría en el pueblo para las vacaciones de verano. Mientras hacía las maletas escuchó a su casera entrando en el piso.

—Hola —la saludó un rato después, quedándose en la puerta de la cocina para contemplarla.

La morena, que llevaba ropa bastante ceñida, estaba preparando algunos refrigerios para la excursión del día siguiente. Arriba vestía una camiseta blanca que se adhería a su cuerpo, resaltando las marcas del sostén y el volumen de sus buenas tetas. Abajo lucía unas mallas bien apretadas, que casi se le metían por la raja del culo, no dejando demasiado a la imaginación.

—Hola. ¿Listo para mañana? —giró el cuello para sonreír a su inquilino.

—Claro —se adentró en la estancia, acercándose a ella—. ¿Y tú?

—Tengo ganas. Hacía tiempo que Alonso y yo queríamos hacer una salida de este estilo… —comenzó a explicar, volviendo a sus quehaceres.

Josito llegó hasta la altura de Celia, colocándose a escasos centímetros de distancia.

—¿Qué? —inquirió la treintañera, sintiendo la presencia masculina tan cercana que prácticamente podía percibir el calor que su joven cuerpo emitía.

El pueblerino alzó una mano para pinzar las cervicales de su casera.

—Mañana no nos dará tiempo al masaje… —masculló, casi susurrándole al oído.

—¡Qué pesado, por dios…! —le reprendió una vez más, sin dejar de preparar la comida, pero haciendo un gesto con el hombro para quitárselo de encima.

—¿Es que no me he portado bien estos días? —inquirió, poniendo voz de niño bueno.

—No sé yo…

—Quedamos en que si me portaba bien podría hacerte el masaje… —insistió, volviendo a amasarle el cuello.

Celia rio.

—No habíamos quedado en nada de eso —le reprochó, ahora sin apartarlo—. Te dije que ya veríamos…

—Entonces… ¿puedo? —volvió a la carga, empezando a hacer uso de ambas manos.

—Joder, Josito… —rechistó mientras el muchacho comenzaba a desplegar sus mejores artes, clavándole los dedos con la presión y duración exacta para relajarla—. Uhm… —se mordió un labio, dejando pasar unos largos segundos hasta que por fin contestó—. Pero date prisa, que Alonso está a punto de llegar.

Tras el beneplácito de su casera, el pene del chiquillo comenzó a endurecerse mientras sus manos se afanaban en masajear el cuerpazo de esa diosa. Dando un pequeño paso atrás, estuvo un rato dedicándose a la parte superior de su espalda, sin salirse de la zona que ya le había sobado con anterioridad, buscando el momento idóneo para deslizarse hacia abajo. Y cuando lo hizo, ella no protestó.

—Has sacado buenas notas, ¿no? —bromeó Celia, entusiasmada con el buen hacer del estudiante de Fisioterapia, que ahora recorría cada vértebra de su columna con maestría, provocándole pequeños chispazos de placer que se extendían por todo su organismo, como si cada una de sus terminaciones nerviosas se activaran al unísono—. Joder… —balbuceó, dejando lo que estaba haciendo para cerrar los ojos, disfrutando del momento.

Cuando el pueblerino alcanzó la parte baja de la espalda femenina, estaba excesivamente cachondo. La picha, aprisionada en su pequeña prenda interior, comenzaba a dolerle demasiado. Tuvo que hacer una breve pausa para recolocarse el pene, aprovechando para contemplar el culo de Celia, lo que le hizo humedecer la tela de los calzoncillos.

—Qué bien te quedan las mallas… —masculló, aún con una mano sobre ella mientras con la otra se masajeaba el paquete.

La novia de Alonso, incapaz de adivinar lo que estaba haciendo el salido de su inquilino, soltó una carcajada.

—Durante la excursión se te cargarán los muslos —indicó Josito, haciendo uso de un tono pausado a medida que deslizaba los dedos, ahora a través de la cadera femenina, ya casi rodeándola, con la intención de bajar hasta sus piernas.

Pero ella le detuvo, agarrándole de la muñeca para volver a subirlo hasta sus lumbares.

—No te pases —le recriminó.

El chico, dominado por el exceso de su propia excitación, aprovechó para colocar la otra mano sobre la cintura de su casera y, muy sutilmente, se deslizó hacia abajo, comenzando a sobarle el culo, sintiendo cómo el pito se le hinchaba de un modo desorbitado. Pero apenas pudo disfrutar de esa extraordinaria sensación un par de segundos, los que tardó en clavarle los dedos en la nalga, pues Celia le dio un manotazo.

—¡Ya vale! —le cortó con seriedad, girándose para alejarse de inmediato, dejándolo en mitad de la cocina, con una empalmada de aúpa.

Esa misma noche, ya en la cama junto a su pareja, Celia se sentía mal por lo ocurrido. Tenía la impresión de que la cosa se había ido un poco de madre con Josito. Por suerte lo había detenido a tiempo y creía que una simple conversación con el inocente pueblerino sería suficiente para pararle los pies definitivamente. Aún así, aunque no había sido ni mucho menos su intención, al haber dado algo de coba a su inquilino, no podía evitar sentirse ligeramente culpable por Alonso.

