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Un joven pueblerino en la ciudad - Desenlace

Sinopsis: Tras concluir la carrera y regresar a su pueblo definitivamente, el joven empezará las entrevistas de trabajo en la ciudad.

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—Así, nene…

Alonso estaba encima de Celia, metiéndole la picha con fiereza mientras ella se abría de piernas, doblando las rodillas para dejarse follar por su novio.

La pareja de treintañeros se morreó, comiéndose la boca con lujuria, evidenciando la pasión con la que estaban echando el polvo.

Cuando él se corrió en el interior de su coño, rodó a su lado, satisfecho. La morena lo miró, risueña, y le dio un cariñoso beso en los labios.

—Te vas bien sequito —bromeó Celia, alargando el brazo para agarrar los testículos y el pene flácido de su chico, zarandeándolos ligeramente—. Pórtate bien este finde —aumentó la sonrisa, luciendo la extraordinaria belleza de su rostro.

Alonso rio.

—No creo que vea unas tetas mejores que estas… —replicó, asiendo una de sus ubres.

—Uhm… el domingo tendré que volver a vaciártelos… —chanceó con voz melosa, acariciándole la bolsa escrotal, que se le había quedado arrugadita tras la eyaculación.

Con el regreso definitivo de Josito a su pueblo, la pareja había recuperado por completo su normalidad sexual. Y habían decidido hacer el amor antes de que Alonso se marchara a una despedida de soltero con amigos en Granada.

—Podríamos hacerlo por detrás… —propuso el novio de Celia, aprovechando la ocasión.

—Sabes que me duele, vida…

—Eso es que la tengo demasiado grande para ti, pequeñaja —bromeó, provocando la risa de su chica.

—Me encanta tu polla, nene. Y cuando vuelvas de la despedida voy a dejar que me la metas por culo —aseguró, juguetona, viendo cómo Alonso se alzaba de la cama.

—Al final no me llevo el coche —indicó, buscando los calzoncillos.

—¿Y eso? —preguntó ella justo cuando sonó su móvil.

Era Josito.

—¿Sí? —contestó mientras el semen de su chico resbalaba por su coño.

—¿Qué tal, Celia?

—Muy bien, aquí, con Alonso —miró a su novio—. ¿Y tú, todo bien por ahí? ¿Qué tal tus padres?

—¿Quién es? —indagó el treintañero.

—Josito —vocalizó ella.

Tras los saludos iniciales, el de la Alpujarra indicó el motivo de su llamada.

—Estoy por Almería, que esta tarde tengo una entrevista de trabajo.

—¿Sí? ¡Qué bien! —se alegró.

—Si queréis podemos vernos luego. ¿Qué te parece?

—Jo… es que Alonso se va fuera el fin de semana y no estará —se excusó ella.

—¿Qué quiere? —preguntó el novio de Celia.

—Espera un segundo, Josito… —indicó, tapando el micrófono del móvil para contárselo a su pareja.

—Quedad vosotros si queréis —sonrió Alonso, besando a su chica en la mejilla antes de dirigirse al cuarto de baño.

—¿No te importa, vida? —se quiso asegurar Celia.

—¿Por qué me iba a importar? —replicó su novio, incapaz de imaginar que pudiera haber nada raro en que su antiguo inquilino quisiera visitarlos.

—Vale, Josito, avisa cuando termines y nos tomamos algo —concluyó la treintañera.

Habían pasado unas pocas semanas desde que el pueblerino se había marchado. Pero, ya en pleno verano, el recuerdo de lo sucedido en Madrid aún hacía mella en Celia. Nada mejor que volver a verlo para acabar de confirmar que aquello no fue más que un desliz fruto de los acontecimientos. Casi sentía la necesidad de hacerlo para reivindicar su amor por Alonso. Se lo debía.

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—Hola, guapo —lo saludó afectuosamente.

—¿Cómo estás? —le correspondió con cordialidad, dándole dos besos—. Qué pena que no haya podido venir Alonso.

—Sí, es que justo salía esta tarde para Granada a una despedida.

—Siéntate —la invitó a tomar asiento en el bar donde habían quedado.

—Bueno, ¿y qué tal la entrevista?

—Muy bien, la verdad. Es para entrar en un centro de salud.

—¡Ostras, qué guay!

Celia y Josito estuvieron charlando un rato sobre temas varios. Siempre se habían llevado bien, compartiendo una complicidad fuera de toda duda, y eso se reflejaba en la conversación, en todo momento amena.

—¿Y qué planes tienes para esta noche? —inquirió el pueblerino como si nada.

—Pues no mucho, la verdad.

—Yo he quedado con algunos compañeros de la uni.

—¿Duermes en Almería?

—A ver si encuentro alguien que me ofrezca alojamiento —sonrió.

Celia le devolvió la sonrisa.

—Seguro que algún amigo…

—Era más cómodo cuando tenía casa en la ciudad —soltó con tono jocoso, ahora provocando las carcajadas de la treintañera.

—No me líes… —refunfuñó con gracia, sin perder el semblante risueño.

—¿Por qué no te vienes esta noche? Así no tengo que despertarte cuando vaya a dormir al piso.

Ahora la novia de Alonso se tronchó de la risa.

—¿Pero tú te estás oyendo? Ya me conozco tus artimañas… —esbozó una de sus típicas muecas repletas de encanto.

Josito la miró con un gesto gracioso, no carente de cierta malicia.

—Me harás compañía al menos hasta que llegue la hora de salir con estos…

—¿Cuándo has quedado?

—Después de cenar.

Celia frunció el ceño.

—No te estoy invitando a salir fuera, eh… —bromeó el pueblerino.

—No habría aceptado, tonto.

—Pero podemos subir al piso, como en los viejos tiempos…

—Y te hago la cena encima, ¿no? —protestó ella.

Ahora fue Josito el que rio.

—Preparo yo algo —indicó el veinteañero.

—No he sacado nada.

—Ya improvisaremos —insistió, dando un trago a su bebida.

—¿Te acabas de auto invitar a mi casa? —esbozó una mueca divertida.

—Y espera que no acabe durmiendo también —bromeó, mostrando una sonrisa ladina.

Celia soltó una risotada.

—No tienes remedio… —dio un último sorbo a su copa, vaciándola.

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Ya en el piso de Alonso y Celia, mientras Josito cocinaba, ella se puso algo cómodo para estar por casa, una camiseta desgastada y unos pantalones cortos de deporte de su chico. Durante la cena, prosiguieron con la conversación, ahora rememorando momentos vividos.

—Aún recuerdo la cara de pasmarote que pusiste aquel día que viniste a la playa con Emma y conmigo —rio la morena—. ¡Mi hermana sigue cachondeándose!

—¡Qué cabronas! —protestó graciosamente—. Es que menudo cuerpazo tenéis las López… ¡Y vaya tetas!

—Seguro que te gustan más las suyas, que las tiene más grandes —replicó como si nada, coquetona.

—Ya deberías saber las que prefiero… —la escudriñó con gesto felino, bajando la mirada hacia su busto.

—Si las tienes muy vistas —frunció el ceño, sin perder el semblante alegre, alzando un brazo para hacer uso de la mano extendida, impidiéndole la visión.

—¿Y el día que me quisiste zorrear? —soltó de repente, provocando la carcajada femenina.

—No fue así, idiota. Me dio ternura que no te hubieras estrenado y te quise espabilar, nada más. Pero te lo tomaste a la tremenda.

—Que me zorreaste, vaya —insistió, ahora con un gracioso mohín.

Celia se meaba de la risa.

—Lo malo es que te espabilaste demasiado… —refunfuñó, torciendo el gesto—. Aquella vez que te besé, me engañaste, ¿verdad?

Josito esbozó una sonrisa maliciosa.

—¡Lo sabía! —protestó alegremente la novia de Alonso, dándole un golpe en el hombro—. Te voy a matar…

—Ese verano ya me había enrollado con alguna.

—Me diste un buen morreo, cabrón.

La morena recordó cómo su inquilino logró erizarle la piel del pescuezo con ese beso y volvió a percibir la misma sensación solo con evocarlo.

—Con todo lo que hemos vivido y no nos hemos vuelto a comer la boca —soltó el pueblerino.

Josito se la quedó mirando con gesto perverso, como si se tratara de un depredador observando a la presa que está a punto de devorar.

—¿Qué hora es? —preguntó Celia, queriendo desviar el tema de conversación.

—Aún es pronto. ¿Por qué no te arreglas y te vienes conmigo de fiesta? Lo pasaremos bien.

—¿Porque no puedo fiarme de ti? —replicó con retintín.

—No seas tan creída —la chuleó jocosamente—. La última vez que salimos me lié con otra.

—Porque conmigo no tienes nada que hacer… —refutó con su natural gracejo.

—Bueno, al menos tú también disfrutaste del polvo que le eché a Trini…

Celia rio.

—No lo disfruté, tonto.

—¿Ah, no? —sonrió, mirándola con suficiencia—. Yo creo que por eso te calentaste en Madrid.

La novia de Alonso evidenció un gesto incómodo, pero no dijo nada.

—Teníamos la puerta cerrada —prosiguió Josito—. Me pregunto cómo nos viste.

Celia, callada, se removió, inquieta, mientras el pueblerino remarcaba aún más su ladina expresión.

—Creo que nos espiaste subida en el wáter de al lado. Es posible que hasta te tocaras viendo cómo hacía gozar a esa perra…

Ahora la morena quiso hablar, pero él no la dejó.

—Dime, ¿llegaste a meter una mano dentro del tanga, guarra? —dibujó una expresión engreída—. Seguro que hasta deseaste mi polla —añadió antes de que ella pudiera reaccionar.

—Eso no… —mintió—. Pero sí me sorprendió ver que era la novia de Marcus. Me pareció morboso, nada más.

—Otro día te follo a ti en el baño, no te preocupes.

—¿De qué vas, niñato? —reaccionó con severidad, escudriñándolo con la mirada—. A ver si te queda claro. Soy una señora en la calle y una puta en la cama. Pero para ti siempre voy a ser una señora. Así que te vas a quedar con las ganas de saber lo puta que puedo llegar a ser —se alzó con desdén, comenzando a recoger la mesa.

Josito, esbozando una sonrisa divertida, hizo lo propio para ayudarla. Fue tras ella y, al adentrarse en la cocina, se la encontró de espaldas frente al fregadero.

