Sinopsis: Mi novia y yo decidimos pasar unos días en una casa rural junto a mis dos amigos y sus respectivas parejas
—¡Vamos, no me jodas! —se quejó mi amigo Manu.
Había ido a su casa para ver el partido del Real Madrid. Y, como siempre, tocaba tirar de épica.
—¿Queréis otra cerveza? —nos ofreció a su primo Kike y a mí.
—Sí, a ver si así pasa mejor el mal trago —bromeé.
Los tres reímos. Lo cierto es que nuestra relación siempre había sido muy buena. Y, como en el terreno de juego, pues jugábamos juntos a fútbol, nos entendíamos bien.
Justo a la media parte del partido, mientras charlábamos de temas intrascendentes, llegó Isabelle, la pareja de Manu.
—¿Qué tal, Ángel? —me saludó nada más verme, con su inconfundible acento francés, ofreciéndome una agradable sonrisa mientras se acercaba para darme dos besos.
Le devolví el gesto afable, agarrándola de la cintura mientras rozaba sus mejillas con mis labios y percibía el suave aroma de su perfume.
—Nada, aquí, viendo el Madrid con estos —le di un amistoso capón a Kike.
Me quedé mirando a la novia de mi amigo durante unos segundos de más, cavilando que era bastante resultona. Tenía el pelo largo, de color castaño, a juego con sus ojos marrones. Lo cierto es que no estaba nada mal. Lástima que le faltara un poco de pecho para mi gusto, pues tenía unas tetas normalitas, ni grandes ni pequeñas.
—¿Te han contado lo de la casa rural? —Isabelle me sacó de mis pensamientos, haciendo uso de un perfecto castellano, pues llevaba en Las Palmas de Gran Canaria bastantes años.
—No —intervino Manu—. Estamos por lo que estamos —bromeó.
Mi colega me sacó una sonrisa.
—Hombres… —se quejó ella con un gesto divertido, evidenciando un encanto fuera de toda duda.
—¿De qué se trata? —pregunté, ligeramente intrigado.
—Manu tiene un amigo que nos ofrece su casa rural para unos días —comenzó a explicar Isabelle—. Es grande. ¿Cuántos caben? —se dirigió a su novio.
—¿Tres parejas? ¿Cuatro? —respondió sin mucho interés, pues el partido estaba a punto de reanudarse.
—También vamos Almudena y yo —intervino mi amigo Kike.
—¿Os apuntáis? —me preguntó definitivamente la francesa, volviendo a mostrarme su cautivadora sonrisa.
—¿Cuándo es?
—No lo hemos cerrado aún —aclaró Manu—. Pero la casa tiene piscina y habrá que aprovecharla, así que para cuando haga más bueno, ¿no, nena? —sonrió a su chica, alargando un brazo como invitándola a que se acercara.
Ella se inclinó hacia él para darle un pico.
—Claro —respondió, volviéndose nuevamente hacia mí—. ¿Qué dices?
—Suena bien. Lo comento con Daniela y os digo algo.
—Venga, que empieza la segunda parte —nos interrumpió Manu.
Terminé de ver el partido junto a los dos primos mientras Isabelle, con su divertido tono afrancesado, no dejaba de insistir en que mi pareja y yo nos animáramos.
Cuando llegué a casa, como de costumbre, mi chica estaba con el portátil, que cerró en seguida para venir a saludarme.
—Hola, vida —me sonrió antes de darme un apasionado beso.
Después de tantos años juntos, la conocía bien. Por cómo me había recibido, sabía que tenía ganas de marcha.
—¿Me has echado de menos? —me vanaglorié, agarrándola del culo.
—Sabes que sí… —amplió la sonrisa, claramente juguetona.
Tan solo unos segundos después tenía a mi chica de rodillas, comiéndome el rabo con ganas. ¡Joder, menudo recibimiento! Y encima tras una nueva remontada épica del Madrid. Sonreí para mis adentros, disfrutando del buen hacer de Daniela mientras colocaba una mano sobre su cabeza y un pensamiento comenzaba a embriagarme. ¿Había algo mejor que ser merengue y tener una novia como ella? En ese preciso instante tuve la sensación de ser el puto amo.
Los sonidos guturales provocados por la punta de mi durísima polla alcanzando la garganta femenina, mientras sentía cómo la pobre me rozaba el pubis con su nariz, me sacaron del trance en el que me había sumido. La agarré de las axilas para alzarla y llevarla a nuestra habitación. Iba a echarle un buen polvazo.
Ya desnudos, la puse a cuatro patas sobre la cama, contemplando cómo le brillaba el chocho. No había duda de que ya estaba bastante lubricada. Así que encaré mi miembro hacia su raja, sintiendo el calor que emanaba de su entrepierna, y empecé a deslizar el glande entre sus esponjosos pliegues.
La oí gemir cuando finalmente la penetré, deslizándome en su interior con facilidad debido a lo mojada que estaba, muriéndome de gusto a medida que percibía el roce con la calidez de sus paredes vaginales. Tras palmearle una de las nalgas, Daniela soltó una pequeña exclamación, justo antes de asirla por las caderas para iniciar las embestidas.
—Fóllame, nene… —susurró al aire.
Como guiado por su excitante entonación, me incliné sobre ella, estirando los brazos hasta alcanzar su pecho, amasándoselo al tiempo que seguía golpeándole el culo con la cadera. Escuché cómo aumentaba la cadencia de sus jadeos, deshaciéndose con el masaje que le estaba regalando en las tetas, y no tardé en lograr que se corriera. Pero mi chica quería más.
Tras comernos la boca apasionadamente, como si aún fuéramos aquellos jóvenes que empezaban a enrrollarse hacía años, me tumbé sobre el colchón, guiando a Daniela para que se pusiera a horcajadas sobre mí. Quería contemplarla mientras echábamos el polvo.
Mi novia comenzó a cabalgarme y ya no aguanté mucho más. El morbo que me dio observar lo buena que estaba, disfrutando del hipnótico balanceo de sus senos, unido a la sensación de triunfo por ser yo quién se la follaba y no otro, hizo que comenzara a perder el control. Pero fue el experimentado movimiento de sus caderas, con el que la muy cabrona lograba presionar sus paredes vaginales contra mi polla, lo que me empujó a correrme en su interior al tiempo que ella se inclinaba para besarme.
Mientras eyaculaba dentro de esa diosa, no tuve ninguna duda de que era el hombre más afortunado del mundo.
Cuando mi chica dejó de morrearme, sin perder el gesto travieso, se separó de mí, haciendo que mi pene, ya flácido, cayera sobre mi pubis, manchándome con algunos de los goterones de semen que se escurrían entre sus humedecidos pliegues. La contemplé, aún más guapa si cabe tras el polvazo que acababa de echarle.
Daniela lucía una preciosa melena morena, a juego con el tono de su piel, que cubría cada rincón de un cuerpazo lleno de curvas, de las que destacaban, sobre todo, su buen par de tetas. Las tenía grandes, aunque no exageradas, lo justo para ser perfectas.
—Vaya cara de tonto se te ha quedado —bromeó ella al verme ensimismado.
—He hablado con Isabelle —recordé mientras mi novia se dirigía al cuarto de baño.
—Ah, ¿y qué se cuenta? —alzó la voz.
—Pues que un amigo de Manu les ha ofrecido una casa rural —indiqué, ya desde la distancia.
Hubo unos segundos de silencio, hasta que observé a Daniela regresando a la habitación para acabar lanzándome un puñado de papel higiénico.
—¿Y?
—Pues nos han propuesto si queremos ir —expliqué mientras comenzaba a limpiar los restos de mi propia corrida—. También van Kike y Almudena.
No supe por qué, pero me dio la impresión de que Daniela fruncía ligeramente el ceño. No le di mayor importancia. Pensé que probablemente habían sido imaginaciones mías.
—Puede estar bien —concluyó sin demasiado entusiasmo, volviéndose al aseo.
Sin llegar a concretar nada con mi novia, comenzó una nueva semana. Y con ella, mis habituales rutinas. Por las mañanas trabajaba. El resto del tiempo lo dedicaba a mi pareja, mis amigos y los compromisos familiares. Y, siempre que podía, a hacer deporte. Fútbol, gimnasio, salir a correr… Me encantaba mantenerme en forma.
—¿Está ocupada?
Una voz femenina llamó mi atención. Al girarme vi a una chica joven, de unos veintitantos, que debía ser nueva porque no la había visto antes.
—Disculpa —reaccioné, retirando la mochila que había dejado junto a la elíptica que ella quería utilizar.
—No tienes de qué disculparte —me sonrió con un descaro más que evidente.
La verdad es que la chavala estaba bastante buena. Guapa de cara, con el pelo rubio recogido en una coleta, se notaba que debía ser asidua a hacer deporte, pues tenía un cuerpazo, que lucía gracias a unas mallas ajustadas y a un ceñido top de deporte.
—Eres nueva por aquí, ¿no? —quise ser amable, sin mayor pretensión.
—Alejandra, encantada —se presentó y se lanzó a darme dos besos.
—Ángel.
—Mi Ángel de la guarda —bromeó.
—¿Cómo? —me descolocó, sacándome una estúpida sonrisa, pues no me lo esperaba.
—Tú sí eres habitual, ¿verdad? —bajó la mirada para echarme un exhaustivo vistazo.
La rubia, sin cortarse ni un pelo, se recreó en mi musculatura que, sin ser excesiva, sí la mantenía bien tonificada. Se podría decir que estaba fuerte. Y eso, unido a que no era precisamente feo, supongo que fue lo que provocó lo que ocurrió a continuación.
—Jo… —ronroneó—. Se nota que estás en muy buena forma —volvió a sonreírme, ya con cierta picardía.
—Precisamente ahora me tocan mancuernas… —me hice un poco el chulo.
—Pues luego paso a verte, que eso no me lo quiero perder… —coqueteó conmigo descaradamente—. Y si no te importa, podrías ayudarme a situarme estos primeros días… —acabó la frase haciéndome ojitos.
Podría contar que me la acabé follando en los baños del gimnasio, pues no me habría importado empotrármela, y más cuando la niñata lo estaba deseando, pero mentiría. Al fin y al cabo, no era más que una cría que, a pesar de estar tremenda, no superaba el nivel excelso de lo que ya tenía en casa. Aún así, no podía evitar sentirme bien con sus descarados tonteos, que no cesaron a pesar de darle largas.
—Pasa de tu novia —me decía siempre con una gracia incuestionable.
—Ojalá tuviera diez años menos… —le contestaba yo en plan cachondeo, pero ella siempre tenía salidas para todo.
—¿Quién? ¿Tú o tu chica?
Por supuesto, no era precisamente la primera vez que una tía buena quería algo conmigo, pero que la chavala más deseada del gimnasio solo tuviera ojos para mí me engrandecía, si es que podía estarlo más pudiendo presumir de una novia tan espectacular como Daniela.
Aunque nunca dudé de ello, ahora sí que estaba claro. Era el jodido puto amo.
Finalmente, mi chica y yo acordamos que estaría bien pasar unos días de verano en la casa rural junto a mis amigos. Así que, de cara a organizarlo todo, las tres parejas decidimos quedar para cenar y comentar los pormenores.
Los primeros en llegar al restaurante fuimos nosotros. Mientras esperábamos, pedimos algo en la barra. Contemplé a Daniela, que estaba espectacular. El calor ya acechaba y se había arreglado con un vestido veraniego de una sola pieza con el que mostraba la piel morena de sus esbeltas piernas e insinuaba cada curva de su cuerpazo, rematándolo con un discreto escote.
—¡Pero qué guapa estás! —se oyó la voz de una mujer a nuestra espalda.
Al girarme contemplé a Almudena. Lo cierto es que la pareja de Kike no destacaba demasiado. Era bastante normal, delgada, con una media melena morena y poco pecho. Y es que mi amigo, a pesar de ser alto y de aspecto esbelto, era un tío del montón, como ella.
Tras los saludos iniciales, apenas habíamos empezado una conversación, cuando llegaron los dos que faltaban.
Manu, al contrario que su primo, era guapito de cara. Aunque no muy alto, sobre todo comparado con Kike, estaba fuerte, como yo. Se podría decir que era el típico tío bueno. Nos saludamos con un efusivo choque de manos y me mostró su característica sonrisa burlona, repleta de complicidad.
—Joder, Ángel, sí que os habéis arreglado —chanceó, desviando la atención hacia mi novia.
—¡Anda ya! —reaccionó Daniela, dándole dos besos—. Mira que eres tonto —sonrió, restándole importancia.
Mientras mi chica hablaba un momento con Manu, yo aproveché para saludar a Isabelle, que volvió a cautivarme con su agradable sonrisa.
No tardamos en sentarnos a la mesa y, antes de conversar sobre la casa rural, estuvimos recordando algunas anécdotas de las últimas veces que habíamos coincidido todos juntos. No fue hasta que empezamos con la comida cuando entramos en materia.
—Mi amigo nos deja la casa para toda la semana —indicó Manu.
—¿Siete días al final? —inquirió Almudena.
—Sí, ¿os parece bien? —intervino Isabelle.
Daniela y yo nos miramos y nos entendimos sin necesidad de hablar.
—Genial, nosotros estaremos de vacaciones —aclaré con semblante sonriente.
—Dijimos la segunda semana de agosto, ¿no?
—Si ya lo sabes, Kike —rechistó su primo con gracia, haciéndonos reír al resto.
—Menos mal que la casa tiene piscina… —dejó caer Daniela, pues estaba siendo un verano caluroso y las previsiones eran de aumento de temperaturas.
—Y la playa la tenemos cerca —apuntilló Isabelle.
—¡Qué bien! —reaccionaron casi al unísono las mujeres.
La velada estaba siendo agradable y, ya con todo lo de la casa rural organizado, tras los postres, pedimos unos chupitos. Mientras esperábamos a que los trajeran, me entraron ganas de ir al baño.
Estaba relajado, en el aseo, usando uno de los urinarios de pared, cuando oí a Manu.
—Lo vamos a pasar bien, Ángel —indicó, poniéndose a mi lado, en el retrete contiguo.
—Ya te digo —sonreí, con ganas de que llegara la segunda semana de agosto.
Ambos nos quedamos en silencio, solo roto por el chorro de nuestras meadas.
—¿Y Daniela? —soltó Manu, descolocándome, pues no sabía a lo que se refería.
—¿Qué quieres decir? —terminé de orinar, comenzando a sacudirme el pene para escurrir las últimas gotas.
—Bueno, con ella hay menos confianza —aclaró, señalando que tanto él como su primo eran más amigos míos que de mi chica.
—No pasa nada… —aseguré, convencido de que Daniela estaría tan a gusto.
—Bueno, pero tú no te molestes si ves que le doy algún que otro trato de favor —soltó con cierta chulería—, que no quiero que se vaya a sentir excluida.
—¡Qué gilipollas eres! —reaccioné con una sonrisa al ver que estaba bromeando—. Sí que has bebido, ¿no? —me burlé viendo que aún seguía evacuando.
—Qué culpa tengo yo de tenerla tan grande… —chasqueó, provocándome una carcajada.
—Eres un bocas, Manu —concluí mientras abría el grifo para lavarme las manos.
Al salir del baño me encontré con Daniela, que me estaba esperando.
—No tardaremos en irnos, ¿verdad, vida?
—¿Estás cansada?
—Un poco.
—Nos tomamos los chupitos y nos vamos —aseguré.
—Vale —me sonrió, dándome un cariñoso muerdo.
Ya de camino a casa, Daniela recibió una llamada de su hermana y se pusieron a cotillear sobre la cena. Yo desconecté, recordando las palabras de Manu en el cuarto de baño.
Si bien es cierto que mi chica no tenía tanta cercanía con mis dos amigos y sus respectivas parejas, no era la primera vez que cenábamos juntos o salíamos de fiesta. Y hasta donde yo sabía su relación con ellos era buena y con ellas, al menos, cordial. Estaba convencido de que podríamos convivir sin ningún problema durante los siete días.
Cuando subimos al piso Daniela seguía hablando con mi cuñada, así que aproveché para lavarme los dientes. Al salir del lavabo oí que aún continuaban con la cháchara, ahora en nuestra habitación. Sonreí y, cuando iba a dirigirme al salón para ponerme un rato la televisión, algo llamó mi atención.
—No veas cómo se le van los ojos… —soltó mi novia, bajando ligeramente el tono de voz, lo que provocó que me intrigara aún más.
Me quedé en silencio en el pasillo, esperando descubrir a qué se refería.
—Pues es que no para de mirarme —prosiguió—. Y esta noche igual.
Mis pulsaciones se aceleraron. Estaba claro que hablaba de la cena, así que solo podía referirse a Manu o Kike. No me lo podía creer.
—Nada del otro mundo, como todos —indicó Daniela, dándome la impresión de que le restaba importancia, como si para ella, que era un auténtico pibón, fuera algo de lo más habitual—. Pero hoy se ha pasado…
Una sensación extraña me invadió. Necesitaba saber qué había ocurrido.
—Pues en el baño, con Manu.
¿Manu? ¿En el baño? Sentí cómo un incómodo cosquilleo se apoderaba de mi estómago mientras intentaba recordar un momento en el que mi novia y mi amigo se hubieran ausentado al mismo tiempo.
—Sí, es cuando el otro ha aprovechado para babear un poco conmigo. ¡Y con Almudena delante!
Oí cómo Daniela se reía, supuse que por algún comentario de su hermana, mientras comprendía que lo que fuera que hubiera pasado había sido con Kike mientras su primo y yo estábamos meando. Ahora entendía por qué ella había querido volver a casa tan de repente. En ese momento recordé cómo mi pareja frunció el ceño al enterarse de que Almudena y él iban a la casa rural. No habían sido imaginaciones mías.
—Mira que es buen niño, pero es que el pobre no tendría nada que hacer conmigo —soltó con cierto desdén.
A pesar del disgusto inicial, las palabras de mi chica me reconfortaron. Estaba claro que alguien como Kike no podía aspirar a una mujer del nivel de Daniela. Al parecer, que ese desgraciado babeara con mi novia venía de lejos. Al menos, la reacción risueña de ella me daba a entender que no debía preocuparme. Así que por el bien de todos preferí no darle mayor relevancia. Al fin y al cabo, el primo de Manu era absolutamente inofensivo.
En cuanto nos quisimos dar cuenta nos plantamos en la semana de la casa rural. Las previsiones se habían cumplido y, en pleno agosto, las temperaturas eran altísimas.
Llegamos a la vivienda a media tarde. Así que tras echar un vistazo a las estancias, repartirnos las habitaciones y colocar toda la compra en la cocina, ya era casi la hora de cenar cuando salimos a ver la piscina.
—Qué chula… —sonrió Daniela nada más atravesar la puerta corredera que daba al patio trasero de la casa, dándome un tierno pico antes de alejarse en dirección al agua.
—Esta noche la estrenamos —indicó Manu, acompañando a mi novia.
—No empieces… —rechistó Isabelle con gracia, replicando jocosamente a su pareja.
—Mirad la hora que es —intervino Almudena—. Habrá que ir pensando en hacer algo de cena.
Daniela ya se había descalzado, mojándose los pies, cuando Manu comenzó a salpicarla, provocando las quejas, entre risas, de mi chica.
—¿Quieres que te ayude? —me ofrecí a la mujer de Kike, que aceptó sin dudarlo.
Así, mientras los dos primos se quedaban en el patio junto a mi novia, yo acompañé a Isabelle y Almudena para preparar algo de picoteo.
Estuve bromeando con las chicas, que no pararon de reír con cada plato al que le ponía un gracioso nombre.
—Estás con el payaso subido —me decían las parejas de mis amigos, tronchándose, ya casi con lágrimas en los ojos.
No tardamos en regresar al patio trasero de la casa con la cena. Al cruzar la puerta corredera me encontré con un risueño Kike mirando en dirección al agua, pero ni rastro de Daniela y Manu. Hasta que las risas procedentes del interior de la piscina me alertaron.
—¿Se puede saber qué hacéis? —sonreí al descubrir a mi chica y mi colega metidos dentro.
—Tu amigo Manu, que es un poco tonto —refunfuñó Daniela sin perder el semblante divertido, saliendo del agua con toda la ropa empapada.
—Si nos hemos resbalado —replicó él, claramente de cachondeo.
—¡Sí, claro! —protestó mi novia una vez más, aún sonriente.
La prendas de Daniela, unos pantalones veraniegos de vestir y una camiseta, se adherían a ella como una segunda piel. Si no hubiera llevado sostén, se le habría marcado todo. Mientras lo pensaba, instintivamente observé a Kike y lo pillé de pleno. El muy cerdo no perdía detalle de mi chica, procurando disimular todo lo que podía.
—Anda, cari, será mejor que vayas a cambiarte —la insté, cubriéndola con mi cuerpo para evitar los indeseables vistazos del maldito mirón.
—De verdad, ya te vale, Manu… —se quejó mi novia en una postrera ocasión, ahora más en serio.
Tras descubrir lo de Kike a raíz de la conversación de Daniela con su hermana, no le había querido dar importancia y prácticamente lo tenía olvidado. Pero lo cierto es que al constatarlo por mí mismo no me sentó demasiado bien. Y lo peor es que sabía que a partir de entonces iba a estar pendiente.
—Me ha tirado ella a mí —me vaciló Manu finalmente, mostrando una de sus habituales muecas mientras salía del agua.
La camiseta de mi amigo, que iba con el torso desnudo, descansaba en el suelo, completamente seca. No había duda de que se había metido premeditadamente.
—Qué cabrón eres —sonreí—. Como se resfríe por tu culpa, te mato.
—Nene, vaya cuerpazo —bromeó Isabelle al ver a su novio, provocando las risas del resto.
El ambiente durante el picoteo fue distendido. Y el buen rollo fue creciendo a medida que el alcohol iba haciendo un poco de mella.
—¿Por qué no jugamos a algo? —propuso Kike.
—Antes hay que pensar lo que hacemos mañana —indicó Isabelle—. Que luego nos levantamos tarde y se nos pasa el día decidiendo —soltó con un tono divertido.
—Hacemos piscina, de tranquis —resolvió Manu.
—A mí me parece bien —secundé a mi amigo.
—Decidido —me apoyó Daniela, mostrando una sonrisa que me pareció preciosa—. ¿Podemos ya jugar a algo? —bromeó, incitando una nueva oleada de carcajadas multitudinarias.
—Habrá cartas por algún sitio, ¿no? —inquirió Almudena.
—Déjame ver…
Manu, que seguía sin camiseta, se levantó para comenzar a buscar. Y, tras un par de minutos, se le unió su pareja.
—Aquí, nene —sonrió Isabelle, alzando la mano con la baraja que acaba de localizar.
—Menos mal —replicó mi amigo—, porque yo había encontrado esto —soltó con guasa, mostrando una vieja caja del Twister.
Las risas no se hicieron esperar, riéndole la gracia entre todos.
—¿Hacemos un strip poker? —sugirió Kike de repente.
La idea me sentó como un tiro, pues no me hacía ninguna gracia que nadie le viera las tetas a mi novia. Y menos el mirón que lo había propuesto. Por suerte, tras el cachondeo inicial, las mujeres finalmente se negaron en rotundo.
—Pues la alternativa es el Twister —indicó Manu con sarcasmo.
—¿Qué somos, adolescentes? —rechistó Daniela con su gracejo habitual.
—¿Prefieres desnudarte, guapa? —le replicó mi amigo con chulería, en lo que ya parecía un toma y daca entre los dos.
—Hombre, visto así… —no tardó mi chica en claudicar.
Jugaríamos al Twister.
Por hacerlo más entretenido decidimos que competiríamos por parejas, chico contra chica, elegidos al azar. El primer sorteo deparó que comenzara Manu. Y la casualidad fue que le tocó contra su novia, Isabelle.
—¡Tongo, tongo!
Los abucheos no se hicieron esperar, aunque rápidamente mi amigo los cambió por vítores en cuanto empezó a bromear.
—Estate quieto —se reía Isabelle cuando Manu colocaba la mano donde no tocaba solo para restregarse un poco.
Lo cierto es que mi colega, con la tontería, le estaba dando un buen meneo a su chica. Incluso llegué a sentir algo de envidia, deseando que la siguiente ronda me tocara jugar contra Daniela.
—¡Ay, nene! —se quejó la francesa, mordiéndose un labio justo antes de caer al suelo, cuando su hombre le plantó una severa palmada en el trasero.
—Has perdido —se cachondeó él, lanzándose encima de su novia para acabar dándole un tórrido morreo.
—¡Iros a un hotel! —rio Daniela.
La siguiente en participar sería mi chica. Bien. Con algo de suerte podría imitar a mi amigo Manu, aprovechando el juego para tontear un poco con ella con la intención de ir preparando el terreno para cuando nos fuéramos a la cama. Por desgracia, le tocó a Kike. Y a mí no me hizo ni puta gracia.
Observé a Daniela. Estaba risueña. No parecía muy molesta por tener que jugar con el mirón. Para más inri, al segundo movimiento ya estaba con el culo en pompa. Y yo cada vez más mosca.
Me imaginé que Kike se estaría poniendo las botas, pero el novio de Almudena parecía comportarse o, al menos, disimulaba bastante bien. Aunque el muy cerdo no tardó en colocar un pie algo más alejado de lo que parecía normal, comenzando a enredarse con el cuerpo de mi chica.
—Oye, primo, que yo me he restregado con Isabelle porque es mi pareja —se burló Manu, provocando las carcajadas del resto.
Contemplé cómo el amor de mi vida también se reía, perdiendo el control de la postura y viéndose obligada a apoyarse sobre Kike, que no pudo aguantar el equilibrio y comenzó a tambalearse. En lo que parecía un último intento de evitar la derrota, buscando algún punto de sujeción a la desesperada, divisé cómo mi amigo rodeaba a Daniela con un brazo, con tan mala suerte que terminó agarrando una de las tetas de mi novia que, muerta de risa, cayó a plomo sobre él, ambos en el suelo.
El enfado que pillé fue tremendo. Ya no era que me molestara el hecho de que mi colega babeara con mi chica, sino que a ella, siendo consciente de la situación, en vez de importunarle lo que acababa de pasar, parecía hacerle gracia.
Aguanté el tipo un rato para que no se notara mi disgusto y, tras tener que oír varias bromas sobre lo ocurrido, decidí dar la noche por terminada.
—Yo me quedo un rato, vida —me respondió Daniela con una sonrisa cuando le dije que me iba a la cama—, que me lo estoy pasando bien.
El mosqueo que tenía ya era de órdago.
Una vez acostado, desde la habitación, podía escuchar perfectamente las risas y el cachondeo de mis amigos y mi novia. Estaba claro que no iba a lograr conciliar el sueño. Y pasó un buen rato hasta que se hizo el silencio.
Haciéndome el dormido, oí cómo Daniela se adentraba en el cuarto y se cambiaba de ropa. Poco después, percibí cómo se tumbaba a mi lado. No tardó en arrimarse, haciendo la cucharita. Estaba claro lo que quería. Pero yo seguía molesto.
La muy cabrona me rodeó con un brazo, introduciendo la mano en mis pantalones. Me agarró la picha y comenzó a sobármela. No lo pude evitar y, poco a poco, se me fue poniendo dura a medida que oía el ronroneo de mi chica.
—¿No te vas a despertar? —cuchicheó en mi oído.
Intenté aguantar, pues seguía indignado con lo ocurrido con Kike, pero ya no podía más. Daniela me estaba dando un buen meneo, así que pensaba reaccionar cuando de repente…
—Jo… vaya desperdicio, nene —indicó mi novia, regalándome un último apretón al tronco de la polla antes de soltármela, dándose media vuelta para ponerse a dormir.
Mi chica me había dejado empalmadísimo.
Tal y como habíamos quedado, la mañana siguiente la pasamos en la piscina, de relax. El descanso me había sentado bien y la tranquilidad del momento terminó por quitarle hierro a lo que ocurrió la noche anterior.
—Qué guapo estás… —cuchicheó Daniela, inclinándose ligeramente hacia mí desde la hamaca en la que estaba tumbada, mostrándome una cautivadora sonrisa.
No pude evitar reaccionar con una expresión risueña.
—¿Qué te pasa? —remarqué aún más el gesto alegre.
—Nene, estoy cachonda… —susurró, dibujando una mueca divertida.
Estuve a punto de soltar una carcajada.
—¿Y eso? A saber lo que harías anoche… —le tiré una puyita.
—Será lo que no hicimos… —indicó con picardía—. Anoche tenía ganas… —balbuceó, comenzando a explicar—. Pero cuando me metí en la cama ya estabas dormido —esbozó un falso gesto de disgusto, mostrándose tan guapa que estuvo a punto de ponérmela tiesa.
—¿Por qué no me despertaste? —jugué con ella.
—Pero si te agarré la picha —farfulló con un gracioso mohín—. Y no veas cómo se te puso… —vanaglorió mi empalmada mientras se mordía un labio, obligándome a esforzarme para no empalmarme delante de mis amigos—. Pero nada… —concluyó, ensombreciendo la expresión.
—Esta noche follamos —aseguré, muriéndome de ganas.
—Vale —dibujó una sonrisa, rebosante de morbo, antes de recuperar la postura, tumbándose en la hamaca mientras cerraba los ojos para seguir bronceándose como si nada.
Me quedé un rato contemplándola, hasta que alcé la mirada, topándome con Isabelle y Almudena que, al igual que Daniela, estaban tomando el sol en bikini. Y más allá divisé a Kike, a lo lejos, que no perdía detalle de mi novia.
Me levanté pausadamente y vi cómo Manu seguía haciéndose unos largos en la piscina. Comencé a caminar hacia su primo, que rápidamente desvió la atención, disimulando.
—Podrías cortarte un poco —le reprendí en voz baja.
Por la cara que puso, le había pillado por sorpresa.
—Vaya amigo, mirando a las novias de los colegas… —proseguí con evidente desdén.
—Yo…
—Suerte tienes que no quiero malos rollos —interrumpí a Kike—. Aunque te lo advierto… se mira pero no se toca —le amenacé, recordando la inapropiada sobada que le metió la noche anterior jugando al Twister.
—Claro… —balbuceó, claramente sin poder de reacción.
—A saber lo que harías si pudieras… —clavé la vista en sus ojos, desafiándolo—. Pero mírate —lo ninguneé—, jamás podrías hacer nada con ella —concluí con una sonrisa burlona.
Me di media vuelta y volví junto a mi chica con una sensación tremenda de triunfo. Había puesto al maldito mirón en su sitio, marcando territorio.
Por suerte, el polémico momento quedó como un hecho aislado y por la tarde, después comer algo fresquito, entre todos estuvimos debatiendo qué hacer al día siguiente. Decidimos que pasaríamos el día en la playa. Habría que levantarse temprano así que, tras cenar ligero, nos fuimos pronto a la cama.
No supe si había sido al mediodía o por la noche, pero algo de lo que habíamos tomado me había sentado mal. Estaba como cansado, con el cuerpo dolorido y un incipiente malestar en el estómago.
—Uhm… nene… —ronroneó Daniela, tumbándose a mi lado en la cama, buscándome para echar el polvo que teníamos previsto desde esa misma mañana.
—Cari, no me encuentro muy allá…
—¿Qué te pasa? —preguntó, como no dándole importancia, mientras seguía besándome en la cara, comenzando a bajar por mi cuello.
—No sé, creo que algo no me ha sentado bien…
—Pero, ¿estás muy mal? —alzó el rostro para contemplarme.
—Malestar general… no estoy para mucho… —indiqué, forzando una expresión risueña.
—Hombres… —desdeñó con una graciosa mueca—. No valéis para nada —concluyó, dibujando una amplia sonrisa y dándome un tierno beso en los labios—. ¿Necesitas alguna cosa? ¿Quieres que te prepare algo? —me ofreció cariñosamente.
—No hace falta, me apetece descansar, mañana seguro que me levanto como un toro.
—Bueno, si te encuentras peor me dices, ¿vale? —concluyó, mostrándose totalmente comprensiva mientras me abrazaba, en un afable gesto con el que evidenció todo el amor que me profesaba.
Yo la rodeé con uno de mis brazos, logrando percibir los latidos de su corazón cuando su generoso busto se aplastó contra mi costado, sintiéndome reconfortado.
—Te quiero, cari —cerré los ojos, procurando conciliar el sueño.
—Y yo a ti, vida.
Nos dormimos abrazados.
—¿Qué tal, bella durmiente?
Me desperté con la alegre sonrisa de mi amor, que ya estaba levantada, con el bikini puesto, terminando de preparar las cosas para el día de playa.
—Pues no muy bien… —respondí, llevándome la mano al estómago.
—¿Aún te encuentras mal?
Vi cómo su expresión cambiaba y se me rompió el corazón. Pero un retortijón hizo que tuviera que salir disparado hacia el cuarto de baño.
—Será mejor que nos quedemos en la casa —indicó Daniela en cuanto regresé a la habitación.
—De eso nada, tú vete a la playa con estos y pásatelo bien —repliqué, pues no quería que se lo perdiera por mi culpa.
—Cómo me voy a ir dejándote así… —refunfuñó.
—No es más que un dolor de barriga, cari. Cuando vaya un par de veces más al baño se me pasa.
—No sé yo… —frunció el ceño—. Mejor aviso que no vamos —insistió, saliendo de la habitación.
Resoplé al aire. No me sentía con fuerzas como para discutir. Así que simplemente esperé a que mi chica regresara, pero el que apareció fue mi amigo Manu.
—¿Cómo te encuentras? Ya nos ha contado Daniela…
—No es nada, solo un poco de dolor de barriga.
—Anda, que ya te vale, mira que ponerte malo en vacaciones —se cachondeó.
—Oye, tío, tienes que hacerme un favor.
—Dime.
—Ayúdame a convencer a Daniela para que os acompañe, no quiero que se quede por mi culpa.
—No va a querer… —indicó Manu.
—No me jodas… ¿no decías que estarías por ella para que no se sintiera excluida o algo así? —bromeé, recordando la vacilada que me quiso pegar en los baños durante la cena en la que quedamos para hablar sobre la casa rural.
Mi colega soltó una carcajada.
—Luego no te quejes, que me lo has pedido tú —me señaló con el dedo mientras dibujaba una sonrisa chulesca.
—¡Gilipollas! —sonreí antes de que me diera un nuevo retortijón.
Cuando regresé a la habitación pillé a mi novia y mi amigo conversando.
—No voy a dejarlo solo… —parecía insistir Daniela.
—Qué cabezona eres… —los interrumpí.
Manu reaccionó con un gracioso gesto, haciendo ver a mi chica que su propuesta había sido cosa mía.
—Va, vente, que Ángel ya es mayorcito y sabe cuidarse solo —argumentó mi amigo, sin perder la sonrisilla burlona.
—No sé yo… —reaccionó ella con su característico gracejo mientras me acercaba la manzanilla que me había preparado.
—Es la segunda vez que voy al baño, una más y como nuevo —bromeé, provocando las risas tanto de Daniela como de Manu.
—Qué idiota eres… —me sonrió mi novia, ahora dándome un beso.
—Daniela, te prometo que si se encuentra peor yo mismo te traigo de vuelta con el coche —aseguró mi amigo, logrando que el gesto femenino por fin comenzara a relajarse.
—Hazle caso, tonta —insistí, haciéndole un arrumaco.
Mi chica y yo nos quedamos mirándonos. Su expresión lo decía todo y sus ojos reflejaban las ganas que tenía de estar conmigo. No hizo falta hablar para saber que echaríamos un polvazo en cuanto me encontrara mejor.
—Va, que no tenga que volver a decírtelo —concluyó Manu, ahora con tono severo, atrayendo la atención de mi novia, que se giró hacia él, interrumpiendo nuestra conexión.
Daniela volvió a mirarme y yo le reí la gracia a mi colega, reaccionando con una mueca divertida.
—¿Estarás bien seguro? —me preguntó ella, con el semblante compungido.
—Si pasa algo os llamo —le sonreí, contento al ver que finalmente accedía.
—¿Ya lo tienes todo listo? —inquirió Manu, recibiendo la contestación afirmativa de Daniela con un gesto de cabeza—. Pues vamos.
Vi cómo mi colega asía a mi novia de la muñeca, apartándola de mí para que fuera a recoger los bártulos que había estado preparando para el día de playa.
En cuanto me quedé solo, me tiré en la cama. Me sentía cansado y en seguida me quedé dormido. Habrían pasado un par de horas cuando desperté por culpa de un nuevo retortijón. Por suerte, fue mi última visita al baño.
A media mañana ya me encontraba mejor. Miré el móvil, pero no tenía ningún mensaje de Daniela. Pensé que se lo estaría pasando genial. Aproveché para comer algo y dar una vuelta por la casa, recordando que a la buhardilla no habíamos subido.
Al acceder me topé con un pasillo, más corto que los de los pisos inferiores, con un par de puertas, una a cada lado. La de la derecha estaba cerrada. Y la de la izquierda daba a una especie de habitación del pánico. En el interior había algo parecido a un sistema de vigilancia, con un montón de pantallas. Lo encendí y en los monitores aparecieron diferentes lugares de la casa rural.
—No me jodas… —empecé a toquetear botones para comprobar cómo iban cambiando las imágenes—. Al menos no hay cámaras en los baños —sonreí, sorprendido con el descubrimiento.
Mas, una de las grabaciones llamó mi atención. Era un dormitorio, pues se veía una cama, pero no correspondía a ninguna de las habitaciones que estábamos utilizando. Esbocé una mueca de listillo. Había descubierto la estancia secreta.
De repente, oí un sonido familiar. Al segundo tono lo descifré. Era el móvil de Daniela. Se lo había dejado en la casa.
—Pues anda que si te tengo que llamar… —fruncí el ceño mientras bajaba hasta nuestro cuarto.
Desbloqueé el teléfono de mi chica para comprobar que había sido mi suegra. Supuse que si fuera algo importante ya volvería a contactar.
—Entonces, ¿te encuentras mejor? —se interesó mi chica tras regresar de la playa, ya avanzada la tarde, una vez a solas en nuestra habitación.
—Sí, a media mañana ya se me había pasado.
—Jo… qué lástima —esbozó una preciosa mueca tristona—, podrías haber venido —frunció el ceño—. ¿Has comido bien entonces?
—Sí. ¿Y vosotros qué tal?
—Bien… —respondió sin dar demasiado detalle.
Me dio la impresión de que Daniela tenía el guapo subido. La piel morena le brillaba, supuse que gracias a la mezcla de los restos de sal y arena que debía cubrirle todo el cuerpo.
—Pero me he dejado el móvil —prosiguió, en tono de queja—. Aunque casi que mejor… —puso cara de circunstancias, lo que llamó mi atención.
—¿Qué pasa? —me interesé, pues la conocía bien y sabía que había algo que no me estaba contando.
—Pues es que esta mañana íbamos a la playa, ya lo sabes —comenzó a explicar—. Pero entonces apareció el amigo de Manu.
—¿El de la casa rural?
—Sí. Y nos cambió los planes. Bueno, no exactamente, porque nos propuso igualmente ir a la playa —hizo una breve pausa—. Pero a una nudista.
Tardé unos segundos en asimilar la información, el tiempo suficiente como para que mi chica continuara con el relato.
—A casi todos les pareció bien —prosiguió, resaltando el casi—. Así que por suerte no he podido hacer fotos al no tener el móvil —bromeó.
—Joder con el amigo de Manu… —solté sin acabar de procesar lo que Daniela me estaba contando.
—El amigo de Manu es gilipollas —confirmó ella, con tono de mala leche, lo que me sacó una momentánea sonrisa.
A pesar de mi reacción, lo cierto es que no me hacía ninguna gracia que Daniela hubiera ido a una playa nudista. Y menos sin mí.
—Hubiera preferido que estuvieras —indicó mi chica, que parecía leerme los pensamientos.
—Y yo, la verdad —concluí con seriedad.