—Mañana nos quedamos por fin solos —se giró hacia su chico, haciéndole arrumacos mientras deslizaba cariñosamente la yema del dedo índice por su hombro.

Alonso sonrió.

—Yo también tengo ganas —se inclinó hacia su novia, besándola en los labios.

Pero el hombre no se detuvo ahí y alargó el contacto, comenzando a morrearla mientras subía una mano por el cuerpo femenino, acariciándole el costado hasta llegar a su pecho, estrujándoselo.

—Ah… —soltó un fuerte gemido de placer, como si Alonso le hubiera sacado una tensión que tenía acumulada.

—Estoy deseando que el maldito crío se vaya a su puto pueblo —sonrió, mostrando una mueca de suficiencia antes de darle un último pico y volver a tumbarse en su lado de la cama.

—Joder, Alonso… —resopló Celia, cachonda perdida.

A la treintañera le costó conciliar el sueño. Y lo hizo pensando que el día siguiente era un momento ideal para ponerse el conjunto de ropa interior que le había regalado por su cumpleaños. Pensaba darle una buena sorpresa a su novio.

24

El camino en coche hacia la Alpujarra fue más incómodo de lo previsto. Aunque Alonso no se percatara, había cierta tensión por lo ocurrido entre su novia y su joven inquilino.

Josito, convencido de que se había pasado, no se atrevía a sacar tema de conversación y, viajando en uno de los asientos traseros, se entretenía observando cómo su casera revisaba el móvil. Ya se sabía hasta su patrón.

Celia, sin embargo, necesitaba tener una charla con el pueblerino, así que aprovechó cuando pararon a echar gasolina.

—Alonso, ¿compras unas botellas de agua para la excursión? —le indicó, queriendo ganar algo de tiempo.

—Claro —sonrió afablemente su novio, alejándose hacia la estación de servicio mientras ella se giraba hacia atrás para dirigirse al pueblerino.

—Josito, quería hablar contigo sobre lo que ocurrió ayer.

—Ya, yo…

—No —le cortó—, déjame acabar. Quiero dejar clara una cosa. No estoy enfadada. Y me gusta la complicidad que tenemos, pero no creo que debas llevar las cosas demasiado lejos. Y ayer te pasaste.

—Pero…

—Ni pero ni nada. Quiero que siga el buen rollo entre nosotros. Pero se acabó la excusa de que mi chico no me toca. Eso no es asunto tuyo. Y, en cualquier caso, ¿quién te crees tú para…? —hizo una pausa, como buscando las palabras adecuadas—. Eres guapo y me caes genial, pero no eres más que un crío y, joder, que yo no quiero nada que no sea con Alonso. Y menos contigo. Ni jueguecitos ni hostias, ¿te queda claro?

Josito se la quedó mirando. Aún la vio más guapa si cabe.

—Lo siento —se disculpó—. Ayer se me fue la olla…

—Ya te digo…

Se hizo el silencio mientras el pueblerino intentaba ordenar su cabeza, procurando no tirar por tierra todo lo que había conseguido.

—No es excusa… pero ya sabes lo cachondo que me pones…

Celia frunció el ceño. Aunque en realidad no le disgustaba escuchar esas palabras, pues le hacían sentirse deseada, no quería que su inquilino se percatara.

—… y se me fue la mano —concluyó.

—Voy a tener que ponerte unas esposas… —bromeó, relajando la tensión que se había generado— ¡Josito! —se quejó, ahora risueña, al ver la jocosa mueca del chiquillo.

—Yo tampoco quiero perder este buen rollo que tenemos, pero…

—Viene Alonso —le advirtió—. Lo que me tengas que decir, que sea rápido.

—Que tampoco quiero que se acabe nuestra complicidad. Me gustan las cosas que hacemos a escondidas de él.

—Lo hacemos porque como se entere se te va a caer el pelo… ¡y ya!

—Pues que sepas que yo no pienso dejar de aprovecharme de lo buena que estás… —fue lo último que dijo antes de que Alonso regresara.

—Aquí tienes, cari —le dio el agua a su chica.

Celia, cogiendo las botellas, contempló a Josito a través del espejo retrovisor, recriminándole su actitud con la mirada.

A pesar de todo, la conversación hizo que los ánimos se distendieran y, a partir de entonces, aflorara el habitual buen ambiente que había entre los tres, disfrutando de una agradable jornada de senderismo.

Por desgracia, el día amaneció nublado y, cuando llegaron a la zona de baño, el tiempo se había torcido más de lo previsto.

—Jo, qué pena, con las ganas que tenía de darme un chapuzón —indicó Celia.

—Lo bueno es que la caminata será más amena con el fresquito —advirtió Josito.

—Podemos volver el año que viene, pequeña —propuso Alonso, acercándose a su novia para agarrarla de la cintura, haciéndole un arrumaco.

—Me encantaría —afirmó, besando a su chico.