—Aquí fue la primera vez que te sobé… —mintió con un tono chistoso, obviando el día que le metió mano mientras dormía en el sofá.

—¿La primera vez? —se hizo la sorprendida, abriendo el grifo—. ¡Chavalín, si me magreabas cada vez que podías! —rio, restándole importancia.

—¡Anda ya! Si no eran más que masajes inocentes…

—Ya… —frunció el ceño, comenzando a fregar los platos.

—¿Te acuerdas de la excursión?

—¿Cuál de ellas? —giró el rostro para mirarlo con una expresión jocosa.

—¿De verdad creíste que llevaba relleno? —inquirió con gracia.

—¡Claro! —espetó, risueña—. Es que lo que tienes entre las piernas no es normal…

—Y tú menudo espectáculo me diste con ese sujetador de guarrona… —chanceó, aprovechando para estirar el brazo con intención de rodearla, agarrándola finalmente por la cadera.

—Josito… —protestó, moviéndose ligeramente, como si quisiera rehuir el contacto, pero sin poder apartarlo, pues tenía las manos mojadas.

—Ibas a reventar las copas con esas tetazas que tienes —aseguró, deslizándose lentamente por encima del pantalón corto que Celia había cogido prestado de su novio.

—Culpa de Alonso…

—El muy idiota te exhibió pero bien… —prosiguió, ya casi rozándole la nalga.

—¿Y qué me dices de cuando te hiciste pasar por mi chico con el móvil? Ahí sí que te habría matado —esgrimió un gesto de reproche.

—Y bien que te gustó la sorpresa final… —soltó con petulancia, intensificando las caricias.

Ahora Celia se rio.

—No me gustó.

—Mentirosa… —replicó con socarronería, al tiempo que se deslizaba por la prenda deportiva, comenzando a sobarle el culo— ¿Y tampoco te gustó lo que pasó en mi pueblo?

—Estate quieto con la manita, anda —protestó.

¡ZAS!

—¡Ah!

Celia echó la cadera hacia delante, como en un acto instintivo, tras el fuerte azote que el pueblerino acababa de propinarle en el trasero, pero fue incapaz de zafarse del veinteañero, que se inclinó hacia ella para cuchichearle al oído.

—Si hubiese querido esa noche te follaba… —murmuró con lascivia, acompasando sus palabras con el gesto de la mano, clavándole los dedos en la nalga.

—Tú flipas, niñato. Si me obligaste a que te pajeara…

—Y será que no tenías ganas… —esbozó una mueca maligna, ya sobándole el culo a conciencia—. No tuve que insistir mucho para que me la agarraras…

—Qué cabrón eres… —masculló con apenas un hilillo de voz.

—Te pusiste bien cerda, rodeada de tanto rabo, eh…

—Uhm… —se le escapó un imperceptible gemidito debido a las caricias de Josito, cada vez más descaradas, sumadas al morboso recuerdo de lo mucho que disfrutó de las atenciones recibidas por parte de los tres mocosos.

—Esa noche te habrían valido hasta mis amigos, comparado con la poca cosa que Alonso tiene entre las piernas… —prosiguió, ahora con tono burlesco, deslizando uno de los dedos hacia la raja del culo de Celia, que no pudo evitar morderse un labio—. Pero sé que te morías de ganas por mi polla…

—¡Bueno, ya! —le detuvo al fin, cerrando el grifo y echando una mano hacia atrás para apartarlo, mojando el suelo.

—Mira cómo lo has puesto todo —le regañó Josito—. Anda, ve a arreglarte mientras yo seco este estropicio —espetó, como si fuera una orden.

Celia se lo quedó mirando con el gesto torcido. Lo cierto es que el muy cerdo, a pesar de su comportamiento totalmente fuera de lugar, había logrado despertarle el interés, sobre todo con esa actitud autoritaria que tanto le atraía. Y ahora le apetecía un poco de juerga.

—Si salimos no va a pasar nada… —aseguró la morena, queriendo dejárselo bien claro.

—Esta noche vas a hacer lo que yo te diga… —replicó Josito con extrema soberbia.

Ambos cruzaron sus miradas. Él con un porte engreído. Ella con una mueca de circunstancias.

—No sé cómo me lías siempre… —claudicó finalmente.

48

Josito llevaba un buen rato esperando cuando Celia apareció, ya arreglada. La treintañera estaba imponente, como siempre. Maquillada con gusto, llevaba su larga melena azabache suelta y se había vestido con una holgada blusa de verano que insinuaba el volumen de sus pechos junto a unos tejanos ceñidos con los que lucía el contorno de sus excelsas piernas.

—¿Qué? —preguntó la novia de Alonso, de pie en mitad del salón, observando cómo el chiquillo no le quitaba ojo.

—¿Así vas a salir? —inquirió con prepotencia.

—¿Así cómo?

—Ponte más guapa.

A Celia se le abrieron las cuencas de los ojos al máximo, totalmente descolocada ante la inesperada sobrada del pueblerino.

—¿Pero de qué vas, chaval? —reaccionó al fin, recordando la anterior vez que salieron juntos, cuando él le sugirió que se pusiera falda.

—Muestra un poco de carne, que ya sabes que me gusta fardar de acompañante —indicó con una desfachatez inusitada.

—¿Y por qué debería hacerlo? —se mostró chulita, no queriendo ponérselo tan fácil.

—Porque te lo mando yo —le bajó los humos rápidamente.

Esa extrema suficiencia removió las tripas de Celia, que sintió la chispa encendiéndose en su interior. Ese pequeño bastardo lo estaba volviendo a hacer, la estaba calentando.

—Eres un cabrón —frunció el ceño, alejándose con la intención de satisfacer los gustos del maldito pueblerino.

Transcurridos unos cuantos minutos, la novia de Alonso volvió a presentarse frente a Josito.

—¿Así te parece bien? —inquirió, ahora mostrándose mucho más sumisa.

—Date la vuelta —le mandó, observando cómo su antigua casera obedecía—. ¿No tienes una falda más corta?

Celia lo miró con el gesto torcido durante unos segundos. Pero no podía negar que le gustaba el jueguecito. Al menos, al fin y al cabo no iba a pasar de ahí, así que no rechistó, regresando a su cuarto para cambiarse una vez más.

—Y ponte algo más escotado, que esas tetas hay que lucirlas —ordenó Josito mientras contemplaba cómo esa diosa se alejaba.

—Cabrón… —murmuró la morena por lo bajo, cada vez más encendida, sin dejar de caminar en busca de las prendas que el niñato le había indicado.

Cuando el pueblerino la vio aparecer nuevamente empezó a sentir la creciente incomodidad de su entrepierna, con el bulto del pantalón cada vez más hinchado. La muy zorra se había puesto una camiseta elegante, totalmente ceñida, con un escote de escándalo que dejaba a las claras las enormes tetas que tenía. Y abajo se había vestido con una minifalda con la que lucía todo el morenazo de sus piernas y que se ajustaba a su culito, más respingón si cabe debido a los largos tacones que portaba con excelsa distinción.

—Joder, voy demasiado provocativa —se quejó Celia, que era consciente de que con esa ropa iba pidiendo guerra.

—Mejor sin sostén —indicó Josito, viendo que se le marcaba bajo la fina prenda.

—¿¡Qué dices…!? —se sorprendió—. A ver si me va a ver algún conocido…

—Pues tendrás que ir con cuidado, porque esta noche vas a ir vestida como yo te diga.

—Eres un hijo de puta —protestó.

Lo que estaba sucediendo no formaba parte ni mucho menos de los planes de la morena cuando decidió quedar con el pueblerino. Ni siquiera cuando se dejó convencer para salir de fiesta. Pero es que ya había entrado al trapo y le estaba poniendo muchísimo arreglarse para él. Cada vez que el crío la obligaba a cambiarse aumentaba su libido, que empezaba a estar disparada.

Esta vez el de la Alpujarra no esperó a que Celia regresara y, tras unos minutos, entró en la habitación de la pareja de treintañeros sin pedir permiso.

—¡Josito! —se quejó la novia de Alonso, que ya se había quitado el sujetador, cubriéndose instintivamente con las manos.

—Déjame ver… —se adentró en la estancia, llegando hasta ella para agarrarla de la muñeca, apartándole el brazo.

Celia, cada vez más sumisa, se dejó hacer, mostrando cómo el fino género de la camiseta se adhería a su cuerpo, dibujando con extrema exactitud cada curva de su tronco, especialmente el abultado contorno de sus dos magníficas tetas, que se exhibían imponentes bajo el yugo de la ceñida prenda.

—Así vas dando el cante —le reprendió Josito, contemplando los pequeños pezones que se erguían bien tiesos, rasgando la tela—. Vas toda empitonada.

—Por tu culpa —rechistó ella.

—Pareces una puta. Anda, vuelve a ponerte el sostén —le ordenó al tiempo que metía una mano en la cabellera femenina, despeinándola—. Y mejor hazte una coleta.

—¿Para eso me he arreglado? —espetó, dando muestras del poco orgullo que aún le quedaba.

—Me gusta tener un sitio donde agarrar.

La mandíbula de Celia se abrió como si hubiera perdido el control de la misma, absolutamente alucinada. Y entonces ocurrió. Sintió cómo el veinteañero se aferraba a uno de sus pechos, magreándoselo. Saltaron todas las alarmas. El puto niño había dado con la tecla. Cerró los ojos, disfrutando de la inesperada sobada mientras el muy cabrón se recreaba en su punto débil, amasándole la carne de la ubre al mismo tiempo que le daba un buen tratamiento a su pobre pezoncito, friccionándolo a conciencia con la palma de la mano.

—Uf… —se mordió un labio, levantando los párpados—. Sal de la habitación y me hago la coleta —le rogó, incapaz de detenerlo.

—Te espero fuera —aceptó, no sin antes darle un pequeño azote de despedida.

Celia no sabía cómo lo había permitido, pero llegados a ese punto, se sentía demasiado cachonda. Demasiado. Con las pulsaciones exageradamente aceleradas, tras volver a colocarse un sujetador, se recogió el pelo tal y como el pueblerino le había indicado. Se miró al espejo y no pudo evitar una tenue sonrisa. Estaba tremendamente espectacular.