—No te enfadas, ¿no? —se acercó para hacerme una carantoña.
Había sido yo quien había insistido que fuera a la playa, así que era más culpa mía que de nadie.
—No, aunque no me gusta que hayas ido sola.
—Lo sé, vida —se arrimó aún más para acabar dándome un tierno beso—. ¿Qué te preocupa? —insistió, ahora mordiéndome el labio.
—Nada…
—Ha sido raro estar desnuda delante de tus amigos… —confesó, volviendo a dar en el clavo, pues se me estaban llevando los demonios al pensar que los dos primos habían visto a mi novia en cueros, sobre todo al imaginar a Kike babeando.
Procuré no darle demasiadas vueltas y aproveché para desviar la atención hacia ellos.
—¿Y los chicos qué tal? —pregunté en plan coña.
Daniela soltó una carcajada.
—Pues tu amigo Manu no está nada mal… —sonrió con pillería, no sé si de cachondeo, al tiempo que se separaba de mí y daba la conversación por concluida.
Aunque me esforcé por no darle mucha importancia a todo el asunto, para mi desgracia, durante la cena, el tema estrella fue el día de playa.
—Qué lástima que no pudieras venir, Ángel —indicó Isabelle.
—La verdad es que sí —solté sin querer profundizar en la cuestión.
—Oye, ¿y por qué no volvemos mañana? —propuso Daniela, dejándome a cuadros, pues hasta ese día ninguno de los dos habíamos estado en una nudista—. Me sabe mal que te lo hayas perdido, vida… —me dijo, esbozando una de sus múltiples muecas rebosantes de encanto.
Aunque entendía que lo hacía pensando en mí, gesto que me reconfortaba, seguía sin hacerme ninguna gracia que mi chica exhibiera sus encantos delante de mis amigos. Pero antes de poder decir nada, Manu fue el primero en estar de acuerdo con la propuesta. Y el resto aceptó, aunque Kike a regañadientes.
—Si no hay más remedio… —indicó con gesto contrariado.
—A ver si de tanto enseñarla se te quita el complejo, que no la tienes tan pequeña, hombre —se cachondeó su primo.
La burla de Manu provocó que las tres mujeres soltaran una carcajada.
—Pobre… —reaccionó la pareja de Kike, aún risueña, haciéndole mimitos a su novio recién abochornado.
—Oye, Ángel, ¿has visto las fotos? —me preguntó Isabelle, logrando apartar el foco sobre el pequeño asunto de mi amigo.
—¡Ay, qué vergüenza! —soltó Almudena.
—Que va —contesté—, Daniela se ha dejado el móvil.
—¡Y menos mal! —bromeó la aludida.
—Si luego no parabas de pedir fotos —replicó Manu, dirigiéndose a mi chica.
—¡Anda ya! —reaccionó ella, negándolo, aunque risueña.
Isabelle sacó el teléfono para comenzar a enseñarme algunas de las fotos. Empecé a verlas temiéndome lo peor, pero lo cierto es que no eran para tanto. La mayoría eran paisajes o tomas de los cuerpos en el agua, sacadas a bastante distancia, donde apenas se apreciaba nada. Los pocos primeros planos de las chicas eran de cintura para arriba, mostrándose con las tetas al aire y poco más. No es que me hiciera demasiada gracia, pero lo importante era que no parecía haber ninguna de mi novia en la que apareciera completamente desnuda. Tampoco vi que los tíos salieran enseñando el rabo. Pero sí hubo una muy graciosa en la que Manu y su amigo iban corriendo hacia el agua, luciendo sus culos blanquecinos.
—¿Al final quién ganó la carrera? —inquirió la francesa.
—¿Tú qué crees? —respondió Manu en tono chulesco, dándole un muerdo a su novia.
—Y todo para demostrar quién es más machito —soltó Daniela en tono de reproche.
—Anda ya, si no me quitabas ojo para comprobarlo por ti misma —le vaciló mi colega.
—Sí, claro, más quisieras —reaccionó mi chica, riéndose ante la fantasmada de Manu, evidenciando una creciente complicidad entre ambos.
Pero no tuve tiempo de darle más vueltas cuando ante mis ojos apareció una nueva imagen. Se veía a Daniela sola, tumbada en su toalla. Estaba absolutamente preciosa, carcajeando mientras apenas se tapaba las tetas con un brazo y cruzaba los muslos procurando cubrirse el pubis completamente rasurado. Lo cierto es que no mostraba nada, pero hubo algo que no me pasó inadvertido. Aunque de primeras no se apreciaba demasiado, se podía ver que la sombra de quien hacía la foto era claramente la de un hombre. Y por la silueta, medio oculta debido a los reflejos del sol entre los montículos de arena, no parecía que tuviera la polla pequeña.
Ya por la noche, en nuestro dormitorio, mi chica y yo nos estábamos comiendo a besos, a punto de echar el polvo que hacía días que se nos resistía.
—Oye cari —balbuceé entre besuqueo y besuqueo—, ¿y la foto esa en la que sales tú sola en la toalla?
—Ya, menuda vergüenza —esgrimió, sin darme mucho detalle.
—¿Quién te la hizo? —pregunté como si nada.
—No sé, alguna de las chicas supongo.
No pude evitar reaccionar instintivamente, apartándola.
—¿En serio? —protestó Daniela.
—¿No sabes quién te hizo la foto? —insistí, con tono amenazante, comenzando a mosquearme.
—¿Qué eres un niño pequeño que se enfada por tonterías? Vaya tela…
Antes de poder decir nada, vi cómo Daniela se marchaba de la habitación, indignada. Y tardó un buen rato en volver.
—¿De verdad te has enfadado por eso, vida? —regresó más relajada—. Qué tonto eres… —soltó con tono alegre—. ¿Qué más da quién me la haya hecho? Igual fue uno de los chicos. ¿Y qué?
Se hizo el silencio. Aunque agradecía el tono conciliador de mi novia, que parecía mostrarse algo más comprensiva, seguía mosqueándome que no reconociera quién le había hecho la foto.
—¿Estás celoso? —esgrimió una mueca divertida—. ¿Te crees que me he estado fijando todo el rato en sus cositas? —prosiguió en tono burlón, riéndose.
—¿Entonces sí te has fijado? —reaccioné al fin.
—A ver —se puso seria—, es inevitable —hizo una pausa—. Pero no tienes de lo que preocuparte —confirmó.
—Lo sé —respondí, seguro de mí mismo.
—Manu parece que no la tiene pequeña —me sorprendió mi novia—, pero tampoco me he fijado mucho —acabó sonriendo y dándome un beso.
—¿Y su amigo? ¿Va bien servido? —sondeé, intentando averiguar quién le había hecho la foto.
—¿En serio? —se rio ante mi pregunta—. Pues no sé, no me he dado cuenta.
Me sorprendió que mi chica se tumbara en la cama, dándome la espalda. Me arrimé a ella, rodeándola con un brazo para meterle mano, amasándole un pecho.
—¿Qué pasa? ¿No follamos? —inquirí mientras sentía cómo se me empinaba, comenzando a clavarle la picha en la nalga.
—No si vas a estar pensando en las pollitas de tus amigos —me recriminó, girándose momentáneamente para apartarme.
—Cabrona… —me quejé, comprendiendo que Daniela se estaba vengando por desconfiar de ella, dejándome con todo el calentón.
Me levanté temprano. Daniela aún dormía. Lo cierto es que estaba algo intranquilo por ir a la nudista. No es que tuviera complejo alguno con mi cuerpo, más bien al contrario, pero nunca había estado en pelotas en público y sentía un cierto cosquilleo en el estómago.
—Buenos días, vida —me saludó mi chica al despertarse—. ¿Ya lo tienes todo preparado? —sonrió.
—Buenos días, cari —me acerqué a ella para darle un beso.
—¿Estás listo para enseñarles el pollón a Isabelle y Almudena? —bromeó, risueña, alargando un brazo para pellizcarme la picha.
Instintivamente di un salto hacia atrás, retirándome.
—Pues no mucho, la verdad… —confesé mi inseguridad—. Es mi primera vez —bromeé.
Daniela soltó una carcajada, levantándose de la cama para cambiarse de ropa.
—Te acostumbras rápido —me sacó la lengua mientras comenzaba a desvestirse—. El nudismo tiene sus bondades. Te hace sentir libre, conectas con la naturaleza…
—¿Y ese rollo hippie? —chasqueé—. A ti lo que te gusta es que te miren… —solté en tono de guasa, contemplándola mientras se quedaba completamente desnuda.
—¡Qué va! —reaccionó, risueña—. Si sabes que no hago ni topless delante de conocidos, tonto —indicó con una sonrisa juguetona mientras cogía un vestido veraniego del armario.
—A mí me vas a engañar… si te encanta… —insistí, divertido con la conversación—. ¿No te pones bikini? —cambié el tono al ver que comenzaba a vestirse, sin nada debajo.
—¿Para qué? Si no lo voy a usar —soltó con gracia.
Me la quedé mirando con el ceño fruncido, no demasiado convencido.
—Vida, si me pongo ropa interior, cuando me la quite en la playa, se me verá la marca —argumentó, terminando de ajustarse la prenda—. Ayer me quedó feísimo —esbozó una mueca de disgusto, repleta de encanto.
Contemplé lo bien que le sentaba el vestido. Estaba espectacular, delineando las caderas al tiempo que insinuaba la altivez de sus tetas, que se balanceaban bajo la tela con cada movimiento, evidenciando una morbosa naturalidad. Lo cierto es que cada vez me hacía menos gracia ir a la nudista.
Cuando bajamos al vestíbulo ya estaban Almudena y Kike esperando.
—¡Qué bien! Así no se te quedan las marcas —comentó ella nada más ver a Daniela.
Observé cómo mi amigo evitaba mirar a mi novia. No había vuelto a pillarlo tras el encontronazo que habíamos tenido en la piscina y el asunto había quedado en el olvido. Sin duda, había domado al mirón.
—Esos dos puntos le habrían hecho falta a Las Palmas para salvarse —interrumpió Manu, apareciendo de repente junto a su pareja.
—¡Nene! —se quejó Isabelle, dándole un manotazo en el hombro.
—¡Guarro! —protestó Daniela, risueña, llevándose el brazo al pecho para cubrirse, pues los dos pezoncitos ya se le comenzaban a marcar bajo la fina tela del vestido.
—Qué cabrón eres —reaccioné, riéndole la gracia a mi amigo mientras le echaba una mirada de reproche a mi chica.
No tardamos en salir en dirección a la playa. Al llegar, aún había que caminar un trecho hasta alcanzar la nudista y, a medida que nos acercábamos, más inquieto me sentía. El resto del grupo seguía dicharachero, bromeando y riendo, menos Kike, que parecía apagado.
Cuando nos detuvimos en el mismo lugar en el que ya estuvieron el día anterior, no supe muy bien cómo actuar, así que disimulé un poco, ayudando a Daniela a colocar nuestras toallas, y esperé a ver qué hacían los demás.
Las primeras en desvestirse fueron Almudena e Isabelle, comenzando a charlar amistosamente mientras lo hacían. Aproveché para echar un rápido vistazo a los cuerpos de cada una. La novia de Kike no mejoraba sin ropa, más bien al contrario. Sin embargo, pude confirmar que la pareja de Manu, al desnudo, seguía sin estar nada mal.
Al darme cuenta de que Daniela se agarraba el vestido, sentí cómo se me aceleraban las pulsaciones. La mujer de mi vida estaba a punto de quedarse en cueros delante de mis amigos, esta vez en mi presencia, y seguía sin hacerme ni puta gracia. Sin embargo, ni me percaté de cómo reaccionaban los dos primos, quedándome embelesado mientras contemplaba la magnificencia que desprendía en todo su conjunto, sumando la elegancia en sus movimientos al sacarse la prenda junto a la exuberante belleza de su rostro y la preciosa desnudez de su cuerpazo, más deslumbrante si cabe debido al natural tono bronceado de su piel, rematado con el majestuoso bamboleo de sus tetazas al quedar liberadas tras el paso de tela.
—Ángel, ¿te saco yo el bañador o qué? —se cachondeó Manu, llamando mi atención y el de las chicas, que se rieron con su comentario.
—Oye, que es su primera vez en una nudista —reaccionó mi novia con gracia, defendiéndome mientras se acercaba, ya completamente desnuda—. ¿Necesitas ayuda, vida? —me preguntó risueña, tirando de mi prenda a la altura de la cintura.
—Puedo solo, gracias —solté con suficiencia, bajándome el bañador de golpe.
—Guau… —soltaron Isabelle y Almudena al unísono, en plan jocoso.
Lo cierto es que mi polla no era ni mucho menos enorme, como esas que se ven en el porno. Más bien la tenía de un tamaño normal, aunque puede que en ese instante estuviera algo más encogida que de costumbre debido a la tensión del momento.
Por suerte, las mujeres desviaron la atención rápidamente hacia Manu, en cuanto mi amigo se quedó en pelotas.
—Nene, cada día la tienes más gorda —bromeó Isabelle, con una sonrisa de oreja a oreja.
—Será por culpa de lo que estoy viendo ahora mismo —se cachondeó mi colega, echando un descarado vistazo a las tres hembras en cueros que tenía delante.
—¡Manu! —se quejó mi novia, riendo, mientras se tapaba el pubis con una mano.
—¡Marrano! —hizo lo propio Almudena, también sonriente.
Observé a mi amigo. No era la primera vez que lo veía desnudo debido al fútbol. Y aunque nunca me había percatado demasiado, sí sabía que la tenía bastante gruesa. En ese instante, en la playa, sí que me fijé. A pesar de que no me dio la impresión de que su polla fuera mucho más larga que la mía, sí era más gorda. En conjunto se notaba que la tenía considerablemente más grande que yo.
—Va, Kike… —le instó su novia, pues era el único que quedaba por desvestirse.
—Pero no hagas bromitas, cabrón —se quejó el aludido, refiriéndose a su primo.
—Solo una pequeña —replicó, cachondeándose mientras le guiñaba un ojo con malicia.
—Hijo de puta… —se resignó Kike, comenzando a bajarse el bañador para liberar su arrugada pichita mientras las chicas se reían debido a la ingeniosa broma de Manu.
La jornada estaba transcurriendo más amena de lo que había supuesto. Daniela tenía razón y me acostumbré rápido a estar en pelotas. Incluso empezaba a ver natural que mi novia se mostrara desnuda delante de mis amigos hasta que…
—Habéis vuelto al final…
Una voz masculina nos sorprendió. Me giré para identificar de quién se trataba y lo reconocí de las fotos del día anterior. Era el dueño de la casa rural. Debía ser más o menos de nuestra edad y tenía toda la pinta de ser una especie de tío bueno, pues era alto, estaba bastante fibrado y no parecía que fuera precisamente feo. A su lado lo acompañaba una mujer acorde, de pelo liso azabache y con los rasgos muy marcados. Estaba haciendo topless, así que pude comprobar que tenía unas buenas tetas. Lo cierto es que estaba bastante potente.
—¿¡Qué pasa, Pablo!? —lo saludó Manu con un enérgico apretón de manos.
—¿Te acuerdas de Mónica? —presentó a su pareja.
De primeras no me cayó demasiado bien, percatándome de cómo el tío le daba un buen repaso a mi novia. Otro más… pensé, despreciándolo mientras observaba cómo se acoplaban con nosotros.
—¿No es maravillosa la sensación de contacto con la naturaleza? —indicó Pablo al tiempo que se despojaba del bañador, recordándome al rollo hippie que Daniela me contó a primera hora.
Cuando se quedó en pelotas no me sorprendió. Parecía tener un buen rabo. Al menos en reposo aparentaba ser bastante largo, aunque de un grosor similar al mío. Recordé la foto desnuda de mi chica y no tuve ninguna duda de que se la había hecho él.
Daniela había dicho que el amigo de Manu era un gilipollas, pero me lo imaginé soltándole toda esa perorata hippie para camelarla hasta lograr sacarle la foto mientras ella se tronchaba y se me revolvió el estómago.
—¿Echamos unas palas? —propuso Manu.
—¡Venga! —se animó Pablo al instante—. ¿Jugáis, chicas?
—Sí, claro —se quejó Mónica—. Tú lo que quieres es vernos mover las tetas —bromeó, provocando las risas del resto.
—Jugad vosotros —desdeñó Isabelle con gracia, haciendo un gesto con la mano, como indicando que se apartaran y las dejaran tranquilas.
—¿Os apuntáis? —inquirió Manu, dirigiéndose a Kike y a mí.
—Dos contra dos —indicó Pablo antes de que decidiéramos—. Los que pierdan se quedan en las toallas mientras los demás disfrutamos de un bañito en pelotas con las chicas —mostró una sonrisa chulesca.
—Esto se pone interesante… —soltó Almudena.
—Este tío es un poco capullo —cuchicheé a mi novia mientras Kike aceptaba el desafío.
—Y suerte que hoy ha venido acompañado… —me respondió ella entre susurros—. Porque ayer lo tuve todo el día encima… —frunció el ceño, confirmando mis sospechas—. Como me dejaste sola… —me regaló una ladina sonrisa.
Esa confesión hizo que me hirviera la sangre.
—¿Qué dices, Ángel? —insistió Pablo.
Aunque no me apetecía jugar, solo por la satisfacción de bajarle los humos a ese payaso…
—¡Hecho! —acepté—. Vamos, Kike —animé al que sería mi compañero.
—Tendremos público, ¿no? —sonrió Manu vanidosamente, dirigiéndose a las chicas.
—Sí, claro, con todo ahí de un lado para otro… —se quejó Daniela, risueña, mientras me percataba de cómo echaba un rápido vistazo a la entrepierna de mi amigo.
—Me has convencido… —bromeó Isabelle, provocando las risas del resto de mujeres que, divertidas, finalmente se animaron a vernos jugar.
Iniciamos el partido y yo quise empezar de tranquis, calibrando a mis rivales, convencido de que podía ganar a medio gas. Tampoco pretendía humillar a los pobres.
—Rey, te vas a hacer daño con esos pollazos que te das —soltó Mónica con gracia, refiriéndose a los bandazos que daba el cipote de su novio con cada movimiento.
—No podemos perder —aseguró mi colega Manu—. Jugamos cuatro palas contra dos —se cachondeó, haciendo zarandear graciosamente su pesado miembro.
Las mujeres se troncharon, incluida Daniela, a pesar de que el comentario no me dejaba en muy buen lugar. Decidí subir el nivel a modo competitivo. Se iban a enterar… por listos.
Así, tras un rato jugando, llegamos al último punto empatados y sacaba yo. Sonreí. Íbamos a ganar.
—Ahora no os hacéis los graciosos… —les provoqué.
—Sin pala —me vaciló Pablo, dejándola caer en la arena.
—¿Pero de qué vas, tío? —me quejé, convencido de que se sabía derrotado y solo quería tener una excusa.
—¡Vamos, vida! —oí cómo Daniela me animaba.
Lancé la bola en dirección a Pablo. Solo tenía que esperar a que tocara el suelo. Entonces vi cómo el novio de Mónica doblaba las rodillas, cogía impulso y, con un gesto de cadera, soltaba un tremendo pollazo, devolviéndome el tiro. Intenté reaccionar a la desesperada, saltando al aire, pero solo logré estampar la cara contra la arena mientras oía las carcajadas de Manu.
—¡Con la polla! Me meo —escuché a mi pareja entre las risas de los demás.
—Chicas, a disfrutar de un baño con los ganadores —exhortó Pablo con evidente petulancia, abriendo los brazos como si fuera un maldito triunfador llamando a su harem.
La sensación de humillación fue total.
—¿Quieres que me quede? —me preguntó Daniela un rato después, ya sentado en la toalla para quedarme esperando junto a Kike mientras el resto se bañaba.
—No, el trato era los dos solos —me resigné.
—Jo… —puso una mueca de disgusto mientras me acariciaba el mentón cariñosamente, aprovechando para retirarme algunos granos de arena que aún tenía en el rostro—. No estaremos mucho, ¿vale? —concluyó antes de dar media vuelta, alcanzando a los otros, para acabar riéndose con un comentario que soltó Manu.
Kike y yo nos quedamos en silencio, contemplando cómo los demás se divertían dentro del agua. Cerré los ojos cuando vi que empezaban a hacerse ahogadillas.
No habrían transcurrido más de veinte minutos cuando Almudena, Isabelle y Mónica regresaron.
—¿Cómo estáis? —se interesó la mujer de mi compañero de penitencia a medida que se acercaban a nosotros.
—Vamos al chiringuito —nos hizo saber la francesa, llegando a nuestra altura para comenzar a rodearnos.
—Vosotros ahí quietos —chasqueó la pareja de Pablo, vacilándonos, mientras pasaban de largo.
—Mi primo a veces se pone muy pesado con las bromitas… —soltó mi amigo Kike, como si acabara de tener una revelación, haciéndome reír.
—No será para tanto… —le di un amistoso golpecito en el costado.
—Y, por lo visto, cuando se junta con el otro es aún peor… —miró hacia el agua.
Hice lo propio y observé cómo Manu desviaba la atención hacia nosotros. De repente se giraron Daniela y Pablo y los tres comenzaron a reír. No sé por qué, pero me sentí incómodo. No me hizo ninguna gracia ver a mi novia divirtiéndose a solas con esos dos.
Cuando regresamos a la casa rural ya era bastante tarde. Con la excusa de que estábamos cansados, mi chica y yo nos subimos pronto a la habitación. Por fin íbamos a echar el gran polvazo.
—A que no ha estado tan mal… —me sonrió ella—. Además, no te podrás quejar… —me guiñó un ojo con picardía.
—¿Qué quieres decir? —pregunté, completamente descolocado.
—No me digas que no te has fijado en Mónica…
Solté una risotada.
—Claro que no… —me acerqué a mi novia para hacerle un primer arrumaco.
—Pues es bastante guapa. Y tiene unas tetas bonitas…
—No me he dado cuenta —respondí, risueño, acercando mis labios a los suyos mientras la rodeaba con los brazos.
—Las tiene grandes, como para no verlas —rio ella.
—Pero no tanto como tú —dibujé una mueca chulesca, subiendo una mano por el costado femenino, acariciándola.
—Pensé que no te habías fijado —reaccionó ella con gracia.
—Solo en las más grandes… —me puse juguetón, abriendo la mano para rodear uno de sus senos, sintiendo su generoso volumen a medida que comenzaba a apresárselo.
—¿Qué pasa? ¿Que si ella tuviera más tetas que yo sí se las habrías mirado? —cambió el tono.
Me dio la impresión de que Daniela estaba molesta por algún motivo, así que procuré no seguir con el tema y la silencié con un morreo, comiéndole la boca mientras seguía masajeándole el pecho.
—Entonces —jadeó entre mis labios—… no te quejes si yo me acabo fijando más en la de Pablo —hizo una pausa, dándome un lametón—. O en la polla gorda de tu amigo Manu.
No supe si hablaba en serio, aunque supuse que, debido al momento, solo pretendía jugar un poco. Aún así, lo cierto es que su comentario no me hizo demasiada gracia.
—¿De qué te reías con ellos en el agua? —aproveché para sonsacarle, sin dejar de manosearla.
—Son unos tontos —soltó un pequeño gemidito—. Se estaban burlando del tamaño de Kike.
—¿Y les seguías el rollo? —me sorprendió.
—Son graciosos —respondió, juguetona—. Y lo hacen sin maldad —volvió a sollozar—. Aunque la verdad es que tu amigo la tiene bastante chiquita… —concluyó con una mueca maliciosa.
—¿También os reíais de mí? —pregunté sin pensar, como si mi subconsciente hubiera tomado el control.
—¿¡Qué dices!? ¿Ahora vas a tener complejo? —se rio—. No la tienes enorme, pero a mí me vale, tontito —hizo una breve pausa, poniéndose seria—. Y solo se cachondeaban de Kike, ¿vale? Tú no la tienes tan pequeña.
—Vamos a follar… —concluí, queriendo dejar ya el temita.
—No sé yo… —esbozó una mueca socarrona—. Igual no la tienes lo suficientemente grande…
Daniela, risueña, intentó besarme, pero yo me aparté instintivamente, enfadado.
—¿Me has hecho la cobra? —soltó con tono de pocos amigos—. Yo flipo.
Esa noche tuvimos una fuerte discusión y acabamos durmiendo mosqueados. Ya llevábamos cuatro días sin sexo.
Daniela se despertó súper cariñosa.
—¿Por qué no vamos hoy a la playa tú y yo solos? —comenzó a besuquearme, alternando entre mis mejillas y mis labios—. Y pasamos de estos —sonrió con escarnio—. No quiero que te rayes por lo de anoche, vida —continuó, ahora dándome besitos en el cuello.
Lo cierto es que el plan me encantaba. Me apetecía desconectar de mis amigos.
—Vale, pero aún estoy enfadado —solté en un tono poco creíble.
Mi novia alzó el rostro para mirarme, ampliando la sonrisa. Estaba para comérsela, exhibiendo una de sus encantadoras muecas. No pude evitarlo y le di un pequeño muerdo, cerrando el acuerdo definitivamente.
Tras levantarnos, prepararlo todo y avisar al resto, nos fuimos los dos solos a la playa.
—¿Ya se te ha pasado el mosqueo? —me preguntó Daniela, divertida, mientras colocábamos las toallas.
La miré con una medio sonrisa, sin decirle nada, antes de sacarme la camiseta.
—¿Y ahora? —sonrió, clavándome el dedo en el costado—. ¿Y ahora? —siguió jugando—. ¿Y ahora? —insistió, risueña, hasta que reaccioné, abalanzándome sobre ella para tirarla al suelo.
Me quedé tumbado encima de mi chica, mirándonos alegremente, hasta que le comí la boca.
—Quita, sobón —bromeó, apartándome—, que me voy al agua —se alzó, palmeándose las nalgas para sacudirse toda la arena que se le había quedado pegada al culo.
—¿Te ha entrado calor de repente? —chasqueé, haciéndola reír.
—Más quisieras —me sacó la lengua, alejándose hacia la orilla.
Observando la idílica imagen de su cuerpazo, cubierto únicamente por el bikini, mientras los potentes rayos de luz la iluminaban, reflejando su resplandeciente piel morena, recordé la sensación de poder que me transmitía el tener una novia que estuviera tan buena. Sonreí, percibiendo cómo afloraba todo lo que sentía por ella, logrando que se me pasara el mosqueo definitivamente.
Me relajé, acomodándome para tomar el sol mientras veía a Daniela bañándose en el mar, cuando de repente sonó su móvil. Lo cogí sin mucho interés. Era un mensaje de una amiga. Y antes de devolverlo al bolso, se me ocurrió una cosa.
Desbloqueé el teléfono de mi novia y entré a la aplicación de mensajería, buscando las conversaciones recientes. No sabía muy bien por qué, pero quería comprobar si tenía alguna con Pablo o Manu. Mas no encontré nada. Ahora sí, me quedé tranquilo.
Ya por la tarde, tras juntar nuestras toallas, ambos estábamos acaramelados, haciendo piececitos de vez en cuando, hasta que me puse de costado, contemplando a mi chica al tiempo que me arrimaba aún más a ella, dándole un pequeño achuchón.
—¿Qué buscas? —me sonrió, alargando un brazo hacia mí.
Daniela estiró un dedo, deslizándolo sutilmente por la tela de mi bañador.
—Parece que algo se está despertando… —chanceó, desprendiendo un aura repleta de encanto.
—¿Vamos al agua, cari? —le propuse, llevando la mano hasta su abdomen para empezar a acariciarla.
—Uf… —resopló, risueña.
Estuvimos así un rato. Ella regalándome disimulados roces en la entrepierna mientras yo me recreaba masajeándole el torso desnudo, desde el bajo vientre hasta el inicio de sus senos, comenzando a sobárselos discretamente.
—Vamos al agua —confirmó Daniela.
Con la tontería nos habíamos puesto cachondos.
—Qué dura tienes la polla, joder —me alabó mi chica, ya en el mar, metiendo la mano dentro de mi bañador para agarrármela.
—¿Cuántos días llevamos sin follar? —jadeé.
—Demasiados… —contestó, comenzando a pajearme bajo el agua.
—Si hace falta esta noche vamos a un hotel —indiqué jocosamente, haciendo que Daniela soltara una carcajada.
La verdad es que, sin llegar a culminar, nos estuvimos dando unos buenos magreos en la playa, así que cuando regresamos a la casa rural aún estábamos bastante excitados.
—Ya está aquí la parejita… —chanceó Almudena al vernos.
—Vaya horas… —le siguió el rollo Isabelle.
—La cena está casi lista —indicó Kike—. ¿Os esperamos?
—Nos damos una ducha y bajamos —contesté.
—¿Nos da tiempo a uno rápido? —me cuchicheó Daniela graciosamente, de camino a la habitación.
—No creo… Voy a estar un buen rato follándote —fanfarroneé.
—Uhm… —sonrió mi chica, dibujando una expresión morbosa.
Ella fue la primera en ducharse. Y cuando yo terminé mi novia aún se estaba vistiendo. Se había puesto un body negro de tirantes, adornado con un discreto encaje en el escote que le daba un toque elegante. Me quedé ensimismado observándola mientras se colocaba unos shorts, haciendo que sus pesadas tetas rebotaran debido al movimiento.
—Qué guapa —la piropeé.
—Gracias —pasó a mi lado, dándome un piquito—. Me muero de hambre —concluyó, saliendo de la habitación para ir junto al resto.
Durante la cena, mis amigos nos contaron lo que habían estado haciendo. Y cuando ya estábamos terminando, nos explicaron lo que tenían previsto.
—Esta noche salimos a tomar algo —indicó Kike.
Daniela y yo nos miramos.
—Nosotros nos quedaremos en la casa —intervine, provocando las animosas quejas del resto.
—Tío, que habéis estado todo el día juntos —chasqueó Manu—. Deja algo para los demás —desdeñó con gracia, desviando la atención hacia mi chica.
—Mira que eres tonto —rio ella.
—Hemos quedado con Pablo —nos hizo saber Isabelle.
—No le hagáis el feo —añadió Almudena con tono alegre.
—No, en serio, nos apetece estar tranquilos —insistió Daniela, dando el tema por zanjado.
Cuando empezamos a recoger la mesa miré a mi chica que, disimuladamente, me regaló una leve sonrisa. Únicamente teníamos que esperar a que se fueran y nos quedaríamos solos.
—No tardaremos en irnos, ¿verdad, nene? —preguntó Isabelle un rato después.
—De hecho nos vamos ya, que hemos quedado con este para hacer la previa —aclaró Manu mientras comprobaba la hora en el móvil.
—¿Seguro que no os animáis? —nos preguntó Almudena mientras se dirigían a la puerta de salida.
—Pasadlo muy bien —respondió una sonriente Daniela como negativa, despidiéndose mientras pasaba junto a ellos en dirección a nuestro cuarto.
Estaba claro que mi novia no quería perder el tiempo.
—¿Dónde vas? —sonrió Kike, de cachondeo, interponiéndose en el camino de mi chica.
—Va, veniros —insistió Isabelle, risueña.
—De verdad que no… —quise intervenir cuando Manu me interrumpió.
—Tú te vienes de fiesta conmigo —soltó con arrogancia, cogiendo a mi novia por la cintura para llevársela hacia la calle.
Vi cómo Daniela, poniendo cara de circunstancias, me hacía una divertida seña de impotencia con los brazos, dejándose arrastrar.
—¡Vamos, Ángel! —me animó Almudena, gesticulando con la mano para que los acompañara.
Agaché la cabeza con resignación, comenzando a caminar hacia ellos, acatando el mandato de mi colega Manu.
Aunque mi chica y yo tuvimos que postergar el polvo, al menos nos lo estábamos pasando bien.
El bar era un poco cutre, con mesas grandes y bancos alargados en lugar de asientos individuales, pero al menos tenía buen ambiente. Era pronto y no había mucha gente, así que pudimos sentarnos y charlar bajo el sonido de la música, que no estaba muy fuerte.
—¿Habéis quedado aquí con Pablo? —inquirí, agarrando la cintura de Daniela, que estaba a mi lado, mientras un numeroso grupo de jóvenes veinteañeros tomaba asiento a mi otro costado.
—Sí, aparecerá en cualquier momento —contestó Manu, sentado en frente nuestro.
—¿Pedimos otra ronda? —propuso Isabelle, apartándose de su novio para ponerse de pie.
—Te acompaño —se ofreció Kike.
—¿Voy yo, vida? —me preguntó mi chica, pues estaba arrinconado y ella lo tenía más fácil para salir.
Mientras esperábamos a que volvieran con las bebidas, poco a poco, el local se fue llenando.
—Ya estamos aquí —indicó Isabelle, regresando al cabo de un rato junto a Kike.
—¿Y Daniela? —pregunté.
—Nos hemos encontrado con Pablo —advirtió mi amigo—. Se ha quedado con él.
—Ahora vienen —concluyó la francesa.
Fruncí el ceño y miré hacia el fondo, esperando verlos aparecer entre el gentío, cada vez más numeroso. Pero nada. Pasado ya un buen tiempo, me pregunté qué coño estarían haciendo.
—Voy un momento, a ver si los encuentro —indiqué—. ¿Nos guardas el sitio? —sonreí a Isabelle, que se movió del lado de Manu para sentarse justo en frente de su novio.
Di unas cuantas vueltas por el local, que era bastante grande, pero ni rastro de Daniela. Estaba empezando a preocuparme.
Cuando volví junto a mis amigos el bar estaba abarrotado y logré sentarme a duras penas junto a Isabelle, que prefirió ya no moverse.
—Esto está a petar —oí la voz de mi chica, que apareció de repente entre la multitud, con nuestras bebidas en la mano.
—¿Dónde estabas? —inquirí al ver que no iba acompañada.
—Con Pablo —ensombreció el gesto—. Pero me ha dejado sola —se quejó—. Y he estado no sé cuánto tiempo buscándolo —concluyó con un gruñido de desaprobación.
—A ver dónde te sientas ahora… —me preocupé, viendo que estaba todo a tope.
—¿Intento salir? —inquirió Isabelle, ofreciéndose a probar de encontrar un hueco entre la marabunta.
—Estamos en las mismas —reflexionó Daniela—. ¿Luego dónde te pones tú?
—Anda, ven —intervino Manu, agarrando el brazo de mi novia—. Siéntate encima mío —concluyó con determinación, atrayéndola hacia él.
Mi chica soltó una carcajada, dejándose arrastrar.
—Estás loco —afirmó, entre risas, mientras colocaba el culo sobre la pierna de mi amigo.
—¿Y Pablo no te ha dicho nada? —se interesó Almudena.
—Ha desaparecido, sin más —aclaró Daniela, haciendo aspavientos de disgusto, ya sentada encima de Manu.
—Estate quieta o ponte bien —se quejó él—, que me vas a hacer polvo, niña —soltó con evidente soberbia, agarrando a mi novia por la cintura para alzarla con ambas manos, acomodándola entre sus muslos.
Miré a mi chica, pero no encontré su mirada. Aunque no podía comprobarlo me dio la impresión de que debía estar sentada demasiado cerca del paquete de mi colega. Sentí cómo se me aceleraba el corazón.
—Tu amigo es un poco gilipollas —soltó Daniela con su gracejo natural, removiéndose sobre Manu para girarse hacia él, prácticamente regalándole una visión perfecta de su canalillo.
—Lo que te jode es que no te haya hecho compañía —le vaciló con aire chulesco, logrando que mi chica recuperara la posición hacia delante, comenzando a darme la impresión de que se estaba restregando demasiado.
Ahora sí, nuestras miradas se cruzaron. Vi cómo me sonreía al tiempo que se inclinaba hacia mí, casi reclinándose sobre la mesa para acabar dándome un pico.
—Tu amigo Manu también es gilipollas —me dijo graciosamente, perfilando una de sus típicas muecas llenas de encanto mientras veía cómo le ponía el culo en pompa frente a la cara, antes de recuperar el sitio, volviendo a sentarse encima de él.
No lo pude evitar. Empecé a pensar que llevábamos demasiados días sin follar y que mi novia debía estar que se subía por las paredes. Y más aún tras el tonteo de hacía tan solo unas horas en la playa. Me la imaginé encajando las nalgas sobre la abultada entrepierna de mi colega y deseé que saliéramos de ahí cuanto antes.
—Esto está lleno de gente, ¿nos vamos a otro lado? —propuse.
—¿Qué prisa tienes, Ángel? —replicó mi amigo, bajando uno de los brazos para colocarlo pegado al muslo de Daniela.
—Sí, que te acaban de traer la bebida —indicó Almudena alegremente, acercándome el vaso.
—Terminamos la ronda y vamos a otro sitio, ¿no? —intervino mi chica, que no parecía muy molesta con los sutiles roces de mi colega.
—Yo ya voy por la tercera —bromeó Kike, haciendo reír al resto.
El rato que estuvimos en el bar se me hizo eterno, ya sin dejar de fijarme en ambos. Daniela, mientras hablaba con unos y con otros, no paraba de menearse encima de mi amigo. Y él, cada vez que usaba el brazo para algo, lo volvía a bajar, manteniendo el contacto con la pierna de mi novia. Me estaban poniendo de los nervios.
Cuando decidimos marcharnos a otro sitio el ambiente del local era asfixiante. Isabelle y yo tuvimos que abrirnos paso a duras penas al tiempo que Almudena ayudaba a Kike, que empezaba a ir un poco tocado por la cantidad de copas que se había tomado. Por su parte, Manu tuvo que esperar a que mi chica pudiera alzarse de encima de él, quedándose ambos rezagados debido a un numeroso grupo de veinteañeras que se habían colocado a su lado y les impedían salir.
Al pasar junto a las muchachas, instintivamente, me fijé un poco en ellas. Aunque había de todo, alguna destacaba por encima del resto, sobre todo una que llamó mi atención, recordándome a Alejandra, la rubia potente del gimnasio.
¡Zas!
Giré el rostro y contemplé a Daniela moviendo ligeramente el culo mientras caminaba en mi dirección, sin mirar hacia atrás, con Manu siguiéndola a poca distancia. No dije nada porque no lo había visto y no estaba seguro de lo que había pasado, aunque sí lo había escuchado perfectamente. Pero me dio toda la impresión de que el cabrón de mi amigo le acababa de soltar un azote a mi novia.
—¿Te lo estás pasando bien, vida? —me preguntó ella alegremente al llegar a mi altura, agarrándome del brazo.
—No mucho, viendo cómo te meneabas encima de mi colega —rechisté con desdén mientras observaba cómo el susodicho nos adelantaba, alcanzando a Isabelle para acabar sobándole una de las nalgas.
—¿Qué dices, Ángel? —replicó Daniela, frunciendo el ceño.
—Que Manu se habrá llevado un buen recuerdo de tu culo —solté de mal humor.
—¡Encima! —alzó el tono, soltándome el brazo—. Que si me movía era para evitar rozarme con él, eh —aclaró—. Además, como para no notarlo… —hizo una breve pausa—. Que ya te digo yo que tu amigo tiene un buen bulto —reveló con tono severo, como si quisiera castigarme con esa afirmación.
Me quedé en silencio, procurando asimilar la información, cuando Daniela me acabó rematando.
—Tampoco te he visto muy preocupado cuando le has echado la miradita al grupo ese de niñatas —me reprochó—. Ya te vale, Ángel —concluyó, enfadada, marchándose hacia delante para juntarse con el resto.
El ambiente en el pub no estaba mal. Había bastante gente, pero no estaba abarrotado. La música era buena y sonaba lo suficientemente alta como para vernos obligados a acercarnos y alzar la voz para hablar entre nosotros.
—Voy al baño —grité en mitad del grupo, recibiendo un gesto afirmativo de los integrantes, en señal de que me habían escuchado.