—Es por aquí —les mostró el pueblerino, señalando la senda donde empezaba la ruta de montaña.

A medida que iban subiendo, el cielo se iba poniendo más oscuro.

—No sé yo si no nos va a caer un chaparrón… —advirtió Alonso, mirando los nubarrones que comenzaban a tapar el sol ya casi por completo.

—¿Deberíamos volver? —se preocupó Celia—. ¿Queda mucho, Josito?

—Ya estamos más cerca del refugio que del coche —indicó.

—¿Hay un refugio? —se interesó Alonso.

—Es más bien una casa abandonada, pero está en perfecto estado.

—¿Qué hacemos? —preguntó Celia, dirigiéndose a su chico, el hombre que tomaba las decisiones.

—Está empezando a chispear —señaló, abriendo la palma de la mano para percibir las primeras gotas de agua.

Y de repente, empezó a llover. Los tres se quedaron mirando.

—¿En la casa esa estaremos resguardados? —inquirió Celia.

—Sí —afirmó el chico de pueblo.

—Yo mejor subiría —indicó Alonso finalmente, justo en el instante que sonó el primer trueno, haciendo que la lluvia arreciara—. Y habrá que darse prisa —sonrió, comenzando a caminar a paso ligero.

—No durará mucho, será una tormenta de verano —advirtió Josito, siguiendo los pasos de su casero.

—Os voy a matar —gruñó Celia.

Y no habían pasado ni un par de minutos cuando se desató el chaparrón.

—¡Corred! —gritó Alonso, haciendo aspavientos con la mano para que le siguieran.

—El refugio está ahí arriba —señaló Josito hacia una casa que se veía a lo lejos.

—Os voy a matar —repetía una y otra vez una risueña Celia, que para nada se esperaba que el día de la excursión transcurriera de ese modo.

La morena ya tenía la ropa totalmente calada, sintiendo como si pesara unos cuantos kilos de más mientras, sin dejar de correr, veía cómo Alonso llegaba al refugio, seguido de Josito, al que le había sacado unos cuantos metros de distancia en la carrera. Sin duda, se notaba el buen estado físico de su chico.

Tras unos largos segundos, con el corazón saliéndose por la boca, Celia alcanzó el destino, adentrándose también en la casa abandonada. Al hacerlo se sorprendió al ver a su inquilino peleándose con la camiseta completamente empapada que estaba intentando sacarse.

—¿Se puede saber qué haces? —masculló, sin poder pensar demasiado, mientras recuperaba el resuello.

—Me lo ha dicho Alonso… —indicó graciosamente, a duras penas intentando hacer que la prenda se despegara de su humedecido cuerpo.

—Como nos quedemos con la ropa puesta vamos a pillar una pulmonía —aseguró el treintañero, que ya se había desvestido y, únicamente en calzoncillos, estaba colocando unos troncos en una vieja chimenea.

Alonso, exhibiendo su cuerpazo atlético, se acercó a su chica.

—Tú también deberías quitarte esto —le asió la camiseta, que estaba tan empapada que apenas se desprendió de su abdomen.

—Es igual… —masculló Celia, que no pretendía quedarse en ropa interior delante de Josito.

—No digas tonterías —se quejó Alonso—. Deja que te ayude —insistió, esta vez cogiendo la prenda femenina con ambas manos para comenzar a desvestir a su novia—. Ahora encenderemos esa chimenea —prosiguió, tirando de la camiseta para hacer que lentamente se despegara de la humedecida piel a la que estaba completamente adherida.

—Es mejor que luego me caliente con el fuego… —replicó ella, procurando evitar quedarse desnuda mientras alzaba la mirada por encima del hombro de su chico para encontrarse con Josito.

El pueblerino había logrado quitarse la parte de arriba y, mostrando su flacucho torso, empezó a deshacerse de los pantalones que también tenía empapados.

Celia, casi sin querer, observó justo el momento en el que el chico logró bajarse la prenda lo suficiente como para mostrar la ropa interior. La primera impresión de la morena fue de sobresalto. No había mucha luz y le dio la sensación de que su joven inquilino tenía un buen paquete. Por curiosidad, se fijó un poco más y entonces se asustó. ¿Josito estaba empalmado? Y es que ahora lo había visto bien y el niñato tenía un pedazo de bulto en los calzoncillos que le pareció fuera de lo normal. Aquello no podía estar en reposo, pensó.

—Así mejor —aseguró Alonso, sin saber que había aprovechado el desconcierto de su novia para lograr quitarle la camiseta.

La pareja se quedó en silencio, mirándose con cara de circunstancias.

—Era una sorpresa para esta noche —se excusó ella por lo bajo al contemplar el gesto de perplejidad de su chico en cuanto le vio el sostén.

Durante unos breves segundos hubo un puntito de tensión entre los dos treintañeros.

—¿Querías celebrar que por fin se va? —reaccionó él finalmente, aún entre susurros, ahora con una incipiente sonrisa.

—Claro.

—Tendremos que seguir entonces —concluyó Alonso—. O se va a notar demasiado…

—Vale —aceptó la morena, procurando comportarse de un modo lo más normal posible mientras su chico le agarraba la cintura del pantalón para empezar a bajárselo.