—¿Así te gusta? —inquirió la novia de Alonso melosamente cuando regresó al salón, colocándose frente a su antiguo inquilino.

—Ahora sí que voy a presumir de zorrita —sonrió Josito maliciosamente al verla, satisfecho al comprobar que ahora no se apreciaba el sostén bajo la camiseta.

—Uf… —resopló ella mientras cogía las llaves del Megane—. Esta noche vas a tener que espantarme a muchos moscones —aseguró con una preciosa sonrisa, consciente de lo extremadamente sugerente que vestía.

—En tu coche no, usemos el nuevo —espetó Josito.

—¿El Toyota de Alonso? —frunció el ceño.

—Está la llave, así que no se lo ha llevado…

—No creo que le haga mucha gracia…

—Mejor —esbozó una sonrisa chulesca.

—Mira que eres cabrón… —rechistó, cogiendo la llave del coche automático de su novio.

Muy a su pesar, Celia salió del piso siendo totalmente consciente de que esa noche iba a hacer todo lo que su antiguo inquilino le pidiera. Iba a ser su puta.

49

—Quillo, ¿has visto esa morena?

—Joder, está más buena que el pescaito frito.

—¡Y va con un niñato!

—Esa es puta…

—¿Qué dices, quillo? Está demasiado buena…

—Que sí, una de esas de lujo, sino de qué va a ir con el crío ese…

—El zagal debe ser un niño pijo, porque esa no es barata.

—Eso o la tiene más grande que tú.

—¡Eso seguro, quillo!

Los dos amigos andaluces se troncharon de la risa mientras Celia pasaba por delante de ellos, acompañada de Josito, que la exhibía como si fuera su trofeo, agarrándola de la cintura.

—¿Y tus compañeros de la uni? —inquirió la novia de Alonso tras adentrarse en el local.

—Se habrán marchado a otro garito. Es tarde.

—Pues anda que te esperan… —frunció el ceño— ¿Quieres ir a buscarlos?

—¿Y que nos molesten? —reaccionó con un gracioso gesto, rodeándola con el brazo para atraerla hacia él, quedando ambos de frente.

Celia esbozó una de sus encantadoras muecas, rezumando encanto.

—Me has vuelto a engañar —protestó con el semblante divertido—. No habías quedado con nadie, ¿verdad?

Josito sonrió, forzando que sus cuerpos se juntaran aún más, hasta que sintió la agradable sensación del paquete incrustándose contra el pubis femenino, logrando quedarse a escasos centímetros de su boca, pero la treintañera reaccionó instintivamente, tirando el cuello hacia atrás.

—Nada de besos —le advirtió, sin despegarse del pueblerino, permitiéndole el descarado refregón mientras notaba cómo la abultada entrepierna del niñato iba adquiriendo volumen, presionándole el bajo vientre.

—¿Vamos a estar follando y vas a seguir negándome un morreo? —se burló de ella, moviéndose ligeramente para aumentar el roce entre ambos.

—Tío, que podría vernos alguien… —se quejó, ahora colocando ambas palmas en los pectorales masculinos para separarse de él.

—¿Celia? —se oyó a su espalda.

La novia de Alonso se quiso morir. Si antes lo decía…

Al girarse, frente a ella apareció un hombre alto, con barbita de varios días, pelo corto y moreno de piel. Aunque no solían coincidir, lo reconoció rápidamente como uno de los compañeros que trabajaba con su chico.

—¿Carlos?

—¿Qué tal? —sonrió—. No sabía si eras tú… —confesó.

—Sí, sí… —le devolvió la sonrisa antes de darle los dos besos de rigor.

Carlos la había estado escudriñando y no se podía creer que fuera ella. Siempre había pensado en lo afortunado que era Alonso por estar con semejante pibón. Pero es que si de normal ya estaba buena, esa noche Celia era la puta diosa de Almería. Y no lo pudo evitar, se le fue la vista hacia lo más profundo del canalillo de la exuberante novia de su compañero.

—Córtate un poco —le recriminó el de la Alpujarra con tono burlón, apareciendo tras la espalda femenina.

—¿¡Qué!? —reaccionó Carlos torpemente, ruborizándose al sentirse descubierto.

—Está bromeando —sonrió la morena, procurando quitar hierro al asunto—. Él es Josito, nuestro inquilino —se lo presentó, no queriendo dejar lugar a dudas.

—Bueno, ex inquilino ya —aclaró el pueblerino.

—¡Ah, sí! Alonso me ha hablado de ti.

—¿Y tú eres…?

—Compañero del curro…

Tras el apretón de manos entre ambos, Carlos desvió la atención hacia Celia nuevamente.

—¿Y Alonso? ¿No ha venido con vosotros? —indagó, esforzándose por mantener la vista clavada en los ojos femeninos, pues el imponente escote que tenía delante le atraía como abejas a la miel.

—Está fuera, de despedida.

—¡Ah, es verdad! Que era este fin de semana…

—Claro. Y no se va a divertir solo él, ¿no? —bromeó Celia con un gracioso gesto, provocando el sutil vaivén de sus pechos.

El bamboleo llamó la atención de Carlos, que no pudo evitar echar un nuevo vistazo, ahora disfrutando del morboso movimiento de las tetazas que colgaban majestuosamente frente a él.

—Tío, parece que esta noche hay mucho baboso suelto —le increpó Josito, sonriéndole con chulería—. Alonso tiene suerte de que esté yo aquí para cuidar de su novia —chasqueó, arrimándose a ella lo suficiente como para que nadie se percatara de la mano que colocó sobre su trasero.

La treintañera se sorprendió ante ese inesperado acercamiento, teniendo que disimular un contrariado gesto de mandíbula.

—Ya veo que estás muy bien acompañada… —reaccionó Carlos, empezando a sentirse intimidado por la presencia del veinteañero.

—Eso parece… —respondió la aludida, percibiendo con incredulidad cómo el pueblerino comenzaba a sobarle el culo.

—¿Mucho pesado con lo guapa que está hoy? —añadió, cada vez más nervioso, ahora dirigiéndose a Josito.

—¿Normalmente no lo estoy o qué? —bromeó ella, inquieta por si Carlos se percataba de lo que estaba sucediendo.

—¿Estás insinuando que la novia de tu compañero de curro viste demasiado provocativa? —intervino el pueblerino maliciosamente, con un descarado tono burlón, ahora deslizando los dedos más allá de la minifalda, comenzando a palpar carne mientras se adentraba lentamente bajo la escueta prenda.

—Yo no quería… —se excusó Carlos torpemente, procurando salir del brete en el que le había metido el niñato.

Pero la treintañera apenas hacía caso al compañero de su novio, cuyas palabras retumbaban en su cabeza sin sentido alguno, incapaz de creer que Josito le estuviera metiendo mano descaradamente delante de un conocido de Alonso. Y es que el maldito crío, que había terminado de colarse bajo la falda, estaba empezando a sobarle la parte interna de los muslos, muy cerca de la ingle, ya casi rozándole las costuras de la ropa interior.

—Bueno, me alegra haberte visto, Celia —comenzó a despedirse, consciente de que ese pibón no le estaba prestando demasiada atención.

—Yo también me alegro —se inclinó hacia él para darle dos besos cuando…

La morena tuvo que reprimir un gemidito en cuanto sintió el primer roce del dedo de Josito deslizándose sobre su tanga, sin poder hacer nada para evitar que el puto niñato empezara a palparle el chochito por encima de la prenda íntima mientras besaba las mejillas de Carlos. Instintivamente separó los muslos, lo suficiente como para facilitar las suaves caricias que se fueron intensificando paulatinamente, hasta que el muy hijo de puta empezó a sobarle el coño a conciencia, masajeándole los esponjosos labios vaginales en su camino hasta el clítoris, que rodeó con maestría, haciéndole desear que se lo frotara hasta hacerla desfallecer. Si seguía así se iba a correr.

—Te queda bien la coleta —sonrió el compañero de Alonso mientras le echaba un último vistazo, antes de girarse para alejarse definitivamente.

—Para, por favor, para —jadeó lastimosamente, llevando una mano hacia atrás para agarrar la muñeca de su antiguo inquilino, procurando detenerlo.

Josito le dio un par de palmaditas sobre el tanga, percibiendo claramente la viscosidad del otro lado de la tela, antes de estimularle suavemente el clítoris, logrando que las piernas de Celia comenzaran a temblar.

—Por favor… nos va a ver alguien… —suplicó—. ¡Uf! —resopló en cuanto el pueblerino dejó de tocarla, casi perdiendo el equilibrio, momento en el que el veinteañero la agarró del brazo con intención de voltearla, maniatándola a su antojo, para acabar nuevamente cara a cara.

El maldito niñato la había dejado al borde del orgasmo. Y ahora estaba excitadísima.

—Eres un cerdo —le reprobó con el rostro desencajado—. Podrías estarte quieto con el dedito.

—¿Seguro que no quieres correrte? —la chuleó Josito.

—Sí, cabrón. Pero no aquí.

50

—¿Qué? —sonrió Celia, girando el rostro hacia Josito, que la contemplaba mientras conducía.

El pueblerino no dijo nada. Su contestación no fue más que un sonido de cremallera.

—No seas cerdo, que es el coche de Alonso —protestó la conductora, volviendo la mirada al frente.

Celia no tardó en echarle un nuevo vistazo, esta vez de reojo.

—Qué hijo de puta eres… —rechistó, mordiéndose un labio tras descubrir que Josito se había sacado el miembro viril y se lo meneaba sin dejar de mirarla.

Casi como si fuera un acto instintivo, la morena se llevó una mano a la entrepierna, colándose bajo la minifalda para empezar a acariciarse suavemente por encima del tanga.

—¿Sigue caliente? —inquirió el veinteañero, sacándole una sonrisa a Celia.

—Puede… —replicó, juguetona.

—En el pub te lo dejé al rojo vivo —aseguró con prepotencia—. Déjame comprobarlo —advirtió, estirando un brazo hacia ella.

—Esto no está bien, que es el asiento de mi novio —le recriminó mientras retiraba la mano para dejarle hacer, acompasando el gesto con un leve movimiento de sus muslos, separándolos con elegante sutileza—. Uhm… —gimió en cuanto volvió a sentir el dedo del niñato acariciándole el chocho.