De camino a los aseos pensé en Daniela. Se había llevado un buen mosqueo y ni me hablaba, procurando evitar que cruzáramos miradas. Puede que los celos me hubieran jugado una mala pasada y que mi mente retorcida se lo hubiera imaginado todo. Sin duda, me había pasado siete pueblos insinuando que se había restregado con mi colega.
Al regresar del lavabo no encontré a nadie. No había rastro de mi novia ni de mis amigos. Dudé si me había despistado, pero estaba convencido de que los había dejado ahí. Di unas cuantas vueltas para ver si los divisaba, hasta que me topé con Isabelle y Almudena.
—¿Dónde estabais?
—¿No te has cruzado con Manu? —me respondió la francesa, alzando la voz.
—Ha ido a acompañar a su primo al baño, que va un poco tocado —añadió la otra, acercándose a mi oído.
—¿Y Daniela? —inquirí.
—Ni idea…
Vi cómo las dos mujeres se encogían de hombros, dejando claro que no sabían nada.
Igual que en el bar, me dispuse a recorrer el local para ver si la encontraba, pero ni rastro de mi novia, hasta que se me ocurrió salir a la zona de terrazas, a la que se accedía a través de un pasillo contiguo que ya daba al exterior. Mientras lo atravesaba, escuché la voz de Daniela. Estaba justo al otro lado.
Me detuve en seco y miré a través de la rendija que separaba las dos maderas que formaban la pared. Mi chica estaba recostada, justo dándome la espalda. Y frente a ella se encontraba Kike.
—Vas muy pedo —se rio mi novia, pudiendo escucharla gracias a que en esa zona la música sonaba con menor volumen.
A mi amigo me costaba entenderlo. Entre que estaba más lejos y no vocalizaba demasiado, pillaba la mitad de lo que decía.
—(…) noche (…) tremenda.
Escuché las risas de Daniela.
—¡No digas tonterías! —contestó ella alegremente mientras me percataba de cómo Kike ponía una mano en la cadera mi novia—. Y estate quieto —reaccionó, apartándole el brazo.
Observé a mi amigo inclinándose sobre Daniela, como si quisiera cuchichearle algo en el oído.
—No puedo dejar de mirarte —alzó la voz más de lo esperado, aprovechando para volver a agarrarla, esta vez de la cintura.
—Lo sé —respondió mi chica, ahora permitiéndole el contacto—. ¿Te crees que no me doy cuenta? Los hombres sois muy torpes para eso —indicó con gracia.
Contemplé como, ahora sí, Kike lograba susurrarle al oído, acercándose mucho más de lo que me gustaría, empezando a sacarme de quicio.
—Pero no puede ser —aseguró ella—. Te vas a quedar con las ganas —añadió, sin perder el tono jocoso.
—Vamos (…) solo (…) esta (…) poquito… —escuché a duras penas mientras veía cómo mi amigo empezaba a subir por el costado femenino, acariciando la tela del body de Daniela.
—No vayas a hacer nada de lo que mañana te arrepientas —le contestó con tono alegre, sujetándole el brazo para detenerlo, pero sin apartarlo.
Kike dijo algo que no pude entender.
—No te pongas pesado, que tengo novio —le recriminó ella—. Y es tu amigo.
Al parecer no había logrado pararle los pies a ese maldito cabrón, tal y como yo había pensado. Estuve a punto de intervenir, pero recordé el mosqueo de mi chica y eso me detuvo.
—Jo… ya sé (…) Ángel (…) pero (…)
—¿Y a tu novia le parecerá bien? —replicó ella con evidente guasa.
—(…) entiendo (…) por favor (…) mi amor pletórico.
Ahora Daniela soltó una carcajada, soltándole el brazo, gesto que mi supuesto amigo aprovechó para seguir deslizándose por el costado femenino, acariciándola.
—Solo un poco… —oí claramente la súplica de Kike.
—Hostia, tío —rechistó mi novia una última vez, con tono de resignación, pero dejándole hacer—. Suerte que mañana no te vas a acordar de nada… —sollozó mientras el muy cerdo subía hasta alcanzar la base de su pecho, abriendo la mano para abarcar una de sus tetazas, comenzando a estrujársela delante de mis narices.
—Joder… —balbuceó con cara de idiota, flipando con el carnoso tacto del busto de Daniela, como si jamás hubiera sobado un seno de tal calibre.
—Uhm… —me pareció escuchar como si mi chica acabara de soltar un leve gemidito.
La situación se había desmadrado. Iba a intervenir inmediatamente para detenerlos cuando Kike la cagó.
—¿¡Qué coño haces!? —le recriminó Daniela, dándole un manotazo para que dejara de sobarla al tiempo que le hacía la cobra en cuanto el novio de Almudena intentó besarla.
Por lo poco que conseguí entenderle, mi colega comenzó a ponerse extremadamente patético, confesando lo mucho que la deseaba, las pajas que se hacía pensando en ella y que necesitaba besarla. Todo eso sin dejar de suplicar que le permitiera volver a tocarla.
—Mira, niño, te he dejado que pilles un poco de cacho porque me ha hecho gracia que vas borracho. Y yo voy tontorrona —reveló, confirmando mis sospechas—. Eso que te llevas —soltó con un aura de diva inalcanzable—. Pero no te flipes, que tú no tienes nada que hacer conmigo ni en tus mejores sueños.
Mi novia se lo acababa de dejar bien clarito, pero Kike se estaba poniendo demasiado insistente. Así que le paró los pies definitivamente.
—Tío, que eres feíto —lo puso rápidamente en su sitio—. No te puedes comparar con Ángel —logró enorgullecerme—. Y te he visto en pelotas —indicó con tono malicioso—. La tienes enana, joder —lo humilló—. Y a mí me gustan los pollones —soltó como si se le llenara la boca—, como el de tu primo.
Esa confesión me dejó helado.
Aún dándoles vueltas a lo que acababa de escuchar, preferí regresar al interior del pub, donde me encontré con Manu, que estaba pidiendo en la barra.
—¡Ángel, vente! —me llamó, haciendo un gesto con la mano para que me acercara.
—¿Qué pasa, tío?
—Huy, ¿y esa cara? —me sonrió—. Necesitas un copazo —aseguró, dirigiéndose a la camarera para pedirme la bebida.
Aunque ya empezaba a notar que el alcohol me estaba haciendo mella, acepté la invitación. Pensé que me vendría bien desconectar un poco, charlando de algún tema intranscendente.
—Que no, tío, que ha marcado más Mbappé —insistí.
—Déjame comprobarlo.
Mi amigo sacó el móvil y empezó a buscarlo cuando de repente apareció Isabelle de la nada.
—¡Vamos a bailar! —gritó con un gesto divertido, agarrando a su novio por el brazo.
Manu alzó el cuello para mirarme, sonriente.
—Guárdame el móvil —me lo lanzó mientras se dejaba arrastrar hacia la pista.
Me quedé contemplándolos con expresión risueña, hasta que bajé la vista para comprobar que el teléfono seguía encendido. Y, justo antes de que se bloqueara, tuve una revelación, pulsando la pantalla con el dedo.
Me giré para darles la espalda y que no pudieran verme mientras entraba en la aplicación de mensajería. Comprobé si mi amigo tenía alguna conversación con mi novia, pero no encontré nada. El corazón me latía a mil por hora cuando volví a subir a los chats más recientes. Me fijé en los grupos. Y entonces vi uno que llamó mi atención. El nombre era “Foto de la tetas” y los integrantes eran dos: Manu y Pablo.
Me alejé a una zona más discreta donde poder revisar el contenido con mayor tranquilidad, sin dejar de mover la pantalla cada pocos segundos para evitar que se bloqueara. Incomprensiblemente, sentía un sudor frío y una presión en el estómago que no eran normales. No sabía lo que me iba a encontrar, pero tenía mis sospechas.
Pablo
Manu, tengo algo que te va a gustar…
Pablo
Esta no la ha visto nadie
Pablo
Al final te cobro 😆
Pablo
jajajaja
Daniela
Sois unos cerdos
Pablo
Hombre, la tetas!
Daniela
No debería, tu amigo se ha mosqueado por la foto
Me fijé en la fecha. Esa conversación era del primer día que fueron a la nudista. Y por la hora de los mensajes debió producirse mientras me quedé solo en la habitación, cuando mi novia se molestó tras preguntarle quién le había hecho la fotografía.
Pablo
Pues suerte que no ha visto la buena
Daniela
Pablo, era solo para ti 😝
Pablo
Manu es de confianza 😄
Daniela
No sé yo…
Va, pásala, que yo también quiero verla jijiji
Abrí la imagen y, para mi desesperación, ante mis ojos apareció una foto similar a la que provocó nuestra discusión, con mi novia tumbada en la toalla, solo que ahora sonreía, mirando a cámara. Y, a diferencia de la otra, en la que se cubría como podía, en esta daba toda la impresión de estar posando, con ambos brazos apoyados en la arena, permitiendo que sus majestuosas tetas se mostraran al natural, toda empitonada, mientras juntaba las piernas, bien cerradas, pero dejando que la imagen captara perfectamente su pubis, totalmente depilado.
Pablo
Te gusta, tetas?
Daniela
La foto que no salga de aquí
Y borrar el puto grupo este
Pablo
Se ha mosqueado?
Pablo
Entonces mañana volvéis?
Pablo
Jajajajaja
Pablo
Me paso y lo conozco
Pablo
No lo dudo, pero me la pela
Pablo
Ya veremos
Estaba descolocado. No sabía qué pensar. Tampoco ayudaba la incipiente sensación de mareo debido a la cantidad de alcohol ingerido. Y no se me ocurrió otra cosa que regresar a la barra para pedirme una nueva copa.
Mientras bebía, miré hacia la pista y distinguí a Manu. Seguía bailando. Pero con él no estaba Isabelle. Estaba mi chica. Sentí cómo me retumbaba el corazón, como si quisiera salírseme del pecho.
Ambos movían los cuerpos alegremente, al compás de la música, sin dejar de cuchichear y reír a cada rato. Y él no tardó en empezar con los roces, en cuanto se quedaron quietos para iniciar lo que parecía una conversación más seria. Vi cómo mi amigo y mi novia se arrimaban aún más, ya con los rostros a escasos milímetros para hablarse al oído, momento que Manu aprovechó para acariciar el brazo de Daniela.
Intenté acercarme a ellos para marcar territorio y deshacerme de esa sensación de malestar que me producía verlos juntos, pero sentí que la cabeza me daba vueltas al intentar dar el primer paso. Así que me quedé en el rincón de la barra y pedí una última copa, concluyendo que con la borrachera se me haría más llevadero continuar vigilándolos.
En mitad de la pista, ya no bailaban. Ahora la mano de mi colega se apoyaba en la cadera de mi chica, que volvía a reír cada vez que él le cuchicheaba. Observé cómo Manu iba bajando poco a poco, ya casi tocándole el culo, hasta que Daniela reaccionó. Vi claramente cómo ella le sonreía mientras le apartaba, agarrándole de la muñeca para subirle el brazo con parsimonia, permitiendo que mantuviera el contacto, pero esta vez a la altura de la cintura.
Mas mi competitivo compañero del fútbol no se iba a detener ahí y volvió a la carga. Pude intuir cómo se recreaba al deslizarse nuevamente por el costado femenino, aprovechando que mi novia escuchaba con atención lo que le decía al oído, hasta llegar una vez más a su pantaloncito corto. Esta vez ella no le detuvo y contemplé cómo el muy cabrón avanzaba, empezando a bajar lentamente por la tela de los shorts, logrando alcanzar una de sus nalgas, agarrándosela.
Absorto, centré toda mi atención en la maldita sobada, que duró apenas unos segundos, lo que Daniela tardó en darle un manotazo. Al alzar la vista descubrí cómo ambos reían. Di un sorbo a mi bebida, digiriendo el mal trago, mientras veía cómo la expresión de ella cambiaba, poniendo cara de circunstancias, con el gesto torcido, pero sin perder el semblante risueño. Su rostro era puro morbo. Volví a bajar la mirada. Manu estaba magreándole el culo.
No entendía qué coño estaba sucediendo. Joder, eran mi novia y mi colega. Una sensación de rabia se apoderó de mí, contemplando cómo ella se dejaba tocar descaradamente mientras echaba un vistazo a cada lado, como si estuviera temerosa de que los pillaran. Pero mi ambicioso amigo no parecía conformarse y empezó a llevar la mano aún más abajo, hasta alcanzar el muslo desnudo de mi chica.
Cuando Manu intentó colar un dedo bajo los shorts de Daniela, se llevó una buena hostia.
Al despertar tuve la sensación de que la habitación estaba dando vueltas. Cerré los ojos y palpé a ciegas el lado del colchón de Daniela. Estaba vacío, pero se notaba aún caliente. Me levanté a duras penas. La cabeza me iba a estallar.
Pensando dónde estaría mi chica, comencé a bajar las escalares de la casa rural, que estaba completamente en silencio. Después de la fiesta del día anterior, todos se levantarían tarde. Llegué frente a la puerta corredera que daba al patio trasero. Estaba entreabierta y escuché la voz de mi novia al otro lado.
—Pues ponte encima mío, qué remedio…
—Es que si no, no puedo.
La voz masculina me resultó familiar. Me acerqué para echar un disimulado vistazo y no me pude creer lo que vieron mis ojos.
Daniela estaba en bikini, tumbada boca abajo en una hamaca. Y, a horcajadas sobre ella, sentado encima de sus muslos, casi dándome la espalda, se encontraba Pablo, haciéndole un masaje.
Estuve a punto de salir a poner fin a todo lo que estaba sucediendo con mi novia cuando de repente tuve un perturbador recuerdo que había olvidado por completo.
Por culpa del pedo que llevaba el día anterior creía que la fiesta había concluido tras la torta que Daniela le dio a Manu, omitiendo cómo acabó la noche realmente. Aunque no sabía en qué momento apareció Pablo, aún con lagunas, a mi mente llegó la conversación que tuve con él a última hora.
—He visto la foto —recordé soltarle con tono severo.
—¿De qué coño hablas?
No me habría importado decirle que hablaba del coño de mi novia. Más que nada para dejárselo bien claro desde un principio. Pero la escasa lucidez que me ofrecía la melopea me impedía ser ocurrente.
—Foto de la tetas —repetí el nombre del grupo que había leído en el móvil de Manu.
Vi cómo Pablo mostraba una sonrisa chulesca, sobrada de prepotencia.
—¿Te la ha enseñado ella?
—Para empezar, tiene nombre. Se llama Daniela. Así que respétala.
—¿Le has preguntado si le gusta? Porque creo que se pone cachonda cada vez que la llamo tetas.
La soberbia de Pablo estaba empezando a desquiciarme.
—Tanto años juntos y aún no la conoces —prosiguió—. No tienes ni idea de lo guarra que es tu novia, ¿verdad? —sonrió con una mueca burlona.
—¿Te costó mucho convencerla? —intenté contraatacar, sabiendo que Daniela no se habría dejado hacer la foto de primeras.
—Te he visto en la nudista —me ignoró—. La tetas es mucha mujer para tan poco hombre.
No supe qué decir. Sentí sus hirientes palabras como si me hubiera golpeado directamente con el puño en el estómago, logrando que comenzara a sentirme ligeramente avergonzado por el tamaño de mi pene. Quise responder, pero él ya no me dejó.
—Mira que Manu me advirtió que eras buen tío, pero a mí me parece que eres un pequeño payaso —me denigró—. Querías tocarme los huevos y el tiro te va a salir por la culata —soltó en tono amenazante—. Las Palmas es una ciudad pequeña, no querrás que la foto vaya circulando por ahí, ¿no? —me chantajeó mientras me sonreía—. Podría etiquetarla con el hashtag #tetas —concluyó, vacilándome.
—¿Qué quieres? —pregunté, suavizando el tono, ya con los pantalones bajados.
—¿Qué me ofreces de tu novia? —me soltó con chulería.
Me quedé parado, sin poder de reacción, sintiendo una mezcla de rabia e impotencia.
—Dile que has perdido una apuesta conmigo y que mañana a primera hora iré a hacerle un masaje —me propuso con entonación maliciosa—. No te preocupes, que no le meteré mucha mano —añadió, mofándose de mí.
Pero la noche no acabó ahí, por desgracia. Lo peor aún estaba por llegar. Lo último que recordaba era el tremendo mosqueo de Daniela cuando le tuve que mentir, contándole lo que ese cabrón me había transmitido. Y todo para evitar que la denigrara.
—Estás muy tensa, tetas —oí la voz de Pablo, devolviéndome al presente.
—No sé qué coño harías para engañar a Ángel —respondió mi chica con desdén—. Llevas deseando esto desde que me viste el primer día —aseguró en tono de reproche—. Y me llamo Daniela —añadió de mal humor, sacándome una ligera sonrisa.
—Qué culpa tengo yo de que tu novio intentara vacilarme —replicó, continuando con el masaje, ahora deslizando los dedos por su cuello—. Fue él quien te utilizó, vendiéndote como si fueras un trozo de carne, el muy cobarde…
¡Qué pedazo de cabrón!
—Tienes razón, perdona —suavizó el tono—. Uhm —soltó un leve sollozo—, ahí.
—¿Aquí? —insistió, aumentando la presión en la parte superior del trapecio—. ¿Te duele?
—Un poco. Uhm…
Durante unos segundos se hizo el silencio, mientras Pablo se recreaba en la zona, logrando que mi chica comenzara a ronronear.
—Uf… —resopló Daniela cuando él aflojo los frotamientos—. Lo haces bien.
—Y solo hemos empezado… —soltó con chulería mientras deslizaba pausadamente ambas manos sobre el cuerpo de mi novia, dándole una suave y larga caricia, bajando por su espalda, desde el cuello hasta la cintura.
—Igual tampoco está tan mal que mi chico perdiera la apuesta… —replicó ella con tono alegre—. De momento te doy un aprobado.
Pablo soltó una carcajada, aprovechando el beneplácito para agarrar a mi novia por los costados, llegando a meterse por debajo de su tronco para empezar a masajearle cerca del vientre.
—Joder… —balbuceó Daniela, mordiéndose un labio, ya dejándose hacer.
Él comenzó a recorrer cada centímetro del moreno de su piel, llegando a dejarle la marca de los dedos a su paso, señal de cómo la estaba magreando, hasta que se coló bajo la tira trasera de la parte de arriba del bikini.
—Estate quieto —protestó mi chica cuando Pablo intentó desabrochar la pieza.
—Necesito subir nota —respondió con gracia mientras deslizaba una mano por el costado de Daniela, jugando suavemente entre sus costillas, como si ya tuviera permiso para tocar dónde y cómo quisiera—. Y esto me molesta —tiró de la prenda, haciéndola rebotar contra la espalda femenina.
Ella se rio y Pablo no perdió la oportunidad de deshacerse del cierre del bikini, desabrochándolo definitivamente.
—¿Qué haces? —protestó mi novia, doblando los codos para alzar el tronco mientras se cubría el pecho con un brazo, sujetándose la prenda, al tiempo que giraba el cuello para echar un vistazo hacia atrás—. ¡Joder! —se sorprendió—. ¿Te has puesto cachondo? —preguntó, sin apartar la vista del bañador de Pablo.
Desde mi posición no podía verlo, pero me imaginé que ese cabrón debía estar empalmado, con el paquete a escasos centímetros del culo de mi chica.
—¿Tú qué crees, tetas? —replicó con arrogancia.
—Por lo que veo, parece que bastante —respondió con una sonrisa socarrona.
Al parecer, a mi novia ya no le molestaba el mote. Sentí una fuerte presión en el estómago y una incipiente arcada me sobrevino. La cosa se estaba poniendo fea, pero después de lo que ocurrió la noche anterior, no podía intervenir. Solo podía mantener mi posición, oculto como un maldito mirón mientras rezaba para que la situación no fuera a mayores.
—Anda, termina ya con el masaje —concluyó Daniela, tumbándose de nuevo, ahora con la parte de arriba del bikini sin abrochar.
—¿Ya? —preguntó Pablo con evidente sarcasmo—. ¿Es que no te está gustando?
—Notable —le subió la nota—. De momento… —oí a duras penas, pues mi chica bajó el tono de voz.
Observé cómo el dueño de la casa rural volvía a la carga, reanudando el masaje con nuevos magreos sobre la espalda de Daniela, ahora recreándose en los costados, especialmente a la altura del bikini.
—Pablo… —protestó mi novia con un hilillo de voz, antes de emitir un leve sollozo—. Uhm…
—Mira que estás buena, tetas… —la piropeó, hundiendo aún más las manos, que empezaban a desparecer de mi vista, ocultándose tras la prenda desabrochada.
—Tío, te estás pasando… —se quejó ella una vez más, pero sin hacer nada para detenerlo.
Yo ya estaba al borde del infarto. Aunque la pieza del bikini me impedía asegurarlo, me imaginé que los dedos de Pablo ya debían haber entrado en contacto con el lateral de la base de los senos de mi novia, comenzando a meterle mano. De ahí sus protestas.
—Anda, sigue con las piernas mejor —indicó Daniela finalmente, doblando las rodillas para alzar los pies, en un gesto que me pareció de lo más sensual—, que estás empezando a rozarme con el paquete, cabrón.
Su tono no parecía de indignación, más bien sonaba a pura excitación. Y me sentí culpable. No habíamos echado ni un mísero polvo desde que estábamos en la casa rural. Eso, unido a que los dos primos no habían parado de acecharla y que ahora tenía al amigo de Manu dándole un buen magreo, formaban un cóctel perfecto para que mi chica estuviera cachonda como una mona.
¡ZAS!
—¡Au! —se quejó Daniela tras el sonoro azote que le arreó su improvisado masajista—. Eres un bestia —sollozó, aderezando la queja con una suave entonación de lascivia.
Pablo colocó ambas manos en la parte alta de los muslos de mi novia, prácticamente sobándole el culo, mientras se retiraba ligeramente, hasta quedar sentado a la altura de los gemelos femeninos.
Me fijé en el trasero de mi chica, pudiendo apreciar la marca de los dedos que el muy cabrón le había dejado en la zona de la nalga que no llegaba a cubrir la pieza del bikini.
—Voy a por el excelente… —la chuleó él, provocando las risas de Daniela al tiempo que movía las manos hasta la parte baja de los isquiotibiales, empezando a subir lentamente, recreándose—. Abre las piernas —le ordenó.
—Eres un hijo de puta —rechistó mi novia, rechinando los dientes.
Para mi sorpresa, vi cómo ella separaba las rodillas, permitiendo que Pablo comenzara a adentrarse entre sus muslos, ya sobándola a conciencia.
No sé cuánto tiempo estuvo ese cabrón manoseándola, pero se me hizo eterno, viendo cómo le palpaba cada rincón de la parte interna de su musculatura, acercándose peligrosamente a su entrepierna. Desde mi posición podía apreciar la rajita de mi chica, únicamente cubierta por la fina licra de la parte de abajo del bikini. Me la imaginé empapada. No podía permitir que la cosa fuera más allá. Tenía que intervenir.
—Para —jadeó Daniela, tirando una mano hacia atrás para agarrar el brazo de Pablo, deteniéndolo cuando apenas estaba a unos escasos centímetros de alcanzar la ingle femenina—. Te doy el excelente, pero para ya —concluyó con la respiración acelerada.
—Quiero matrícula de honor —replicó con una desproporcionada prepotencia—. Date la vuelta —le ordenó nuevamente, ahora con tono severo.
Mi novia le hizo caso, volviendo a cruzar un brazo sobre su pecho para evitar que se le cayera la pieza de arriba del bikini.
—Joder, guarro, vaya bulto que llevas… —abrió los ojos como platos, mirando en dirección a la entrepierna de Pablo.
—¿Quieres verla? —soltó con chulería, agarrándose el bañador por los costados.
—No —aseguró—. Te dejo que termines el masaje, pero mantén ese monstruo guardadito —sonrió con picardía.
—Como quieras —aceptó Pablo, llevando una mano al vientre de mi novia, acariciándoselo—. Enséñame las tetas.
Daniela soltó una carcajada.
—De eso nada —rechistó finalmente, aún con el semblante risueño.
—Si ya te las he visto…
—Pero es distinto… no estamos en una nudista —le sacó la lengua—. Y mi novio está arriba durmiendo.
—Por eso, no se va a enterar —se cachondeó, haciendo reír a mi chica, sin dejar de palparle la boca del estómago.
—No voy a engañar a Ángel —aseveró, logrando que, por un momento, me sintiera algo mejor—. ¿Por qué me dejaste sola en el bar? —añadió con voz melosa.
—Porque no quería joderle la noche a tu novio.
Daniela soltó una nueva carcajada.
—Eres un creído —desdeñó—. Te aprovechas porque estoy cachonda —confesó, luciendo una mueca de lo más morbosa—. Pero no vas a conseguir mucho más —aseguró.
—Enséñamelas, que lo estás deseando, tetas —replicó con suficiencia.
Vi cómo mi novia movía el brazo con el que se cubría el pecho, agarrando la pieza del bikini para retirarla, dejando a la vista sus dos pedazo de berzas, con los pequeños pezones claramente erguidos. Yo estaba alucinando.
—Lo último que te permito —ratificó Daniela, sonriendo con expresión lasciva.
—Ahora recuerdo por qué te llamo tetas —bromeó Pablo, sin apartar la vista del generoso busto femenino mientras comenzaba a deslizar las manos por su torso.
—Qué tonto eres —rio mi chica, transformando el gesto en una mueca rebosante de encanto—. Pero gracias…
Eso me jodió. Y más aún al ver cómo él se inclinaba hacia delante, alcanzando su objetivo. Rodeó con ambas palmas los senos de mi novia, antes de clavarle los dedos en la carne, dándole una buena sobada desde la base, masajeándoselos, hasta llegar a las areolas, y terminar pellizcándole los pezones.
—Ah… —jadeó Daniela, con la boca abierta, al parecer muriéndose de gusto.
¡Se acabó! Ese maldito hijo de puta se había pasado de la raya. Iba a salir a darle un merecido guantazo cuando…
—Aparta la polla —se quejó mi chica, llevando un brazo hasta el pecho de su masajista, empujándolo.
Supuse que Pablo le había restregado todo el paquete por el coño. Pero no pude darle muchas vueltas. Tuve que salir corriendo cuando vi que Daniela se separaba de él, alzándose de la hamaca para recoger la pieza del bikini que yacía en el suelo antes de alejarse en dirección a la puerta corredera, desde donde había contemplado todo lo que había sucedido.
Cuando mi novia entró a la habitación yo ya estaba tumbado en la cama, haciéndome el dormido.
—¿Daniela…?
Pero no recibí contestación. Tras desprenderse del bikini y colocarse únicamente uno de sus típicos tangas, se estiró a mi lado, sin decir nada.
—Buenos días, cari… —insistí, girándome hacia ella para rodearla con un brazo, acariciándole un pecho.
Por el momento, quise dejar apartado todo lo sucedido, desde la intrahistoria de la foto en la nudista hasta el reciente masaje del dueño de la casa rural, pasando por las sobadas de anoche de ambos primos a mi novia. Ya habría tiempo de reprochárselo. Pero en ese instante, aprovechando que los demás dormirían hasta tarde, pensé que era una buena ocasión para quitarle el calentón que llevaba días arrastrando.
—¿Ahora quieres follar? —replicó ella de mal humor—. ¿Ni me preguntas cómo ha ido con Pablo? —me agarró por la muñeca, apartándome—. Ni te has preocupado —se quejó.
—Tienes razón, qué…
—Déjalo Ángel —me cortó, haciendo un aspaviento.
Vi cómo mi chica se levantaba de la cama, dirigiéndose al armario para acabar vistiéndose con una prenda veraniega de una sola pieza, una especie de pareo de tela fina que le hacía un escote bastante holgado.
—¿No te vas a poner sujetador? —inquirí.
—Más tarde, hace mucho calor.
—Se te va a ver todo con eso.
—Están todos acostados —reseñó.
Aunque los síntomas de malestar tras la borrachera del día anterior no habían desaparecido y me habría quedado durmiendo de buena gana, preferí acompañar a Daniela, que bastante enojada estaba ya por mi supuesta apuesta con Pablo. Para mi desgracia, al bajar a la cocina descubrimos que Manu ya se había levantado.
—Buenos días, pareja —saludó como si nada mientras se preparaba el desayuno—. Con la que llevabas anoche pensé que sobarías hasta tarde —me sonrió con una de sus típicas muecas.
—Tengo un resacón del quince —confirmé, percatándome de cómo a mi amigo se le iban los ojos hacia el busto de mi novia, que si de por sí ya llamaba la atención, con ese atuendo era un escándalo.
Eché una mirada de reproche a Daniela, pero ella reaccionó con un gesto de desdén, estirándose para abrir el armario donde estaban las tazas, situado en la parte de arriba. El movimiento hizo que la tela de la holgada prenda se desplazara, provocando que se le saliera media teta, enseñando parte del pezón.
—Niña, tápate, que uno no es de piedra —soltó Manu con chulería, sin cortarse ni un pelo, aún estando yo presente.
—¡Huy! —se recompuso rápidamente, llevando una mano al escote para recolocárselo—. Mejor voy a cambiarme —indicó con una tímida sonrisa, exhibiendo la portentosa belleza de su rostro.
—Muy pendiente estás tú de Daniela… —le eché en cara a mi amigo, una vez a solas.
Manu sonrió.
—Fuiste tú quien me lo pidió, ¿recuerdas? —replicó con astucia—. Y te dije que luego no te quejaras —puntualizó jocosamente.
—Pero no te pases… —le advertí, viendo cómo se alejaba hacia el patio trasero con gesto airoso, dejándome con la palabra en la boca, como si para él el asunto no tuvieran mayor relevancia.
Aunque aún me dolía el recuerdo de la imagen de mi supuesto colega sobándole el culo a mi novia, al menos ella le había parado los pies con contundencia y estaba seguro de que las cosas no iban a ir más lejos. Así que lo dejé estar, convencido de que no había sido más que una noche de locura.
—Joder, Daniela, mira que te lo avisé —le recriminé a mi chica en cuanto regresó de la habitación, ya con el sostén bajo el pareo.
—Pero si ya me las ha visto en la nudista, qué más da —le restó importancia.
—Pues nada, ves todo el día con las tetas al aire —reaccioné de forma airada, enfadado por no haberme hecho caso.
—Que te den, Ángel —se rebotó—. Encima que esta mañana he tenido que aguantar al sobón de Pablo por tu puta culpa —desdeñó con tono furioso.
—¿Se ha pasado el gilipollas ese?
Daniela soltó un gruñido, cogiendo la taza de café que le había preparado, y salió de la cocina en dirección a la piscina, donde Manu ya estaba dándose un baño.
Lo cierto es que con el mosqueo que mi novia llevaba encima iba a estar complicado que accediera a tener sexo para quitarle el calentón. Por suerte solo quedaba una noche y a la mañana siguiente volveríamos a la ciudad, dejando atrás los sucesos de los últimos días y retomando nuestras vidas con normalidad.
Se notaba que ya no éramos unos veinteañeros y la fiesta de la noche anterior nos pasó factura. Así que estuvimos todo el día descansando, sin salir de la casa rural.
Después de comer, mientras disfrutábamos de una relajada tarde de piscina, me quedé observando a los dos primos, pensativo. No sabía si la relación con mis compañeros del fútbol iba a ser la misma después de lo que había ocurrido durante la semana.
Por un lado me jodía saber que ambos habían traicionado nuestra amistad por intentar algo con mi novia. Pero al mismo tiempo tenía una sensación de triunfo, pues Daniela los había rechazado y los muy idiotas se iban a quedar con las ganas de estar con un pibón tan espectacular del que solo yo podía disfrutar. A pesar de todo, en esa casa seguía siendo yo el puto amo.
Aprovechamos la última noche para cenar algo ligero en el patio, igual que el primer día. Y, tras el picoteo, no tardamos en retirarnos a las habitaciones.
—Estoy muerto —indiqué, estirando los brazos para desperezarme, soltando un bostezo.
—¿Vamos a dormir? —me propuso Daniela.
—Yo estoy igual —aseguró Kike, que pareció no poder evitar bostezar al verme.
—Anda, vamos a la cama —sonrió Almudena al contemplar la cara de sueño de su novio.
—¿Tú qué haces? —inquirió Isabelle, dirigiéndose a su pareja.
—Yo me voy a dar un bañito en la piscina —soltó Manu, provocando los gestos de desaprobación de la francesa.
—Pues ahí te quedas —replicó con gracia, levantándose para acompañarnos al resto hacia los dormitorios.
—Buenas noches —nos despedimos todos del único que se quedó en el patio.
Una vez a solas en la habitación, tanteé a mi novia, que parecía más receptiva después de haber estado todo el día de relax.
—¿Me ducho y hacemos algo? —tonteé con ella, en plan juguetón, pellizcándole cariñosamente en el brazo.
—No sé yo… —mostró una de sus características muecas repletas de encanto—. No te lo mereces.
Forcé una expresión de falsa tristeza.
—No me das pena —esgrimió con un gracioso mohín.
—Si sé que tú también tienes ganas, cari… —volví a darle un pequeño pellizco.
—¡Quita! —rechistó, apartando el brazo, mas empezando esbozar una mueca sonriente.
—¿Buscamos un hotel? —bromeé, recordando la promesa que le hice durante los magreos que nos dimos en la playa.
Mi chica ya no logró ocultar su preciosa sonrisa.
—Anda, ve a ducharte y luego ya veremos —concluyó.
No pude evitar sonreír. ¡Qué ganas tenía de volver a echar un polvo con el amor de mi vida!
Fui tan rápido como pude, deseando regresar a la habitación cuanto antes. Cuando lo hice, ya estaba empalmado.
—¿Se puede saber qué es esto? —me recibió Daniela con el gesto torcido.
Mi novia me estaba mostrando mi propio teléfono móvil. En la pantalla se mostraba un chat de Alejandra. Se me hizo un nudo en la garganta.
—Lee —me instó, claramente mosqueada.
—¿Cuándo vuelves, guapo? —empecé a leer en voz alta—. Te echo de menos. Mira lo que te pierdes.
Daniela deslizó el dedo para bajar en la conversación y apareció una foto de mi compañera de gimnasio envuelta en sus típicas mallas. Cerré los ojos.
—Me voy a la piscina con Manu —soltó mi novia—. Así tienes tiempo de contestar a tu amiguita. Que no sé quién es, por cierto.
—Es una comp…
—Cállate, Ángel.
Observé cómo mi chica se cambiaba, poniéndose el bikini.
—Y ni se te ocurra bajar —me advirtió mientras salía de la habitación, dando un portazo.
¡Menuda cagada! Debí haberle hablado de Alejandra. Estuve un rato pensando. No sabía cómo reaccionar. Conocía muy bien a mi novia. Tenía un pronto demasiado fuerte y si iba a buscarla se mosquearía aún más. Pero tampoco podía quedarme esperando sin hacer nada.
Descendí por las escaleras en dirección al patio trasero de la casa. Llegué hasta la puerta corredera y, antes de cruzar, me quedé pensativo, mirando hacia la piscina. Daniela y Manu estaban metidos dentro.
—¿En serio? —rio mi amigo.
—Como te lo cuento, tu colega Pablo se ha pasado un montón —pareció insistir mi chica.
Desde donde estaba los veía bastante bien, pudiendo incluso apreciar perfectamente el generoso contorno del busto de mi novia, pues tenía a ambos de perfil, uno frente a otro, en la zona que no cubría, con el agua llegándoles por encima de la cintura.
—Lo tienes loco —se cachondeó Manu, aún entre risas.
—Mira quién fue hablar…
—¿Qué? —reaccionó él, poniendo una pose divertida.
—Ahora no te hagas el inocente…
Mi colega soltó una carcajada.
—¿Lo dices por la miradita de esta mañana? —esgrimió una mueca de pillería—. Yo qué culpa tengo de que vayas por ahí enseñando los pezones delante de tu novio… —se burló.
—¡Idiota! —le dio un amistoso manotazo en el hombro—. Si solo hubiera sido esa miradita… Eres igual que tu primo —desdeñó Daniela.
—Hombre, igual, igual… —chasqueó Manu, esbozando un gesto chulesco, haciendo reír a mi chica.
—No me refiero a eso, tonto —sonrió, echando una ojeada hacia el agua—. Los dos sois unos guarros —alzó la vista nuevamente—. Ninguno habéis perdido nunca la ocasión de mirarme más de la cuenta —le recriminó—. Pero tienes razón, igual, igual no sois… —acabó transformando la expresión en una sonrisa socarrona.
—Por algo le diste la peor nota a su ridícula pichita, ¿no? —se cachondeó, burlándose de su primo a la par que provocaba que ella soltara una carcajada.
La conversación me tenía descolocado. Por un lado, estaba descubriendo que mi colega Manu también se comía con los ojos a mi novia desde hacía tiempo. Y por otro, me quedé pensando en qué momento Daniela habría puntuado el pene de Kike…
—Qué malo eres… —terminó mostrando una sonrisa repleta de picardía—. Pero no desvíes la atención, que estábamos hablando de ti —resolvió mi chica, ahora esgrimiendo una de sus encantadoras muecas—. Si pudieras te daría igual Isabelle y Ángel con tal de echarme un polvo.
Vi cómo Manu sonreía.
—Ya me lo demostraste anoche —desdeñó Daniela.
—No me lo recuerdes, que me pongo cachondo —replicó, provocando una nueva oleada de risas femeninas.
Observé cómo mi amigo se acercaba a ella para acabar dándole una caricia en el brazo.
—Anoche lo pasamos bien… —afirmó Manu con un deje de seguridad en sí mismo.
—Tú sobre todo… —puntualizó mi novia, aún sonriente.
—Pues no te apartaste cuando te sobé el culo… —contraatacó, deslizando la mano hacia abajo, hasta introducirla dentro del agua.
Se me hizo un nudo en la garganta.
—¡Cómo se te ocurre! Si nos llegan a ver… —protestó mi chica, frunciendo el ceño.
—Esa hostia te la debo —replicó él con arrogancia.
—Ya te lo dije —reaccionó Daniela, ahora con el rostro serio—. Tengo novio. Y entre tú y yo no va a pasar nada —aseguró, sujetándole para detener la incursión masculina.
Sonreí. Se confirmaban mis sospechas. Estaba claro que mi chica había estado más suelta de lo debido por culpa del calentón. Pero podía confiar en ella.
—Te entiendo, Ángel no se lo merece, es un buen tío —indicó Manu, volviendo a acariciarle el brazo—. Reconoce al menos que te apetece… —sonrió con aires de grandeza.
—¿Quieres que te confiese algo? —balbuceó mi novia, con un tonillo que me pareció más sensual de lo que me habría gustado.
—Sorpréndeme…
—Yo ya me imaginaba que ibas bien servido ahí abajo… —recuperó la sonrisa, ahora con cierta picardía, volviendo a desviar la mirada hacia el agua.
—Ah, ¿sí? —sonrió Manu con evidente chulería, comenzando a retroceder hacia el borde de la piscina—. ¿Y eso?
—Esas cosas se notan… —gesticuló, mordiéndose un labio—. Cuando te miraba el paquete ya me parecía que tenías un buen bulto… —reveló, esbozando una mueca lasciva.
Ese descubrimiento sí que no me la esperaba. Ya no es que a mi novia pudiera hacerle gracia el tamaño de mi colega después de haberlo visto en una playa nudista, es que la muy cerda se había fijado previamente.
—¡Serás guarro! —sonrió mi chica cuando Manu se impulsó con ambas manos para acabar sentado en el borde de la piscina, quedando solo con los pies dentro del agua.
El cabrón ya estaba empalmado. A pesar de verle de costado, pude apreciar cómo le sobresalía el grueso paquete por encima de los muslos. Tenía el pene ladeado hacia mí y, con el bañador mojado, casi pude distinguir el contorno de su glande, que me pareció enorme.
—Y eso que nunca me la has visto a tope… —se vanaglorió mi colega, llevándose la mano a la entrepierna para marcar aún más la polla, enseñándosela a mi novia a través de la empapada prenda.