A medida que Alonso se agachaba frente a ella, Celia sintió cómo se le aceleraban las pulsaciones. Estaba a punto de enseñarle a Josito las tetazas, tan apretadas que casi se le salían de las copas por culpa de la escueta talla de sujetador del conjunto que su novio le había regalado por su cumpleaños.

Observó cómo su inquilino no perdía detalle, primero mirándola a los ojos para luego bajar hasta su pecho, distinguiendo la incipiente sonrisa socarrona del muchacho. Y entonces, mientras alzaba una pierna para que su chico la dejara prácticamente desnuda ante ese maldito crío, comenzó a percibir un ligero e inesperado cosquilleo en la boca del estómago. No lo pudo evitar e, impulsada por una especie de incipiente morbosidad, desvió la vista para volver a echar una rápida ojeada al juvenil paquete. Si no estaba empalmado, no veas con el puto niño…

Alonso, en cuanto terminó de desvestirla, se giró para dirigirse a la chimenea, topándose con su inquilino en calzoncillos. El enorme bulto del chaval tampoco pasó inadvertido para el treintañero, que miró a su novia con una sonrisa divertida, buscando su complicidad, como elogiando los atributos del mocoso, sin darle mayor importancia.

Celia sonrió a su chico, siguiéndole el rollo mientras contemplaba cómo los dos hombres se disponían a encender el fuego. Ahora, observándolos uno al lado del otro, medio de perfil, aún era más evidente la diferencia de tamaño entre ambos. Procuró pensar en otra cosa. Si bien es cierto que su pareja parecía tenerla más pequeña de lo normal, seguramente debido al frío, no quería comparar y que el pobre saliera tan mal parado…

Por suerte la tormenta no duró demasiado y en apenas unas horas ya estaban de regreso al coche con la ropa más o menos seca gracias a la reconfortante fogata con la que habían combatido la inclemencia meteorológica.

Al llegar al pueblo de Josito, sus padres, agradecidos por haber acercado a su hijo, invitaron a cenar a sus caseros. Los treintañeros, debido a que se había hecho tarde y estaban cansados, aceptaron la propuesta.

Tras la agradable velada, mientras el pueblerino deshacía la maleta en su cuarto y Alonso mantenía una conversación con los dueños de la casa, Celia aprovechó para ir al baño.

Toc. Toc.

—¿Se puede? —inquirió la morena tras picar a la puerta del universitario.

—Sí, pasa.

—Ya te vale cómo te has portado hoy… —le regañó—. Podrías haber disimulado un poco, ¿no?

—¿Qué quieres decir? —indagó, imaginando el motivo de sus quejas—. Ya te advertí que me iba a aprovechar de lo buena que estás —indicó con desfachatez, dedicándole una sonrisa mientras volvía a darle un buen repaso con la mirada—. Y Alonso no se ha dado cuenta.

—No me refiero a eso.

—¿Y a qué te refieres?

—Pues que tu muñequito se ha puesto demasiado contento…

Ahora Josito rio.

—¡¿Qué dices?! Si la tenía arrugada del frío que hacía…

—Sí, claro…

Celia no era tonta. Si ya era imposible que el chaval luciera ese tamaño en reposo, menos aún que la tuviera encogida por culpa de la temperatura.

—Aunque, si te digo la verdad, me ha costado no empalmarme con ese modelito…

La treintañera se avergonzó al recordar cómo su chico la había dejado expuesta, exhibiendo las tetas bien embutidas en las escasas copas del sostén y cómo su inquilino no les había quitado ojo.

—Fue un regalo de Alonso, que se equivocó de talla… —se excusó mientras observaba el estante abierto de la mesita de Josito, con un montón de calcetines doblados, como si los estuviera colocando, y entonces lo entendió—. Ya te vale… —sonrió, dando media vuelta para salir de la habitación, convencida de que seguramente se habría puesto de moda que los chiquillos del pueblo se colocaran relleno para impresionar a las chicas de su edad.

No tenía ninguna duda de que el pueblerino se había metido medio cajón de calcetines en la entrepierna para aparentar. De regreso al salón, no pudo evitar una somera carcajada. Pobre crío…

Esa noche, celebrando que por fin se quedaban solos, Alonso le echó un buen polvo a Celia.

Imagen de Celia con los chicos


Comentarios

  1. Pues si, no mentías me has dejado voy a necesitar que me pases un adelanto quedarse así no puede ser sano :p

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    1. jajaja lo siento...

      Soy consciente de que en esta parte falta algo de chicha, pero espero que al menos la hayas disfrutado, aún sin la guinda.