—Caliente y jugoso… —confirmó el pueblerino, cuya polla se estaba hinchando a lo bestia a medida que la palpaba, deslizándose lentamente hacia uno de los costados, hasta alcanzar la ingle femenina, donde enganchó la costura de la braga, comenzando a desplazarla.

—Joder, Josito, que vamos a tener un accidente —sollozó, sintiendo cómo el muy cabrón le retiraba la tela, tan empapada que parecía velcro, dejándola con el coño al aire mientras el coche comenzaba a impregnarse de un fuerte olor a chumino—. Uf…

—Como sigas así vas a dejarle una bonita mancha en el asiento a tu novio —se burló el de la Alpujarra tras reanudar la masturbación, percibiendo cómo se le humedecía el dedo a medida que se desplazaba por los pegajosos pliegues de la vagina, cada vez más lubricada.

—Hijo de puta…

Celia activó los warnings y se detuvo en mitad de la calle. Cerró los ojos, se mordió el labio y se abrió de piernas.

—Parece que al final sí que voy a descubrir lo puta que eres…

La novia de Alonso boqueó, cachonda perdida, y se dejó hacer, concentrándose en las caricias del niñato para disfrutar del agradable cosquilleo provocado por el travieso dedo que lentamente se adentraba en su rajita, comenzando a dilatarla a medida que le masajeaba la pared vaginal, acercándola al éxtasis.

—Uf… —resopló cuando el crío aumentó el ritmo, llevándose una mano al pecho mientras se espatarraba como si fuera una furcia cualquiera, a punto de correrse.

Y entonces Josito detuvo la masturbación.

—Ah… —jadeó ella, quedándose con la boca abierta mientras alzaba el culo, buscando desesperadamente el empujoncito que la hiciera explotar.

—Mírate —la injurió el pueblerino—. Eres una mala novia —se recreó, masticando las palabras—, bien abierta para mí en el coche de Alonso —sonrió con una malicia inusitada—. Así que si quieres que me ocupe de tu calentón vas a tener que suplicármelo.

Celia lo miró con un gesto mezcla de asombro, rabia, deseo y desesperación.

—Haz que me corra, por favor… —sacó la lengua, deslizándola con elegante lujuria por su labio superior—. Te lo suplico… —rogó con una mueca de lo más morbosa—. A mi chico que le den.

Josito sonrió, satisfecho, sintiendo cómo el cuerpo femenino se estremecía en cuanto volvió a tocarla. La tenía al borde del orgasmo.

—Uf… —volvió a resoplar la morena, ladeando la cabeza como si negara, tensionándose—. Me voy a correr… —anunció mientras el pueblerino le estimulaba del clítoris y volvía a penetrarla para seguir con las atenciones que ya le había estado regalando en el interior del coño—. Me corro… —boqueó justo antes del primer espasmo…

Durante unos largos segundos solo se escuchó el chapoteo provocado por los dedos de Josito entrando y saliendo del encharcado chumino de Celia.

—Me he corrido, hijo de puta…

El chochito aún le palpitaba con fiereza cuando se recompuso del orgasmo. A pesar del inmenso placer, no había podido desatarse, consciente de que estaba en el coche de su chico. Alzó la mirada, con el fuego en sus ojos, y observó a Josito, que se estaba pajeando tranquilamente en el asiento del copiloto, desprendiendo un aura de seguridad que estaba empezando a volverla loca.

—Vaya polla, chaval…

El miembro viril del crío parecía estar ya pletórico y eso que no le había puesto una mano encima. El muy hijo de puta debía estar bien cachondo. Y eso la excitaba aún más, lo que la impulsó a inclinarse hacia él, rodeándole el grueso tronco con la mano.

—Guárdate esto —le sugirió, aprovechando para tocársela un poco, sin poder evitar pensar que era por lo menos el doble de grande que la de Alonso—. Y vamos para casa, cabrón.

51

En cuanto cerró la puerta del piso, Celia se arrodilló frente a Josito, sobándole el paquete para calibrar la grandeza de su virilidad mientras le abría la bragueta con la otra mano.

—¿Ves como en mi pueblo querías, guarra? —soltó él con arrogancia.

—Eso parece… —replicó con una entonación lasciva, bajándole los pantalones para deleitarse con la imagen del contorno de su inmenso rabo, bien marcado en la tela de los ajustados bóxers.

—Y en Madrid, te quedaste con ganas de que te echara un buen polvo.

—Uf…

La treintañera esbozó una obscena mueca antes de sacar la lengua para darle un sucio lametazo al hinchado bulto de la entrepierna, notando cómo se endurecía a su paso. Alzó el rostro para echar un vistazo al dueño de aquello mientras aferraba la goma de los calzoncillos y empezaba a tirar de ellos, liberando al fin su portentoso cipote, que salió disparado como un resorte, golpeándole en la barbilla.

—Ah… —soltó un leve quejido debido al porrazo, más doloroso de lo esperado por culpa de la contundencia del miembro, y eso que no estaba completamente empalmado—. Qué bestia eres… —rechinó los dientes, asiéndole la verga por la base para encararla—. Qué ganas tenía de esto…

La novia de Alonso percibió el intenso olor a polla que el niñato ya estaba emanando mientras se acercaba al rechoncho glande, rozándolo sutilmente con los labios antes de separarlos para comenzar a engullirlo. Apenas se había metido la puntita, teniendo que esforzarse para acomodar semejante grosor, cuando percibió cómo se hinchaba aún más dentro de su boca, tensionándole la mandíbula.

—Eso es, chupa, puta —se vanaglorió el pueblerino, agarrándola de la coleta—. Y si te esmeras en la mamada, puede que luego te folle como premio.

Acostumbrada al escaso tamaño de su chico, no se había tragado ni un tercio de rabo cuando Celia necesitó resuello, provocando que las primeras babas comenzaran a escurrirse por la comisura de sus labios, incapaz de domar semejante miembro viril, que ya se había enardecido al máximo.

—No pares, guarra —la instó, dándole un pequeño tirón de pelo para que siguiera chupando.

—Uhm… —ronroneó, ahora agarrándole las enormes pelotas para masajeárselas.

La experimentada treintañera abrió aún más la boca, deslizándose apasionadamente por el tronco, haciendo que las protuberantes venas se hincharan con el paso de su húmeda lengua, que empezaba a empaparse con los primeros brotes de líquido preseminal del niñato.

Tras lograr meterse ya media verga, Celia comenzó a usar sus carnosos labios para estirar la sabrosa piel del cipote cada vez que engullía, lo que avivaba que el bálano se abultara, obstruyéndole la garganta y provocándole las pequeñas arcadas que no hacían más que hacerla babear, inundando el falo de blanquecinos hilos de saliva que se escurrían hasta el escroto, desde el que colgaban para acabar cayendo al suelo debido al vaivén de los testículos que ella misma provocaba con la comida de polla. Le estaba haciendo una mamada de campeonato.

—Joder, cuando quieres, qué bien la chupas, Celia —sollozó Josito, empezando a dejarse llevar por el placer que su antigua casera le estaba provocando—. Y eso que practicas con una pollita bien pequeña… —se burló, jadeando.

La novia de Alonso se estaba esmerando. Sin duda, esa era la clase de pollón con la que ella fantaseaba y que tantos años llevaba sin catar. Así que iba a aprovecharlo y, sin dejar de mamar, comenzó a hacer uso de ambas manos para pajearlo. Pensaba dejar bien seco al maldito crío.

—¡Hostia, joder! —gritó el pueblerino.

El hinchadísimo miembro de Josito empezó a estremecerse en el interior de la boca femenina, señal de que estaba a punto de explotar. Aún maniatada del pelo, Celia tuvo que ladearse ligeramente hacia un costado para lograr que, con un ruido sordo, el enorme cipote se escurriera fuera de su cavidad bucal, llegando a salpicar la pared con una mezcla de babas y flujos preseminales debido a la tensión con la que salió disparado.

—¡Uf! —resopló el muchacho, evidenciando el intenso deleite que le estaba empujando al clímax.

La treintañera tuvo que arrastrar ligeramente las rodillas mientras observaba como, tras un breve zarandeo, el babeante miembro viril se quedaba completamente erguido, mostrándose pletórico, con todas las venas marcadas a fuego. No tardó en volver a asir el recio tronco para reanudar la masturbación, encarándolo hacia su cara mientras percibía el contundente palpitar de la sangre endureciéndolo bajo la palma de su mano.

El primer chorrazo de semen fue directo al pómulo izquierdo de la treintañera, rebotando con tanta fuerza que voló por encima de ella, cayendo finalmente al suelo. Los siguientes, aún enérgicos, fueron salpicándole el rostro, llegando a mancharle hasta el cuello. Con cada descarga, el pueblerino soltaba un contundente reguero que se estampaba contra la preciosa tez morena, dándole un auténtico baño de lefa, pues los pringosos goterones ya resbalaban incluso por su canalillo, deslizándose lentamente entre las tetas. La cantidad de esperma que ese semental estaba emanando era desproporcionada.

—Joder… cabronazo —sollozó la novia de Alonso, sin detener la paja—. ¿No vas a parar de correrte o qué? —protestó, con el semen escurriéndose entre sus labios—. Me vas a poner perdida… —balbuceó, sintiendo cómo la leche comenzaba a resbalar por su lengua mientras el chaval seguía eyaculando.

No fue hasta que Josito aflojó el agarre de la coleta cuando Celia pudo levantarse del suelo, toda cubierta de la simiente del joven verraco, comenzando a caminar casi como si estuviera desorientada.

¡ZAS!

—Uhm… —gimió la morena tras el nuevo azote recién recibido, esbozando una expresión morbosa mientras se deshacía de la ceñida camiseta, usándola para limpiarse la corrida al tiempo que descubría el sujetador push up de color burdeos que su antiguo inquilino le había regalo hacía ya un par de años—. ¿Me queda bien? —le zorreó tras terminar de retirar los restos de lefa de su cara, dejando toda la prenda empapada de esperma.

El de la Alpujarra sonrió, acercándose a ella.

—Parece que tengo buen gusto… —indicó, abriendo la mano para rodear una de sus tetas, amasándosela mientras se relamía palpando el carnoso tacto de su extraordinario volumen a través del sostén.

Celia se deshizo. Y entonces él la morreó.

—Uhm… —la inexistente protesta femenina se ahogó entre los labios del veinteañero.