—Uf —soltó un bufido—. Deja de hacer eso…
—Si lo prefieres… —replicó con una soberbia desmedida, agarrándose el bañador por los costados.
—¿¡Qué coño haces, loco!? —se sorprendió Daniela.
No me podía creer lo que estaba viendo. Mi amigo Manu se deshizo de la única prenda que llevaba para acabar quedándose en pelotas delante de mi novia. El muy cabrón abrió las piernas, dejando que su pesado miembro colgara entre sus muslos, impidiéndome comprobar el tamaño real de su polla en erección. Aunque, por lo poco que apreciaba, no parecía baladí.
—Tío, guárdate eso —se quejó mi chica, echando un vistazo hacia la puerta corredera—. Que puede bajar alguien…
Mirando a los ojos de Daniela, noté cómo se me aceleraba el corazón. Pero estaba oculto en la oscuridad y ellos no podían verme desde fuera.
—¿Te gusta? —sonrió Manu, llevándose una mano a la entrepierna para comenzar a acariciársela.
Mi novia volvió la atención hacia mi amigo, mirándole el rabo, pero no dijo nada.
—Cuando el otro día nos quedamos solos con Pablo bien que dijiste que te gustaban gordas —insistió él, provocándome una sensación de tremenda desazón, pues cada vez descubría más cosas que desconocía.
—Vaya peligro tenéis los dos —rio Daniela, sin apartar la vista de su polla—. Es muy bonita.
Sentí una punzada de dolor en el vientre.
—Pero guárdatela, en serio —insistió Daniela—. O métete en el agua al menos.
Mi amigo le hizo caso, dando un pequeño salto para adentrarse en la piscina nuevamente, acercándose a mi novia.
—No me has respondido —indicó Manu.
—¿A qué?
—A si te apetece…
Daniela esbozó una pequeña sonrisa al mismo tiempo que mi colega llegaba hasta ella, volviendo a acariciarle el brazo.
—¿Tú qué crees, tonto? —respondió melosamente—. Pero no voy a ponerle los cuernos a Ángel.
Sentí un sabor agridulce.
—¿Estás segura? —insistió, luciendo una de sus típicas muecas, sin dejar de hacerle mimitos—. Si no se va a enterar —argumentó el hijo de puta.
—Que no, Manu, que le quiero. Y no pienso serle infiel.
—Date el gusto al menos —reaccionó él, ahora llevando la mano a la cintura de mi chica para seguir sobándola.
—Serás cabrón… —rechistó, gesticulando con el mentón—. No puedo hacerle esto a Ángel… —sonó como si se estuviera arrepintiendo.
Hubo unos segundos de tenso silencio en los que creí que todo se había acabado, cuando mi chica volvió a hablar.
—Esto me puso mala anoche… —confesó, descolocándome, pues no sabía a qué se refería.
—Si no dejabas de menear el culo encima mío, guarra…
Se me desencajó la mandíbula, empezando a sospechar lo que estaba ocurriendo bajo el agua al tiempo que confirmaba que hubo roces mientras Daniela estuvo sentada sobre mi colega.
—Uhm… esa boca… —protestó mi chica, luciendo una mueca de pura lascivia—. Joder, Manu, no puedo cerrar la mano… —afirmó, esbozando una pícara sonrisa.
De repente, todo pasó demasiado rápido cuando observé cómo él se echaba hacia delante, intentando darle un muerdo a mi novia, que se apartó ligeramente, inclinándose hacia un costado.
—Cerdo, que Ángel es tu amigo… —le recriminó, remarcando aún más la sonrisa de zorra al tiempo que alzaba los brazos, sacándolos del agua.
—A ver si yo puedo cerrarla —replicó él con chulería, cercando uno de los melones de mi novia, clavándole los dedos para estrujárselo.
—Uhm… —gimió Daniela, mordiéndose un labio—. Ah… —jadeó tras el manotazo que Manu le dio en la ubre, haciéndola rebotar contra la otra—. Cabronazo… —balbuceó entre dientes, con el rostro desencajado.
—Me ponen mucho tus tetas —aseguró Manu con entonación lujuriosa—. Nunca te las había visto antes —insistió en el magreo, palpándole el pecho a conciencia—. Y en la playa me impactaron —soltó con su típica mueca burlona—. Las tienes bien gordas, mucho más que Isabelle —siguió camelándola, logrando que mi chica no dejara de sollozar con cada sobada.
—¿Te gustan más que las de Mónica? —bufó, dejándose meter mano.
—Sabes que sí. Anda, ¿por qué no me las enseñas otra vez?
—Eres un hijo de puta…
Anonadado, contemplé cómo se precipitaban los acontecimientos definitivamente, con mi novia llevándose las manos a la espalda para deshacerse del cierre del bikini, quitándose la pieza de arriba y quedándose con el pecho al aire.
—Vaya berzas, zorra —esgrimió mi colega con una mueca repleta de chulería mientras volvía a las andadas, alzando un brazo para sobar una de las tetazas de Daniela, ahora sin tela de por medio.
—Uf… no me hagas esto, joder… —cerró los ojos, disfrutando del magreo de Manu—. Quiero mucho a Ángel… no podemos… en serio —concluyó, agarrándole el brazo para apartarlo—. De verdad, es mejor que entremos y nos vayamos a dormir… Vamos a hacer como si esto no hubiese pasado…
—¿Tú crees que yo me puedo dormir así…? —replicó él, dándole la vuelta a la situación, sujetando la muñeca de mi novia para guiarla bajo el agua.
—Tío, eres un cabrón… —rechinó entre dientes, haciendo una breve pausa mientras se miraban a los ojos, empezando a mover el brazo—. Uf… vaya polla, joder…
La situación se había desmadrado hasta un nivel incontrolable. Daniela estaba pajeando a mi supuesto amigo delante de mis narices. La cabeza me decía que saliera a poner orden, pero el dolor de la traición hacía que me sintiera humillado, impidiéndome actuar como debería, deteniéndolos para que no siguieran mancillando mi hombría. Lo cierto es que todo lo que estaba ocurriendo me empequeñecía y no me veía con valor para evitarlo, empezando a creerme que mi picha era poca cosa para una mujer del calibre de mi novia, tal y como había dicho Pablo, y que era normal que se sintiera atraída por alguien más dotado como Manu. Si los descubría era como asumir que se estaban burlando de mí. En ese instante, empecé a aceptar mi derrota, viendo cómo ese hijo de puta hundía las manos en al agua, agachándose para acabar sacándolas con la parte de abajo del bikini de mi chica, dejándola completamente desnuda.
—Hemos de parar… —jadeó ella—. De verdad que no puedo hacerle esto a Ángel… —se separó, retrocediendo ligeramente.
—Está bien… ya dejo de calentarte —la chuleó, con una suficiencia que daba miedo, luciendo una vez más su habitual mueca burlona mientras jugaba con la prenda que acababa de quitarle a mi novia.
—Gracias… —sonrió, respondiendo jocosamente al tiempo que le arrebataba la pieza de las manos.
—Pero tendrás que acompañarme a un sitio…
Daniela frunció el ceño.
—¿A dónde? —inquirió con un tonillo de desconfianza, esbozando una expresión repleta de encanto.
—Es secreto —replicó con gracia, provocando nuevas risas de mi novia.
—Pero paras, eh… —le advirtió, aún risueña.
El primero en salir de la piscina fue Manu. Ahora sí lo pude ver bien. El muy hijo de puta tenía una erección de campeonato. Sin ser muy larga, su polla dura era extremadamente gorda, rebotándole entre los muslos a cada paso.
—No hace falta que te pongas la parte de arriba —le sugirió a mi novia mientras él se vestía con el bañador, marcando todo el contorno de su cipote—. Puedes usar mi camiseta —le ofreció.
—Vale —aceptó Daniela, colocándose la pieza inferior del bikini dentro del agua, evitando salir en cueros.
No quise arriesgar a que me descubrieran, así que no tardé en dejar mi posición, dirigiéndome a nuestro dormitorio.
Estuve un rato en silencio, haciéndome el dormido, esperando escuchar cualquier ruido que me diera una pista de lo que estaba sucediendo fuera, pero nada.
Habrían pasado más de diez minutos cuando empecé a pensar dónde estarían. Me vino a la mente la broma que le había hecho a mi chica sobre el hotel y llegué a creer que podían haberse marchado de la casa rural. Pero era una auténtica locura. Y entonces lo recordé.
Subí a la buhardilla. Con las pulsaciones exageradamente aceleradas, sintiendo el retumbar de mis propios latidos, intenté escuchar a través de la puerta de la estancia secreta, pero no se oía nada. Probé a abrirla. Seguía cerrada. Di media vuelta y me metí en la sala del otro lado. Me extrañó comprobar que las pantallas ya estaban encendidas. Cambié las cámaras, buscando la que me interesaba, hasta que di con ella. Ahí estaban ambos.
Mi amigo Manu se encontraba en pelotas, recostado en la cama con la espalda apoyada en el cabecero y las piernas ligeramente separadas, sobándose lentamente el grueso falo. Frente a él, de pie, aparecía mi chica, sin camiseta, únicamente con la parte de abajo del bikini.
Me fijé que estaban hablando, pero no se oía nada. Observé que junto a los monitores había unos auriculares de diadema. Los conecté y me los coloqué sobre la cabeza.
—Bueno, al menos hazme una paja, ¿no? —escuché a mi colega.
—Tío, es un canteo… —aseguró Daniela—. Que están Ángel e Isabelle ahí abajo…
—Si no nos oyen… La habitación está insonorizada —explicó.
—Que me da igual, que no pienso hacerle eso a mi chico.
—Pero así no me puedo dormir, guapa… —insistió él, sin dejar de masturbarse pausadamente.
—¿Y a mí qué? —renegó, mirándole la polla—. Me has traído aquí engañada —protestó.
—Vamos… si sé que te gusta —sonrió con vanidad.
Esta vez mi novia no dijo nada, sin apartar la vista de los lentos meneos que mi amigo se estaba dando a lo largo del grueso miembro viril.
—Y no dejas de comértela con los ojos… —añadió, argumentando con tono engreído.
—Manu… —sonó a súplica.
—Venga… solo es una paja… Y ya habías empezado en la piscina…
Hubo otro pequeño silencio en el que Daniela parecía pensárselo.
—Pero… —me dio la impresión de que dudaba—. Córrete rápido, ¿vale? —claudicó finalmente, provocándome una pequeña punzada en el corazón al tiempo que contemplaba la sonrisa burlona del cabrón de mi amigo.
—Toda tuya —la chuleó, soltándose el rabo, que quedó completamente tieso, apuntando hacia mi novia.
Observé cómo ella se subía sensualmente al colchón, quedándose a cuatro patas, con el culo en pompa, entre las piernas de Manu. Alargó el brazo para palpar el escroto de mi colega, cerrando los dedos, como si quisiera sopesarle los huevos, antes de agarrarle el grueso tronco por la base, incapaz de cercarlo por completo.
—Joder, qué pollón… —se mordió un labio.
Al borde de la taquicardia, contemplé cómo mi chica comenzaba a subir su pequeña mano a lo largo del orondo cipote.
—Te gusta, eh… —se vanaglorió mi supuesto amigo.
—Uf… —resopló, llegando hasta la punta, donde deslizó la palma sobre el hinchado glande, comenzando a esparcir los pequeños brotes de líquido preseminal que Manu ya estaba emanando.
—Es un poquito más grande que la de Ángel, ¿no te parece? —soltó con socarronería.
Vi cómo Daniela sonreía, sin apartar la vista de su voluminoso rabo, destrozándome el orgullo, mientras mi colega estiraba un brazo para enredar los dedos entre el cuero cabelludo de mi chica, recogiéndole el pelo.
—¿En serio? —indagó mi novia, arqueando las cejas.
El tremendo sopapo que le soltó me pilló por sorpresa, doliéndome hasta a mí.
—¿Ahora quién pega a quién? —se vengó Manu, chuleándola.
Observé cómo mi chica jadeaba, sin rechistar, con la boca abierta y la mejilla enrojecida, momento en el que él tiró de su melena negra, guiándola hasta su entrepierna.
—Cabrón… —gruñó.
Con una sensación de frustración total, esa queja fue lo último que oí de Daniela antes de que se viera obligada a tragarse semejante pollón. Apenas se había metido medio rabo cuando la vi resoplar, incapaz de engullir más cacho de carne debido a lo gorda que era, empezando a babear. Tras unos largos segundos y un par de arcadas, Manu volvió a darle un tirón de pelo.
Mi novia bufaba, procurando recuperar el resuello mientras miraba a los ojos de mi amigo, con la saliva resbalándole por el mentón.
—Esta noche vas a ser mi perrita… —aseguró él con una soberbia desmedida.
—Eres un… hijo de puta… —sollozó, aún respirando a duras penas.
—Sigue chupando, perrita —remarcó el insulto, soltándole la melena.
Para mi desgracia, contemplé cómo mi novia obedecía. Manu ya la tenía dominada. Y a mí se me escapó una lágrima.
Daniela le agarró la gruesa polla, empujándola hacia él para empezar comiéndole los huevos. Hasta ese momento no me había fijado que mi amigo tenía una bolsa escrotal bastante generosa, pudiendo percibir el buen tamaño de sus testículos cada vez que mi chica se los metía en la boca, succionándoselos.
La muy cerda comenzó a darle besitos en las pelotas, antes de subir por su tronco, intercambiando los besuqueos por lametones, deslizando la lengua por las palpitantes venas que se marcaban a lo largo de toda su masculinidad. Cuando llegó al inflamado bálano, juntó los labios, separándolos a medida que se volvía a tragar el rabo, regalándole una mamada de campeonato.
—Hostia puta, Daniela… —gimió mi colega, dando toda la impresión de estar derritiéndose de gusto.
—¿Tú no te ibas a correr rápido, cabrón? —renegó mi novia, escupiéndole sobre el cipote, antes de darle un buen lengüetazo.
—Pero te lo vas a tener que tragar, que no podemos manchar nada —contestó con su clásica sonrisa burlona.
—¡Sí, claro! —protestó, sin dejar de pajearlo—. Eso solo se lo hago a mi chico.
—Entonces vas a estar toda la noche comiéndome la polla, perrita —replicó con chulería.
—Eres un hijo de puta…
Vi cómo Daniela abría la boca para volver a engullirse el rechoncho glande, chupándoselo con evidente devoción mientras le masajeaba los testículos.
—Qué pedazo de zorra eres… —rugió Manu, echando el cuello hacia atrás mientras su cuerpo comenzaba a estremecerse.
Bajo los gemidos de mi amigo, pude oír los ahogados sollozos de mi novia, imaginándome cómo su garganta recibía las descargas de ese pedazo de cabrón, que estuvo un buen rato eyaculando.
—Joder, qué bueno… —sonrió él tras la corrida—. ¿Te lo has tragado todo? —remarcó la mueca burlona.
Mi chica asintió, con un gesto de cabeza.
—Saca la lengua, perrita, que no me fío —soltó con petulancia.
Daniela le hizo caso, abriendo la boca. La muy guarra aún tenía restos de hilillos de semen colgando entre los labios, pero se había tragado toda la puta lefa.
Observé la morbosa imagen con los ojos acuosos, pensando que la pesadilla por fin había concluido cuando me pareció oír un chasquido a través de los auriculares. Mientras, en la pantalla contemplé cómo mi novia giraba el cuello, mirando hacia la entrada de la habitación.
—¿Qué haces tú aquí? —se quejó.
—Ya sabía yo que al final caerías, tetas…
¡ZAS!
—¡Au! —esbozó una mueca de dolor tras el azote que le propinó Pablo—. No pienso hacer nada delante este… —protestó, mirando a Manu nuevamente.
Mi colega, con la polla morcillona, volvió a agarrarla del pelo, tirando de ella para obligarla a que echara la cabeza hacia atrás.
—Abre la boca —le ordenó.
Daniela, sumisa, volvió a obedecer.
—Quiero que te calles, perrita —exhortó Manu, en una demostración más de su sobrada chulería—. Vamos a hacer contigo lo que nos dé la gana —concluyó, soltándole un escupitajo en la cara.
Para mi desgracia, mi sometida novia ya no rechistó cuando las manos de Pablo comenzaron a palparle las nalgas. Incluso pude oír el morboso sollozo que soltó en cuanto ese capullo le bajó la única prenda que le quedaba, dejándole el bikini enrollado en mitad de los muslos.
A través de la pantalla, percibí cómo brillaba la entrepierna de Daniela, pues ya estaba completamente lubricada, con los labios vaginales hinchaditos, señal de lo cachonda que debía estar. Así que ya no me extrañó cuando se inclinó hacia delante, sacando la lengua para dar un lascivo lametón al rechoncho cipote que tenía en frente, logrando que se enalteciera, mientras alzaba aún más el pompis.
—Uhm… —gimió en cuanto sintió la primera chupada en el chocho, abriendo la boca para volver a comerse la polla de mi colega, ya completamente dura, mientras la muy zorra separaba las rodillas.
Los siguientes segundos fueron un auténtico concierto de chapoteos. Mi chica, incapaz de tragarse más de medio rabo, estaba volviendo a soltar un reguero de babas, que empezaban a acumularse, formando un espeso conglomerado blanquecino que le colgaba de la barbilla, deslizándose hasta llegar a los huevos de Manu. Mientras, Pablo hundía cada vez más el rostro entre las nalgas femeninas, separándoselas con ambas manos para alcanzar mejor su raja, comiéndosela con avidez, hasta lograr que se escuchara un obsceno sonido acuoso con cada lamida, pues juraría que mi novia, a la que le empezaban a temblar las piernas, nunca había estado tan mojada.
—Me voy a correr… —jadeó, aferrada con una mano al miembro viril de mi colega mientras echaba el otro brazo hacia atrás para acariciar el pelo del hombre que le estaba comiendo el coño.
Manu se inclinó hacia ella para alcanzar una de sus generosas ubres, que se balanceaban pesadamente debido a la postura, aprisionándola con fuerza entre sus dedos.
—Uhm… —gimió, Daniela, mordiéndose un labio—. Me corro… ¡Me corro, hijos de puta!
Mi novia cerró los ojos y se dejó llevar, cayendo en el placer de un intenso orgasmo, pues vi cómo su cuerpo se convulsionaba, como si una fuerte descarga eléctrica la hubiera atravesado por completo.
—Qué rico coño, tetas —se relamió Pablo, saboreando los flujos de mi chica que debía tener esparcidos por medio rostro.
—Uf… qué gusto… —balbuceó ella, con voz melosa, removiéndose sobre el colchón, con una evidente mueca de satisfacción.
Completamente abatido, me quité los cascos, agachando la cabeza mientras cerraba los ojos, sintiendo cómo se me escapaban las lágrimas que había estado reteniendo. A pesar del dolor que me provocaba lo que estaba sucediendo, era incapaz de dejar de mirar. Así que, muy a mi pesar, tras unos instantes, alcé la vista, me recoloqué los auriculares y volví a fijarme en la pantalla.
Manu se había levantado, colocándose junto a su amigo, al pie de la cama. Mi novia, con semblante sonriente y una expresión de zorra que asustaba, estaba sobre el colchón, a cuatro patas frente a ellos, palpando el paquete de Pablo.
—Qué ganas de vértela empalmada… —indicó lujuriosamente, subiendo la mano para enganchar la cintura de su pantalón, comenzando a tirar hacia abajo.
Aunque el tronco no era demasiado grueso, empezaron a asomar centímetros y más centímetros de rabo. Y no fue hasta que mi chica le bajó la prenda más allá de la mitad de los muslos, cuando el alargado miembro viril salió disparado hacia arriba, duro como una piedra, golpeando con un sonido sordo contra el pubis masculino.
—Uf… —resopló Daniela, mostrando una mueca de satisfacción ante lo que estaba viendo mientras alternaba la mirada entre las entrepiernas de los dos sementales que tenía delante—. Vaya pollones… —se mordió un labio, estirando ambos brazos para aferrarse a sendos cipotes.
Mientras comenzaba a masturbarlos, observé cómo la mano de mi chica apenas llegaba a cubrir un tercio de la longitud del alargado sexo de Pablo, al tiempo que era incapaz de rodear con los dedos el grueso falo Manu. No había duda de que yo jugaba en una liga de menor categoría.
Ya no hizo falta que nadie le dijera a mi novia lo que tenía que hacer, pues terminó chupándoles los rabos, alternando entre los dos amigos, haciéndole una mamada a uno mientras pajeaba al otro, en una escena de los más sórdida.
—Joder… qué bien tragas, perrita.
—No te has comido una polla así en tu vida, tetas…
—Qué ganas tenía de esto, me cago en la puta…
—¡Pero qué buena que estás, hostias!
—Eso es… llénamela de babas…
—Mírame, tetas, quiero ver lo guarra que eres.
—Me pone mucho que seas tan cerda…
—Así, así, chúpame los huevos…
—Menuda follada te vamos a meter…
Tras escuchar los continuados improperios de Manu y Pablo, con el sonido de fondo de mi chica sin dejar de engullir, por fin dejó de mamar pollas.
—¿Los dos al mismo tiempo? —inquirió con un gesto de preocupación, llevándose una mano a la boca para limpiarse los restos de la indecorosa mezcla de saliva y líquido preseminal que comenzaban a resbalar por su barbilla.
—¿Nunca has hecho un trío, tetas?
—Sí, pero antes de estar con Ángel, hace muchos años, cuando era más zorra —sonrió con malicia—. Ahora no estoy acostumbrada a pollas tan grandes — amplió el gesto socarrón, haciéndome de menos mientras acariciaba los pesados testículos de mi amigo Manu—. Ya sé quién no me va a dar por el culo…
Me invadió una sensación extraña. A pesar de todo, hasta ese momento solo habían practicado sexo oral, pero el hecho de que empezaran a hablar de penetración me descompuso. Y más al pensar que a Daniela no le atraía demasiado el anal porque se suponía que le dolía…
Apagué los monitores. No quería seguir viendo cómo la perdía. Y entonces rompí a llorar. La quería demasiado y no sabía cómo debía actuar. Mas, tras unos minutos de desahogo, con el rostro reseco por las lágrimas, encendí nuevamente las pantallas. Necesitaba saber hasta dónde estaba dispuesta a llegar mi novia.
—Uhm… qué bueno… —oí el gemido de Daniela, de cuclillas sobre el rostro de Manu que, nuevamente tumbado sobre la cama, le estaba comiendo el coño mientras le metía un dedo en el culo, dilatándola—. Ahí, ahí… ah… —soltó un sonoro sollozo—. Como sigas así me corro, cerdo… te juro que me corro —cerró los ojos—. Sigue, cabrón, sigue, ah, ahí, sigue…
De repente mi amigo detuvo el cunnilingus. El rostro de mi novia era todo un poema, moviendo la pelvis con desesperación, buscando el último roce que la llevara al éxtasis.
—No pares, hijo de puta… —suplicó.
—Parece que te he dejado calentita… —se vanaglorió mi colega, agarrando a mi chica de la cintura para acercarla a su erecto miembro viril.
—Estás bien cachonda, eh, puta —intervino Pablo, aferrándola del pelo para tirar de ella, doblándole el cuello hacia atrás.
El muy cabrón le palmeó un pecho, estrujándoselo después, para acabar robándole un lascivo morreo. Pero lo que más me jodió es que fue correspondido por mi novia, dejándose comer la boca por ese indeseable.
—Uhm… —jadeó Daniela—. Vaya dos hijos de puta… Haced conmigo lo que queráis, pero folladme, cerdos —imploró, fuera de sí—. Estoy muy perra.
Su devoción hacia ellos fue el derrumbe del último eslabón de mi autoestima. Yo jamás lograría provocarle la lujuria que esos dos auténticos malnacidos habían despertado en el amor de mi vida.
Hundido en lo más profundo de mi miseria, contemplé cómo ahora era Pablo el que le metía un par de dedos por el culo mientras Manu se sujetada el cipote, encarándolo hacia la entrada de mi chica, que se abrió de piernas para facilitar la maniobra.
—Despacio, cabrón, que no estoy acostumbrada a una polla tan gorda —sollozó, humillándome.
Daniela ahogó un gemido en cuanto el glande entró en contacto con su chumino, empezando a abrirse paso entre los chorreantes labios vaginales, que se adhirieron al descomunal intruso, lubricándolo de tal forma que varias gotas de flujo femenino comenzaron a deslizarse por el tronco, hasta mojar los huevos de mi amigo.
—Joder, qué estrechas estás, perrita —jadeó mi colega—. Ángel no te abre el coño lo suficiente —se burló de mí, antes de echarse hacia delante para comerse uno de los enormes pechos de mi novia.
Vi cómo el muy cabrón deslizaba la lengua por su erecto pezón antes de aferrarse a la teta con los labios, succionándosela, para acabar mordiéndole toda su carnosidad, volviéndola loca.
—Qué hijo de puta… —balbuceó ella—. Me corro…
Manu no se la había empezado a follar y Daniela, medio empalada, ya no pudo más, alcanzado el segundo éxtasis de la noche, deshaciéndose encima de su amante mientras soltaba un descontrolado squirt como jamás la había visto, empapando la cama.
—¡Serás guarra! —se quejó Pablo, sacando los dedos del interior del culo de mi chica—. Lo has puesto todo perdido.
—Por vuestra culpa… —resopló tras recomponerse, exhibiendo una mueca de auténtica zorra—. Me ponéis muy cachonda —jadeó, inclinándose hacia mi amigo para comerle la boca.
El gesto de mi novia favoreció que dejara a la vista su ano, ya bastante dilatado, mientras poco a poco se iba metiendo más cacho de rabo en el chocho. Momento que el dueño de la casa rural aprovechó para ponerse de pie, con las piernas abiertas y las rodillas dobladas, colocando su extensa polla entre las nalgas femeninas.
—Con cuidado, por favor, que por el culo me duele… —sollozó Daniela, girando el rostro hacia el hombre que estaba a punto de sodomizarla.
—Te voy a reventar, tetas —aseguró, encarando el glande hacia el estrecho agujerito de mi chica, comenzando a empujar.
—¡Ah! —gritó ella—. La tienes muy grande, joder… —rechinó los dientes mientras se le abría el ano, engullendo lentamente al intruso—. ¡Qué pedazo de hijo de puta! —aulló cuando el bálano se adentró por completo, con un ruido sordo.
—Ya está… —babeó Pablo en su oído—. Ahora a disfrutar…
—Uhm… —sollozó Daniela, luciendo una sonrisa lasciva.
De repente, los dos hombres comenzaron a follársela. A través de los auriculares podía escuchar la perfecta mezcla de gemidos, crujidos de la cama y chapoteos de los enormes miembros masculinos perforando a mi chica, tanto por el coño como por el culo, aumentando cada vez más el ritmo, hasta que las penetraciones iniciales se convirtieron en salvajes embestidas, haciendo que los huevos de uno rebotaran contra sus muslos al mismo tiempo que los del otro se estampaban contra sus nalgas.
Mientras pensaba, atónito, que lo que estaba viendo sí era buen polvo y no los que yo le echaba a Daniela, vi cómo esos dos sementales, sin dejar de taladrarla, empezaban a hacer lo que querían con mi novia, lamiéndole la espalda, mordisqueándole el cuello, apretándole el gaznate, dándole fuertes tirones de pelo, soltándole buenos azotes, chupándole las tetas, abofeteándola, arañándole los muslos… En definitiva, la estaban tratando como lo que era, un pedazo de putón. Y, sin duda, ella lo estaba disfrutando.
—Me corro… me corro otra vez… —sollozó—. Uhm… qué bestias sois, joder…
—¡Y tú qué zorra! —gritó Pablo, sacando su inmenso rabo del culo de mi chica, permitiéndome comprobar cómo le palpitaba el esfínter, que se lo había dejado totalmente abierto, mientras comenzaba a eyacular sobre ella.
—¡Ah! —gimió mi novia—. Me corro…
Daniela tuvo su tercer orgasmo mientras ese cabrón la cubría con su esperma. Los primeros chorros entraron directos en el enrojecido ano de mi novia y los siguientes comenzaron a rebotar contra sus nalgas, salpicándole gran parte de la espalda, donde aterrizaron el resto de caños, manchándola con una buena cantidad de lefa.
—Joder, tía, qué buen culo tienes… —resopló Pablo, cogiendo un poco de su propio semen para llevarlo hasta la boca de mi chica, dándoselo a probar.
—¡Cerdo! —se quejó ella, aún recuperándose del reciente éxtasis, antes de cerrar los labios alrededor de los dedos masculinos—. Uhm… —saboreó la corrida de ese cabronazo, que acabó apartándose del trío, esbozando una sonrisa de satisfacción—. ¿Y tú no piensas terminar o qué? —se dirigió a Manu, dibujando una lasciva mueca mientras comenzaba a moverse encima suyo para seguir cabalgándolo, antes de inclinarse hacia él para besarlo nuevamente.
—Esta vez en tus tetas… —jadeó mi amigo en la boca de mi chica, agarrándola de la melena.
—Donde tú quieras, hijo de puta —aceptó Daniela, sacando la lengua para darle un lametazo en los labios, zorreándole.
Manu le dio un último tirón de pelo, obligándola a que se alzara. Cuando lo hizo, pude escuchar el ruido sordo del grueso pollón saliendo de su coño, como si se acabara de despegar una ventosa.
Con mi novia arrodillada sobre el colchón, agarrándose la base de las tetas para alzarlas, ofreciéndoselas, y mi colega de pie frente a ella, pajeándose, pensé que nada podía hacer que me sintiera más humillado, pero estaba equivocado.
—Pídemelo, guarra… —balbuceó él, aumentando la cadencia de las sacudidas sobre su miembro viril.
—Dame tu leche, cerdo…
Vi como Manu esbozaba una mueca engreída.
—¿Sabe mejor que la de tu novio?
—Eres un hijo de puta…
—Dímelo —exhortó con vehemencia, lanzándole un contundente pollazo contra el rostro.
—Sí, está mucho más rica que la de Ángel…
El primer lechazo salió disparado con tanta fuerza que rebotó contra la carnosidad del seno, salpicándole a mi chica en el pelo. Los siguientes caños cayeron, aún con contundencia, sobre el cuello femenino, resbalando hacia las ubres, donde aterrizaron los siguientes cargamentos de esperma, llenándole las berzas de leche. De repente, Manu guió su enorme falo hacia la cara de Daniela, pillándola desprevenida.
—Cabrón… —protestó, empezando a recibir cuantiosos escupitajos de semen en el rostro.
Ese pedazo de hijo de puta le dio un buen baño de lefa a mi novia.
Completamente abatido, estaba absolutamente convencido de que ahora sí todo se había acabado cuando Pablo volvió a escena, subiéndose a la cama para acercarse a ellos. El muy desgraciado estaba empalmado.
—Límpiate, tetas, y seguimos —indicó con suficiencia, meneándose el rabo frente a ella.
Vi como Daniela dudaba, alzando el rostro para desviar la mirada hacia sus dos amantes, con un ojo cerrado debido al goterón blanquecino que tenía sobre el párpado.
—Yo aún estoy para más asaltos —aseguró Manu con una soberbia más que justificada.
Se acababa de correr por segunda vez, pero mi amigo no tenía el pene flácido. Observé cómo su polla, en estado morcillón, se iba empinando lentamente.
—Qué hijo de puta… —lloriqueé en voz alta.
Y más al ver cómo mi novia elevaba ambas manos para agarrar los cipotes de esos dos sementales, los auténticos putos amos. Ya no pude seguir mirando. Me quité los auriculares, contemplando cómo Daniela empezaba a masturbarlos, y apagué las pantallas.
No tuve valor de afrontar la situación y esa misma noche, en silencio, cogí mis cosas y me fui de la casa rural, dejando a mi novia con mis amigos.
De un día para otro cambió mi vida para siempre. Sin dar explicaciones rompí con mi pareja y abandoné el equipo de fútbol donde jugaba. Momentáneamente, regresé a casa de mis padres, que no paraban de preguntar por lo que había ocurrido. Pero yo no podía soportar la humillación de explicar lo que me había hecho Daniela.
Durante las primeros semanas recibí multitud de llamadas de mis amigos. Mi ex insistió durante meses. Estuve tentado de hablar con ella muchas veces, pero la vergüenza me impedía hacerlo. Hasta que, pasado un año, un compañero del trabajo me enseñó el vídeo que circulaba por Las Palmas.
Aunque los rostros estaban difuminados, identifiqué a los protagonistas. Esas imágenes jamás se me olvidarían. La publicación estaba etiquetada con el hashtag #tetas y se titulaba “Tía buena grancanaria engaña al cornudo de su novio con dos buenos pollones”. Sentí un nudo en el estómago, rememorando todo aquel sufrimiento mientras pensaba que el hijo de puta de Pablo no había compartido la foto de la nudista, sino algo mucho peor…
Desde ese momento quise dejar todo atrás e intenté rehacer mi vida. Tuve alguna que otra relación, pero ninguna me llenaba como lo había hecho mi ex pareja. Con el paso del tiempo me di cuenta de que fui un cobarde y que ambos nos debíamos unas cuantas explicaciones. Incluso pensé que, tal vez, lo podríamos haber arreglado. Al fin y al cabo, nunca dejó de ser mi verdadero amor.
Así que, pasados cinco años desde nuestra ruptura, contacté con Daniela. Quedamos para tomar algo y charlar. Estaba preciosa, como siempre. Los años no habían pasado para ella, que seguía siendo un auténtico pibón, una mujer de las que atraen miradas. Solo con verla me ilusioné, sintiendo cómo lograba acelerarme el corazón. Sin embargo, la alegría no me duró demasiado.
Daniela había empezado una relación hacía ya un par de veranos con un hombre que conoció en un viaje a Barcelona. Me hice el duro, pero esa noticia me destrozó por dentro. A pesar de todo, aún la quería.
—¿Cómo estáis? —se interesó Almudena a medida que se acercaban a Kike y Ángel.
—Vamos al chiringuito —les hizo saber Isabelle, llegando a la altura de los dos hombres que habían perdido el partido de palas para comenzar a rodearlos.
—Vosotros ahí quietos —chasqueó Mónica, vacilándolos, mientras pasaban de largo.
—Mi primo a veces se pone muy pesado con las bromitas… —soltó Kike, como si acabara de tener una revelación, haciendo reír a su compañero de penitencia.
—No será para tanto… —respondió, dándole un amistoso golpecito en el costado.
—Y, por lo visto, cuando se junta con el otro es aún peor… —miró hacia el agua.
Ángel hizo lo propio y observó cómo Manu desviaba la atención hacia ellos. De repente se giraron Daniela y Pablo y los tres comenzaron a reír. No supo por qué, pero se sintió incómodo. No le hizo ninguna gracia ver a su novia divirtiéndose a solas con esos dos.
—Qué cabrón eres —reaccionó ella, risueña.
—Tienes razón —indicó el dueño de la casa rural—, desde aquí Kike parece Almudena —carcajeó, secundando la broma de su amigo.
—¡Qué exagerados sois! —replicó Daniela—. No la tiene tan pequeña…
—¿Qué puntuación le das? —se cachondeó Manu, con tono burlón.
—¡No le voy a puntuar la picha! —se quejó, sin perder el tono divertido.
—Y luego nos pones nota a nosotros —añadió el primo de Kike.
—¡Sí, hombre! —rio Daniela.
—¿Tienes miedo de que tu novio pierda otra vez? —intervino Pablo maliciosamente.
—Es que no va a ganar —soltó sin pensar, provocando las carcajadas de los dos hombres que estaban en el agua junto a ella.
—Ahora tengo curiosidad… —indicó Manu, esbozando una mueca chulesca.
—Ya estáis otra vez igual… —desdeñó Daniela—. A ver quién es más machito… —puso los ojos en blanco, como si le pareciera una tontería.
—¿No te animas, tetas?
—¡Que no me llames así! —se quejó, dándole un amistoso manotazo en el brazo—. A Kike le doy un 3 —sonrió, esbozando una de sus encantadoras muecas.
Manu y Pablo se descojonaron.
—Qué generosa eres… —sonrió el primo del aludido.
—No hay que ser cruel… —replicó ella con un gesto malicioso, provocando que los dos hombres siguieran cachondeándose del escaso tamaño de Kike.
—¿Y la mía?
De espaldas a la playa para que no le vieran, Pablo se agarró la polla, enseñándosela a Daniela. Aunque no estaba empalmado, la tenía ligeramente altiva.
—Bastante bien —dibujó una mueca repleta de picardía—. Un 8’5.
—¿Solo? —se quejó jocosamente el dueño del rabo recién puntuado.
—Me gustan un poquito más gordas… —replicó ella con cierta malicia, sin apartar la mirada del alargado miembro que tenía delante.
—Pues tu novio no es que la tenga muy gruesa que digamos —se burló Pablo.
—Ya…
—Puntúasela… —intervino Manu.
—Qué cabrones sois…
Daniela echó un vistazo hacia la orilla, divisando a los dos perdedores sentados en la arena.
—Un 6 —indicó finalmente.
—No está mal, un aprobado… —reaccionó Manu con tono burlón—. ¿Y qué me dices de esta? —inquirió, colocándose junto a su amigo para imitarle, agarrándose la polla morcillona para mostrársela a Daniela.
—Esta ya son palabras mayores… —se puso seria, mirándole fijamente la entrepierna—. Un 9. Le falta algún centímetro para el 10, pero muy bien, eh —esbozó una mueca lasciva.
—¡No te vengas arriba! —se cachondeó Pablo, empujando jocosamente a su colega.
—Os toca a vosotros —los interrumpió Daniela—. Ya que puntuamos pollas también podríamos puntuar tetas, ¿no? —propuso con una mueca repleta de picardía.
—Mira, la que nos llama machitos… —replicó Manu con sorna—. Ahora quiere quedar por encima de nuestras novias…
—No es eso, tonto… ¿o sí? —perfiló una preciosa sonrisa.
—Puntúa tú a Almudena —indicó Pablo a su amigo—. Y yo le pongo nota a tu novia.
Manu soltó una carcajada.
—Vale, le doy un 6. Poca cosa… —se burló, mirando a Daniela.
—Qué cabrón eres —reaccionó ella—. La misma nota que mi chico… —frunció el ceño, sin perder el semblante risueño—. ¿E Isabelle? —inquirió, dirigiéndose a Pablo.
—Normalita. Un 7’5
—Qué gilipollas… —reaccionó Manu con gracia—. Pues tu novia tiene unas buenas peras. Le doy un 9
—¡Jolín! —se quejó Daniela jocosamente—. Me lo vas a poner difícil.
—No te preocupes, tetas, que las tuyas son un 9’5 —replicó Pablo, mirándole los senos descaradamente.
—Uhm… —se mordió un labio—. Gracias —sonrió, iluminando la playa con la extraordinaria belleza de su gesto.
—No sé yo… —intervino Manu—. Yo te doy 9.
—¡Oye! —se quejó Daniela—. Devuélveme mi medio punto —se picó, en plan cachondeo.
—No las tienes mucho más grandes que Mónica… —argumentó, esbozando su típica mueca burlona.
La novia de Ángel frunció el ceño.
—Aunque sí las tienes mejor puestas —concluyó Manu, sacándole una sonrisa.
—¡Vamos, no me jodas! —se quejó mi amigo Manu.
Había ido a su casa para ver el partido del Real Madrid. Y, como siempre, tocaba tirar de épica.
—¿Queréis otra cerveza? —nos ofreció a su primo Kike y a mí.
—Sí, a ver si así pasa mejor el mal trago —bromeé.
Los tres reímos. Lo cierto es que nuestra relación siempre había sido muy buena. Y, como en el terreno de juego, pues jugábamos juntos a fútbol, nos entendíamos bien.
Justo a la media parte del partido, mientras charlábamos de temas intrascendentes, llegó Isabelle, la pareja de Manu.