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    2. que me ha gustado mucho, me he sentido muy representada por Celia dándose a valer en la escena de la playa, la soberbia en cierto grado es muy atrayente, en otro repele, y una relación como la que tiene ella con su pareja no se arriesga por cualquier cosa, tenemos autocontrol y no nos vamos con cualquiera que nos parezca atractivo, después lo que hagamos en nuestros momentos de intimidad es cosa nuestra, la mente vuela.

      estoy viendo mucha critica y no quiero que mi comentario lo confundas como una, me ha gustado mucho, has profundizado en la personalidad de los personajes, aunque Marcus me pone burra, me cae mejor Josito, veo más intima esa relación, la pareja de Celia me parece que está muy bien escrita, lo reconozco en mi propia pareja.

      en definitiva, para mi está siendo unos de tus mejores relatos, que anoche al leerlo me dejaras muy "a medias" no es algo malo, al contrario es la antesala del clímax, y tu lo llevas muy bien, para la historia del fontanero y el ama de casa ya está el porno, y por cosas así siempre me he he excitado más con la literatura erótica y relatos que con el porno, en fin, eso no quita que me debas un adelanto jajaja.

      sigue así que lo haces muy bien. <3

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    3. Me alegro que te hayas sentido representada por Celia y que veas un reflejo de tu pareja en Alonso. Eso significa dos cosas, que estoy creando unos buenos personajes y que, como ya dices, debes estar disfrutando del relato.

      La verdad es que no tengo la sensación de que esté habiendo mucha crítica (ni me lo pareció tu comentario). Es más, el de Salva, que da su opinión sincera con total respecto, me encantó. Me sentí representado, pues es lo que me suele ocurrir cuando leo un relato, que no pase lo que a mí me gustaría jeje

      En tu caso, quise entender justo eso, que te habías quedado "a medias" en el buen sentido. Así que me alegro que así sea. Lo malo es que ese clímax igual tarda un poquito... :(

      Si te apetece, ponte en contacto conmigo y te doy un mini avance del inicio de la siguiente parte ;)

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    4. ¡Pero si ya tienes mi correo, mándamelo allí!

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    5. Tienes un email ;)

      Es una mini previa, eh!

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    6. Yo también quiero!!! Salva xd

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    7. jajajaja si es muy poca cosa!!!

      De todos modos, no digáis nada...

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  2. A ver cómo explico lo que he leído en esta segunda parte. El relato empieza fuerte con Abigail pero te han faltado detalles de ese encuentro. No terminas de sacar la parte de Marcus del todo y me refiero a la parte sexual. Lo del supermercado ha estado genial. En la playa ha sido apoteosica su presencia con el morbo y el potencial de la situación pero lo has desaprovechado. Creo que estas cometiendo un error en alargar en demasía el polvazo y reventón con Marcus. Desde mi punto de vista para el lector hay más química sexual con Marcus que con Josito. Y enlazo con el otro error y es que alargar tanto lo de Josito le quita morbo porque parece que estan apareciendo sentimientos. Ademas he echado de menos más sexo dejando una sensacion descafeinada al relato. Tambien te has olvidado del resto de personajes. La relacion de Alicia con Marcus está bien que no la sepa Josito pero el lector sí. Enma con Marcus tendría menos aguante que Celia y estaría bien comprobarlo. Para mi el eje del relato es Celia-Marcus. Se merece su parte Josito pero Marcus es el macho alfa de la historia aunque Josito de manera posterior le iguale. No obstante, aún así felicitarte por la calidad escrita del relato. Consigues transportar al lector al interior del relato como un verdadero voyeur y eso es muy excitante. Este relato deja la miel en los labios pero creo que te has pasado xd Salva

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    1. Aunque haya cosas que hubiera querido que ocurriesen en el relato te admito que está fenomenal (me jodiste una paja perfecta con lo de la playa jeje). Esta segunda parte la tomo como antesala de la traca final. Una especie de "El imperio contraataca" (a quien les guste "Star Wars") Pero porfa dale un episodio a Celia de reventon con Marcus. Ese pollon no se puede quedar con hambre. Aunque Josito se la folle dudo que sea mas cabrón que él. Enma y Camila tienen que salir al campo a jugar jeje. No las dejes en el banquillo. Dices que la tercera parte va a haber mucho sexo y tal y como escribes y por lo que estás profundizando en los personajes presiento que va a ser la ostia. Salva.

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    2. jajajaja te entiendo perfectamente. Lo de la paja perfecta... ¡poco me has criticado! :D

      Lo dicho, no sé si ocurrirá lo que esperas. Pero, pase lo que pase, espero que lo acabes disfrutando :)

      A ver, en la tercera parte va a haber más sexo seguro (yo no he dicho mucho, eh). Mejor no tengas las expectativas muy altas por si acaso y ya está jajaja

      Muchas gracias por tus comentarios, Salva.

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  3. no he podido leer completo esta segunda parte del relata, eso sera hasta mañana que tengo mas tiempo libre, pero me alegra ver que ya se publico. hasta ahora mi primera impresion habiendo llegado hasta la parte de la presentacion de la hermana latina, es buena, pero veo muchos personaje entre los nuevos y los originales y siento que debo leerme de nuevo la primera parte para no perderme. pero para una conclusion mas estructurada espero leer toda esta segunda parte.

    saludos doc

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    1. Esto es como las series, que si las sigues al día tienes que ver las temporadas anteriores para recordar lo que ha pasado previamente jaja

      Me ha pasado hasta a mí, escribiendo, que tenía que releer trozos de la primera parte para evitar incongruencias (y alguna seguro que se me habrá colado).