El beso la había pillado con la guardia baja debido al magreo previo y no tuvo más remedio que dejarse comer la boca por el maldito niño, que logró volver a erizarle cada poro de la piel mientras la devoraba, chupándole la lengua con impetuosa habilidad.

—Uf… —resopló la morena, compartiendo su aliento con el de Josito, mientras sentía cómo le bajaba la copa del sostén para seguir estrujándole el pecho recién liberado.

—Me gustas más sin nada —afirmó tras dejar de besarla, cuchicheándole a escasos milímetros de la boca, mientras desabrochaba el cierre del sostén para acabar dándole un tirón, desnudándole ambos senos de golpe, que rebotaron debido a la violencia del gesto, tambaleándose como dos flanes recién servidos—. Dúchate, que apestas a puta —la denigró.

La novia de Alonso jadeó, quedándose a cuadros, con la boca abierta y las tetas al aire, totalmente empitonada. No podía estar más cachonda.

52

Josito sonrió al girar el pomo y comprobar que Celia no había cerrado la puerta. Se adentró en el cuarto de baño y la vio a través de la mampara de cristal. Era la primera vez que la contemplaba completamente desnuda y no tuvo ninguna duda de que esa mujer estaba más buena que todas con las que había estado previamente. Su miembro, en estado morcillón, se activó al instante mientras terminaba de desvestirse.

—¿Es que no has tenido bastante? —inquirió la novia de Alonso con una sonrisa sugerente al percatarse de la presencia de su antiguo inquilino acercándose a la ducha, completamente empalmado.

—¿Tú qué crees? —respondió, llegando a su altura.

La treintañera alzó las manos, acariciando los fibrados brazos de su antiguo inquilino antes de palpar su abdomen y empezar a recorrer su joven torso, recreándose en sus recios pectorales cuando el niñato la cogió del pelo, volteándola para colocarse a su espalda.

Con el agua caliente cayendo sobre ambos cuerpos desnudos, Josito le regaló un obsceno lametón en el cuello antes de mordérselo, provocando el pequeño gemido que surgió de lo más profundo de la garganta femenina.

—¿Tienes ganas de más? —susurró Josito, aprovechando para sobarla a conciencia, deslizando las manos por el vientre de la treintañera, en dirección a sus caderas, para acabar bajando hasta sus muslos, separándole las piernas.

—¿Eres capaz de darme lo que necesito?

El vaho ya había cubierto por completo la mampara, ocultándolos desde fuera de la ducha, cuando de repente apareció una mano abierta estampándose contra el cristal, seguida del rostro desencajado de Celia.

El pueblerino la había aprisionado contra el vidrio, agarrándole una pierna a la altura de la rodilla para alzársela mientras encaraba la polla a la entrada de su vagina, restregándosela por todo el coño.

—Parece que al final este chavalín te va a acabar follando… —la provocó.

—Cabrón, pero no a pelo… —protestó mientras notaba cómo el vigoroso glande del crío comenzaba a presionar la entrada de su rajita.

—¿Ahora te preocupas, cerda? —replicó, sintiendo cómo el chocho de su antigua casera palpitaba, dilatándose, claramente ansioso por recibirlo—. Voy a hacer que te corras como una puta —aseguró con prepotencia, dándole un empellón para meterle media polla de golpe.

—¡Ah!

El alarido de Celia inundó el cuarto de baño, sorprendida por semejante cabronazo que acababa de partirle el coño, sacándole las telarañas del fondo con un solo gesto.

—¿Vas a disfrutar de mi pollón? —empezó a moverse, follándosela.

—Uhm… —gimió—. Parece que sí… —confirmó, comenzando a jadear—. Pero no te corras dentro… —suplicó.

—A partir de ahora vas a ser mi putita… —se la metió un poco más profundo, percibiendo cómo el chochito de la novia de su antiguo casero se adaptaba a su tamaño con facilidad.

—Uf…

—Y te dejarás follar siempre que quiera…

—¡Ah! —gritó de placer—. No creo que a Alonso le haga mucha gracia —rechistó entre jadeos, disfrutando de los frotamientos de tremendo rabo contra las estrechas paredes de su coño, llegando a rincones a los que su chico era incapaz de acercarse siquiera.

—¿Prefieres su pollita? —replicó con un evidente tono burlón mientras hundía la mano en la melena femenina para enredar su cabello entre sus dedos—. ¿O prefieres que te folle un buen macho? —le soltó un guantazo en el culo.

—Uhm…

—Gime, perra.

—Ya tienes lo que tanto deseabas —masculló sin dejar de jadear—. ¿Te gusta follarte a tu casera, cerdo?

—Uf, qué cachondo me pone que seas tan guarra.

Josito, ahora tirando del pelo de Celia, se la insertó hasta los huevos, aplastándole las tetazas contra la mampara.

—¡Joder, niño! —boqueó, completamente empalada.

Los siguientes empellones, cada vez más enérgicos, hacían que sus voluminosos senos se restregaran contra el cristal, con los tiesos pezones rasgando el vidrio, lo que provocaba pequeños chirridos con cada sacudida.

La novia de Alonso estaba fuera de sí, sintiendo las enormes pelotas del niñato rebotando con fuerza contra sus muslos, casi haciéndole daño debido a la potencia con la que ese bestia la penetraba, dejándose follar por la polla más grande y gorda que había conocido. En el fondo, no estaba más que haciendo realidad una fantasía. Pero el placer no había hecho nada más que empezar.

—Mucho hacerte la digna pero al final te he bajado las bragas como a cualquier otra —la injurió, deteniendo las embestidas por un momento.

—Uhm —gimió Celia mientras Josito estiraba el brazo libre para meter los dedos entre el cuerpo femenino y el cristal, agarrándole un pecho para atraerla hacia él, quedando ambos bien pegados, con el agua de la ducha cayendo aún sobre ellos.

—Mira que estás buena, pero al final no eres más que un buen zorrón como todas —prosiguió, ahora estrujándole la teta y pellizcándole el pezón mientras le mordisqueaba en la nuca.

—Sí, joder —masculló, más caliente si cabe debido a las provocaciones del pueblerino, que la hacían sentir aún más guarra—. Fóllame, hijo de puta —giró el cuello para darle un buen morreo.

Y entonces el veinteañero, mientras se comían la boca, le dio un nuevo empujón, más fuerte si cabe, logrando incluso levantar a Celia del suelo, que levitó durante unos segundos.

—¡Hostias, chaval! —boqueó, sintiéndose rellena como un pavo mientras perdía el control de sus sentidos, echándose hacia atrás para dejarse caer sobre su joven amante, a su merced.

Ahora sí, pudiendo desatarse sin temor, gozó del orgasmo sin cortapisas, liberando toda la tensión sexual que había acumulado durante tanto tiempo. Alonso, con su escasa pichita, era incapaz de elevarla al nivel de éxtasis que había alcanzado con Josito y su enorme cipote.

Mientras ella se corría, el pueblerino, con el culo de la treintañera pegado a su pubis, sintiendo cada puto centímetro de polla en el interior de su coño, se sintió pletórico. Había logrado follarse a esa diva absolutamente inalcanzable para cualquiera, la misma que ni siquiera Marcus había conseguido hacer pasar por la piedra. Y no pudo evitar que, mientras sentía los espasmos de su chochito, se le escapara una pequeña avanzadilla de esperma junto a la ingente cantidad de líquido preseminal que ya había soltado en el interior de Celia.

—Qué bueno, por dios… —confesó la morena, aún insertada, relamiéndose por el reciente clímax—. ¡Madre mía!

—¿Dónde lo quieres esta vez, putita? —tiró nuevamente de su pelo para apartarla, sacándole la estaca.

—En la boca —jadeó, cerrando el grifo de la ducha mientras sentía cómo le palpitaba el coño tras albergar semejante inquilino—. Quiero sentir tu leche caliente.

—Agáchate, cerda —la obligó a postrarse ante él.

Josito se agarró el pollón para golpearle en las tetazas, salpicándola con los pequeños hilillos de líquido preseminal que no paraba de soltar.

—Mañana me dolerán… —soltó ella con una entonación claramente provocativa.

El pueblerino sonrió, inclinándose hacia delante para acariciarle un seno, deslizando los dedos hasta pinzarle el pezón, tirando de él para provocarle el daño justo y acabar soltándoselo en el momento exacto, rematando con una palmada sobre su pecho.

—Uhm… cabrón… —dibujó una mueca lasciva.

—Vaya tetazas… ¿qué le dirás al maricón de tu novio si te las intenta tocar? —le escarneció.

—Que me duelen porque tengo la regla.

—Anda, zorrita, chúpamela para que me corra en tu lengua.

Celia, obediente, comenzó a lamerle la polla, siguiendo las instrucciones del crío.

—Abre la boca —le ordenó él—. Más, que no te cabe.

—Uhm… —quiso hablar, pero ya no pudo.

—Así, que se te caiga la babita…

Josito la agarró por la cabeza para lograr metérsela hasta la campanilla.

—¿No puedes más, putita? —la vejó, aún con medio rabo fuera mientras la morena resoplaba, buscando algo de resuello para respirar—. Inténtalo —la empujó hacia él, ahora clavándosela hasta la garganta—. Te vas a atragantar con mi lefa, cerda.

Y entonces el niño explotó, inundando la faringe de la treintañera, que tuvo que apartarse, empezando a toser mientras soltaba grumosos borbotones de leche que salían despedidos de su boca al tiempo que recibía el resto de la abundante eyaculación sobre sus enormes tetas.

—Uf, corridote —masculló el pueblerino con gesto engreído, sin dejar de menearse el rabazo frente a la sorprendida Celia.

—¿Cómo te corres tanto si es la segunda vez? —inquirió, incrédula, todavía sin haber recuperado la respiración del todo.

—Aún estoy para otro asalto.

La novia de Alonso soltó una carcajada, lo que le provocó un nuevo ataque de tos. Se había pasado meses escuchándolo follar en el piso. Sabía perfectamente de lo que era capaz.

53

En cuanto Josito salió del cuarto de baño y Celia abrió el grifo de la ducha para limpiarse los restos de la nueva descomunal corrida del pueblerino, el peso del arrepentimiento cayó sobre ella.

Había sido infiel a Alonso. Por primera vez. Primera y última, se dijo mientras el agua caía sobre su cuerpo, pasando las manos por su melena, enjuagándose el pelo.