—¿Qué tal, Ángel? —me saludó nada más verme, con su inconfundible acento francés, ofreciéndome una agradable sonrisa mientras se acercaba para darme dos besos.
Le devolví el gesto afable, agarrándola de la cintura mientras rozaba sus mejillas con mis labios y percibía el suave aroma de su perfume.
—Nada, aquí, viendo el Madrid con estos —le di un amistoso capón a Kike.
Me quedé mirando a la novia de mi amigo durante unos segundos de más, cavilando que era bastante resultona. Tenía el pelo largo, de color castaño, a juego con sus ojos marrones. Lo cierto es que no estaba nada mal. Lástima que le faltara un poco de pecho para mi gusto, pues tenía unas tetas normalitas, ni grandes ni pequeñas.
—¿Te han contado lo de la casa rural? —Isabelle me sacó de mis pensamientos, haciendo uso de un perfecto castellano, pues llevaba en Las Palmas de Gran Canaria bastantes años.
—No —intervino Manu—. Estamos por lo que estamos —bromeó.
Mi colega me sacó una sonrisa.
—Hombres… —se quejó ella con un gesto divertido, evidenciando un encanto fuera de toda duda.
—¿De qué se trata? —pregunté, ligeramente intrigado.
—Manu tiene un amigo que nos ofrece su casa rural para unos días —comenzó a explicar Isabelle—. Es grande. ¿Cuántos caben? —se dirigió a su novio.
—¿Tres parejas? ¿Cuatro? —respondió sin mucho interés, pues el partido estaba a punto de reanudarse.
—También vamos Almudena y yo —intervino mi amigo Kike.
—¿Os apuntáis? —me preguntó definitivamente la francesa, volviendo a mostrarme su cautivadora sonrisa.
—¿Cuándo es?
—No lo hemos cerrado aún —aclaró Manu—. Pero la casa tiene piscina y habrá que aprovecharla, así que para cuando haga más bueno, ¿no, nena? —sonrió a su chica, alargando un brazo como invitándola a que se acercara.
Ella se inclinó hacia él para darle un pico.
—Claro —respondió, volviéndose nuevamente hacia mí—. ¿Qué dices?
—Suena bien. Lo comento con Daniela y os digo algo.
—Venga, que empieza la segunda parte —nos interrumpió Manu.
Terminé de ver el partido junto a los dos primos mientras Isabelle, con su divertido tono afrancesado, no dejaba de insistir en que mi pareja y yo nos animáramos.
Cuando llegué a casa, como de costumbre, mi chica estaba con el portátil, que cerró en seguida para venir a saludarme.
—Hola, vida —me sonrió antes de darme un apasionado beso.
Después de tantos años juntos, la conocía bien. Por cómo me había recibido, sabía que tenía ganas de marcha.
—¿Me has echado de menos? —me vanaglorié, agarrándola del culo.
—Sabes que sí… —amplió la sonrisa, claramente juguetona.
Tan solo unos segundos después tenía a mi chica de rodillas, comiéndome el rabo con ganas. ¡Joder, menudo recibimiento! Y encima tras una nueva remontada épica del Madrid. Sonreí para mis adentros, disfrutando del buen hacer de Daniela mientras colocaba una mano sobre su cabeza y un pensamiento comenzaba a embriagarme. ¿Había algo mejor que ser merengue y tener una novia como ella? En ese preciso instante tuve la sensación de ser el puto amo.
Los sonidos guturales provocados por la punta de mi durísima polla alcanzando la garganta femenina, mientras sentía cómo la pobre me rozaba el pubis con su nariz, me sacaron del trance en el que me había sumido. La agarré de las axilas para alzarla y llevarla a nuestra habitación. Iba a echarle un buen polvazo.
Ya desnudos, la puse a cuatro patas sobre la cama, contemplando cómo le brillaba el chocho. No había duda de que ya estaba bastante lubricada. Así que encaré mi miembro hacia su raja, sintiendo el calor que emanaba de su entrepierna, y empecé a deslizar el glande entre sus esponjosos pliegues.
La oí gemir cuando finalmente la penetré, deslizándome en su interior con facilidad debido a lo mojada que estaba, muriéndome de gusto a medida que percibía el roce con la calidez de sus paredes vaginales. Tras palmearle una de las nalgas, Daniela soltó una pequeña exclamación, justo antes de asirla por las caderas para iniciar las embestidas.
—Fóllame, nene… —susurró al aire.
Como guiado por su excitante entonación, me incliné sobre ella, estirando los brazos hasta alcanzar su pecho, amasándoselo al tiempo que seguía golpeándole el culo con la cadera. Escuché cómo aumentaba la cadencia de sus jadeos, deshaciéndose con el masaje que le estaba regalando en las tetas, y no tardé en lograr que se corriera. Pero mi chica quería más.
Tras comernos la boca apasionadamente, como si aún fuéramos aquellos jóvenes que empezaban a enrrollarse hacía años, me tumbé sobre el colchón, guiando a Daniela para que se pusiera a horcajadas sobre mí. Quería contemplarla mientras echábamos el polvo.
Mi novia comenzó a cabalgarme y ya no aguanté mucho más. El morbo que me dio observar lo buena que estaba, disfrutando del hipnótico balanceo de sus senos, unido a la sensación de triunfo por ser yo quién se la follaba y no otro, hizo que comenzara a perder el control. Pero fue el experimentado movimiento de sus caderas, con el que la muy cabrona lograba presionar sus paredes vaginales contra mi polla, lo que me empujó a correrme en su interior al tiempo que ella se inclinaba para besarme.
Mientras eyaculaba dentro de esa diosa, no tuve ninguna duda de que era el hombre más afortunado del mundo.
Cuando mi chica dejó de morrearme, sin perder el gesto travieso, se separó de mí, haciendo que mi pene, ya flácido, cayera sobre mi pubis, manchándome con algunos de los goterones de semen que se escurrían entre sus humedecidos pliegues. La contemplé, aún más guapa si cabe tras el polvazo que acababa de echarle.
Daniela lucía una preciosa melena morena, a juego con el tono de su piel, que cubría cada rincón de un cuerpazo lleno de curvas, de las que destacaban, sobre todo, su buen par de tetas. Las tenía grandes, aunque no exageradas, lo justo para ser perfectas.
—Vaya cara de tonto se te ha quedado —bromeó ella al verme ensimismado.
—He hablado con Isabelle —recordé mientras mi novia se dirigía al cuarto de baño.
—Ah, ¿y qué se cuenta? —alzó la voz.
—Pues que un amigo de Manu les ha ofrecido una casa rural —indiqué, ya desde la distancia.
Hubo unos segundos de silencio, hasta que observé a Daniela regresando a la habitación para acabar lanzándome un puñado de papel higiénico.
—¿Y?
—Pues nos han propuesto si queremos ir —expliqué mientras comenzaba a limpiar los restos de mi propia corrida—. También van Kike y Almudena.
No supe por qué, pero me dio la impresión de que Daniela fruncía ligeramente el ceño. No le di mayor importancia. Pensé que probablemente habían sido imaginaciones mías.
—Puede estar bien —concluyó sin demasiado entusiasmo, volviéndose al aseo.
***
Sin llegar a concretar nada con mi novia, comenzó una nueva semana. Y con ella, mis habituales rutinas. Por las mañanas trabajaba. El resto del tiempo lo dedicaba a mi pareja, mis amigos y los compromisos familiares. Y, siempre que podía, a hacer deporte. Fútbol, gimnasio, salir a correr… Me encantaba mantenerme en forma.
—¿Está ocupada?
Una voz femenina llamó mi atención. Al girarme vi a una chica joven, de unos veintitantos, que debía ser nueva porque no la había visto antes.
—Disculpa —reaccioné, retirando la mochila que había dejado junto a la elíptica que ella quería utilizar.
—No tienes de qué disculparte —me sonrió con un descaro más que evidente.
La verdad es que la chavala estaba bastante buena. Guapa de cara, con el pelo rubio recogido en una coleta, se notaba que debía ser asidua a hacer deporte, pues tenía un cuerpazo, que lucía gracias a unas mallas ajustadas y a un ceñido top de deporte.
—Eres nueva por aquí, ¿no? —quise ser amable, sin mayor pretensión.
—Alejandra, encantada —se presentó y se lanzó a darme dos besos.
—Ángel.
—Mi Ángel de la guarda —bromeó.
—¿Cómo? —me descolocó, sacándome una estúpida sonrisa, pues no me lo esperaba.
—Tú sí eres habitual, ¿verdad? —bajó la mirada para echarme un exhaustivo vistazo.
La rubia, sin cortarse ni un pelo, se recreó en mi musculatura que, sin ser excesiva, sí la mantenía bien tonificada. Se podría decir que estaba fuerte. Y eso, unido a que no era precisamente feo, supongo que fue lo que provocó lo que ocurrió a continuación.
—Jo… —ronroneó—. Se nota que estás en muy buena forma —volvió a sonreírme, ya con cierta picardía.
—Precisamente ahora me tocan mancuernas… —me hice un poco el chulo.
—Pues luego paso a verte, que eso no me lo quiero perder… —coqueteó conmigo descaradamente—. Y si no te importa, podrías ayudarme a situarme estos primeros días… —acabó la frase haciéndome ojitos.
Podría contar que me la acabé follando en los baños del gimnasio, pues no me habría importado empotrármela, y más cuando la niñata lo estaba deseando, pero mentiría. Al fin y al cabo, no era más que una cría que, a pesar de estar tremenda, no superaba el nivel excelso de lo que ya tenía en casa. Aún así, no podía evitar sentirme bien con sus descarados tonteos, que no cesaron a pesar de darle largas.
—Pasa de tu novia —me decía siempre con una gracia incuestionable.
—Ojalá tuviera diez años menos… —le contestaba yo en plan cachondeo, pero ella siempre tenía salidas para todo.
—¿Quién? ¿Tú o tu chica?
Por supuesto, no era precisamente la primera vez que una tía buena quería algo conmigo, pero que la chavala más deseada del gimnasio solo tuviera ojos para mí me engrandecía, si es que podía estarlo más pudiendo presumir de una novia tan espectacular como Daniela.
Aunque nunca dudé de ello, ahora sí que estaba claro. Era el jodido puto amo.
***
Finalmente, mi chica y yo acordamos que estaría bien pasar unos días de verano en la casa rural junto a mis amigos. Así que, de cara a organizarlo todo, las tres parejas decidimos quedar para cenar y comentar los pormenores.
Los primeros en llegar al restaurante fuimos nosotros. Mientras esperábamos, pedimos algo en la barra. Contemplé a Daniela, que estaba espectacular. El calor ya acechaba y se había arreglado con un vestido veraniego de una sola pieza con el que mostraba la piel morena de sus esbeltas piernas e insinuaba cada curva de su cuerpazo, rematándolo con un discreto escote.
—¡Pero qué guapa estás! —se oyó la voz de una mujer a nuestra espalda.
Al girarme contemplé a Almudena. Lo cierto es que la pareja de Kike no destacaba demasiado. Era bastante normal, delgada, con una media melena morena y poco pecho. Y es que mi amigo, a pesar de ser alto y de aspecto esbelto, era un tío del montón, como ella.
Tras los saludos iniciales, apenas habíamos empezado una conversación, cuando llegaron los dos que faltaban.
Manu, al contrario que su primo, era guapito de cara. Aunque no muy alto, sobre todo comparado con Kike, estaba fuerte, como yo. Se podría decir que era el típico tío bueno. Nos saludamos con un efusivo choque de manos y me mostró su característica sonrisa burlona, repleta de complicidad.
—Joder, Ángel, sí que os habéis arreglado —chanceó, desviando la atención hacia mi novia.
—¡Anda ya! —reaccionó Daniela, dándole dos besos—. Mira que eres tonto —sonrió, restándole importancia.
Mientras mi chica hablaba un momento con Manu, yo aproveché para saludar a Isabelle, que volvió a cautivarme con su agradable sonrisa.
No tardamos en sentarnos a la mesa y, antes de conversar sobre la casa rural, estuvimos recordando algunas anécdotas de las últimas veces que habíamos coincidido todos juntos. No fue hasta que empezamos con la comida cuando entramos en materia.
—Mi amigo nos deja la casa para toda la semana —indicó Manu.
—¿Siete días al final? —inquirió Almudena.
—Sí, ¿os parece bien? —intervino Isabelle.
Daniela y yo nos miramos y nos entendimos sin necesidad de hablar.
—Genial, nosotros estaremos de vacaciones —aclaré con semblante sonriente.
—Dijimos la segunda semana de agosto, ¿no?
—Si ya lo sabes, Kike —rechistó su primo con gracia, haciéndonos reír al resto.
—Menos mal que la casa tiene piscina… —dejó caer Daniela, pues estaba siendo un verano caluroso y las previsiones eran de aumento de temperaturas.
—Y la playa la tenemos cerca —apuntilló Isabelle.
—¡Qué bien! —reaccionaron casi al unísono las mujeres.
La velada estaba siendo agradable y, ya con todo lo de la casa rural organizado, tras los postres, pedimos unos chupitos. Mientras esperábamos a que los trajeran, me entraron ganas de ir al baño.
Estaba relajado, en el aseo, usando uno de los urinarios de pared, cuando oí a Manu.
—Lo vamos a pasar bien, Ángel —indicó, poniéndose a mi lado, en el retrete contiguo.
—Ya te digo —sonreí, con ganas de que llegara la segunda semana de agosto.
Ambos nos quedamos en silencio, solo roto por el chorro de nuestras meadas.
—¿Y Daniela? —soltó Manu, descolocándome, pues no sabía a lo que se refería.
—¿Qué quieres decir? —terminé de orinar, comenzando a sacudirme el pene para escurrir las últimas gotas.
—Bueno, con ella hay menos confianza —aclaró, señalando que tanto él como su primo eran más amigos míos que de mi chica.
—No pasa nada… —aseguré, convencido de que Daniela estaría tan a gusto.
—Bueno, pero tú no te molestes si ves que le doy algún que otro trato de favor —soltó con cierta chulería—, que no quiero que se vaya a sentir excluida.
—¡Qué gilipollas eres! —reaccioné con una sonrisa al ver que estaba bromeando—. Sí que has bebido, ¿no? —me burlé viendo que aún seguía evacuando.
—Qué culpa tengo yo de tenerla tan grande… —chasqueó, provocándome una carcajada.
—Eres un bocas, Manu —concluí mientras abría el grifo para lavarme las manos.
Al salir del baño me encontré con Daniela, que me estaba esperando.
—No tardaremos en irnos, ¿verdad, vida?
—¿Estás cansada?
—Un poco.
—Nos tomamos los chupitos y nos vamos —aseguré.
—Vale —me sonrió, dándome un cariñoso muerdo.
Ya de camino a casa, Daniela recibió una llamada de su hermana y se pusieron a cotillear sobre la cena. Yo desconecté, recordando las palabras de Manu en el cuarto de baño.
Si bien es cierto que mi chica no tenía tanta cercanía con mis dos amigos y sus respectivas parejas, no era la primera vez que cenábamos juntos o salíamos de fiesta. Y hasta donde yo sabía su relación con ellos era buena y con ellas, al menos, cordial. Estaba convencido de que podríamos convivir sin ningún problema durante los siete días.
Cuando subimos al piso Daniela seguía hablando con mi cuñada, así que aproveché para lavarme los dientes. Al salir del lavabo oí que aún continuaban con la cháchara, ahora en nuestra habitación. Sonreí y, cuando iba a dirigirme al salón para ponerme un rato la televisión, algo llamó mi atención.
—No veas cómo se le van los ojos… —soltó mi novia, bajando ligeramente el tono de voz, lo que provocó que me intrigara aún más.
Me quedé en silencio en el pasillo, esperando descubrir a qué se refería.
—Pues es que no para de mirarme —prosiguió—. Y esta noche igual.
Mis pulsaciones se aceleraron. Estaba claro que hablaba de la cena, así que solo podía referirse a Manu o Kike. No me lo podía creer.
—Nada del otro mundo, como todos —indicó Daniela, dándome la impresión de que le restaba importancia, como si para ella, que era un auténtico pibón, fuera algo de lo más habitual—. Pero hoy se ha pasado…
Una sensación extraña me invadió. Necesitaba saber qué había ocurrido.
—Pues en el baño, con Manu.
¿Manu? ¿En el baño? Sentí cómo un incómodo cosquilleo se apoderaba de mi estómago mientras intentaba recordar un momento en el que mi novia y mi amigo se hubieran ausentado al mismo tiempo.
—Sí, es cuando el otro ha aprovechado para babear un poco conmigo. ¡Y con Almudena delante!
Oí cómo Daniela se reía, supuse que por algún comentario de su hermana, mientras comprendía que lo que fuera que hubiera pasado había sido con Kike mientras su primo y yo estábamos meando. Ahora entendía por qué ella había querido volver a casa tan de repente. En ese momento recordé cómo mi pareja frunció el ceño al enterarse de que Almudena y él iban a la casa rural. No habían sido imaginaciones mías.
—Mira que es buen niño, pero es que el pobre no tendría nada que hacer conmigo —soltó con cierto desdén.
A pesar del disgusto inicial, las palabras de mi chica me reconfortaron. Estaba claro que alguien como Kike no podía aspirar a una mujer del nivel de Daniela. Al parecer, que ese desgraciado babeara con mi novia venía de lejos. Al menos, la reacción risueña de ella me daba a entender que no debía preocuparme. Así que por el bien de todos preferí no darle mayor relevancia. Al fin y al cabo, el primo de Manu era absolutamente inofensivo.
***
En cuanto nos quisimos dar cuenta nos plantamos en la semana de la casa rural. Las previsiones se habían cumplido y, en pleno agosto, las temperaturas eran altísimas.
Llegamos a la vivienda a media tarde. Así que tras echar un vistazo a las estancias, repartirnos las habitaciones y colocar toda la compra en la cocina, ya era casi la hora de cenar cuando salimos a ver la piscina.
—Qué chula… —sonrió Daniela nada más atravesar la puerta corredera que daba al patio trasero de la casa, dándome un tierno pico antes de alejarse en dirección al agua.
—Esta noche la estrenamos —indicó Manu, acompañando a mi novia.
—No empieces… —rechistó Isabelle con gracia, replicando jocosamente a su pareja.
—Mirad la hora que es —intervino Almudena—. Habrá que ir pensando en hacer algo de cena.
Daniela ya se había descalzado, mojándose los pies, cuando Manu comenzó a salpicarla, provocando las quejas, entre risas, de mi chica.
—¿Quieres que te ayude? —me ofrecí a la mujer de Kike, que aceptó sin dudarlo.
Así, mientras los dos primos se quedaban en el patio junto a mi novia, yo acompañé a Isabelle y Almudena para preparar algo de picoteo.
Estuve bromeando con las chicas, que no pararon de reír con cada plato al que le ponía un gracioso nombre.
—Estás con el payaso subido —me decían las parejas de mis amigos, tronchándose, ya casi con lágrimas en los ojos.
No tardamos en regresar al patio trasero de la casa con la cena. Al cruzar la puerta corredera me encontré con un risueño Kike mirando en dirección al agua, pero ni rastro de Daniela y Manu. Hasta que las risas procedentes del interior de la piscina me alertaron.
—¿Se puede saber qué hacéis? —sonreí al descubrir a mi chica y mi colega metidos dentro.
—Tu amigo Manu, que es un poco tonto —refunfuñó Daniela sin perder el semblante divertido, saliendo del agua con toda la ropa empapada.
—Si nos hemos resbalado —replicó él, claramente de cachondeo.
—¡Sí, claro! —protestó mi novia una vez más, aún sonriente.
La prendas de Daniela, unos pantalones veraniegos de vestir y una camiseta, se adherían a ella como una segunda piel. Si no hubiera llevado sostén, se le habría marcado todo. Mientras lo pensaba, instintivamente observé a Kike y lo pillé de pleno. El muy cerdo no perdía detalle de mi chica, procurando disimular todo lo que podía.
—Anda, cari, será mejor que vayas a cambiarte —la insté, cubriéndola con mi cuerpo para evitar los indeseables vistazos del maldito mirón.
—De verdad, ya te vale, Manu… —se quejó mi novia en una postrera ocasión, ahora más en serio.
Tras descubrir lo de Kike a raíz de la conversación de Daniela con su hermana, no le había querido dar importancia y prácticamente lo tenía olvidado. Pero lo cierto es que al constatarlo por mí mismo no me sentó demasiado bien. Y lo peor es que sabía que a partir de entonces iba a estar pendiente.
—Me ha tirado ella a mí —me vaciló Manu finalmente, mostrando una de sus habituales muecas mientras salía del agua.
La camiseta de mi amigo, que iba con el torso desnudo, descansaba en el suelo, completamente seca. No había duda de que se había metido premeditadamente.
—Qué cabrón eres —sonreí—. Como se resfríe por tu culpa, te mato.
—Nene, vaya cuerpazo —bromeó Isabelle al ver a su novio, provocando las risas del resto.
El ambiente durante el picoteo fue distendido. Y el buen rollo fue creciendo a medida que el alcohol iba haciendo un poco de mella.
—¿Por qué no jugamos a algo? —propuso Kike.
—Antes hay que pensar lo que hacemos mañana —indicó Isabelle—. Que luego nos levantamos tarde y se nos pasa el día decidiendo —soltó con un tono divertido.
—Hacemos piscina, de tranquis —resolvió Manu.
—A mí me parece bien —secundé a mi amigo.
—Decidido —me apoyó Daniela, mostrando una sonrisa que me pareció preciosa—. ¿Podemos ya jugar a algo? —bromeó, incitando una nueva oleada de carcajadas multitudinarias.
—Habrá cartas por algún sitio, ¿no? —inquirió Almudena.
—Déjame ver…
Manu, que seguía sin camiseta, se levantó para comenzar a buscar. Y, tras un par de minutos, se le unió su pareja.
—Aquí, nene —sonrió Isabelle, alzando la mano con la baraja que acaba de localizar.
—Menos mal —replicó mi amigo—, porque yo había encontrado esto —soltó con guasa, mostrando una vieja caja del Twister.
Las risas no se hicieron esperar, riéndole la gracia entre todos.
—¿Hacemos un strip poker? —sugirió Kike de repente.
La idea me sentó como un tiro, pues no me hacía ninguna gracia que nadie le viera las tetas a mi novia. Y menos el mirón que lo había propuesto. Por suerte, tras el cachondeo inicial, las mujeres finalmente se negaron en rotundo.
—Pues la alternativa es el Twister —indicó Manu con sarcasmo.
—¿Qué somos, adolescentes? —rechistó Daniela con su gracejo habitual.
—¿Prefieres desnudarte, guapa? —le replicó mi amigo con chulería, en lo que ya parecía un toma y daca entre los dos.
—Hombre, visto así… —no tardó mi chica en claudicar.
Jugaríamos al Twister.
Por hacerlo más entretenido decidimos que competiríamos por parejas, chico contra chica, elegidos al azar. El primer sorteo deparó que comenzara Manu. Y la casualidad fue que le tocó contra su novia, Isabelle.
—¡Tongo, tongo!
Los abucheos no se hicieron esperar, aunque rápidamente mi amigo los cambió por vítores en cuanto empezó a bromear.
—Estate quieto —se reía Isabelle cuando Manu colocaba la mano donde no tocaba solo para restregarse un poco.
Lo cierto es que mi colega, con la tontería, le estaba dando un buen meneo a su chica. Incluso llegué a sentir algo de envidia, deseando que la siguiente ronda me tocara jugar contra Daniela.
—¡Ay, nene! —se quejó la francesa, mordiéndose un labio justo antes de caer al suelo, cuando su hombre le plantó una severa palmada en el trasero.
—Has perdido —se cachondeó él, lanzándose encima de su novia para acabar dándole un tórrido morreo.
—¡Iros a un hotel! —rio Daniela.
La siguiente en participar sería mi chica. Bien. Con algo de suerte podría imitar a mi amigo Manu, aprovechando el juego para tontear un poco con ella con la intención de ir preparando el terreno para cuando nos fuéramos a la cama. Por desgracia, le tocó a Kike. Y a mí no me hizo ni puta gracia.
Observé a Daniela. Estaba risueña. No parecía muy molesta por tener que jugar con el mirón. Para más inri, al segundo movimiento ya estaba con el culo en pompa. Y yo cada vez más mosca.
Me imaginé que Kike se estaría poniendo las botas, pero el novio de Almudena parecía comportarse o, al menos, disimulaba bastante bien. Aunque el muy cerdo no tardó en colocar un pie algo más alejado de lo que parecía normal, comenzando a enredarse con el cuerpo de mi chica.
—Oye, primo, que yo me he restregado con Isabelle porque es mi pareja —se burló Manu, provocando las carcajadas del resto.
Contemplé cómo el amor de mi vida también se reía, perdiendo el control de la postura y viéndose obligada a apoyarse sobre Kike, que no pudo aguantar el equilibrio y comenzó a tambalearse. En lo que parecía un último intento de evitar la derrota, buscando algún punto de sujeción a la desesperada, divisé cómo mi amigo rodeaba a Daniela con un brazo, con tan mala suerte que terminó agarrando una de las tetas de mi novia que, muerta de risa, cayó a plomo sobre él, ambos en el suelo.
El enfado que pillé fue tremendo. Ya no era que me molestara el hecho de que mi colega babeara con mi chica, sino que a ella, siendo consciente de la situación, en vez de importunarle lo que acababa de pasar, parecía hacerle gracia.
Aguanté el tipo un rato para que no se notara mi disgusto y, tras tener que oír varias bromas sobre lo ocurrido, decidí dar la noche por terminada.
—Yo me quedo un rato, vida —me respondió Daniela con una sonrisa cuando le dije que me iba a la cama—, que me lo estoy pasando bien.
El mosqueo que tenía ya era de órdago.
Una vez acostado, desde la habitación, podía escuchar perfectamente las risas y el cachondeo de mis amigos y mi novia. Estaba claro que no iba a lograr conciliar el sueño. Y pasó un buen rato hasta que se hizo el silencio.
Haciéndome el dormido, oí cómo Daniela se adentraba en el cuarto y se cambiaba de ropa. Poco después, percibí cómo se tumbaba a mi lado. No tardó en arrimarse, haciendo la cucharita. Estaba claro lo que quería. Pero yo seguía molesto.
La muy cabrona me rodeó con un brazo, introduciendo la mano en mis pantalones. Me agarró la picha y comenzó a sobármela. No lo pude evitar y, poco a poco, se me fue poniendo dura a medida que oía el ronroneo de mi chica.
—¿No te vas a despertar? —cuchicheó en mi oído.
Intenté aguantar, pues seguía indignado con lo ocurrido con Kike, pero ya no podía más. Daniela me estaba dando un buen meneo, así que pensaba reaccionar cuando de repente…
—Jo… vaya desperdicio, nene —indicó mi novia, regalándome un último apretón al tronco de la polla antes de soltármela, dándose media vuelta para ponerse a dormir.
Mi chica me había dejado empalmadísimo.
***
Tal y como habíamos quedado, la mañana siguiente la pasamos en la piscina, de relax. El descanso me había sentado bien y la tranquilidad del momento terminó por quitarle hierro a lo que ocurrió la noche anterior.
—Qué guapo estás… —cuchicheó Daniela, inclinándose ligeramente hacia mí desde la hamaca en la que estaba tumbada, mostrándome una cautivadora sonrisa.
No pude evitar reaccionar con una expresión risueña.
—¿Qué te pasa? —remarqué aún más el gesto alegre.
—Nene, estoy cachonda… —susurró, dibujando una mueca divertida.
Estuve a punto de soltar una carcajada.
—¿Y eso? A saber lo que harías anoche… —le tiré una puyita.
—Será lo que no hicimos… —indicó con picardía—. Anoche tenía ganas… —balbuceó, comenzando a explicar—. Pero cuando me metí en la cama ya estabas dormido —esbozó un falso gesto de disgusto, mostrándose tan guapa que estuvo a punto de ponérmela tiesa.
—¿Por qué no me despertaste? —jugué con ella.
—Pero si te agarré la picha —farfulló con un gracioso mohín—. Y no veas cómo se te puso… —vanaglorió mi empalmada mientras se mordía un labio, obligándome a esforzarme para no empalmarme delante de mis amigos—. Pero nada… —concluyó, ensombreciendo la expresión.
—Esta noche follamos —aseguré, muriéndome de ganas.
—Vale —dibujó una sonrisa, rebosante de morbo, antes de recuperar la postura, tumbándose en la hamaca mientras cerraba los ojos para seguir bronceándose como si nada.
Me quedé un rato contemplándola, hasta que alcé la mirada, topándome con Isabelle y Almudena que, al igual que Daniela, estaban tomando el sol en bikini. Y más allá divisé a Kike, a lo lejos, que no perdía detalle de mi novia.
Me levanté pausadamente y vi cómo Manu seguía haciéndose unos largos en la piscina. Comencé a caminar hacia su primo, que rápidamente desvió la atención, disimulando.
—Podrías cortarte un poco —le reprendí en voz baja.
Por la cara que puso, le había pillado por sorpresa.
—Vaya amigo, mirando a las novias de los colegas… —proseguí con evidente desdén.
—Yo…
—Suerte tienes que no quiero malos rollos —interrumpí a Kike—. Aunque te lo advierto… se mira pero no se toca —le amenacé, recordando la inapropiada sobada que le metió la noche anterior jugando al Twister.
—Claro… —balbuceó, claramente sin poder de reacción.
—A saber lo que harías si pudieras… —clavé la vista en sus ojos, desafiándolo—. Pero mírate —lo ninguneé—, jamás podrías hacer nada con ella —concluí con una sonrisa burlona.
Me di media vuelta y volví junto a mi chica con una sensación tremenda de triunfo. Había puesto al maldito mirón en su sitio, marcando territorio.
Por suerte, el polémico momento quedó como un hecho aislado y por la tarde, después comer algo fresquito, entre todos estuvimos debatiendo qué hacer al día siguiente. Decidimos que pasaríamos el día en la playa. Habría que levantarse temprano así que, tras cenar ligero, nos fuimos pronto a la cama.
No supe si había sido al mediodía o por la noche, pero algo de lo que habíamos tomado me había sentado mal. Estaba como cansado, con el cuerpo dolorido y un incipiente malestar en el estómago.
—Uhm… nene… —ronroneó Daniela, tumbándose a mi lado en la cama, buscándome para echar el polvo que teníamos previsto desde esa misma mañana.
—Cari, no me encuentro muy allá…
—¿Qué te pasa? —preguntó, como no dándole importancia, mientras seguía besándome en la cara, comenzando a bajar por mi cuello.
—No sé, creo que algo no me ha sentado bien…
—Pero, ¿estás muy mal? —alzó el rostro para contemplarme.
—Malestar general… no estoy para mucho… —indiqué, forzando una expresión risueña.
—Hombres… —desdeñó con una graciosa mueca—. No valéis para nada —concluyó, dibujando una amplia sonrisa y dándome un tierno beso en los labios—. ¿Necesitas alguna cosa? ¿Quieres que te prepare algo? —me ofreció cariñosamente.
—No hace falta, me apetece descansar, mañana seguro que me levanto como un toro.
—Bueno, si te encuentras peor me dices, ¿vale? —concluyó, mostrándose totalmente comprensiva mientras me abrazaba, en un afable gesto con el que evidenció todo el amor que me profesaba.
Yo la rodeé con uno de mis brazos, logrando percibir los latidos de su corazón cuando su generoso busto se aplastó contra mi costado, sintiéndome reconfortado.
—Te quiero, cari —cerré los ojos, procurando conciliar el sueño.
—Y yo a ti, vida.
Nos dormimos abrazados.
***
—¿Qué tal, bella durmiente?
Me desperté con la alegre sonrisa de mi amor, que ya estaba levantada, con el bikini puesto, terminando de preparar las cosas para el día de playa.
—Pues no muy bien… —respondí, llevándome la mano al estómago.
—¿Aún te encuentras mal?
Vi cómo su expresión cambiaba y se me rompió el corazón. Pero un retortijón hizo que tuviera que salir disparado hacia el cuarto de baño.
—Será mejor que nos quedemos en la casa —indicó Daniela en cuanto regresé a la habitación.
—De eso nada, tú vete a la playa con estos y pásatelo bien —repliqué, pues no quería que se lo perdiera por mi culpa.
—Cómo me voy a ir dejándote así… —refunfuñó.
—No es más que un dolor de barriga, cari. Cuando vaya un par de veces más al baño se me pasa.
—No sé yo… —frunció el ceño—. Mejor aviso que no vamos —insistió, saliendo de la habitación.
Resoplé al aire. No me sentía con fuerzas como para discutir. Así que simplemente esperé a que mi chica regresara, pero el que apareció fue mi amigo Manu.
—¿Cómo te encuentras? Ya nos ha contado Daniela…
—No es nada, solo un poco de dolor de barriga.
—Anda, que ya te vale, mira que ponerte malo en vacaciones —se cachondeó.
—Oye, tío, tienes que hacerme un favor.
—Dime.
—Ayúdame a convencer a Daniela para que os acompañe, no quiero que se quede por mi culpa.
—No va a querer… —indicó Manu.
—No me jodas… ¿no decías que estarías por ella para que no se sintiera excluida o algo así? —bromeé, recordando la vacilada que me quiso pegar en los baños durante la cena en la que quedamos para hablar sobre la casa rural.
Mi colega soltó una carcajada.
—Luego no te quejes, que me lo has pedido tú —me señaló con el dedo mientras dibujaba una sonrisa chulesca.
—¡Gilipollas! —sonreí antes de que me diera un nuevo retortijón.
Cuando regresé a la habitación pillé a mi novia y mi amigo conversando.
—No voy a dejarlo solo… —parecía insistir Daniela.
—Qué cabezona eres… —los interrumpí.
Manu reaccionó con un gracioso gesto, haciendo ver a mi chica que su propuesta había sido cosa mía.
—Va, vente, que Ángel ya es mayorcito y sabe cuidarse solo —argumentó mi amigo, sin perder la sonrisilla burlona.
—No sé yo… —reaccionó ella con su característico gracejo mientras me acercaba la manzanilla que me había preparado.
—Es la segunda vez que voy al baño, una más y como nuevo —bromeé, provocando las risas tanto de Daniela como de Manu.
—Qué idiota eres… —me sonrió mi novia, ahora dándome un beso.
—Daniela, te prometo que si se encuentra peor yo mismo te traigo de vuelta con el coche —aseguró mi amigo, logrando que el gesto femenino por fin comenzara a relajarse.
—Hazle caso, tonta —insistí, haciéndole un arrumaco.
Mi chica y yo nos quedamos mirándonos. Su expresión lo decía todo y sus ojos reflejaban las ganas que tenía de estar conmigo. No hizo falta hablar para saber que echaríamos un polvazo en cuanto me encontrara mejor.
—Va, que no tenga que volver a decírtelo —concluyó Manu, ahora con tono severo, atrayendo la atención de mi novia, que se giró hacia él, interrumpiendo nuestra conexión.
Daniela volvió a mirarme y yo le reí la gracia a mi colega, reaccionando con una mueca divertida.
—¿Estarás bien seguro? —me preguntó ella, con el semblante compungido.
—Si pasa algo os llamo —le sonreí, contento al ver que finalmente accedía.
—¿Ya lo tienes todo listo? —inquirió Manu, recibiendo la contestación afirmativa de Daniela con un gesto de cabeza—. Pues vamos.
Vi cómo mi colega asía a mi novia de la muñeca, apartándola de mí para que fuera a recoger los bártulos que había estado preparando para el día de playa.
En cuanto me quedé solo, me tiré en la cama. Me sentía cansado y en seguida me quedé dormido. Habrían pasado un par de horas cuando desperté por culpa de un nuevo retortijón. Por suerte, fue mi última visita al baño.
A media mañana ya me encontraba mejor. Miré el móvil, pero no tenía ningún mensaje de Daniela. Pensé que se lo estaría pasando genial. Aproveché para comer algo y dar una vuelta por la casa, recordando que a la buhardilla no habíamos subido.
Al acceder me topé con un pasillo, más corto que los de los pisos inferiores, con un par de puertas, una a cada lado. La de la derecha estaba cerrada. Y la de la izquierda daba a una especie de habitación del pánico. En el interior había algo parecido a un sistema de vigilancia, con un montón de pantallas. Lo encendí y en los monitores aparecieron diferentes lugares de la casa rural.
—No me jodas… —empecé a toquetear botones para comprobar cómo iban cambiando las imágenes—. Al menos no hay cámaras en los baños —sonreí, sorprendido con el descubrimiento.
Mas, una de las grabaciones llamó mi atención. Era un dormitorio, pues se veía una cama, pero no correspondía a ninguna de las habitaciones que estábamos utilizando. Esbocé una mueca de listillo. Había descubierto la estancia secreta.
De repente, oí un sonido familiar. Al segundo tono lo descifré. Era el móvil de Daniela. Se lo había dejado en la casa.
—Pues anda que si te tengo que llamar… —fruncí el ceño mientras bajaba hasta nuestro cuarto.
Desbloqueé el teléfono de mi chica para comprobar que había sido mi suegra. Supuse que si fuera algo importante ya volvería a contactar.
***
—Entonces, ¿te encuentras mejor? —se interesó mi chica tras regresar de la playa, ya avanzada la tarde, una vez a solas en nuestra habitación.
—Sí, a media mañana ya se me había pasado.
—Jo… qué lástima —esbozó una preciosa mueca tristona—, podrías haber venido —frunció el ceño—. ¿Has comido bien entonces?
—Sí. ¿Y vosotros qué tal?
—Bien… —respondió sin dar demasiado detalle.
Me dio la impresión de que Daniela tenía el guapo subido. La piel morena le brillaba, supuse que gracias a la mezcla de los restos de sal y arena que debía cubrirle todo el cuerpo.
—Pero me he dejado el móvil —prosiguió, en tono de queja—. Aunque casi que mejor… —puso cara de circunstancias, lo que llamó mi atención.
—¿Qué pasa? —me interesé, pues la conocía bien y sabía que había algo que no me estaba contando.
—Pues es que esta mañana íbamos a la playa, ya lo sabes —comenzó a explicar—. Pero entonces apareció el amigo de Manu.
—¿El de la casa rural?
—Sí. Y nos cambió los planes. Bueno, no exactamente, porque nos propuso igualmente ir a la playa —hizo una breve pausa—. Pero a una nudista.
Tardé unos segundos en asimilar la información, el tiempo suficiente como para que mi chica continuara con el relato.
—A casi todos les pareció bien —prosiguió, resaltando el casi—. Así que por suerte no he podido hacer fotos al no tener el móvil —bromeó.
—Joder con el amigo de Manu… —solté sin acabar de procesar lo que Daniela me estaba contando.
—El amigo de Manu es gilipollas —confirmó ella, con tono de mala leche, lo que me sacó una momentánea sonrisa.
A pesar de mi reacción, lo cierto es que no me hacía ninguna gracia que Daniela hubiera ido a una playa nudista. Y menos sin mí.
—Hubiera preferido que estuvieras —indicó mi chica, que parecía leerme los pensamientos.
—Y yo, la verdad —concluí con seriedad.
—No te enfadas, ¿no? —se acercó para hacerme una carantoña.
Había sido yo quien había insistido que fuera a la playa, así que era más culpa mía que de nadie.
—No, aunque no me gusta que hayas ido sola.
—Lo sé, vida —se arrimó aún más para acabar dándome un tierno beso—. ¿Qué te preocupa? —insistió, ahora mordiéndome el labio.
—Nada…
—Ha sido raro estar desnuda delante de tus amigos… —confesó, volviendo a dar en el clavo, pues se me estaban llevando los demonios al pensar que los dos primos habían visto a mi novia en cueros, sobre todo al imaginar a Kike babeando.
Procuré no darle demasiadas vueltas y aproveché para desviar la atención hacia ellos.
—¿Y los chicos qué tal? —pregunté en plan coña.