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  4. Yo en cambio estoy en desacuerdo por completo con Salva en cuanto a personajes, aunque si que estoy de acuerdo en que la escena del probador queda un poco incompleta, como que no aporta nada a la historia en realidad. Pero a lo que iba, a mi es la parte de Marcus la que menos me interesa y con diferencia y la que para mi gusto tiene menos química y originalidad. Es la historia más clásica que el Doctor ya ha hecho otras veces y me parece que hay mucho más por explorar y ver en el tira y afloja morboso y juguetón sobre los límites que tiene con Josito. Además de que hay mucho más desarrollo de personajes tanto en ella como en él, que evolucionan mucho más en esa interacción y por tanto tiene más historia y enjundia.

    Pero, como siempre, es cuestión de gustos. Y, también como siempre, el relato es excelente, ha valido la pena la espera.

    Requiem

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    1. Requiem, eras mi prueba de fuego. Si a ti no te gustaba esta segunda parte entonces era un desastre xD

      Respecto a la escena del probador, además de empezar "fuerte", sabiendo que luego no iba a haber demasiado sexo en el resto de esta continuación, lo que pretendía era reforzar la idea de que Marcus es un cabrón, un empotrador que hace lo que quiere y que puede tener a la tía que le dé la gana sin importarle nada (no en vano Abigail es la amiga de su novia). Creo que esa escena cumple con su cometido y por eso no la alargué más. Pero igual sí que aporta un poco en la tercera parte...

      Respecto a la evolución de los personajes, es justo lo que comentaba más arriba. Esta parte tiene mucho de eso. Necesitaba recolocar las piezas, hacerlas avanzar para situarlas en el punto de partida para la siguiente parte. Que Josito espabile, que Celia le pare los pies a Marcus, que Trini no trague a Josito (bueno, esto ha sido así desde el principio jaja), que aparezca Camila...

      Y, como siempre, muchas gracias por tus comentarios, Requiem.

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    2. ¿Prueba de fuego? Si me encanta todo lo que escribes, ¡difícilmente voy a ser una prueba si la tienes superada de antemano! Y de hecho, precisamente es ese mover los peones y desarrollar los personajes lo que me encanta de este relato, creo que es de tus mejores precisamente porque es de los que los personajes evolucionan más y tienen mayor profundidad. El novio no es un matao, tiene su historia y su personalidad; Josito va madurando con los cursos; Celia tiene su carácter y su voluntad y cede a veces pero no siempre; etc. Creo que has creado un elenco realmente redondo.

      En cuanto a la escena del probador, sin duda refuerza esa idea de Marcus como cabrón, pero en el fondo no necesitaba mucho refuerzo y hubiera quedado igualmente reforzada con el resto de sus escenas. Entonces no necesariamente me refería a que hubiera venido bien más sexo en esa escena, sino que en realidad no parece que tenga ninguna consecuencia en la historia, la siguiente vez que salen Abigail y Marcus es como si esa escena no hubiera existido. A eso me refiero con que no parece aportar nada a la historia en si, es un evento sin consecuencias y un año después (cada relato es un curso) uno esperaría que tuviera consecuencias: una bronca con trini, o que se rompiera la amistad entre Trini y Abi, o que al contrario Marcus siguiese aprovechándose de ambas, o algo que continuase esa historia. Aunque, como bien has dicho en el otro comentario, sin duda tienes muchos personajes, mucho tiempo y muchas tramas y como entres a detallar todo te va a salir una novela, y no una corta.

      Así que genial como siempre

      Requiem

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    3. Bueno, me refería a que precisamente si a alguien le podía gustar esta continuación, con más desarrollo y menos sexo, era a ti. Así que si a ti no te gustaba entonces estaba jodido :D

      En cuanto a la evolución de los personajes también ayuda que no es una historia de una noche, sino que son varios años. La verdad es que cada vez me gusta más escribir este tipo de relatos más largos, pero la falta de tiempo es una pequeña lacra. Sino igual habría acabado escribiendo esa "novela" jeje

      Vale, sí, entiendo lo que quieres decir sobre la escena de Marcus y Abigail. Es cierto que ocurre al principio de esta parte y no se hace mayor mención durante el resto del curso escolar, pero ya avanzo que sí tendrá continuación en la próxima entrega (era algo ya previsto, de igual modo que el regalo de cumpleaños de Alonso, al final de la primera parte, para la escena final de esta continuación).

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  5. Doc le a faltado ser más insisivo con el tamaño exacto del miembro de los personajes, eso siempre es un morbaso!

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    1. jajaja sabes que eso en mis relatos es bastante habitual.

      Es cierto que en este no indico lo que le mide a cada uno con exactitud, pero creo que está claro que Marcus la tiene bastante más grande que Alonso.

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  6. "¿Pero tú qué te crees, que esto es una especie de relato porno o algo así"

    Bueno, sí.