Había pensado que quedar con el niñato era una oportunidad para engañarse a sí misma. En el fondo siempre había fantaseado con engañar a su novio con alguien mucho más dotado. Solo que el amor que sentía por su pareja le impedía desearlo. Y eso no había cambiado.

La diferencia es que Josito era el único cabrón al que le había permitido más de lo debido. No lo vio venir. No era más que un niño. Un inexperto chavalín incapaz de tener una sola oportunidad con ella. Y precisamente eso fue lo que le dio chance. Le dejó jugar y el maldito crío se pasó el juego.

Se lamentaba por Alonso. Sí. Ojalá pudiera retroceder y borrar los cuernos. Pero ya estaba hecho. Así que prefirió quedarse con la parte buena. Al menos había cumplido su fantasía. Y la había disfrutado. Mucho. Tal vez demasiado. Sonrió con cierta tristeza, mordiéndose un labio mientras cerraba el grifo con la esperanza de no olvidar jamás el extraordinario placer que había vivido con su antiguo inquilino, porque sabía que su chico no era capaz de proporcionárselo.

—¿Aún estás aquí? —inquirió con cierto desdén al descubrir a Josito en el salón, viendo la tele.

—No me irás a echar ahora a la calle, que no tengo a dónde ir hasta mañana.

—¿En eso no me has mentido? —frunció el ceño.

El veinteañero sonrió mientras contemplaba el morbo que desprendía esa mujer, recién duchada, vistiendo una camiseta holgada de su novio que hacía las veces de camisón, cubriéndole hasta casi la mitad de los muslos.

—Lo de la entrevista es verdad —contestó—. Y no, no tengo alojamiento hasta que regrese al pueblo.

—Bueno, puedes quedarte en tu antiguo cuarto —suavizó el gesto.

—¿No me vas a dejar dormir en la cama de Alonso? —soltó con tono jocoso.

—No —sonrió tenuemente—. Bastante le has quitado ya…

Ahora Josito soltó una carcajada.

—¿Qué ves? —se interesó Celia, echando un vistazo hacia la televisión.

—Nada, solo te esperaba.

—Yo me voy ya a la cama.

—¿Y ya está?

—¿Qué más quieres?

El pueblerino dibujó una mueca ladina.

—Te has llevado mucho más de lo que…

—¿De lo que me merezco? —la interrumpió el veinteañero—. ¿Es que no lo has disfrutado?

—Sabes que sí, pero…

Josito se alzó, quedándose de pie frente a su antigua casera.

—¿Y por qué no repetimos?

—Porque quiero a mi novio —replicó con absoluto convencimiento.

—Hace un rato no te importaba mucho… —argumentó maliciosamente.

—Eres un puto cerdo —protestó.

—A ver si voy a tener que callar esa bocaza volviendo a meterte la polla hasta la campanilla —refutó, desabrochándose el pantalón con chulería.

—¿Te crees que voy a volver a caer, niñato? —lo miró con desprecio, observando cómo se abría la bragueta y revelaba una vez más su descomunal verga que, aún estando morcillona, seguía siendo más grande que la de Alonso en erección.

—No solo eso, sino que te voy a follar en la cama de tu novio —añadió, terminando de despelotarse mientras su impresionante miembro se balanceaba pesadamente.

—A ver, mocoso, no te flipes. Has tenido suerte una vez. Pero para ti vuelvo a ser una señora. Y tú para mí no eres más que un crío.

—Si lo estás deseando… —masculló con altanería, acercándose a su antigua casera para darle un morreo cuando…

¡ZAS!

La hostia que le propinó Celia resonó en todo el piso.

Ambos se quedaron mirando. Él sin perder la sonrisa de suficiencia, con los dedos marcados en su rostro. Ella bajando la vista para comprobar cómo crecía la polla del niñato.

—¿Tú no te cansas nunca? —replicó la morena, ahora con cierto tonillo de fruición, contemplando lo grande y gorda que se le estaba poniendo.

—¿Qué pasa? ¿Tu novio no aguanta? —se burló.

Celia sonrió brevemente antes de esbozar una enigmática mueca con la que se agachó frente al pueblerino, quedándose a escasos centímetros de su entrepierna. Movió un brazo en dirección a su miembro viril y acabó dándole un pequeño manotazo, haciendo que el inmenso pollón se tambaleara ante su atenta mirada.

—Te vas a volver a la Alpujarra con un buen dolor de huevos, chaval —le dejó con las ganas mientras se alzaba con una sonrisa socarrona.

—Hija de puta…

La reacción de Josito no se hizo esperar, pillándola por sorpresa. El veinteañero la agarró del cuello, estampándola contra la pared para arrebatarle el morreo que anteriormente le había negado.

—Uhm… —se perdió la protesta de Celia durante los segundos que duró el beso, hasta que el pueblerino dejó de comerle los morros—. ¿Ahora vas a forzarme, pervertido? —gruñó, sin poder moverse, atrapada por el maldito chiquillo.

Josito la escudriñó durante un instante. La expresividad femenina era de enfado, pero sus ojos estaban encendidos. De repente, el pueblerino le escupió en la boca, llenándole los labios y la barbilla de babas.

—Si en algún momento no quieres, házmelo saber —la aleccionó con el rostro severo, logrando transmitir una autoridad tal, que le hacía parecer estar por encima del bien y del mal.

Celia guardó silencio, alucinando con el puto crío. Aún con el gesto torcido, no pudo evitar relajarlo. No quería volver a caer en manos de ese engreído, pero le encantaba cómo la trataba. Frunció el ceño, molesta consigo misma, al tiempo que, aún sin decir nada, le contestaba con la mirada.

El de la Alpujarra esgrimió una sutil sonrisa antes de lamer los labios de la treintañera, recogiendo su propia saliva. Ella ni se inmutó, hasta que, en una segunda pasada, correspondió al niñato dándole un lascivo lametón, haciendo que ambas lenguas friccionaran entre sí, compartiendo humedad.

—¿Ves como lo estabas deseando, cerda?

La novia de Alonso no tuvo tiempo de contestar. De repente se vio postrada en el suelo, a cuatro patas, ya sin la camiseta, únicamente en ropa interior, con ambos brazos a la espalda y sujetada por las muñecas, mientras el pueblerino le bajaba las bragas hasta las rodillas.

—Te voy a follar como a una perra… —aseguró, agachándose para darle una buena lamida en el coño.

—Uf…

Josito sentía cómo esa zorra se hacía agua en su boca, percibiendo cómo el sabor de su chochazo se iba potenciando a medida que le succionaba los labios vaginales, cómo se estremecía tras cada lametón en el clítoris o cómo jadeaba cuando le presionaba la rajita con la lengua, lubricando cada vez más, hasta que sus fluidos comenzaron a resbalarle por la barbilla. Si seguía así iba a lograr que se corriera, pero él tenía otros planes.

—¿Qué haces? —bufó Celia, que había agachado la cabeza para poner el culo en pompa.

El de la Alpujarra volvió a escupir sobre el ano femenino, dándole un segundo lametazo.

—Lubricártelo —confirmó, incorporándose para encarar el enorme pollón hacia su diminuta entradita trasera.

—Por el culo no, por favor —imploró—, que me duele.

—Como a todas al principio… —se enorgulleció Josito.

El pueblerino se agarró el cipote para golpearle en una de las nalgas, antes de restregarle el glande por todo el coño, quedando bien lubricado con una blanquecina capa de flujo vaginal, para acabar encarándolo hacia su esfínter.

—Para, te lo suplico… —rogó Celia, temerosa de no soportar el dolor de algo tan grande desgarrando su estrecho agujerito.

—Dame una razón… —insistió el pueblerino, empujando suavemente contra su ojete, jugando con ella, consciente de que aún no estaba preparada.

—Joder… —sollozó—. Se lo prometí a Alonso, ¿vale?

—¿El qué?

—Que cuando volviera lo haríamos por el culo… Por favor, no le quites también eso… —casi suplicó, sabedora de que si el bestia de Josito le rompía el recto tendría que buscar alguna excusa para no follar con su novio.

Soltándole las muñecas al fin, el veinteañero la agarró del pelo, dándole un tirón para alzarla, manejándola a su antojo. La colocó de cara a la pared y arrimó su cuerpo para dejarla aprisionada mientras le acababa de sacar las bragas y el sostén definitivamente, desnudándola por completo.

—Me importa una mierda tu novio… —resopló Josito en su oído—. Pero si quieres que le deje el culo para él vas a tener que follarme en la misma cama donde duerme ese maricón… ¿Estamos?

—Eres un hijo de puta…

—¿Me vas a cabalgar en la cama de Alonso, guarra? —alzó un brazo para rodear el cuerpo de Celia, magreándole un pecho, apretándoselo con fuerza.

—Uhm… —fue todo lo que dijo.

Tirándola del pelo, la llevó hasta la habitación.

—¿Dónde quieres que me tumbe? —preguntó Josito con una sonrisa burlona.

—Aquí duerme Alonso, cabrón —señaló el lado de la cama de su novio.

El pueblerino se estiró boca arriba en el lugar que le había indicado Celia, con su baboso cipote apuntando al techo.

—Joder, pero qué pedazo de pollón tienes… —se le llenó la boca a la treintañera mientras se subía al colchón, colocándose de rodillas entre las piernas de Josito, sin poder apartar la vista de semejante troncho, contemplando las verdosas venas palpitando en rededor y los huevazos colgándole entre los muslos—. Esto no es lo que me suelo encontrar en esta cama —chasqueó con socarronería, rodeando el grueso tronco con la mano.

—Dime lo pequeñita que la tiene…

—No seas cabrón, que ya lo estás humillando bastante…

Josito se incorporó, doblando el torso con facilidad, en una demostración de potencia, marcando abdominales, para meter la mano entre las piernas de Celia, acariciándole el chochito.

—Mira cómo estás, guarra —le enseñó los dedos totalmente empapados—. Te encanta que humille a Alonso —se los ofreció para que se los chupara—. Saborea lo cachonda que eso te pone.

—Cabrón… —rechistó, mas abrió la boca y, obediente, degustó sus propios fluidos, hasta que el orgulloso pueblerino volvió a tumbarse.