Daniela soltó una carcajada.
—Pues tu amigo Manu no está nada mal… —sonrió con pillería, no sé si de cachondeo, al tiempo que se separaba de mí y daba la conversación por concluida.
Aunque me esforcé por no darle mucha importancia a todo el asunto, para mi desgracia, durante la cena, el tema estrella fue el día de playa.
—Qué lástima que no pudieras venir, Ángel —indicó Isabelle.
—La verdad es que sí —solté sin querer profundizar en la cuestión.
—Oye, ¿y por qué no volvemos mañana? —propuso Daniela, dejándome a cuadros, pues hasta ese día ninguno de los dos habíamos estado en una nudista—. Me sabe mal que te lo hayas perdido, vida… —me dijo, esbozando una de sus múltiples muecas rebosantes de encanto.
Aunque entendía que lo hacía pensando en mí, gesto que me reconfortaba, seguía sin hacerme ninguna gracia que mi chica exhibiera sus encantos delante de mis amigos. Pero antes de poder decir nada, Manu fue el primero en estar de acuerdo con la propuesta. Y el resto aceptó, aunque Kike a regañadientes.
—Si no hay más remedio… —indicó con gesto contrariado.
—A ver si de tanto enseñarla se te quita el complejo, que no la tienes tan pequeña, hombre —se cachondeó su primo.
La burla de Manu provocó que las tres mujeres soltaran una carcajada.
—Pobre… —reaccionó la pareja de Kike, aún risueña, haciéndole mimitos a su novio recién abochornado.
—Oye, Ángel, ¿has visto las fotos? —me preguntó Isabelle, logrando apartar el foco sobre el pequeño asunto de mi amigo.
—¡Ay, qué vergüenza! —soltó Almudena.
—Que va —contesté—, Daniela se ha dejado el móvil.
—¡Y menos mal! —bromeó la aludida.
—Si luego no parabas de pedir fotos —replicó Manu, dirigiéndose a mi chica.
—¡Anda ya! —reaccionó ella, negándolo, aunque risueña.
Isabelle sacó el teléfono para comenzar a enseñarme algunas de las fotos. Empecé a verlas temiéndome lo peor, pero lo cierto es que no eran para tanto. La mayoría eran paisajes o tomas de los cuerpos en el agua, sacadas a bastante distancia, donde apenas se apreciaba nada. Los pocos primeros planos de las chicas eran de cintura para arriba, mostrándose con las tetas al aire y poco más. No es que me hiciera demasiada gracia, pero lo importante era que no parecía haber ninguna de mi novia en la que apareciera completamente desnuda. Tampoco vi que los tíos salieran enseñando el rabo. Pero sí hubo una muy graciosa en la que Manu y su amigo iban corriendo hacia el agua, luciendo sus culos blanquecinos.
—¿Al final quién ganó la carrera? —inquirió la francesa.
—¿Tú qué crees? —respondió Manu en tono chulesco, dándole un muerdo a su novia.
—Y todo para demostrar quién es más machito —soltó Daniela en tono de reproche.
—Anda ya, si no me quitabas ojo para comprobarlo por ti misma —le vaciló mi colega.
—Sí, claro, más quisieras —reaccionó mi chica, riéndose ante la fantasmada de Manu, evidenciando una creciente complicidad entre ambos.
Pero no tuve tiempo de darle más vueltas cuando ante mis ojos apareció una nueva imagen. Se veía a Daniela sola, tumbada en su toalla. Estaba absolutamente preciosa, carcajeando mientras apenas se tapaba las tetas con un brazo y cruzaba los muslos procurando cubrirse el pubis completamente rasurado. Lo cierto es que no mostraba nada, pero hubo algo que no me pasó inadvertido. Aunque de primeras no se apreciaba demasiado, se podía ver que la sombra de quien hacía la foto era claramente la de un hombre. Y por la silueta, medio oculta debido a los reflejos del sol entre los montículos de arena, no parecía que tuviera la polla pequeña.
Ya por la noche, en nuestro dormitorio, mi chica y yo nos estábamos comiendo a besos, a punto de echar el polvo que hacía días que se nos resistía.
—Oye cari —balbuceé entre besuqueo y besuqueo—, ¿y la foto esa en la que sales tú sola en la toalla?
—Ya, menuda vergüenza —esgrimió, sin darme mucho detalle.
—¿Quién te la hizo? —pregunté como si nada.
—No sé, alguna de las chicas supongo.
No pude evitar reaccionar instintivamente, apartándola.
—¿En serio? —protestó Daniela.
—¿No sabes quién te hizo la foto? —insistí, con tono amenazante, comenzando a mosquearme.
—¿Qué eres un niño pequeño que se enfada por tonterías? Vaya tela…
Antes de poder decir nada, vi cómo Daniela se marchaba de la habitación, indignada. Y tardó un buen rato en volver.
—¿De verdad te has enfadado por eso, vida? —regresó más relajada—. Qué tonto eres… —soltó con tono alegre—. ¿Qué más da quién me la haya hecho? Igual fue uno de los chicos. ¿Y qué?
Se hizo el silencio. Aunque agradecía el tono conciliador de mi novia, que parecía mostrarse algo más comprensiva, seguía mosqueándome que no reconociera quién le había hecho la foto.
—¿Estás celoso? —esgrimió una mueca divertida—. ¿Te crees que me he estado fijando todo el rato en sus cositas? —prosiguió en tono burlón, riéndose.
—¿Entonces sí te has fijado? —reaccioné al fin.
—A ver —se puso seria—, es inevitable —hizo una pausa—. Pero no tienes de lo que preocuparte —confirmó.
—Lo sé —respondí, seguro de mí mismo.
—Manu parece que no la tiene pequeña —me sorprendió mi novia—, pero tampoco me he fijado mucho —acabó sonriendo y dándome un beso.
—¿Y su amigo? ¿Va bien servido? —sondeé, intentando averiguar quién le había hecho la foto.
—¿En serio? —se rio ante mi pregunta—. Pues no sé, no me he dado cuenta.
Me sorprendió que mi chica se tumbara en la cama, dándome la espalda. Me arrimé a ella, rodeándola con un brazo para meterle mano, amasándole un pecho.
—¿Qué pasa? ¿No follamos? —inquirí mientras sentía cómo se me empinaba, comenzando a clavarle la picha en la nalga.
—No si vas a estar pensando en las pollitas de tus amigos —me recriminó, girándose momentáneamente para apartarme.
—Cabrona… —me quejé, comprendiendo que Daniela se estaba vengando por desconfiar de ella, dejándome con todo el calentón.
***
Me levanté temprano. Daniela aún dormía. Lo cierto es que estaba algo intranquilo por ir a la nudista. No es que tuviera complejo alguno con mi cuerpo, más bien al contrario, pero nunca había estado en pelotas en público y sentía un cierto cosquilleo en el estómago.
—Buenos días, vida —me saludó mi chica al despertarse—. ¿Ya lo tienes todo preparado? —sonrió.
—Buenos días, cari —me acerqué a ella para darle un beso.
—¿Estás listo para enseñarles el pollón a Isabelle y Almudena? —bromeó, risueña, alargando un brazo para pellizcarme la picha.
Instintivamente di un salto hacia atrás, retirándome.
—Pues no mucho, la verdad… —confesé mi inseguridad—. Es mi primera vez —bromeé.
Daniela soltó una carcajada, levantándose de la cama para cambiarse de ropa.
—Te acostumbras rápido —me sacó la lengua mientras comenzaba a desvestirse—. El nudismo tiene sus bondades. Te hace sentir libre, conectas con la naturaleza…
—¿Y ese rollo hippie? —chasqueé—. A ti lo que te gusta es que te miren… —solté en tono de guasa, contemplándola mientras se quedaba completamente desnuda.
—¡Qué va! —reaccionó, risueña—. Si sabes que no hago ni topless delante de conocidos, tonto —indicó con una sonrisa juguetona mientras cogía un vestido veraniego del armario.
—A mí me vas a engañar… si te encanta… —insistí, divertido con la conversación—. ¿No te pones bikini? —cambié el tono al ver que comenzaba a vestirse, sin nada debajo.
—¿Para qué? Si no lo voy a usar —soltó con gracia.
Me la quedé mirando con el ceño fruncido, no demasiado convencido.
—Vida, si me pongo ropa interior, cuando me la quite en la playa, se me verá la marca —argumentó, terminando de ajustarse la prenda—. Ayer me quedó feísimo —esbozó una mueca de disgusto, repleta de encanto.
Contemplé lo bien que le sentaba el vestido. Estaba espectacular, delineando las caderas al tiempo que insinuaba la altivez de sus tetas, que se balanceaban bajo la tela con cada movimiento, evidenciando una morbosa naturalidad. Lo cierto es que cada vez me hacía menos gracia ir a la nudista.
Cuando bajamos al vestíbulo ya estaban Almudena y Kike esperando.
—¡Qué bien! Así no se te quedan las marcas —comentó ella nada más ver a Daniela.
Observé cómo mi amigo evitaba mirar a mi novia. No había vuelto a pillarlo tras el encontronazo que habíamos tenido en la piscina y el asunto había quedado en el olvido. Sin duda, había domado al mirón.
—Esos dos puntos le habrían hecho falta a Las Palmas para salvarse —interrumpió Manu, apareciendo de repente junto a su pareja.
—¡Nene! —se quejó Isabelle, dándole un manotazo en el hombro.
—¡Guarro! —protestó Daniela, risueña, llevándose el brazo al pecho para cubrirse, pues los dos pezoncitos ya se le comenzaban a marcar bajo la fina tela del vestido.
—Qué cabrón eres —reaccioné, riéndole la gracia a mi amigo mientras le echaba una mirada de reproche a mi chica.
No tardamos en salir en dirección a la playa. Al llegar, aún había que caminar un trecho hasta alcanzar la nudista y, a medida que nos acercábamos, más inquieto me sentía. El resto del grupo seguía dicharachero, bromeando y riendo, menos Kike, que parecía apagado.
Cuando nos detuvimos en el mismo lugar en el que ya estuvieron el día anterior, no supe muy bien cómo actuar, así que disimulé un poco, ayudando a Daniela a colocar nuestras toallas, y esperé a ver qué hacían los demás.
Las primeras en desvestirse fueron Almudena e Isabelle, comenzando a charlar amistosamente mientras lo hacían. Aproveché para echar un rápido vistazo a los cuerpos de cada una. La novia de Kike no mejoraba sin ropa, más bien al contrario. Sin embargo, pude confirmar que la pareja de Manu, al desnudo, seguía sin estar nada mal.
Al darme cuenta de que Daniela se agarraba el vestido, sentí cómo se me aceleraban las pulsaciones. La mujer de mi vida estaba a punto de quedarse en cueros delante de mis amigos, esta vez en mi presencia, y seguía sin hacerme ni puta gracia. Sin embargo, ni me percaté de cómo reaccionaban los dos primos, quedándome embelesado mientras contemplaba la magnificencia que desprendía en todo su conjunto, sumando la elegancia en sus movimientos al sacarse la prenda junto a la exuberante belleza de su rostro y la preciosa desnudez de su cuerpazo, más deslumbrante si cabe debido al natural tono bronceado de su piel, rematado con el majestuoso bamboleo de sus tetazas al quedar liberadas tras el paso de tela.
—Ángel, ¿te saco yo el bañador o qué? —se cachondeó Manu, llamando mi atención y el de las chicas, que se rieron con su comentario.
—Oye, que es su primera vez en una nudista —reaccionó mi novia con gracia, defendiéndome mientras se acercaba, ya completamente desnuda—. ¿Necesitas ayuda, vida? —me preguntó risueña, tirando de mi prenda a la altura de la cintura.
—Puedo solo, gracias —solté con suficiencia, bajándome el bañador de golpe.
—Guau… —soltaron Isabelle y Almudena al unísono, en plan jocoso.
Lo cierto es que mi polla no era ni mucho menos enorme, como esas que se ven en el porno. Más bien la tenía de un tamaño normal, aunque puede que en ese instante estuviera algo más encogida que de costumbre debido a la tensión del momento.
Por suerte, las mujeres desviaron la atención rápidamente hacia Manu, en cuanto mi amigo se quedó en pelotas.
—Nene, cada día la tienes más gorda —bromeó Isabelle, con una sonrisa de oreja a oreja.
—Será por culpa de lo que estoy viendo ahora mismo —se cachondeó mi colega, echando un descarado vistazo a las tres hembras en cueros que tenía delante.
—¡Manu! —se quejó mi novia, riendo, mientras se tapaba el pubis con una mano.
—¡Marrano! —hizo lo propio Almudena, también sonriente.
Observé a mi amigo. No era la primera vez que lo veía desnudo debido al fútbol. Y aunque nunca me había percatado demasiado, sí sabía que la tenía bastante gruesa. En ese instante, en la playa, sí que me fijé. A pesar de que no me dio la impresión de que su polla fuera mucho más larga que la mía, sí era más gorda. En conjunto se notaba que la tenía considerablemente más grande que yo.
—Va, Kike… —le instó su novia, pues era el único que quedaba por desvestirse.
—Pero no hagas bromitas, cabrón —se quejó el aludido, refiriéndose a su primo.
—Solo una pequeña —replicó, cachondeándose mientras le guiñaba un ojo con malicia.
—Hijo de puta… —se resignó Kike, comenzando a bajarse el bañador para liberar su arrugada pichita mientras las chicas se reían debido a la ingeniosa broma de Manu.
La jornada estaba transcurriendo más amena de lo que había supuesto. Daniela tenía razón y me acostumbré rápido a estar en pelotas. Incluso empezaba a ver natural que mi novia se mostrara desnuda delante de mis amigos hasta que…
—Habéis vuelto al final…
Una voz masculina nos sorprendió. Me giré para identificar de quién se trataba y lo reconocí de las fotos del día anterior. Era el dueño de la casa rural. Debía ser más o menos de nuestra edad y tenía toda la pinta de ser una especie de tío bueno, pues era alto, estaba bastante fibrado y no parecía que fuera precisamente feo. A su lado lo acompañaba una mujer acorde, de pelo liso azabache y con los rasgos muy marcados. Estaba haciendo topless, así que pude comprobar que tenía unas buenas tetas. Lo cierto es que estaba bastante potente.
—¿¡Qué pasa, Pablo!? —lo saludó Manu con un enérgico apretón de manos.
—¿Te acuerdas de Mónica? —presentó a su pareja.
De primeras no me cayó demasiado bien, percatándome de cómo el tío le daba un buen repaso a mi novia. Otro más… pensé, despreciándolo mientras observaba cómo se acoplaban con nosotros.
—¿No es maravillosa la sensación de contacto con la naturaleza? —indicó Pablo al tiempo que se despojaba del bañador, recordándome al rollo hippie que Daniela me contó a primera hora.
Cuando se quedó en pelotas no me sorprendió. Parecía tener un buen rabo. Al menos en reposo aparentaba ser bastante largo, aunque de un grosor similar al mío. Recordé la foto desnuda de mi chica y no tuve ninguna duda de que se la había hecho él.
Daniela había dicho que el amigo de Manu era un gilipollas, pero me lo imaginé soltándole toda esa perorata hippie para camelarla hasta lograr sacarle la foto mientras ella se tronchaba y se me revolvió el estómago.
—¿Echamos unas palas? —propuso Manu.
—¡Venga! —se animó Pablo al instante—. ¿Jugáis, chicas?
—Sí, claro —se quejó Mónica—. Tú lo que quieres es vernos mover las tetas —bromeó, provocando las risas del resto.
—Jugad vosotros —desdeñó Isabelle con gracia, haciendo un gesto con la mano, como indicando que se apartaran y las dejaran tranquilas.
—¿Os apuntáis? —inquirió Manu, dirigiéndose a Kike y a mí.
—Dos contra dos —indicó Pablo antes de que decidiéramos—. Los que pierdan se quedan en las toallas mientras los demás disfrutamos de un bañito en pelotas con las chicas —mostró una sonrisa chulesca.
—Esto se pone interesante… —soltó Almudena.
—Este tío es un poco capullo —cuchicheé a mi novia mientras Kike aceptaba el desafío.
—Y suerte que hoy ha venido acompañado… —me respondió ella entre susurros—. Porque ayer lo tuve todo el día encima… —frunció el ceño, confirmando mis sospechas—. Como me dejaste sola… —me regaló una ladina sonrisa.
Esa confesión hizo que me hirviera la sangre.
—¿Qué dices, Ángel? —insistió Pablo.
Aunque no me apetecía jugar, solo por la satisfacción de bajarle los humos a ese payaso…
—¡Hecho! —acepté—. Vamos, Kike —animé al que sería mi compañero.
—Tendremos público, ¿no? —sonrió Manu vanidosamente, dirigiéndose a las chicas.
—Sí, claro, con todo ahí de un lado para otro… —se quejó Daniela, risueña, mientras me percataba de cómo echaba un rápido vistazo a la entrepierna de mi amigo.
—Me has convencido… —bromeó Isabelle, provocando las risas del resto de mujeres que, divertidas, finalmente se animaron a vernos jugar.
Iniciamos el partido y yo quise empezar de tranquis, calibrando a mis rivales, convencido de que podía ganar a medio gas. Tampoco pretendía humillar a los pobres.
—Rey, te vas a hacer daño con esos pollazos que te das —soltó Mónica con gracia, refiriéndose a los bandazos que daba el cipote de su novio con cada movimiento.
—No podemos perder —aseguró mi colega Manu—. Jugamos cuatro palas contra dos —se cachondeó, haciendo zarandear graciosamente su pesado miembro.
Las mujeres se troncharon, incluida Daniela, a pesar de que el comentario no me dejaba en muy buen lugar. Decidí subir el nivel a modo competitivo. Se iban a enterar… por listos.
Así, tras un rato jugando, llegamos al último punto empatados y sacaba yo. Sonreí. Íbamos a ganar.
—Ahora no os hacéis los graciosos… —les provoqué.
—Sin pala —me vaciló Pablo, dejándola caer en la arena.
—¿Pero de qué vas, tío? —me quejé, convencido de que se sabía derrotado y solo quería tener una excusa.
—¡Vamos, vida! —oí cómo Daniela me animaba.
Lancé la bola en dirección a Pablo. Solo tenía que esperar a que tocara el suelo. Entonces vi cómo el novio de Mónica doblaba las rodillas, cogía impulso y, con un gesto de cadera, soltaba un tremendo pollazo, devolviéndome el tiro. Intenté reaccionar a la desesperada, saltando al aire, pero solo logré estampar la cara contra la arena mientras oía las carcajadas de Manu.
—¡Con la polla! Me meo —escuché a mi pareja entre las risas de los demás.
—Chicas, a disfrutar de un baño con los ganadores —exhortó Pablo con evidente petulancia, abriendo los brazos como si fuera un maldito triunfador llamando a su harem.
La sensación de humillación fue total.
—¿Quieres que me quede? —me preguntó Daniela un rato después, ya sentado en la toalla para quedarme esperando junto a Kike mientras el resto se bañaba.
—No, el trato era los dos solos —me resigné.
—Jo… —puso una mueca de disgusto mientras me acariciaba el mentón cariñosamente, aprovechando para retirarme algunos granos de arena que aún tenía en el rostro—. No estaremos mucho, ¿vale? —concluyó antes de dar media vuelta, alcanzando a los otros, para acabar riéndose con un comentario que soltó Manu.
Kike y yo nos quedamos en silencio, contemplando cómo los demás se divertían dentro del agua. Cerré los ojos cuando vi que empezaban a hacerse ahogadillas.
No habrían transcurrido más de veinte minutos cuando Almudena, Isabelle y Mónica regresaron.
—¿Cómo estáis? —se interesó la mujer de mi compañero de penitencia a medida que se acercaban a nosotros.
—Vamos al chiringuito —nos hizo saber la francesa, llegando a nuestra altura para comenzar a rodearnos.
—Vosotros ahí quietos —chasqueó la pareja de Pablo, vacilándonos, mientras pasaban de largo.
—Mi primo a veces se pone muy pesado con las bromitas… —soltó mi amigo Kike, como si acabara de tener una revelación, haciéndome reír.
—No será para tanto… —le di un amistoso golpecito en el costado.
—Y, por lo visto, cuando se junta con el otro es aún peor… —miró hacia el agua.
Hice lo propio y observé cómo Manu desviaba la atención hacia nosotros. De repente se giraron Daniela y Pablo y los tres comenzaron a reír. No sé por qué, pero me sentí incómodo. No me hizo ninguna gracia ver a mi novia divirtiéndose a solas con esos dos.
Cuando regresamos a la casa rural ya era bastante tarde. Con la excusa de que estábamos cansados, mi chica y yo nos subimos pronto a la habitación. Por fin íbamos a echar el gran polvazo.
—A que no ha estado tan mal… —me sonrió ella—. Además, no te podrás quejar… —me guiñó un ojo con picardía.
—¿Qué quieres decir? —pregunté, completamente descolocado.
—No me digas que no te has fijado en Mónica…
Solté una risotada.
—Claro que no… —me acerqué a mi novia para hacerle un primer arrumaco.
—Pues es bastante guapa. Y tiene unas tetas bonitas…
—No me he dado cuenta —respondí, risueño, acercando mis labios a los suyos mientras la rodeaba con los brazos.
—Las tiene grandes, como para no verlas —rio ella.
—Pero no tanto como tú —dibujé una mueca chulesca, subiendo una mano por el costado femenino, acariciándola.
—Pensé que no te habías fijado —reaccionó ella con gracia.
—Solo en las más grandes… —me puse juguetón, abriendo la mano para rodear uno de sus senos, sintiendo su generoso volumen a medida que comenzaba a apresárselo.
—¿Qué pasa? ¿Que si ella tuviera más tetas que yo sí se las habrías mirado? —cambió el tono.
Me dio la impresión de que Daniela estaba molesta por algún motivo, así que procuré no seguir con el tema y la silencié con un morreo, comiéndole la boca mientras seguía masajeándole el pecho.
—Entonces —jadeó entre mis labios—… no te quejes si yo me acabo fijando más en la de Pablo —hizo una pausa, dándome un lametón—. O en la polla gorda de tu amigo Manu.
No supe si hablaba en serio, aunque supuse que, debido al momento, solo pretendía jugar un poco. Aún así, lo cierto es que su comentario no me hizo demasiada gracia.
—¿De qué te reías con ellos en el agua? —aproveché para sonsacarle, sin dejar de manosearla.
—Son unos tontos —soltó un pequeño gemidito—. Se estaban burlando del tamaño de Kike.
—¿Y les seguías el rollo? —me sorprendió.
—Son graciosos —respondió, juguetona—. Y lo hacen sin maldad —volvió a sollozar—. Aunque la verdad es que tu amigo la tiene bastante chiquita… —concluyó con una mueca maliciosa.
—¿También os reíais de mí? —pregunté sin pensar, como si mi subconsciente hubiera tomado el control.
—¿¡Qué dices!? ¿Ahora vas a tener complejo? —se rio—. No la tienes enorme, pero a mí me vale, tontito —hizo una breve pausa, poniéndose seria—. Y solo se cachondeaban de Kike, ¿vale? Tú no la tienes tan pequeña.
—Vamos a follar… —concluí, queriendo dejar ya el temita.
—No sé yo… —esbozó una mueca socarrona—. Igual no la tienes lo suficientemente grande…
Daniela, risueña, intentó besarme, pero yo me aparté instintivamente, enfadado.
—¿Me has hecho la cobra? —soltó con tono de pocos amigos—. Yo flipo.
Esa noche tuvimos una fuerte discusión y acabamos durmiendo mosqueados. Ya llevábamos cuatro días sin sexo.
***
Daniela se despertó súper cariñosa.
—¿Por qué no vamos hoy a la playa tú y yo solos? —comenzó a besuquearme, alternando entre mis mejillas y mis labios—. Y pasamos de estos —sonrió con escarnio—. No quiero que te rayes por lo de anoche, vida —continuó, ahora dándome besitos en el cuello.
Lo cierto es que el plan me encantaba. Me apetecía desconectar de mis amigos.
—Vale, pero aún estoy enfadado —solté en un tono poco creíble.
Mi novia alzó el rostro para mirarme, ampliando la sonrisa. Estaba para comérsela, exhibiendo una de sus encantadoras muecas. No pude evitarlo y le di un pequeño muerdo, cerrando el acuerdo definitivamente.
Tras levantarnos, prepararlo todo y avisar al resto, nos fuimos los dos solos a la playa.
—¿Ya se te ha pasado el mosqueo? —me preguntó Daniela, divertida, mientras colocábamos las toallas.
La miré con una medio sonrisa, sin decirle nada, antes de sacarme la camiseta.
—¿Y ahora? —sonrió, clavándome el dedo en el costado—. ¿Y ahora? —siguió jugando—. ¿Y ahora? —insistió, risueña, hasta que reaccioné, abalanzándome sobre ella para tirarla al suelo.
Me quedé tumbado encima de mi chica, mirándonos alegremente, hasta que le comí la boca.
—Quita, sobón —bromeó, apartándome—, que me voy al agua —se alzó, palmeándose las nalgas para sacudirse toda la arena que se le había quedado pegada al culo.
—¿Te ha entrado calor de repente? —chasqueé, haciéndola reír.
—Más quisieras —me sacó la lengua, alejándose hacia la orilla.
Observando la idílica imagen de su cuerpazo, cubierto únicamente por el bikini, mientras los potentes rayos de luz la iluminaban, reflejando su resplandeciente piel morena, recordé la sensación de poder que me transmitía el tener una novia que estuviera tan buena. Sonreí, percibiendo cómo afloraba todo lo que sentía por ella, logrando que se me pasara el mosqueo definitivamente.
Me relajé, acomodándome para tomar el sol mientras veía a Daniela bañándose en el mar, cuando de repente sonó su móvil. Lo cogí sin mucho interés. Era un mensaje de una amiga. Y antes de devolverlo al bolso, se me ocurrió una cosa.
Desbloqueé el teléfono de mi novia y entré a la aplicación de mensajería, buscando las conversaciones recientes. No sabía muy bien por qué, pero quería comprobar si tenía alguna con Pablo o Manu. Mas no encontré nada. Ahora sí, me quedé tranquilo.
Ya por la tarde, tras juntar nuestras toallas, ambos estábamos acaramelados, haciendo piececitos de vez en cuando, hasta que me puse de costado, contemplando a mi chica al tiempo que me arrimaba aún más a ella, dándole un pequeño achuchón.
—¿Qué buscas? —me sonrió, alargando un brazo hacia mí.
Daniela estiró un dedo, deslizándolo sutilmente por la tela de mi bañador.
—Parece que algo se está despertando… —chanceó, desprendiendo un aura repleta de encanto.
—¿Vamos al agua, cari? —le propuse, llevando la mano hasta su abdomen para empezar a acariciarla.
—Uf… —resopló, risueña.
Estuvimos así un rato. Ella regalándome disimulados roces en la entrepierna mientras yo me recreaba masajeándole el torso desnudo, desde el bajo vientre hasta el inicio de sus senos, comenzando a sobárselos discretamente.
—Vamos al agua —confirmó Daniela.
Con la tontería nos habíamos puesto cachondos.
—Qué dura tienes la polla, joder —me alabó mi chica, ya en el mar, metiendo la mano dentro de mi bañador para agarrármela.
—¿Cuántos días llevamos sin follar? —jadeé.
—Demasiados… —contestó, comenzando a pajearme bajo el agua.
—Si hace falta esta noche vamos a un hotel —indiqué jocosamente, haciendo que Daniela soltara una carcajada.
La verdad es que, sin llegar a culminar, nos estuvimos dando unos buenos magreos en la playa, así que cuando regresamos a la casa rural aún estábamos bastante excitados.
—Ya está aquí la parejita… —chanceó Almudena al vernos.
—Vaya horas… —le siguió el rollo Isabelle.
—La cena está casi lista —indicó Kike—. ¿Os esperamos?
—Nos damos una ducha y bajamos —contesté.
—¿Nos da tiempo a uno rápido? —me cuchicheó Daniela graciosamente, de camino a la habitación.
—No creo… Voy a estar un buen rato follándote —fanfarroneé.
—Uhm… —sonrió mi chica, dibujando una expresión morbosa.
Ella fue la primera en ducharse. Y cuando yo terminé mi novia aún se estaba vistiendo. Se había puesto un body negro de tirantes, adornado con un discreto encaje en el escote que le daba un toque elegante. Me quedé ensimismado observándola mientras se colocaba unos shorts, haciendo que sus pesadas tetas rebotaran debido al movimiento.
—Qué guapa —la piropeé.
—Gracias —pasó a mi lado, dándome un piquito—. Me muero de hambre —concluyó, saliendo de la habitación para ir junto al resto.
Durante la cena, mis amigos nos contaron lo que habían estado haciendo. Y cuando ya estábamos terminando, nos explicaron lo que tenían previsto.
—Esta noche salimos a tomar algo —indicó Kike.
Daniela y yo nos miramos.
—Nosotros nos quedaremos en la casa —intervine, provocando las animosas quejas del resto.
—Tío, que habéis estado todo el día juntos —chasqueó Manu—. Deja algo para los demás —desdeñó con gracia, desviando la atención hacia mi chica.
—Mira que eres tonto —rio ella.
—Hemos quedado con Pablo —nos hizo saber Isabelle.
—No le hagáis el feo —añadió Almudena con tono alegre.
—No, en serio, nos apetece estar tranquilos —insistió Daniela, dando el tema por zanjado.
Cuando empezamos a recoger la mesa miré a mi chica que, disimuladamente, me regaló una leve sonrisa. Únicamente teníamos que esperar a que se fueran y nos quedaríamos solos.
—No tardaremos en irnos, ¿verdad, nene? —preguntó Isabelle un rato después.
—De hecho nos vamos ya, que hemos quedado con este para hacer la previa —aclaró Manu mientras comprobaba la hora en el móvil.
—¿Seguro que no os animáis? —nos preguntó Almudena mientras se dirigían a la puerta de salida.
—Pasadlo muy bien —respondió una sonriente Daniela como negativa, despidiéndose mientras pasaba junto a ellos en dirección a nuestro cuarto.
Estaba claro que mi novia no quería perder el tiempo.
—¿Dónde vas? —sonrió Kike, de cachondeo, interponiéndose en el camino de mi chica.
—Va, veniros —insistió Isabelle, risueña.
—De verdad que no… —quise intervenir cuando Manu me interrumpió.
—Tú te vienes de fiesta conmigo —soltó con arrogancia, cogiendo a mi novia por la cintura para llevársela hacia la calle.
Vi cómo Daniela, poniendo cara de circunstancias, me hacía una divertida seña de impotencia con los brazos, dejándose arrastrar.
—¡Vamos, Ángel! —me animó Almudena, gesticulando con la mano para que los acompañara.
Agaché la cabeza con resignación, comenzando a caminar hacia ellos, acatando el mandato de mi colega Manu.
***
Aunque mi chica y yo tuvimos que postergar el polvo, al menos nos lo estábamos pasando bien.
El bar era un poco cutre, con mesas grandes y bancos alargados en lugar de asientos individuales, pero al menos tenía buen ambiente. Era pronto y no había mucha gente, así que pudimos sentarnos y charlar bajo el sonido de la música, que no estaba muy fuerte.
—¿Habéis quedado aquí con Pablo? —inquirí, agarrando la cintura de Daniela, que estaba a mi lado, mientras un numeroso grupo de jóvenes veinteañeros tomaba asiento a mi otro costado.
—Sí, aparecerá en cualquier momento —contestó Manu, sentado en frente nuestro.
—¿Pedimos otra ronda? —propuso Isabelle, apartándose de su novio para ponerse de pie.
—Te acompaño —se ofreció Kike.
—¿Voy yo, vida? —me preguntó mi chica, pues estaba arrinconado y ella lo tenía más fácil para salir.
Mientras esperábamos a que volvieran con las bebidas, poco a poco, el local se fue llenando.
—Ya estamos aquí —indicó Isabelle, regresando al cabo de un rato junto a Kike.
—¿Y Daniela? —pregunté.
—Nos hemos encontrado con Pablo —advirtió mi amigo—. Se ha quedado con él.
—Ahora vienen —concluyó la francesa.
Fruncí el ceño y miré hacia el fondo, esperando verlos aparecer entre el gentío, cada vez más numeroso. Pero nada. Pasado ya un buen tiempo, me pregunté qué coño estarían haciendo.
—Voy un momento, a ver si los encuentro —indiqué—. ¿Nos guardas el sitio? —sonreí a Isabelle, que se movió del lado de Manu para sentarse justo en frente de su novio.
Di unas cuantas vueltas por el local, que era bastante grande, pero ni rastro de Daniela. Estaba empezando a preocuparme.
Cuando volví junto a mis amigos el bar estaba abarrotado y logré sentarme a duras penas junto a Isabelle, que prefirió ya no moverse.
—Esto está a petar —oí la voz de mi chica, que apareció de repente entre la multitud, con nuestras bebidas en la mano.
—¿Dónde estabas? —inquirí al ver que no iba acompañada.
—Con Pablo —ensombreció el gesto—. Pero me ha dejado sola —se quejó—. Y he estado no sé cuánto tiempo buscándolo —concluyó con un gruñido de desaprobación.
—A ver dónde te sientas ahora… —me preocupé, viendo que estaba todo a tope.
—¿Intento salir? —inquirió Isabelle, ofreciéndose a probar de encontrar un hueco entre la marabunta.
—Estamos en las mismas —reflexionó Daniela—. ¿Luego dónde te pones tú?
—Anda, ven —intervino Manu, agarrando el brazo de mi novia—. Siéntate encima mío —concluyó con determinación, atrayéndola hacia él.
Mi chica soltó una carcajada, dejándose arrastrar.
—Estás loco —afirmó, entre risas, mientras colocaba el culo sobre la pierna de mi amigo.
—¿Y Pablo no te ha dicho nada? —se interesó Almudena.
—Ha desaparecido, sin más —aclaró Daniela, haciendo aspavientos de disgusto, ya sentada encima de Manu.
—Estate quieta o ponte bien —se quejó él—, que me vas a hacer polvo, niña —soltó con evidente soberbia, agarrando a mi novia por la cintura para alzarla con ambas manos, acomodándola entre sus muslos.
Miré a mi chica, pero no encontré su mirada. Aunque no podía comprobarlo me dio la impresión de que debía estar sentada demasiado cerca del paquete de mi colega. Sentí cómo se me aceleraba el corazón.
—Tu amigo es un poco gilipollas —soltó Daniela con su gracejo natural, removiéndose sobre Manu para girarse hacia él, prácticamente regalándole una visión perfecta de su canalillo.
—Lo que te jode es que no te haya hecho compañía —le vaciló con aire chulesco, logrando que mi chica recuperara la posición hacia delante, comenzando a darme la impresión de que se estaba restregando demasiado.
Ahora sí, nuestras miradas se cruzaron. Vi cómo me sonreía al tiempo que se inclinaba hacia mí, casi reclinándose sobre la mesa para acabar dándome un pico.
—Tu amigo Manu también es gilipollas —me dijo graciosamente, perfilando una de sus típicas muecas llenas de encanto mientras veía cómo le ponía el culo en pompa frente a la cara, antes de recuperar el sitio, volviendo a sentarse encima de él.
No lo pude evitar. Empecé a pensar que llevábamos demasiados días sin follar y que mi novia debía estar que se subía por las paredes. Y más aún tras el tonteo de hacía tan solo unas horas en la playa. Me la imaginé encajando las nalgas sobre la abultada entrepierna de mi colega y deseé que saliéramos de ahí cuanto antes.
—Esto está lleno de gente, ¿nos vamos a otro lado? —propuse.
—¿Qué prisa tienes, Ángel? —replicó mi amigo, bajando uno de los brazos para colocarlo pegado al muslo de Daniela.
—Sí, que te acaban de traer la bebida —indicó Almudena alegremente, acercándome el vaso.
—Terminamos la ronda y vamos a otro sitio, ¿no? —intervino mi chica, que no parecía muy molesta con los sutiles roces de mi colega.
—Yo ya voy por la tercera —bromeó Kike, haciendo reír al resto.
El rato que estuvimos en el bar se me hizo eterno, ya sin dejar de fijarme en ambos. Daniela, mientras hablaba con unos y con otros, no paraba de menearse encima de mi amigo. Y él, cada vez que usaba el brazo para algo, lo volvía a bajar, manteniendo el contacto con la pierna de mi novia. Me estaban poniendo de los nervios.
Cuando decidimos marcharnos a otro sitio el ambiente del local era asfixiante. Isabelle y yo tuvimos que abrirnos paso a duras penas al tiempo que Almudena ayudaba a Kike, que empezaba a ir un poco tocado por la cantidad de copas que se había tomado. Por su parte, Manu tuvo que esperar a que mi chica pudiera alzarse de encima de él, quedándose ambos rezagados debido a un numeroso grupo de veinteañeras que se habían colocado a su lado y les impedían salir.
Al pasar junto a las muchachas, instintivamente, me fijé un poco en ellas. Aunque había de todo, alguna destacaba por encima del resto, sobre todo una que llamó mi atención, recordándome a Alejandra, la rubia potente del gimnasio.
¡Zas!
Giré el rostro y contemplé a Daniela moviendo ligeramente el culo mientras caminaba en mi dirección, sin mirar hacia atrás, con Manu siguiéndola a poca distancia. No dije nada porque no lo había visto y no estaba seguro de lo que había pasado, aunque sí lo había escuchado perfectamente. Pero me dio toda la impresión de que el cabrón de mi amigo le acababa de soltar un azote a mi novia.
—¿Te lo estás pasando bien, vida? —me preguntó ella alegremente al llegar a mi altura, agarrándome del brazo.
—No mucho, viendo cómo te meneabas encima de mi colega —rechisté con desdén mientras observaba cómo el susodicho nos adelantaba, alcanzando a Isabelle para acabar sobándole una de las nalgas.
—¿Qué dices, Ángel? —replicó Daniela, frunciendo el ceño.
—Que Manu se habrá llevado un buen recuerdo de tu culo —solté de mal humor.
—¡Encima! —alzó el tono, soltándome el brazo—. Que si me movía era para evitar rozarme con él, eh —aclaró—. Además, como para no notarlo… —hizo una breve pausa—. Que ya te digo yo que tu amigo tiene un buen bulto —reveló con tono severo, como si quisiera castigarme con esa afirmación.
Me quedé en silencio, procurando asimilar la información, cuando Daniela me acabó rematando.
—Tampoco te he visto muy preocupado cuando le has echado la miradita al grupo ese de niñatas —me reprochó—. Ya te vale, Ángel —concluyó, enfadada, marchándose hacia delante para juntarse con el resto.
***
El ambiente en el pub no estaba mal. Había bastante gente, pero no estaba abarrotado. La música era buena y sonaba lo suficientemente alta como para vernos obligados a acercarnos y alzar la voz para hablar entre nosotros.
—Voy al baño —grité en mitad del grupo, recibiendo un gesto afirmativo de los integrantes, en señal de que me habían escuchado.
De camino a los aseos pensé en Daniela. Se había llevado un buen mosqueo y ni me hablaba, procurando evitar que cruzáramos miradas. Puede que los celos me hubieran jugado una mala pasada y que mi mente retorcida se lo hubiera imaginado todo. Sin duda, me había pasado siete pueblos insinuando que se había restregado con mi colega.
Al regresar del lavabo no encontré a nadie. No había rastro de mi novia ni de mis amigos. Dudé si me había despistado, pero estaba convencido de que los había dejado ahí. Di unas cuantas vueltas para ver si los divisaba, hasta que me topé con Isabelle y Almudena.
—¿Dónde estabais?
—¿No te has cruzado con Manu? —me respondió la francesa, alzando la voz.
—Ha ido a acompañar a su primo al baño, que va un poco tocado —añadió la otra, acercándose a mi oído.
—¿Y Daniela? —inquirí.