    Jajajajja

    ¡No me deje así doctor! ¡Necesitamos una continuación!

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    1. jajajajajajajajaja

      Esperaba que alguien comentara esa frase :D

      Me gustó mucho cuando se me ocurrió. Quería dejar claro quién es Celia: una mujer real, no una protagonista de un relato porno. Por muy cerda que le ponga un tío, ella decide estar con quien quiere, con su novio. Marcus no es el primer hijo de puta que lo intenta, pero ninguno es capaz de conseguirla. Ella está demasiado buena. Es la puta diosa de esta historia.

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  7. habiendo leido el relato completo, admito que me ha dejado con muchas ganas de mas, por ejemplo todo lo de marcus esta muy bien pero me hubiera gustado un climax con el o en general un climax que siento que eso le ha faltado a esta parte. aun si quiero leer ya la tercera parte que siento que ahi todo va a explotar a lo bestia

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    1. jejeje

      Este relato no estaba pensado para publicarse por partes. El problema de hacerlo así es que puede generar esa sensación de falta de clímax en cada una de las partes.

      No sé si la tercera parte tendrá ese ansiado clímax, pero más sexo seguro. Espero que, llegado el momento, lo disfrutes :)

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  8. Excelente continuación, diste más chance para desarrollar a los personajes y un encuentro entre Celia y Marcus tan pronto lo hubiese hecho ver muy fácil. Espero el siguiente con ansias.

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    1. Gracias MarRam.

      Y ya pido disculpas por anticipado porque la continuación va a tardar... :(

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  9. Mmm, de entrada había asumido, después del momento en el que Josito dice que no estaba empalmado, que tiene un pollón espectacular y Celia se está engañando pensando otra cosa... Pero ahora tampoco descarto que tenga razón con lo de los calcetines y sea algo que vayas a usar en el futuro para humillar a Josito. 🤣 Sabes que me obsesiona este tema jaja.

    Dijiste hace como un mes que te quedaba poco para terminar esta parte y has acabado tardando lo tuyo, miedo me da lo que pueda tardar la continuación. 😨

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    1. xD

      Suele ser un tema recurrente en mis relatos. Y sí, pueden pasar ambas cosas. Es premeditado dejar la duda en el aire.

      ¿Vosotros que creéis? ¿O qué preferís? Que Josito tenga un pollón o que acabe humillado por usar relleno. La decisión ya está tomada, pero me haría gracia conocer vuestras opiniones jeje

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    2. Preferiría que tuviese un pollon pero sin saber utilizarlo y dejara a Celia con las ganas de climax. Que se fije cómo se la folla Marcus para aprender cómo reventarlarla. Salva

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  10. Vayamos por partes, tengo sensaciones contrarias. Tengo la sensación de que el relato va cociéndose a fuego lento y me gusta, pero por otro lado han pasado dos cursos en el relato. O Josito cambia de ritmo o va a tener que hacer 3 carreras para mojar el pincel.

    Ahora en serio, me gusta el ritmo de la historia pero me parece que avanzas el tiempo demasiado rápido. Parece que Josito va consiguiendo cosas pico y pala pero es que han pasado más de 700 días en la historia, y parece que los avances que consigue un día los deja macerar 3 meses hasta la siguiente interacción.

    Con respecto a Marcus me gusta que haya perdido protagonismo, se supone que el relato va de un joven pueblerino pero leyendo la primera parte parecería que iba de Marcus y su harén. Me parece perfecto que le hayas parado un poco los pies, aunque me imagino que no será de los que se retiran al primer contratiempo.

    Hablemos de Celia, claramente es la protagonista del relato y eso me parece un error. Siempre he sido un fan de las construcciones de personajes femeninos que haces y en este caso no es menos, pero es que el relato es "Un joven pueblerino en la ciudad", y no "las morbosas inquietudes de una treintañera insatisfecha". Claro que Celia debiera tener un papel importante en el relato, pero no es la única mujer alrededor de Josito.

    Mi sensación es que el relato debiera rotar alrededor del joven pueblerino y sus interacciones con toda la gente de su alrededor, y pienso que el 70% de los personajes pasan por la historia de refilón y todo se centra en lo que pasa cerca de Celia.

    Me parece que Alicia, Emma, Abigail o Gabino están en el relato sin casi interacciones, son como NPCs de un videojuego. Me gustaría que Josito buscase ampliar o mejorar sus habilidades con alguien más que con Celia.

    Dicho todo lo anterior, no deja de ser un porro mío lo de la incongruencia del relato con el título. Si nos olvidamos de eso, sigue siendo un relato extraordinario, muy morboso y muy bien escrito. Me gusta mucho que Celia tenga su carácter y que no se doblegue a las primeras de cambio, pero también me gusta que sea juguetona y que a veces se traicione a si misma.