La morenaza estiró la mano para posar el índice sobre el humedecido glande, jugando con la viscosa gota que se adhirió a su piel antes de comenzar a deslizarse por el tronco, acariciando con el dedo su extrema rigidez, en contraste con la rugosidad de las palpitantes venas, hasta que recorrió más de la mitad de su longitud, deteniéndose a centímetros de la base.

—Así de chiquitita… —indicó con socarronería, burlándose definitivamente de su propio novio mientras señalaba la ridícula altura a la que le llegaba a Josito.

En comparación, la picha de Alonso parecía enana.

—Anda, súbete encima y disfruta de una buena polla —soltó el pueblerino con arrogancia, exhibiendo una mueca vanidosa.

—¿Pero ya vas a ser capaz de aguantar sin correrte, chavalín? —le vaciló ella con una sonrisa traviesa, colocándose a horcajadas sobre su antiguo inquilino.

—Depende de cómo te muevas, zorra…

—Chis… —le pidió silencio, poniendo un dedo en los labios masculinos mientras le sujetaba la tranca con la otra mano—. Los niños pequeños no dicen palabrotas… —chanceó con una mueca rebosante de su habitual encanto al tiempo que comenzaba a doblar las rodillas—. ¡Ah! —gimió al sentir la presión del glorioso glande empezando a abrirle el coño—. Uf… —resopló a medida que se dejaba caer, absorbiendo más y más centímetros de carne en su interior—. Qué hijo de puta eres… —masculló, ya de cuclillas, poniendo los ojos en blanco—. Me voy a correr…

Y lo hizo en cuanto Josito le tocó las tetas.

Aún con el agradable regustillo del reciente orgasmo, sin que el de la Alpujarra hubiera dejado de magrearla, Celia comenzó el vaivén, cabalgando al niñato, cuyos huevos estaban cada vez más mojados debido a la ingente cantidad de flujos que se escurrían del interior de su coño. Cuando logró insertarse el pollón entero, la pegajosa piel de la bolsa escrotal se quedó adherida a su culo durante unos segundos, el tiempo que tardó en volver a subir, para luego volver a bajar, empezando a aumentar la cadencia. El polvo no tardó en convertirse en un constante frenesí de cuerpos sudorosos rozándose entre sí, con los gemidos de ambos como música de fondo mientras el inconfundible olor a sexo guarro comenzaba a invadir toda la habitación.

—Uhm… —jadeó la novia de Alonso, que no se podía creer que estuviera a punto de volver a correrse, cuando Josito le metió los dedos en la boca, tirando de ella, que se quedó sentada sobre su amante, completamente empalada, inclinándose hacia delante para acabar dándole un sucio morreo.

Treintañera y veinteañero se estaban devorando, dándose lametones y chupetones en lengua y labios, cuando la expresión de la morena cambió de repente, quedándose con los ojos bien abiertos al sentir cómo el maldito niñato, que había llevado las manos hasta su culo, comenzaba a jugar alrededor de su ano, acariciándoselo.

Con los pubis de ambos restregándose, Celia movió los pies para colocarse de rodillas sobre el colchón, lo que ocasionó que alzara el pompis, facilitándole la maniobra al chiquillo, que tuvo un mayor acceso a su puerta trasera.

—Qué zorra eres… —masculló él con una medio sonrisa, ahora masajeándole el esfínter para comenzar a presionar ligeramente, sintiendo cómo se iba dilatando.

—Uhm —soltó un nuevo gemidito, ahora reclinándose para echar las manos hacia atrás, como si fuera a detener las sucias intenciones de su antiguo inquilino, pero lo que hizo fue agarrarle las pelotas para masajeárselas mientras sentía cómo el muy guarro le metía un dedo en el ojete—. ¡Ah, cabronazo! —gritó, dejándose penetrar por el culito.

Aún empalada hasta la entrada de su cuello uterino por el inmenso pollón del niñato, sintiendo cómo hábilmente le iba abriendo cada vez más el ano, ahora usando dos dedazos a la vez, no aguantó más cuando el maldito crío se inclinó hacia ella, comiéndole las tetas.

—Voy a correrme, cerdo —anunció entre jadeos, agarrando la cabeza del pueblerino mientras percibía sus húmedos lengüetazos sobre los terriblemente sensibles pezones, para acabar succionándoselos y mordiéndole los enormes y carnosos pechos.

Y justo en ese momento, mientras Celia se deshacía sobre su joven amante, explotando en un nuevo éxtasis, el enésimo ya, sonó su móvil. Era un mensaje de Alonso.

—Me he corrido, cabrón —rechinó los dientes, apartando a Josito para reincorporarse, saliéndose de encima suyo.

La treintañera tardó unos segundos en recorrer toda la longitud de la tranca del pueblerino, sintiendo los roces contra sus paredes vaginales intensificados debido al reciente orgasmo, hasta que, con un ruido sordo, como si fuera una ventosa despegándose, asomó el enrojecido e hinchadísimo glande, completamente empapado.

—Ahora me toca a mí —sonrió Josito, agarrándose el pollón, que ya le goteaba, a punto de reventar, para comenzar a meneárselo.

—Pues para no ser más que un crío —resopló, con la respiración entrecortada—, aguantas bastante bien —le devolvió la sonrisa, sintiendo las tetas doloridas, el coño escocido y el culito palpitando—. Déjame echarle un vistazo al móvil, no vaya a ser que Alonso…

Tras leer el mensaje, la expresión de Celia cambió de golpe.

—Mejor acábatelo tú solito —le instó, mirándolo con desdén.

—¿Qué dices? —replicó él, poniendo cara de pocos amigos.

—Ya me has follado en la cama de mi novio —concluyó con un claro tono de reproche, alejándose del cuarto en dirección al salón para recuperar las prendas que le había quitado el de la Alpujarra.

Cuando la treintañera, ya vestida con la camiseta de su chico y la ropa interior, regresó a la habitación con la intención de echar a Josito, se lo encontró de pie, esperándola. Lo siguiente ocurrió tan rápido que no supo ni cómo lo hizo, pero en cuestión de segundos la tumbó bocabajo sobre la cama, con los pies colgando hacia un costado, sujetándola por los hombros mientras le bajaba las bragas, que quedaron enganchadas en uno de sus tobillos, y se colocaba entre sus piernas, usando las rodillas para abrírselas. En esa posición se notaba que la morena tenía el ano ya bastante dilatado.

—Por zorra, ahora no le voy a dejar a tu novio ni este culito…

—Cabr… ¡Ah!

Se oyó el ruido sordo del inmenso glande comenzando a adentrarse en el estrecho agujero trasero de Celia, el mismo que tan pocas veces había sido penetrado porque le hacía daño. Y su grito fue de dolor, sí. Pero lo que vino a continuación no. La tía buena comenzó a sollozar a medida que esa bestialidad de polla se abría paso por su esfínter, dilatándoselo al máximo. Poco a poco los gemidos de placer fueron creciendo hasta acabar gimiendo como una puta loca mientras ese cabronazo la sodomizaba, rompiéndole el culo y tirando de su pelo para arquearle la espalda. El muy hijo de puta estaba usando a la pareja de su antiguo inquilino a su antojo, como si fuera un maldito trapo.

—¿Al final sí te gusta? —soltó con recochineo—. Con tu novio no gritas tanto —se burló a conciencia—. Tus vecinos van a descubrir hoy lo guarra que eres.

La treintañera, consciente del escándalo que estaba formando, mordió la funda del colchón, procurando cohibir sus instintos. Pero en cuanto el niñato la culeaba volvía a gritar.

—¿No puedes evitarlo? —sonrió con soberbia, sin dejar de follársela por el culo.

La novia de Alonso no dijo nada, solo respondió con un gesto de cabeza, negando con el rostro desencajado. Y entonces el pueblerino le hundió la cara contra la cama.

—Menuda puta estás hecha, Celia —se vanaglorió Josito—. Ya sabía yo que las pollas grandes te vuelven loca, pero no pensé que serías tan guarra como para dejar que te folle el culito en la cama de tu chico…

Los enormes testículos del niñato colgaban pesadamente bajo la descomunal herramienta que entraba y salía sin pausa de las entrañas de la novia de Alonso, que había metido un brazo bajo su propio cuerpo para masturbarse mientras le petaban el culo. El coño de Celia estaba chorreando, rezumando fluidos que goteaban sobre el colchón, comenzando a dibujar una mancha oscura sobre el mismo.

—¡Me corro, hijo de puta! ¡No pares! ¡Fóllame el culo, cabrón!

—¡Puta!

Josito le dio un doloroso guantazo en la nalga.

—¡Reviéntame con esa pedazo de polla!

—¿Te vas a correr como la cerda que eres? —le dio un nuevo azote, sin dejar de tirar de su pelo.

—No…

Mientras Josito hacía chirriar la cama debido a los violentos empujones que ya le estaba dando a la pobre novia de Alonso, los flujos de ambos sexos empezaban a mezclarse, formando una masilla blanquecina que cubría el contorno del ano de Celia. Las potentes embestidas del niñato hacían que pegajosos hilillos se deslizaran por toda su polla, alcanzándole los huevos, desde donde colgaban hasta el coño de ella, que ya tenía el chocho asquerosamente pringoso, sin dejar de deslizar sus sucios dedos entre los labios vaginales, acariciándose el clítoris y metiéndose los dedos.

—Me voy a correr porque soy tu putita.

Celia nunca antes había experimentado un squirt. Le salió un increíble chorrazo que empapó el colchón, justo en la zona donde dormía Alonso, mientras le temblaban las piernas y la mancha oscura de la cama se ampliaba considerablemente.

—Qué hijo de puta… —susurró por lo bajo, casi para sus adentros, antes de que ese semental le sacara el descomunal pollón del culo.

La treintañera tenía el ano completamente abierto y le palpitaba sin parar.

Josito comenzó a pajearse y no tardó ni un segundo en eyacular, demostrando un increíble control. Como todas las otras veces, el veinteañero empezó a soltar ingentes chorrazos de esperma, todos ellos con una cuantiosa cantidad de semen, manchándole el coño, las nalgas, la camiseta e incluso el pelo. Cuatro, ocho, doce… Fue incontable la cantidad de lechazos que cayeron sobre Celia, que seguía abatida, recibiendo ese baño de lefa sin rechistar. Estaba destrozada. No le habían echado un polvo como ese jamás.