—Ni idea…
Vi cómo las dos mujeres se encogían de hombros, dejando claro que no sabían nada.
Igual que en el bar, me dispuse a recorrer el local para ver si la encontraba, pero ni rastro de mi novia, hasta que se me ocurrió salir a la zona de terrazas, a la que se accedía a través de un pasillo contiguo que ya daba al exterior. Mientras lo atravesaba, escuché la voz de Daniela. Estaba justo al otro lado.
Me detuve en seco y miré a través de la rendija que separaba las dos maderas que formaban la pared. Mi chica estaba recostada, justo dándome la espalda. Y frente a ella se encontraba Kike.
—Vas muy pedo —se rio mi novia, pudiendo escucharla gracias a que en esa zona la música sonaba con menor volumen.
A mi amigo me costaba entenderlo. Entre que estaba más lejos y no vocalizaba demasiado, pillaba la mitad de lo que decía.
—(…) noche (…) tremenda.
Escuché las risas de Daniela.
—¡No digas tonterías! —contestó ella alegremente mientras me percataba de cómo Kike ponía una mano en la cadera mi novia—. Y estate quieto —reaccionó, apartándole el brazo.
Observé a mi amigo inclinándose sobre Daniela, como si quisiera cuchichearle algo en el oído.
—No puedo dejar de mirarte —alzó la voz más de lo esperado, aprovechando para volver a agarrarla, esta vez de la cintura.
—Lo sé —respondió mi chica, ahora permitiéndole el contacto—. ¿Te crees que no me doy cuenta? Los hombres sois muy torpes para eso —indicó con gracia.
Contemplé como, ahora sí, Kike lograba susurrarle al oído, acercándose mucho más de lo que me gustaría, empezando a sacarme de quicio.
—Pero no puede ser —aseguró ella—. Te vas a quedar con las ganas —añadió, sin perder el tono jocoso.
—Vamos (…) solo (…) esta (…) poquito… —escuché a duras penas mientras veía cómo mi amigo empezaba a subir por el costado femenino, acariciando la tela del body de Daniela.
—No vayas a hacer nada de lo que mañana te arrepientas —le contestó con tono alegre, sujetándole el brazo para detenerlo, pero sin apartarlo.
Kike dijo algo que no pude entender.
—No te pongas pesado, que tengo novio —le recriminó ella—. Y es tu amigo.
Al parecer no había logrado pararle los pies a ese maldito cabrón, tal y como yo había pensado. Estuve a punto de intervenir, pero recordé el mosqueo de mi chica y eso me detuvo.
—Jo… ya sé (…) Ángel (…) pero (…)
—¿Y a tu novia le parecerá bien? —replicó ella con evidente guasa.
—(…) entiendo (…) por favor (…) mi amor pletórico.
Ahora Daniela soltó una carcajada, soltándole el brazo, gesto que mi supuesto amigo aprovechó para seguir deslizándose por el costado femenino, acariciándola.
—Solo un poco… —oí claramente la súplica de Kike.
—Hostia, tío —rechistó mi novia una última vez, con tono de resignación, pero dejándole hacer—. Suerte que mañana no te vas a acordar de nada… —sollozó mientras el muy cerdo subía hasta alcanzar la base de su pecho, abriendo la mano para abarcar una de sus tetazas, comenzando a estrujársela delante de mis narices.
—Joder… —balbuceó con cara de idiota, flipando con el carnoso tacto del busto de Daniela, como si jamás hubiera sobado un seno de tal calibre.
—Uhm… —me pareció escuchar como si mi chica acabara de soltar un leve gemidito.
La situación se había desmadrado. Iba a intervenir inmediatamente para detenerlos cuando Kike la cagó.
—¿¡Qué coño haces!? —le recriminó Daniela, dándole un manotazo para que dejara de sobarla al tiempo que le hacía la cobra en cuanto el novio de Almudena intentó besarla.
Por lo poco que conseguí entenderle, mi colega comenzó a ponerse extremadamente patético, confesando lo mucho que la deseaba, las pajas que se hacía pensando en ella y que necesitaba besarla. Todo eso sin dejar de suplicar que le permitiera volver a tocarla.
—Mira, niño, te he dejado que pilles un poco de cacho porque me ha hecho gracia que vas borracho. Y yo voy tontorrona —reveló, confirmando mis sospechas—. Eso que te llevas —soltó con un aura de diva inalcanzable—. Pero no te flipes, que tú no tienes nada que hacer conmigo ni en tus mejores sueños.
Mi novia se lo acababa de dejar bien clarito, pero Kike se estaba poniendo demasiado insistente. Así que le paró los pies definitivamente.
—Tío, que eres feíto —lo puso rápidamente en su sitio—. No te puedes comparar con Ángel —logró enorgullecerme—. Y te he visto en pelotas —indicó con tono malicioso—. La tienes enana, joder —lo humilló—. Y a mí me gustan los pollones —soltó como si se le llenara la boca—, como el de tu primo.
Esa confesión me dejó helado.
Aún dándoles vueltas a lo que acababa de escuchar, preferí regresar al interior del pub, donde me encontré con Manu, que estaba pidiendo en la barra.
—¡Ángel, vente! —me llamó, haciendo un gesto con la mano para que me acercara.
—¿Qué pasa, tío?
—Huy, ¿y esa cara? —me sonrió—. Necesitas un copazo —aseguró, dirigiéndose a la camarera para pedirme la bebida.
Aunque ya empezaba a notar que el alcohol me estaba haciendo mella, acepté la invitación. Pensé que me vendría bien desconectar un poco, charlando de algún tema intranscendente.
—Que no, tío, que ha marcado más Mbappé —insistí.
—Déjame comprobarlo.
Mi amigo sacó el móvil y empezó a buscarlo cuando de repente apareció Isabelle de la nada.
—¡Vamos a bailar! —gritó con un gesto divertido, agarrando a su novio por el brazo.
Manu alzó el cuello para mirarme, sonriente.
—Guárdame el móvil —me lo lanzó mientras se dejaba arrastrar hacia la pista.
Me quedé contemplándolos con expresión risueña, hasta que bajé la vista para comprobar que el teléfono seguía encendido. Y, justo antes de que se bloqueara, tuve una revelación, pulsando la pantalla con el dedo.
Me giré para darles la espalda y que no pudieran verme mientras entraba en la aplicación de mensajería. Comprobé si mi amigo tenía alguna conversación con mi novia, pero no encontré nada. El corazón me latía a mil por hora cuando volví a subir a los chats más recientes. Me fijé en los grupos. Y entonces vi uno que llamó mi atención. El nombre era “Foto de la tetas” y los integrantes eran dos: Manu y Pablo.
Me alejé a una zona más discreta donde poder revisar el contenido con mayor tranquilidad, sin dejar de mover la pantalla cada pocos segundos para evitar que se bloqueara. Incomprensiblemente, sentía un sudor frío y una presión en el estómago que no eran normales. No sabía lo que me iba a encontrar, pero tenía mis sospechas.
Pablo te añadió
Pablo añadió a Daniela
Pablo
Manu, tengo algo que te va a gustar…
Jajaja me parece que ya sé lo que es
Esta no la ha visto nadie
Te la has currado
Pico y pala 😂
Pablo
Al final te cobro 😆
Mañana volvemos, se la puedo hacer yo
Pablo
jajajaja
Daniela
Sois unos cerdos
Pablo
Hombre, la tetas!
Pensaba que no ibas a escribir
Daniela
No debería, tu amigo se ha mosqueado por la foto
Jajajajajajajaja
Me fijé en la fecha. Esa conversación era del primer día que fueron a la nudista. Y por la hora de los mensajes debió producirse mientras me quedé solo en la habitación, cuando mi novia se molestó tras preguntarle quién le había hecho la fotografía.
Pablo
Pues suerte que no ha visto la buena
Pásala ya, cabrón
Daniela
Pablo, era solo para ti 😝
¡Serás perra! Jajajaj
Pablo
Manu es de confianza 😄
Daniela
No sé yo…
Va, pásala, que yo también quiero verla jijiji
Abrí la imagen y, para mi desesperación, ante mis ojos apareció una foto similar a la que provocó nuestra discusión, con mi novia tumbada en la toalla, solo que ahora sonreía, mirando a cámara. Y, a diferencia de la otra, en la que se cubría como podía, en esta daba toda la impresión de estar posando, con ambos brazos apoyados en la arena, permitiendo que sus majestuosas tetas se mostraran al natural, toda empitonada, mientras juntaba las piernas, bien cerradas, pero dejando que la imagen captara perfectamente su pubis, totalmente depilado.
Qué buena que estás, zorra!
Pablo
Te gusta, tetas?
Daniela
La foto que no salga de aquí
Y borrar el puto grupo este
Daniela salió del grupo
Pablo
Se ha mosqueado?
Qué va!
Pablo
Entonces mañana volvéis?
Sí, lo ha propuesto ella
Parece que le mola exhibirse
Pablo
Jajajajaja
Pero irá el novio
Me paso y lo conozco
Es un buen tío
Pablo
No lo dudo, pero me la pela
Jajajaja no seas cabrón!
Pablo
Ya veremos
Estaba descolocado. No sabía qué pensar. Tampoco ayudaba la incipiente sensación de mareo debido a la cantidad de alcohol ingerido. Y no se me ocurrió otra cosa que regresar a la barra para pedirme una nueva copa.
Mientras bebía, miré hacia la pista y distinguí a Manu. Seguía bailando. Pero con él no estaba Isabelle. Estaba mi chica. Sentí cómo me retumbaba el corazón, como si quisiera salírseme del pecho.
Ambos movían los cuerpos alegremente, al compás de la música, sin dejar de cuchichear y reír a cada rato. Y él no tardó en empezar con los roces, en cuanto se quedaron quietos para iniciar lo que parecía una conversación más seria. Vi cómo mi amigo y mi novia se arrimaban aún más, ya con los rostros a escasos milímetros para hablarse al oído, momento que Manu aprovechó para acariciar el brazo de Daniela.
Intenté acercarme a ellos para marcar territorio y deshacerme de esa sensación de malestar que me producía verlos juntos, pero sentí que la cabeza me daba vueltas al intentar dar el primer paso. Así que me quedé en el rincón de la barra y pedí una última copa, concluyendo que con la borrachera se me haría más llevadero continuar vigilándolos.
En mitad de la pista, ya no bailaban. Ahora la mano de mi colega se apoyaba en la cadera de mi chica, que volvía a reír cada vez que él le cuchicheaba. Observé cómo Manu iba bajando poco a poco, ya casi tocándole el culo, hasta que Daniela reaccionó. Vi claramente cómo ella le sonreía mientras le apartaba, agarrándole de la muñeca para subirle el brazo con parsimonia, permitiendo que mantuviera el contacto, pero esta vez a la altura de la cintura.
Mas mi competitivo compañero del fútbol no se iba a detener ahí y volvió a la carga. Pude intuir cómo se recreaba al deslizarse nuevamente por el costado femenino, aprovechando que mi novia escuchaba con atención lo que le decía al oído, hasta llegar una vez más a su pantaloncito corto. Esta vez ella no le detuvo y contemplé cómo el muy cabrón avanzaba, empezando a bajar lentamente por la tela de los shorts, logrando alcanzar una de sus nalgas, agarrándosela.
Absorto, centré toda mi atención en la maldita sobada, que duró apenas unos segundos, lo que Daniela tardó en darle un manotazo. Al alzar la vista descubrí cómo ambos reían. Di un sorbo a mi bebida, digiriendo el mal trago, mientras veía cómo la expresión de ella cambiaba, poniendo cara de circunstancias, con el gesto torcido, pero sin perder el semblante risueño. Su rostro era puro morbo. Volví a bajar la mirada. Manu estaba magreándole el culo.
No entendía qué coño estaba sucediendo. Joder, eran mi novia y mi colega. Una sensación de rabia se apoderó de mí, contemplando cómo ella se dejaba tocar descaradamente mientras echaba un vistazo a cada lado, como si estuviera temerosa de que los pillaran. Pero mi ambicioso amigo no parecía conformarse y empezó a llevar la mano aún más abajo, hasta alcanzar el muslo desnudo de mi chica.
Cuando Manu intentó colar un dedo bajo los shorts de Daniela, se llevó una buena hostia.
***
Al despertar tuve la sensación de que la habitación estaba dando vueltas. Cerré los ojos y palpé a ciegas el lado del colchón de Daniela. Estaba vacío, pero se notaba aún caliente. Me levanté a duras penas. La cabeza me iba a estallar.
Pensando dónde estaría mi chica, comencé a bajar las escalares de la casa rural, que estaba completamente en silencio. Después de la fiesta del día anterior, todos se levantarían tarde. Llegué frente a la puerta corredera que daba al patio trasero. Estaba entreabierta y escuché la voz de mi novia al otro lado.
—Pues ponte encima mío, qué remedio…
—Es que si no, no puedo.
La voz masculina me resultó familiar. Me acerqué para echar un disimulado vistazo y no me pude creer lo que vieron mis ojos.
Daniela estaba en bikini, tumbada boca abajo en una hamaca. Y, a horcajadas sobre ella, sentado encima de sus muslos, casi dándome la espalda, se encontraba Pablo, haciéndole un masaje.
Estuve a punto de salir a poner fin a todo lo que estaba sucediendo con mi novia cuando de repente tuve un perturbador recuerdo que había olvidado por completo.
Por culpa del pedo que llevaba el día anterior creía que la fiesta había concluido tras la torta que Daniela le dio a Manu, omitiendo cómo acabó la noche realmente. Aunque no sabía en qué momento apareció Pablo, aún con lagunas, a mi mente llegó la conversación que tuve con él a última hora.
—He visto la foto —recordé soltarle con tono severo.
—¿De qué coño hablas?
No me habría importado decirle que hablaba del coño de mi novia. Más que nada para dejárselo bien claro desde un principio. Pero la escasa lucidez que me ofrecía la melopea me impedía ser ocurrente.
—Foto de la tetas —repetí el nombre del grupo que había leído en el móvil de Manu.
Vi cómo Pablo mostraba una sonrisa chulesca, sobrada de prepotencia.
—¿Te la ha enseñado ella?
—Para empezar, tiene nombre. Se llama Daniela. Así que respétala.
—¿Le has preguntado si le gusta? Porque creo que se pone cachonda cada vez que la llamo tetas.
La soberbia de Pablo estaba empezando a desquiciarme.
—Tanto años juntos y aún no la conoces —prosiguió—. No tienes ni idea de lo guarra que es tu novia, ¿verdad? —sonrió con una mueca burlona.
—¿Te costó mucho convencerla? —intenté contraatacar, sabiendo que Daniela no se habría dejado hacer la foto de primeras.
—Te he visto en la nudista —me ignoró—. La tetas es mucha mujer para tan poco hombre.
No supe qué decir. Sentí sus hirientes palabras como si me hubiera golpeado directamente con el puño en el estómago, logrando que comenzara a sentirme ligeramente avergonzado por el tamaño de mi pene. Quise responder, pero él ya no me dejó.
—Mira que Manu me advirtió que eras buen tío, pero a mí me parece que eres un pequeño payaso —me denigró—. Querías tocarme los huevos y el tiro te va a salir por la culata —soltó en tono amenazante—. Las Palmas es una ciudad pequeña, no querrás que la foto vaya circulando por ahí, ¿no? —me chantajeó mientras me sonreía—. Podría etiquetarla con el hashtag #tetas —concluyó, vacilándome.
—¿Qué quieres? —pregunté, suavizando el tono, ya con los pantalones bajados.
—¿Qué me ofreces de tu novia? —me soltó con chulería.
Me quedé parado, sin poder de reacción, sintiendo una mezcla de rabia e impotencia.
—Dile que has perdido una apuesta conmigo y que mañana a primera hora iré a hacerle un masaje —me propuso con entonación maliciosa—. No te preocupes, que no le meteré mucha mano —añadió, mofándose de mí.
Pero la noche no acabó ahí, por desgracia. Lo peor aún estaba por llegar. Lo último que recordaba era el tremendo mosqueo de Daniela cuando le tuve que mentir, contándole lo que ese cabrón me había transmitido. Y todo para evitar que la denigrara.
—Estás muy tensa, tetas —oí la voz de Pablo, devolviéndome al presente.
—No sé qué coño harías para engañar a Ángel —respondió mi chica con desdén—. Llevas deseando esto desde que me viste el primer día —aseguró en tono de reproche—. Y me llamo Daniela —añadió de mal humor, sacándome una ligera sonrisa.
—Qué culpa tengo yo de que tu novio intentara vacilarme —replicó, continuando con el masaje, ahora deslizando los dedos por su cuello—. Fue él quien te utilizó, vendiéndote como si fueras un trozo de carne, el muy cobarde…
¡Qué pedazo de cabrón!
—Tienes razón, perdona —suavizó el tono—. Uhm —soltó un leve sollozo—, ahí.
—¿Aquí? —insistió, aumentando la presión en la parte superior del trapecio—. ¿Te duele?
—Un poco. Uhm…
Durante unos segundos se hizo el silencio, mientras Pablo se recreaba en la zona, logrando que mi chica comenzara a ronronear.
—Uf… —resopló Daniela cuando él aflojo los frotamientos—. Lo haces bien.
—Y solo hemos empezado… —soltó con chulería mientras deslizaba pausadamente ambas manos sobre el cuerpo de mi novia, dándole una suave y larga caricia, bajando por su espalda, desde el cuello hasta la cintura.
—Igual tampoco está tan mal que mi chico perdiera la apuesta… —replicó ella con tono alegre—. De momento te doy un aprobado.
Pablo soltó una carcajada, aprovechando el beneplácito para agarrar a mi novia por los costados, llegando a meterse por debajo de su tronco para empezar a masajearle cerca del vientre.
—Joder… —balbuceó Daniela, mordiéndose un labio, ya dejándose hacer.
Él comenzó a recorrer cada centímetro del moreno de su piel, llegando a dejarle la marca de los dedos a su paso, señal de cómo la estaba magreando, hasta que se coló bajo la tira trasera de la parte de arriba del bikini.
—Estate quieto —protestó mi chica cuando Pablo intentó desabrochar la pieza.
—Necesito subir nota —respondió con gracia mientras deslizaba una mano por el costado de Daniela, jugando suavemente entre sus costillas, como si ya tuviera permiso para tocar dónde y cómo quisiera—. Y esto me molesta —tiró de la prenda, haciéndola rebotar contra la espalda femenina.
Ella se rio y Pablo no perdió la oportunidad de deshacerse del cierre del bikini, desabrochándolo definitivamente.
—¿Qué haces? —protestó mi novia, doblando los codos para alzar el tronco mientras se cubría el pecho con un brazo, sujetándose la prenda, al tiempo que giraba el cuello para echar un vistazo hacia atrás—. ¡Joder! —se sorprendió—. ¿Te has puesto cachondo? —preguntó, sin apartar la vista del bañador de Pablo.
Desde mi posición no podía verlo, pero me imaginé que ese cabrón debía estar empalmado, con el paquete a escasos centímetros del culo de mi chica.
—¿Tú qué crees, tetas? —replicó con arrogancia.
—Por lo que veo, parece que bastante —respondió con una sonrisa socarrona.
Al parecer, a mi novia ya no le molestaba el mote. Sentí una fuerte presión en el estómago y una incipiente arcada me sobrevino. La cosa se estaba poniendo fea, pero después de lo que ocurrió la noche anterior, no podía intervenir. Solo podía mantener mi posición, oculto como un maldito mirón mientras rezaba para que la situación no fuera a mayores.
—Anda, termina ya con el masaje —concluyó Daniela, tumbándose de nuevo, ahora con la parte de arriba del bikini sin abrochar.
—¿Ya? —preguntó Pablo con evidente sarcasmo—. ¿Es que no te está gustando?
—Notable —le subió la nota—. De momento… —oí a duras penas, pues mi chica bajó el tono de voz.
Observé cómo el dueño de la casa rural volvía a la carga, reanudando el masaje con nuevos magreos sobre la espalda de Daniela, ahora recreándose en los costados, especialmente a la altura del bikini.
—Pablo… —protestó mi novia con un hilillo de voz, antes de emitir un leve sollozo—. Uhm…
—Mira que estás buena, tetas… —la piropeó, hundiendo aún más las manos, que empezaban a desparecer de mi vista, ocultándose tras la prenda desabrochada.
—Tío, te estás pasando… —se quejó ella una vez más, pero sin hacer nada para detenerlo.
Yo ya estaba al borde del infarto. Aunque la pieza del bikini me impedía asegurarlo, me imaginé que los dedos de Pablo ya debían haber entrado en contacto con el lateral de la base de los senos de mi novia, comenzando a meterle mano. De ahí sus protestas.
—Anda, sigue con las piernas mejor —indicó Daniela finalmente, doblando las rodillas para alzar los pies, en un gesto que me pareció de lo más sensual—, que estás empezando a rozarme con el paquete, cabrón.
Su tono no parecía de indignación, más bien sonaba a pura excitación. Y me sentí culpable. No habíamos echado ni un mísero polvo desde que estábamos en la casa rural. Eso, unido a que los dos primos no habían parado de acecharla y que ahora tenía al amigo de Manu dándole un buen magreo, formaban un cóctel perfecto para que mi chica estuviera cachonda como una mona.
¡ZAS!
—¡Au! —se quejó Daniela tras el sonoro azote que le arreó su improvisado masajista—. Eres un bestia —sollozó, aderezando la queja con una suave entonación de lascivia.
Pablo colocó ambas manos en la parte alta de los muslos de mi novia, prácticamente sobándole el culo, mientras se retiraba ligeramente, hasta quedar sentado a la altura de los gemelos femeninos.
Me fijé en el trasero de mi chica, pudiendo apreciar la marca de los dedos que el muy cabrón le había dejado en la zona de la nalga que no llegaba a cubrir la pieza del bikini.
—Voy a por el excelente… —la chuleó él, provocando las risas de Daniela al tiempo que movía las manos hasta la parte baja de los isquiotibiales, empezando a subir lentamente, recreándose—. Abre las piernas —le ordenó.
—Eres un hijo de puta —rechistó mi novia, rechinando los dientes.
Para mi sorpresa, vi cómo ella separaba las rodillas, permitiendo que Pablo comenzara a adentrarse entre sus muslos, ya sobándola a conciencia.
No sé cuánto tiempo estuvo ese cabrón manoseándola, pero se me hizo eterno, viendo cómo le palpaba cada rincón de la parte interna de su musculatura, acercándose peligrosamente a su entrepierna. Desde mi posición podía apreciar la rajita de mi chica, únicamente cubierta por la fina licra de la parte de abajo del bikini. Me la imaginé empapada. No podía permitir que la cosa fuera más allá. Tenía que intervenir.
—Para —jadeó Daniela, tirando una mano hacia atrás para agarrar el brazo de Pablo, deteniéndolo cuando apenas estaba a unos escasos centímetros de alcanzar la ingle femenina—. Te doy el excelente, pero para ya —concluyó con la respiración acelerada.
—Quiero matrícula de honor —replicó con una desproporcionada prepotencia—. Date la vuelta —le ordenó nuevamente, ahora con tono severo.
Mi novia le hizo caso, volviendo a cruzar un brazo sobre su pecho para evitar que se le cayera la pieza de arriba del bikini.
—Joder, guarro, vaya bulto que llevas… —abrió los ojos como platos, mirando en dirección a la entrepierna de Pablo.
—¿Quieres verla? —soltó con chulería, agarrándose el bañador por los costados.
—No —aseguró—. Te dejo que termines el masaje, pero mantén ese monstruo guardadito —sonrió con picardía.
—Como quieras —aceptó Pablo, llevando una mano al vientre de mi novia, acariciándoselo—. Enséñame las tetas.
Daniela soltó una carcajada.
—De eso nada —rechistó finalmente, aún con el semblante risueño.
—Si ya te las he visto…
—Pero es distinto… no estamos en una nudista —le sacó la lengua—. Y mi novio está arriba durmiendo.
—Por eso, no se va a enterar —se cachondeó, haciendo reír a mi chica, sin dejar de palparle la boca del estómago.
—No voy a engañar a Ángel —aseveró, logrando que, por un momento, me sintiera algo mejor—. ¿Por qué me dejaste sola en el bar? —añadió con voz melosa.
—Porque no quería joderle la noche a tu novio.
Daniela soltó una nueva carcajada.
—Eres un creído —desdeñó—. Te aprovechas porque estoy cachonda —confesó, luciendo una mueca de lo más morbosa—. Pero no vas a conseguir mucho más —aseguró.
—Enséñamelas, que lo estás deseando, tetas —replicó con suficiencia.
Vi cómo mi novia movía el brazo con el que se cubría el pecho, agarrando la pieza del bikini para retirarla, dejando a la vista sus dos pedazo de berzas, con los pequeños pezones claramente erguidos. Yo estaba alucinando.
—Lo último que te permito —ratificó Daniela, sonriendo con expresión lasciva.
—Ahora recuerdo por qué te llamo tetas —bromeó Pablo, sin apartar la vista del generoso busto femenino mientras comenzaba a deslizar las manos por su torso.
—Qué tonto eres —rio mi chica, transformando el gesto en una mueca rebosante de encanto—. Pero gracias…
Eso me jodió. Y más aún al ver cómo él se inclinaba hacia delante, alcanzando su objetivo. Rodeó con ambas palmas los senos de mi novia, antes de clavarle los dedos en la carne, dándole una buena sobada desde la base, masajeándoselos, hasta llegar a las areolas, y terminar pellizcándole los pezones.
—Ah… —jadeó Daniela, con la boca abierta, al parecer muriéndose de gusto.
¡Se acabó! Ese maldito hijo de puta se había pasado de la raya. Iba a salir a darle un merecido guantazo cuando…
—Aparta la polla —se quejó mi chica, llevando un brazo hasta el pecho de su masajista, empujándolo.
Supuse que Pablo le había restregado todo el paquete por el coño. Pero no pude darle muchas vueltas. Tuve que salir corriendo cuando vi que Daniela se separaba de él, alzándose de la hamaca para recoger la pieza del bikini que yacía en el suelo antes de alejarse en dirección a la puerta corredera, desde donde había contemplado todo lo que había sucedido.
Cuando mi novia entró a la habitación yo ya estaba tumbado en la cama, haciéndome el dormido.
—¿Daniela…?
Pero no recibí contestación. Tras desprenderse del bikini y colocarse únicamente uno de sus típicos tangas, se estiró a mi lado, sin decir nada.
—Buenos días, cari… —insistí, girándome hacia ella para rodearla con un brazo, acariciándole un pecho.
Por el momento, quise dejar apartado todo lo sucedido, desde la intrahistoria de la foto en la nudista hasta el reciente masaje del dueño de la casa rural, pasando por las sobadas de anoche de ambos primos a mi novia. Ya habría tiempo de reprochárselo. Pero en ese instante, aprovechando que los demás dormirían hasta tarde, pensé que era una buena ocasión para quitarle el calentón que llevaba días arrastrando.
—¿Ahora quieres follar? —replicó ella de mal humor—. ¿Ni me preguntas cómo ha ido con Pablo? —me agarró por la muñeca, apartándome—. Ni te has preocupado —se quejó.
—Tienes razón, qué…
—Déjalo Ángel —me cortó, haciendo un aspaviento.
Vi cómo mi chica se levantaba de la cama, dirigiéndose al armario para acabar vistiéndose con una prenda veraniega de una sola pieza, una especie de pareo de tela fina que le hacía un escote bastante holgado.
—¿No te vas a poner sujetador? —inquirí.
—Más tarde, hace mucho calor.
—Se te va a ver todo con eso.
—Están todos acostados —reseñó.
Aunque los síntomas de malestar tras la borrachera del día anterior no habían desaparecido y me habría quedado durmiendo de buena gana, preferí acompañar a Daniela, que bastante enojada estaba ya por mi supuesta apuesta con Pablo. Para mi desgracia, al bajar a la cocina descubrimos que Manu ya se había levantado.
—Buenos días, pareja —saludó como si nada mientras se preparaba el desayuno—. Con la que llevabas anoche pensé que sobarías hasta tarde —me sonrió con una de sus típicas muecas.
—Tengo un resacón del quince —confirmé, percatándome de cómo a mi amigo se le iban los ojos hacia el busto de mi novia, que si de por sí ya llamaba la atención, con ese atuendo era un escándalo.
Eché una mirada de reproche a Daniela, pero ella reaccionó con un gesto de desdén, estirándose para abrir el armario donde estaban las tazas, situado en la parte de arriba. El movimiento hizo que la tela de la holgada prenda se desplazara, provocando que se le saliera media teta, enseñando parte del pezón.
—Niña, tápate, que uno no es de piedra —soltó Manu con chulería, sin cortarse ni un pelo, aún estando yo presente.
—¡Huy! —se recompuso rápidamente, llevando una mano al escote para recolocárselo—. Mejor voy a cambiarme —indicó con una tímida sonrisa, exhibiendo la portentosa belleza de su rostro.
—Muy pendiente estás tú de Daniela… —le eché en cara a mi amigo, una vez a solas.
Manu sonrió.
—Fuiste tú quien me lo pidió, ¿recuerdas? —replicó con astucia—. Y te dije que luego no te quejaras —puntualizó jocosamente.
—Pero no te pases… —le advertí, viendo cómo se alejaba hacia el patio trasero con gesto airoso, dejándome con la palabra en la boca, como si para él el asunto no tuvieran mayor relevancia.
Aunque aún me dolía el recuerdo de la imagen de mi supuesto colega sobándole el culo a mi novia, al menos ella le había parado los pies con contundencia y estaba seguro de que las cosas no iban a ir más lejos. Así que lo dejé estar, convencido de que no había sido más que una noche de locura.
—Joder, Daniela, mira que te lo avisé —le recriminé a mi chica en cuanto regresó de la habitación, ya con el sostén bajo el pareo.
—Pero si ya me las ha visto en la nudista, qué más da —le restó importancia.
—Pues nada, ves todo el día con las tetas al aire —reaccioné de forma airada, enfadado por no haberme hecho caso.
—Que te den, Ángel —se rebotó—. Encima que esta mañana he tenido que aguantar al sobón de Pablo por tu puta culpa —desdeñó con tono furioso.
—¿Se ha pasado el gilipollas ese?
Daniela soltó un gruñido, cogiendo la taza de café que le había preparado, y salió de la cocina en dirección a la piscina, donde Manu ya estaba dándose un baño.
Lo cierto es que con el mosqueo que mi novia llevaba encima iba a estar complicado que accediera a tener sexo para quitarle el calentón. Por suerte solo quedaba una noche y a la mañana siguiente volveríamos a la ciudad, dejando atrás los sucesos de los últimos días y retomando nuestras vidas con normalidad.
***
Se notaba que ya no éramos unos veinteañeros y la fiesta de la noche anterior nos pasó factura. Así que estuvimos todo el día descansando, sin salir de la casa rural.
Después de comer, mientras disfrutábamos de una relajada tarde de piscina, me quedé observando a los dos primos, pensativo. No sabía si la relación con mis compañeros del fútbol iba a ser la misma después de lo que había ocurrido durante la semana.
Por un lado me jodía saber que ambos habían traicionado nuestra amistad por intentar algo con mi novia. Pero al mismo tiempo tenía una sensación de triunfo, pues Daniela los había rechazado y los muy idiotas se iban a quedar con las ganas de estar con un pibón tan espectacular del que solo yo podía disfrutar. A pesar de todo, en esa casa seguía siendo yo el puto amo.
Aprovechamos la última noche para cenar algo ligero en el patio, igual que el primer día. Y, tras el picoteo, no tardamos en retirarnos a las habitaciones.
—Estoy muerto —indiqué, estirando los brazos para desperezarme, soltando un bostezo.
—¿Vamos a dormir? —me propuso Daniela.
—Yo estoy igual —aseguró Kike, que pareció no poder evitar bostezar al verme.
—Anda, vamos a la cama —sonrió Almudena al contemplar la cara de sueño de su novio.
—¿Tú qué haces? —inquirió Isabelle, dirigiéndose a su pareja.
—Yo me voy a dar un bañito en la piscina —soltó Manu, provocando los gestos de desaprobación de la francesa.
—Pues ahí te quedas —replicó con gracia, levantándose para acompañarnos al resto hacia los dormitorios.
—Buenas noches —nos despedimos todos del único que se quedó en el patio.
Una vez a solas en la habitación, tanteé a mi novia, que parecía más receptiva después de haber estado todo el día de relax.
—¿Me ducho y hacemos algo? —tonteé con ella, en plan juguetón, pellizcándole cariñosamente en el brazo.
—No sé yo… —mostró una de sus características muecas repletas de encanto—. No te lo mereces.
Forcé una expresión de falsa tristeza.
—No me das pena —esgrimió con un gracioso mohín.
—Si sé que tú también tienes ganas, cari… —volví a darle un pequeño pellizco.
—¡Quita! —rechistó, apartando el brazo, mas empezando esbozar una mueca sonriente.
—¿Buscamos un hotel? —bromeé, recordando la promesa que le hice durante los magreos que nos dimos en la playa.
Mi chica ya no logró ocultar su preciosa sonrisa.
—Anda, ve a ducharte y luego ya veremos —concluyó.
No pude evitar sonreír. ¡Qué ganas tenía de volver a echar un polvo con el amor de mi vida!
Fui tan rápido como pude, deseando regresar a la habitación cuanto antes. Cuando lo hice, ya estaba empalmado.
—¿Se puede saber qué es esto? —me recibió Daniela con el gesto torcido.
Mi novia me estaba mostrando mi propio teléfono móvil. En la pantalla se mostraba un chat de Alejandra. Se me hizo un nudo en la garganta.
—Lee —me instó, claramente mosqueada.
—¿Cuándo vuelves, guapo? —empecé a leer en voz alta—. Te echo de menos. Mira lo que te pierdes.
Daniela deslizó el dedo para bajar en la conversación y apareció una foto de mi compañera de gimnasio envuelta en sus típicas mallas. Cerré los ojos.
—Me voy a la piscina con Manu —soltó mi novia—. Así tienes tiempo de contestar a tu amiguita. Que no sé quién es, por cierto.
—Es una comp…
—Cállate, Ángel.
Observé cómo mi chica se cambiaba, poniéndose el bikini.
—Y ni se te ocurra bajar —me advirtió mientras salía de la habitación, dando un portazo.
¡Menuda cagada! Debí haberle hablado de Alejandra. Estuve un rato pensando. No sabía cómo reaccionar. Conocía muy bien a mi novia. Tenía un pronto demasiado fuerte y si iba a buscarla se mosquearía aún más. Pero tampoco podía quedarme esperando sin hacer nada.
Descendí por las escaleras en dirección al patio trasero de la casa. Llegué hasta la puerta corredera y, antes de cruzar, me quedé pensativo, mirando hacia la piscina. Daniela y Manu estaban metidos dentro.
—¿En serio? —rio mi amigo.
—Como te lo cuento, tu colega Pablo se ha pasado un montón —pareció insistir mi chica.
Desde donde estaba los veía bastante bien, pudiendo incluso apreciar perfectamente el generoso contorno del busto de mi novia, pues tenía a ambos de perfil, uno frente a otro, en la zona que no cubría, con el agua llegándoles por encima de la cintura.
—Lo tienes loco —se cachondeó Manu, aún entre risas.
—Mira quién fue hablar…
—¿Qué? —reaccionó él, poniendo una pose divertida.
—Ahora no te hagas el inocente…
Mi colega soltó una carcajada.
—¿Lo dices por la miradita de esta mañana? —esgrimió una mueca de pillería—. Yo qué culpa tengo de que vayas por ahí enseñando los pezones delante de tu novio… —se burló.
—¡Idiota! —le dio un amistoso manotazo en el hombro—. Si solo hubiera sido esa miradita… Eres igual que tu primo —desdeñó Daniela.
—Hombre, igual, igual… —chasqueó Manu, esbozando un gesto chulesco, haciendo reír a mi chica.
—No me refiero a eso, tonto —sonrió, echando una ojeada hacia el agua—. Los dos sois unos guarros —alzó la vista nuevamente—. Ninguno habéis perdido nunca la ocasión de mirarme más de la cuenta —le recriminó—. Pero tienes razón, igual, igual no sois… —acabó transformando la expresión en una sonrisa socarrona.
—Por algo le diste la peor nota a su ridícula pichita, ¿no? —se cachondeó, burlándose de su primo a la par que provocaba que ella soltara una carcajada.
La conversación me tenía descolocado. Por un lado, estaba descubriendo que mi colega Manu también se comía con los ojos a mi novia desde hacía tiempo. Y por otro, me quedé pensando en qué momento Daniela habría puntuado el pene de Kike…
—Qué malo eres… —terminó mostrando una sonrisa repleta de picardía—. Pero no desvíes la atención, que estábamos hablando de ti —resolvió mi chica, ahora esgrimiendo una de sus encantadoras muecas—. Si pudieras te daría igual Isabelle y Ángel con tal de echarme un polvo.
Vi cómo Manu sonreía.
—Ya me lo demostraste anoche —desdeñó Daniela.
—No me lo recuerdes, que me pongo cachondo —replicó, provocando una nueva oleada de risas femeninas.
Observé cómo mi amigo se acercaba a ella para acabar dándole una caricia en el brazo.
—Anoche lo pasamos bien… —afirmó Manu con un deje de seguridad en sí mismo.
—Tú sobre todo… —puntualizó mi novia, aún sonriente.
—Pues no te apartaste cuando te sobé el culo… —contraatacó, deslizando la mano hacia abajo, hasta introducirla dentro del agua.
Se me hizo un nudo en la garganta.
—¡Cómo se te ocurre! Si nos llegan a ver… —protestó mi chica, frunciendo el ceño.
—Esa hostia te la debo —replicó él con arrogancia.
—Ya te lo dije —reaccionó Daniela, ahora con el rostro serio—. Tengo novio. Y entre tú y yo no va a pasar nada —aseguró, sujetándole para detener la incursión masculina.
Sonreí. Se confirmaban mis sospechas. Estaba claro que mi chica había estado más suelta de lo debido por culpa del calentón. Pero podía confiar en ella.
—Te entiendo, Ángel no se lo merece, es un buen tío —indicó Manu, volviendo a acariciarle el brazo—. Reconoce al menos que te apetece… —sonrió con aires de grandeza.
—¿Quieres que te confiese algo? —balbuceó mi novia, con un tonillo que me pareció más sensual de lo que me habría gustado.
—Sorpréndeme…
—Yo ya me imaginaba que ibas bien servido ahí abajo… —recuperó la sonrisa, ahora con cierta picardía, volviendo a desviar la mirada hacia el agua.
—Ah, ¿sí? —sonrió Manu con evidente chulería, comenzando a retroceder hacia el borde de la piscina—. ¿Y eso?
—Esas cosas se notan… —gesticuló, mordiéndose un labio—. Cuando te miraba el paquete ya me parecía que tenías un buen bulto… —reveló, esbozando una mueca lasciva.
Ese descubrimiento sí que no me la esperaba. Ya no es que a mi novia pudiera hacerle gracia el tamaño de mi colega después de haberlo visto en una playa nudista, es que la muy cerda se había fijado previamente.
—¡Serás guarro! —sonrió mi chica cuando Manu se impulsó con ambas manos para acabar sentado en el borde de la piscina, quedando solo con los pies dentro del agua.
El cabrón ya estaba empalmado. A pesar de verle de costado, pude apreciar cómo le sobresalía el grueso paquete por encima de los muslos. Tenía el pene ladeado hacia mí y, con el bañador mojado, casi pude distinguir el contorno de su glande, que me pareció enorme.
—Y eso que nunca me la has visto a tope… —se vanaglorió mi colega, llevándose la mano a la entrepierna para marcar aún más la polla, enseñándosela a mi novia a través de la empapada prenda.
—Uf —soltó un bufido—. Deja de hacer eso…
—Si lo prefieres… —replicó con una soberbia desmedida, agarrándose el bañador por los costados.