    Espero con ganas la continuación.
    Fer33

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    1. jajajaja

      Bueno, a ver, supongo que la decisión de narrar la historia durante el curso universitario de Josito fue arriesgada por el simple hecho de que va a pasar mucho tiempo. Y, efectivamente, no describo al detalle cada uno de los diferentes periodos (si ya estoy tardando y me está quedando un relato muy extenso no quiero ni pensar si me parara en cada detalle de lo que sucede durante todo ese tiempo...).
      De hecho hay capítulos que narran un hecho puntual o aislado, pero otros en los que se abarca un periodo mayor para intentar paliar esa sensación, aunque igual lo que hace es agravarla al no entrar en tanto detalle.
      Pero entiendo lo que dices.

      Efectivamente, este relato no es de Marcus. Aunque tampoco lo era de los compañeros de clase del prota de "Después de clase" por ejemplo...

      En cuanto a Celia y el resto de personajes de la historia, creo que la tercera parte te gustará. No digo mucho más jeje
      Eso no quita que Celia podría ser perfectamente la protagonista. Vale, igual el título podría haber sido "Un joven inquilino de pueblo en la ciudad" y ya tendríamos el punto de vista de Celia jeje

      Nada de porro. Me parecen muy acertadas tus disertaciones. Y las comparto en parte. También te digo que no estuve muy inspirado con el título del relato jajajaja

      Un saludo y muchas gracias por el comentario!!!

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  11. Martín Barrientos18 de febrero de 2024, 3:34

    Felicitaciones nuevamente por el relato, me encanta la historia y los personajes. Me he sentido identificado con algunas cosas de personajes , algunos hemos sido Josito alguna vez. Personalmente me encantaría Que Celia pueda iniciar a Josito en clandestinidad como su máximo secreto , haciéndole un favor y que sea el buen tamaño de la herramienta de Josito la que la atraiga. Por otra Parte me calentó muchísimo la parte de la playa de Marcus y Celia . A seguir esperando la otra parte. Abrazo

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    1. Muchas gracias Martín.

      No puedo avanzar mucho de la trama, pero en cualquier caso no creo que Celia le hiciera esa putada a su novio. Y menos aún si finalmente Josito tiene un buen tamaño.

      Precisamente tienes el ejemplo de la playa con Marcus. Celia se puede calentar (le gustan las pollas grandes) y puede tener algún pequeño desliz, jugar un poco... pero jamás le pondría los cuernos a Alonso.

      Es decir, dudo que ella conscientemente tome esa decisión.

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  12. Me cuesta valorar esta parte porque quizá es la que más evidente funciona como transición. Como parte de un relato largo seguramente es imprescindible por los puntos de inflexión de la historia (ej: aumentar la complicidad entre Celia y Josito, "empoderar" a Celia pensando que tiene el control de los deslices sexuales...) pero es la que menos recompensa aporta si se lee así, aislada.

    En la línea de lo que comenta Fer, entiendo que parte de la frustración/ansiedad que puede despertar este capítulo es la presencia recurrente de las chicas secundarias y la duda de si tendrán un momento relevante, en comparación con el protagonismo que acapara Celia (un arquetipo de personaje recurrente en tus relatos) o por contra son meramente distractores que aportan incertidumbre y quizás queden en nada. A mí gusto, las sagas interminables donde hay un harén de chicas y van cayendo una detrás de otra en cada capítulo son divertidas pero me parece que fuerzan muchísimo la credibilidad y se pierde morbo... pero creo que aquí hay suficiente conflicto, y personajes, como para poder salirse de ese molde. Y, por qué no... con muchas más chicas que chicos... ¿algún momentito lésbico? ;D

    Aun así, todo lo acepto con tal de leerte Doc. Un saludo, espero la siguiente parte con ganas.

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    1. Muchas gracias por tu comentario Biff.

      Sí, es uno de los motivos por los que no me gusta "trocear" los relatos. Entre otras cosas, porque no todas las partes quedan igual de compensadas y, a veces, hay que forzar de más alguna situación para que un capítulo no quede demasiado soso. Pero este era tan largo, que si no lo hubiera hecho así llevaría muchísimo tiempo sin publicar.

      Los que me conocéis ya sabéis que, en el fondo, Celia no deja de ser la protagonista de la historia jeje
      Pero sí, en este relato hay suficientes personajes como para que no sea la única protagonista. Tal vez sea el culmen, pero no tiene porque ser la única que tenga relevancia. Veremos... ;)

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  13. Vas muy bien, preparando la caída

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  14. Cuando viene la 3ra parte?

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    1. Tengo el principio escrito, pero lamentablemente he de decir que tardará.

      Hace algunas semanas que no escribo y últimamente las musas me han abandonado.

      Siento no dar buenas noticias al respecto :(

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    1. Hola Kingping, siento no dar buenas noticias al respecto.

      Aunque tengo el principio escrito, últimamente no he escrito nada y veremos cuando vuelve la inspiración... :(

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  16. Estoy ansioso por la siguiente parte, no nos hagas esperar tanto Doctor!!!

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    1. Lo siento mucho.

      He aquí lo bueno y lo malo de publicar por parte tardando tanto en escribir :(

      Si no publico por partes estáis un montón de tiempo sin saber de mí. Pero si lo hago por capítulos, estáis un montón de tiempo entre entregas.

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