—Me vuelvo a la Alpujarra, nena —jadeó el pueblerino, usando su pesado miembro morcillón para azotarle ligeramente en el culo, salpicando la corrida que había por doquier.

Habían estado horas follando y comenzaba a amanecer.

—Cuando eches de menos un buen polvo avísame y vengo a follarte —añadió, apartándose lentamente antes de salir del cuarto en busca de su ropa—. Y arregla un poco el piso —alzó la voz, ya desde el pasillo—. No quiero que mi buen amigo Alonso descubra lo zorra que eres —se burló de él por enésima vez, llegando al salón para comenzar a vestirse—. Aquí apesta a sexo.

Cuando Celia oyó cómo el pueblerino se marchaba, cerrando la puerta de la entrada, aún tardó un rato en reaccionar. Parecía que le hubieran dado una paliza. Con el pelo alborotado, se sacó la camiseta de su novio, llena de lefa de Josito, y la usó para limpiarse el resto de la corrida. Primero la pasó entre sus nalgas y luego por su vagina, para acabar limpiándose los muslos por los que caían regueros de la leche que le había salido del culo.

Mientras tanto, en la pantalla de su móvil, aún se podía leer el mensaje que Alonso le había enviado.

“Ya estamos en el hotel. Estoy deseando que llegue el domingo 😈 Te quiero, cari”.

Imagen de Celia con los chicos

EPÍLOGO

Personajes relevantes por orden de aparición:

Celia jamás volvió a ponerle los cuernos a su pareja. Pero no pudo olvidar todo lo vivido con su inquilino y cada cierto tiempo acababa haciéndose un dedo rememorando el extraordinario placer que experimentó con el veinteañero.

Alonso nunca llegó a percatarse de la pequeña mancha en el asiento del conductor de su coche. Aunque no fuera el hombre más dotado, sí era capaz de satisfacer a su chica lo suficiente como para que, junto a ella, viviera feliz el resto de su vida.

Josito entró a trabajar en el centro de salud de Almería. Se compró un piso y vivió su soltería follándose a todas las tías buenas que iba conociendo. Ninguna se le resistió lo suficiente.

Gabino no llegó a retomar la amistad de su infancia. Se hizo ganadero y se casó en el pueblo. Tuvo familia numerosa. Y cada martes se iba de putas.

Alicia conoció a un empresario gallego, el amor de su vida. Con él recorrió el mundo. No tuvieron hijos, pero disfrutaron de cada momento.

Marcus acabó falleciendo tras una reyerta en la que los gitanos del barrio le asentaron varias puñaladas.

Trini engañó a su novio unas cuantas veces con Josito antes de que Marcus falleciera. Tras el desafortunado incidente se sintió culpable y cayó en depresión. Nunca se recuperó del todo.

Abigail conoció a una chica catalana. La primera vez que se enrollaron no fue más que un juego. Pero acabaron teniendo una relación que duraría toda la vida.

Emma se enteró del desliz de su hermana pequeña con el tiempo. Le costó asimilarlo. Pero siempre fue un apoyo para ella.

Camila regresó a su país tras la muerte de su brother. Odió a los andaluces durante el resto de su existencia.

Lucia dejó la prostitución de lujo antes de llegar a los 40. Con el dinero que había ganado montó un negocio. La vida le fue bien.

Omar se hizo con un pequeño cártel de la droga en la Alpujarra. Se forró de dinero y logró retirarse sin que jamás lo detuvieran.

Tommy siempre fue el chulo del pueblo. Y esa mentalidad la inculcó a su único hijo. Se sentía orgulloso de él cuando se traía a las chavalitas que estaban más buenas a casa. Sobre todo porque, de vez en cuando, lograba follarse alguna.

Bella empezó a prostituirse antes de los 25. Acabó haciendo la calle hasta que murió por sobredosis de heroína. Antes de eso, más de una vez tuvo a Gabino de cliente.

Isa conoció con más profundidad a Josito cuando la trató en el centro de salud. Tras la primera sesión ya notó mejoría. Antes de la última, el veinteañero se la había follado.

Carlos fue compañero de Alonso durante muchos años. En todo ese tiempo nunca dejó de fantasear con Celia. Aunque no solían coincidir muy a menudo, siempre se hacía una paja pensando en ella cada vez que la veía.

Comentarios

  1. Bien es buen cierre, eso es todo lo que está historia necesitabs, si cierre y es lo mismo que te e dicho de otras historias los personajes necesitan su cierre, con eso Doc, con los cierres Nos dejas contentos.

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    1. Buenas! Esta historia necesitaba este cierre porque inicialmente así fue concebida. Tal vez cambiando algunos detalles, pero siempre quise que acabara de este modo.

      Otras historias, más allá de "bizarradas" que quedaron en un intento y ya (como Epic story por ejemplo), tienen el final que estaba en mi mente cuando las concebí.
      Otra cosa es que ese final no guste :P

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    2. Así es es las historias necesitan un final, el que guste o no es secundario, de que la falta de tiempo apremia pero de verdad que si a todas las pequeñas historias que abres en tus demás relatos le hicieras cierre, serías más vanangloriado de los que ya eres.

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  2. Un final muy apropiado, que resuelve la historia de una forma perfecta. Me gusta especialmente el epílogo y saber lo que fue de los personajes, así como el hecho de que ella nunca volviese a serle infiel a su novio fuera de ese desliz. Me parece que hace mucho más redondo al personaje y es un final más creíble, se sacó la espinita y lo disfrutó pero tiene claras sus prioridades.

    Y en cuanto a lo que pones en el banner, si vuelves a escribir estaremos aquí para leerte y sino pues tampoco pasa nada, esto es un hobby al fin y al cabo. Y hagas lo que hagas, espero que los vientos de la vida te lleven a un camino adecuado.

    Requiem

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    1. Una vez más, Requiem, gracias por comentar (y por recomendarme jeje).

      Siento haber "jodido" el final de la cuarta parte jajaja :P :P
      Como le decía a Kingping, este desenlace iba a ir al final de esa cuarta parte, pero lo acabé separando por los motivos que creo que ya expuse (falta de tiempo y no querer demorar en demasía la publicación).
      La idea inicial, si no lo hubiera separado en una quinta parte, es que Celia asistiera a la fiesta de fin de curso de la universidad (y seguramente habría habido menos desarrollo), pero el concepto hubiera sido el mismo.
      Respecto al epílogo, recordé la cantidad de veces que me han pedido cerrar historias o personajes y en este caso me encajaba dar ese resumen final de las vidas de cada uno. Me alegro que te gustara.

      Respecto al contenido del banner, es la misma idea que he tenido durante los últimos años, pero no la llevaba a cabo del todo. Por un motivo u otro siempre me obligaba más de lo debido. En este caso, sin pretensión alguna de escribir, me entraron ganas en cuanto cogí estos días de vacaciones y lo disfruté mucho. Eso sí, he estado días enteros delante del ordenador... aún tengo que aprender a ponerle freno.

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    2. No creo que hayas jodido el final del cuarto capítulo para nada, creo que son dos finales distintos y quizás complementario. Me gustaba que terminase sin llegar a follársela por la subversión de expectativas, pero también me gusta mucho este final, quizás incluso más que la alternativa de la fiesta de graduación.

      Y si, te entiendo perfectamente con lo de ponerle freno. Yo cuando tengo una idea que tengo que escribir no puedo ponerle freno normalmente y así van las cosas. Pero sin duda un equilibrio siempre es bueno. Tú no te fuerces y cuando te apetezca pues hazlo y cuando no, pues no, y listo. Y a quien le moleste pues es su problema. :)

      Requiem

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  3. Doc donde te chupo la polla

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    1. ¿Eso es que te ha gustado el desenlace? xD

      Si es así, me alegro.

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    2. Buenas y feliz final de año a todos!
      Muy buen desenlace para la historia, y estoy con Requiem, la parte del epílogo y lo que pasó con los personajes es genial, además con algunos me he pegado unas buenas risas y ¿qué hay mejor en el mundo que el sexo y las risas? Si das ambas cosas a mí me tienes más que satisfecha jajaja.
      Como relato "individual" estoy contigo en que para mí es el más flojo (cosa que ya sabías) dado que en efecto es el "cierre" de la parte que yo más gozo, pero es un cierre perfecto.
      Eso sí, para mí queda poco del Josito original y no lo digo por la relación con Celia (que también) sino porque... ¿Se olvidó de su gran amigo Gavino? Eso me da pena ¿Hemos olvidado la ayuda que le prestó Marcus en su día? (que era un gilipollas que quería un lacayo, está claro, pero tampoco he visto que Josito haya hecho nunca nada por él). Y no me parece mal ¿eh? pero lo resalto :).
      Me gusta el que especifiques que el que Celia subestimara a Josito es lo que le dio la oportunidad de "pasarse el juego" básicamente porque le dejó jugar creyendo que podría controlarle, porque en efecto es lo que ocurre... aunque hay otro personaje al que dejó "jugar de más", Marcus, pero su consciencia de peligro le permitió poner "freno" antes de llegar demasiado lejos.
      En fin, aunque no me haya encendido "tanto" como los demás (de forma individual) leído con los demás es perfecto, ya que es la perfecta "descarga" para la carga de los anteriores. El necesario choque de trenes en que Celia, por fin, se deja llevar y apaga el fuego que tiene dentro (y necesita apagar). Cae porque hace mucho que quiere caer y aquí lo demuestras con maestría. Y sí, que luego no vuelva a pasar a pesar de la chulería de Josito, que sea sólo una "fantasía" que ambos necesitaban vivir, es el final perfecto para ambos personajes. No se trataba de una relación sino de algo que debía pasar.
      Enhorabuena por el relato y sin duda... escribe como y cuando te salga de los huevos jajaja solo faltaría.
      Ah y sí, final feliz en más de un sentido JAJAJA, que quede claro que para mí has conseguido la calidad pornográfica que sé que buscas bajo "tus parámetros" (y los míos). En mi caso, objetivo más que cumplido.

      Un beso y gracias por compartir tus relatos, aunque llegue "tarde" a tu época de mayor escritura, pero tengo la suerte de que todavía me quedan muchos relatos tuyos por leer (prometo gozarlos).

      Binaria.

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  4. Bravo por el final, absolutamente espléndido el desarrollo de los personajes hasta este punto .

    Muchas gracias por todas las historias y descansa mucho!

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