—¿¡Qué coño haces, loco!? —se sorprendió Daniela.
No me podía creer lo que estaba viendo. Mi amigo Manu se deshizo de la única prenda que llevaba para acabar quedándose en pelotas delante de mi novia. El muy cabrón abrió las piernas, dejando que su pesado miembro colgara entre sus muslos, impidiéndome comprobar el tamaño real de su polla en erección. Aunque, por lo poco que apreciaba, no parecía baladí.
—Tío, guárdate eso —se quejó mi chica, echando un vistazo hacia la puerta corredera—. Que puede bajar alguien…
Mirando a los ojos de Daniela, noté cómo se me aceleraba el corazón. Pero estaba oculto en la oscuridad y ellos no podían verme desde fuera.
—¿Te gusta? —sonrió Manu, llevándose una mano a la entrepierna para comenzar a acariciársela.
Mi novia volvió la atención hacia mi amigo, mirándole el rabo, pero no dijo nada.
—Cuando el otro día nos quedamos solos con Pablo bien que dijiste que te gustaban gordas —insistió él, provocándome una sensación de tremenda desazón, pues cada vez descubría más cosas que desconocía.
—Vaya peligro tenéis los dos —rio Daniela, sin apartar la vista de su polla—. Es muy bonita.
Sentí una punzada de dolor en el vientre.
—Pero guárdatela, en serio —insistió Daniela—. O métete en el agua al menos.
Mi amigo le hizo caso, dando un pequeño salto para adentrarse en la piscina nuevamente, acercándose a mi novia.
—No me has respondido —indicó Manu.
—¿A qué?
—A si te apetece…
Daniela esbozó una pequeña sonrisa al mismo tiempo que mi colega llegaba hasta ella, volviendo a acariciarle el brazo.
—¿Tú qué crees, tonto? —respondió melosamente—. Pero no voy a ponerle los cuernos a Ángel.
Sentí un sabor agridulce.
—¿Estás segura? —insistió, luciendo una de sus típicas muecas, sin dejar de hacerle mimitos—. Si no se va a enterar —argumentó el hijo de puta.
—Que no, Manu, que le quiero. Y no pienso serle infiel.
—Date el gusto al menos —reaccionó él, ahora llevando la mano a la cintura de mi chica para seguir sobándola.
—Serás cabrón… —rechistó, gesticulando con el mentón—. No puedo hacerle esto a Ángel… —sonó como si se estuviera arrepintiendo.
Hubo unos segundos de tenso silencio en los que creí que todo se había acabado, cuando mi chica volvió a hablar.
—Esto me puso mala anoche… —confesó, descolocándome, pues no sabía a qué se refería.
—Si no dejabas de menear el culo encima mío, guarra…
Se me desencajó la mandíbula, empezando a sospechar lo que estaba ocurriendo bajo el agua al tiempo que confirmaba que hubo roces mientras Daniela estuvo sentada sobre mi colega.
—Uhm… esa boca… —protestó mi chica, luciendo una mueca de pura lascivia—. Joder, Manu, no puedo cerrar la mano… —afirmó, esbozando una pícara sonrisa.
De repente, todo pasó demasiado rápido cuando observé cómo él se echaba hacia delante, intentando darle un muerdo a mi novia, que se apartó ligeramente, inclinándose hacia un costado.
—Cerdo, que Ángel es tu amigo… —le recriminó, remarcando aún más la sonrisa de zorra al tiempo que alzaba los brazos, sacándolos del agua.
—A ver si yo puedo cerrarla —replicó él con chulería, cercando uno de los melones de mi novia, clavándole los dedos para estrujárselo.
—Uhm… —gimió Daniela, mordiéndose un labio—. Ah… —jadeó tras el manotazo que Manu le dio en la ubre, haciéndola rebotar contra la otra—. Cabronazo… —balbuceó entre dientes, con el rostro desencajado.
—Me ponen mucho tus tetas —aseguró Manu con entonación lujuriosa—. Nunca te las había visto antes —insistió en el magreo, palpándole el pecho a conciencia—. Y en la playa me impactaron —soltó con su típica mueca burlona—. Las tienes bien gordas, mucho más que Isabelle —siguió camelándola, logrando que mi chica no dejara de sollozar con cada sobada.
—¿Te gustan más que las de Mónica? —bufó, dejándose meter mano.
—Sabes que sí. Anda, ¿por qué no me las enseñas otra vez?
—Eres un hijo de puta…
Anonadado, contemplé cómo se precipitaban los acontecimientos definitivamente, con mi novia llevándose las manos a la espalda para deshacerse del cierre del bikini, quitándose la pieza de arriba y quedándose con el pecho al aire.
—Vaya berzas, zorra —esgrimió mi colega con una mueca repleta de chulería mientras volvía a las andadas, alzando un brazo para sobar una de las tetazas de Daniela, ahora sin tela de por medio.
—Uf… no me hagas esto, joder… —cerró los ojos, disfrutando del magreo de Manu—. Quiero mucho a Ángel… no podemos… en serio —concluyó, agarrándole el brazo para apartarlo—. De verdad, es mejor que entremos y nos vayamos a dormir… Vamos a hacer como si esto no hubiese pasado…
—¿Tú crees que yo me puedo dormir así…? —replicó él, dándole la vuelta a la situación, sujetando la muñeca de mi novia para guiarla bajo el agua.
—Tío, eres un cabrón… —rechinó entre dientes, haciendo una breve pausa mientras se miraban a los ojos, empezando a mover el brazo—. Uf… vaya polla, joder…
La situación se había desmadrado hasta un nivel incontrolable. Daniela estaba pajeando a mi supuesto amigo delante de mis narices. La cabeza me decía que saliera a poner orden, pero el dolor de la traición hacía que me sintiera humillado, impidiéndome actuar como debería, deteniéndolos para que no siguieran mancillando mi hombría. Lo cierto es que todo lo que estaba ocurriendo me empequeñecía y no me veía con valor para evitarlo, empezando a creerme que mi picha era poca cosa para una mujer del calibre de mi novia, tal y como había dicho Pablo, y que era normal que se sintiera atraída por alguien más dotado como Manu. Si los descubría era como asumir que se estaban burlando de mí. En ese instante, empecé a aceptar mi derrota, viendo cómo ese hijo de puta hundía las manos en al agua, agachándose para acabar sacándolas con la parte de abajo del bikini de mi chica, dejándola completamente desnuda.
—Hemos de parar… —jadeó ella—. De verdad que no puedo hacerle esto a Ángel… —se separó, retrocediendo ligeramente.
—Está bien… ya dejo de calentarte —la chuleó, con una suficiencia que daba miedo, luciendo una vez más su habitual mueca burlona mientras jugaba con la prenda que acababa de quitarle a mi novia.
—Gracias… —sonrió, respondiendo jocosamente al tiempo que le arrebataba la pieza de las manos.
—Pero tendrás que acompañarme a un sitio…
Daniela frunció el ceño.
—¿A dónde? —inquirió con un tonillo de desconfianza, esbozando una expresión repleta de encanto.
—Es secreto —replicó con gracia, provocando nuevas risas de mi novia.
—Pero paras, eh… —le advirtió, aún risueña.
El primero en salir de la piscina fue Manu. Ahora sí lo pude ver bien. El muy hijo de puta tenía una erección de campeonato. Sin ser muy larga, su polla dura era extremadamente gorda, rebotándole entre los muslos a cada paso.
—No hace falta que te pongas la parte de arriba —le sugirió a mi novia mientras él se vestía con el bañador, marcando todo el contorno de su cipote—. Puedes usar mi camiseta —le ofreció.
—Vale —aceptó Daniela, colocándose la pieza inferior del bikini dentro del agua, evitando salir en cueros.
No quise arriesgar a que me descubrieran, así que no tardé en dejar mi posición, dirigiéndome a nuestro dormitorio.
***
Estuve un rato en silencio, haciéndome el dormido, esperando escuchar cualquier ruido que me diera una pista de lo que estaba sucediendo fuera, pero nada.
Habrían pasado más de diez minutos cuando empecé a pensar dónde estarían. Me vino a la mente la broma que le había hecho a mi chica sobre el hotel y llegué a creer que podían haberse marchado de la casa rural. Pero era una auténtica locura. Y entonces lo recordé.
Subí a la buhardilla. Con las pulsaciones exageradamente aceleradas, sintiendo el retumbar de mis propios latidos, intenté escuchar a través de la puerta de la estancia secreta, pero no se oía nada. Probé a abrirla. Seguía cerrada. Di media vuelta y me metí en la sala del otro lado. Me extrañó comprobar que las pantallas ya estaban encendidas. Cambié las cámaras, buscando la que me interesaba, hasta que di con ella. Ahí estaban ambos.
Mi amigo Manu se encontraba en pelotas, recostado en la cama con la espalda apoyada en el cabecero y las piernas ligeramente separadas, sobándose lentamente el grueso falo. Frente a él, de pie, aparecía mi chica, sin camiseta, únicamente con la parte de abajo del bikini.
Me fijé que estaban hablando, pero no se oía nada. Observé que junto a los monitores había unos auriculares de diadema. Los conecté y me los coloqué sobre la cabeza.
—Bueno, al menos hazme una paja, ¿no? —escuché a mi colega.
—Tío, es un canteo… —aseguró Daniela—. Que están Ángel e Isabelle ahí abajo…
—Si no nos oyen… La habitación está insonorizada —explicó.
—Que me da igual, que no pienso hacerle eso a mi chico.
—Pero así no me puedo dormir, guapa… —insistió él, sin dejar de masturbarse pausadamente.
—¿Y a mí qué? —renegó, mirándole la polla—. Me has traído aquí engañada —protestó.
—Vamos… si sé que te gusta —sonrió con vanidad.
Esta vez mi novia no dijo nada, sin apartar la vista de los lentos meneos que mi amigo se estaba dando a lo largo del grueso miembro viril.
—Y no dejas de comértela con los ojos… —añadió, argumentando con tono engreído.
—Manu… —sonó a súplica.
—Venga… solo es una paja… Y ya habías empezado en la piscina…
Hubo otro pequeño silencio en el que Daniela parecía pensárselo.
—Pero… —me dio la impresión de que dudaba—. Córrete rápido, ¿vale? —claudicó finalmente, provocándome una pequeña punzada en el corazón al tiempo que contemplaba la sonrisa burlona del cabrón de mi amigo.
—Toda tuya —la chuleó, soltándose el rabo, que quedó completamente tieso, apuntando hacia mi novia.
Observé cómo ella se subía sensualmente al colchón, quedándose a cuatro patas, con el culo en pompa, entre las piernas de Manu. Alargó el brazo para palpar el escroto de mi colega, cerrando los dedos, como si quisiera sopesarle los huevos, antes de agarrarle el grueso tronco por la base, incapaz de cercarlo por completo.
—Joder, qué pollón… —se mordió un labio.
Al borde de la taquicardia, contemplé cómo mi chica comenzaba a subir su pequeña mano a lo largo del orondo cipote.
—Te gusta, eh… —se vanaglorió mi supuesto amigo.
—Uf… —resopló, llegando hasta la punta, donde deslizó la palma sobre el hinchado glande, comenzando a esparcir los pequeños brotes de líquido preseminal que Manu ya estaba emanando.
—Es un poquito más grande que la de Ángel, ¿no te parece? —soltó con socarronería.
Vi cómo Daniela sonreía, sin apartar la vista de su voluminoso rabo, destrozándome el orgullo, mientras mi colega estiraba un brazo para enredar los dedos entre el cuero cabelludo de mi chica, recogiéndole el pelo.
—¿En serio? —indagó mi novia, arqueando las cejas.
El tremendo sopapo que le soltó me pilló por sorpresa, doliéndome hasta a mí.
—¿Ahora quién pega a quién? —se vengó Manu, chuleándola.
Observé cómo mi chica jadeaba, sin rechistar, con la boca abierta y la mejilla enrojecida, momento en el que él tiró de su melena negra, guiándola hasta su entrepierna.
—Cabrón… —gruñó.
Con una sensación de frustración total, esa queja fue lo último que oí de Daniela antes de que se viera obligada a tragarse semejante pollón. Apenas se había metido medio rabo cuando la vi resoplar, incapaz de engullir más cacho de carne debido a lo gorda que era, empezando a babear. Tras unos largos segundos y un par de arcadas, Manu volvió a darle un tirón de pelo.
Mi novia bufaba, procurando recuperar el resuello mientras miraba a los ojos de mi amigo, con la saliva resbalándole por el mentón.
—Esta noche vas a ser mi perrita… —aseguró él con una soberbia desmedida.
—Eres un… hijo de puta… —sollozó, aún respirando a duras penas.
—Sigue chupando, perrita —remarcó el insulto, soltándole la melena.
Para mi desgracia, contemplé cómo mi novia obedecía. Manu ya la tenía dominada. Y a mí se me escapó una lágrima.
Daniela le agarró la gruesa polla, empujándola hacia él para empezar comiéndole los huevos. Hasta ese momento no me había fijado que mi amigo tenía una bolsa escrotal bastante generosa, pudiendo percibir el buen tamaño de sus testículos cada vez que mi chica se los metía en la boca, succionándoselos.
La muy cerda comenzó a darle besitos en las pelotas, antes de subir por su tronco, intercambiando los besuqueos por lametones, deslizando la lengua por las palpitantes venas que se marcaban a lo largo de toda su masculinidad. Cuando llegó al inflamado bálano, juntó los labios, separándolos a medida que se volvía a tragar el rabo, regalándole una mamada de campeonato.
—Hostia puta, Daniela… —gimió mi colega, dando toda la impresión de estar derritiéndose de gusto.
—¿Tú no te ibas a correr rápido, cabrón? —renegó mi novia, escupiéndole sobre el cipote, antes de darle un buen lengüetazo.
—Pero te lo vas a tener que tragar, que no podemos manchar nada —contestó con su clásica sonrisa burlona.
—¡Sí, claro! —protestó, sin dejar de pajearlo—. Eso solo se lo hago a mi chico.
—Entonces vas a estar toda la noche comiéndome la polla, perrita —replicó con chulería.
—Eres un hijo de puta…
Vi cómo Daniela abría la boca para volver a engullirse el rechoncho glande, chupándoselo con evidente devoción mientras le masajeaba los testículos.
—Qué pedazo de zorra eres… —rugió Manu, echando el cuello hacia atrás mientras su cuerpo comenzaba a estremecerse.
Bajo los gemidos de mi amigo, pude oír los ahogados sollozos de mi novia, imaginándome cómo su garganta recibía las descargas de ese pedazo de cabrón, que estuvo un buen rato eyaculando.
—Joder, qué bueno… —sonrió él tras la corrida—. ¿Te lo has tragado todo? —remarcó la mueca burlona.
Mi chica asintió, con un gesto de cabeza.
—Saca la lengua, perrita, que no me fío —soltó con petulancia.
Daniela le hizo caso, abriendo la boca. La muy guarra aún tenía restos de hilillos de semen colgando entre los labios, pero se había tragado toda la puta lefa.
Observé la morbosa imagen con los ojos acuosos, pensando que la pesadilla por fin había concluido cuando me pareció oír un chasquido a través de los auriculares. Mientras, en la pantalla contemplé cómo mi novia giraba el cuello, mirando hacia la entrada de la habitación.
—¿Qué haces tú aquí? —se quejó.
—Ya sabía yo que al final caerías, tetas…
¡ZAS!
—¡Au! —esbozó una mueca de dolor tras el azote que le propinó Pablo—. No pienso hacer nada delante este… —protestó, mirando a Manu nuevamente.
Mi colega, con la polla morcillona, volvió a agarrarla del pelo, tirando de ella para obligarla a que echara la cabeza hacia atrás.
—Abre la boca —le ordenó.
Daniela, sumisa, volvió a obedecer.
—Quiero que te calles, perrita —exhortó Manu, en una demostración más de su sobrada chulería—. Vamos a hacer contigo lo que nos dé la gana —concluyó, soltándole un escupitajo en la cara.
Para mi desgracia, mi sometida novia ya no rechistó cuando las manos de Pablo comenzaron a palparle las nalgas. Incluso pude oír el morboso sollozo que soltó en cuanto ese capullo le bajó la única prenda que le quedaba, dejándole el bikini enrollado en mitad de los muslos.
A través de la pantalla, percibí cómo brillaba la entrepierna de Daniela, pues ya estaba completamente lubricada, con los labios vaginales hinchaditos, señal de lo cachonda que debía estar. Así que ya no me extrañó cuando se inclinó hacia delante, sacando la lengua para dar un lascivo lametón al rechoncho cipote que tenía en frente, logrando que se enalteciera, mientras alzaba aún más el pompis.
—Uhm… —gimió en cuanto sintió la primera chupada en el chocho, abriendo la boca para volver a comerse la polla de mi colega, ya completamente dura, mientras la muy zorra separaba las rodillas.
Los siguientes segundos fueron un auténtico concierto de chapoteos. Mi chica, incapaz de tragarse más de medio rabo, estaba volviendo a soltar un reguero de babas, que empezaban a acumularse, formando un espeso conglomerado blanquecino que le colgaba de la barbilla, deslizándose hasta llegar a los huevos de Manu. Mientras, Pablo hundía cada vez más el rostro entre las nalgas femeninas, separándoselas con ambas manos para alcanzar mejor su raja, comiéndosela con avidez, hasta lograr que se escuchara un obsceno sonido acuoso con cada lamida, pues juraría que mi novia, a la que le empezaban a temblar las piernas, nunca había estado tan mojada.
—Me voy a correr… —jadeó, aferrada con una mano al miembro viril de mi colega mientras echaba el otro brazo hacia atrás para acariciar el pelo del hombre que le estaba comiendo el coño.
Manu se inclinó hacia ella para alcanzar una de sus generosas ubres, que se balanceaban pesadamente debido a la postura, aprisionándola con fuerza entre sus dedos.
—Uhm… —gimió, Daniela, mordiéndose un labio—. Me corro… ¡Me corro, hijos de puta!
Mi novia cerró los ojos y se dejó llevar, cayendo en el placer de un intenso orgasmo, pues vi cómo su cuerpo se convulsionaba, como si una fuerte descarga eléctrica la hubiera atravesado por completo.
—Qué rico coño, tetas —se relamió Pablo, saboreando los flujos de mi chica que debía tener esparcidos por medio rostro.
—Uf… qué gusto… —balbuceó ella, con voz melosa, removiéndose sobre el colchón, con una evidente mueca de satisfacción.
Completamente abatido, me quité los cascos, agachando la cabeza mientras cerraba los ojos, sintiendo cómo se me escapaban las lágrimas que había estado reteniendo. A pesar del dolor que me provocaba lo que estaba sucediendo, era incapaz de dejar de mirar. Así que, muy a mi pesar, tras unos instantes, alcé la vista, me recoloqué los auriculares y volví a fijarme en la pantalla.
Manu se había levantado, colocándose junto a su amigo, al pie de la cama. Mi novia, con semblante sonriente y una expresión de zorra que asustaba, estaba sobre el colchón, a cuatro patas frente a ellos, palpando el paquete de Pablo.
—Qué ganas de vértela empalmada… —indicó lujuriosamente, subiendo la mano para enganchar la cintura de su pantalón, comenzando a tirar hacia abajo.
Aunque el tronco no era demasiado grueso, empezaron a asomar centímetros y más centímetros de rabo. Y no fue hasta que mi chica le bajó la prenda más allá de la mitad de los muslos, cuando el alargado miembro viril salió disparado hacia arriba, duro como una piedra, golpeando con un sonido sordo contra el pubis masculino.
—Uf… —resopló Daniela, mostrando una mueca de satisfacción ante lo que estaba viendo mientras alternaba la mirada entre las entrepiernas de los dos sementales que tenía delante—. Vaya pollones… —se mordió un labio, estirando ambos brazos para aferrarse a sendos cipotes.
Mientras comenzaba a masturbarlos, observé cómo la mano de mi chica apenas llegaba a cubrir un tercio de la longitud del alargado sexo de Pablo, al tiempo que era incapaz de rodear con los dedos el grueso falo Manu. No había duda de que yo jugaba en una liga de menor categoría.
Ya no hizo falta que nadie le dijera a mi novia lo que tenía que hacer, pues terminó chupándoles los rabos, alternando entre los dos amigos, haciéndole una mamada a uno mientras pajeaba al otro, en una escena de los más sórdida.
—Joder… qué bien tragas, perrita.
—No te has comido una polla así en tu vida, tetas…
—Qué ganas tenía de esto, me cago en la puta…
—¡Pero qué buena que estás, hostias!
—Eso es… llénamela de babas…
—Mírame, tetas, quiero ver lo guarra que eres.
—Me pone mucho que seas tan cerda…
—Así, así, chúpame los huevos…
—Menuda follada te vamos a meter…
Tras escuchar los continuados improperios de Manu y Pablo, con el sonido de fondo de mi chica sin dejar de engullir, por fin dejó de mamar pollas.
—¿Los dos al mismo tiempo? —inquirió con un gesto de preocupación, llevándose una mano a la boca para limpiarse los restos de la indecorosa mezcla de saliva y líquido preseminal que comenzaban a resbalar por su barbilla.
—¿Nunca has hecho un trío, tetas?
—Sí, pero antes de estar con Ángel, hace muchos años, cuando era más zorra —sonrió con malicia—. Ahora no estoy acostumbrada a pollas tan grandes — amplió el gesto socarrón, haciéndome de menos mientras acariciaba los pesados testículos de mi amigo Manu—. Ya sé quién no me va a dar por el culo…
Me invadió una sensación extraña. A pesar de todo, hasta ese momento solo habían practicado sexo oral, pero el hecho de que empezaran a hablar de penetración me descompuso. Y más al pensar que a Daniela no le atraía demasiado el anal porque se suponía que le dolía…
Apagué los monitores. No quería seguir viendo cómo la perdía. Y entonces rompí a llorar. La quería demasiado y no sabía cómo debía actuar. Mas, tras unos minutos de desahogo, con el rostro reseco por las lágrimas, encendí nuevamente las pantallas. Necesitaba saber hasta dónde estaba dispuesta a llegar mi novia.
—Uhm… qué bueno… —oí el gemido de Daniela, de cuclillas sobre el rostro de Manu que, nuevamente tumbado sobre la cama, le estaba comiendo el coño mientras le metía un dedo en el culo, dilatándola—. Ahí, ahí… ah… —soltó un sonoro sollozo—. Como sigas así me corro, cerdo… te juro que me corro —cerró los ojos—. Sigue, cabrón, sigue, ah, ahí, sigue…
De repente mi amigo detuvo el cunnilingus. El rostro de mi novia era todo un poema, moviendo la pelvis con desesperación, buscando el último roce que la llevara al éxtasis.
—No pares, hijo de puta… —suplicó.
—Parece que te he dejado calentita… —se vanaglorió mi colega, agarrando a mi chica de la cintura para acercarla a su erecto miembro viril.
—Estás bien cachonda, eh, puta —intervino Pablo, aferrándola del pelo para tirar de ella, doblándole el cuello hacia atrás.
El muy cabrón le palmeó un pecho, estrujándoselo después, para acabar robándole un lascivo morreo. Pero lo que más me jodió es que fue correspondido por mi novia, dejándose comer la boca por ese indeseable.
—Uhm… —jadeó Daniela—. Vaya dos hijos de puta… Haced conmigo lo que queráis, pero folladme, cerdos —imploró, fuera de sí—. Estoy muy perra.
Su devoción hacia ellos fue el derrumbe del último eslabón de mi autoestima. Yo jamás lograría provocarle la lujuria que esos dos auténticos malnacidos habían despertado en el amor de mi vida.
Hundido en lo más profundo de mi miseria, contemplé cómo ahora era Pablo el que le metía un par de dedos por el culo mientras Manu se sujetada el cipote, encarándolo hacia la entrada de mi chica, que se abrió de piernas para facilitar la maniobra.
—Despacio, cabrón, que no estoy acostumbrada a una polla tan gorda —sollozó, humillándome.
Daniela ahogó un gemido en cuanto el glande entró en contacto con su chumino, empezando a abrirse paso entre los chorreantes labios vaginales, que se adhirieron al descomunal intruso, lubricándolo de tal forma que varias gotas de flujo femenino comenzaron a deslizarse por el tronco, hasta mojar los huevos de mi amigo.
—Joder, qué estrechas estás, perrita —jadeó mi colega—. Ángel no te abre el coño lo suficiente —se burló de mí, antes de echarse hacia delante para comerse uno de los enormes pechos de mi novia.
Vi cómo el muy cabrón deslizaba la lengua por su erecto pezón antes de aferrarse a la teta con los labios, succionándosela, para acabar mordiéndole toda su carnosidad, volviéndola loca.
—Qué hijo de puta… —balbuceó ella—. Me corro…
Manu no se la había empezado a follar y Daniela, medio empalada, ya no pudo más, alcanzado el segundo éxtasis de la noche, deshaciéndose encima de su amante mientras soltaba un descontrolado squirt como jamás la había visto, empapando la cama.
—¡Serás guarra! —se quejó Pablo, sacando los dedos del interior del culo de mi chica—. Lo has puesto todo perdido.
—Por vuestra culpa… —resopló tras recomponerse, exhibiendo una mueca de auténtica zorra—. Me ponéis muy cachonda —jadeó, inclinándose hacia mi amigo para comerle la boca.
El gesto de mi novia favoreció que dejara a la vista su ano, ya bastante dilatado, mientras poco a poco se iba metiendo más cacho de rabo en el chocho. Momento que el dueño de la casa rural aprovechó para ponerse de pie, con las piernas abiertas y las rodillas dobladas, colocando su extensa polla entre las nalgas femeninas.
—Con cuidado, por favor, que por el culo me duele… —sollozó Daniela, girando el rostro hacia el hombre que estaba a punto de sodomizarla.
—Te voy a reventar, tetas —aseguró, encarando el glande hacia el estrecho agujerito de mi chica, comenzando a empujar.
—¡Ah! —gritó ella—. La tienes muy grande, joder… —rechinó los dientes mientras se le abría el ano, engullendo lentamente al intruso—. ¡Qué pedazo de hijo de puta! —aulló cuando el bálano se adentró por completo, con un ruido sordo.
—Ya está… —babeó Pablo en su oído—. Ahora a disfrutar…
—Uhm… —sollozó Daniela, luciendo una sonrisa lasciva.
De repente, los dos hombres comenzaron a follársela. A través de los auriculares podía escuchar la perfecta mezcla de gemidos, crujidos de la cama y chapoteos de los enormes miembros masculinos perforando a mi chica, tanto por el coño como por el culo, aumentando cada vez más el ritmo, hasta que las penetraciones iniciales se convirtieron en salvajes embestidas, haciendo que los huevos de uno rebotaran contra sus muslos al mismo tiempo que los del otro se estampaban contra sus nalgas.
Mientras pensaba, atónito, que lo que estaba viendo sí era buen polvo y no los que yo le echaba a Daniela, vi cómo esos dos sementales, sin dejar de taladrarla, empezaban a hacer lo que querían con mi novia, lamiéndole la espalda, mordisqueándole el cuello, apretándole el gaznate, dándole fuertes tirones de pelo, soltándole buenos azotes, chupándole las tetas, abofeteándola, arañándole los muslos… En definitiva, la estaban tratando como lo que era, un pedazo de putón. Y, sin duda, ella lo estaba disfrutando.
—Me corro… me corro otra vez… —sollozó—. Uhm… qué bestias sois, joder…
—¡Y tú qué zorra! —gritó Pablo, sacando su inmenso rabo del culo de mi chica, permitiéndome comprobar cómo le palpitaba el esfínter, que se lo había dejado totalmente abierto, mientras comenzaba a eyacular sobre ella.
—¡Ah! —gimió mi novia—. Me corro…
Daniela tuvo su tercer orgasmo mientras ese cabrón la cubría con su esperma. Los primeros chorros entraron directos en el enrojecido ano de mi novia y los siguientes comenzaron a rebotar contra sus nalgas, salpicándole gran parte de la espalda, donde aterrizaron el resto de caños, manchándola con una buena cantidad de lefa.
—Joder, tía, qué buen culo tienes… —resopló Pablo, cogiendo un poco de su propio semen para llevarlo hasta la boca de mi chica, dándoselo a probar.
—¡Cerdo! —se quejó ella, aún recuperándose del reciente éxtasis, antes de cerrar los labios alrededor de los dedos masculinos—. Uhm… —saboreó la corrida de ese cabronazo, que acabó apartándose del trío, esbozando una sonrisa de satisfacción—. ¿Y tú no piensas terminar o qué? —se dirigió a Manu, dibujando una lasciva mueca mientras comenzaba a moverse encima suyo para seguir cabalgándolo, antes de inclinarse hacia él para besarlo nuevamente.
—Esta vez en tus tetas… —jadeó mi amigo en la boca de mi chica, agarrándola de la melena.
—Donde tú quieras, hijo de puta —aceptó Daniela, sacando la lengua para darle un lametazo en los labios, zorreándole.
Manu le dio un último tirón de pelo, obligándola a que se alzara. Cuando lo hizo, pude escuchar el ruido sordo del grueso pollón saliendo de su coño, como si se acabara de despegar una ventosa.
Con mi novia arrodillada sobre el colchón, agarrándose la base de las tetas para alzarlas, ofreciéndoselas, y mi colega de pie frente a ella, pajeándose, pensé que nada podía hacer que me sintiera más humillado, pero estaba equivocado.
—Pídemelo, guarra… —balbuceó él, aumentando la cadencia de las sacudidas sobre su miembro viril.
—Dame tu leche, cerdo…
Vi como Manu esbozaba una mueca engreída.
—¿Sabe mejor que la de tu novio?
—Eres un hijo de puta…
—Dímelo —exhortó con vehemencia, lanzándole un contundente pollazo contra el rostro.
—Sí, está mucho más rica que la de Ángel…
El primer lechazo salió disparado con tanta fuerza que rebotó contra la carnosidad del seno, salpicándole a mi chica en el pelo. Los siguientes caños cayeron, aún con contundencia, sobre el cuello femenino, resbalando hacia las ubres, donde aterrizaron los siguientes cargamentos de esperma, llenándole las berzas de leche. De repente, Manu guió su enorme falo hacia la cara de Daniela, pillándola desprevenida.
—Cabrón… —protestó, empezando a recibir cuantiosos escupitajos de semen en el rostro.
Ese pedazo de hijo de puta le dio un buen baño de lefa a mi novia.
Completamente abatido, estaba absolutamente convencido de que ahora sí todo se había acabado cuando Pablo volvió a escena, subiéndose a la cama para acercarse a ellos. El muy desgraciado estaba empalmado.
—Límpiate, tetas, y seguimos —indicó con suficiencia, meneándose el rabo frente a ella.
Vi como Daniela dudaba, alzando el rostro para desviar la mirada hacia sus dos amantes, con un ojo cerrado debido al goterón blanquecino que tenía sobre el párpado.
—Yo aún estoy para más asaltos —aseguró Manu con una soberbia más que justificada.
Se acababa de correr por segunda vez, pero mi amigo no tenía el pene flácido. Observé cómo su polla, en estado morcillón, se iba empinando lentamente.
—Qué hijo de puta… —lloriqueé en voz alta.
Y más al ver cómo mi novia elevaba ambas manos para agarrar los cipotes de esos dos sementales, los auténticos putos amos. Ya no pude seguir mirando. Me quité los auriculares, contemplando cómo Daniela empezaba a masturbarlos, y apagué las pantallas.
***
No tuve valor de afrontar la situación y esa misma noche, en silencio, cogí mis cosas y me fui de la casa rural, dejando a mi novia con mis amigos.
De un día para otro cambió mi vida para siempre. Sin dar explicaciones rompí con mi pareja y abandoné el equipo de fútbol donde jugaba. Momentáneamente, regresé a casa de mis padres, que no paraban de preguntar por lo que había ocurrido. Pero yo no podía soportar la humillación de explicar lo que me había hecho Daniela.
Durante las primeros semanas recibí multitud de llamadas de mis amigos. Mi ex insistió durante meses. Estuve tentado de hablar con ella muchas veces, pero la vergüenza me impedía hacerlo. Hasta que, pasado un año, un compañero del trabajo me enseñó el vídeo que circulaba por Las Palmas.
Aunque los rostros estaban difuminados, identifiqué a los protagonistas. Esas imágenes jamás se me olvidarían. La publicación estaba etiquetada con el hashtag #tetas y se titulaba “Tía buena grancanaria engaña al cornudo de su novio con dos buenos pollones”. Sentí un nudo en el estómago, rememorando todo aquel sufrimiento mientras pensaba que el hijo de puta de Pablo no había compartido la foto de la nudista, sino algo mucho peor…
Desde ese momento quise dejar todo atrás e intenté rehacer mi vida. Tuve alguna que otra relación, pero ninguna me llenaba como lo había hecho mi ex pareja. Con el paso del tiempo me di cuenta de que fui un cobarde y que ambos nos debíamos unas cuantas explicaciones. Incluso pensé que, tal vez, lo podríamos haber arreglado. Al fin y al cabo, nunca dejó de ser mi verdadero amor.
Así que, pasados cinco años desde nuestra ruptura, contacté con Daniela. Quedamos para tomar algo y charlar. Estaba preciosa, como siempre. Los años no habían pasado para ella, que seguía siendo un auténtico pibón, una mujer de las que atraen miradas. Solo con verla me ilusioné, sintiendo cómo lograba acelerarme el corazón. Sin embargo, la alegría no me duró demasiado.
Daniela había empezado una relación hacía ya un par de veranos con un hombre que conoció en un viaje a Barcelona. Me hice el duro, pero esa noticia me destrozó por dentro. A pesar de todo, aún la quería.
***
CAPÍTULO EXTRA
—¿Cómo estáis? —se interesó Almudena a medida que se acercaban a Kike y Ángel.
—Vamos al chiringuito —les hizo saber Isabelle, llegando a la altura de los dos hombres que habían perdido el partido de palas para comenzar a rodearlos.
—Vosotros ahí quietos —chasqueó Mónica, vacilándolos, mientras pasaban de largo.
—Mi primo a veces se pone muy pesado con las bromitas… —soltó Kike, como si acabara de tener una revelación, haciendo reír a su compañero de penitencia.
—No será para tanto… —respondió, dándole un amistoso golpecito en el costado.
—Y, por lo visto, cuando se junta con el otro es aún peor… —miró hacia el agua.
Ángel hizo lo propio y observó cómo Manu desviaba la atención hacia ellos. De repente se giraron Daniela y Pablo y los tres comenzaron a reír. No supo por qué, pero se sintió incómodo. No le hizo ninguna gracia ver a su novia divirtiéndose a solas con esos dos.
—Qué cabrón eres —reaccionó ella, risueña.
—Tienes razón —indicó el dueño de la casa rural—, desde aquí Kike parece Almudena —carcajeó, secundando la broma de su amigo.
—¡Qué exagerados sois! —replicó Daniela—. No la tiene tan pequeña…
—¿Qué puntuación le das? —se cachondeó Manu, con tono burlón.
—¡No le voy a puntuar la picha! —se quejó, sin perder el tono divertido.
—Y luego nos pones nota a nosotros —añadió el primo de Kike.
—¡Sí, hombre! —rio Daniela.
—¿Tienes miedo de que tu novio pierda otra vez? —intervino Pablo maliciosamente.
—Es que no va a ganar —soltó sin pensar, provocando las carcajadas de los dos hombres que estaban en el agua junto a ella.
—Ahora tengo curiosidad… —indicó Manu, esbozando una mueca chulesca.
—Ya estáis otra vez igual… —desdeñó Daniela—. A ver quién es más machito… —puso los ojos en blanco, como si le pareciera una tontería.
—¿No te animas, tetas?
—¡Que no me llames así! —se quejó, dándole un amistoso manotazo en el brazo—. A Kike le doy un 3 —sonrió, esbozando una de sus encantadoras muecas.
Manu y Pablo se descojonaron.
—Qué generosa eres… —sonrió el primo del aludido.
—No hay que ser cruel… —replicó ella con un gesto malicioso, provocando que los dos hombres siguieran cachondeándose del escaso tamaño de Kike.
—¿Y la mía?
De espaldas a la playa para que no le vieran, Pablo se agarró la polla, enseñándosela a Daniela. Aunque no estaba empalmado, la tenía ligeramente altiva.
—Bastante bien —dibujó una mueca repleta de picardía—. Un 8’5.
—¿Solo? —se quejó jocosamente el dueño del rabo recién puntuado.
—Me gustan un poquito más gordas… —replicó ella con cierta malicia, sin apartar la mirada del alargado miembro que tenía delante.
—Pues tu novio no es que la tenga muy gruesa que digamos —se burló Pablo.
—Ya…
—Puntúasela… —intervino Manu.
—Qué cabrones sois…
Daniela echó un vistazo hacia la orilla, divisando a los dos perdedores sentados en la arena.
—Un 6 —indicó finalmente.
—No está mal, un aprobado… —reaccionó Manu con tono burlón—. ¿Y qué me dices de esta? —inquirió, colocándose junto a su amigo para imitarle, agarrándose la polla morcillona para mostrársela a Daniela.
—Esta ya son palabras mayores… —se puso seria, mirándole fijamente la entrepierna—. Un 9. Le falta algún centímetro para el 10, pero muy bien, eh —esbozó una mueca lasciva.
—¡No te vengas arriba! —se cachondeó Pablo, empujando jocosamente a su colega.
—Os toca a vosotros —los interrumpió Daniela—. Ya que puntuamos pollas también podríamos puntuar tetas, ¿no? —propuso con una mueca repleta de picardía.
—Mira, la que nos llama machitos… —replicó Manu con sorna—. Ahora quiere quedar por encima de nuestras novias…
—No es eso, tonto… ¿o sí? —perfiló una preciosa sonrisa.
—Puntúa tú a Almudena —indicó Pablo a su amigo—. Y yo le pongo nota a tu novia.
Manu soltó una carcajada.
—Vale, le doy un 6. Poca cosa… —se burló, mirando a Daniela.
—Qué cabrón eres —reaccionó ella—. La misma nota que mi chico… —frunció el ceño, sin perder el semblante risueño—. ¿E Isabelle? —inquirió, dirigiéndose a Pablo.
—Normalita. Un 7’5
—Qué gilipollas… —reaccionó Manu con gracia—. Pues tu novia tiene unas buenas peras. Le doy un 9
—¡Jolín! —se quejó Daniela jocosamente—. Me lo vas a poner difícil.
—No te preocupes, tetas, que las tuyas son un 9’5 —replicó Pablo, mirándole los senos descaradamente.
—Uhm… —se mordió un labio—. Gracias —sonrió, iluminando la playa con la extraordinaria belleza de su gesto.
—No sé yo… —intervino Manu—. Yo te doy 9.
—¡Oye! —se quejó Daniela—. Devuélveme mi medio punto —se picó, en plan cachondeo.
—No las tienes mucho más grandes que Mónica… —argumentó, esbozando su típica mueca burlona.
La novia de Ángel frunció el ceño.
—Aunque sí las tienes mejor puestas —concluyó Manu, sacándole una sonrisa.
—Ya vienen… —indicó Daniela para que cambiaran de tema, viendo cómo Almudena, Isabelle y Mónica regresaban al agua.
Espectacular, como siempre, me lo he pasado muy bien leyendo, aunque sea mucho pedir ya estamos esperando el siguiente, cristy
ResponderEliminarMuchas gracias cristy, me alegro que lo hayas disfrutado :)
EliminarVeremos cuándo me pongo con la siguiente historia. Aún tengo que acabar de cerrar por dónde pueden ir los tiros...
Una maravilla de relato, como es habitual en casi todos los que escribes, muy excitante, bien narrado y bien escrito, además de la alegría de que te hayas decidido a seguir escribiendo. Un placer poder volver a leerte.
ResponderEliminar¡Muchas gracias y espero que nos sigas dando material tan bueno!